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Moral y costumbres de los atenienses

I.- La infancia
Todo ateniense bebía tener hijo, cuando no había descendencia, solía apelarse la
adopción. El padre podía exponer al recién nacido hasta dejarlo morir, ya porque dudara
de que fuese hijo suyo ya por débil o deforme. A los niños de los esclavos raras veces se
les permitía seguir viviendo. Las niñas eran expuestas con más frecuencia que los niños.
La exposición se verificaba colocando al infante, metido en un recipiente de barro de buen
tamaño, en el recinto de un templo por si alguien quería adoptarlo.
Aristóteles defendía el aborto como preferible al infanticidio. El código hipocrático de la
ética médica prohibiría al médico la práctica del aborto; pero las comadronas griegas eran
en ello muy diestras y, por otra parte, la ley no lo prohibía.
Dentro de los diez días siguientes al nacimiento, el niño era aceptado formalmente en la
familia dándosele un nombre. Los griegos no solían tener más que un nombre, siendo
costumbre ponerle al hijo mayor el del abuelo paterno. Aceptado en la familia, el niño ya
no podía ser legalmente expuesto y era criado con el cariño que los padres han
demostrado siempre hacia sus hijos.

II.- La educación
La ciudad de Atenas sostenía gimnasios y palestras públicos, no tenían escuelas
públicas ni universidades oficiales, y la enseñanza estaba en manos de particulares.
Platón propugnaba la creación de escuelas del estado. Existían escuelas pertenecientes a
educadores profesionales, a las que se enviaban los hijos de padres libres al llegar a la
edad de seis años.
La asistencia a la escuela se prolongaba hasta los 14 o 16 años, en las escuelas no había
pupitres niño tan solo bancos; los disípulos sostenían en sus rodillas los rollos en que
leían o la materia en que se escribían. Algunas estaban adornadas con estatuas de
héroes y dioses griegos, e incluso las había amuebladas con elegancia. El maestro
enseñaba todas las materias y se preocupaba tanto de formar el carácter como de
desarrollar la inteligencia, utilizando una sandalia para los castigos.
El plan de estudios comprendía tres grupos de disciplinas: escritura, música y
gimnasia. No se prestaba atención al estudio de lenguas extranjeras, y mucho menos a
las muertas, pero en cambio se ponía gran empeño en el conocimiento perfecto de la
propia. Las muchachas recibían su educación en el hogar, sus madres o amas les
enseñaban a leer, escribir y contar, a hilar, tejer y bordar, a danzar, cantar y tocar algún
instrumento.
La enseñanza superior para los hombre corría a cargo de rectores y sofistas que
enseñaban oratoria, ciencia, filosofía e historia.
Al llegar a la edad de 16 años, los jóvenes debían consagrar especial atención a los
ejercicios físicos, preparándose para las tareas guerreras.
A los 18 años eran enlistados en las filas de la juventud militar, por espacio de dos años
se les instruía en los deberes de la ciudadanía y de las guerras.
A los 19 años se les enviaba a las guarniciones de la frontera encomendándoseles, por
periodo de dos años, la protección de la ciudad contra cualquier ataque externo o
desorden interior. Al llegar a la edad de 21 años, terminada la instrucción, los efebos
quedaban libres de la autoridad paterna y se le daba ingreso a la ciudadanía ateniense.
Tal era la educación, fruto de una largo experiencia ganada en el hogar y en la calle, que
formaba al ciudadano ateniense. En ella se combinaba la educación física y la intelectual,
la moral y la estética así como una celosa vigilancia de la juventud con una amplia libertad
en la madurez.
III.- La Higiene y el Atavió
Los ciudadanos de Atenas, en el siglo V, eran hombres de estatura media,
vigorosos, barbudos y no todos tan hermosos, las mujeres reales de Atenas no eran más
bellas que sus hermanas del Cercano Oriente. Los griegos admiraban la belleza mucho
más que otros pueblos, pero no siempre la encarnaban en sí mismo.
Los griegos eran, ordinariamente de pelo oscuro, siendo raras las personas rubias, y por
cierto muy admiradas. Muchas mujeres y algunos hombres teñían sus cabellos, ambos
sexos empleaban aceites para hacer crecer el pelo y para proteger la piel del sol, y las
mujeres y aun algunos hombres, agregaban perfumes a los aceites. Gustaban las damas
de enlazar su pelo con cintas de colores alegres y adornarlos poniéndose una joya sobre
la frente. Después de Maratón cundió entre los hombres la moda de cortarse el cabello, y
a partir de Alejandro, habrán de rasurarse bigote y barba con navajas de afeitar de hierro.
Toda dama distinguida tenía un verdadero arsenal de espejos, alfileres, horquillas,
prendedores, pinzas, peines, pomo de perfume, botes de colorete y de cremas. Siendo
entonces el agua escasa, la limpieza trataba de buscar sustitutivos. Las personas
acomodadas de bañaban una o dos veces por día. Las demás personas, no pudiendo
disponer de agua para el baño, ser restregaban con aceite y luego acero quitaban con un
corvo. El griego raramente permanecía en lugares cerrados, las representaciones
teatrales, culto y hasta los actos de gobierno se celebraban al aire libre, siendo fácil
despojarse de su simple vestimenta, para empeñarse en una lucha o para tomar un baño
de sol. El traje griego consistía sustancialmente en dos cuadros de paño que envolvían
holgadamente el cuerpo. En el siglo V el traje era por lo general blanco, aunque las
mujeres los hombres ricos y los jóvenes alegres preferían otros colores. No solían usarse
sombreros por creerse que retenía la humedad del cabello tornándolo prematuramente
gris. Los hombres portaban por lo menos un anillo, las mujeres engalanaban con
pulseras, gargantillas, diademas, pendientes, prendedores y cadenas hebillas y broches
de materiales preciosos. Esparta reglamento el tocado de sus damas y Atenas prohibió a
las mujeres ponerse más de tres trajes al día.

