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Thomas Moore.
El cuidado del alma, esencialmente consiste en cultivar lo común y corriente, de tal manera que el alma se vea
alimentada y favorecida. Las cosas cotidianas tienen mucho que ver con el estado del alma. Si no las atendemos
consciente y cuidadosamente, los asuntos del alma sigue siendo en gran parte inconscientes, quedan sin cultivar y, por
eso mismo, a menudo son problemáticos.
Entre nuestras actividades diarias, una de las más conscientes desde la perspectiva del alma es el trabajo y el
lugar donde se desarrolla. Las perturbaciones del trabajo tienen tanto que ver en la perturbaciones del alma como el
matrimonio y la familia. Es indudable que dejamos que el lugar de trabajo esté dominado por la funcionalidad y la
eficacia, con lo que nos hacemos vulnerables a las quejas del alma descuidada. Psicológicamente, podríamos
benficiarnos de una mayor consciencia de la poesía del trabajo, que incluye su estilo, las herramientas, los horarios y el
ambiente.
El autor muestra un ejemplo de una visita al un hogar común y corriente. El ejercicio consistió en “leer” el
hogar desde otro punto de vista, es decir, simplemente mirar el hogar de un modo especial con el objeto de encontrar en
el algunos rasgos de alma que se ocultan el lo común y cotidiano.
El hogar es un lugar de trabajo cotidiano, independiente del trabajo externo, el al cual existen cosas muy
simples, y sin embargo son fundamentales para sentir que uno esta en su casa. Todos sabemos que en cierto grado el
trabajo diario del hogar influye en el carácter y la calidad global de la vida, pero generalmente pasamos por alto la
forma en que la plenitud del alma puede adherirse al trabajo doméstico y los dones que este pueda aportar al alma.
De igual manera se puede “leer” el trabajo cotidiano externo. Es decir, se debe examinar el entorno, mirar con
atención la herramientas, considerar de que manera se organiza el tiempo y observar los estados de ánimo y las
emociones que suelen acompañar el trabajo.
El dinero
El dinero y el trabajo están, como es natural, íntimamente relacionados. El placer que proporciona el dinero
puede ocupar el lugar del placer que proporciona el trabajo. Sin embargo, todos necesitamos dinero, que puede llegar a
ser, sin pérdida de alma, una parte integral del trabajo.
El dinero es simplemente la acuñación de nuestra relación con la comunidad y con nuestro entorno. Nos pagan
por nuestro trabajo, y nosotros también pagamos por los servicios y productos que utilizamos. El dinero no es
únicamente un medio racional de intercambio; también es el portador del alma de la vida comunitaria. Puede
inundarnos de deseo compulsivo, envidia, codicia y anhelo. El dinero divide en fantasías de riqueza y de pobreza, pero
la riqueza no se puede medir por una cuenta corriente, porque es principalmente lo que nos imaginamos que es.
Una vez más, podemos volvernos hacia la religión en busca de algunas imágenes más profundas de la riqueza
y la pobreza. En las órdenes religiosas, los monjes hacen voto de pobreza. Es probable que los monjes lleven una vida
sencilla, pero austera, y jamás tienen que preocuparse por el techo y la comida. La pobreza monástica se define a veces,
no como escasez de dinero y de propiedades, sino más bien como “propiedad comunitaria”. El propósito del voto es
promover el espíritu comunitario poseyendo todas las cosas en común.
Desde el punto de vista del alma, riqueza y pobreza convergen en el uso y disfrute responsable de este mundo,
que hemos recibido en préstamo por el breve período durante el cual lo ocupamos.
Con el dinero pasa lo mismo con la sexualidad. Hay gente que cree que cuando más contactos sexuales tenga,
y con tantas personas diferentes como sea posible, más realizada se sentirá. Pero es probable que ni siquiera grandes
cantidades de dinero y grandes dosis de sexualidad lleguen a satisfacer su avidez.
Tenemos que distinguir entre las características de la sombra del dinero, que forman parte de su plenitud de
alma, y los síntomas de la locura del dinero. La codicia, la avaricia, la estafa y el desfalco son signos de que el alma del
dinero se ha perdido. Cuando el dinero ya no sirve para el intercambio en la comunidad, se convierte en un obstáculo
para el flujo comunitario.
Con respecto a la sombra del dinero, una de las cosas que hacemos con el dinero es reunirlo y conservarlo. Sin
embargo, si no se reconoce la sombra puede ser el hecho de atesorar vaya teñido de sentimientos de culpa, señal de que
estamos tratando de hacer simultáneamente dos cosas: disfrutar de la sombra acumuladora de dinero y, aun así,
mantener la inocencia. Por ejemplo, una empresa que obtenga grandes beneficios puede sentir que le pesan en los
bolsillos y decidir donar una parte de ellos, tiene dos opciones: Su donación podría integrarla más profundamente en la
comunidad, donde su poder y su responsabilidad estarían en el lugar adecuado; o bien podría tratar de esquivar su culpa
valiéndose de algún hábil recurso que le haga obtener un beneficio mayor al pagar menos impuestos. En el primer caso,
el dinero se encauza naturalmente hacia la comunidad. En el segundo, una empresa o un individuo puede pensar que se
está quedando con algo al manipular la economía comunitaria, pero en realidad hay una pérdida de alma y su dinero se
convierte en un fetiche.
Muchos de los problemas asociados con el trabajo se centran en el dinero. No ganamos lo suficiente. Sentimos
que valemos más de los que nos pagan. No pedimos la cantidad que nos merecemos. El dinero es nuestra única
preocupación. Sólo nos sentiremos parte de la sociedad adulta cuando tengamos todas las señales distintivas de la
riqueza y la seguridad económica. Como resultado de tale sentimientos, nuestra reacción ante el dinero es o bien eludir
su poder o perseguirlo compulsivamente.
El fracaso en el trabajo
Una fuente potencial de alma en nuestro trabajo es el fracaso. Nuestra ambición de éxito y de perfección en el
trabajo nos empuja a seguir, mientras que la preocupación por el fracaso nos mantiene atados al alma.
Los fallos corrientes en el trabajo son parte inevitable del descenso del espíritu al interior de la limitación
humana. El fracaso es un misterio, no un problema, esto no significa que hayamos de empeñarnos en fracasar. Si los
sentimientos de inferioridad y humillación provocados por el fracaso los pudiéramos considerara significativos en sí
mismos, podríamos incorporar a nuestro trabajo la vivencia del fracaso sin que ésta nos deje literalmente devastados.
Por ejemplo, una persona expresa este misterio cuando se da cuenta de que “Después de todo estuvo bien que
no consiguiera aquel trabajo que quería”. En momentos de mortificación podemos descubrir que la intención y la
ambición humanas no son siempre nuestros mejores guías en la vida ni en el trabajo.