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Este sencillo argumento trágico no es más que el pretexto de José Emilio Pacheco
para platicar aquí entre nos sobre una tragedia mucho más severa, una más real y
que nos aplasta a todos: la de México. No importa cuánto tiempo haya pasado o
pasará, pues las circunstancias y las expectativas siguen siendo las mismas. Los
adultos de los años cuarentas se quejaban de “la inflación, los cambios, el tránsito,
la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el exceso de gente, la mendicidad, los
extranjeros, la corrupción, el enriquecimiento sin límite de unos cuantos y la
miseria de casi todos”, ¡qué casualidad! Es lo mismo de lo que se quejan los de
ahora. Desde hace mucho tiempo, México sigue en las mismas.
En nuestros días, parece impensable que existiera una ruptura entre la Iglesia y el
Estado como la que sucedió a finales de la segunda década del siglo XX, pero la
madre de Carlos la recuerda muy bien. Esa guerra en la que los mexicanos
lucharon por su derecho a la libertad de cultos, y de la que en los tiempos de
Carlitos sólo quedaban las memorias contadas, la llamada guerra cristera,
demostró que el pueblo mexicano es capaz de unirse. La causa es lo de menos, lo
importante es mantener una conciencia histórica de que somos capaces de
organizarnos eficientemente para lograr un objetivo.
Eso era así desde antes de la segunda Guerra Mundial y volvería a ser así ahora.
Los extranjeros vienen a México a buscar materias prima y trabajadores, los altos
mandos vienen de fuera. Hasta el más rebelde acabaría sometiéndose al poder de
las trasnacionales, como Héctor, que hoy es parte de la ultraderecha. Ahora lo
más importante era adoptar el inglés como segunda lengua, tal como el papá de
Carlos.
Personas como el Señor, el papá de Jim, abundaban en los círculos del poder,
todos acostumbrados a los fraudes al erario. Por eso se puede decir que México
no ha cambiado sustancialmente. Vivimos en el México de la infancia de Carlitos,
el de su adolescencia, su madurez, su vejez…