IV.-La moral
Los atenienses del siglo V no eran precisamente unos dechados de moralidad. La
conciencia no los inquietaba demasiado y nunca pretendieron amar a su prójimo como a
sí mismos. Los modales variaban de una a otra clase. El saludo era cordial pero sencillo.
El estrecharse la mano se reservaba para casos de juramento, o de despedidas
solemnes, de ordinario el saludo era simplemente Jaire, es decir, “Alegrate” seguido de
una observación referente al tiempo.
La hospitalidad había disminuido mucho desde los tiempos homéricos, los extranjeros
serán bien recibidos aun sin presentación, un huésped invitado tenía siempre el privilegio
de llevar consigo a otro no invitado, esta libertad dio nacimiento con el tiempo a una clase
de parásitos. Las personas acaudaladas eran por lo general inclina a la filantropía. En
épocas de sequía de guerra u otras crisis, él estaba pagaba dos óbolos por día a todo
ciudadano necesitado. El griego podía muy bien decir que la honradez era la mejor
política, pero los ciertos es que él por su parte tentaba primero otros caminos, engañaban
cuanto podía. Los políticos no eran mucho mejores, apenas si hubo algunos de los que
intervinieron en la vida pública de Atenas que no hayan sido acusados de corrupción. No
es nada difícil encontrar griegos que hayan traicionado su patria. El soborno estaba a la
orden del día como medio para conseguir ventajas políticas, impunidad en los delitos y
éxitos diplomáticos. Era cosa corriente, aun en las guerras civiles, entregar el saqueo a la
ciudad conquistada, rematar a los heridos, dar muerte o reducir a esclavitud a todos los
prisioneros que no fuesen rescatados y a todos los no combatientes que se apresasen,
prender fuego a las casas, árboles frutales y cosechas, exterminar al ganado y destruir las
semillas, para futuras siembras.

