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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Asunción, capital paraguaya, por Chester Swann.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Colección personal del autor

TETRASKELION

ΤΗΤΡΑΣΚΗΛΙΩΝ

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Enigma, por Chester Swann

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

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UNA MAÑANA RUTINARIA
DE UN TIPO CUALQUIERA.
Asunción, mayo 4 de 1962

La desvencijada silla de basta madera añeja crujió (casi lastimeramente, se diría


si pudiésemos hacer analogías metafóricas de la vida de lo inanimado), al levantarse
Marino Bado de la misma con el inusitado esfuerzo que le significaba enderezar su
espinazo acostumbrado a la genuflexión.
Parecía estar, el rústico mueble, pidiendo piedad y relevo de servicio por jubila-
ción o caducidad perpetua de garantía.
Marino lo hizo perezosamente y a desgana —como casi todo lo que hacía…
cuando hacía algo con los músculos—; tras intentar afeitarse burdamente con una
gastada hojilla gillette semi oxidada, ante un espejo rajado y, tan menesteroso de
azogue, como Marino de alimentos caseros… o de conocimientos.

¡Oh, pobre sobrante anónimo de esa oscura sociedad colonial y recolonizada!


¿Vas a seguir uncido al falsamente dulce yugo de la fidelidad canil sin tiempo ni
horizonte alguno?¡Levántate y anda, pedazo de alcornoque!

_ ¡Carajo! –gruñó malhumorado al hacerse un pequeño corte en el mentón a


causa del mellado filo de la hoja—. ¡Justo ahora que no tengo ni una “curita” para…!
Apenas usó Marino una minúscula fracción de pastilla de jabón ordinario para
suavizar la riesgosa e irritante operación diaria y ritualmente obligatoria.
Es que una barba descuidada —y mucho menos crecida— no era políticamente
correcta por entonces. Tal vez gracias a Fidel, el detestado aliado caribeño de Moscú,
según los perifoneros radiales del gobierno que machacaban dos veces al día encade-
nando a todas las emisoras, como intentando encadenar mentes y pensamientos en
dirección a la alienada derecha amiga de los Estados Unidos, o por lo menos en con-
cubinato de conveniencias con el autodenominado “mundo libre”.

¡Oh, pobre abúlico desinformado y ágrafo! ¡Si supieras los goces del esfuerzo
intelectual y de los dulces frutos de la dignidad asumida y mantenida a ultranza!

Por fin, tras terminar de rasurarse como pudo, se incorporó nuevamente y con
similar parsimonia; sin hacer caso del crujido de su maltrecha silla, para desinfectar el
corte con unas gotas de alcohol de quemar del infernillo de hojalata que usaba para
prepararse café… cuando tenía con qué —entre el primero al diez de cada mes —en
que su exiguo salario se evaporaba con premura—, dejándolo en la vía, solo, seco y
hecho piltrafa. Suspiró casi desacompasadamente al sentir en sus entrañas la falta de
cualquier comistrajo que aliviara su vacuidad.
Tras restañar las rebeldes gotitas de sangre con un pañuelo semisucio, se dispuso
a salir rumbo a su empleo de medio tiempo en el Registro de Estado Civil, central
Asunción.

¿Eres consciente, Marino Bado, de estar atrapado como una ingenua mosca en
esa telaraña pegajosa de la adulonería barata al más alto? Tal vez sí, o tal vez ni

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siquiera pensases en ello, salvo cuando tus entrañas famélicas te exigieran satisfac-
ción… en vano. ¡Sacúdete la modorra!

Pero así era el sistema político paraguayo de los sesenta. Imperando el culto casi
religioso al caudillo, al jefe, al jerarca máximo, casi como un dogma de remembran-
zas cesaristas de oscuras épocas imperiales. Y el hecho de vivir en pleno siglo veinte
no significaba estar libre de imperios, que los había, aunque de diferentes matices y
colores, aunque del mismo jaez autoritario.

_ ¡Mierda! —exclamó en voz alta y evitando repetir la blasfemia anterior. al ver


en su sucio espejo sobre la corbata aún mal anudada—, una imperceptible mancha
de sangre.
Es que hasta para las interjecciones y blasfemias tenía escaso repertorio catárti-
co, pero sería peor al escribirlas, salvo que aprendiera a hacerlo y con buena letra.
Por suerte la manchita hacía juego con el obligatorio color punzó de su corbata
oficialista y haría falta mucha perspicacia visual para percibirlo.
Tras acomodarse nuevamente la corbata, buscando dejar la manchita dentro del
nudo, recordó que ese día 4 de mayo era asueto nacional. Si bien no habría oficina,
sí debería concurrir obligatoriamente al homenaje anual de recordación de esa dudosa
epopeya golpista. Masculló otra interjección en voz baja tras intentar recordar una
palabra menos escatológica, ya que iría dirigida al Presidente y su entorno.

¿Has caido en cuenta de tu misérrima existencia acomodaticia? ¡Seguro que no,


porque para ello hay que estar despierto y alerta, estoico y prudente!
Y estás, oh pobre Marino, a muchos años luz de distancia de la luz de Logos…cerca
y lejos al mismo tiempo, como la muerte.
.
Tornó a echar una mirada desolada y no exenta de tristeza, a su derredor lindante
con la miseria y la abundante escasez —si el oxímoron es soportable— que lo acom-
pañaba, como burlándose de él y su pereza casi congénita y conformista.
Pensó unos instantes en sacudir su cama y solear su casi destripado colchón,
aprovechando ese mínimo tiempo libre, viendo el por qué su amante ocasional prefe-
ría invitarlo a su pulcro apartamento privado; para evitar la vergüenza de yacer en ese
desaseado lecho cubierto de polvo y sudores y quizá infestado de sabandijas, diminu-
tas pero molestas.
Su cama turca de plaza y media—también crujiente y chillona con un elástico
vencido, tenía además déficit de equilibrio— con una pata ortopédica de ladrillos
burdamente apilados. Tal vez supliendo a la original y ahora ausente, de rústica
madera y que lucía revuelta como batalla campal irresoluta.
Esperaba, quizá con paciencia la paupérrima yacija, alguna piadosa pero enérgi-
ca sacudida para esparcir su polvorienta cobertura por ahí.
Le hacía falta sin duda alguna, a Marino Bado —aún soltero, perezoso y sin
compromiso ni siquiera consigo mismo—, una mujer abnegada y heroica, no carente
de maternal autoridad, que aliviara su abulia solitaria y su poco pulcro desorden ma-
lamente administrado entre entradas y salidas laborales. Bueno, es un decir, que labo-
rales no significa que fuera trabajador, sino más bien un empleado supernumerario de
planilla burocrática; y, si algo hacía era papar moscas entre mandado y mandado
fuera de la oficina, pasar el cepillo a los jefes o sacudir plumero a los archivos; lo que
no requería altas calificaciones más allá de la obsecuencia debida al superior.
De pronto, recordó nuevamente que ese día era asueto por ser el octavo aniversa-
rio del golpe cuartelero que derrocó al último presidente civil. Por tanto no habría

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oficina y tendría libre, aunque en realidad debería hacer acto de presencia en el Pan-
teón de los Héroes en un homenaje al general por haber reatado los hilos de la histo-
ria, al decir del titular del diario oficialista “Patria”, ahora tirado en un rincón sin
haber sido leído. Tal vez aguardando ser utilizado para viles menesteres escatológi-
cos de coproteca pública.
A decir verdad, los propagandistas del general eran imaginativos al crear un eu-
femismo metafórico de un vulgar “cuartelazo” o golpe de estado lindante con la trai-
ción.
_ ¡Ojalá se hubieran enredado esos malditos hilos! —pensó, casi en voz alta,
aunque era consciente de que, tal como estaban las cosas, era mejor reprimir los pen-
samientos y acogerse a los dudosos beneficios de la autocensura controlada, dirigien-
do sus pensamientos hacia su caletre sin emitir más que un silencio neutro a extrabo-
ca.
La calle estaba dura y él lo sabía. Una queja suya mal oída y peor interpretada
sería causal de despido inmediato. Especialmente en esos tiempos aciagos en que la
policía veía conspiradores hasta en las sacristías, cuando no en los cementerios, que
hasta los finados eran sospechosos por portación de apellido.

¿Recuerdas, Marino Bado, esos instantes en que la inteligencia hacía tímidos


intentos para tomar por asalto tu mente? Sólo la pereza resistía denodadamente esos
embates y siempre salía victoriosa e invicta. ¡Ah, pobre infeliz que eras capaz de
venderte por mendrugos ignorando tu propio potencial dormido!

Pero de igual manera suspiró desconsolado; pues al menos si no fuese asueto


comería algo de las propinas y migajas de los compañeros en su trabajo. En esos
momentos no tenía ni para un pedazo de pan seco y se vería obligado a pasar el día en
soledad y dormir con el estómago vacío; salvo que doña Nimia, la amable y generosa
dueña del inquilinato, le convidara a comer algo… como pago de favores y algo del
elixir de su juventud; de su desperdiciada juventud, se diría, que por ahí iba la cosa.

No podría fiar de la anciana almacenera ni un bocadillo, hasta adelgazar al me-


nos parcialmente la libreta a fin de mes. Volvió a suspirar como locomotora fatigada
y no halló nada mejor que sentarse al borde de su cama para ver si se le ocurría algo.
Sólo la señorita Nimia podría aliviar su famelitud… a cambio de un poco de
mimos desganados que con que la noble mujer aceptaba también apenas para ayudar-
lo a superar su inopia forzada, aunque sin saber cómo sacarlo de su marasmo conti-
nuo.
Mas a fuer de sincero, los favores más los debía él, bastante más que la señorita
Nimia., a la que aliviaba su soledad de tanto en tanto en trueque de rentas atrasadas y
algunos mimos para-maternales, que buena falta le hacían, aunque no cayera en cuen-
ta de ello y sólo le importaran sus tripas subalimentadas.

Su descascarado cuartucho de inquilinato con ínfula de departamento de soltero


ostentaba —sin orgullo, fuerza es creerlo—, descascaradas paredes que imploraban
revoque, raqueta y pintura nueva. Apenas disimulaba sus resquicios y revoques rotos
con algunos afiches de Brigitte Bardot, Claudia Cardinale, Diana Dors, Marilyn Mon-
roe, Jayne Mansfield y otras blondas y bien turgentes bellezas; salvo Marilyn, que
hacía poco ingresara al reino de la leyenda, barbitúricos mediante legando su erotis-
mo a los gusanos necrófagos.

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Todos los cromos eran de similar jaez, con estrellas pin-up de entonces, ligeras
de cobertura textil pero luciendo miradas sensuales y pícaras sonrisas de anuncio de
crema dental. ¡Lástima que fueran de frío papel nomás y no reales, de carne y tibio
glamour!

La dueña del inquilinato y ocasional amante de Marino, Nimia Peralta, celaba


furtivamente de tales afiches que parecían burlarse de ella y sus cuatro décadas y pico
desde la cribada pared.
Más de una vez deseó arrancarlos y mandar revocar para pintarla de nuevo y
sacarlas para siempre d“e la mente de su amigovio de ocasión. Pero el magro alquiler
que cobraba —a veces sí, a veces no— no daba para esos lujos y todos sus inquilinos
bordeaban la indigencia más cruda, aunque fueran trabajadores honestos. Los tiem-
pos estaban duros y estrechos por entonces, pese a los propagandistas del régimen
que pintaban las siete maravillas sin ponerse colorados de vergüenza, pues por ser
colorados de partido, no la tenían agendada en sus rostros.
¡Eso sí! En una de las esquinas, Nimia había hecho construir —o mejor dicho,
ampliar una antigua construcción existente— a dos pisos; bien arreglada para su apar-
tamento privado¸sancta santórum misterioso de alta privacidad al que ni siquiera su
favorito accedía sino en muy contadas ocasiones y con mucha furtividad.
Nunca ninguno de sus inquilinos había accedido al mismo, salvo Marino. Pero
todos ignoraban las intimidades de esa solitaria dama; salvo que vestía con sobriedad
y elegancia y parecía ostentar una cierta categoría heredada de ancestros venidos a
menos, aunque éstas eran meras suposiciones de las lenguas rápidas de mentes ocio-
sas de la vecindad.

¡Cómo te sientes bien, Marino, bajo las alas de esta mujer olvidada del tiempo y
aún bella y distinguida como una flor de loto sobre el pantano en que chapoteas hasta
hoy! ¿Cuándo comenzarás a valorar lo que la vida te ofrece y tu pereza conformista
rechaza o ignora?

Y esta ala del inmenso patio rodeado de habitaciones de alquiler, árboles um-
bríos y otras plantas frutales y florales, era bastante disímil a los apretados cuartuchos
de renta, como el que nos ocupa.
Sin embargo, para Marino Bado, su cuarto de renta económica era lo mejor —lo
único, se diría con propiedad— a que podía aspirar, a causa de su mezquino salario de
empleado público supernumerario y, ncima culturalmente mediocre.
Tampoco los otros habitantes del conventillo eran solventes en demasía, ya que
apenas se las rebuscaban como jornaleros portuarios, changadores o maleteros de los
paquebotes diarios a Buenos Aires o peones de limpieza municipal. Tampoco habita-
ban un barrio residencial ni mucho menos. Vivían o sobrevivían en las cercanías del
puerto asunceno, pero al menos cerca del centro y con mucha actividad nocturna de
bailantas, prostíbulos y perigundines de baja ralea entre las calles Colón, Río de la
Plata y callejuelas innombrables ajenas, rehusadas al plano catastral de la ciudad.
También había en esa fauna humana vendedores callejeros de cualquier cosa;
desde gafas de sol falsificadas a cigarrillos de contrabando,
A veces, Marino pensaba —algo poco habitual en él— que una Asunción de
nocturnidad clandestina y arrabalera, pero alegre y despreocupada, habitaba el cora-
zón de otra: diurna, estresada, obrera, burocrática y comercial; y que se desconocían
y se ignoraban mutuamente entre sí, aún ocupando el mismo espacio físico.

Más de una vez, Marino Bado oyó al pasar que las señoras amas de casa del
barrio se santiguaban al paso de “las mujeres de mala vida” que circulaban por las

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noches como si se abrieran las puertas del infierno para soltar súcubos-hembras a
tentar a sus varones con sus casi marchitos encantos; apenas disimulados con maqui-
llaje, percal, chalinas de seda sintética y las piadosas sombras nocturnas en cuyas
entrañas todos los gatos son pardos.

Una sorda picazón, Marino, se te incrustó en el alma, justo ahí donde no alcanza-
rías a rascarte ni aún con cuatro manos.

¿Eran —esas pobres mujeres, obligadas a alquilar el cuerpo a la lascivia varo-


nil— más prostitutas que quienes vendían su conciencia y su ética al tirano, al partido
o al mejor postor, en insospechables horas de oficina?

No supiste, Marino, responderte inmediatamente, pero la vida te daría la respues-


ta en tu propia carne.

Estaban en los inicios de una época oscura; en la vorágine de un orden impuesto


desde Washington y atados al carro triunfal del State Department y sus agencias
asesinas de ¿inteligencia? Sí; la inteligencia era la primera víctima de sus esbirros
locales y primera en lista de sospechas de los alumnos de Fort Gulick 1 .
Aunque en su pueril ignorancia, Marino prefería creer a los buenazos cow boys,
como heraldos alados de la libertad y la democracia, de la “alianza ¿para el progre-
so?” del cínico John Kennedy disfrazado de bonachón ingenuo y esa cantinela de
marketing que vendían “Visión”, el “Reader´s Digest” y algunos medios impresos
locales adictos. No los imaginaría jamás en su real papel de instructores de la intole-
rancia, la tortura y esa vaina represora, envuelta en papel de regalo por Kennedy Dean
Rusk, Mc Cone y Mc Namara2 . Todo ello bajo el insospechable disfraz de la coope-
ración para el desarrollo y donaciones de católicos americanos a cambio de agachar la
cerviz hacia el norte.

Para los propagandistas de la extrema derecha, todo lo siniestro, feo y sucio ve-
nía de Moscú vía Cuba. Todo lo idílico y limpio venía de los libérrimos Estados
Unidos. Tal era el dogma impuesto a la vida política paraguaya y del resto de Suda-
mérica. A veces por la violencia encubierta y el terror desembozado a cargo de sátra-
pas nativos, que ni siquiera hablaban castellano pero ya pensaban en inglés.

Así estaba escrito y así debías creerlo e interpretarlo, como sacra doctrina, aun-
que poco y nada supieras de política internacional ni de macro intereses corporativos
hegemónicos. Tal vez por ser tú, Marino, asiduo espectador de bodrios bélicos ho-
llywoodenses estarías programado para creerlo así; ya que poca lectura hubo desfila-
do por tu mirada y la televisión aún seguía siendo un mito de ciencia-ficción en el
Paraguay de “la segunda reconstrucción”.
Tú, Marino Bado te sabías sobrante, chimbo, anónimo, adocenadamente medio-
cre y bueno-para-nada, como cualquier militante desganado de una seccional colora-
da3 del gobierno, pero convencido de que todo estaba bien y había que acomodarse en
1. Base americana situada entonces en Canal Zone, Panamá, sede de la SOA, ahora en Fort Benning,
Georgia (USA).
2. Presidente, secretario de estado y director de la CIA y secretario de defensa en ese tiempo.
3. Comité barrial o urbano del partido, si el que esto lee es extranjero o extraterrestre. N. del a.

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la horma.

Si pudo lograr calzar —malamente y a rastras en una oficina de cuarta— era más
por la amistad materna con un político de su pueblo antes que por méritos propios.
En realidad, ninguno propio tenía este ecce homo, y los pocos que ostentaba eran
prestados; pero al menos no se jactaba de esto aunque le daba vergüenza confesarlo,
que al menos entonces aún la tenía. Pero no demoraría en perderla poco a poco, como
las mariposas del vecindario que sólo se sonrojaban con derroche de carmín. Pero la
vida tiene sus vueltas y, aún sin saberlo Marino Bado, su destino tenía otra brújula
futura que no apuntaría precisamente hacia la estrella polar.

Cuando lo incorporaron medio a regañadientes al Registro Civil, probaron sus


menguadas aptitudes y debieron rendirse a la evidencia, descubrieron que con un
poco de entrenamiento quizá podría servir en limpieza de mesas, agitador de plume-
ros, acomodador de papeles. Y, de tanto en tanto, salir a comprar algún comistrajo de
rancia fritanga, harto colesterol y escaso valor nutricional, como tentempié de media
mañana, para sus superiores y compañeros de mayor rango y poder adquisitivo.

Es decir: eras, un pinche, ordenanza raso. Además serías útil para hacer número
bruto —y nunca mejor expresado— en concentraciones partidarias oficialistas y ha-
cer vítores y hurras sobre pedido de los caudillos, cazavotos y operadores del partido.
O como agitador de banderas partidarias, que con los plumeros, era lo único que se
permitía agitar por ese entonces sin caer en listas negras. ¿Recuerdas hoy, Marino,
tus oscuros antecedentes?

En tal modesto rol pasaría gran parte de su adolescencia tardía hasta los días
presentes en este relato jacarandoso acerca de esos años de plomo. Entonces, se
hallaba sobre el umbral de los veinte y apenas licenciado del servicio militar, por
inapto e inepto.
Lo sabía y, por estar consciente de ello, nunca se atrevió a cuestionar nada a sus
superiores, ni a solicitar aumento de salario, que cuando juntaba coraje para hacerlo,
sus jefes lo miraban como quien ve a una cucaracha cerca de su plato de comida… y
se desmoralizaba por completo.

Desafortunadamente, para él, desde pequeño le habían inculcado, o inoculado


con el virus infame de la resignación fatalista propia del catolicismo; y lo sufría con
estoicismo digno de mejor causa.
Esto también, por desgracia, le hizo inmune al conocimiento y a la razón.

_Dios no lo quiso —pensabas entonces como buen creyente en lo increíble, y


regresabas a la cortina de promiscua oscuridad que parecía envolver tu vida tornándo-
te inadvertido entre tus compañeros de oficina, quienes cada tanto tropezaban contigo
en los pasillos ignorándote como si fueses pared de vidrio o periódico de ayer, sólo
útil como sucedáneo de papel higiénico de vil menester escatológico.

Eso sí, era rápido para los mandados menores y a pesar de sus carencias escola-
res, nunca se quedó con el cambio ni alivió sus tripas con el dinero o picando bocados

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ajenos, aunque lo sedujeran los apetitosos aromas de las fritangas, pasticholas y las
grasientas butifarras asadas con mandioca que traía a sus superiores, mientras sus
lombrices protestaban a por lo suyo desde sus famélicas entrañas. Al menos era
honesto entonces, alejado de las mieles de la corrupción… todavía.
Pero se contentaba de momento aguardando tiempos mejores, intuyendo que ya
tomaría su revancha contra la mala fortuna. Trataba él —dentro de su exigüidad
intelectual y cognoscitiva— de hacer buena letra con sus superiores jerárquicos, lo
que en el Paraguay de entonces equivalía a hacer política. Es decir: genuflexión,
lisonjas y exégesis del más alto para ser tenido en cuenta.
Marino volvió a visualizar fugazmente en la imaginación a las damiselas de la
noche y no pudo evitar comparar a sus compañeros de oficina y correligionarios ofi-
cialistas con ellas, aunque su menguada imaginación le retaceó un espejo imaginario
en qué retratarse o auto retractarse.
En el Paraguay de la Guerra Fría toda filosofía que no emanase de la patrística
aristotélica-tomista era sospechosa de herejía y toda disconformidad, tachada de sub-
versiva, casi como en la España del generalísimo ¡por la Gracia de Dios! Que manda-
ba desde 1939 en la madre patria castellana.

Los instructores de la brutal pero poco inteligente Escuela de las Américas inci-
taban a desconfiar de cuanto oliera a social o popular, salvo la música pop y su aura
invasora británica; de agresivos flequillos, estruendosa percusión y estridentes guita-
rras.
Sólo las barbas no eran bien vistas por ser parte de un look revolucionario de
remembranzas guerrilleras… o intelectuales, lo que podría ser peor.

Pero lo más humillante para él, aparte de lucir corbata colorada, era asistir —
arreado en camiones como ganado—, a las tan frecuentes como obsecuentes concen-
traciones de apoyo al general presidente y único lider de su partido, donde se pasaba
lista para detectar a los apáticos, remisos, raboneros, defecciosos o tibios, que si pu-
dieran hasta medirían los decibeles de los vítores desaforados de los idiotas y los
hurras de los beodos “operadores” para calificar correctamente su fervor o corregirlos
airadamente si no daban la nota altisonante.

No todos eran fanáticos rabiosos en esas dudosas patriadas, que estaban también
los café-con-leche, según solía decir el general por quienes no lo apoyaban a ultranza
y con indisimulado fervor, dando legitimidad a su gobierno de hecho, que no de dere-
cho.
Y en esas ocasiones, Marino, tus ausencias serían más advertidas y notorias que
tu presencia por alguna rara ley dimensional ajena a la física.

En una ocasión recordaba haber asistido con casi 39 grados de fiebre gripal, pero
estaba tan malo que omitió contestar ¡presente! al que tomaba lista, lo que casi le
valiera una suspensión por una semana, hasta que un compañero certificó bajo jura-
mento haberlo visto entre la multitud de infradotados fervorosos y tiritando de fiebre.
Y él, si bien se sabía un café-con-leche, nunca osaría faltar a los actos políticos
del partido por temor a perder su zoquetillo público con sabor a hueso descarnado, ni
se permitiría quedar en la inopia y sin recursos, en medio de una ciudad inmisericorde
y ajena, lejos de su bucólica aldea interiorana, donde aún sumergidos en la pobreza

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nunca faltó leche y miel.

Además, debía aplaudir y desempeñar otras tareas de comparsa sin chistar, que,
al decir de un jefe: “la calle estaba dura como para hacerse del retobado con los
superiores y el partido en función de gobierno al que usted debe el puesto que ocupa”.

“—No hay mentira que no encierre una porción de verdad;ni una verdad que no
contenga alguna mentira, aún en una proporción mínima” —te dijiste a ti mismo en
lo más profundo del coleto, en uno de tus raros momentos de lucidez, como haciendo
danzar tus raleadas ideas en el maremágnum disperso de las palabras no dichas entre
las desdichas cotidianas. Una suerte de filosofía clandestina de entrecasa, con la cual
a veces entretenías tu soledad y ejercitabas tus cansados pensamientos en soliloquio
casi onanista. Tal vez a falta de interlocutor de confianza y compañía femenina com-
placiente y audaz.

Siempre sus superiores le enrostraban que su cargo —malpagado y humillante


como el que más— se lo debía al partido y era su deber cívico coadyuvar a que el
partido al que pertenecías siga por siempre en el poder. Tal la lógica de los jerarcas
que también se sentían fusibles a la menor variación del humor del autocrático gene-
ral de ejército y comandante en jefe de las gloriosas fuerzas armadas de la nación; un
título de dudosa nobleza —más largo que puteada de tartamudo italiano que arrastra-
ba el Presidente, tras de sí—, enganchado a su nombre y apellido como locomotora de
un fatigado tren en cuesta empinada lleno de vagones vacíos.
Imaginó, Marino Bado, su espacio vital ausente, ajeno y lejano como su pueblo
de origen en el interior. Faltaban diez días para fin de mes y sus faltriqueras conte-
nían más aire que metálico y más deseos insatisfechos que realidad.
Tampoco se animaba a seguir fiando de la despensa, pues la severa señora pro-
pietaria le enrostraba deudas atrasadas aún no saldadas memorizadas en una sucia y
ajada libreta manchada de números rojos y marcas de dedos grasientos.

Ese soñoliento 4 de mayo lo pasarías hambriento y en soledad, salvo que la pro-


pietaria del inquilinato te hiciera una sigilosa visita a media mañana invitándote a su
apartamento privado.
Si así fuera, aliviarías temporalmente la vacuidad de tus tripas y quizá la libido,
aunque malditas las ganas que tenías de un desahogo erótico con apetito atrasado y
bolsillos llenos de nada como cerebro de ministro sin cartera. Ignorabas entonces, que
esa noble mujer te ataría a su carroza vital con lazos más poderosos que los que te
uncían a la obsecuencia partidaria. ¿Recuerdas, zopenco?

Suspiró ante el sastroso y gastado pero implacable almanaque como alimentán-


dose del mero aire, todavía sin coste, mientras se ajustaba torpemente la horca de
rigor: es decir la obligatoria corbata punzó que debía ostentar en la Plaza de los Hé-
roes; algo desteñida por el uso continuado y el lavado de manchas grasientas de boca-
dos baratos, pero aún batalladora y algo presumida. Felizmente no tenía necesidad de
transporte para acudir a sus funciones burocráticas de lunes a viernes y sábados por la
mañana.
Hacía apenas un año que el gobierrno había decretado el sábado inglés para las

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oficinas administrativas, desde las once horas; una suerte de puente para prolongar el
fin de semana del ocioso funcionariado público.

La señorita Nimia apareció por su cuarto al notar la ausencia del candado con
que solía asegurar su puerta durante sus salidas laborales. Golpeó suavemente antes
de entreabrir la indiscreta y chillona puerta de bastas tablas mal clavadas.
_¿Se puede…? —preguntó con voz cantarina y mimosa Nimia desde el umbral.
_Adelante —respondió Marino a medio vestir y a todo bostezar—. Había olvi-
dado que hoy iba a ser asueto en la oficina por el 4 de mayo… aniversario de… ese
golpe del general contra Chávez… pero igual tengo que estar a las diez y media en el
Panteón para una manifestación de homenaje al Presidente… y encima a pata limpia.
_Tenemos tiempo, Marino. Te espero en mi departamento para desayunar y
mimarnos un poco ¿Qué te parece? Y te daré para el tranvía, para que no llegues
tarde a la plaza.
Marino respondió afirmativamente con la cabeza.
Siguió dócilmente a Nimia, casi a medio vestir, con la corbata desanudada y con
las tripas rugiendo, hasta su apartamento de dueña de casa.
Nimia no demoró en darse cuenta del estado de su joven e insolvente amante-
inquilino y discretamente lo invitó a pasar al pequeño comedor-cocina, donde ya
humeaban dos recipientes de servicio con matecocido y leche caliente.
Marino debió disimular su ansiedad por devorar cuanto había sobre la mesa, pero
un mínimo sentido de urbanidad lo contuvo, aunque a pesar suyo. “Si hay miseria
que no se note” se repitió en su caletre, adoptando una pose de quien acepta un convi-
te a regañadientes y por obligación caballeresca.
Tras la refección, siempre con docilidad siguió a Nimia hasta el dormitorio, de-
jándose magrear por ella pasivamente. Apenas sintió que ella estaba saciada, se vis-
tió apresuradamente para asistir al acto de homenaje al Presidente, en el Panteón de
los Héroes. Si bien Nimia le tendió un billete para el ómnibus “y algún bocado”,
prefirió guardarlo para comer yendo a pie, que la distancia no era de dar terror. En
realidad no era la primera vez que debía caminar. Normalmente iba a pie a su oficina.
Le bastaba caminar unas doce cuadras con sus muy gastados zapatos, aunque
tenía que salir un poco más temprano que de costumbre cuando no disponía para el
destartalado colectivo con que acostumbraba viajar… cuando le sobraba con qué.
Claro que esos excedentes eran poco frecuentes; que más eran los estrechos días
de mengua de recursos.
Los fines de semana en soledad eran una tortura para Marino Bado, sin blanca
para pagarse una entrada en algún cine barato de pornochanchadas de factura brasile-
ña, o manducarse un indigesto condumio en algún bar de mala muerte. Generalmente
Nimia solía visitar a su madre en Capiatá los sábados y domingos, dejando a su aman-
te en compañía de su propia y desamparada soledad contemplando a sus bellezas de
papel que lo incitaban, a veces, a comulgar con Onán.
Si hacía mal tiempo, generalmente en invierno, aparecía por allí con una estufa
elécctrica, sábanas limpias y una abrigada manta para hacer el amor con el jovenzue-
lo, quien se dejaba poseer pasivamente por ella. Claro que esos fines de semana no
eran muy frecuentes, pues en el Paraguay los familiares son prioridad uno por sobre
cualquier otro compromiso.

A decir verdad, Marino, tu situación no era como para provocar envidia a un

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

desocupado consuetudinario; ni siquiera a un lustrabotas callejero. Éste, al menos se


ganaba la pitanza al día dando brillo a los cueros ajenos. Pero tú, Marino —aún en tu
abyecto papel de succionador figurado de calcetines y cepillador de tus superiores—
malpasabas meses enteros subalimentado y falto de ánimos. ¡Y eso que solías presu-
mir, cuando visitaba brevemente tu pueblo, de una posición aún lejana y casi inalcan-
zable de prosperidad!

No supo por qué volvió a recordar al pícaro Lazarillo de Tormes, uno de los
pocos libros que hubo leído en su vida. Pero sobre todo al anónimo hidalgo escude-
ro… que mondando sus dientes con un palillo fingía satisfacción y plenitud mientras
el hambre le devoraba las entrañas.

Te pareció percibir de pronto algún espíritu distraído merodeando en la modesta


habitación que te albergaba. Quizá sería tu padre, del cual hacía años que ignorabas
su paradero y tal vez ya habría muerto, que en esos tiempos nunca se sabía, que era
tan facil desaparecer por cualquier motivo, incluidas deudas y malos amores; que de
los otros motivos…mejor no hablar.

Su madre —separada por defunción violenta de su última pareja—, aún vivía en


una lejana aldea del interior. Fuese lavando ropa ajena o vendiendo hierbas medici-
nales, iba tirando. Pero se negaba a abandonar su pueblo. Dizque para no contami-
narse con la podredumbre de la capital.
Aunque harta razón la asistía para rehusarse a las eléctricas luminarias urbanas.
Evidentemente la buena señora Mariana, no tenía vocación de mariposa fototrópica
ni mucho menos y seguía aferrada a las candelas y a los farolillos de kerosén.

—Debo aguantar, como sea, hasta el ventiocho —díjose a sí mismo, como con-
solándose de sus carencias—, y, si tengo suerte, por ahí algún compañero me presta
aborígenes4 para no correr la liebre, por lo menos hasta el día de pago.
unos aborígene
Se abstuvo de echar una maldición en alta voz, por si alguien atisbara por ahí
cerca; que entonces era herético mostrar disconformidad con la situación. La inquisi-
ción política era tan densa en el Paraguay del autócrata militar, como la religiosa de
Roma en los siglos oscuros del medioevo.
Hacía cuatro años que su exiguo salario se había congelado “por razones presu-
puestarias”, aunque el costo de la vida creció inflado casi al doble. Es decir que, si
antes apenas llegaba a fin de mes apretando el cinturón y obviando mediasuelas, aho-
ra tocaba con suerte la quincena casi a rastras, pero ya estaba resignado y curado de
espanto, limitándose a restringir algunos gastos en calzado y vestimenta, que si pu-
diera prescindir del cotidiano condumio lo haría, pero las vísceras exigían lo suyo con
insidiosa puntualidad; hasta parecía que sus entrañas poseían un reloj biológico de
alta precisión.
De todos modos, se repitió, no está muerto quien pelea y si hay miseria, que no se
note en lo posible. Si bien tenía certeza de que su amante no le haría faltar nada, un
oculto sentimiento de vergüenza y un pálido atisbo de dignidad le impedían exponer
sus carencias a la señorita Nimia y sólo se limitaba a aceptar, como quien no quiere la
cosa, cuando ésta lo convidaba algún bocado.

