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Grupo 2652

El México de antier, ayer y hoy


Reseña crítica de Las batallas en el desierto
Por Mildred Yazmín Mendoza Valeriano

La historia es bastante sencilla: Carlos se enamora de Mariana, la mamá de su


mejor amigo. “Amor es un algo sin nombre que obsesiona al hombre por una
mujer”, eso representa Mariana para Carlitos, tal como reza otro fragmento de la
canción Obsesión, ésa que se convirtió en símbolo casi por antonomasia del
repentino sentimiento que invade a nuestro protagonista al conocer a su musa. Él
sabe de inicio que nunca habrá un nosotros, y quizá eso es lo que lo impulsa a
declararle su amor.

Este sencillo argumento trágico no es más que el pretexto de José Emilio Pacheco
para platicar aquí entre nos sobre una tragedia mucho más severa, una más real y
que nos aplasta a todos: la de México. No importa cuánto tiempo haya pasado o
pasará, pues las circunstancias y las expectativas siguen siendo las mismas. Los
adultos de los años cuarentas se quejaban de “la inflación, los cambios, el tránsito,
la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el exceso de gente, la mendicidad, los
extranjeros, la corrupción, el enriquecimiento sin límite de unos cuantos y la
miseria de casi todos”, ¡qué casualidad! Es lo mismo de lo que se quejan los de
ahora. Desde hace mucho tiempo, México sigue en las mismas.

Los niños veían la guerra cristera lejana temporalmente y el conflicto árabe-israelí


alejado espacialmente. Se trataba de eso, de un juego de niños: las batallas en el
desierto. Acababan de salir del horror de la segunda guerra mundial para entrar a
la época de la incipiente Guerra fría. Guerra tras guerra, así vivieron ellos y así
vivimos nosotros, en tensión constante.

En nuestros días, parece impensable que existiera una ruptura entre la Iglesia y el
Estado como la que sucedió a finales de la segunda década del siglo XX, pero la
madre de Carlos la recuerda muy bien. Esa guerra en la que los mexicanos
lucharon por su derecho a la libertad de cultos, y de la que en los tiempos de
Carlitos sólo quedaban las memorias contadas, la llamada guerra cristera,
demostró que el pueblo mexicano es capaz de unirse. La causa es lo de menos, lo
importante es mantener una conciencia histórica de que somos capaces de
organizarnos eficientemente para lograr un objetivo.

La segunda Guerra Mundial representó muchas cosas. La ciudad de Carlos,


nuestra ciudad, es el reflejo de la prosperidad que significó esa guerra para
México, y la consecuente ruina de la industria nacional a su término. En ese
entonces, lo que preocupaba en nuestro país era la invasión de las compañías
trasnacionales, especialmente norteamericanas, que abandonaban la industria
bélica para enfocarse en la producción de bienes de consumo, aplastando a las
débiles empresas mexicanas que tuvieron que optar por aportarles mano de obra.

Eso era así desde antes de la segunda Guerra Mundial y volvería a ser así ahora.
Los extranjeros vienen a México a buscar materias prima y trabajadores, los altos
mandos vienen de fuera. Hasta el más rebelde acabaría sometiéndose al poder de
las trasnacionales, como Héctor, que hoy es parte de la ultraderecha. Ahora lo
más importante era adoptar el inglés como segunda lengua, tal como el papá de
Carlos.

Esa realidad del trabajador, abandonado por el gobierno mexicano a su suerte,


también está ahí, en el retrato que hizo el autor de esta novela. Una mujer trata de
formar un sindicato e inmediatamente es despedida, ése era el gobierno de Miguel
Alemán, el Señorpresidente preocupado por una brillante imagen pública que
opacara todos los actos corruptos que él y sus allegados cometían a costa de la
población mexicana.

Personas como el Señor, el papá de Jim, abundaban en los círculos del poder,
todos acostumbrados a los fraudes al erario. Por eso se puede decir que México
no ha cambiado sustancialmente. Vivimos en el México de la infancia de Carlitos,
el de su adolescencia, su madurez, su vejez…

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