V.- Carácter.
El vivir en estrecho contacto con el mar, las oportunidades que ofrece el comercio
y la libertad económica y política de que gozaban dieron a los atenienses una extremada
finura y flexibilidad de carácter e inteligencia, engendrando en ellos como febril afán, tanto
intelectual, sensual.
El ateniense medio era sensual, pero con una buena conciencia; no veían los placeres de
los sentidos género alguno de pecado, antes encontraba en ello es la más alcanzable
compensación del pesimismo que entenebrecía sus intervalos meditativos.
Gustaba del vino y no se avergonzaba de embriagarse de cuando en cuando; amaba las
mujeres de un modo físico que era casi inocente. Los atenienses eran demasiado
brillantes para ser buenos y sentían más desprecio por la estupidez que aversión por el
vicio.
No todos tenían, naturalmente, una inteligencia excepcional. Nunca pueblo algo no tuvo
más viva fantasía ni lengua más pronta. Un pensamiento claro y una clara expresión que
era para el ateniense cosa divina. El ateniense culto estaba enamorado de la razón y
pocas veces dudaba de la capacidad de ésta para comprender el universo.
El ansia de conocer y de comprender era su más noble pasión. Los atenienses eran,
esencialmente, animales competidores y se estimulaban recíprocamente con una rivalidad
casi despiadada. Sobresalían por lo astuto y eran tan tercos, disputadores y arrogantes
como los hebreos bíblicos, cuando no podían hacer la guerra otros países, se peleaban
entre sí. Eran cariñosos con los animales y crueles con los hombres, aplicando con
frecuencia el tormento esclavos inocentes y no consiguiendo el menor remordimiento de
conciencia.
Solían ser generosos con el pobre y el incapacitado, el oprimida y el perseguirán otras
ciudades encontraba en Atenas amable acogida y refugio. En realidad los griegos tenían
un concepto muy distinto del nuestro respecto al carácter. La vira mejor era la más plena,
rica en salud, vigor, belleza, pasión, bienes, aventura y pensamiento, la virtud que era la
condición viril. El hombre ideal para los atenienses era que combinaba la hermosura y la
justicia en un arte gracioso de vivir, en que se incluían la capacidad, fama, riqueza y
amistades y la virtud y la humanidad; a esta concepción acompañaba un cierto grado de
vanidad, los griegos nunca se cansaban de admirarse a sí mismos.
En su hogar dormían, pero vivían en el mercado, en la asamblea, en el consejo, en los
tribunales, en los grandes festivales, en las justas atléticas, y en los espectáculos
teatrales en que se glorificaba a la ciudad y a sus dioses. No se dolían de las exacciones
que el Estado les imponía por comprender él les ofrecía posibilidades de humano
desarrollo en medida hasta entonces desconocida; y por el establo combatían, con todo
empeño.

VI.- Relaciones extramatrimoniales.


Las mujeres respetables debían ir castas al matrimonio, pero entre los hombres
solteros, una vez pasada la edad de los efebos, pocas eran las trabas morales que se
oponían a los deseos. Los grandes festivales venían a ser como válvulas de seguridad
para el apetito carnal de las gentes, no se consideraba en Atenas indecoroso que los
jóvenes tuviesen ocasionalmente comercio con cortesanas, y hasta los hombres casados
podían frecuentarlas.
Atenas reconocía oficialmente la prostitución y gravaba con un impuesto a quienes lo
ejercían. La prostitución fue una profesión de gran éxito, con diversas categorías o
especialidades. La categoría inferior estaba formada por las pornai que vivían
principalmente en el Pireo, o en vulgares burdeles. Ocupaban un rango superior las
auletridas, o tañedoras de flauta, a quienes como las de geishas japonesas, se llevaban a
las fiestas de hombres solos, para amenizar las con su música y su alegría, ejecutando
danzas artísticas o lascivas, fraternizando con los huéspedes, si se les invitaba, y
pasando con ellos la noche. La clase superior de las cortesanas griegas la constituían las
heteras, eran mujeres de la clase de los ciudadanos que habían decaído de su
respetabilidad o que se negaban aceptar la obligada reclusión de las jóvenes y matronas
atenienses. En su mayoría fuesen morenas de naturaleza, se teñían el pelo de rubio por
creer que los ateniense las precedían blondas, y llevaban túnicas floreadas para
distinguirse. Gracias a sus lecturas ocasionales o a las conferencias a las que asistían,
algunas de ellas llegaron a adquirir cierta instrucción.