¡Oh! Si pudieras resumir tus desdichas, no hallarías otra causa que tu notoria

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

pereza intelectual, tu aversión a los libros y tu relajamiento moral propio de esa épo-
ca.
Pero hasta para eso eras perezoso y conformista. Estúpidamente apático y fiel
reflejo de la sociedad en que vivías o sobrevivías. Aún sabiéndote zaherido por sus
compañeros más afortunados y mejor ubicados en el palo del gallinero, debías apa-
rentar conformidad hasta que los más altos se dignaran a reparar en ti invitándote a
trepar un palo más arriba de ese gallinero donde reinaba un solo gallo en jefe bajo el
patronazgo del Granjero Mayor de la lejana Washington, D.C. y sus bobos bovinos
australes que seguían paciendo estúpidamente en el patio trasero creyéndose libres y
amparados por los cowboys del norte, de los de los abigeos moscovitas del este.
¡Despierta, imbécil, y busca la realidad que es la única verdad.

Salió esa mañana a buen tranco, tras mirar la hora del despertador. Su reloj de
pulsera se hallaba reposando en un montepío cercano por tiempo indefinido y pocas
esperanzas quedaban de rescatarlo. Pero hasta eso dejó de importarle, habiendo deja-
do toda esperanza, tal como rezaba en el imponente pórtico del infierno de Dante.
Apenas la señorita Nimia le llamaba la atención de vez en cuando para que cui-
dara de sí mismo y su pulcritud, cosa que hacía de vez en cuando y a pesar suyo, como
renunciando a toda lucha para dejarse arrastrar por la corriente cual un pez enfermo,
sin resistencia.

_Mirá, Marino. Si andás así, ni la hora te van a dar —le decía con ese odioso
tonillo para-maternal de reproche—. No hagas que te echen por desaseado. No olvi-
des que prometieron nombrarte y ¿Cómo te van a nombrar con esa facha? Si te hace
falta alguna camisa, avísame nomás, que te puedo prestar algo… hasta que cobres.
_No, señorita Nimia (aún se sentía obligado a guardar distancias pese a la intimi-
dad y no la tuteaba). Gracias. Voy a lavar mi ropa esta tarde. Hoy es sábado y para
el lunes ya se ha de secar…
Nimia no creía en demasía en las tímidas palabras de Marino, pero intentó simu-
lar que creía en él. Mas nunca sabría la razón por la que llegaron a intimar; al princi-
pio como en lúdica broma, luego con un poquitín de audacia erótica, hasta convertirse
en amantes funcionales de tiempo libre, aunque pocas veces coincidían ambos en
niveles de libido.
Claro que eso no sería un amor romántico; ni siquiera pasión estacional o fero-
monal, sino algo más profundamente superficial —con perdón del oxímoron—, como
la conjunción de dos soledades unidas con el engrudo de una libido bilateral activa
pero insatisfecha.

Aún era la hora siete menos veinte, por lo que si apuraba el paso, llegaría a su
oficina en tiempo para marcar su ficha, aunque haciendo sufrir a sus viejos zapatos.
Eso sí, su estomago clamaba por un café con leche caliente, pan y mantequilla, con
los que solía engañar a sus entrañas cuando los tiempos mejoraban o cuando visitaba
a Nimia. Ahora su viejo refrigerador prestado de la casera del inquilinato estaba lleno
de hielo y agua; que el albo producto vacuno brillaba por su ausencia; en cuanto a los
alimentos sólidos ni haría falta decirlo, que a veces ni pan duro había en su mesa.

Y ni hablar del café, pues ni siquiera azúcar quedaba en tu mezquina alacena de


soltero y, tras las sucesivas coladas y secadas al sol, el café era ya insípido como jugo
de calcetines. ¿Recuerdas, Marino?

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Mascó un chicle que había hallado en el cajón de la mesita de luz para darse
coraje y fingir plenitud, como el desconocido escudero de “El lazarillo de Tormes”.
Todo en él era fingir, fingir y más disimular. A veces hasta parecería desvanecerse de
inanición, pero se sobreponía como podía. Al menos agua había en abundancia allí.

Su jefe le había prometido un aumento; “Si el señor Ministro de Hacienda firma-


ba la resolución de tu nombramiento, que debía ser aprobado por el Consejo de Esta-
do”.
En fin, se fue mascando y mascullando sus frustraciones de empleado supernu-
merario del Registro de Estado Civil. Apenas lo consolaba el saber que no era el
único en tal situación, pero le sonaba como autoconsuelo de tontos, el saberlo sin
saberse tonto.

Años atrás, cuando un amigo de tu madre, que era también caudillo político gu-
bernista le ofreció para ti un modesto puesto vacante de ordenanza en la capital, te
sintiste orgulloso entonces de lucir tu trajeada estampa y primeros pantalones largos
de adolescente tras un escritorio, lejos de vacas, boñiga y lodo campesino. Por esos
días pensabas que podrías casarte, formar familia y ser todo un señor —haciendo
carrera en la función pública hasta jubilarte—, bajo el amparo de un gobierno, auto-
crático pero paternalista… con quienes le servían fielmente. De más está decir que el
dictador sabía ser implacable con los que no lo adulaban o ponían en duda sus órde-
nes. ¿Recuerdas Marino… o ya lo olvidaste?

Pero la dura realidad se iba imponiendo día tras día, año tras año. Sus sueños de
estabilidad familiar fuéronse esfumando como volutas de vapor hasta hacerlo desper-
tar de su limitada utopía, modesta y conformista… por no decir fatalista, que el deter-
minismo aún no figuraba en su raleado léxico.
Tras casi un lustro de humillaciones y de hacer de comparsa política al general
presidente y mandadero raso de sus compañeros, debió resignarse a ser un funciona-
rio de cuarta y encima apenas supernumerario; un nombre tan largo para un estatus
demasiado corto.
Mientras tanto sus cuentas impagas de almacén iban engordando la sucia libreta
de apuntes y su reloj de pulsera quedaba definitivamente en la casa de empeños por
no abonar el 10 % de usurario interés mensual para retenerlo.
No había suficiente presupuesto para nombrarlo en la nómina de funcionarios
efectivos permanentes y, para colmo, su mediocre formación no le permitía concursar
para aspirar a algo más y a mejor remuneración en la empresa privada donde las
exigencias eran más duras en aras de la excelencia y rendimiento.
Para la función pública apenas se requería leer, escribir y hacer números, ade-
más de someterse a la ley de la obsecuencia indebida y el espinazo flexible, que lo
demás se daría por añadiduras, al decir evangélico neotestamentario de la imbecivi-
lidad conservadora¿cristiana? y accidental.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Una maestra de la escuela nocturna donde cursabas el sexto grado primario, dos
años atrás, te enrostró en clase al ver los resultados de tus exámenes: “—Usted, joven
Bado, no necesita una maestra, sino un domador profesional de burros. Tendrá un
gran porvenir en un circo, si continúa en ese tren”.
Tal vez, si tú, Marino fueses menos lelo y más leído te habrías ofendido. Pero lo
tomaste con soda y hasta te sonó a los oídos como un elogio atonal. ¿Lo recuerdas,
pazguato?

Mas en realidad, pocos había entre los de su generación quienes sobrepasaran en


centímetros al rasero común; que el general Presidente no quería individualidades
destacadas en su país. No al menos a quienes pudieran hacerle sombra o eclipsarlo
políticamente y mucho menos apartarlo del poder. Algunos intelectuales se hallaban
bajo la égida del dictador sirviendo a sus intereses como exégetas y propagandistas, y
eso sí estaba permitido y bien remunerado. Los que podían albergar pensamientos
críticos habían sido radiados del país. Los intelectuales opositores al exilio o confina-
dos en el interior; los correligionarios cuestionadores, plantados en sendas embaja-
das desparramados por las antípodas del mapamundi, como para tenerlos lejos de
Asunción.
Pero lo peor es que Marino no tenía un poderoso que lo apadrinara —tal se esti-
laba entonces a falta de méritos y aptitudes—, para acceder a mejor fortuna en la
función pública. Siempre poniendo riendas a su lengua y pensamientos, que era en-
tonces lo políticamente correcto.

Luego de andar a buen paso unos veinte minutos y casi al borde del jadeo, llegó
a las oficinas del Registro del Estado Civil, cinco minutos antes de la hora de entrada.
Tras resollar un poco marcó su tarjeta amarilla de supernumerario antes de ocupar su
puesto —de pie, que hasta asiento le negaban— tras un sucio mostrador del archivo
de registro de nacimientos. Los otros empleados le hicieron objeto de chanzas y
cargadas a causa de sus ventilados zapatos que reclamaban —en sufrido y resignado
silencio—, un cambio urgente de medias suelas dejando entrever sus gastados calce-
tines. De nada le serviría explicarles a ellos la congoja que lo agobiaba en la inopia de
un mal pagado servidor público que apenas intentaba aparentar lo que no era y estaba
lejos de serlo.
La vergüenza lo venció y prefirió permanecer en silencio exhibiendo una media
sonrisa idiota algo tristona y y menesterosa de odontólogo, pero más bien por falta de
uso de caninos, molares y mandíbulas.
No sería bueno quejarse de su situación, por si lo malinterpretaba algún soplón
intrigante de los que pululaban en la función pública como correveidiles oficiosos del
régimen.

Agachaste la cabeza, seguiste como si tal cosa y continuaste pasando plumero en


los estantes atestados de biblioratos, aunque no has podido evitar que se humedecie-
ran tus ojos de rabia e impotencia. Un volcán estaba a punto de entrar en erupción en
tu interior; aunque eras muy pazguato para caer en cuenta de ello. ¿Recuerdas?

Faltaba poco para las elecciones de 1963 y el movimiento político no era exube-
rante ni efervescente en demasía, a causa de que casi no había oposición a la que
enfrentar. Los febreristas del coronel Rafael Franco y Arnaldo Valdovinos estaban
fuera de la ley (y lo estarían hasta un año después) y apenas una minúscula fracción
del partido Liberal aceptó ir a comicios, aún en la certeza de ser barridos en las urnas.
De todos modos, en algunas secciones se realizaban conciliábulos y cuchicheos
acerca de la manera de hacerse con la mayor cantidad de votos a favor del general

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Stroessner, que de él se trataba.


Hubiera sido una temeridad hacerle frente, salvo que él lo autorizara, para llenar
las apariencias y hacerse de una oposición rentada con disfraz democrático.
Es que para la obtención de ayuda externa y créditos, el general debía aparentar
un gobierno democrático, en medio de las faroleras fanfarrias de la Guerra Fría de la
que formaba parte el Paraguay, alineado (¿o alienado?) al llamado “mundo libre”,
según “Reader’s Digest”, un pasquincillo menstrual de la derecha cristiana y acciden-
tal, especie de vademécum de los conservadores y graduados de la Escuela de las
Américas, cuna del futuro Operativo Cóndor, venido del norte; que los buitres serían
los discípulos del sur.
Un tal Carlos Levi, de hebraico y sacerdotal linaje, debió provocar un cisma en el
partido liberal, accediendo a las dádivas iscarióticas de la dictadura, desatando al
mismo tiempo las iras de los demás abstencionistas, que querían evitar el ridículo de
una limosna parlamentaria de un tercio de plazas en Diputados de acuerdo a lo estipu-
lado por la constitución de 1940 y la Ley de la Aplanadora.
A raíz de la defección de Levi, los liberales quedaron partidos en dos bandos,
pero para marcar fronteras la fracción disidente se llamó “radical”; y no sería esa la
última división de los metilenos por causa del zoquete y las poco dulces mieles de la
dictadura a la que se habían engolosinado ya en demasía durante la breve “primave-
ra” de 1962 entibiada por exigencia del presidente Kennedy y su “Alianza para el
Progreso”; una suerte de parche para aliviar la pobreza y evitar que cundiera el “pési-
mo” ejemplo cubano, que haría historia en el mundo, aunque esto era ignorado por
aquellos tiempos.

Marino Bado fue intempestivamente convocado a la oficina privada del director


de la repartición.
— ¿Qué carajo querrá ordenarme este tipo? —pensó Marino, extrañado, siguien-
do los pasos del ujier que lo llamara. Una ola de sudor gélido inundaba su rostro
temiendo alguna mala nueva. Es que nunca había accedido antes allí, salvo para
pasar plumeros y lampazos; ni conversado con el director, sino a través de otros supe-
riores suyos de la cadena jerárquica. De todos modos, no demoró en acudir sacudién-
dose el polvo de su gastado traje antes de entrar como tratando de disimular su inquie-
tud.
_ ¡Buen día, señor Director! —dijo untuosamente Marino Bado haciendo una
media reverencia al ingresar; no sin antes entrechocar militarmente sus talones para
caer bien al superior que, si bien era civil, el Paraguay aún no se había civilizado—
¿Qué ordena usted?
El director lo ontempló con curiosidad, serio y estúpidamente solemne desde su
enorme poltrona de alto respaldo tapizada de napa roja. A primera vista parecían, en
conjunción, a una planta carnívora devorando a un batracio enano, pelado y panzón.
El superior lo miró escrutadoramente, a través de sus gruesas gafas con marco de
carey que fingían intelecto reflexivo.
Al menos eso creía él, al contemplarse en un espejo aunque en realidad le daban
aspecto de búho rapaz acechando presas desinformadas.
Con un ademán mudo lo invitó a pasar y le señaló una silla para que la ocupase.
Por lo visto la cosa sería larga y el jefe no parecía muy simpático, pero las apariencias
prima facie suelen ser engañosas.
En realidad fue bastante amable pese a su aire de severa superioridad y a sus
acartonados títulos colgados a sus espaldas enmarcados en barrocos cuadros de mol-
dura dorada.
Trató el joven Marino de exhibir aplomo y de ocultar a su vista su viejo y único

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

traje de segunda mano, lleno de lamparones y zurcidos, apenas disimulados por su


color marrón-siena de origen.
—Lo he mandado llamar —principió el director sin reparar en la lastimera facha
del subalterno—, para hacerle saber que la Honorable Junta de Gobierno de nuestro
glorioso partido (en este punto hizo una respetuosa inclinación de cabeza para corro-
borar lo de “glorioso” con un ademán elocuente), necesitará veedores y apoderados
para las mesas electorales. Como sabrá, la lucha cívica será pan comido contra las
aspiraciones del doctor Ernesto Gavilán, el único candidato opositor potable para mi
general. Como la victoria del general ya está cantada, sólo necesitamos llenar las
formalidades. Su trabajo consistirá en estar en la mesa hasta finalizar el cómputo de
los votos, firmar las actas de su mesa y ya está.
Marino lo escuchó atentamente y sin decir esta boca es mía pero asintiendo con
inclinaciones basculadas de cabeza. —La cosa no sería tan difícil después de todo —
creyó pensar, no sin esfuerzo neuronal, siempre con la mirada fija en el piso.
El superior prosiguió en tono odiosamente jerárquico:
—Deberá asistir por las tardes a un cursillo para veedores en la Junta Electoral
central y se le asignará un viático de doscientos cincuenta guaraníes para gastos. Lue-
go de los comicios, podrá cobrar su viático, más otro estipendio para alimento y trans-
porte, para irse a dormir. ¡Ah! Tendrá libre el lunes para descansar. Además, parece
que su nombramiento como funcionario está ya a la firma de mi general don César
Barrientos, ministro de Hacienda. Espero que sea un buen soldado del partido y que
retribuya la confianza de nuestros líderes.
Marino Bado escuchaba sin poder creerlo, aunque no dejó de hacer una respetuo-
sa inclinación de cabeza ante el adjetivo posesivo antepuesto al nombre del ministro
de marras.
¿Sería por fin nombrado? Ello significaba un aumento notable en su salario y la
posibilidad de ir escalando posiciones y ascensos. Aunque alguien le decía cada tanto
que los políticos no ascienden. Trepan, nada más. Al menos la experiencia así se lo
había enseñado y la mayoría de sus compañeros de trabajo no lo disimulaban en
absoluto e incluso hasta presumían de ello.

—Cuanto más bajo te arrastres —te decía la pulposa y pícara Fanny Méndez, una
de las secretarias con fama de haberse acostado con casi todos los superiores, aunque
pudiera serse que lo dijeran por pura envidia nomás—, más pronto llegarás a trepar a
las alturas. Pero hay que trepar, a pesar de los pesares, sin alzar la cabeza en demasía;
que si te pasás de listo, alguien te pisará la cabeza. Por más alto que creas estar,
siempre hay alguien encima de vos, como en el palo del gallinero. Es la ley de la
jerarquía —te remató apodícticamente Fanny con aire doctoral.
¿Lo recuerdas, Marino?

Y encima del palo más alto está el Presidente, seguro. —se dijo Marino para sus
adentros, y pensó que el director no estaría demasiado alto y que tarde o temprano
alguien le defecaría encima. Aunque a veces la mierda iba de abajo hacia arriba, por
alguna extraña razón ajena a la ley de la gravedad.
Y no tardaría en comprobarlo por sí mismo.
Marino siguió en silencio, esperando que el director acabase, pero éste esperó
que su subalterno agradeciera esa oportunidad y Marino debió hacerlo al darse cuenta
de que el superior lo miraba, siempre con ese aspecto de búho al acecho, en silencio
tras sus gruesas gafas y su corta nariz curva cual pico de ave rapiñera, como esperan-
do agradecimientos untuosos de su parte.
—No encuentro palabras con qué agradecerle, señor director —tartamudeó el
tímido y apocado supernumerario, sintiéndose un pajarito ante un halcón—, y haré

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

cuanto pueda de mi parte para ser útil al partido y a mi general Stroessner. ¿Puedo
retirarme?
—Buenos días —dijo secamente el director como dando por concluida la entre-
vista—. Pero recuerde que no basta con hacer lo que pueda. Debe hacer hasta lo
imposible, si el Presidente y el partido se lo exijan. Téngalo en cuenta. Usted ya
puede votar y espero que tenga su libreta cívica en orden. Si no, le daré permiso
mañana para gestionarla.
—Gracias por recordármelo, señor director. Ya tengo la libreta cívica. Buenos
días tenga usted y a sus gratas órdenes.
El director retribuyó al subalterno con gestos sobradores de mano ultraderecha y
cabeza de gárgola, agitando sus delgados dedos que parecían esculpidos en huesos de
pollo recién comido, aunque sin palabras, como dando por sentado lo pactado.
De todos modos pareció sentirse satisfecho con la deferencia untuosa del súbdi-
to.

—Un idiota más para servirnos —habría barruntado sin duda en esos momentos,
sin considerar que él mismo era otro idiota más de la larga cadena de mando de idio-
tas funcionales empotrados en la burocracia colorada del Paraguay.

Marino salió del despacho privado sin dar la espalda al egregio (al menos así lo
creía) superior. Sabía que en la escala jerárquica de la sobrecargada burocracia para-
guaya, era apenas un funcionario fusible de escasa importancia. Pero era el director
del Registro Civil y debía conservar la distancia.
Ya le tocaría alguna vez ocupar ese despacho, si la suerte y los avatares políticos
se lo permitieran. Pero primero debería acudir a una escuela nocturna y seguir estu-
diando, por lo menos para superar sus faltas de ortografía.

Te faltaba completar el sexto grado —del que debías dos materias aún— y debe-
rías hacerlo con urgencia para poder encarar tus estudios secundarios. No te sería
difícil conseguir un padrino para tener ingreso en el Colegio Nacional de la Capital,
que de todos modos no podrías pagarte uno privado Pero deberías ajetrear tus neuro-
nas, Marino, para salir de tu rezago. Pero en lugar de ello preferiste la vía fácil de la
obsecuencia y el padrinazgo. ¿Recuerdas?

Claro que si lo nombraban ganaría más y podría hacer cursos acelerados en un


colegio particular, como se llamaba entonces a los privados, o sea dos cursos por año
lectivo. Pero debería procurar no reprobar materias ni repetir los cursos para no que-
dar rezagado.
Marino Bado estuvo el resto del tiempo en ascuas y hasta se acicaló conveniente-
mente a fin de aparentar un aspecto decente. Un compañero le prestó mil guaraníes
para aguantar hasta el veintiocho, aunque le exigió cumplir su promesa de devolu-
ción. Mil guaraníes era mucho dinero entonces, casi el valor de dos pares de zapatos
mocasines, o un pantalón vaquero de marca. Debía estirarlo y no malgastarlo en
fruslerías, que la barriga ya le reclamaba lo suyo y hasta sus lombrices estaban en
huelga de hambre contra su voluntad.
Marino agradeció el favor y le comentó lo dicho por el director acerca de su
futuro nombramiento como efectivo.
—Nunca digas “buen día” antes de que amanezca —le replicó el compañero—.
No confíes mucho en promesas que más vale un “tomá”, que dos “te daré”. Cuando

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

recibas la nota de resolución de tu nombramiento podrás festejar con cervecitas y


todo, espero.
Marino quedó algo cortado, pero a la esperanza —esa puta vestida de verde y
falsa sonrisa—, nunca se debe perderla de vista, pero tampoco dejar de darle el bene-
ficio de la duda.
De todos modos, el humor de perros le duraría algo más que su billete de mil
guaraníes a causa del cáustico comentario de su compañero que le hiciera pisar tierra
con brusquedad inusitada.
Esa noche intentaría dormir a pierna suelta tras una frugal cena de chipa dura y
café negro recalentado en un infernillo de alcohol. Aún faltaban nueve días hasta el
veintiocho y había que apretar el cinturón, o en su defecto hacerle más agujeros.
¿Cuándo diablos vendría el maldito nombramiento?

Las elecciones de 1963 se desarrollaron sin escándalos ni incidentes serios, salvo


algunas tibias protestas de los liberales —a quienes los chuscos apodaban irónica-
mente levirales en alusión a Carlos Levi— por adulteración de actas y detección de
personas difuntas votando aquí y allá con libretas cívicas falsas. Por supuesto que las
protestas e impugnaciones rebotaron provocando risas de los apoderados y veedores
oficialistas, pero las cosas no pasarían a mayores bajo la ominosa vigilancia de los
policías prestos a “mantener el orden” con agresivas porras y sarcásticas sonrisas.
De todos modos, los perdedores tendrían derecho a un tercio de las bancas de la
cámara de diputados. Marino Bado se hallaba en una de las mesas de una escuela de
su barrio, donde la afluencia de votantes fue bastante raleada y apática; pero había
quienes se encargarían de atiborrar urnas con papeletas oficialistas en nombre de los
ausentes y fuera del horario comicial. Al menos eso estaba cantado de antemano y
pese al cansancio de la jornada, estaba eufórico pensando en su posterior nombra-
miento.
Los ¡hurras! y vítores de los beodos oficialistas no paraban de contaminar los
aires nocturnos asuncenos con sus cacofonías guturales, acompañadas del estruendo
de esporádicos petardos y bombas con que anunciaban con estentóreos alaridos la
“olímpica victoria” del candidato oficial (el otro no contaba).
Marino debió irse hasta el local de la Junta de Gobierno, una suerte de comité
central del partido, con las actas de los cómputos y de allí a la Junta Electoral Central
para la verificación, en su carácter de mandadero, aunque en un vehículo de su repar-
tición, antes de poder ir a descansar. Afortunadamente al día siguiente estaría de
asueto y podría holgar hasta bien tarde. Sólo le restaba confiar en que se cumpliera la
promesa del director, que ya no veía la hora de ser empleado público de carrera, con
todos los privilegios que ello representaba; pese a que sus condiciones intelectuales
apenas daban para pinche de oficina y nada más.
Daba entonces por descontado que el reinado del general Stroessner iba a calen-
das griegas y era muy capaz de jubilarse él antes de que el gavial verdeolivo diera un
paso al costado… o hacia la fosa (aunque el mismo se creía eterno, o se lo hacía creer
a sus incondicionales).
Es más. De seguro pensaba ya en el vitaliciado aunque todavía no lo insinuaran.
Ya se encargarían los lambericas, adulones, sicofantes y turibularios del partido de
proponerlo alguna vez por sí mismos. Habiendo botas ¿para qué votos?

¿Qué soñaste en esas horas vespertinas, Marino? ¿Te has preguntado para qué
servirían esas huecas formalidades electorales? ¿Acaso alguien tenía la opción de
elegir, cuando ya otros habían elegido la esclavitud y la opción de ser peones o gana-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

do de un extenso patio trasero? Cuál es tu opción? ¿Ser peón del capataz o parte del
dócil rebaño?

No supo cuántas horas hubo dormido tras el jolgorio comicial, pero supuso que
serían cerca de las doce de la mañana, si no más tarde.
Unos discretos golpes en la puerta cancel de su cuchitril, lo alertaron e incitaron
a levantarse a medio dormir, que aún estaba en deuda con Morfeo. Tras vestir apresu-
radamente unos shorts se dirigió hacia la puerta para ver quién sería el, o la inoportu-
na llamadora. Quizá doña Nimia Peralta, la casera en reclamo del alquiler atrasado
aún pendiente, o…
—¿Quién llama? —preguntó con aire adormilado.
—Abrime, Marino. Soy tu compañero Luis, de la sección Defunciones. Vine a
verte porque me dijeron que tenías libre hoy. ¿Cómo fueron las elecciones en tu
barrio?
—Esperame un rato que te abro. Estoy muerto y me dieron permiso hoy para
reponerme.
—Está bien, pero apurate que el calor aprieta y quema.
El amigo esperó un buen rato en la vereda, hasta que la quejumbrosa puerta se
entreabrió para dejarle paso franco. Una vez acostumbrado a la penumbra interior, se
sentó. No sin antes cerciorarse de que la silla elegida no lo haría redescubrir la ley de
Newton en forma inesperada.
Eligió la más sólida de las tres que había alrededor de la astrosa mesa de la sala-
dormitorio-cocina del cuarto de Marino Bado; que no estaba para un accidente de
entrecasa.
—Me contaron que estabas de franco —inició el compañero de trabajo—. ¿Te-
nés un tereré fresco para aliviar este calor infernal de afuera? ¡Y eso que estamos en
otoño!
—Sí, claro, no faltaba más. Allí, en la heladera hay agua con hierbas maceradas
y… creo que no tengo yerba nueva pero voy… ¡No! le debo a la almacenera. Mejor
te vas vos y te doy dos guaraníes para un kilo de yerba suelta, mientras me visto y
preparo la jarra. Después le pagaré lo de la libreta con mi viático. Ya me alcanzará
hasta fin de mes.
—Y… si no hay otro remedio, voy —dijo resignado el amigo saliendo nueva-
mente al calor de la calle.
La almacenera miró con ojos desconfiados al mandadero antes de despacharle la
yerba. Conocía al muchacho y sabía que era amigo de Marino, su cliente moroso,
pero calló dicho detalle limitándose a cobrar lo dispensado sin decir palabra. Marino
pagaba tarde… pero pagaba.
Marino terminó de arreglarse y cuando regresó el compañero ya tenía la bombi-
lla, vaso y agua fría sobre la mesa. Parsimoniosamente —como en un ritual ceremo-
nial—, Marino cargó la yerba en el rústico vaso de abollado aluminio y comenzó a
escanciar el helado líquido vital en él. Durante un largo minuto guardaron silencio,
entre burbujeos de sorbos refrescantes, hasta que surgió el tema de las elecciones del
día anterior, las trampas fraudulentas y alevosas contra los del partido contrera y las
chanzas sobre los noventa y dos por ciento de la victoria oficialista (En realidad era
83 por ciento, pero hasta eso falseaban en la Junta Electoral Central para dorarle la
píldora al general y desanimar a los opositores liberales).
Una hora más tarde, el compañero se despidió y Marino quedó nuevamente solo,
para variar.
Ahora en la esperanza de que habia sido, o sería nombrado en breve y su salario
estaría acorde al cargo, podría darse algunos lujos… si sabía administrarse con mesu-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

ra y no ser manirroto. Además, ser nombrado significaba estar en la asociación de


empleados, lo que facilitaría compras a crédito hasta en diez cuotas, descontadas de
su salario por administración. Tendría ropas, calzados y otras fruslerías dignas de su
posición.
Si las cosas mejoraban, hasta podría llegar a…

¿Recuerdas, Marino cuando entonces te imaginabas en el despacho del director


sentado en mullida poltrona de napa roja y a tus espaldas un título de doctor artística-
mente enmarcado? ¡Oh!, aunque buen trabajo te costaría ascender. Más que nada por
tus escasas luces y letras. Pero ya verías cómo seguir sus estudios hasta doctorarte en
algo… y tener una secretaria servicial que satificiera todos tus… eeh, caprichos. Sa-
bías que Fanny, Luisa y otras salían con los jefes sin pudor, y a veces lo comentaban
en corrillos de café o en la toilette de damas con las otras compañeras, cual si se
jactaran de sus “trofeos” de caza. A veces incluso burlándose de sus exiguos atribu-
tos no concordantes con su libidinosidad sobredimensionada. Y lo decían sin amila-
narse ni enrojecer. ¿Recuerdas que sus impúdicos comentarios hasta te produjeron
indeseadas erecciones?

Por supuesto que Marino no sería para ellas una presa tentadora ni mucho me-
nos, dado su rasante escalafón jerárquico. Además a causa de lo sabido, no podía ser
muy generoso ni se destacaba por su dispendiosidad con las compañeras. Sí, no las
tentaba en absoluto para disputárselo entre ellas.
Al caer en cuenta de ello, decidió ponerse las pilas para proseguir sus interruptos
estudios secundarios. ¡Ya verían, esas presumidas, quién era él! ¡Y no les daría mo-
tivos para minimizar sus atributos!

Ruptura 3, por Chester Swann

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

2
OTRA MAÑANA RUTINARIA…
UN AÑO DESPUÉS.

Asunción, 6 de junio de 1964


Marino Bado se dirigió a la seccional colorada de su barrio para entrevistarse con
algunos políticos oficialistas que contribuyeron a su promoción.
Si bien ya había sido nombrado, aún seguía en una oficina húmeda y polvorienta
y su salario, apenas si le alcanzaba para un modesto pasar.
Pero aún estaba muy por debajo de sus necesidades cotidianas y la módica men-
sualidad de un humilde colegio particular donde por su edad podría asistir a un curso
rápido por semestre hasta alcanzar la soñada universidad lo dejaban sin blanca.
Aún así, se sentía un tipo importante, casi un soldado civil del gobierno y del
partido de gobierno… aunque el gobierno —es decir el poder— era nominalmente
unipersonal y autocrático y sólo importaba la orden superior que lo demás sobraba.
Su natural timidez de tiempo atrás, se estaba trocando en cierta atropelladora
soberbia adquirida. Además cambió su desvencijado cuarto de inquilinato por un
departamentito modesto, de un ambiente, pero limpio y sin revoques caídos, a poca
distancia de sus funciones en un tercer piso de un edificio antiguo. Eso sí, debió
resignar sus afiches de bellezas de papel por exigencia del locador, pero al menos
tenía piso embaldosado.
La casera del inquilinato, Nimia Peralta, lamentó la ida de su pobre pero simpá-
tico inquilino y amante ocasional, mas debió aceptarlo resignada. De todos modos
podría visitarlo de tanto en tanto en su nuevo domicilio para uno que otro cachondeo
a la carta.

Deberías, Marino, aprovechar tu juventud para superar tus magros recursos inte-
lectuales mientras pudieras.
Tus primeros escarceos eróticos fueron decepcionantes para Nimia, pero ésta se
propuso darte lecciones para superar tu handicap, aunque pocos progresos tuviste.
¿Recuerdas, Marino?
¡Pero algo te faltaba para superarte, que aún estaba fuera de tu limitado alcance!
¡Eso sí! Nunca se burlaría de ti ante sus amistades porque realmente eras importante
para ella, a pesar de ser un tal por cual inmaduro.

