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ANTOLOGÍA DE ANTONIO MACHADO

A UN OLMO SECO
Antes que te derribe, olmo del Duero,
Al olmo viejo, hendido por el rayo con su hacha el leñador, y el carpintero
y en su mitad podrido, te convierta en melena de campana,
con las lluvias de abril y el sol de mayo lanza de carro o yugo de carreta;
algunas hojas verdes le han salido. antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
¡El olmo centenario en la colina al borde de un camino;
que lame el Duero! Un musgo amarillento antes que te descuaje un torbellino
le mancha la corteza blanquecina y tronche el soplo de las sierras blancas;
al tronco carcomido y polvoriento. antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
No será, cual los álamos cantores olmo, quiero anotar en mi cartera
que guardan el camino y la ribera, la gracia de tu rama verdecida.
habitado de pardos ruiseñores. Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
Ejército de hormigas en hilera otro milagro de la primavera.
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

YO VOY SOÑANDO CAMINOS

Yo voy soñando caminos Y todo el campo un momento


de la tarde. ¡Las colinas se queda, mudo y sombrío,
doradas, los verdes pinos, meditando. Suena el viento
las polvorientas encinas!... en los álamos del río.

¿Adónde el camino irá? La tarde más se oscurece;


Yo voy cantando, viajero, y el camino se serpea
a lo largo del sendero... y débilmente blanquea,
—La tarde cayendo está—. se enturbia y desaparece.

En el corazón tenía Mi cantar vuelve a plañir:


la espina de una pasión; Aguda espina dorada,
logré arrancármela un día; quién te volviera a sentir
ya no siento el corazón. en el corazón clavada.
RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
y un huerto claro donde madura el limonero; mi verso, como deja el capitán su espada:
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; famosa por la mano viril que la blandiera,
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. no por el docto oficio del forjador preciada.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido Converso con el hombre que siempre va conmigo
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, —quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
más recibí la flecha que me asignó Cupido, mi soliloquio es plática con ese buen amigo
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. que me enseñó el secreto de la filantropía.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
pero mi verso brota de manantial sereno; A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, el traje que me cubre y la mansión que habito,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética Y cuando llegue el día del último vïaje,
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
mas no amo los afeites de la actual cosmética, me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. casi desnudo, como los hijos de la mar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos


y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

A ORILLAS DEL DUERO ¡Oh, tierra triste y noble,


la de los altos llanos y yermos y roquedas,
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. de campos sin arados, regatos ni arboledas;
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
buscando los recodos de sombra, lentamente. y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
A trechos me paraba para enjugar mi frente que aún van, abandonando el mortecino hogar,
y dar algún respiro al pecho jadeante; como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante Castilla miserable, ayer dominadora,
y hacia la mano diestra vencido y apoyado envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
en un bastón, a guisa de pastoril cayado, ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
trepaba por los cerros que habitan las rapaces recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
aves de altura, hollando las hierbas montaraces Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—. cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
cruzaba solitario el puro azul del cielo. La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
y una redonda loma cual recamado escudo, Castilla no es aquella tan generosa un día,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—, ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
para formar la corva ballesta de un arquero o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
en torno a Soria. —Soria es una barbacana, pedía la conquista de los inmensos ríos
hacia Aragón, que tiene la torre castellana—. indianos a la corte, la madre de soldados,
Veía el horizonte cerrado por colinas guerreros y adalides que han de tornar, cargados
oscuras, coronadas de robles y de encinas; de plata y oro, a España, en regios galeones,
desnudos peñascales, algún humilde prado para la presa cuervos, para la lid leones.
donde el merino pace y el toro, arrodillado Filósofos nutridos de sopa de convento
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río contemplan impasibles el amplio firmamento;
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, y si les llega en sueños, como un rumor distante,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros, clamor de mercaderes de muelles de Levante,
¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—, no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas Castilla miserable, ayer dominadora,
del Duero. envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
El Duero cruza el corazón de roble El sol va declinando. De la ciudad lejana
de Iberia y de Castilla. me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se
obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.

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