VII.- La amistad griega.


Los más serios rivales de las heteras eran los mancebos atenienses. Las
cortesanas no se cansaron nunca de denunciar la inmoralidad del amor homosexual. Las
leyes de Atenas privaban de la ciudadanía a quienes fueran objeto de galanteos
homosexuales. La afición que un hombre maduro sentía por un joven, o un muchacho por
otro, presentaba en Grecia todos los caracteres del amor romántico: pasión, devoción,
éxtasis, celos, serenatas, caricias, suspiros e insomnio.
Las auletridas se amaban unas a las otras con más pasión que a sus cortejadores, y las
pornaia eran escenarios de idilios de amor lésbico. ¿Cómo cabe explicar la extraordinaria
difusión que alcanzó en Grecia este género de perversión sexual? Aristóteles lo atribuía al
temor de la sobrepoblación.

VIII.- El amor y el matrimonio.


Los griegos conocieron el amor romántico, pero muy raramente en cuanto a causa
del matrimonio. Los poetas líricos hablan de amor abundantemente y aunque, de
ordinario, en el sentido del apetito amoroso. A medida que aumenta el refinamiento y la
poesía domina el ardor erótico, se hace más frecuente lo tierno y lo sentimental, y la
distancia creciente con que la civilización separa el deseo de su satisfacción, lleva la
fantasía a embellecer el objeto anhelado.
Todas estas cosas conducían, en la Grecia clásica, a relaciones de carácter
extramatrimonial más que al matrimonio. Los griegos consideraban al amor romántico
como una especie de “posesión” o locura, y se reían de quien pensara en él como guía
certera para la elección de cónyuge. Corrientemente el matrimonio se negociaba por
medio de parientes, o por casamenteros que miraban no al amor sino al dote. El griego,
por consiguiente, no se casaba por amor ni por gozar del matrimonio si no para
perpetuarse asimismo y al estado por medio de una mujer. Hecha la elección y aceptada
la dote, tiene lugar en el domicilio del padre de la novia la celebración de solemnes
esponsales en los que deben intervenir testigos, no siendo, en cambio, necesaria la
presencia de la desposada. El segundo acto tenía lugar en pocos días después, consistía
en una fiesta en la casa de la novia. El marido podía tomar, amén de su esposa, una
concubina. El adulterio únicamente se estimaba a causa de divorcio cuando lo cometía la
mujer. Para el hombre, el divorcio cosa sencilla, pudiendo repudiar a su mujer en
cualquier momento sin necesidad de declarar el motivo. La esterilidad era razón suficiente
de divorcio. Las relaciones sexuales, las costumbres y leyes de Atenas revelaban un
origen masculino y significaban un retroceso de matiz oriental.
IX.-La mujer.
Una de las cosas más sorprendentes de esta civilización la constituye el hecho de
que hubiese alcanzado un alto grado de brillantez sin la ayuda ni el estímulo de las
mujeres. El carácter oriental del matrimonio griego resalta a través de éste purdah
ateniense; la novia es separada de su linaje y llevada a vivir casi como una sirvienta a otro
hogar donde rinde culto a otros dioses.
No podía celebrar contratos ni contraer deudas fuera de cantidades insignificantes;
tampoco podía ejercitar ninguna acción legal y Solón había dispuesto que lo que se
hubiese hecho bajo la influencia de una mujer careciera de validez jurídica. No heredaba
los bienes de su marido cuando éste moría. Y hasta los errores en materia de fisiología
contribuían a su ejecución.
La mujer podía salir a visitar a sus parientes se amistades, convenientemente velada y
custodiada, tomar parte de las ceremonias religiosas e incluso asistir a la
representaciones teatrales; pero, fuera de esto, había de permanecer en el hogar y no le
estaba permitido asomarse a las ventanas.
Las mujeres de la Grecia del siglo VI contribuyeron en muy apreciable medida a
enriquecer la literatura griega, mientras que las de Atenas de Pericles nada aportaron a
ella. A finales de este período se inició un movimiento a favor de la emancipación de la
mujer.

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