La puerilidad de Marino, sumada a su volcánica juventud y falta de experiencia


no le permitiría satisfacer en demasía a su partenaire funcional. Por otra parte, su
timidez y notoria falta de autoestima tampoco eran propicias para permitirle abordar
a ninguna joven más o menos de su edad para fines copulativos.
Si Nimia decidió mantener un affaire con él, habría sido impulsada por la sole-
dad, tal vez instinto maternal y el hastío de una vida misteriosamente rutinaria. Pero
pocas veces su pareja ocasional llegaba a colmarla a plenitud, y muchas veces debió
terminar la faena a mano cuando la máquina de Eros dejaba de funcionar.
Después de todo, Marino nunca pagó su renta con puntualidad, aunque a veces lo
hacía “en especies”, que al menos para eso le servía.
Eso sí, Marino era un tipo agradecido y, si bien la señorita Peralta era laxa e

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

indulgente a la hora de requerirle rentas atrasadas, era pródiga en cariño y otras grati-
ficaciones físicas que no viene al caso comentar. Pero él se debía también a sus
superiores, por el nombramiento y ascenso por lo menos en escala salarial. Mas no
tardaría en comprender que, —si bien Nimia lo ayudaba casi desinteresadamente a
sobrellevar su miserable situación—, sus superiores lo usaban como trapo repasador
desechable.
No tardaría en comprobarlo y catar la diferencia.
Claro que los favores “políticos” había que pagarlos, y la militancia untuosa y
falderil, era la moneda de cambio.

¿No te avergüenzas ahora, Marino, al rebobinar en tu memoria toda esa ignomi-


nia a que te habías sometido voluntariamente entonces, por comodidad o pereza —da
lo mismo— y sin atreverte a crecer por dentro?

Ahora integraba el equipo de afiliadores en su barrio y se puso a las órdenes del


presidente de la seccional colorada para lo que demandase. Al menos una vez por
semana debía estar en el local partidario, generalmente los jueves o viernes y colabo-
rar en festividades sociales para recaudar fondos. Además debería afiliar a sus ami-
gos y conocidos de confianza, que no eran muchos que se diga. Si no había activida-
des sociales, al menos podría charlar con algunos desocupados, a la espera de un
cargo o prebenda, sobre la búsqueda de bueyes perdidos o padrinos hallados.
Por entonces no le exigirían más. Luego vería si los caudillos cumplían sus
promesas de lograrle ascensos en su función pública, que por ahí iba la cosa. Marino
estaba tan necesitado de hacer carrera en su modesto empleo, que si le ordenaban
matar por el partido guardaría los escrúpulos en el refrigerador. Tal vez lo pensaría
un poco —digamos, unos diez minutos para no entrar en cortocircuito neuronal, que
más no precisaría— y hasta le pesaría luego, pero estaba casi seguro de cumplir la
orden.
Al menos así lo creyó entonces, cuando su ambición superó a su anémica ética.

¿Recuerdas, truhán, cómo te dabas manija para engañarte a ti mismo y hacer


creer a tus allegados que eras capaz de todo… hasta de lo más bajo, con tal de ganar
puntos? Sólo las sabias palabras de Nimia, que te amaba pese a todo lo que eras
entonces, te hacían recapacitar de esas barbaridades. Recuérdalo, ahora que estás
lejos de ese estercolero pretérito.

Si bien era ya empleado efectivo, aunque de rango inferior, no cumplía aún con
tareas de responsabilidad y apenas cursaba dificultosamente el segundo semestre de
bachillerato acelerado, por pura fórmula, que no le hacían gracia los logaritmos, las
raíces cuadradas o los teoremas, pues Marino Bado era cuadrado de raíz, eso sí.
Y mucho menos simpatizaba con la gramática latina —por fortuna para él, ex-
cluida del currículo en años anteriores—, y, menos aún los florilegios literarios de los
clásicos castellanos, algo arcaicos pero aún vigentes en el currículum estudiantil.
Muchos de su generación hubieran deseado practicar tiro al blanco con dicciona-
rios para acribillar las “palabras difíciles”, al decir del secretario privado del Presi-
dente: un gañán aliterado llamado popularmente: don MarioMario, con una mezcla de cari-
ño, ironía —y conmiseración como se verá más adelante—, por parte de la “juventud
estudiosa” oficialista denominada eufemísticamente la tierna podredumbre por los
malhablados de siempre y a la que pronto debería adherir Marino Bado, ya en carác-
ter de universitario, adocenado, pero universitario al fin.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Entonces la Secretaría del ramo se denominaba ampulosamente Ministerio de


Educación y Culto, ya que se educaba a los jóvenes en el culto personalista al “único
líder”, otro de los pomposos títulos del general.
En cuanto a nuestro personaje, fuera de sus condicionados textos de colegial
tardío, apenas estaba obligado —conditio sine qua non— a leer (es un decir, claro,
que Marino tenía, entonces, fobia a las letras) “Patria”, el órgano cotidiano del parti-
do, —un pasquín-brulote poco intelectual, que apenas servía para el vil oficio de las
coprotecas, por su lenguaje paupérrimo y casi soez—, cuya adquisición le era riguro-
samente exigida como prueba de lealtad al “único líder” cuya ominosa figura unifor-
mada presidía las oficinas públicas, —como controlándolo todo con mirada de lin-
ce— desde los cuadros colgados de las paredes en un remedo orwelliano de fantasía.
Una muestra del Paraguay de la segunda mitad del siglo XX y los crueles avatares de
la Guerra Fría con la otra mitad del mundo, de hacia donde nace el sol, ajena al
“mundo libre”, salvo Japón, Corea del Sur, Filipinas y otras islas desperdigadas por
el inmenso Pacífico,con estratégicas bases americanas incluidas manu militari.
Poco entendía Marino Bado acerca de los intríngulis de política internacional, y
mucho menos aún del denostado “comunismo”, cuyo odiado nombre aparecía en la
propaganda oficial con harta frecuencia y repetido como letanía religiosa y sonsonete
insustancial.
Tampoco entendía bien eso de “occidente” u “oriente”, que lo tenía desorientado
y accidentado.
Por ello, le extrañó que cierto día lo visitara un policía de civil citándolo al despa-
cho del entonces oficial inspector Alberto Cantero, jefe de “Política y afines” del
temible Departamento de Investigaciones de la Policía de la Capital. En realidad, el
nombre era “asuntos políticos y sindicales”, ya que éstos últimos eran los más inesta-
bles y volátiles para el régimen.
Sin pensarlo en demasía, al salir de su empleo acudió a la obligada cita, pregun-
tándose las posibles causas, aunque estuvo tranquilo, imaginando que estaba “lim-
pio” de cualquier sospecha y su “lealtad” era inconmovible hasta las últimas conse-
cuencias… o por lo menos lo sería hasta las penúltimas, que nunca se sabe lo que
podría surgir antes o después de las últimas, y Marino tenía prudencia, ese eufemismo
edulcorado que encubre la cobardía.
Claro que los tiempos eran difíciles y la gente tenía, cual espada de Dámocles
sobre sus cabezas, el reciente “Caso Ortigoza” y las inquietudes derivadas del mismo.
Efectivamente, fue recibido con inusual amabilidad y sólo le ofrecieron el des-
preciable rol de “agente confidencial”, indicándole que pasase periódicos informes o
apuntes escritos a la repartición a su cargo. Pero para ello debería estar avizorante y
alerta ante las mínimas variaciones de la temperatura política y social, donde le tocase
andar y actuar. Sea en sus oficinas, en su barrio, en transportes públicos, en las aulas,
en la despensa del barrio, en la peluquería, o donde fuese. Debería captar cualquier
conversación, por trivial y anodina que pareciera, de gente casual o conocida suya, a
fin de detectar opositores en potencia o disconformes funcionales “con las patrióticas
obras de mi general”, al decir de Cantero.
—Nunca hay que confiarse en exceso, aunque el ambiente parezca tranquilo —
díjole Cantero—, que donde menos se espera salta alguna perdiz o vuela alguna lie-
bre, que en este país todo es posible. Sólo toleramos a esa oposición que se presta de
buen grado a las elecciones y a la participación incondicional en la honorable Cámara
de Representantes. Aquí tiene esta tarjeta con la cual tendrá derecho a viajar gratis en
todos los ómnibus, tranvías o trenes del país. Suerte y buenos días. Desde ya le
agradecemos su colaboración en el mantenimiento de la paz de la república. Y le
reitero eso de permenecer alerta, ya que hace poco se fugaron los guerrilleros del

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

“movimiento 14 de mayo” de la prisión militar de Peña Hermosa y seguro que van a


intentar reorganizarse y tomar contacto con los contreras y comunistas que andan
agazapados por ahí. Nada más, están esperando que nos descuidemos y bajemos la
guardia para actuar.
En dicho cartón rosa pálido decía simplemente: “El jefe del Departamento de
Investigaciones y el Jefe de la Policía de la capital (nombre, sello y firmas de un tal
Pastor Coronel y un militar de nombre Ramón Duarte Vera)…Certifican que el porta-
dor (seguía el nombre: Marino Vado) es agente confidencial y solicitan prestarle co-
laboración”. Nada más.
Marino, aunque azorado y confuso, se despidió con una sonrisa untuosa, agrade-
ciendo a su vez la confianza depositada “en su humilde persona”, aunque no lo tenía
bien claro sobre qué “informar” por lo que solicitó una aclaración final al oficial
Cantero.
—Mire, joven —dijo éste con aire de perdonavidas condescendiente y falso como
ósculo de suegra—. No faltará por ahí alguno que se queje del precio del pan o de la
carne o del aceite, como si la culpa fuera del superior gobierno y no de nuestros
vecinos argentinos que nos inflan sus precios, aprovechando nuestras necesidades de
alimentos que todavía no producimos aquí. Tampoco han de faltar quienes hablen
mal de las autoridades, usted sabe, o del resultado de las elecciones y cosas así. Sólo
deberá anotar sus nombres, día, lugar y hora y pasarnos el dato para que podamos
vigilar a esos desagradecidos. Sólo vigilarlos, por si acaso. Claro que si pretenden
hacer una revolución o algo por el estilo, actuaremos con rigor por el bien del país.
Ya tuvimos demasiados golpes, cuartelazos y revoluciones años atrás y es hora de
alinearse con nuestra divisa de Paz, Progreso y Trabajo. ¿Comprende? Ahora mismo
estamos investigando una conspiración de militares de la caballería, pero mejor no
hable ni comente de esto con nadie. No se comprometa usted, que el caso está en
nuestras manos. También, como le dije antes, hay unos cuantos guerrilleros prófugos
de la prisión militar de Peña Hermosa, de ese mal llamado “movimiento catorce de
mayo”… que de acuerdo a nuestros informes están en el Brasil. En fin; no hay que
descuidarse, que el enemigo comunista se ha aliado a ese malón liberal-franquista
que acecha desde la Argentina. ¿Comprende? Además acabamos de desbaratar un
plan conspiraticio de oficiales del ejército, contra el excelentísimo señor Presidente,
aunque aparte de dos oficiales y dos suboficiales no logramos capturar más. La cosa
todavía está caliente y le costó la vida a un cadete, un tal Alberto Anastasio Benítez,
asesinado por los incoados… y el caso puede traer cola.
Antes de que Marino pudiera responderle, Cantero echó una ansiosa mirada a su
reloj de pulsera como dando por terminada la entrevista. Evidentemente era un hom-
bre muy ocupado que medía meticulosamente su tiempo y su agenda de aprietatuer-
cas.
Marino se retiró tras el correspondiente besamanos, con más dudas que certezas.
¿Sería nada más que un vulgar soplón o delator? Se suponía que un agente secreto no
debería ponerse en evidencia; pero esa tarjeta de basta cartulina rosada —torpemente
escrita a máquina y con errores ortográficos y hasta su apellido iba con V corta–, lo
proclamaría a grito pelado ante propios y extraños.
Pero ya era tarde para retroceder y Marino comprendió que sus ambiciones lo
habían llevado demasiado lejos. Tampoco tuvo el coraje necesario para rechazar la
dudosa oferta dando media vuelta hacia la puerta. Prefirió seguir el peligroso juego
haciéndose creer a sí mismo que era un tipo importante para ellos.
Incluso si pretendía viajar sin oblar boletos exhibiéndola al guarda-cobrador se
pondría en evidencia, ante los demás pasajeros.
La palabra pyragüé5 aún sonaba a despreciativa peyoratividad por entonces.
Además, hasta los mismos Colorados viejos despreciaban a los delatores, igno-
rando… o fingiendo ignorar que su partido era el principal sostén del gobierno y
fuente oficiosa de chivatos compulsivos; intrigantes consuetudinarios y lambericas

5. Pies peludos, en guaraní, en referencia a su furtividad. N. del a.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Éstos no dudarían en denunciar a amigos y parientes por los treinta denarios de


Judas; o en trueque de los favores de algún poderoso, tal era la norma aceptada enton-
ces.
Una toma y daca inútil pero efectiva para controlar el país con el miedo. Y él
debería representar parte de ese miedo, de ese poder ominoso y omnímodo que seño-
reaba la vida del país.
Un fugaz pensamiento cruzó por su abotagado cerebro insuflándole cierta sensa-
ción de poder; aún reconociendo su escaso aporte y su miserable situación.
Y no es que un soplón tuviera sueldo de la policía, sino que era comúnmente ad
honorem (algunos hasta pagarían por tener ese “privilegio”) y por lo general cual-
quier empleado público malpagado y de rango inferior —como el propio Marino—,
además con tendencia servil, era quien ejercía de tal. Y de ésos los había a montón
pues el estado era agencia de empleos y cooptador de votos cautivos.
Finalmente Marino guardó la oprobiosa tarjeta y decidió no usarla, aún si fuese
obligado a caminar kilómetros, que de todos modos bastante entrenado estaba para tal
menester, salvo que decidiera visitar esporádicamente a su pueblo del interior y era
casi desconocido por los colectiveros.

No trates de borrar ahora ese episodio de tu mente, Marino. Asúmelo como parte
de tu vida al margen de toda ética y busca la manera de expiar tus culpas pasadas, o al
menos de arrepentirte, aunque debas desafiar al miedo.

Marino por primera vez en varios años se sintió incómodo y manoseado, pero no
tendría valor para rebelarse. Ya estaba atrapado en la maquinaria brutal de la buro-
cracia paramilitarizada de Stroessner y sus mesnadas y sólo le restaba adaptarse a
esas vilezas hurtando el cuerpo en lo posible a los represores.
Eso sí, el pueblo debía estarle agradecido al gobierno —al decir de los secciona-
leros— por mantenerlo apartado de las tentaciones pecaminosas de las izquierdas.
Nada tan tranquilizador como la santa ignorancia y la estupidez programada desde
altísimas esferas y el desentenderse de problemas sociales.
¿Se animaría, Marino Bado, a romper esa tarjeta que lo ataba como férrea ligadu-
ra a la policía política paraguaya?
Tenía razón la pulposa y promiscua Fanny Méndez cuando le dijera que en polí-
tica no se asciende: se trepa… y sin erguir en demasía la cabeza para no despertar
sospechas.
El país vivía una época signada por la intriga, la adulonería y las sospechas que
—como en tiempos de la no tan santa inquisición— podrían salpicar a cualquiera,
aunque bastaba ser servil y lisonjero para ganar puntos con las autoridades venales de
entonces. Lo que lo sublevó un poco era su nuevo oficio de pies-peludos o delator
furtivo, pero la ambición de trepar a los pináculos del poder lo tentaría poco a poco,
hasta derretir los escasos escrúpulos que aún guardaba consigo.
Después de todo, su finado abuelo paterno había sido liberal y había estado en el
bando perdedor de la guerra civil de 1947, por lo que no podría presumir de raíces
coloradas. Tampoco su madre estaba afiliada ni militaba en alguna presuntuosa “co-
misión de damas” de la seccional de su pueblo. Debía pisar con pies de plomo al no
poseer antecedentes familiares oficialistas en esta nueva “situación” bajo un dictador
militar poco civilizado.
Aún así, pensó, podría ir haciendo “méritos” para que se lo tenga en cuenta.
Hasta podría aceptar a regañadientes ser un soplón si esto le sirviera para ganar pun-
tos, aún siendo un mediocre estudiante y de raleadas letras. Pero estaba en el Para-
guay de Stroessner después de todo y nadie brillaba con luces propias… para no
enfurecer al Presidente o ganar su animadversión. Éste solía decir que no quería un
“proletariado intelectual” en sus dominios, por ser esto peligroso para la paz social.
Una paz en la que ni los muertos creían por entonces; o quizá sí, pero estaban incapa-
citados para expresarlo con propiedad, salvo cuando debían ser resucitados para votar
cada cinco años.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

En tal contexto, los llamados NN eran comodines que podían ubicarse en el pa-
drón oficialista con toda comodidad, aún habiendo sido disidentes en vida.
Lo llamativo fue que la palabra social sólo la usaba el general y estaba prohibido
su uso en las esferas políticas, estudiantiles y sindicales; fuera de algunas empresas de
acccionistas anónimos o de responsabilidad limitada, de los clubes de socios o coope-
rativas menonitas autorizadas por él.
También la palabra socialismo le producía úlceras en el duodeno y lo dejaba con
esas jaquecas agresivas que sólo calmaba yendo a pescar a la isla Jasyretã con su
guardaespaldas, el mestizo Narciso Soler, mitad humano y mitad primate.
Algunos hombres de letras y artistas de luenga trayectoria, hasta se autoeclipsa-
ron con un perfil bajo o llamándose a silencio, cuando no ponían sus talentos abierta-
mente al servicio del mandamás (nadie osaba llamarlo “dictador” y mucho menos en
voz alta), con versos elegíacos y ditirambos altisonantes que halagaran su superlativa
vanidad.
Hasta una zorra de seccional y concesionaria de lotos y juegos de azar, lanzó un
globo sonda a través de un grupo folclórico que cantaba por la Radio Nacional “Al
tercer mariscal” como afirmando en subjetivos y mediocres versos, que se merecía tal
presea.
Pero era un secreto a gritos que siendo cadete en la batalla de Boquerón abando-
nó su mortero a manos del enemigo en un ataque de diarrea nerviosa con taquicardia
sorpresiva.
Afortunadamente el general —tras recibir un bastón de oro de Mariscal de la
Nación de manos de las damas coloradas, declinó la dudosa propuesta, diciendo que
con dos ya eran suficientes, salvo que hubiera otra guerra a la vuelta de la esquina que
lo justificara. Y si la hubiera, siempre es más fácil y menos peligroso ser general que
soldado de línea. Eso sí, no se le ocurrió devolver el bastón a sus generosas damas
coloradas, ya que engrosaría su colección de souvenirs de su residencia de la avenida
Mariscal López para hacer juego con la nomenclatura vial y con sus dudosas pano-
plias militares.
Otra razón —la más poderosa y disuasiva quizá—, era que al mariscalato se
accedía como grado póstumo, y el tirano era renuente a ser ungido bajo esa condición
estando aún vivo y en el poder, salvo que sus adeptos y también los otros, desearan in
pectore que pasase pronto a la posteridad para dejar la cancha libre.

Marino Bado se sirvió otro sorbo de tereré mientras barría su pequeño departa-
mento de un ambiente. Si bien ganaba algo más, aún no podía permitirse una limpia-
dora y su ropa la llevaba a la lavandería de la cuadra. Aunque a veces lavaba él mismo
algunas prendas menores para ahorrar, que nunca se sabe si las vacas flacas podrían
estar a corta distancia, e incluso infiltradas debajo de su cama. ¡Y eso que apenas
tenía un colchón sobre el piso para dormir!
A duras penas pudo comprar a plazos un refrigerador nuevo pero pequeño, que el
anterior era prestado por la casera solterona (Ella siempre decía que lo era por volun-
tad propia y por negarse a varón alguno que no estuviese a su altura ¡Y vaya si la
tenía!); a quien de tanto en tanto hacía favores eróticos a cuenta. La dueña del inqui-
linato no hizo buena cara a la mudanza del joven empleado del Registro Civil, pero se
resignó y hasta le perdonó el semestre de alquileres atrasados; aunque lo visitaba de
tanto en tanto para recordar viejos tiempos de cachondeos acrobáticos. Pero al menos
se consolaba ante los “progresos” de su amante en el arte de satisfacer a una mujer, no
sólo con “cantidad”, sino también con calidad y calidez.

Ahora la preocupación de Marino era cómo rendir sus informes a la Dirección de


Política y Afines, aunque hasta ahora todos eran “sin novedad” como dando por sen-
tado que el ambiente estaba tranquilo y no se avizoraban subversivos… todavía.
Los que intentaron mover el piso al general habían sido ya condenados por una

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

corte militar a fusilamiento sumario: los capitanes Ortigoza y Falcón y el chofer Es-
colástico Ovando. El sub oficial de caballería Regalado Brítez había sucumbido a las
torturas y el caso estaba cerrado… aparentemente. Lo más probable es que quedara
una o varias rendijas abiertas a las sospechas futuras, ya que según los postulados de
la Doctrina de la Seguridad Nacional, todo ciudadano —hombre, mujer o niño— es
sospechoso per se, No bastando que sean pobres y olvidados de las instituciones, que
el campesinado llenaba tales requisitos de chivos expiatorios a la carta. También los
intelectuales ajenos a su entorno podían serlo.
Sólo faltaba la espoleta de la intriga para que detonara la represión sobre éstos.
Sin embargo el padre franciscano y vascongado Josué Arketa, director de una
radioemisora católica, lanzó una agresiva prédica por la broadcasting en horas intem-
pestivas de mucha audiencia.
“—He sabido que los acusados han sido condenados a muerte siendo inocentes
—casi bramaba Arketa por las ondas hertzianas—, y el verdadero homicida del cade-
te Benítez ha confesado su crimen ante mí y ante Dios. Estoy dispuesto a declarar
públicamente, aún quebrando el secreto de confesión si estos inocentes son ajusticia-
dos. Aún si esto equivale a perder mi alma en las llamas del infierno… ¡Dios será mi
juez!”.
Ante estas audaces palabras, sólo se les conmutó la sentencia… pero Arketa fue
expulsado del país por la famosa orden superior sin derecho a réplica ni súplica.

Al principio el oficial Cantero aceptaba sus escuetos informes vacíos de noveda-


des, nombres y apellidos, pero ordenó a otros correveidiles del barrio de Marino,
vigilar al informante por si éste actuaba al descuido o era indulgente en demasía; o
por si tenía amigos contreras que se resistía a denunciar.
Era paradójico cuando no ridículo que un agente confidencial sea vigilado por
otros pies peludos, por si era negligente o poco colaborativo. Pero así se daban las
cosas en el Paraguay, como una suerte de cadena trófica en que se pispaban unos a
otros en escalada de furtivos soplones al servicio de la delación a la orden.
Hacía poco que habían encausado y condenado a los capitanes de caballería de
apellido Ortigoza y Falcón y a dos suboficiales de bajo rango, como supuestos cons-
piradores y el pánico reinaba en el país.
El caso estaba fresco aún y el miedo paseaba ostentosamente entre la gente, como
si en cualquier momento pudiera llover una ola de arrestos de presuntos implicados.
Cualquier intriga de vecinos maledicentes y envidiosos era causal de pérdida parcial
o permanente de libertad “para averiguaciones” sin comerla ni beberla.
Y a veces los meros sospechosos eran sometidos a maltratos físicos para hacerles
“confesar” cualquier cosa sin tener derecho a proceso ni abogados, tal se estilaba en
esa poco benemérita institución de “seguridad” cuyo mayor logro fue que nadie, fue-
ra del círculo áulico de adulones, se sintiera seguro de nada.
Ni la Gestapo nazi podría haber logrado tanto temor y paranoia en tan poco tiem-
po.
Muchos paraguayos niños y jóvenes estaban ignorantes de cuanto acontecía a
intramuros de la policía tras la caída del sol. Otros lo suponían y en voz baja y se
comentaban las atroces torturas a que se sometían a los capitanes y sus dos subalter-
nos (para entonces su chofer, el sub oficial Regalado Brítez había muerto en mazmo-
rras aunque ello no trascendiera de momento), acusados falsamente de dar muerte a
un cadete Anastasio Benítez y fraguar una “revolución” contra el comandante en jefe.
La imaginación popular hacía correr rumores y verdades en proporción similar y
nadie confiaba en nadie, por si acaso, que el miedo es cobarde pero no zonzo ni
ingenuo.
Otros, los más, fustigados por el metafísico látigo de la cobardía fingían dar cré-
dito a la “versión oficial” y considerar a priori culpables a los incoados; lo que les
permitiría vivir tranquilos y sin preocupaciones pues la policía se ocupaba de todo y
de todos.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

El estado de sitio se hizo tan rutinario, que apenas llamaba la atención por enton-
ces. Pero los amigos y parientes de los detenidos estarían pasando las de Caín. Y no
precisamente por la inteligencia policial o militar más motivada por chismes o chiva-
tazos, sino por la cantidad de soplones sueltos que pululaban como piojos en una
escuela primaria.
Claro que Marino y sus compañeros y conocidos eran ajenos al estado de temor
imperante en el Paraguay y al estado de sitio sine die. Cada quien se afanaba por
conservar su empleo, o, si no lo tenía, en conseguirse uno a como diera lugar.
La lisonja era pan de cada día cuando no el silencio opresivo y ominoso sólo
quebrado por los ruidos urbanos, las bailantas de seccional y el cuchicheo de la gente
comentando sucesos a sotto voce y en hermética privacidad. El arrastre y la genu-
flexión llegarían a formar parte de la cultura del país, como parte del “mundo libre”,
aunque a los otros del bloque adverso tampoco les iba nada bien.

Alemania Oriental, Hungría y Polonia lo atestiguaban fehacientemente con sus


protestas y alzamientos desde 1955 contra el poder soviético algo desgastado última-
mente por disidencias internas tras la muerte de Stalin.
América del Sur —es decir sus gobiernos alineados con los Estados Unidos y su
“Escuela de las Américas”— inició, a partir del fin de la segunda guerra mundial una
era de dictaduras atroces bajo las bendiciones del Departamento de Estado norte-
americano y su obligatoria “Doctrina de la Seguridad Nacional” y la llamada demo-
cracia del punto fijo, que excluyó toda forma de participación ciudadana… fuera de
los partidos políticos autorizados por Washington y su impresentable “representativi-
dad”.
El patio trasero no debía abandonar el redil del Tío Samuel Bananas, so pena de
presión de tuercas por parte de sus procónsules diplomáticos, agregados militares y
cipayos nativos. Éstos velaban con ojos, oídos y narices que nadie osara cuestionar al
“mundo libre”, a la orden superior o al establishment. El bloqueo de Cuba, la inva-
sión de la República Dominicana en curso lo atestiguaba plenamente.
Ya Guatemala lo había intentado antes, así como El Salvador y ahora la Cuba
castrista, donde fracasara recientemente una invasión en Playa Girón de la Bahía de
Cochinos por fuerzas anticastristas entrenadas por la CIA y los Boinas Verdes.

Pero ni Marino ni nadie se interesaban por todo esto, que el pan de cada día con
un poco de circo, era prioridad suprema.
Los medios “encadenados” se limitaban a repetir hasta el cansancio los lemas de
paz, trabajo, progreso y otras palabras altisonantes de moda, de las que libertad y
justicia estaban prescindentes, así como las invectivas contra los “líbero franco-co-
munistas” aglutinados en la oposición inconformista. Y tanto lo repetían que casi
nadie lo creía y pocos hacían caso de la propaganda estatal, como si la urgencia de
vivir el día a día y salto a salto les impidiera pensar en nada más importante que sus
estómagos. A nadie importaba, por ejemplo, la escalada de la guerra en el Asia, en
Viet Nam, Camboya y Laos, que por la distancia hacía diluir sensaciones de piedad
por las víctimas civiles producidas por bombardeos indiscriminados, que ojos que no
ven...
Marino no era la excepción. Por fortuna para él y cientos de mediocres más, el
programa de estudios oficial eliminó materias claves, limitándose a lo necesario para
evitar que cundieran inquietudes intelectuales en la juventud paraguaya; algo tan in-
deseable para Stroessner como la peste bubónica.
Aunque la bobónica no lo inquietaba en demasía que digamos y, antes bien, la
propiciaba con entusiasmo valiéndose de sus lacayos “docentes” poco decentes de su
ministerio de educastración “y culto”. Culto a su persona, seguro, y si algo sobraba
sería para el mariscal López (desgraciadamente Estigarribia era liberal de origen) y
culto a la bandera, más alguno que otro prócer militar de acartonadas facciones mar-
ciales de rigor.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Marino con toda seguridad tendría algunos tropiezos estudiantiles en sus “cursos
acelerados” a la carta, pero gracias a sus padrinos, a su obsecuencia adquirida… y en
parte a su tarjeta rosada “ábrete sésamo”, pudo ir completando materias hasta “ascen-
der” al tercer curso básico, aunque medio a rastras y por antigüedad a falta de otros
méritos, tal iba haciendo su currículum político y burocrático. Haría todo lo posible y
algo más para terminar el bachillerato y matricularse en la carrera de Derecho de “la
Nacional”, semillero de políticos-paleolíticos oportunistas de medio pelo, trepadores
y obsecuentes de la naciente camada juvenil, llamada jocosamente “tierna podredum-
bre” aunque en voz baja y en círculos restringidos de intelectuales y periodistas no
alienados pero aglutinados en una extensa minoría selecta.
También la Gran Logia Simbólica del Paraguay tenía allí su sembradío de nue-
vos iniciados, para el culto al gran arquitecto y la obcecada búsqueda de la cuadratura
del círculo con escuadra y compás.
Esta última institución tampoco molestaba a la hermética embajada norteameri-
cana de Asunción ni a sus omniscientes servicios de inteligencia y espionaje.

Esta generación de la paz, como solía llamarla en público el desleído secretario


privado del Presidente, tenía la misión de ocupar —o tomar por asalto si necesario
fuere—, todos los espacios dirigenciales en los centros estudiantiles secundarios y
universitarios; hasta entonces manejados por verdaderos estudiantes comprometidos
e independientes.
La consigna del “padre de la juventud”, don Mario Abdo, era de no dejar resqui-
cios a opositores, intelectuales y cuestionadores del régimen y del mundo libre, en el
cual estaba prohibido pensar y expresarse libremente, y más aún actuar libremente.
La cosa recién comenzaba para él, aunque ya era vieja en el país. Tan vieja como
las instituciones que parecían funcionar a leña mojada y sobornos “agilizadores” de
trámites; que, al decir del Presidente “eran el precio de la paz”. Claro que el contra-
bando, el cohecho, el latrocinio de fondos públicos y las sobrefacturaciones entraban
en ese rubro abigarrado, como parte del paquete del “mundo libre” al que el régimen
estaba uncido y encadenado; ciudadanía incluida, aunque digamos que no por su pro-
pia voluntad.

¡Oh, pobre infeliz, que crees tener las claves de la vida y sólo te han dejado los
clavos! ¿Por qué huyes del conocimiento y te refugias en la muy poco santa ignoran-
cia, mientras la vida se te escurre como agua entre los dedos?
Y así, Marino Bado, has pasado de anónimo supernumerario mal remunerado, a
anónimo mediocre efectivo medianamente remunerado y digno prototipo de tu épo-
ca, por decirlo así, y de ese Paraguay abyecto y desinformado, que aún pervive des-
pués de tantos años y a pesar de la posmodernidad.

Pero su historia recién comenzaría desde 1966, cuando el general Stroessner de-
cidió convocar a una asamblea constituyente que derogue la totalitaria “constitución
liberal de 1940” promulgada por José Félix Estigarribia, que ya les iba quedando
apretada como ropa de difunto.
Además una nueva constitución le daría estatus de estadista; que el de dictador
tenía muy mala prensa, al menos fuera del país, que la prensa endógena aún le era fiel
o, al menos, indulgente y lisonjera en demasía.
Poco faltaba para agitar turíbulos de incienso en su homenaje a pedido del obse-
cuente arzobispo asunceno Aníbal Mena Porta.
Por supuesto que los funcionarios públicos fueron convocados para apoyar en la
elección de convencionales, que no era cosa de dejar que los liberales-levirales y los
radicales, (la única oposición rentada por entonces) tuvieran mayoría. Aunque la
victoria de los colorados estaba fuera de duda y discusión, era perentorio no bajar la
guardia, que el general era muy puntilloso al respecto y no toleraba fallas, salvo las
suyas y las de su familia o su querida favorita.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

La señorita Nimia Peralta, su veterana ex casera del inquilinato lo visitó en su


departamento una noche de tantas, tal venía haciéndolo desde que Marino se mudó
del inquilinato.
Ya para entonces era más pulcro y ordenado, aunque sus ropas de vestir apenas
desfilaban mecidas por la brisa, a lo largo de una soga atravesada de pared a pared,
acunadas por bastas perchas de pino y alambre, pues aún no sobraba para muebles
funcionales ni mucho menos. Sólo un colchón de espuma forrado en tela y extendido
en el piso hacía de yacija horizontal, que ya vendrían tiempos mejores, pues de acuer-
do a su daltónica óptica, ya no podían empeorar en demasía.

