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Creo que la película estuvo bien trabajada: nosotros como público podemos
predecir desde el principio que “hay algo muy malo aquí, Chuck”. Sabemos que,
aunque los realizadores se preocuparan por que la trama fuera predecible o no, es
fácil darse cuenta por todo el misterio que rodea a Teddy Daniels que en una isla
llena de locos, el loco es él. Lo interesante ahora es observar todos los detalles
que al entrar en su mente hacen que la historia que se crea a sí mismo para
justificar su estancia en ese sanatorio sea sumamente verosímil, al grado de que
nosotros mismos llegamos a creer en cierto punto del largometraje que las
experiencias que tiene nuestro alguacil en esta isla no son verosímiles, sino
veraces.
Como siempre, dejan para el final las piezas que hacen que el resto del
rompecabezas encaje, pero yo puedo adelantarme: nuestro protagonista se llama
en realidad Andrew Leiddis, veterano de la Segunda Guerra Mundial y alguacil de
una pequeña villa, donde vivía con su esposa Dolores y sus tres hijos, en una
casa que daba la espalda a un lago. Dolores se vuelve loca porque siente que hay
un insecto rondando en su cabeza, un sábado por la mañana decide ahogar a sus
tres hijos en el lago y sentarse en un pequeño kiosko a admirar el paisaje. Cuando
Andrew llega del trabajo descubre lo que ha hecho su demente cónyuge y,
después de llorarle a sus vástagos, asesina por compasión a la multi-homicida.
Las alucinaciones fueron el mejor escape de los recuerdos más retorcidos del
alguacil, pues en ellas tenía contacto con su difunta esposa asesinada y sus hijos
ahogados, a quienes ni siquiera reconocía como tales. Todo coincidía con su
fantasía, pues según él, cualquier alimento que ingiriera en la isla pudo ser el
motivo de semejantes y tortuosos delirios. Todo coincide con su fantasía, no se da
cuenta de que simplemente se trata de lo que ha vivido, ni más ni menos.