_¿Todavía no tenés una cama decente, Marino? —reprochó en tono interrogati-


vo Nimia—. Va siendo hora que tengas una, aunque sea en cuotas. Y si querés te
salgo de garante… y hasta te puedo ayudar con las cuotas.
Marino paró las orejas, como interpretando alguna insinuación de ayuntamiento
o matrimonio; algo que estaba muy lejos de sus apetencias y ambiciones. No, no
estaba a fin de aburguesarse… y menos con la veterana casera a la que aún no conocía
del todo.
—Ya habría tiempo de quemar su juventud —pensó— con alguien a su elección.
Pero el único problema era: ¿Quién lo elegiría a él? Porque era tímido, apocado,
apático y perezoso como para tomar iniciativa alguna que no fuese acuciada por el
estómago vacío; y aún asi le costaba ajetrearse.
Nimia era una mujer excelente y noble, pero algo autoritaria y maternal en dema-
sía como para tener una segunda madre controlando hasta su crema de afeitar y su
camisa de vestir. Pero prefirió eludir el misil desviando la conversación.
La amaba, es cierto, pero…
—Es que todavía no me da el cuero. Tengo que terminar de pagar esa heladerita
y…
—¡Pamplinas! —replicó la veterana oliendo de qué iba la cosa—. Si es por eso,
también vas a necesitar un ropero. ¡Mirá cómo tenés tu ropa de vestir! No te queda
bien a vos, funcionario de carrera y con brillante futuro, usar un alambre como guar-
darropas. Deberías haberte quedado a vivir allá y no te iba a faltar nada…
Allí Marino pescó al vuelo la indirecta de Nimia y se puso en alerta temprana.
¿Hasta dónde quería llegar? Nimia era demasiada mujer para él, y al menos le llevaba
doce años; y él no estaba para hacer de “señor” ni sacrificar su soltería duramente
ganada. Prefirió cambiar de tema.
—Te prometo que apenas cancele mi crédito te compraré una buena cama con
colchón pullman. Te prometo.

¿Recuerdas Marino, que de la política aprendiste a ser un as de las promesas, que


ni tú mismo te las creías? Recuérdalo bien, porque tarde o temprano habrás de pagar-
las y cumplirlas.

Nimia le urgía desde un mes atrás para que comprara una buena cama con col-
chón pullman, que el ropero podía esperar y sus huesos sufrían lo suyo al levantarse
desde el suelo.
Eso sí, para los arrebatos eróticos ella se pintaba sola, con o sin cama, y era capaz
de reeditar el Kama Sutra si tenía la oportunidad, pues que imaginación pragmática
no le faltaba y esperaba tener sujeto a Marino por mucho tiempo y ya se sentía en la
escalerilla del último tren de la vida y, más allá todo era gris y amorfo como el am-
biente social que se vivía en el país, aunque ella no era ajena a los boatos de la socie-
dad y cuando salía sabía vestir con elegante sobriedad y clase.
Nimia Peralta le trajo unos bocados de fiambres, queso argentino, aceitunas ne-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

gras pan y ropa limpia para congraciarse con Marino, que por lo menos era un amante
discreto, si bien con poca experiencia, además de su pacata torpeza aldeana. La ma-
yoría de las veces su papel de partenaire era más pasivo que activo y era Nimia quien
llevaba las iniciativas del caso para su propia gratificación, aunque el varón carecía
de experiencia amatoria y no siempre se comportaba con esa pasión con que las mu-
jeres aspiran ser poseídas… al mismo tiempo que son poseedoras, como el mambore-
tá o la araña viuda negra.
Éste no se hizo de rogar y la invitó a pasar la noche, aunque la ex casera prefirió
quedarse un par de horas y regresar a su casa tras el desahogo.
Evidentemente no gustaba de dormir en el piso sobre un delgado colchón de
espuma, aunque estuviera limpio. Aún siendo un departamento casi céntrico no falta-
ban cucarachas de buen tamaño, acechando desde los desagües o paseando en las
noches en busca de alimento y le daba un no-sé-qué sentir bichos de ésos que comen
mierda, hacer turismo sobre las sábanas en la oscuridad.
Marino se resistía a fumigar su nueva vivienda, como si temiera algo raro; que
los insecticidas de entonces eran más tóxicos que los insectos y el olor era de dar
mareos por varios días.
Tal vez le recordaba a su insalubre oficina húmeda y polvorienta y los viejos
libros de actas de los archivos, continuamente visitados por sabandijas, ajenas a la
función pública pero igualmente voraces. Quizá por contagio urbano o político, que
de eso se trata.
Nimia Peralta apenas aliviada parcialmente de su ardor pasional, se vestía apre-
suradamente y tomaba las de villadiego rumbo a su vivienda. Salvo los sábados y
domingos sí venía de día a quedarse hasta la caída del sol postergando sus obligadas
visitas a parientes. Allí aprovechaba para lavar alguna ropa de cama y barrer un poco,
que su amante funcional era algo relajado para la limpieza hogareña y todos sus afa-
nes se limitaban a barrer una o dos veces a la semana su pisito y nada más.
Por entonces, quizá por la aparente calma reinante en el país, Marino pasó por
alto sus obligatorios informes. Tal vez por no tener nada que contar a la policía y que,
a causa del temor reinante, la gente cuidaba de su lengua y sus gestos en público para
no dar motivos de malinterpretación a los pies peludos que abundaban por doquier
como mala hierba.
También las mordazas eran harto innecesarias, por lo sabido del caso Ortigoza y
otros que se comentaban a voz queda.
Es que para Marino y otros como él, se vivía en el mejor de los mundos posibles;
lejos de revoluciones, guerras, guerrillas, asaltos callejeros y manifestaciones masi-
vas tan comunes por entonces en el planeta. Hasta agradecían al general por esa paz
de camposantos que tenía a bien dispensar al país; aunque los finados fueran convo-
cados cada cinco años a votar por el general y su partido comparsa y hasta el descanso
eterno les era retaceado en aras de la “paz y el progreso”.
Eso sí, estaba prohibida la sinceridad… y se notaba, en el sacrificado devenir
cotidiano y en la prudencia lingual de la gente. El populacho raso medía cuidadosa-
mente sus palabras casi como con micrómetro, al punto de que aquéllas cojeaban con
muletillas y titubeos que posteriormente pasarían a formar parte del rudimentario
léxico oral en el Paraguay, y como aporte del general a la cultura, usos y costumbres
del “no te metas”.
En los años citados, la mejor manera de suicidarse, rápida o lentamente, era ofre-
cer resistencia y militancia opositora al régimen o hablar bien de Fidel Castro y su
revolución for export o simplemente llevar una camiseta con la efigie del Ché estam-
pada en el pecho, aunque sólo fuera por esnobismo.
Varios dirigentes comunistas o sospechosos de serlo en la clandestinidad debie-
ron poner tierra de por medio y huir al exterior o donde sea para no pasar parte de su
vida, si no toda, en malolientes mazmorras, ser brutalmente apaleados por la policía
política o sometidos a odiosas torturas bajo la supervisión de sus maestros de la geo-
metría pentagonal, gentilmente brindados por la embajada norteamericana y sus su-
cursales en todo el continente.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Y para esta institución polcial, poco deliberante y nada pensante, la brutalidad


era la mejor manera de ser dignos de su jefe, el coronel Duarte Vera y del general
Stroessner; que por algo llevaba dos eses en su apellido germanoico, casi como una
presea o condecoración genética familiar.
Si bien el general era un mestizo de europeo y criolla, amaba a sus ancestros
teutónicos paternos con la misma intensidad con que despreciaba su mitad paraguaya
y campesina. Pero esa es otra historia, o mejor dicho: otra histeria, ya que tiranizando
al Paraguay se vengaba de su mitad nativa de la cual no podía desprenderse del todo
por ser genéticamente activa.

Marino Bado no era precisamente un buen amante para la señorita Nimia, pero
de momento era lo único que pudo hallar en su ajetreada vida de regente propietaria
de un inquilinato de mala muerte para trabajadores semi insolventes; aunque se rumo-
reaba que era también propietaria rentista de campos ganaderos, aunque no lo aparen-
taba pues ni siquiera auto tenía y se movía discretamente a pie o en tranvía.
Y ella no avizoraba en su llano horizonte grisáceo algo mejor; aunque peores sí
le sobraban. ¡Y eso que era heredera de fortuna y además culta y distinguida, aunque
vistiera con modesta sobriedad y recibiera, un par de veces al año, en su apartamento
privado a intelectuales de postín y artistas renombrados. Siempre en hermética priva-
cidad.

Una tarde de lloviznas intermitentes, Marino recibió la visita del oficial Báez de
Investigaciones a fin de urgirle informes más calientes para la jefatura.
El sujeto estaba de paisano, con el sempiterno traje azul oscuro y corbata berme-
llón-sangre, para evitar alarmar al barrio y gafas oscuras pese a la ausencia de sol,
como proclamando a gritos su membresía a la policía secreta.
—Un agente confidencial no puede andar simplemente reportando “sin nove-
dad” —díjole el oficial—, que la situación amerita al menos algunos informes sobre
sospechosos en potencia. Que sean o no culpables, se verá después de unas sesiones
de sacudidas y “baños submarinos” en la pileta de la jefatura. No puedo tener ociosos
a mis colaboradores. Necesitan un poco de acción para estar en forma; que el caso
Ortigoza creemos que traerá cola. Sólo tenemos... teníamos a cuatro, y es casi seguro
que haya más conjurados militares y civiles por ahí. Aunque no pudimos sacar más a
los incoados, a pesar de que hicimos lo posible para hacerles hablar. Usted debería
tomar un cursillo de inteligencia con nuestros maestros americanos del FBI, para
aprender a estirarle la lengua a los mañosos y retobados. Hay que usar un poco de
pichicología con esa gente, para entrarles en confianza y hacerles hablar hasta por los
codos. Lo demás correrá por nuestra cuenta. Pero si no quiere colaborar… sólo tiene
que decirnos y su puesto se pondrá a disposición de otra persona. Mire que la calle
está dura hoy por hoy… ¿Lo toma o lo deja? Nada más piénselo y después nos avisa.
—Es que no puedo denunciar a cualquier prójimo o vecino sin estar seguro —
respondió el joven Marino palideciendo ante la no tan velada amenaza contra su sala-
rio de burócrata de cuarta—. A lo mejor pueden ser inocentes y… no tener vela en el
entierro.
—Eso a usted ya no le incumbe —replicó el brutal esbirro—. La gente debe
conocer de lo que somos capaces. Así se van a tranquilizar y no van a hacerse de los
revolucionarios de café o militantes opositores de salón una vez que prueben la cons-
titución nacional 6 de nuestras manos. Después van a quedar mansitos y calmos
como agua de charco y ya no darán problemas. El miedo es el mejor tranquilizante
social para esos estudiantes que se creen intelectuales por haber ingresado a la univer-
sidad y esos sindicalistas que pretenden salvar al mundo, que engañan a los incautos,
y a los imbéciles izquierdosos. Así nos han enseñado en la Escuela de las Américas y
en la Academia Interamericana de Policía. Todos ésos, son asalariados de Moscú,
idiotas útiles del Kremlin y La Habana… y esperamos que usted colabore más. Esta-
mos seguros que los enemigos del gobierno andan por ahí agazapados para dar un

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

golpe en cualquier momento. No se duerma usted, y tenga los ojos y oídos abiertos;
al menos si quiere conservar su puesto y ascender de categoría.
Marino sólo pudo balbucear un “entendido señor” siempre cabizbajo como buen
paraguayo de su tiempo: oportunista y genuflexo como el que más.
Pero en realidad, no le preocupaba otra cosa que no fuera la posibilidad de perder
su modesto empleo. Lo demás lo tenía sin cuidado.
Marino se sintió nuevamente incómodo y nervioso, al punto de agriar su hasta
entonces pacífico cuan abúlico carácter. ¿Se contagiaría de la cobarde crueldad de
sus mentores?
No lo creía posible porque ya era cobarde —aunque más por ignorancia que por
naturaleza—, pero sí sería capaz de traicionar a cualquiera luego de sus primeras
experiencias de soplón furtivo. Eso sí.
Le dio un calosfrío de sólo pensarlo, pero sabía que la brutalidad era (y sigue
siendo) una regla áurea de toda policía que se precie, aquí, en Buenos Aires, en Nueva
York o donde fuera. Parecía que en general todos ellos venían calcados con el mismo
molde o plantilla: la crueldad militarizada y la brutalidad en ¿servicio?
Para la policía y algunos militares graduados de la Escuela de las Américas, no
existían leyes, jueces, fiscales, abogados ni instituciones jurídicas por encima de la
“orden superior”; la jerárquica y omnipotente seguridad Nacional era la ley.
Aunque él era apenas un soplón, un pyragüé, un chivato despreciable y anónimo.
Y todo por su ambición de ganar más dinero y poder en la política de baja estofa de la
época. Y comprendió la gran verdad que le dijera la pícara Fanny, tiempo atrás. “En
política no se asciende; se trepa, arrastrándose si fuera preciso y sin levantar cabeza,
a no ser que te llamen para algo”. Y ahora iba entendiendo para qué lo llamaban…pero
seguía sin poder levantar cabeza.

¿Has llegado, Marino, a comprender en qué berenjenal estabas metido? ¡Haz


memoria, y despierta de una vez a la realidad! Y recuerda que la realidad es la única
verdad indiscutible. ¿Sabes en qué consiste la conciencia? ¿No? Pues ¡apréndelo
ahora mismo!

Nimia Peralta se sorprendió al llegar esa noche al apartamento y encontrar a


Marino sollozando quedamente al ritmo de espasmódicos temblores espásticos.

—¿Qué te pasa, mi amor? —díjole mimosa y solícita, casi maternal intentando


calmarle con audaces e impúdicas caricias íntimas pero sin percibir la tempestad que
se agitaba en su interior.
Marino, sin acusar recibo de la intrusión de las manos y labios de Nimia y sin
dejar de sollozar, le respondió entre hipos que pensaba viajar a Buenos Aires.
— ¡No aguanto más esta presión de la policía para que les pase cualquier infor-
mación falsa sobre cualquier amigo, o vecino o conocido, sólo para que ellos se di-
viertan golpeando a presuntos sospechosos y hacerles confesar cualquier cosa para
mostrar a sus jefes que son fieles al general Stroessner! —dijo Marino, calmándose
un poco tras su imprudente confesión, acunado por las cálidas caricias de Nimia en
sus partes, ahora no tan sensibles tras el cachondo masaje—. ¡Ya no quiero saber más
de esto! Al principio pensé que sería un juego, sólo para mostrar que soy un tipo
importante para ellos… pero ahora me quieren obligar a que les dé nombres y… ¿de
quiénes, si ni siquiera los conozco, y si los conozco son gente trabajadora e inofensi-
va? Me dicen que está en sus manos saber si son inocentes, pero después de someter-
los a latigazos y baños de agua fría… que pocos van a aguantar. Y no puedo. No
puedo. ¡Y no quiero hacerlo! Tengo que dejar todo, mi carrera, mis estudios… y
largarme de aquí para siempre!
—Traquilizate, mi amor. No lo tomes así. A lo mejor no es tan malo como crees.
Seguro que sólo quieren impresionarte… —dijo Nimia en plan maternal y asombrada
de su propia audacia; que hasta pensó en ir más allá, atreviéndose a cosas que nunca

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

había hecho, por pudor o simple pacatería católica y porque eso, eso, Sólo lo hacían
las mujeres muy alegres y desvergonzadas—. Seguro que te van a dejar en paz tarde
o temprano. No creo que te quiten tu trabajo ni te perjudiquen en tus estudios, sólo
por dar parte sin novedad.
Esto no tranquilizó a Marino Bado, para nada pero aceptó las caricias de Nimia
sin rubor.
Una de las veces que visitó a Cantero, lo hicieron esperar en la sala de guardia
más de una hora, porque estaba “trabajando”, según le dijeron, y, tras más de una hora
de espera le notificaron que volviera otro día. Un fétido y cálido tufo aromado de
humedad y sangre fresca hirió su nariz en un ramalazo llegado desde el fondo, como
venido tras el oficial que se lo notificó.
Éste tenía el uniforme caqui salpicado de agua y manchas sospechosas que hicie-
ron estremecer a Marino al ver los ojos del policía exhibiendo sadismo y enrojecidos
de ira.
Sin embargo Marino comprendió de qué se trataba, al oír gritos desgarradores y
súplicas de clemencia, muy al fondo de los tenebrosos pasillos de Investigaciones.
No pudo evitar entonces un temblor nervioso que lo acompañaría por un buen tiempo.
Pidió permiso para retirarse y, diciendo que volvería en otro momento, salió de allí
con las ganas de vomitar pintadas en su rostro.

—Ese tipo es un flojo —comentó el oficial del uniforme manchado de sangre y


agua sucia—. No nos va a servir de mucho. Sólo sabe escribir “sin novedad” y en
una libreta más sucia que papel higiénico usado. Encima con pésima letra inentendi-
ble.
—Ya se va a ir fogueando solito nomás —respondió el de guardia acariciando su
sable reglamentario “Orden y Patria”, que llevaba colgado a su izquierda con cierta
displicencia, como al descuido—. A lo mejor podemos ayudarle a despabilarse po-
niéndole un supuesto sospechoso en las narices para probarlo. Si lo denuncia sabre-
mos que tiene pasta. Si no, lo borramos de nuestra lista. Total ya tenemos bastantes
pyragüés por todo el país. Es flojo nomás… y medio tontorrón. Y esa letra que
garabatea, parece de preescolar. Se nota que le falta escuela.

Pero esta conversación ya no llegó a tus oídos, Marino, por razones obvias.

Ahora, a meses del episodio y luego de la visita del oficial Báez, se sentía acorra-
lado, atrapado por esa perversa maquinaria llamada Departamento de Investigacio-
nes, donde el miedo y el dolor eran monarcas absolutos y donde se construían los
pilares de la obsecuencia y del sometimiento al más fuerte y al más astuto, que “man-
daba” en el Paraguay, pero en la escala mundial, era éste apenas un peón descartable
de los trebejos estratégicos de la Guerra Fría.
Stroessner no era sino una más de las piezas del perverso ajedrez de la política
internacional y sicario armado del Departamento de Estado norteamericano en una
porción de su patio trasero. Una especie de Quisling Gauleiter SS, al estilo de Hi-
mmler, al servicio de una potencia extranjera; el capataz-caporal de una porción del
patio trasero.
Pero todo esto estaba mucho más allá de la escasa capacidad de comprensión de
Marino Bado y de muchos otros como él, eufemísticamente denominados como “la
generación de la paz” por los perifoneros del gobierno, quienes se limitaban a repetir
lemas y tampoco tenían bien clara la cosa.
No estaba a su alcance el comprender todo esto, ni rebelarse contra su abyecto
destino de mediocre empleado del estado obligado a servir como delator de tiempo
completo, sin más remuneración que un empleo mal pagado.

Si cada empleado público fuera un soplón, —pensabas entonces, Marino, aun-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

que buen esfuerzo te costaba pensar—, acabarían intrigándose unos a otros hasta
eliminarse mutuamente. Pero aún no te animabas a mirarte en un espejo. ¡Y eso que
ese espejo estaba siempre frente a ti e incluso dentro de ti!

Sí, el miedo era el verdadero amo del país, y es seguro que el propio Presidente y
sus secuaces estaban temerosos y alienados; manchados de paranoia y desconfiados
de todos los demás habitantes y hasta del cuerpo diplomático.
No debían olvidar que el primer contingente de mal armados guerrilleros, viniera
de la Argentina, apenas cuatro y medio años atrás, con la vista gorda del presidente
Fondizi, no muy amigo del general. Algunos fueron exterminados y los sobrevivien-
tes presos en una prisión militar… hasta su espectacular fuga al Brasil.
De pronto a Marino le llegó una idea maquiavélica, aunque nunca, ni en sueños,
oyera hablar del genial pero mal comprendido florentino de nombre Nicolás.
Aprovecharía su patente de chivato para ir aligerando a las oficinas de su repar-
tición de unos cuantos burócratas… mandándolos al mazo, varios de los cuales eran
empleados antiguos de anteriores gobiernos. De paso se esquitaría de quienes lo
hicieron objeto de burlas y mofas en un cercano pasado. ¡Ya verían quién era él!
Sólo debía armarse del coraje necesario para mentir, que no otra cosa sería eso, y
estirarles la lengua. Eso sí, debía tener coraje para sostener sus mentiras a ultranza.
Debía tener agallas para ejercer la intriga pese a la cobardía que lo poseía como ángel
de la guarda al revés. Que hasta para traicionar se requiere cierta dosis de valor.

La ocasión llegó después de un partido de fútbol entre secciones y algunas cerve-


zas, uno de sus compañeros, nombrado ya y más antiguo, comentó como una chanza
acerca del secretario privado del presidente y sus escasas luces luego de las cervezas
de rigor.
—Dicen que don Mario compró un potente rifle con mira telescópica para ir de
cacería al Chaco —principió el compañero de marras—, y para probar su potencia,
apuntó al aire y apretó el gatillo varias veces. Lastimosamente erró todos los tiros.
Pero para no devolver el rifle, ahora caza diccionarios como blancos fijos.
Algunas carcajadas corearon la guasa, pero Marino aprovechó para tomar nota.
¡Ya tenía su primera novedad!

No demoraría en hacer llegar a manos de Cantero la primera “novedad” —escrita


en una hoja sucia de libreta y con torpe caligrafía escolar—, consistente en una intriga
contra el compañero de mayor antigüedad de la sección “defunciones”, al que oyera
decir, además de la guasa, que se vivía mal en el país y que un pariente suyo había
sido despojado de sus tierras por un militar en Paraguarí cuyo nombre no se consigna-
ba y de apellido Bento.

Esto bastaría para empezar. No tardaron en citar al cuitado en Política y Afines


para interrogarlo acerca de sus presuntos comentarios, no sin antes ordenar perento-
riamente la suspensión o destitución del mismo al director de Registro de Estado
Civil, o su degradación a nivel inferior… Para que aprenda a respetar al superior
gobierno y a las autoridades nacionales.

El acusado, tras el susto inicial, negó rotundamente haber dicho nada ofensivo
contra el gobierno, pero bastó para que fuese tenido en cuenta y trasladado a una
oficina de menor rango, suspendido por un mes y amonestado con amenaza de despi-
do, pese a estar afiliado al partido oficialista de color sangre.
Al haber varios oyentes y rientes, fue imposible adivinar cuál de ellos pudo haber
sido el chismoso y la cosa quedó ahí.
Consecuentemente, Marino Bado pasó a ocupar el sitial del compañero y con un
ascenso a mayor categoría en pago de su patriótica acción.
—En la sopa del presidente —dijo el director del Registro de Estado Civil—, no

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

cabía ninguna mosca ¡y menos todavía la moscovita!

En realidad hubo un enroque, degradando al chistoso en el puesto de Marino y alzando a


éste al del otro.
Su carrera de intrigas e infundios recién comenzaba, y no se detendría hasta conquistar
alguna jefatura… o varias, salvo algún imponderable imprevisto en su camino.
Sólo que,al ascender Marino y ocupar el lugar del degradado…

atrajo las sospechas de los compañeros hacia él.

Los años del miedo, por Chester Swann

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

3
PÁNICO EN LA OFICINA

Asunción, 7 de junio de 1968

.Marino no necesitó del cursillo de inteligencia para agentes confidenciales para


comenzar a intrigar a sus compañeros inmediatos del Registro de Estado Civil. Sim-
plemente comenzó por “estudiar” a cada uno en su lado vulnerable, a fin de urdir un
plan creíble para deshacerse de algunos y ocupar sus lugares vacantes, o, al menos ir
trepando que no ascendiendo en su empleo, ya que las “recomendaciones” para ello
venían de la sección política de la policía o del propio Pastor Coronel, jefe de Inves-
tigaciones.

Pero primero debía consolidar su credibilidad con la policía política y analizar


cómo lo haría pero ya lo estaba haciendo sin analizarlo en demasía. Dos compañeros
estaban bajo observancia y otro había sido trasladado al subsuelo “por razones de
mejor servicio”, gracias a la diligencia de Marino Bado, de quien comenzaba a sos-
pecharse como “nariz fría” o tiro’y sã en vernáculo guaraní burocrático.

Para entonces ya no frecuentaba con asiduidad a su veterana amante Nimia Pe-


ralta ni se hacía encontrar por ésta, sino magreaba descaradamente a una post adoles-
cente llamada Susana Barrios; nueva en el Registro de Estado Civil y recomendada
de un oficial militar de una unidad cercana a la capital, del que con toda seguridad
sería su querida o, al menos pretendida, según las lenguas viperinas de la repartición,
aunque eso se hallaba alejado de la realidad.
Tenía, ésta menos de un año de antigüedad en la institución, pero que ya prome-
tía una prominente exuberancia física y había sido dispensada de ser supernumeraria
por orden superior.
Mas ésta tenía de lejos mucho más inteligencia que Marino, e incluso que las
empleadas más antiguas y ya se preparaba para ingresar al primer año de derecho de
la Universidad Nacional de Asunción con excelentes notas de secundaria de un cole-
gio femenino de postín.
Pero el extraño alejamiento y degradación de un empleado con diez años de
antigüedad y otro nuevo pero eficciente escribiente y excelente alumno de la Facultad
de Derecho no dejó de suscitar comentarios entre los compañeros, aunque de pruden-
te discreción, ante la sospecha de que el recién nombrado les estaría serrruchando el
piso con chivatazos malintencionados.

Y, quiérase o no, las soslayantes miradas se dirigieron a una hacia Marino Bado,
quien de un tiempo a esa parte, estaba escalando posiciones dentro de la oficina, aún
siendo un mediocre estudiante secundario, sin méritos intelectuales, nulo dactilógra-
fo y peor calígrafo.
Por entonces las anotaciones, copias y registros se hacían con plumilla “cuchari-
ta”, tinta azul-negra y el conocido “papel sellado” de rigor. Sólo los más encumbra-
dos poseían “plumas fuentes, Wearever,Stebrook o Parker con punta de oro 18 kilates
y recargables. El escribiente debía ante todo —a más de tener buena caligrafía–, no
cometer errores en las anotaciones ni raspar el papel, lo que equivaldría a anular el
costoso “papel sellado” si el interesado se percataba del mismo. De no, el trámite de
enmienda del error podría llevar meses de peregrinación y frustraciones, antesalas,
pasillos y revisiones de comprobación en los archivos.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Pero a Marino Bado tal detalle debió importarle mínimamente. Su meta era
ascender en categoría, salario y poder, que ya le había tomado el gusto a la golosina
de la intriga a la carta y la delación express, con el beneplácito de la policía, aunque
ésta aún seguía menesterosa de acción, es decir: de motivos para ejercer el vil oficio
de la tortura con cierta prodigalidad, que también ellos debían hacer méritos para el
mandamás desbaratando supuestas conspiraciones, que podrían gestarse dentro del
propio partido soporte del gobierno, pese a las proclamas de “lealtad hasta las últimas
consecuencias” hacia la persona del Más Alto.
Incluso a mediados del decenio anterior, muchos importantes caudillos colora-
dos, como Epifanio Méndez, Waldino Livera y otros, fueron expulsados del país por-
que despertaron la envidia del general que detestaba a quienes tuvieran carisma o
pudiesen hacerle sombra o competencia por el poder.
Ya en 1954 el doctor Epifanio Méndez, brillante intelectual, historiador, poeta y
músico aficionado, fue sacado de su puesto en el Banco Central con cajas destempla-
das, a causa de su popularidad creciente y enviado al exterior… para siempre.
Posteriormente sededicó a perseguir o vigilar a los simpatizantes “epifanistas” y
hasta se prohibió la ejecución de sus composiciones en público.
No hacía mucho tiempo, un abogado —bastante maquiavélico, dicho sea de paso—
, el doctor Edgar Insfrán había sido destituido del Ministerio del Interior a causa de
unas movidas suyas en seccionales coloradas del interior.
Su propósito era coparlas con sus adictos en la presunción de que podría ser
ungido por el partido para reemplazar al general, ya en el borde de la senectud. Ins-
frán —al contrario de los adocenados adláteres del Presidente, era intelectual de fus-
te, aunque muy de derechas y admirador del fascismo norteamericano de los años de
la posguerra mundial. Podría ser un rival peligroso, como civil y colorado, a las
aspiraciones hegemónicas de Stroessner, quien aspiraba ya al mariscalato, habiendo
llegado a la cúspide de la carrera militar como general de ejército al que se le habían
acabado los peldaños del escalafón.
Pocos días bastaron para que el poderoso y temido ministro del interior pasara al
reino de las sombras y el olvido, siendo reemplazado por otro abogado —mediocre y
brutal, pero incondicional del único líder—, un tal Sabino Montanaro, apodado “el
chanchito” por lo achaparrado y retacón y tal vez por sus frecuentes gruñidos gorri-
nos y ajenos a lo humano.
A partir de entonces Marino Bado se enfrentaría al segundo gran desafío de su
vida: los estudios, a los que su intelecto tenía tanta aversión como a la amenaza de ser
puesto de patitas a la calle,
De todos modos, sus “contactos”, su tarjeta rosada y su astucia le iban abriendo
puertas y facilitando la aprobación de exámenes en su colegio, gracias a la lenidad e
indulgencia de los profesores y mentores académicos, también incondicionales del
régimen.

Tras haber aprobado entre trancos y barrancos el sexto curso, dos años después,
se prepararía para ingresar a la facultad de Derecho de la Universidad Nacional de
Asunción, aún sin haber hecho pasantía en los cursillos de ingreso de los centros
estudiantiles, tal exigían los reglamentos.
Algunos caudillos oficialistas pensaban copar dichos centros aún independientes
para manejar a los estudiantes insumisos desde el vamos, y usarlos como comparsas
del régimen y fuerza de choque con que enfrentar protestas y opositores, al estilo
Stürm abteilung (SA) hitleriano.
Es que en el ámbito universitario existían focos de disidencia organizados e inde-
pendientes, aunque pacíficos. No obstante había quienes pintaban clandestinamente

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

leyendas murales contra el único líder, otro de los alias del Presidente.
Para entonces Marino ya había escalado dos categorías en la función pública y ya
no se sentía urgido a brindar “novedades” a la policía. De todos modos no le sería
difícil hacerlo si llegaba la ocasión, que por entonces los pocos escrúpulos que traía
de origen se estaban batiendo en una vergonzosa retirada.

Esa noche Marino se sintó abrumado por la soledad y deseoso de caricias mórbi-
das como las que solía dispensarle Nimia. No dudó en salir en su busca sabiendo que
la hallaría en su apartamento anexo al inquilinato donde viviera tiempo atrás.
Hacía más de seis meses que ella no aparecía por allí, quizá despechada por los
continuos plantones del personaje. Éste había pensado en suplantarla por otra joven-
zuela pero no había adquirido suficiente “cancha” para conquistar a nadie.
Nimia estaba a punto de dar por concluida la jornada e irse a dormir y se sorpren-
dió de verlo llegar como si tal cosa.
—No esperaba verte más —dijo Nimia simulando una cierta indiferencia y des-
gano, pese a que su taquicardia subió de puntos al verlo.
—Sabés que te quiero —mintió Marino— pero tengo muchos compromisos po-
líticos últimamente. ¿Puedo pasar?
Nimia pensó unos segundos, dudando entre mandarlo a la santísima mierda o
recibirlo, pero finalmente optó por franquearle la entrada, aunque con un gesto forza-
do de no-me-importa.
—Desde que te ascendieron te subieron los humos y te creés importante, Marino.
¿Qué te trae por estos lares a estas horas? ¿O venís a buscar “novedades”?
—Te estaba extrañando —continuó mintiendo, aunque sin acusar el irónico gol-
pe verbal— y pensé que vos también. Pero si incomodo te dejo en paz.
—Bueno —replicó ella—.ya que viniste y te acordaste que existo, pasá adelante. Ya
estaba por irme a la cama.
—Si vas para allá… te acompaño —remató Marino dorándole la píldora. Gra-
cias a su metièr de soplón aficionado y a la policía, aprendía poco a poco a mentir con
cierta soltura, aunque era poco convincente para quien ya está de vuelta de todas
partes. Y por ello, Nimia lo invitó un té, pero lo despidió enseguida evitando llevárse-
lo a su cama. Hasta ella comenzaba a desconfiar de él.

Los compañeros se tranquilizaron un poco al notar la afabilidad de Marino y su


cara de yo-no-fui que ostentaba como una hermética máscara de sus meteóricas inten-
ciones. Y él sabía —o creía saber al menos—, que ésas eran las reglas del juego en el
Paraguay del siglo XX, donde el más, obsecuente, el más camaleón, el más fuerte o el
más astuto o el más felón empuñan el asa de la sartén y amasan sus fortunas… hacien-
do harina a los demás, al decir del humorista Quino, por boca de uno de uno de sus
personajes de moda.
Pero así y todo, el temor no cesaba dentro de la institución sentían la ominosa
espada de Dámocles sobre sus testas y todos desconfiaban de todos; cosa nueva en tan
vieja repartición. El pánico tardaría algo en ceder, pero se irían acostumbrando.
Afortunadamente uno sólo fue dado de baja y los otros “reubicados” y nadie
sufrió pasantía en investigaciones; lo cual morigeró la cuestión un tanto.

Pasaron los meses y la vida rutinaria de Marino seguía su curso zigzagueante en


su trepada cuesta arriba. Esta vez ya alzando levemente la cabeza, aunque sin preten-
der llegar muy lejos para no ponerse en evidencia o confirmar lo que ya sospechaban
en el Registro de Estado Civil

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Tres de los sancionados eran conocidos de Marino Bado que solían prestarle
dinero en sus tiempos estrechos y habían hecho confidencias a éste antes de los inci-
dentes mencionados y, de acuerdo a ellos mismos, sólo pudo haber sido Marino el
delator.

Cierta noche llegó Nimia Peralta a verlo, pero tras aplaudir varios minutos en la
puerta del apartamento, prefirió volver al inquilinato que administraba, preguntándo-
se qué habría sido de su amante funcional.
No era la primera vez que eludía sus visitas o desaparecía sin avisar de su depar-
tamento.
Normalmente Marino solía estar en su morada a esas horas pero Nimia debió
suponer que estaría en la seccional colorada del barrio de donde se oía música de
pachanga tropicalizada. No se equivocó.
Hacia allí se dirigió a pasos apresurados. Cuando llegaba al local pudo percatar-
se de que se efectuaba una fiesta bailable, por lo que abonó su entrada y buscó a
Marino entre los asistentes.
No tardó en dar con él, sentado en una mesa y en compañía de una jovenzuela
rubia, pulposa y atractiva, departiendo animadamente.
Sin que Marino la percibiera se aproximó sigilosamente por detrás del mismo y
pudo oír algunas palabras edulcoradas dirigidas a la juvenil dulcinea rubia que lo
acompañaba acariciándole las manos con mirada de carnero degollado.
Nimia Peralta sintió que la tierra giraba desaforadamente bajo sus pies y se des-
vaneció, arrastrando una mesa vecina consigo con todo y botellas de cerveza; las que
se estrellaron estrepitosamente en las baldosas de la pista produciéndole algunos cor-
tes tras su aterrizaje forzoso.
Marino adquirió una repentina palidez alternada con rubicundos ramalazos de
¿vergüenza? al ver a su amante caer muy cerca de él, con estrépito de botellas y vasos
rotos y la sorpresa del solitario parroquiano que se hallaba en esa mesa, quizá aguar-
dando a alguien, pues miraba con insistencia a su reloj alternando con atentas mira-
das a la entrada del salón.
Pero, en lugar de auxiliar a Nimia, prefirió levantarse apresuradamente despi-
diéndose de su acompañante alegando una urgencia cualquiera.
— ¡Luego nos vemos, Susi. Tomá un taxi que tengo otro compromiso en la Junta
Electoral para las nueve y media, ahora que me recuerdo! —dijo a la rubia por toda
explicación antes de abandonar precipitadamente la fiesta danzante; no sin antes de-
jar un billete de cien guaraníes sobre su mesa para abonar lo consumido que no suma-
ría siquiera veinte aborígenes y para su taxi, considerando que había que poner tierra
de por medio, antes que su celosa amiga arme la de san Quintín con la rubia Susana.
Su sorprendida acompañante, sin sospechar aún la causa de la brusca actitud de
Marino, su compañero de la oficina y cortejante ocasional, no hizo más que pagar la
cerveza que habían consumido y hacer lo propio, sin reparar en la dama que estaba
siendo asistida por unos jóvenes y personal del lugar y aún no se recuperaba del
soponcio, la caída y algunas cortaduras de vidrios rotos en el cuerpo, felizmente su-
perficiales.
La jovenzuela rubia, en vista de lo ocurrido, se dijo que un taxi era mucho lujo y
salió de la seccional dirigiéndose a la parada del ómnibus que la devolvería su casa,
sin percatarse de que alguien la seguía.
Nimia Peralta —tras recuperarse de la caída y desmayo, más algunos cortes de
vidrios rotos en los brazos y empapada de cerveza derramada—desoyó los consejos
de quienes la asistieron y se lanzó a las oscuras calles empedradas en pos de su su-
puesta rival. ¡Ahora sabría quién era la pécora que le estaba escupiendo en su plato
favorito!

Marino Bado, ignorante de cuanto estaba ocurriendo tras su defecciosa y cobarde


huida, de puro ignorante que era, sólo se preocupaba de qué explicaciones daría a su
ex casera y amante… y a su compañera de trabajo a la que estaba arrastrando el ala.

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En cuanto a su nueva amiga Susana Barrios, caminaba desconcertada rumbo a la


parada del ómnibus, sin percibir que la seguía una mujer algo mayor, empapada de
cerveza y hecha una lástima con la ropa aún salpicada de sangre.
Cuando Susana Barrios llegó a la parada del ómnibus y se detuvo a esperarlo,
sintió pasos de tacón aproximándose casi torpemente hacia ella.
Pero recién cuando la distancia que las separaba se comprimió en demasía, Susa-
na advertiría que la furia se precipitaba hacia ella. Pero justo en el momento en que
hacía señal de parada a un destartalado ómnibus y éste se detenía allí.
Los sorprendidos escasos pasajeros contemplaron horrorizados que una mujer
aparentemente ebria y hecha una lástima sangrante se abalanzaba sobre la jovenzuela
rubia con malas intenciones y voceando imprecaciones destinadas, según pudieron
escuchar, a su progenitora y no precisamente en términos laudatorios.
_ ¡Pare, chofer, por favor! —gritaron varias voces al ver que la mujer seguía
gritando insultos dirigidos a la más joven que trataba de huir de la mujer. Sus eviden-
tes intenciones de agredirla —vaya a saber por qué motivos— incitó a los pasajeros a
intervenir para evitar que pasaran a mayores.
Susana Barrios no albergaba remota idea acerca del por qué esa extraña la isulta-
ba; encima desgreñada, manando sangre de varios cortes y apestando a cerveza, aun-
que más parecía posesa que ebria. De pronto en la penumbra nocturna la reconoció
como a la mujer que se accidentara en el local bailable y comenzó a entender el por
qué de la huida de Marino… y la ira de la mujer contra ella. Nimia Peralta no cesó de
proferir improperios hacia la joven rubia desconocida que —según le decía el ángel
malo de los celos—, le estaba robando su amante.
La pobre Susana en realidad sólo era cortejada por el funcionario Marino Bado
aunque no llegaron a la intimidad ni mucho menos. Además, la voluptuosa joven
tenía un amigo militar casado que también, según las lenguas ociosas la cortejaba y
era quien la había recomendado para el cargo en Registro de Estado Civil, quizá con
las mismas intenciones, que esos favores solían pagarse en especies, según ciertas
tradiciones vigentes en el país, con reminiscencias feudales y derechos de pernada
entonces; aunque en realidad no había nada de eso.
Ella había aceptado la invitación del compañero simplemente porque el coronel
Ybárrez, en realidad su tutor, estaba de cuartel en su unidad ese día y no vio nada
malo en aceptar un baile de seccional con el amigo Marino sin imaginarse ni prever lo
sucedido.

En cuanto a Marino Bado, esa noche la pasaría en vela sin atinar qué explicacio-
nes daría a las dos ni qué pretextos esgrimir para calmarlas, que los celos femeninos
podrían acabar fácilmente en tragedia griega o en sainete de culebrón argentino.
Afortunadamente, Susana Barrios aprovechó la intervención de los pasajeros y
abordó presurosamente el ómnibus. En cuanto a Nimia Peralta, tras discutir un rato
con los intervinientes, abandonó su agresividad estallando en llanto y pedidos de
disculpas por su actitud y explicando el motivo de sus cortes como producto de un
tropezón, hasta que un gentil policía, que pasaba en una camioneta patrullera, la llevó
a Primeros Auxilios para hacerla atender.
Tras las curaciones se dirigió en taxi al inquilinato que regenteaba.
Pero pese al dolor de sus heridas y a la furia acumulada en tan poco tiempo, pudo
conciliar el sueño vencida por el agotamiento y los nervios.

No se sabe si dio gracias a la providencia por no haber llegado al crimen, aunque


ganas no le faltaron. Pero comprendió que a ley pareja nadie chilla. Tras superar el
furor inicial y el ridículo de su caída con todo y mesa servida pudo reflexionar con
algo más de calma.
Ella había usado al joven Marino, su inquilino y éste, al cambiar de residenia tal
vez decidiera cortar la relación, aunque ni siquiera conocía a la joven rubia y pulposa
con quien lo halló en la fiesta bailable. Pero ahora estaba en posesión del seecreto de

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Marino y sus concomitancias con la policía en carácter de soplón furtivo y decidió


atacarlo por ese flanco, aunque su natural nobleza le sugirió prudencia.

Incertidumbres, por chester swann.

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4
SOSPECHAS EN LA OFICINA

Asunción, 7 de noviembre de 1968

Afortunadamente era sábado aún y al día siguiente ni Marino ni Susana irían a la


oficina, pero era sólo cuestión de tiempo que tuviera que dar explicaciones. A Nimia
por un lado y a Susana por el otro.
Ignoraba si la primera interpeló a Susana, ya que cuando la vio caer sólo pensó en
abandonar el local, irracionalmente, como huyendo de algo.
Ni remotamente habría imaginado, que este mundo es un pañuelo como suele
decirse y que las mentiras tienen patas cortas.
Pero nunca había tenido líos de faldas ni idilios de doble filo. Tenía que zafar de
ésta de algún modo y carecía de experiencia en el manejo de crisis de nervios.
Pero Nimia Peralta conocía sus inconfesables secretos y sus relaciones con la
policía política y esto le produjo una sensación de malestar y taquicardia. Debía cal-
marla de algún modo aunque le faltaran ideas y palabras para ello a causa de su corte-
dad mental.

¿Cuándo dejarás, Marino, de ser un imbécil por cuenta propia y decidirte a crecer
de una vez por todas? ¿Te acordarás alguna vez de tus metidas de pata por renunciar
al intelecto en pro del instinto?

Tenía que pensar en algo rápidamente y ello lo llevó al insomnio toda esa madru-
gada.
Finalmente decidió optar por el mal menor: reconciliarse con Nimia y dejar de
arrastrar el ala de gavilán a la presunta pollita del coronel Ybárrez, cuyos celos po-
drían ser tan nocivos para su salud como los de la otra. Para colmo el coronel era del
arma de artillería; lo que equivale a sugerir que era amigo del Presidente y colega de
arma, al menos dada la velocidad meteórica con que la chica fuera nombrada sin
hacer pasantía previa como supernumeraria y con salario de responsabilidad, pese a
que sólo papaba moscas en un escritorio o charlaba de futilezas con la otras compañe-
ras. Lo que no decían las lenguas viperinas, es que Susana era inteligente y de
brillantes calificaciones, que era huérfana y que el coronel era su tutor y tío carnal.
De haberlo sabido…

Aún no alcanzaba, Susana, los dieciocho años de edad, pero su físico daba para
provocar hipo al más indiferente, y, si su mentor era celoso la pasaría muy mal.
Casi al filo de la madrugada y al canto de los gallos pudo dormitar un poco,
aunque la taquicardia no lo abandonó ni en sueños. Y aún sus sueños casi llegaron a
pesadillas, sintiéndose atrapado en su propia telaraña de intrigas.
Ese domingo se levantó bastante tarde, casi a las tres, pasado meridiano. Iba a
continuar durmiendo cuando unos golpes indiscretos y perentorios como notificación
judicial sonaron en la puerta sin haber acertado con alguna idea salvadora. Por el
tono de impaciencia de los golpes debió suponer que sería Nimia, por lo que se prepa-
ró para lo peor. Tras anunciar que abriría luego de vestirse, se puso unos shorts y
salió a recibir a quien sea que llegaba. Efectivamente, era Nimia, con heridas cortan-
tes en brazos, piernas y vaya a saber dónde más, apenas cubiertas con esparadrapos y
con presuntas señales de no haber pegado el ojo.

¡Aún te estremeces, Marino, cuando recuerdas ese oscuro episodio de tu terca y


mediocre vida signada por el fracaso! ¡Cuánto te ha costado, desde entonces, ponerte

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los pantalones largos de la adultez que llevabas encorsetada por la ignorancia y de la


cual has ido saliendo gracias a ella!

Ese ojo lo encañonó fíjamente y medio de costado en tono acusador, como acri-
billándolo con interrogantes, aunque sin abrir la boca, fruncida y apretada como para
huelga de hambre o como para escupir algún insulto contenido.
— ¡Hola, mi amor! —atinó a decir Marino poniendo cara de inocente— ¿Qué te
ha pasado que…?
— ¡Hipócrita, mentiroso, chivato de mierda! —Respondió con voz enronqueci-
da Nimia, a manera de saludo y mostrando sus cortaduras apenas cubiertas por espa-
radrapos y la ropa hecha una lástima—. ¿Por qué no me dijiste que ibas a salir de
parranda con una mujerzuela teñida y encima me dejaste allí en la seccional tirada en
el suelo como trapo viejo haciéndote humo? ¡Cobarde! ¡Pyragüé de mierda que an-
dás!
Marino intentó calmarla para que bajase el volumen de la voz, ya que su depar-
tamento lindaba con otros dos en el mismo edificio. Y sus vecinos podían parar la
oreja ante el vocerío acusador de Nimia. Pero ésta se puso a llorar histéricamente
insultándolo y comenzaba a llamar la atención de los vecinos esa mañana domingue-
ra.
Marino debió hacer de tripas corazón y la abrazó cariñosamente dándole un beso
en la mejilla —tradición fielmente mantenida desde los tiempos de Judas Iscariote,
tan falso como moneda de aluminio.
La respuesta de la mujer fue una fortísima bofetada a Marino, que pese a su
pétreo rostro duramente adquirido, le dejó una marca granate, como de colorete de
bataclana en la mejilla izquierda. Tras el desahogo, Nimia se calmó un tanto y cesó
de gritarle, pero siguió sollozando y temblando mientras Marino sobaba su mejilla
tratando de borrar el cardenal y, de paso intentar consolarla pidiéndole perdón. ¡Ah,
mujeres!
Iba a endulzarle la píldora a Nimia, a fin de evitarse futuros males, pero ésta salió
intempestivamente corriendo escaleras abajo, dando un portazo en la entrada del za-
guán y dejando a Marino lleno de incertidumbres. Es decir; las mismas que tuviera
siempre, ni una más.

¡Ah, mujeres! Pero aería casi seguro que Nimia lamentaría el tiempo perdido
con semejante especímen anónimo, desvergonzado y artero, o quizá no. Tal vez
hubo pensado que podrías convertirte en un hombre hecho y derecho, y no logró más
que potenciar lo que siempre fuiste: un pobre infeliz mediocre y felón con grandes
aspiraciones pero exiguos principios y nulos valores humanos. Un prototipo de la
llamada tierna podredumbre… salvo que…

El lunes Marino acudió puntualmente a la oficina de Registro de Estado Civil


como quien no quiere la cosa, llevando una macha de hematoma en una mejilla. Tal
vez pensó que Susana lo recriminaría por su poco caballeresca actitud en la bailanta
de seccional, dejándola plantada. Pero ignoraba que su acompañante había quedado a
merced de una loca de celos, que, le endilgó los insultos más soeces de su repertorio
y sin conocerla.
Si al menos la hubiese acompañado hasta un taxi…
Marino aún no estaba al tanto de esto último por lo que entró como si nada a
ocupar su puesto en una de las oficinas de atención al público. A eso de las nueve
Susana pasó por allí sin saludarlo pero dedicándole una mirada cargada de irepro-
ches, como llevando un destello de ira en cada pupila.
Marino sintió que le debía una explicación, pero no se le ocurrió nada que decir
sobre su presuroso abandono y sin asistir a la mujer desmayada.

¿Recuerdas, Marino, los graves avatares de tu zigzagueante vida, tras varios años

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de ello? Será menester que cada tanto te mires al espejo y reflexiones acerca de tu
cobardía de entonces, ahora que aparentemente te estás redimiendo.

Y Susana imaginó que esa era la beoda (al menos así lo parecía, ya que apestaba
a cerveza) y con cortes que luego intentara agredirla en la parada de ómnibus.
No tuvo, Susana Barrios, que atar demasiados cabos, que como toda mujer, tenía
intuiciones de tiro fijo.
La extraña sin duda tuvo un ataque de celos al verla con su compañero de oficina.
¿Habría algo entre ellos?
Pero no le haría preguntas a su frustrado acompañante. Menos aún si intentaba
jugar a dos puntas y habiendo sospechas sobre él de haber mandado al mazo a dos
compañeros y hecho despedir a otro. ¡Había un pyragüé entre ellos!
De nuevo cundiría el pánico y la anterior amistad que reinaba entre los compañe-
ros, pese a algunas pequeñas rivalidades, fuese convirtiendo en hosquedad y nadie
volvió a invitar a nadie ni con el flolclórico y refrescante tereré y mucho menos a la
ronda de cervezas tras partidos amistosos entre las secciones de Registro de Estado
Civil, cuando “matrimonios” saliera campeón derrotando a “nacimientos”,”archivos”
y “defunciones”, que por entonces no existía el divorcio vincular. Apenas “separa-
ción de cuerpo y bienes” y para estos había una oficina judicial de “disolución conyu-
gal” lo que no autorizaba a realizar un nuevo matrimonio por ley.
Los partidos amistosos de los domingos pasarían a ser cosa del pasado, y las
lenguas permanecerían mudas en sus bocas, como aviones botados al hangar o co-
ches enfundados en garages.
Las charlas informales entre cafecitos pasarían a la historia y los chistes sobre el
iletrado secretario privado don Mario quedaron sepultados en la mudez absoluta sin
lápida ni flores.
El contador de esos hilarantes casos de “don Mario” y sus asnadas, podría ser
malinformado por su irreverencia y llamado al orden… o despedido. Y también
quienes riesen celebrando las guasas serían acusados poco menos que de lesa majes-
tad.
Tal era la situación entonces, bajo un perpetuo estado de sitio y “seguridad”
impuesto por los amos boreales en previsión de un viraje a la izquierda al estilo cuba-
no; cosa imposible en un país mediterráneo y sin montañas maestras donde combatir
por utopías imposibles; como lo demostrara el aniquilamiento del Movimiento 14 de
Mayo a principios de los 60.
Además, estaba poblado por gente conservadora y neofóbica como la que más; la
que temía a los cambios como a la peste.
Un soplón en la oficina era cosa seria y todos los indicios apuntaban a ese aspi-
rante al primer año de Derecho de la Universidad Nacional, que casi misteriosamente
y en forma meteórica ascendiera de simple ordenanza supernumerario a supervisor de
Archivos, categoría A5 ¡en menos de tres años!

Susana Barrios no demoró en sentir la desconfianza de sus compañeros hacia


Marino, el que intentara seducirla o cortejarla en un frustrado encuentro durante un
baile de seccional.
Pero Marino evitó continuar con su oficinesco acoso romántico, prefiriendo to-
mar distancia de la compañera de trabajo. Además se dio cuenta de que muchos
amigos de la oficina le estaban dando la espalda y apenas respondían con monosíla-
bos a sus preguntas, como temiendo que cualquier palabra mal interpretada fuera
usada en su contra con algún iconfesable propósito, como el de despoblar reparticio-
nes para entronizar a advenedizos arribistas.
En cuanto a Nimia Peralta, resolvió agenciarse los favores de un joven estudiante
de Coronel Oviedo que arrendó el ex cuarto de Marino Bado, ahora remodelado,
revocado y recién pintado a nuevo.
Pero esta vez, la dueña y locadora puso la condición de no pegar afiche alguno
por las paredes, y menos de estrellas de cine de moda en bikini.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

El joven ovetense se allanó a su pedido y esa noche salieron a cenar en una


parrillada con orquesta, algo alejada del centro asunceno.
Pero, como toda mujer, aún guardaba rencor al oportunista que la plantara por
una jovenzuela teñida. Sólo que no sabía cómo hacer saber a los demás funcionarios
del Registro de Estado Civil sobre las conexiones entre su ex amante y la policía
política. Pero ya se le ocurriría algo, y ¡Marino pagaría cara su veleidad!

¿Imaginabas entonces, Marino, que te convertirías a una religión considerada


herética entonces, justamente gracias a ella ?
¡Claro que no imaginaste nada parecido, porque te faltaba pasta de profeta o
zahorí! También te faltaba imaginación pero por eso mismo no imaginaste los cam-
bios que te sibrevendrían… gracias a ella.

Finalmente la nobleza de Nimia la llevaría a recapacitar su rencor y tomar a la


chacota el equívoco. Un amigo que también trabajaba en el Registro Civil pudo
informarle que la rubia era huérfana y estudiante… y que era la protegida de un coro-
nel de artillería en calidad de tutelada. Nada más.
Esto la tranquilizó un poco, pero decidió que Marino merecía una lección para
que aprenda a conducirse por la vida, sin tener una segunda madre-amante encima de
él. Necesitaba crecer, pero aún no tenía una idea de cómo inducirlo a ello.
En cuanto a Susana, sí albergaba un cierto rencor contra Marino, pero más bien
por las sospechas de que podía ser un informante camuflado que por otra cosa.
De todos modos el tiempo se encargaría de ir atenuando lo negativo, salvo que
ocurriera algo que confirme las sospechas que aún no fueron más que suposiciones.
Y esas sospechas no tardarían en confirmarse… en la facultad de derecho.

Sin título, por Chester swann.


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MEDIOCRACIA EN ACCIÓN

Asunción, un mes más tarde.

Marino Bado comenzó a sentirse incómodo al comprobar que sus compañeros le


iban haciendo el vacío y eludiendo sus invitaciones a partidos de fútbol domingueros
en la improvisada canchita ribereña de playa Montevideo. Pero optó por ocultar su
disgusto y fingiendo no darse cuenta del detalle, siendo afable con ellos como si tal
cosa siempre con una sonrisa de ocasión de poca confiabilidad.
Si bien uno sólo de los compañeros había sido despedido por el director, había
otros dos rebajados de categoría y amonestados y justamente él ocupaba el escritorio
del despedido. Todos recordaban haber hecho chistes de tono subido acerca de algu-
nos ridículos gerontes jerarcas del gobierno pero era evidente que la policía política
carecía de sentido del humor. Casi tanto como un afectado de dolor de muelas… o
eran fanáticos del general y enemigos de la tolerancia.

Tampoco Marino solía reir de los apodos, motes y dejos de los ausentes popes de
la carcamalesca nomenclatura dirigencial del partido, pese a ser costumbre arraigada
en el Paraguay el motejar a los compañeros sin mala intención. “Amberé” (lagatija) y
similares eran “bautismos” de los amigos que sólo producían hilaridad sin menosca-
bos.

Ya había logrado ser admitido en la Facultad de Derecho de la Universidad Na-


cional de Asunción por medio de una recomendación de un funcionario del ministerio
del Interior, por lo que estaría ocupado en hacer méritos como militante colorado y
chivato, más que como alumno aplicado.
Si observaba las reglas de la tierna podredumbre, no necesitaría más, ya que su
papel principal era el de informar acerca de estudiantes rebeldes y movimientos disi-
dentes en la facultad. Muchos de sus nuevos colegas eran bachilleres egresados del
otrora orestigioso Colegio Nacional de la Capital, y ahora mero semillero de gambe-
rros oportunistas de la mano de don Mario7 , el trístemente célebre “padre espiritual
de la juventud” al decir del Presidente; aunque unos cuantos eran la excepción a esta
regla poco áurea y eran sobresalientes… a pesar del partido y de sus incultos caudi-
llos, más afectos al garrote que a los lápices, cuadernos y libros.
Por medio de trampas y violencia, los oficialistas se habían apoderado del centro
“23 de octubre” de ese colegio y del centro “Blas Garay” de estudiantes secundarios
colorados, para dedicarse a ensalzar al mandamás desde las aulas y escrachar a los
profesores brillantes y exigentes… o hacerlos renunciar para dar lugar a los más ado-
cenados pero fieles al partido. Marino, en cambio, había completado sus estudios
secundarios en un colegio privado pero poco oneroso haciendo cursos “acelerados”
en razón de su edad, rozando los veinte. Pero ahora, a los veintitrés, ya estaba en la
facultad de Derecho y notariado y podría decirse que ingresó por la ventana en razón
de sus notas lastimeras y rasantes.
Padrinos mediante pudo vencer las barreras del puntaje para “cumplir un rol
importante para el partido de gobierno. Y ahí estaba, perdido como beduino en la
Antártida, sin saber cómo empezar con Derecho Romano, que era chino para él.
Nada quedaba de la excelencia académica de tiempos anteriores a la mal llamada
“segunda reconstrucción” iniciada en 1954. Apenas se estaba intentando eliminar
toda oposición pensante y crítica para reemplazarla por adulones e incondicionales
del gobierno. Y, por supuesto a cambio de favores académicos a falta de otra cosa. La
mediocridad cultural se disponía a tomar al país por asalto, comandada por adulones
semiabalfabetos encabezados por el ubicuo secretario privado: don Mario y su atroz

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comparsa de fanáticos del espadón artillero.


Pero era preciso llenar algunas formalidades “constitucionales”, por lo que pre-
pararon —los cerebros políticos y asesores del general— un proyecto de asamblea
constituyente para el año entrante. Ya entonces el gobierno estaba siendo hostigado
por la prensa internacional y debían revisar sus actos administrativos dándoles visos
de legalidad. Y nada mejor que una nueva constitución de fachada democrática para
tapar bocas y acallar plumas críticas.
Marino Bado decidió sumarse al circo haciendo su papel dentro del centro de
estudiantes como delegado de curso. Y todos los universitarios sabían o sospechaban
al menos, que para serlo debían ser espías de la policía política.
Para entonces habían tres “partidos liberales” reconocidos para propósitos elec-
torales: los liberales a secas, sin apellido, los liberales radicales y los llamados “ge-
niolitos”, casi todos masones pero complacientes y colabora-sionistas (sic) con el
orden institucional.
También el ahora minúsculo partido febrerista, ahora legalizado, entraría en la
palestra electoral.
Marino no dio más partes a la policía acerca de sus compañeros de oficinas y
antes bien, afiló sus frías narices para eliminar a colegas universitarios, excesivamen-
te celosos de sus libertades académicas, que también intentaban tomar al centro de
Derecho con las urnas. Sólo que, donde había urnas había trampas ya que la junta
electoral estaba en poder de los oficialistas.
Nunca se sabría de qué manera un bueno para nada como él pudo aprobar las
materias del ingreso, aunque sus puntajes orillaron a nivel más bajo admitido en el
currículum. Mas es casi seguro que alguna palanca lo habría apoyado desde las altu-
ras para ello.

Haz memoria, Marino, e intenta rever esos momentos en que te creías


importante por intrigar a tus compañeros con malas, pésimas artes. Recuerda ahora
que estás lejos de esa suciedad y alejado de la podredumbre, mediante alguien aún
incomprendida pero sincera. Pero no te será dado sonreir por mucho tiempo… hasta
que estos pestilentes recuerdos se diluyan de tu memoria…

Por entonces Susana Barrios se le hizo la desentendida, pero se encontrarían de


tanto en tanto en el campus, ya que ésta también había logrado ingresar merced a los
buenos oficios del coronel Ybárrez, aunque era bastante más inteligente que su frus-
trado galán de unas horas y su puntaje superó la media exigida para el ingreso.
Pero la cola de paja de nuestro personaje no hubo amainado ni medio centímetro.
También dejó de cortejarla, quizá esperando presas más desinformadas en la univer-
sidad, que la demografía femenina de la misma casi empataba a su contraparte.
Por otra parte, su libido escalaba cotas cenitales por esos días, a causa de lo
sabido y de su torpeza verbal para apalabrar mujeres inteligentes. Sabía que Susana
era ahora su colega de estudios, pero por su cobarde actuación de tiempo atrás, ya no
intentó acercarse a ella. A veces las colas de paja son harto inflamables y es mejor no
arriesgarse a otro bofetón a su ego.
Ambos compartirían aulas pero evitaron relacionarse discretamente, cual si nun-
ca se hubiesen conocido.

Nimia Peralta prosiguió su rutina en el inquilinato, sin dejar entrever su relación


¿romántica? con su joven inquilino ovetense, llamado Ronacin Colarte, bastante sim-
pático y comunicativo y al que brindó atenciones casi platónicas aunque con discre-
ción. No fuera a empeñarse en una relación conflictiva como la anterior.
A estas alturas ya debía manejar sus asuntos privados sin comprometerse en dema-
sía ni sacrificar su independencia emocional. Pronto olvidaría a Marino y sus afiches
de bataclanas de cinema ligeras de ropas… y sus deseos de venganza cicatrizaron
más rápido que sus cortes. Es capaz que pronto se olvidase totalmente de Marino…

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pero de esa mujerzuela (al menos así lo creía) rubia no se olvidaría jamás, jurándose
que algún dia se encontrarían y le daría lo suyo si volviera a cruzarse en su camino.

Tú también, Nimia, no debes olvidar tus infantiles reacciones de un pasado que


casi te condujo a la locura… ahora que estás hecha una mujer consciente y solidaria
enfrentada al perverso sistema que te envolvía como mortaja poco piadosa, ahora
puedes reírte al recordarlo.

Tampoco Marino hizo esfuerzos para acercarse a Susana, dedicándole apenas un


cortés saludo de tanto en tanto y a veces forzando una sonrisa. Tampoco en su trabajo
de Registro de Estado Civil de siete a quince horas intentó hablarle, salvo algún hela-
do “Buenos días” si se encontraban en los pasillos.
Por los corrillos de chismes de la oficina, pudo enterarse que finalmente Susana
no era la querida, o pretendida del coronel aunque éste pasara puntualmente a buscar-
la a la hora de salida en un imponente limusina verde oliva con chofer.
Si bien el coronel de marras era del arma de artillería, estaba de servicio en el
regimiento Escolta Presidencial, guardia pretoriana del general y, de acuerdo a lo
captado tenía pocas pulgas y harta fama de ser celoso de su gallinero particular.
Esto bastaría para disuadir a Marino Bado de otros intentos de conquista de la
exuberante rubia de largos y llamativos cabellos.
De todos modos trasladaría su coto de caza a la facultad de Derecho, que allí no
era conocido… salvo por Susana, aunque no se hablaban, a no ser para saludarse con
un mudo movimiento de cabeza y con la seriedad pintada en sus rostros cual máscaras
impenetrables.

Derecho Romano, I y II fue la piedrecilla tirando a guijarro en el zapato de Mari-


no Bado. La eliminación de Gramática Latina del currículum secundario le imposibi-
litó entender los intríngulis de la jurisprudencia romana, salvo frases hechas dura-
mente memorizadas pero igualmente incomprendidas.
Decidió hacerse amigo de un estudiante de segundo año para ver si accedía a
aclararle algo sin oscurecer más aún de lo que estaba y el latín iuris prudentiæ era
chino para él.
Para colmo, desde el vamos comenzaron a surgir roces y discrepancias entre el
estudiantado, a causa de la política, de la mediocridad académica y de las represiones
policiales contra los disidentes.
Allí, Marino oyó hablar por primera vez de “derechos humanos” pensando que
era el derecho de votar y respirar de vez en cuando.
De la “libertad”, que creyó era el nombre de un club deportivo del cual el Presidente
era socio y presidente honorario vitalicio.
Tampoco había oído hablar de “democracia” así, a secas y sin apellido. Sí recor-
dó que solía escuchar por la radio en los discursos eso de “democracia sin comunis-
mo” o “democracia nacionalista”. Pero supuso que iba a ir aprendiendo cosas, que a
eso había venido. Durante los primeros días se dio a conocer a los otros colegas a fin
de ganarse su confianza. Especialmente de los más antiguos y veteranos que parecían
liderar grupos y corrillos de recesos.
Pero la presencia inquietante de la exuberante y curvilínea Susana en su aula lo
puso un poquitín nervioso. Especialmente el bamboleo de sus exultantes y sobredi-
mensionadas protuberancias pectorales tras el ajustado pull-over, al caminar con dis-
plicencia, y que le recordaban a Jayne Mansfield, otra sexy leyenda hollywoodense.
¿Es que ella también sería informante confidencial de la policía? En un principio
desechó tal premisa pero si llegaba a hablar con Cantero se lo preguntaría.
Si ascendió meteóricamente en Registro de Estado Civil y, según se rumoreaba
era recomendada de un coronel de la pesada, sería lo más factible y con altas dosis de
probabilidad. Lo que sí lo hizo dudar es de si se animaría a preguntarlo.

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¡Ah, Marino Bado! Ojalá hubieses sido entonces lo que eres ahora; aunque sólo
nunca hubieras podido metamorfosearte en libre mariposa. No hubieras pasado de la
etapa de vil gusano en que te quisieron convertir los dueños del poder. Recuérdalo
siempre, ahora que al menos aprendiste a pensar.

Comenzó por echar vistazos al viejo edificio de la calle Mariscal Estigarribia, a


su amplio patio, a la biblioteca y los corredores. Luego vería de conocer quiénes
integraban y lideraban las distintas facciones en pugna por el Centro. De tanto hacer-
se del James Bond del subdesarrollo, aprendió a ser más cauto, que como decía el
oficial Báez: “en el Paraguay somos pocos y nos conocemos mucho”.
Debía manejarse con cautela y, sobre todo, estudiar o fingir que estudiaría, a
pesar de que poca gracia le hacía el latinajo del oficio leguleyo que le sonaban a
liturgia romana preconciliar.
Pudo acceder a la biblioteca guardada por una mujer madura y seria como ofi-
ciante de pompas fúnebres. No sabía qué buscar, pues era tan inaccesible a la lectura
que por años se limitó a las páginas deportivas de “Patria”, algunas historietas mexi-
canas y muy poco más.
Ahora, al ver esos venerables libracos llenos de palabras incomprensibles se le
hizo un nudo en las tripas como pidiendo un laxante para desanudarlas.
Ante la pregunta inquisidora de la bibliotecaria, respondió tímidamente que era
nuevo y sólo deseaba mirar.
—Está bien —respondió la dama desde detrás de sus gafas—. Mire nomás, pero
si encuentra lo que busca, pídamelo a mí.

Había elegido la carrera de Derecho porque se le había antojado que sería más
fácil que Medicina o Ingeniería y que al ser abogado ya sería “doctor”, pero allí co-
menzó a comprender que se había metido en camisa de once varas. Y si la cosa se le
hacía cuesta arriba acabaría en una camisa de fuerza o buscando otra facultad menos
engorrosa.
En realidad no sólo el país, si no todo el continente, estaban en camisa de fuerza,
sometidos a las arbitrariedades policiales y militares de los becarios-sicarios de la
School of the Americas en el arremolinado turbión de la Guerra Fría, que estaba en su
apogeo pero sin vencedores ni vencidos, casi en empate técnico y así seguiría por
mucho tiempo. Pero en tanto, los mediocres —como quien nos ocupa— seguían
ejerciendo de informantes en nombre de la paz.

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MEMORIAS TURBIAS
DE UN AMNÉSICO REINCIDENTE

Asunción, 12 de noviembre de 1968


Marino —esa noche mientras intentaba dormir contando las vigas y tirantes del
techo, rememoró su niñez malamente escolarizada entre carencias afectivas y cintara-
zos paternos a cuenta de sus travesuras no asumidas y su sempiterna e histriónica
expresión de yo-no-fui.
La suya fue en una época difícil de inestabilidad política pero sí de solidaridad
social, como contrapeso a la intolerancia política tras la hecatombe civil de 1947.
Cierto día, por hacer la rabona debió exponer el trasero a una buena tunda hasta
quedar tatuado de verdugones y cardenales hasta debajo de las rodillas. Marcas,
éstas, que le duraron varios días en esforzarse por disimularlas con su pantalón tres
cuartos y medias largas pero no pudo evitar burlas y cargadas de sus condiscípulos de
la escuela, que aún dichas en guaraní le dolieron tanto como los vergajazos recibidos.

¿Te acuerdas, Marino del constante temor al dolor y a los “disciplinazos” de tu


padrastro casi siempre ebrio? Mucho has andado desde entonces y ahora te toca
rebobinarlo en tu memoria. ¡Levántate y anda, infeliz!

A Marino Bado los golpes de la vida los recibía en paralelo con los cintarazos de
sus mayores en sincronizada comunión profana. Pero ello no significa que aprendie-
ra las lecciones de la vida, sino más bien lo hizo refractario a lecciones de toda índole.
No iba con él el viejo adagio inglés: “La letra con sangre entra”.
No, a decir verdad la pasó entre sobresaltos y al margen de toda bondad o indul-
gencia. Y el segundo compañero de su madre —quien había obviado el sacramento
de rigor—, tampoco era ahorrativo en golpes y retahílas para con él… hasta que deci-
diera marcharse a la capital para trabajar en lo que fuere y proseguir sus estudios, toda
vez que tuviera tiempo y ganas, que no siempre había conjunción de ambas cosas.

Su progenitor real se había esfumado en la vorágine de la guerra civil de 1947 y


nunca más se supo de él, hasta que su madre se unió a un arribeño que sentó sus reales
en el rancho pueblerino, ajeno a cuanto sea trabajo, aunque no a las botellas, a las que
profesaba singular aprecio. Es decir a su contenido neto espirituoso pero poco espiri-
tual.
Y en eso, sí era generoso para dispensarse con largueza sus tragos largos.
Muchas veces Marino niño debió contemplar, pasivo e impotente, las palizas del
padrastro —a su madre y a él mismo si acertaba a ponérsele en frente— durante sus
delirantes borracheras.
Afortunadamente, para él y para su madre, cierta noche en que su padrastro ar-
mara una reyerta en el almacén del pueblo, alguien con pocas pulgas le asestaría una
puñalada fatal que acabó con sus bravatas y su etílica brutalidad hogareña.
El matador se esfumó en el corazón de la noche definitivamente, con lo que
Marino quedó dos veces huérfano para siempre.

Nimia pudo nuevamente engatusarlo cambiando de táctica y lo convenció para


retornar con ella… pero ya no en calidad de inquilino insolvente sino como “hombre-
cito de la casa”, incluso ayudándolo a proseguir sus estudios en la facultad, ahora
pasto de los caudillejos políticos y las luchas partidarias dominadas por los oficialis-
tas. ¡Y eso que los políticos comen de todo, menos pasto, salvo que sea con la tierra
debajo y las vacas ajenas encima!
Después de todo, ella lo amaba así desvalido como era, con esa salvaje ternura de

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las mujeres paraguayas pero con la firme convicción de hacerlo más hombre en todo
sentido.
Para entonces Marino era uno de los puntales para la retoma del Centro por adhe-
rentes del gobierno, pese a que la inteligencia brillaba por su ausencia y su intelecto
seguía siendo inmune a las letras.
Nimia se desvivió por él… en cuanto pudo atraparlo de nuevo en sus redes, pese
a ganarle delantera por varios años, lo amaba a pesar de lo que era: un vil pazguato
aliterado pero convertible en un ser humano íntegro. Hasta le costeó dos trajes nue-
vos para presumir en su oficina de Registro de estado Civil y en la facultad; que lo
cortés no quita lo caliente.
Un conocido sastre asunceno le tomó las medidas y se esmeró en dejarlo pintón;
aunque la real intención de Nimia era lucirse con él cuando se decidiera a ser un señor
doctor con un cargo acorde a sus ¿merecimientos? Pero para ello debía tenerlos o
conquistarlos… con su ayuda, aunque la ocasión aún no se daba.
Esto no significa que dejaría de vigilarlo y controlar sus entradas y salidas. Ya
estaba al tanto de la presencia de Susana Barrios en la oficina de Registro de Estado
Civil y, coincidentemente en el primer año de Derecho. Pero también ya estaba al
tanto de que ésta tenía un protector militar y tan celoso como ella… y capaz de llegar
al crimen si alguien le escupía en el plato.

Soledad, por chester swann.

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FACULTADES ALTERADAS.

Asunción, 3 de abril de 1969.


Marino logró engatusar a los compañeros de tercer año de la facultad a abrirle
camino a Derecho Romano I y a explicarle cosas hasta el momento incomprensibles
para él.
Lastimosamente también debía ponerse al día con el castellano, e1 que por falta
de cuidado y lecturas, era harto paupérrimo, incluso entre los suyos, que tampoco
brillaban por su ingenio verbal.

No borres, Marino, estos episodios de tu existencia poco trajinada y de indudable


ejercicio de la pereza conformista, característica de tu época. Guárdalos cuidadosa-
mente y quizá te sirvan para mirarte al espejo, que hasta ahora no te devuelve más que
una caricatura de imagen.

Finalmente un compasivo colega del segundo lo citó en su casa para ponerlo al


día con los enrevesados latinajos jurídicos. Para entonces Marino andaba más relaja-
do laboralmente y su salario le alcanzaba para algunos vicios menores que contrajo
en la facultad; y no por necesidad, sino por necedad y por hacerse del hombrecito,
pese a que, si bien ya tenía veintitrés cumplidos, todavía razonaba como adolescente
descerebrado.
Comenzó a beber cerveza con los de la tierna podredumbre para hacerse ver por
la policía y algunos amigotes.
Claro que esto último no apareja un insulto a la adolescencia, sino una simple
analogía diferencial entre su edad cronológica y su edad cognoscitiva, que por ahí iba
la cosa, oscilando entre la edad de la ¿inocencia? y la edad del pavo.
A fuerza de dádivas abonadas por sus mecenas de la tierna podredumbre, prome-
sas y astucia pudo ser electo delegado del curso, requisito sine qua non para postular-
se a miembro del centro de estudiantes de derecho por un movimiento oficialista.
En cuanto a Susana Barrios, permaneció prescindente de las movidas políticas,
prefiriendo concentrarse en sus estudios, ya que su natural inteligencia la hacía sobre-
salir por sí misma y sin apoyo del partido ni de padrinos y sus relaciones con el
coronel finalmente no pasaron de una amistad platónica, pese a las malas lenguas del
entorno, ya que el coronel era impotente a causa de una dolencia crónica llamada
postmadurez; Cronos era implacable con quienes intentaban desafiarlo.
Además eran parientes políticos y él, apenas tutor de Susana… hasta su mayoría
de edad que había rebasado con creces.
Tampoco Marino intentó abordarla nuevamente, avergonzado aún de su defec-
ción antes comentada y de su notoria falta de sinceridad, limitándose a tímidos salu-
dos —tanto en la oficina como en aulas—, aunque para entonces ella había cortado
relaciones con el coronel Ybárrez por razones de mayoría de edad y otras que no
vienen al caso comentar; pero igual la seguía frecuentando aunque con menor asidui-
dad.
Tal vez pensando (en realidad Marino era más afecto al cálculo que a pensar) en
tener—al decir de José Hernández autor de “Martín Fierro— un palenque donde
rascarse, que a eso iba, a cualquier puerto a por leña sin pensarlo en demasía y a
riesgo de arder.
Mas ello no significa que esos lazos invisibles quedaran cortados del todo, ya
que según chismes de dudosa credibilidad, seguía siendo “la protegida” del militar…
y no dejaría de tenerla entre ceja y ceja y entre pecho y espalda; como si se sintiera
aún con derechos de propiedad sobre la blonda Susana, un bocado difícil para tan
poco gavilán, encima venido a menos por pereza cerebral.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Marino debió hacer ingentes esfuerzos para no quedar más rezagado de lo que ya
estaba en las clases de Derecho. Por fortuna para él —aunque de poco le serviría la
gentileza como se verá—, algunos compañeros más veteranos aceptaron ayudarlo a
pesar de sus escasas luces y su prematuramente marchito intelecto. Tal vez por falta
de ajetreo.
Y justamente lo citaron en la casa de uno de ellos a quien visitó para recibir
instrucción extra y gratuita, cuando se encontró con Susana —también universitaria
primeriza—, que había acudido con similar propósito.

¿Recuerdas, Marino, esa jornada de Bochorno a que te has expuesto por


dar el gusto a tus padrinos políticos y por tu desvergüenza de delator aficionado e
incapaz de medir las consecuencias de tus actos? ¡Ah, pobre fracasado! ¡Lo recorda-
rás por mucho tiempo, cuando ya estés nadando en otras aguas y a contracorriente…
mucho tiempo después… en que la verdad te haría libre!

6
LA TIERNA PODREDUMBRE
EN MARCHA… HACIA ATRÁS.

Asunción, 7 de octubre de 1969


Tras la sorpresa inicial, Marino extendió la mano a Susana mientras balbuceaba
un tímido y tartamudeante “Bue.. enas tardes, se…señorita…” ante la no muy sor-
prendida rubia, quien por hallarse en terreno neutral y poco propicio para polémicas,
debió tomar la suya con cierta urbanidad, aunque con una frialdad indisimulada que
hubiera endurecido a un iceberg ártico y matado por hipotermia a un pingüino empe-
rador antártico, que como el Marino de entonces, es también un pájaro bobo de vuelo
trunco.
Evidentemente ésta aún recordaba la humillación sufrida una no muy lejana no-
che de bailanta frustrada con un aparentemente apuesto compañero de oficina y apro-
vechando su efímera libertad en una de las ausencias de su tutor.
Y por ello era tan rencorosa como Nimia, sólo que más urbanizada y menos
pasional. aunque su porte y presencia de walkiria wagneriana, sumados a su exube-
rancia eran ya motivo de escándalo.
Marino supo estar a la altura de las circunstancias en ese momento, y se compor-
tó —aunque torpemente y con poca gracia—, como lo que estaba lejos de ser: un
caballero.
Pero el impacto le duraría durante toda la jornada didáctica de Romano I, aún con
el auxilio de cafecitos cargados generosamente escanciados. Pero estaba lejos de
prever el desenlace que provocaría su nueva e indeseada afición inculcádale por la
policía política: “Permanezca en todo momento y lugar con ojos y oídos alertas…”.
Marino quedó más apabullado y turulato de lo habitual; que ya es decir bastante,
que hasta lo poco habitual era habitual en él.
Se limitó a esbozar tímidamente una semi sonrisa idiota de ortodoncia —fingien-
do una indiferencia que estaba lejos de sentir— al sentarse frente a ella en la silla
ofrecida por el anfitrión.
Éste no estaba al tanto de los antecedentes y no sintió el ramalazo de gélida
tensión que se apoderó metafísicamente del entorno mientras el anfitrión e instructor:

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Leonardo Retamozzo servía cafecitos a sus compañeros de facultad presentes.


Susana se limitaría a tomar apuntes y leer en voz alta fragmentos de la Ley Sem-
pronia y episodios anecdóticos de los primeros períodos de la república romana y sus
luchas civiles entre patricios y plebeyos, antes y durante la invasión de los galos
capitaneados por Brenn .
Pero tampoco no hizo nada para quebrar el témpano que flotaba en su mirada.
Especialmente cuando ésta colisionaba con la de Marino, intencionalmente o no.
En cuanto a éste, prefería desviar la suya hacia el cielo raso, apenas coincidía con
la de ella, como temiendo que ardiera su cola de paja.
Susana, si bien impactaba con su belleza elevando el índice de taquicardia de sus
colegas estudiantes, tenía la facultad —casi rara en una mujer— de autocontrolarse y
domeñar sus instintos al punto de no demostrar en forma ostensible sus sentimientos
ni sus pasiones.
Mas era evidente que su animadversión hacia el compañero de aula y de oficina
la inquietaba; pero no dio la más mínima muestra a sus otros colegas.
Marino en cambio, no sólo tenía mengua de “clase” y roce social, sino también
déficit de autodominio y carencia de cultura general. Además los latinajos de la
jurisprudencia eran galimatías para él. Tanto que ya iba craneando abandonar la
carrera o trocarla por Ciencias Contables, que al menos aprendió las cuatro operacio-
nes aritméticas y era más afín a las cifras que a las frases.
Apenas tenía idea de la historia de Roma, mediante una que otra síntesis de Sar-
thou, Lafont y Michelet. Por tanto, la evolución del derecho romano era terra incógni-
ta para él.
Era evidente que no iría muy lejos en la facultad; pero en su calidad de agente
confidencial debía seguir fisgoneando e informando al ahora subcomisario Cantero
acerca de los altibajos de la política. Al menos la interpretada por los estamentos
estudiantiles; y, hasta eso lo inquietaba más que Derecho Romano.
Le habían inculcado —en la seccional colorada y en la policía— que ser infor-
mante confidencial era casi un deber sagrado para él; que tenía la obligación de tener
orejas y ojos alertas ante la más mínima manifestación de disidencia para con el supe-
rior gobierno. Que en cada estudiante disconforme, latía un futuro intelectual revolu-
cionario en cierne, y de acuerdo a los intructores de Fort Gulick: podrían ser futuros
terroristas o guerrilleros, en la jerga de la Escuela de las Américas.
De pronto el anfitrión ocasional, e instructor voluntario, lanzó un exabrupto que
le atesó las orejas a Marino, cual dos antenas parabólicas en alerta.
—No sé para qué todo esto, si en este país el derecho y la ley son letra muerta y
enterrada —comentó fastidiado mientras sorbía su pocillo de café—. ¡Mejor debe-
ríamos investigar y estudiar acerca de la decadencia de la república y el ascenso de los
césares!… Que el “rubio” ése de apellido alemán, es más parecido a un emperador-
zuelo del subdesarrollo que a un líder republicano. Nada más le faltaría dejar la
presidencia a uno de sus hijos, como Somoza o Trujillo, creando una dinastía. ¡Ridí-
culo!

Marino Bado sacó disimuladamente su ajada libreta de direcciones y, con similar


furtividad la puso sobre una de sus rodillas y anotó el nombre, dirección domiciliaria
y lo que dificultosamente recordaba del comentario de Leonardo.
Claro que no fue mucho lo que pudo entender a causa de su raleado léxico.
A la perspicaz Susana no se le escapó el gesto y actitud de Marino; el cual aunque
intentara hacerlo con disimulo, no dejó de mostrar la hilacha delatora. Su “forma-
ción” en las charlas de seccional con don Mario y sus acólitos de la tierna podredum-
bre estaban dando frutos con simiente de árboles torcidos. Podridos e inmaduros,
pero frutos al fin, que por ahí iba la cosa. Cuanto más verde era la fruta… más podre-
dumbre acumulaba. Cosas de la politiquería nacional… derivada de presiones inter-
nacionales de la Guerra Fría.
Susana hizo un guiño a Leonardo y una seña imperceptible para que la siguiera a
la cocina para llevar pocillos vacíos.

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Algo sorprendido, Leonardo se levantó dejando a un lado su libro y la siguió sin


que el pazguato de Marino se percatara de la sutil maniobra.
Una vez lejos del visitante, Susana susurró al oído de Leonardo:
—Tené cuidado, Leo, con lo que decís entre nosotros. Ese tipo es un pyragüé y
estoy segura que anotó lo que dijiste. Noté que tomaba apuntes en una libretita sobre
su pierna derecha y con disimulo después de eso que dijiste del “rubio”.
—¿ómo lo sabés? —le preguntó algo alarmado Leonardo—¿Lo decís en serio…
estás segura?
—Sí. Trabaja en el Registro Civil conmigo y, creemos que al menos tres compa-
ñeros tuvieron problemas después de conversar con él. Hace un tiempo me invitó a
bailar en la seccional de su barrio y, cuando estábamos sentados en una mesa, una
mujer, que seguramente lo andaba buscando, se desmayó y cayó al suelo arrastrando
la mesa contigua. El tipo se puso pálido y huyó precipitadamente dejándome sola y
papando moscas sin darme ninguna explicación, salvo que se cordó de otro compro-
miso y me dejó cien guaracas para que vuelva a casa y para pagar la consumición.
Ahora apenas nos saludamos por urbanidad. Creo que anda en enjuagues raros y está
en la facultad más para espiar a los compañeros que por querer estudiar. No le veo
uñas para guitarrero y es un zopenco al cuadrado. No sé como hizo para ser bachiller,
salvo que pasara por debajo de las aulas y con padrinazgo de algún capo del gobierno.
Si alguna vez llegara a recibirse de abogado, me cortaré las tetas… _exclamó ponien-
do las manos sobre sus resaltantes hemisferios en un gesto elocuente_, y tomame la
palabra. Ése no va a llegar muy lejos, al menos por su aplicación ¡Si apenas sabe
dónde está parado!
—¡Qué bárbaro! —exclamó Leonardo, aunque dejando el lado el asombro; ya
que la situación del país daba para imaginar lo peor sin equivocarse, Todos los estu-
diantes se hallaban divididos entre quienes realmente estudiaban para superarse y los
que se la pasaban entre fiestas, holganza y actividades politiqueras de baja estofa;
entre los que pensaban y razonaban o los que la pasaban alabando al general Stroess-
ner, aún sin saber realmente el por qué. Y el nuevo, de acuerdo a su percepción era un
verdadero nihil et nullius homo.
Simplemente actuaban como fuerza de choque y marionetas del gobierno, para
copar los centros estudiantiles y terminar con los disconformes, e incluso con quie-
nes pensaban por sí mismos, domesticándolos o expulsándolos de aulas nacionales
con cualquier pretexto.
Leonardo quedó tieso y sin habla un buen rato, no imaginando a su compañera
automutilada hasta que decidió tomar al toro por las astas, recomendando a Susana
guardar silencio y permanecer alerta para descubrir al felón.
Retornaron ambos a la sala y Leonardo, fingiendo soltura exclamó:
—¡Hasta cuándo vamos soportar a este tipo que se cree el rey del Paraguay!
Mientras, Susana miraba de reojo a Marino Bado, el cual aún empuñaba su sucia
libretita apoyada sobre sus piernas y un bolígrafo rojo.
Marino trató de apuntar con disimulo lo oído de su compañero, pero Susana se
ubicó estratégicamente detrás suyo captando el furtivo gesto.
De pronto dio un relampagueante manotazo y se apoderó de la libreta ante el
estupor de Marino, el cual apenas atinó a tratar de arrebatársela a Susana, mientras el
rústico bolígrafo rodaba por el piso. Incluso agarró a Susana de sus largos cabellos,
siendo inmovilizado por Leonardo de hacia atrás.
— ¡Ojo con lo que hacés pedazo de idiota! —Le recriminó el fornido Leonardo ante
el estupor de los otros compañeros presentes—. ¡Quedate en el molde o te sacudo las
tripas aquí mismo. ¿O te creés que esto es un prostíbulo o una seccional colorada?
¡Estás en mi casa, boludo!
Marino Bado con una palidez mortal pintada en el rostro, sólo atinó a balbucear
incoherencias y exigir la devolución de la prueba de su felonía.
—¡Dame eso ahora mi… mi… mismo! —exigió inútilmente, mientras Susana,
riendo a carcajadas arrojaba la libreta a Leonardo, casi juguetonamente.
Leonardo cazó al vuelo la ajada libreta y se interpuso entre Susana y Marino,

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

quien, al saberse descubierto y sin atinar a un argumento coherente que justificara su


actitud traidora, pidió disculpas, siempre tartamudeando.
—So…sólo anotaba algo de lo que es… estamos estudiando…
—Entonces daré un vistazo a tus apuntes y si veo que no es lo que decís, va a ser
mejor que te borres de mi casa y de la facultad para siempre —dijo suavemente aun-
que con tono amenazador Leonardo Retamozzo—. No queremos ni necesitamos so-
plones entre compañeros, y menos todavía a tipejos ignorantes apadrinados por el
burro bípedo de don Mario.
Así diciendo, comenzó a hojear la ajada libreta con mirada de lince, tratando de
interpretar esos infantiles garabatos rojos, que parecían las huellas de una lombriz
borracha volviendo de una parranda. Evidentemente esos galimatías serían incom-
prensibles hasta para un experimentado perito calígrafo y mucho más para los poli-
cías. Que tampoco brillaban con luces propias y manejaban mejor Las porras que los
lápices.
Al verse perdido y sin respuestas coherentes, Marino no halló nada mejor que
meter violín en bolsa y salir casi corriendo de la casa de Leonardo, seguido por las
invectivas y pullas de los otros.
Susana se limitó a guardar silencio mientras Leonardo revisaba los últimos apun-
tes de Marino, palideciendo gradualmente mientras hojeaba la libreta. El bolígrafo,
en tanto, seguía reposando en el piso, abandonado bajo la mesa como aguardando un
pisotón descuidado.
Todos los apuntes —hechos con una escritura torpe y casi infantil y que más
parecían garabatos prescolares— hasta donde pudieron interpretarlas, tenían fecha,
hora, lugar y nombres de presuntos “enemigos del gobierno”… y entre ellos algunos
conocidos de Susana por ser compañeros y ex compañeros dados de baja del Registro
Civil. También había anotado “lo que presuntamente había oído decir al sujeto nom-
brado”, aunque en forma desordenada y yerros ortográficos y errática sintaxis.
Susana no pudo evitar lanzar al aire unas carcajadas estridentes, mientras Leo-
nardo y los otros dos miraban ceñudos los burdos apuntes de los informes “informes”
de Marino Bado… antes de reírse a mandíbula batiente de tal escritura casi indesci-
frable.
Evidentemente habría tarea ardua para algún grafólogo, si pudiera desencriptar
esas torpes líneas plagadas de errores ortográficos, de sintaxis y caligrafía poco feliz.
Toda una joya del disparate, pero era digna de un cofrade de la tierna podredumbre
llamada juventud estudiosa… colorada stronista.

Leonardo en su fuero interno celebró que Susana Barrios quedara eximida de auto-
mutilarse sus bellos atributos frontales.
A decir verdad, no la imaginaba aplanada y sin las encantadoras protuberancias
de su relevante frontispicio corporal dignos de un escultor ateniense.
Fnalmente, superado el episodio retornaron a lo que habían empezado.

Marino apenas atinó a una desordenada huida de la casa del compañero, sin saber
qué hacer o decir y con el rostro inundado de palidez.
No se sonrojó de vergüenza por carecer de ella y sólo sentía ese temor pánico de
los fracasados y pillados en flagrante; como niño descubierto robando caramelos de
la despensa del padre o monedas del cepillo de la sacristía.
Se vio a sí mismo en similar situación como cuando fue descubierto por Nimia
en coloquio sabatino con Susana… casi un año atrás.
No supo en ese momento hacia dónde dirigir sus pasos, que hasta el rumbo hubo
extraviado. Después de todo se había creído un 007 y resultó más chambón que el
superagente 86 o cualquiera de los Keystone Cops, sin gloria pero con pena. Mucha
pena, pero no por su conducta alevosa, sino por haberse dejado pillar in fraganti, que
fue el único latinajo juris-pedante que recordaba de todo lo leído en su vida.
Su chaplinesco patetismo y sus ambiciones de jugar a lo grande —en medio de

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

una política rastrera donde sólo imperaba la Ley del Gallinero—, lo habían perdido y
se sentía acorralado por las circunstancias.
Pero el show debía continuar, sólo que no sabía cómo ni tenía la más brumosa
idea. Si normalmente sus entendederas funcionaban a leña mojada, ahora ni siquiera
podía hilar ideas medianamente coherentes. Se sentía solo y desorientado como ciego
en tiroteo cruzado.

¿Tienes ahora conciencia de tus erráticas conductas. Marino Bado? Has tenido
mucho más suerte de la que te merecías y mucho sudor te costará quemar ese bochor-
noso pasado. ¡Levántate y anda!

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

UN MARINO SIN BRÚJULA.

Asunción, 4 de julio de 1967


Esa noche Marino se desveló por primera vez en muchos meses. La blonda
Susana, que más de una vez le robara el sueño creyéndose un guerrero vikingo junto
a su walkyria en el Wallhall,a, justo ahora le estaba robando la tranquilidad tornándo-
se pesadilla. Su miserable furtividad ya no era un secreto. ¿Con qué cara miraría a
sus compañeros ahora? Debería borrarse del Registro Civil y de la Facultad de Dere-
cho para siempre. No podrían dejarlo cesante por lo sabido, pero ya no lo mirarían
como a un compañero más, ni como simple sospechoso, sino como a un miserable
delator; pese a que todos sabían de la existencia soterrada de los “pies peludos” y
“narices frías” en la vida cotidiana del Paraguay de la Guerra Fría y la caza de brujas
inquisitorial manipulada desde la U.S. Embassy of Asunción.
Pero no era lo mismo ser sospechoso de delator; que culpable de lesa confianza;
pese a que muchos eran informantes oficiosos. Pero justamente el compañero que
solía prestarle dinero para subsistir durante su pasantía de supernumerario… fue una
de sus víctimas y separado del cargo a causa de sus intrigas. Y eso los otros no se lo
perdonarían, aún siendo varios de ellos con toda seguridad informantes conspicuos
de la policía política de Stroessner, o simplemente correveidile de los jefes, vulgar-
mente llamados “narices frías” (en guaraní, claro).
Varios estudiantes cuyos nombres obraban en su libreta perdida también eran
colorados —requisito sine qua non para ingresar a casas de estudios nacionales— y
hasta eran aplicados inclusive. ¿Era la envidia ante el éxito ajeno lo que lo moviera a
intrigarlos? ¡Vaya uno a saber los intríngulis y vericuetos del alma humana!
Si Marino supiera que en el Paraguay genuflexo de entonces pocos podrían arro-
jar piedras por tener techos de vidrio, quizá estaría más tranquilo, pero no lo estaba
aún sabiéndose “protegido” por la policía de “Investigaciones” y otros perros de pre-
sa del régimen.
Yeste ecce homo debió intuir que si era descubierto en su vil menester, las auto-
ridades se desentenderían de él por inservible.
Marino debió concurrir a Investigaciones a pedir audiencia al subcomisario Can-
tero. Ese día no apareció por Registro de Estado Civil para no enfrentar a Susana
Barrios y a la humillación de ser puesto en evidencia como soplón, pero confiaba en
que Cantero le vería otro cargo en cualquier oficina de por ahí.
Pronto se llamaría a asamblea constituyente para la reforma constitucional y a
favor del partido y del general vitalicio y se imaginaba que lo necesitarían.
1967 entraba al calendario como irrumpiendo desaforadamente en el clima polí-
tico paraguayo que seguía cautivo del barómetro de Washington y la “democracia
vigilada”.
Marino no fue recibido por la autoridad. Ni ese día ni los subsiguientes, ya que
de algún modo se habrían enterado de sus chambonadas y su puesta en evidencia.
Cantero simplemente le hizo decir que estaba ocupado, pero no dio a entender
que volviera otro día. La desazón de Marino iba en cuarto creciente y volvió a su
departamento pensando en que quizá la sufrida Nimia Peralta le aliviaría el mal trago
y la soledad virtual en que se hallaba.
Fue entonces en que su actitud pasiva y perezosa dio en iniciar un paulatino

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

cambio autocrítico en su propio interior.


Cayó en cuenta de que se estaban riendo de él, aprovechándose de su ignorancia
y de su pereza… pero no tenía idea de cómo salir de esa prisión invisible. Y de pronto
volvió a pensar en la paciente Nimia. En ese mmento algo estalló como un relámpago
en su abotagada mente señalándole un camino: el único posible.

Últimamente era más asidua y casi vivían juntos, desde que por poco no le arran-
cara los ojos a causa de los celos.
Pero Marino supo amoldarse como buen camaleón y —aparte de sus intrigas y
delaciones— andaba tratando de hacer buena letra con Nimia porque, finalmente, la
veterana —aún severa y celosa pero rabiosamente maternal~ era el puerto más segu-
ro para su desorientada nave de proceloso derrotero, y porque la madurez de ella
compensaba hasta cierto punto la inmadurez casi infantil de él y su falta de brújula.
Trataría de buscar otro empleo donde no fuera conocido y donde los eventuales
nuevos compañeros supiesen lo menos posible acerca de él. Tal vez su afiliación le
sirviera para tal menester, pero en casi todos los lugares que visitaba, lo recibía el
ominoso cartelito de “No hay vacancias” en las puertas.
En algunos lugares donde había vacancias, tuvieron la peregrina idea de pregun-
tarle acerca de sus capacidades y apenas pudo farfullar que era estudiante de derecho,
a lo que el capataz movió negativamente la cabeza.
_Entonces, amigo, mire por otro lado _dijo el entrevistador_. Aquí necesitamos
albañiles, baldoseros, electricistas y pintores; no abogados. Con esos músculos de
alfeñique, ni siquiera podríamos tomarlo de aprendiz de media cuchara.

Tampoco aparecería más por la Facultad de Derecho, donde dejara pocos recuer-
dos agradables. ¿Se convertiría en una especie de paria?
Así pensando —algo a lo que no era muy afecto y tampoco sabía qué quería decir
“paria” Aunque lo había leído en alguna parte alguna vez— llegó hasta el inquilinato
donde Nimia tenía un apartamento privado, separado de las piezas de alquiler.

Ella se extrañó de verlo a esas horas en que se suponía que debería estar en la
oficina del Registro Civil, pero se abstuvo de comentarios. Simplemente lo recibió
algo extrañada pero contenta de tenerlo de nuevo allí… aunque no lo demostró por
precaución.
No le dijo a Marino que ya andaba de amores platónicos con el joven ovetense de
nombre Ronacin Colarte ni que el muchacho acababa de salir de allí hacia su trabajo
como columnista en un periódico vespertino asunceno.
Simplemente lo recibió con un signo de interrogación en cada pupila y una taza
de café negro en mano.
—Pasá —le dijo con cierta sequedad pero sin altisonancias ni estridencias—. No
esperaba verte de nuevo por aquí… y en horario de oficina. ¿Estás de vacaciones?
Marino, con su mejor expresión de yo-no-fui y en tono compungido le respondió
con una sonrisa boba, que era cuanto podía ofrecer en esos momentos álgidos y con-
fusos en que la suerte parecía darle la espalda.
Marino entró con cara de circunstancias —detalle que no escapó a la escrutadora
mirada de Nimia— pero prefirió ocultar su chapetonía, y el vergonzoso hecho de
haber sido descubierto por Susana Barrios, a quien Nimia guardaba aún ojeriza a
causa de lo sabido.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

— ¿Te echaron de tu empleo? —preguntó Nimia con una ligera dosis de ironía
para ver de sonsacarle algo; pero Marino prefirió desviar la aguja de la jeringa.
—Acabo de renunciar, mi amor —mintió—, y creo que me anotaré en otra facul-
tad. No entiendo una papa de derecho romano, latín y toda esa cantata. Creo que me
voy a matricular en “contables”… si es que hay lugar todavía
Nimia lo miró dubitativamente como queriendo desnudarlo. Le resultaba difícil
de creer. No tanto lo segundo, que conocía demasiado bien sus limitaciones académi-
cas y su imprevisibilidad, sino lo primero. Había estado varios años en esa oficina en
calidad de supernumerario y no hacía mucho que fuera ascendido. Con la escasez de
empleos le resultaba intragable esa versión de una renuncia sin motivo aparente, sal-
vo que fuera por razones de mejor servicio, algo a todas luces probable.
—¿No es que estabas a punto de recibir un ascenso o promoción, Marino? —le
espeto ella a bocajarro—. ¿Y dónde pensás trabajar ahora? ¿Es que te peleaste con
algún capo? Mejor decime la verdad…
—Renuncié, te digo —replicó con cierta brusquedad poco habitual en él, lo que
hizo dudar aún más a la veterana. De todos modos, prefirió hacerle creer que le creía
y le franqueó la entrada.
—Pasá —dijo con suavidad—. Estaba por preparar el almuerzo. ¿Tenés ham-
bre?
Cabizbajo y compungido, Marino hizo una señal negativa con la cabeza puen ni
palabras le quedaban para confesar que sí tenía harta hambre y pasó a la salita a
derramar su cuerpo en un sofá, todavía cansado y sin dormir. Las ganas de sollozar
eran a duras penas reprimidas.
Realmente tenía vergüenza de enfrentar a Susana y a sus gentiles compañeros
que habían aceptado enseñarle cosas incomprensibles para su menguado intelecto.
Maldijo en el caletre a Susana; a Cantero y a la policía; al régimen; al partido
colorado y a todos los santos del panteón que parecían haberlo abandonado, aunque
no era religioso ni mucho menos.
No tenía idea ni remota acerca de qué rumbo dar a su vida. Tenía cuentas a pagar
y no podía aparecer por la oficina como si nada y exponerse a las acusadoras miradas
de Susana y sus compañeros de trabajo y de facultad.
Si hubiera sido cínico y prepotente como su camada de la tierna podredumbre,
quizá no le importaría mucho. Pero seguía siendo tímido y apocado, además de falto
de carácter. ¡Si al menos hubiera recuperado su libreta de apuntes!
Volvió a maldecir a Susana, la metiche que se la había arrebatado… y a sí mismo
por dejarse pillar en flagrante tomando nota… justo allí, cuando podría haberlo hecho
después en otro sitio. Creyó entender que una mujer despechada podría hasta ser
cruel si se creyera burlada. Pero tampoco supo sacar provecho de este pensamiento
aleccionador. La vileza y la cobardía parecieran ser hermanos gemelos, pero primero
debía entenderlo; de lo contrario le sería inútil saber esto.
Marino ni siquiera tuvo coraje para ir a su apartamento hasta después de oscure-
cer. En tanto, permaneció sentado en el sofá, adormilado y en silencio, sintiendo
sobre él la mirada escrutadora de la mujer, como indagándolo sin palabras.
No tenía mucho dinero y faltaba poco para fin de mes, pero ni siquiera se anima-
ba a pedir su liquidación, temiendo ser objeto de desprecio por parte de sus compañe-
ros, ya que era casi seguro que Susana los había puesto al tanto de su felonía.
Ahora el pánico que contribuyera a sembrar, sería suyo.

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UN DELATOR
¿ARREPENTIDO?

Asunción, 22 de febrero de 1967

Tras estar en silencio casi todo el tiempo, Marino se despidió de Nimia, ya al


borde del crepúsculo, para retornar a su departamento rumiando soledad. La taqui-
cardia alimentada por la ansiedad lo tenía inquieto y dudaba de poder dormir al me-
nos un par de horas. Nimia no lo invitó a quedarse ni siquiera a pasar la noche con
ella. Algo se había roto o resquebrajado entre ellos y la que siempre fuera su paño de
lágrimas y refugio de soledad, también le estaba radiando pasivamente de su vida.
Uno de los inquilinos antiguos le comentó que Nimia andaba aparentemente de amo-
res con un jovenzuelo estudiante de derecho, oriundo de Coronel Oviedo y también
locatario de uno de los cuartos, pero no le pudo ampliar detalles.
Marino entonces dio por sentado que ya no sería bien recibido allí, ni en los
lugares que acostumbraba frecuentar. Si bien los agentes confidenciales eran cosa
corriente en el Paraguay desde los tiempos del dictador Rodríguez de Francia, no eran
bien vistos ni tolerados por la muchedumbre; al menos si su identidad trascendiera
por su entorno.
Finalmente decidió irse a dormir y, para variar, dejarlo todo para mañana.
Trataría de obtener la ayuda del subcomisario Cantero o la del presidente de la
seccional de su barrio para calzar de cualquier cosa en cualquier parte a cualquier
precio. De lo contrario estaría perdido. Estaba llegando fin de mes y aún no había
cobrado… pero debía pagar su alquiler puntualmente si quería mantener su departa-
mento. Cuando era inquilino de la señorita Peralta al menos no tenía esas preocupa-
ciones pero su excesiva soberbia propia de los ignorantes lo hizo aspirar a volar de-
masiado alto. Mucho más de lo que sus frágiles alas se lo permitieron.
Pero lo peor aún estaba al llegar.

El presidente de la seccional de su barrio, un tal Apolonio Castellanos, le dio una


tarjeta de recomendación para el jefe de personal de la dirección de Puerto de la
capital a fin de probar suerte.
Marino le agradeció la molestia y tras el besamanos de rigor puso rumbo a su
vivienda, pensando en ir al día siguiente a pedir audiencia para una entrevista con el
jefe de personal.

—Creo que hay dos vacancias para auxiliares y a Apolonio le debo un par de
favores —le dijo el coronel Gutiérrez, jefe de personal—. No vas a ganar mucho,
pero podés hacer tus “pollitos” extras si sos vivo, inteligente y capaz.
Marino no entendió lo de pollitos ni eso de “vivo, inteligente y capaz” y puso
cara de interrogación, hasta que el jefe lo interiorizó al respecto.
—En el argot portuario, pollito es el sobre que te pasan los despachantes
bajo la mesa, para que les agilices los trámites de importaciones o exportaciones —
dijo el jefe sonriente al ver que el muchacho era un caído del catre —Y si sos diligen-
te, hasta podrás duplicar tu sueldo. Pero vas a tener que explicarme por qué abando-
naste tu puesto en Registro Civil. Eso no se hace. Si no estás a gusto tenés que
presentar una renuncia antes de desaparecer. ¿No te parece?
Marino quedó azorado y sin respuesta. No podría sincerarse y decir que fue
pillado haciendo un intento de chivatazo contra un compañero del tercer año de dere-
cho, y que fue descubierto por una compañera de trabajo. ¡Oh, perra vida, ésta!

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Prefirió callar y pedir disculpas, aunque finalmente optó solamente por lo prime-
ro, obviando lo segundo, que no era su costumbre reconocer sus fallas.
Simplemente agachó la mirada junto con la cabeza, como arrastrada hacia abajo
por la gravedad y asintió, casi humildemente como niño reprendido, a las palabras de
Gutiérrez, uno de los tantos militares pasados a retiro por Stroessner sin haber com-
pletado su carrera.
—En otro país no te tomarían en ningún lado si abandonás un empleo sin expli-
caciones —prosiguió el jefe de personal—, pero vivís en el Paraguay de la segunda
reconstrucción de mi general Stroessner. Y aquí, todo es posible, hasta lo imposible.
Voy a telefonear a a don Apolonio para avisarle que te daremos una última oportuni-
dad, pero prometeme que te vas a portar bien. No me vayas a quemar. ¡Ah! Y vete
junto a Cantero para avisarle que vas a cambiar de trabajo y vas a ser más cuidadoso
en adelante con tus informes.
Marino quedó sorprendido al comprobar que el burócrata sabía más de lo que él
creía.
—En este país somos pocos… pero nos conocemos mucho —dijo riendo Gutié-
rrez al despedirlo.

Marino no perdió tiempo esta vez y fue a Investigaciones para conversar con
Cantero, esperando que éste estuviera nuevamente “ocupado” y se negara a atender-
lo.
Sin embargo el subcomisario lo aguardaba con su mejor sonrisa, para asombro
de Marino Bado.
Tras los saludos, Cantero advirtió aunque con poca severidad a Marino de hacer-
lo todo con mayor discreción y evitando comprometer a “la institución policial”, se-
gún dijo.
—Por suerte para nosotros su letra es indescifrable y pocos habrá que pudieran
leerla —opinó Cantero—. Pero desde ahora, aprenda a usar la memoria y escriba sin
apuro en otra parte. Esto no es un juego. ¡No lo olvide!
Marino lo escuchaba contrito y en silencio como marinero a un almirante y en
posición de ¡firme! Militarmente patético.
—Y sepa, usted, que está prestando un servicio a la patria y al gobierno. Ya
tenemos bastantes problemas por ahí y no queremos otros. ¿Comprende?
—¡Sss..-sí señor! A su orden —atinó a responder Marino, aún sin poder creer o
imaginar cuanto le estaba ocurriendo.
Tras recibir más instrucciones y reprimendas de “la autoridad”, Marino se dirigió
al conventillo de Nimia a descansar y prepararse para lo que vendría. Y es que al
truncar él mismo su carrera, debería empezar de nuevo. Y esta vez quizá en la perma-
nente compañía de Nimia Peralta, que otra opción no le restaba al haber quemado su
último puente antes de cruzar el río de las tribulaciones.
Se consoló pensando que después de todo Nimia le seguía siendo fiel y dispuesta
a perdonar sus veleidades, como buena mujer paraguaya, sufrida y aguantadora.
Pero Marino ignoraba supinamente —como gustaba de presumir para sí negán-
dose al conocimiento—, con qué bueyes estaba arando los surcos de su errática vida.
Llegó a lo de Nimia para darle la buena noticia de que tenía otro empleo en cierne
(lo que tampoco significa “trabajo” al menos en el Paraguay de ese tiempo.
Nimia no estaba pues había salido al centro y debió esperar un buen par de horas
hasta su regreso, ya que no tenía la llave del apartamento de ella.
Como a eso del atardecer llegó un mozo joven y pintón y lo encaró por si necesi-
taba algo. Marino respondió medio a los tropezones verbales que aguardaba a la
dueña del inquilinato.
—¿Se refiere a la señorita Nimia?—volvió a preguntar el mozo, que no era otro
que el nuevo inquilino y amante platónico de Nimia: Ronacin Colarte, quien llegaba
de su trabajo en un diario local.
—Sí, la misma —respondió Marino sin calibrar al recién llegado.
—¿Es usted Marino Bado? —preguntó el joven, endureciendo la mirada y frun-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

ciendo en entrecejo—. Porque la dueña me encargó que no lo recibiera si venía, así


que puede ir yéndose por donde vino… ahora mismo.
—No puede ser, señor. Ha de haber una equivocación… —atinó a exclamar
Marino acusando el golpe a su ego—. Somos amigos desde…
—¡Le he dicho que ella no quiere verlo aquí! Puede recoger sus cosas
que dejó en ese cuarto y largarse —dijo con firmeza el ovetense sin admitir réplica
alguna.
—Ppe… pero… yo…
—Tiene media hora para juntar sus bártulos, amigo. Ella ya sufrió bastante aguan-
tándolo a usted y sus impertinencias. Es hora que se deje de molestar a la gente
decente. ¿Me oyó?
_En todo caso, quiero escucharlo de ella. Además me iba a alquilar ese cuarto…
—No me obligue a repetírselo _lo interrumpió bruscamente el otro_. ¡Lárguese,
pedazo de soplón barato! ¿O espera que lo eche a patadas como a un perro?
Ante esas persuasivas palabras, Marino optó por guardar violín en bolsa y salir
apresuradamente del lugar.
Esa noche Marino debió pernoctar en una pensión barata, tras allanarse a la poco
amable despedida de lo que creía su feudo compartido.
Finalmente Colarte accedió a que retirara sus pertenencias al día siguiente, pero
dejando constancia de que tenía veda permanente de caza en ese coto. ¡Otro puerto
cerrado para él y su maltrecha nave que escoraba a estribor!

Marino maldijo al entrometido que osaba cerrarle las puertas de su puerto de


atraque, calculando a velocidad de caracol cojo si qué podría haber algo entre Nimia
y el extraño que le negara la entrada. De todos modos, aún le sobraban unos guara-
níes para buscarse algún cuartucho donde reposar sus huesos mientras llegaba la fe-
cha de cobro en el puerto, sede de su nuevo empleo, pero debería medrar con escaso
condumio a causa de lo sabido.
El domingo siguiente y con singular furtividad, desocupó su departamento alqui-
lando un carrito de tracción a sangre y en vano intentaría comunicarse con Nimia para
pedirle explicaciones sobre su extraño pedido de que no se lo reciba más.
Su inmerecidamente sobredimensionado ego no podía admitirlo. Tan acostum-
brado estaba a los celos y claudicaciones de Nimia, pensaba que podría convencerla
con facilidad de regresar junto a ella; pero no contaba con que toda paciencia, aún la
más vapuleada y sufrida, tiene un límite y su creciente fama de delator lo seguía como
una sombra eclipsando su pretendida apostura juvenil. Volvió a maldecir a Nimia, al
joven ovetense, a Susana, a Leonardo Retamozzo, a todos lo que creía que le trajeran
mala suerte… menos a él mismo, factótum de sus propias desgracias y sinsabores.
Ahora se le brindaba otra portunidad de ganarse la pitanza y esta vez no pensaba
desperdiciarla, pero ya supo que él mismo debería en adelante romper su cáscara de
pereza y conformismo obsecuente.
Marino ignoraba aún que ser supersticioso sí era causal de mala suerte; e ignora-
ba su propia ignorancia como rehusando contemplarse en el espejo de su vida.
Consiguió —con la recomendación del presidente de la seccional de su barrio—
un cuartucho a pocas cuadras de su empleo, aunque sus bártulos apenas cupieron
malamente apilados en tan estrecho cubículo.
Hasta el refrigerador enano que estaba pagando en cuotas, debió devolverlo a la
firma por no poder seguir con los pagos.
Debería razonar que, en adelante, no debería dar pasos en falso… si no quería
precipitarse en el abismo de la desesperación. Incluso dejarse de intrigar a cualquiera
a la policía política y tratar de alejarse de su fama de soplón. O tal vez tendría que
alejarse de la omnipresente policía para siempre.
Esta última idea fue tomando forma y fuerza en su mente y hasta sus hasta enton-
ces esquivos ojos tomaron otra luz.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

¿Recuerdas, pedazo de bobalicón, esos momentos en que la angustia y la des-


orientación te sirvieron de catarsis para conocerte mejor y hacerte una sana autocríti-
ca? No lo olvides nunca…

Difícil camino lo aguardaba en el futuro. Además de difícil, escabroso y sin


retroceso… y el futuro no tenía una dirección determinada e incluso estar ahí mismo
en el aquí-ahora, ante sus narices sin percibirlo. Per aún así, cayó en cuenta de que
debería caminar erguido y siempre hacia adelante… en lugar de arrastrarse o trepar.
No le dolía tanto haber sido reemplazado en el afecto y en el lecho de Nimia
Peralta… sino el que su reemplazante lo conminara a ausentarse de mala manera,
hiriendo su ego que se creía irreemplazable.
Volvió a la rutina de su nuevo empleo, aunque no ganaba lo suficiente para me-
jorar su posición, debiendo depender de las propinas y limosnas de los despachantes
y lo que buenamente le prestaba algún compañero para salvar urgencias viscerales.
En cuanto a sus desahogos eróticos y estomacales del pasado con la señorita
Nimia, debió darlos por finalizados sine die o irse con su hueso a otro perro.
Pero con el correr de los días comenzó a sentir las mordidas de la nostalgia y la
soledad, condimentada con el hambre.
Sus conocidos y conocidas de antaño le dieron la espalda al correr la voz de sus
aficiones delatoras.
Lo que al inicio se le antojara un juego donde él era el gato y los otros los ratones,
dio al traste con su fama de chico tímido y bonachón. Ahora pensaban que era un
felón, y en realidad sólo era un juguete del sistema perverso de la tiranía militar; de la
cleptocracia imperante con respaldo del “mundo libre”.
¿Para qué la policía precisaba periódicamente de víctimas propiciatorias para
ofrendarlas al monstruoso Moloch del poder político? Porque el sistema alimentaba
a la policía y se retroalimentaba del miedo o de la estupidez de la población en una
simbiosis perversa y alienante.
Era evidente que el general, a medida que envejecía necesitaba alimentar el mie-
do en la gente ajena a su círculo áulico, y al mismo tiempo cebarse de ese derroche de
adrenalina derramada por su pueblo como si de adictiva droga se tratase para él.
Y los delatores ad honorem eran usados para sembrar la inseguridad de la gente,
de acuerdo al oficial Báez.
Fue entonces, cuando tomó la decisión de apartarse de Política y Afines, pase lo que
pase.

Asunción (Plaza de los héroes),, por Chester Swann.


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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

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UNA “SEGUNDA RECONSTRUCCION”
SOBRE ESCOMBROS HUMANOS

Asunción, 12 de agosto de 1967

Las elecciones para convencionales constituyentes se dieron sin mayores sobre-


saltos, con las irregularidades de costumbre y bajo el imperio de la Ley de la Aplana-
dora. Las otras leyes son: La de la fuerza bruta, la del olvidadizo, la del escurre-el-
bulto y la del idiota, las más acatadas en toda Latinoamérica, bajo ojos y oídos alertas
de las embajadas boreales de más arriba y los sátrapas de la democracia del punto fijo
y el “Consenso de Washington”, debidamente armados y entrenados en la benemérita
Escuela de las Américas, donde convierten a bonachones campesinos hispanoameri-
canos en duros asesinos de sangre fría con uniforme.

Marino pudo justificarse actuando de veedor y comparsa, algo que ya no le era


tan extraño en ese ambiente sórdido de la politiquería de burdel.
Esta vez se presentaron los dos partidos liberales y los febreristas, los demócra-
tas-cristianos, aún sabiéndose perdidosos de antemano y en conocimiento consciente
de las tramposas reglas del juego electoral. Aún así, les correspondería un tercio de
las bancas de la convención y dos tercios a los colorados.
Stroessner necesitaba legitimar su mandato y proyectarlo a calendas griegas, ya
que no tenía la más mínima intención de apearse de la presidencia, apoyado como
estaba por el gobierno de los Estados Unidos, el del Brasil y algunos otros gobiernos
autoritarios de por ahí usados como “barrera contra el comunismo” en el hemisferio
sur; y bajo la ominosa mirada del Bald Eagle, esa águila a la vez cazadora y carroñera
usada como sagrado totem de muchos imperios que en el mundo han sido desde Roma
al III Reich y así en adelante.
La llamada “Crisis de los misiles” aún estaba fresca en las memorias y el retroce-
so soviético era aval y advertencia para dichos gobiernos alineados por Washington.
Por ahora el Pentágono cortaría la torta, al menos en América del Sur, Europa y
Asia sudoriental… salvo en Cuba.
Marino Bado reanudó su rutina que casi era un eterno comenzar de nuevo; una
reinserción forzada a los estudios —esta vez en Ciencias Contables—, ya que por lo
sabido abandonó la facultad de Derecho y evitó prudente… —o cobardemente, que
para este caso sería lo más apropiado—, los lugares que solía frecuentar antes del
último incidente con Susana Barrios y sus ex compañeros.

Cierto día, un sábado para ser más explícitos —meses después de reacomodarse
a su nueva circunstancia, al hambre y a la soledad—, se encontró accidentalmente
con Nimia Peralta en el microcentro asunceno: con las tripas vacías para variar.
No se sorprendieron, ambos, ya que la capital paraguaya es casi una aldea colo-
nial con salpicones de modernismo restringido y eran fáciles los encuentros y hasta
los encontronazos indeseados a medias, como éste.
Se miraron unos instantes antes de saludarse con cierta fría urbanidad. Nimia
sintió latir en su corazón de mujer, ese instinto maternal que la atara antes al desvali-
do joven Marino Bado, un gañán ágrafo que ni siquiera era bueno para mentir.
Ahora ya un hombre adulto pero sólo cronológicamente. En el fondo seguía
siendo apenas un adolescente desorientado o un niño prematuramente crecido. Nada
más.
Su tenaz resistencia a la letra impresa seguía vigente como quien defiende una
sitiada fortaleza del asedio de las ideas.
Tampoco su efímero paseo por la universidad hubo contribuido a su crecimiento
interior. Tampoco hizo muchos méritos en la de “contables”; la que cursaba solamen-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

te para tener un cartón que colgar de la pared alguna vez, como herramienta auxiliar
de sus trepadas por el escabroso monte de la política. Casi como la piqueta y las
cuerdas de un alpinista conceptual; aunque hasta sus intentos de trepada lo estaban
cansando prematuramente.
—¡Hola, Nimia querida! —exclamó por fin Marino, exaltado pero con escasa
convicción, quizá recordando los pretéritos arranques de celos de ella— ¿Cómo an-
dás? La última vez que fui a visitarte me echaron en la puerta, y según el hombre…
ése, fue por orden tuya.
—Sí —dijo nimia desconcertada aunque no en demasía, pero dueña de sí—. No
quería verte más. Ronacin es muy bueno conmigo… y no juega con mis sentimimien-
tos. Pero no sé si vos podés entender eso. Te quise porque sí, sin motivos; quizá
como a un hijo que nunca tuve y llegué a detestarte con justificados motivos. A veces
el amor gira ciento ochenta grados hacia el otro extremo. Pero el eje sigue en el
mismo lugar. Ahora la manecilla del odio apunta hacia vos, aunque te cueste creerlo.
Para Ronacin soy una mujer, pero nunca supe qué fui para vos.
Marino sintió una mano fria estrujarle el mondongo o cualquier otra víscera ale-
daña que llevaba en las dubitativas (y vacías) entrañas.
No esperaba la fatal confirmación de su desahucio en lo de su amante funcional.
Quizá el corazón tenga razones que la razón descorazona, según leyera por ahí. Pero
debía intentar revertir la cosa, aunque sea ejerciendo su vil oficio de mentiroso y
ventajero perfeccionado al revés por su ignorancia casi congénita.
Después de todo, así fue aleccionado por los políticos y otros sobrantes anóni-
mos de la tierna podredumbre. Así lo ordenó el policía de Política y afines para
cumplir su infame rol de delator de sus conocidos.
Pero al menos lo intentaría. Es más fácil entrar al pozo que salir de él.
—Te extraño mucho, mi amor —dijo Marino, tratando de torcer su decisión—
y… no sé qué decirte. ¿Sos feliz… con él?
Esta vez la pregunta tomó a Nimia con la guardia baja. En realidad nunca lo
había evaluado fehacientemente. Simplemente trataba de matar gota a gota su sole-
dad post madura a que la obligara su condición de locadora de cuartos de renta, que
era una parte de cuanto le quedara de una herencia familiar, aunque aparentemente
tenía otras propiedades rurales que no dio a conocer a nadie.
Marino le había servido de compañía ocasional y poco más durante su etapa de
supernumerario indigente e inquilino moroso. Ronacin era un poco más caballeresco
y culto, pero tampoco como para llevarla del brazo al cine o a pasear a cualquiera de
los tontódromos capitalinos. Era simplemente un hombre en su vida… pero de segu-
ro no el hombre de su vida. Ni siquiera había intimado con él, tal vez por temor de ser
nuevamente despechada.
—Dejémoslo ahí nomás —respondió abruptamente Nimia, recuperando la com-
postura y la frialdad—. Nunca te importó si lo era o no. ¿Por qué ahora querés saber
eso? Ya te borré de mi agenda. Y mi borrador es indeleble, si querés saberlo.
Nimia nunca sabría cómo le surgió esa frase, ni de dónde sacó la rabia con que lo
hizo. En realidad, Marino sólo inspiraba lástima, piedad maternal. Cualquier cosa
menos amor. Tal vez si fuese un Hombre hecho y derecho y no una caricatura medio-
cre… de mono sapiens con corbata colorada…
Esta vez el denconcierto tomó a Marino por asalto. ¿Acaso alguna vez él mismo
se hubo hecho tal pregunta? La felicidad nunca nos habita en forma permanente. La
vida se lo iba enseñando poco a poco. Apenas nos visita de tanto en tanto. Llega y se
va furtiva e inesperadamente.
Él vivió momentos gratificantes con Nimia, y hasta incluso creyó ser feliz por
instantes… pero nunca se entregó íntegramente a ella para retribuirla como mujer.
Simplemente la dejó poseerlo ocasionalmente, pero…¿Qué carajo es realmente esa
esquiva y fugaz entidad que es precedida por la esperanza?
Sin decir nada, tomó la mano de Nimia y la besó respetuosamente al estilo deci-
monónico de capa y espada.
_ Yo también uso tinta indeleble —dijo de pronto Marino, sin hesitar, aunque

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

nunca sabría de dónde sacaría tal frase.


Esta vez fue ella la receptora de las sorpresas.
—Supongo que podemos seguir siendo amigos —dijo Nimia en tono concilia-
dor— y vernos de vez en cuando, si hacés un esfuerzo para superarte. ¿Seguís estu-
diando? ¿Conseguiste otro trabajo? ¿Qué pensás hacer… cuando crezcas…?
—Sí —respondió Marino sin acusar el impacto de la indirecta femenina—. Aho-
ra trabajo en la dirección del puerto. También me matriculé en Contables… me es
menos difícil que derecho. Por lo menos, creo que me llevo mejor con los números
árabes que con el alfabeto latino. Me mudé cerca de Playa montevideo. Trabajo de
siete a trece horas y…
—¿Tenés teléfono en tu oficina o lo que sea? —dijo ella como al descuido.
Un chispazo de esperanza estalló en la mente de Marino. Tras un titubeo, anotó
un número de cinco cifras en un papel y se lo tendió. Esta vez, sí podía entenderse su
caligrafía con mediana claridad.
Llamame cuando quieras… mi amor. Entre las siete y la una de la tarde. Los
sábados sólo hasta las once. Después podemos ir al cine… si querés.
— ¡Ah, pillín! ¿Querés ver “Los caballeros las prefieren rubias” eh? Acordate
que Marilyn murió hace años —exclamó riendo Nimia y festejando su propia chanza.
El iceberg comenzaba a derretirse como precediendo al calentamiento global futuro.
¿Olvidaría tal vez aquel vergonzoso incidente de la bailanta? Mejor no tentar al
diablo.
—No, mi amor —respondió Marino de prisa—. Prefiero una policial francesa de
Truffaut. Salvo que vos elijas otra…
—Si es así, te espero el sábado de siesta, en la confitería Bolsi, Estrella y Alberdi,
a un pasito del cine Splendid, a las doce treinta.
—No sé si me dará el bolsi… llo, como para eso, que ese sitio no está a mi
alcance ahora —alertó prudentemente Marino, pensando en una confitería cinco es-
trellas. Todavía no cobramos y aún faltan dos días para el veintiocho. Creo que tengo
justo para el cine y…
—No te preocupes, tontorrón. Esta vez yo invito. Hasta el sábado entonces… y
no pases por casa hasta nuevo aviso. Yo te llamaré… un día de éstos…

“Con Stroessner Paz, trabajo y Progreso” guiñaba el enorme cartel de neón frente
a la Plaza de los Héroes de Asunción, como intentando convencer a propios y extra-
ños de las bondades de la férrea dictadura militar imperante. Era un remedo del ojo
omnividente y panóptico del Gran Hermano de la novela “1984” de George Orwell,
que Marino nunca leyera.
Marino miró desganadamente al mamotreto publicitario y cada minuto dirigía la
vista a su reloj como apurándolo a adelantar sus manecillas. Aguardaba a Nimia,
pero había llegado con casi una hora de adelanto movido por la ansiedad y no se
atrevió a entrar en la onerosa confitería a la que suponía de lujo. Prefirió quedarse
plantado en la vereda a esperar.
Sus resabios de aldea todavía eran sus más fuertes debilidades, si el oxímoron es
soportable. Lo que en vernáculo guaraní llaman (kokguá, por acomplejado. Y él lo
era en grado sumo.
Además, sería como un provinciano guaso entrando al Club centenario por enci-
ma de la muralla del fondo: un asumido sapo de otro charco.
Su impaciencia iba en aumento minuto a minuto, mientras el sol siestero lo inci-
taba a abandonar el lugar y refugiarse en alguna recova de por ahí.
Tras una incómoda espera, vio llegar a Nimia elegantemente vestida con un con-
junto-sastre de lino primaveral en celeste claro que contrastaba con sus largos cabe-
llos azabache y su taquicardia se aceleró.
Era bella, pese a sus cuarenta y siete confesados soles. Toda una dama que
contrastaba con la casi rastrera alcurnia de Marino Bado.
—¿Por qué no entraste al Bolsi a esperarme? —preguntó extrañada Nimia—.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Allí tienen aire acondicionado y…


—Me da vergüenza estar ahí, solo, papando moscas con un vaso de agua en
mano —dijo él, sonrojándose quizá por primera vez en su vida—. Te dije que estoy
más seco que lengua de loro y…
—Te dije, tontorrón de capirotín, que yo invitaría esta vez. ¿Entramos a tomar
un café capuchino? Falta casi una hora para la matinée.
Él se dejó conducir dócilmente por la veterana, preguntándose para su coleto qué
quería decir “capuchino”. Evidentemente a ella le sobraba la clase que a él le faltaba.
Claro, era de familia pudiente y sus propiedades que regenteaba y rentaba eran parte
de su patrimonio, aunque viviera modestamente y sin ostentación alguna, al revés de
las nuevas ricas de la “segunda reconstrucción”.
Tras recibir sus pedidos, Marino se enfrentó torpemente al capuchino sin saber
cómo probarlo por primera vez… sin mostrar ignorancia ni repugnancia. Esi sí, las
masitas anexas tentaron a sus famélicas lombrices a vaciar el platillo, pero se contuvo
y sólo tomó una, delicadamente y como al descuido.
—Hacé lo mismo que yo —dijo ella al ver su turbación —. Echás el azúcar sobre
la crema chantilly y la canela, revolvés suavemente y lo vas paladeando. ¡Dale, que
se te enfría! ¡Y dejate de mirar a la gente que vas a llamar la atención!
Marino obedeció casi mecánicamente a las susurrantes instrucciones de Nimia,
volteando de tanto en tanto hacia el entorno, sintiéndose acribillado por las miradas
de los parroquianos.
En realidad, nadie se fijó en él ocupados como estaban hablando de fútbol u otras
nimiedades entre tragos y bocados. Eso sí, de lo que menos hablaban era de política,
por si los camareros pasaban cerca con las orejas alerta. Corrían tiempos difíciles
como para arriesgarse a la furia los cancerberos del general. Cualquier frase inocente
podría causar problemas insolubles.
Era vox pópuli que los mozos, taxistas, lustrabotas y canillitas eran agentes con-
fidenciales, por lo que Marino prefirió tomar su café lo más naturalmente que pudo y
en silencio. Mas pese a sus esfuerzos en contrario no dejaba de mirar de reojo al plato
de masas que parecía burlarse de su apetito atrasado.
Pero no hizo más que imitar torpemente a su acompañante, aunque en realidad el
acompañante y chevalier servant era él.
El local estaba lleno, pero era amplio y confortable; además Nimia parecía mane-
jarse allí como pez en el agua y hasta los camareros la conocían por su nombre… y
sus generosas propinas que oblaba como habitué del lugar.
Esto tranquilizó al paleto de Marino, para quien el ambiente le era tan extraño
como un chino en la Amazonia o un pingüino en el Sáhara.
Trató de aparentar delicadeza y elegancia al beber su capuchino, pero no pudo
disimular su paranoia e inseguridad de larga data.
La voz de Nimia lo sacó de su marasmo.
—Vamos ya, que la función está por empezar. ¿Elegiste el programa?
—Vamos al Splendid. Creo que dan “Ascensor para el cadalso”. ¿O tenés otra
opción?
—Me parece bien. Esperame aquí. Pago y vuelvo.
Marino se sonrojó nuevamente. La desenvoltura y naturalidad de Nimia lo abru-
maban, poniendo en jaque mate a su autoestima.
¿Por qué no lo había notado antes? ¿Por ceguera mental o por ignorancia… o
ambas?
Poco a poco iba cayendo en cuenta lo mucho que le faltaba para ser un gentle-
man. A sus casi veinticinco, seguía siendo un adolescente desprovisto de clase y
savoir faire, al decir de Nimia. Pero aún así, ésta lo aceptó como era, con sus bajezas
y carencias de modales urbanos y su cobardía.
Salieron sin prisa, ya que el cine de marras estaba allí mismo al cruzar la calle;
una actitud poco habitual en él, acostumbrado a copetines y perigundines baratos y a
las rústicas putas de la zona portuaria. Pero algo estaba aprendiendo con esta mujer
que le parecía cada vez más extraña y ajena a él, sin perder naturalidad o aparentar

72
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

sofisticación.
Tomó maquinalmente la mano de Nimia mientras pensaba cómo encauzar su
vida futura y sentía una corriente voltaica surcando sus músculos y su columna verte-
bral.
Ya había tenido bastantes sinsabores viviendo una existencia vacía, alejada de
toda cultura y emociones desconocidas para él. Nada lo atraía y, si estudiaba algo, no
era por vocación de servicio, ni para aprender o crecer, sino para pavonear un mísero
diploma en una anónima oficina de cuarta.
En cuanto a sus aptitudes, aún no había superado la etapa de pasador de plumeros
y cepillos. ¿Podría Nimia hacer de él un verdadero hombre responsable, en medio de
la caótica mediocridad que lo rodeaba? Por ahora la incógnita quedaba pendiente
para resolverla más adelante y de la manera más inesperada.
Al menos había decidido abandonar el oficio non sancto de soplón e informante
de la policía. Algo era algo.

Crucifixión de la Libertad, por chester Swann.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

11
¿MÉRITOS
Y APTITUDES?

Asunción, noviembre de 1967

Al principio Marino no tuvo tropiezos en su nuevo empleo, hasta que comenza-


ron a pedirle labores a las que no estaba acostumbrado ni entrenado: hacer una nota a
máquina, un trámite en Visturía, unas gestiones en Hacienda o atender reclamos de
los despachantes, verificar peso y cantidades y otras minucias características de adua-
nas y puertos.
En realidad ni siquiera estaba capacitado para atender el teléfono en ausencia de
los superiores y sostener una conversación medianamente inteligente.
Y esto, tarde o temprano llegaría a las alturas.
La nueva constitución en debate pre-cocinado, daba un límite de dos períodos al
Presidente, aunque los oficialistas se las arreglarían para extender sus mandatos hasta
que las parcas dijeran basta.
En diez años podrían hacer otra o enmendarla, lo mismo daba, para prolongar
dos períodos más… pese al pataleo de la oposición rentada (¡Oh, posición más aga-
chada, ésta!) que legitimaba la tiranía con un obligatorio besamanos cada 3 de no-
viembre.
Los colorados oficialistas (también los había contreras, pero se lo guardaban en-
tre pecho y espalda, por las dudas) festejarían ruidosamente la victoria en la conven-
ción constituyente. Pero ello no sería óbice para reclamar el mandato vitalicio en
unos años más. La llamada democracia sin comunismo seguía vigente y no había
señales de que el pobre Paraguay rompiera sus cadenas en mucho tiempo: como los
hebreos del Éxodo, que debieron vagar por el desierto durante cuarenta años sin ser
libres, porque las cadenas las llevaban en sus mentes. Aunque siglos después se las
arreglarían para uncir esas cadenas a los habitantes de Canaan, pero esa es otra histo-
ria.
Marino acudió a la seccional oficialista de su barrio para el besamanos corres-
pondiente al presidente Apolonio castellanos, en agradecimiento por haberle reubica-
do en otra jaula de ociosos llamada eufemísticamente “oficina pública”.
La comidilla de los políticos era el reciente asesinato del famoso Ché Guevara en
Bolivia, a manos de los Rangers bolivianos entrenados en la Escuela de las Américas
por los Boinas Verdes y la CIA. Pero pocos osaban extender mucho el asunto pues el
tema era tabú y políticamente incorrecto.
Generalmente los caudillos acudían a la hora del ocaso, ya que la mayoría de
ellos eran también funcionarios, o jefes de reparticiones de la superlativa burocracia
paraguaya y en sus horas libres hacían “política partidaria” para justificarse ante el
dictador.
Nada nuevo por otra parte, desde 1946, o peor, desde 1936 en que se militarizó el
país con el golpe de febrero, tras la guerra del Chaco. El partido era el estado, apoya-
do por la iglesia y el ejército; lo que es decir: el fanatismo colorinche desprovisto de
ideas, la vil resignación cristiana y la fuerza bruta armada. Una trilogía de hierro
oxidado, pero aún fuerte y discrecional.

Marino fue convocado a la oficina del coronel Gutiérrez, jefe de personal del
puerto. No demoró en acudir a la obligada cita, pero poco le costó ya que poco hacía
como auxiliar de oficina en la sección proveeduría, salvo apilar paquetes de resmas
de papel, tinta, clips, biblioratos y otros enseres de oficina, que costaban el doble de
lo que valían, ya en los inicios de la patria contratista. Y de seguro, los presupuestos
ganadores de licitaciones eran luego inflados con sobrecostos a cargo del erario y fue
así como el aún dócil Marino Bado fue entendiendo la etimología de la palabra “co-
rrupción” aún sin desearlo.
Tras corta espera un ujier lo hizo entrar junto al jefe. Marino seguía conservando

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

la tontorronería aldeana que lo acompañaba como ángel de la guarda bien adentro


suyo y no esperaba lo que vendría.
—Tome asiento —dijo el superior sin saludarlo. Marino obedeció maquinal-
mente y sin chistar, disponiéndose a lo que viniera.
—Como usted sabrá, tenemos ahora una nueva constitución nacional —comen-
zó el coronel a guisa de preámbulo—, y ésta es nuestra ley suprema.
Marino no entendió a dónde quería llegar el coronel con ese palabrerío
—Y en ella se establece, como requisito para los cargos públicos, la idoneidad.
Es decir, méritos y aptitudes, además de la lealtad al gobierno, claro. ¿Tiene a mano
su carpeta o su currículum vitæ a disposición?
La pregunta tomó a Marino de sorpresa. No esperaba esta exigencia ya que
según creía, una demostrada obsecuencia (lealtad, decían los políticos) una recomen-
dación de algún caudillo bastaba para entrar a la burocracia, como antesala a la geron-
tocracia posterior.
—Nnno, sseñor. Don Apolonio no me dijo nada sobre eso… Estoy estudiando
Ciencias Contables y, bueno, pero me faltan cinco años para…
—Está bien. Le tomaremos un examen de aptitud para determinar dónde lo ubi-
caremos y… cuánto merece ganar. Estamos haciendo una reestructuración por suge-
rencia del Banco Interamericano de Desarrollo y de la Secretaría Técnica de Planifi-
cación y esperemos que salga bien ubicado. Si sus aptitudes…ejem… no dan la talla,
quizá pueda trabajar en depósitos, A, B o C, mientras se capacita mejor.
El corazón de Marino comenzó a corcovear sin calma. No esperaba esto en pago
a su ¿lealtad?, pero no tuvo más remedio que asentir sin preguntas.
Ser transferido a los depósitos significaba casi trabajar de estibador, carretillero
o algo más pesado aún. Y la sola idea de tener que hombrear paquetes y bolsas le
produciría úlceras en el duodeno o hemorroides en la retaguardia. Ya se había acos-
tumbrado a las liviandades de las oficinas donde sólo caminaba para llevar y traer
papeles, servir café o comistrajos para los jefes. Pero el trabajo de ordenanza y man-
dadero era para adolescentes novicios y él ya sobrepasó con creces dicha etapa.
—A su orden… señor. ¿En qué consiste la prueba… eeh… de aptitud?
—Redacción mecanográfica y manual, ortografía, cálculos de regla de tres e in-
terés compuesto… necesitamos empleados rendidores, de acuerdo a los consultores
del Banco Interamericano de desarrollo… o no habrá créditos externos para el desa-
rrollo del país.
—¡Ah! —dijo Marino, por decir algo, pues era chino cantonés para él.
—Vaya arriba junto al doctor Moreno para que le dé las pautas y mañana recibirá
su examen y test de aptitudes. Puede irse a su casa a prepararse y mañana a las siete
y media, vendrá junto al doctor Moreno el seccretario de la dirección del puerto de la
capital, en el cuarto piso.
—A su orden… señor. Buenos días.

Marino quedó más preocupado que soldado sin cuartel. No dijo nada a Nimia
(que ya se había desembarazado de Ronacin Colarte), ni a sus compañeros. Al día
siguiente decidió tomar al toro por los cuernos y puntualmente se presentó ante el
doctor Moreno, en la dirección del puerto a fin de saber qué ordalía le aguardaba.
El abogado le entregó sin muchas ceremonias un formulario para llenar.
—Tome asiento en aquella mesa y complete este papel. Deberá responder a las
preguntas de las hojas dos y tres y resolver cuatro problemas sencillos de interés
simple y compuesto. Poca cosa. Tiene sesenta minutos. Luego deberá mecanografiar
una nota, igual al modelo que está en la carpeta de manila, ahí, sobre el escritorio.
—A su orden, doctor —respondió como autómata, tomando los folios mimeo-
grafiados para examinarlos. Su corazón comenzó a sangrar cuando vio uno de los
folios en blanco en el que debía redactar una nota a la dirección del Puerto, solicitan-
do una exoneración de pago de importación de pacotillas de un despachante ficticio,
copiando parte de la pro-forma obrante en dicha carpeta.
Ni siquiera conocía el manejo de la máquina mecanográfica Remington que esta-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

ba ante él como desafiando su imaginación.


Hasta el talón de hojas de oficio en blanco parecían burlarse de él, quien tras
varios intentos infructuosos de cargar el carro cilíndrico optó por desistir, tras romper
o arrugar media docena de folios. Esto era más de lo que su playo cerebro podía
profundizar.
Finalmente trató de solucionar los problemas obviando lo otro.
Tras los sesenta minutos se dio por vencido y agachando la cara sobre la mesa se
puso a sollozar como el niño que era.
El doctor Moreno lo miró con no poca conmiseración, pero no dijo nada. Sim-
plemente miró su reloj y se levantó de su asiento dirigiéndose hacia Marino.
—Devuélvame eso —dijo secamente y en tono autoritario— y puede tomar la
tarde libre. Mañana le daré su ubicación. Supongo que sabe conducir vehículos ¿No?
—Nnno seseñor —dijo Marino desolado y compungido secándose las lágrimas.
A decir verdad, tendría suerte si no lo despedían, ya que no pudo llenar los formula-
rios, ni redactar nota ni resolver los problemas sin errores de cálculos.
Ganó un cero absoluto en todo.
¿Qué podría hacer si era despedido por inútil… o lo que era peor, transferido a
los depósitos en calidad de peón raso? La posibilidad, nada remota por cierto, de
tener que ganarse la pitanza con sudor de músculos lo hizo temblar espasmódicamen-
te por el resto de “su tarde libre” que maldita gracia le hizo.

Poco más tarde, el doctor Moreno telefoneó al coronel Gutiérrez para informarle
acerca del nuevo recomendado de la seccional.
—Hola, coronel. El tal Marino Bado, nuevo auxiliar de oficina vino a tomar una
prueba de aptitud, y…
—Entiendo, doctor. ¿Y va a servir para algo?
—Mire, coronel. No quisiera ser pesimista, pero… ese muchacho es una com-
pleta nulidad. Creo que ni para planillero pueda servir, a menos que estudie y apren-
da realmente algo. Tiene casi veintiséis años y dice ser universitario, pero su edad
mental no pasa de catorce… o dieciséis con suerte. Su inteligencia puede dar más, si
no fuera tan perezoso y distraido. ¿De dónde lo sacaron?
—Vino recomendado por don Apolonio Castellanos, el presidente de la seccio-
nal del barrio San Antonio. Parece que antes estuvo, no diría que trabajó, en el Regis-
tro Civil central. No sé que habrá hecho allí, pero apenas lee y su caligrafía y ortogra-
fía dejan mucho que desear… y dice que está matriculado en Contables. No sé cómo
habrá hecho para llegar a bachiller, salvo que lo fueran ascendiendo por antigüedad…
o recomendado de alguien.
—Bueno, doctor. Veré qué se puede hacer por ese pobre muchacho. ¿Da para
peón de descargas en el muelle?
—Ni siquiera eso, coronel. No tiene complexión muscular suficiente y no lo
creo capaz de hombrear bolsas de cincuenta kilos. Apenas servirá para ordenanza,
mandadero o algo así aunque sobrepasó la edad reglamentaria.
—Bueno, gracias doctor, Lo llamaré luego.

Esa noche casi no durmió abrumado por los esperados resultados de su pobre test
de capacidad y de su exiguo manejo de números y palabras.
Le pareció oír entre sueño y vigilia el tableteo burlón de máquinas de escribir y el
ríspido sonido de las calculadoras eléctricas… que tampoco sabía manejar ni para
hacer sumas. ¿En qué había perdido su tiempo todos estos años? Recordaba al inefa-
ble don Mario, secretario privado del Presidente, cuando les decía que leer mucho
confunde la mente y lo esencial era la militancia política y que el general no quería
proletarios intelectuales porque eran peligrosos para la paz pública de la nación, Por
eso habían desterrado a varios artistas del país, por ocuparse de cosas que competen
al gobierno y a las autoridades.
Y él ¿Qué pito tocaba en esta ensalada? Trató de dormir nuevamente casi al filo

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

del amanecer, cuando ya los insidiosos gallos de la vecindad le robaron el poco sueño
que le quedaba.

Poco más tarde, mal comido y peor dormido, se fue tambaleando como beodo al
puerto de la capital. Ya no iría junto al doctor Moreno, sino a la oficina del coronel
Gutiérrez para saber el resultado de su magra gestión.
De hecho Marino no esperaba indulgencia alguna de la superioridad.
Siempre vivió en la creencia de que bastaban “méritos partidarios” para ascen-
der, o para ocupar cargos. Su pereza mental sólo había sido superada por la pereza
física y se negaba a todo esfuerzo que no fuera caminar y hacer mandados de pinche.
Es decir, trataba de imitar a los que hacían “carrera política” en base al la obsecuen-
cia, mal llamada “lealtad” y que no pasaba de perruna fidelidad de poco feliz resulta-
do.
Su pasantía en aulas secundarias se dio a pata de buen caballo y, si no fuera por
las mensualidades que abonaba en un colegio privado, no hubiera llegado a bachiller,
ni con escalera mecánica.
Curiosamente, para él estaba todo bien… hasta ese día.
Marino estaba cada vez más consustanciado con lo que los analistas políticos de
la oposición llamaban “La tierna podredumbre”: una juventud emporcada con la
adulonería al general; acrítica y facilista e incapaz de todo desafío intelectual, mani-
pulados con mando a distancia.
Y él mismo era prueba cabal de ello.
Pensó en apelar a un milagro o en alguna fórmula mágica que lo reconvirtiera en
un hombre distinto, pero los santos, los ángeles y las vírgenes parecieron hacer oídos
sordos y actitudes sórdidas a sus reclamos, que no oraciones.
De mala gana se apersonó al despacho del coronel aguardando lo peor: ser degra-
dado a peón de uno de los grandes depósitos del extenso muelle de la dirección del
puerto de Asunción. Maldijo al BID, a los consultores extranjeros, a la Secretaría
Técnica de Planificación y a todos los metiches que le estaban birlando su porvenir
haciéndoselas difíciles.
En esto estaba, cuando llegó a la antesala del jefe de personal, el cual contra lo
esperado lo atendió con cierta amabilidad ajena a su adustez habitual.
El coronel Gutiérrez era un hombre corpulento de estatura sobredimensionada
por sobre la talla corriente y no cabría fácilmente en un ataúd standard. Quizá antepa-
sados vascongados, aunque a Marino nada le dijo el apellido.
—Mire, joven —dijo con inusitada y amable condescendencia—. El Dr. More-
no me envió los resultados de su prueba de capacidad, de méritos y aptitudes… que
realmente poco favor le hacen a usted. (el corazón de Marino casi sufrió un paro, pero
no pudo evitar la taquicardia). Y de acuerdo a los resultados de la evaluación, no
podremos darle responsabilidades administrativas aún.
La taquicardia de Marino se aceleró, pero su juventud pudo controlar ese órgano
desenfrenado que parecía ir cada vez más hacia su izquierda.
El coronel prosiguió calmadamente.
—Recibí una llamada del Sr. Castellanos y me sugirió que usted haga en la
seccional un curso rápido de dactilografía, mientras sigue sus estudios en contables.
Marino se tranquilizó un tanto, aunque no en demasía.
—Cree que usted es una persona inteligente, pero no ha tenido oportunidad de
superarse… y sugirió que le facilitemos esa oportunidad. Mientras tanto irá al Depó-
sito C como ayudante del Vista de turno, encargado del control de importaciones y
tasación ad valorem de mercaderías. Ganará lo mismo, pero al menos podrá aprender
algo. ¿Qué me dice?
Marino suspiró hondo, pero no pudo responder al superior. No habían sido tan
malos después de todo. Le darían una oportunidad. ¿Cómo?
—Gra…gra…gracias, señor coronel. Le estoy muy agradecido. ¿Cuándo em-
piezo?
—Mañana puede presentarse al señor Ramírez, jefe del depósito C y le llevará

77
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

esta nota. Hasta mañana… y siga estudiando. No se deje estar.


—Gracias, coronel y a sus órdenes… —Marino no supo cómo responder a un ex
militar, pero tampoco se amilanó en demasía. Sólo atinó a mentalizarse en que debía
desperezarse para salir del pantano. Las cosas ya no eran como antes y no bastaba
hacer hurras por las plazas.

Llamó a Nimia para contarles sus cuitas y pedirle consejos… algo que se atrevió
a hacer por primera vez en su vida, empantanado como había vivido en la necedad.
—Necesito hablarte, querida —dijo él tratando de disimular sus sollozos de frus-
tración—. Necesito alguien que me ayude a salir de este, no sé cómo decirte…
—Vení a verme esta noche a partir de las nueve…
—Y ¿y ese… hombre?
—Ya no está viviendo aquí. Es columnista de un diario y se mudó cerca de su
trabajo. No tengo nada con él. Incluso su cuarto está desocupado, si querés mudar-
te… y me prometés portarte bien.
—¿Es que me porté mal…?
—Ya hablaremos de eso, Marino. Ya hablaremos. Pero ponete las pilas para
mover el esqueleto y los sesos, que los tenés esclerosados.
—¿Es…qué? —dijo desconcertado Marino, sin tener idea de lo escuchado.
—Nada, que se te oxidaron los sesos por falta de uso. Te espero esta noche… sin
falta.

El cuarto alquilado por Marino cerca del barrio Chacarita, un arrabal ercano al
río Paraguay, desde que fuera echado por Colarte, era un abtiborrillo malamente api-
lado. Debió desocupar su segundo apartamento y apenas cabían allí sus cosas, por lo
que sería un alivio para él reocupar un cuarto en el inquilinato, bastante más amplio
aunque algo deteriorado. Pero esa sería apenas una solución parcial a sus problemas.
En realidad estaba cayendo en cuenta de que el problema era él mismo y todo lo
demás le venía por añadiduras. Pero esas añadiduras pesaban en demasía, pero al
menos hizo un sincero ejercicio de autocrítica.
El test de aptitud que normalmente podría resolverlo un chico de sexto grado de
primaria, e incluso uno de los primeros cursos secundarios, habían resultado ininteli-
gibles para él, ciudadano universitario de acuerdo a don Mario, pero de escasa longi-
tud de lápiz según el resultado del test.
No era posible que cursara la universidad en esas condiciones, siendo una nuli-
dad para todo servicio, al decir del doctor Moreno.
¡Y él quería un título para presumir y pavonearse nada más! Para aparentar lo
que no era, o lo que era incapaz de ser.
Era un mal comienzo, pero comienzo al fin. Sabía que Nimia Peralta tenía perso-
nalidad y dominio de sí misma en cualquier ambiente. Desde el más humilde al mas
postinero y encumbrado. ¿Qué le faltaba a él que le sobraba a ella? ¿Lectura, tal vez?
No recordaba haber visto en las intimidades de su apartamento título alguno, ni nada
parecido, pero manejaba muchas cosas y conocimientos que a él le eran inalcanzables
en apariencia.
¿Cómo lo habría logrado? ¿Podría enseñarle algo?

Evidentemente el dinero no lo era todo ¿Categoría social? Tampoco, ya que


muchos hijos de papá militaban en la tierna podredumbre y eran incapaces de leer con
soltura dos páginas de diario en voz alta sin tropezarse con muletillas y también sin
ellas.
Conoció a muchos de ésos durante su pasantía en Derecho e incluso en el colegio
privado donde hiciera sus últimos cursos “acelerados”. No, la cosa no pasaba por ahí.
Quizá Nimia tuviera una respuesta coherente… si es que la había en algún lugar.
Nimia era una mujer fascinante… para quien supiera apreciar sus cualidades; y
hasta tenía una extraña belleza, donaire y elegancia pese a sus cuatro décadas y media

78
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

tirando a tres cuartos, pero sólo un hombre con cultura general y altura intelectual
podía percibirlo.
¿Y qué era él en medio de ese lodazal de sumisiones, ditirambos, trepadas y
arrastres? ¿Uno más del montón informe de esa masa humana rendida a los pies de
un dictador poco ilustrado?
¿Y cómo podría romper esa cuadratura que lo aprisionaba e impedía conocer
cosas aparentemente al alcance de cualquiera?
Grave dilema el suyo, pero al menos era la primera vez que se planteaba tantos
interrogantes de una sola vez. Tal vez un sincero ejercicio de autocrítica no le haría
mal.

Nimia lo recibió sin mucha ceremonia, intuyendo que Marino iba derivando de
puerto en puerto en busca de lana y por lo general salía trasquilado… por falta de algo
que no le cabía en la mollera.
Marino se dejó conducir —dócilmente siguiendo su costumbre— hasta la salita
de estar de Nimia.
No tenía idea de cómo abordar el tema, ya que el tema era él, con su carga de
pereza e inseguridad, pero no se animaba a admitirlo. Después de años de sobrante
anónimo, supernumerario y comparsa de seccional, ya se le hacía duro todo esfuerzo.
Además, para esos tiempos de tutelaje del Departamento de Estado y sus depen-
dencias hegemónicas, el sólo pensar o saber decir NO era subversivo.
Todo intelecto independiente era sospechoso y sujeto a vigilancia. ¿Qué otra
cosa podía hacer él, sino amoldarse y mimetizarse con el rasero general?

De pronto se le ocurrió preguntarle a ella acerca de sus estudios, logros académi-


cos y otras fruslerías burguesas de ese jaez.

—¿Cuál es tu profesión, querida? —preguntó tímidamente Marino al no divisar


diplomas colgados de la pared de la sala.
—¿Por qué me preguntás eso ahora? —repuso ella extrañada—. Hace años que
nos conocemos ¿y no sabes nada de mí?
—Es que no veo por acá ningún certificado, diploma, título o lo que sea —dijo él
con más extrañeza aún.
¡Ah! ¿Quérés saber si me recibí o gradué de algo? Bueno, te invito a entrar en
aquel cuarto y sabrás de mi “academia”, tontorrón. ¡Levántate y anda, que aún estás
a tiempo de resucitar de entre la podredumbre!
Marino la siguió respetuosamente hasta el saloncito contiguo siempre cerrado
con llave. Allí pudo contemplar, a la luz de una discreta araña de caireles de cristal,
varios anaqueles rebosantes de libros de casi todos los géneros y algunas revistas,
como Life, O Cruzeiro, La Sciénce et la Vie y otras similares. Las colecciones de
libros estaban cuidadosamente enfiladas por series, temática y autores. No eran de-
masiados, pero muchos más de los que cualquiera hubiese leído en toda su vida.
Marino Bado quedó paralizado y confuso y hasta se le congeló el habla aunque
no por mucho tiempo.
¡Miles de millones de palabras mayormente incompreansibles para él, se halla-
ban allí, aprisionadas en el tiempo y el espacio! Palabras algunas veces pronuncia-
das, las más de las veces declamadas, de bocas a orejas, hasta ser vertidas en pergami-
nos, papiros, vitelas, tablillas, palimpsestos… y finalmente revertidas al papel impre-
so, gracias a Johannes Gütemberg.
Claro que para Marino, Gütemberg no existía o era un mito, y ni siquiera recor-
daba haber leído quién fue.
Algunos tenían sus buenos años, como una colección de filosofía científica “Gus-
tave Le Bon”, otra de novísima Historia Universal del Instituto de Francia, fechados
entre 1857 a 1909, pero en impecable estado de conservación, entre otros cientos de
volúmenes.
–Nunca me mostraste esto… —dijo finalmente Marino, tieso como un poste—

79
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

¿Y los leíste todos?


—Estos, de poesía, cuentos y novelas clásicas, sí. Estos otros de filosofía, histo-
ria y arte los suelo consultar de vez en cuando, si tengo alguna duda. Muchos, los más
antiguos, eran de mis abuelos y los recibí como herencia. Nunca te mostré este lugar
porque es mi santuario íntimo y pocos han accedido a este sitio. Cuando entro acá, la
soledad se queda afuera… al otro lado de la puerta. Siempre me dije que sólo quienes
lo merezcan entrarían aquí… y cuando me llamaste esta mañana, pensé que estabas
necesitando echar a volar tu mente… más allá y más alto de la podredumbre mendaz
y mediocre que te rodea. Espero que alguna vez seas digno… de este lugar. Bueno,
tu pregunta fue contestada, vámonos.
—No, por favor ¡quiero ver más, Nimia querida! ¡Nunca he visto tantos libros
en mi vida! y… me da vergüenza haberme dejado llevar por esa estupidez llamada
“política” y haber perdido tiempo detrás de de los seccionaleros y ese burro con cor-
bata colorada al que llaman “el padre espiritual de la juventud”. ¿Podés entender
eso? ¿Podés ver todo lo que me negué a ver en todo este tiempo?
—Lo siento, Marino. Debiste haber comenzado por aquí hace mucho. Hubieras
conocido esto pero preferí seguirte la corriente en tu carrera contra la lógica. Pero vas
a tener que romper lazos con esos policías, con los seccionaleros, con esos estudian-
tes trepadores y con todo lo que significa ls mediocridad. Vos no servís para eso.
Todavía sos joven y a lo mejor merecés otra cosa diferente a la que te ofrecen esos
mediocres que dominan a este país y te convierten en uno más, a la imagen y semejan-
za de ellos. Esto puede durar unos años más, pero nadie es eterno y hasta los papas,
los obispos y los generales tienen fecha de vencimiento marcada. ¿Y qué vas a hacer
después… de que se vayan todos a la mierda? ¿Los vas a seguir por el mismo cami-
no? Pensalo bien… a partir de ahora.

Marino la escuchaba azorado y tembloroso. ¡Tantas cosas habían pasado por alto
creyendo en las proclamas de los necios, entregados de cuerpo y alma a un militar que
ni siquiera supo honrar su uniforme en la guerra con Bolivia y sólo exhibía crueldad
para ocultar su cobardía!
De pronto Marino comenzó a sollozar espasmódicamente al recordar una de sus
visitas a Investigaciones, cuando oyera gritos espeluznantes y un olor a humedad
caliente y sangre fresca golpeó sus narices. Sabía que algo malo, feo y sucio se
escondía detrás de la torpe política paraguaya y su “modelo” protegido por los ¿impo-
lutos? Estados Unidos y su Departamento de Estado. También el Brasil tendía sus
redes en esa dirección, buscando imponer su hegemonía desde que ampararon el gol-
pe de 1954 en el Paraguay y el de 1964 en el propio Brasil, bajo las oscuras banderas
de la “democracia del punto fijo” y represión a cualquiera que se desviara del camino
impuesto por ellos.
João Goulart había sido depuesto hacía muy poco y los planes estratégicos del
Brasil seguían vigentes desde la destrucción genocida del Paraguay en 1870 a manos
de la tríplice infame “guiada” por Gran Bretaña y Baring Brothers.

Nimia, al contrario de otras ocasiones, lo dejó desahogarse. Era lo mejor. Tal


vez desde ese baño de lágrimas surgiría otra persona más limpia de la contaminación
imperante.

Al subcomisario Cantero le extrañó la no comparecencia de Marino Bado desde


que comenzara a trabajar en el puerto de la capital. Al principio no notó su ausencia,
ocupado como estaba en reprimir a jóvenes estudiantes, sindicalistas y campesinos
rebeldes; cuando un tiempo antes era corriente verlo por ahí con su sucia libreta y sus
casi indescifrables “informes”. Llamó al subalterno, oficial inspector Derlis Báez.
— ¡Ordene, mi subcomisario!
—¿Qué se hizo de ese chambón que quería jugar a James Bond, ese Marino

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Bado?
—No sé mi subcomisario, Hace casi un año que no lo veo. A lo mejor creció un
poco y ya no quiere jugar más. Creo que trabaja en el puerto. A lo mejor el presidente
de la seccional 20 sabe algo. Usted le había recomendado… después que salió de
Registro Civil. Desde entonces no aparece más.
—Localícelo, pero no haga volar la perdiz. Sea discreto y averígüeme por qué
no aparece más. Pero no vaya a su guarida de antes. Se mudó, parece.
—Creo que había alquilado un departamento en Piribebuy casi Ayolas, pero…
no sé. ¿Para qué lo necesita, mi subcomisario? Creo que la responsabilidad le queda
grande y sus metidas de pata nos van a comprometer. Opino que no nos hace falta ese
pendejo olor a leche.
—No importa —replicó Cantero ofuscado—. Quiero cerciorarme de que no ha
cambiado de bando y evitar que ahora patee contra nuestro arco. Desconfíe y acerta-
rá, como decía el Maquiavelo ése.
—Permiso, mi subcomisario. Creo que ése… Bado es demasiado pavote y mie-
doso como para ponerse contra el gobierno. Además tenemos demasiada gente pis-
pando por ahí; y gente inteligente. Ese Bado es una nulidad y apenas escribe. A lo
mejor descubrió nomás que no sirve y decidió ahorrarnos molestias, ¡Porque mire
que tratar de descifrar su letra…!
—Tiene razón, Báez. Pero de todos modos, averigüe en qué anda. Si sigue en su
puesto, si estudia y dónde y sus relaciones y amistades.
—¡A su orden, mi subcomisario! —exclamó Báez entrechocando los talones y salu-
dando marcialmente antes de retirarse.

Marino apenas llegaba del puerto, corría al apartamento de Nimia a solazarse con
nuevos amigos desconocidos hasta entonces. Nimia consintió en dejarlo leer en la
salita de su apartamento privado. Pero además se empeñó en hacerle practicar escri-
tura, copiando, al principio con torpe caligrafía, páginas de cuentos cortos de Chejov,
Rulfo, Cortázar o Kafka, y respondiendo personalmente sus preguntas acerca de las
palabras “difíciles” que hallaba con harta frecuencia y no figuraban en su menguado
vocabulario. No se molestaba en mirar diccionarios porque ella era el diccionario
lexicográfico viviente. Su camino se estaba bifurcando y debía escoger cuál seguiría
en lo sucesivo.

Sin título 2, por chester Swann.


81
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

12

METAMORFOSIS I

Asunción, 2 de noviembre de 1969

Marino Bado ya estaba viviendo con Nimia Peralta, quien con mucha paciencia
lo persuadió de no rehusarse a la lectura, pese a su reticencia inicial al desafío de
ajetrear páginas aparentemente abstrusas o “difíciles” para su aún corto entendimien-
to.
Simplemente lo ayudaba a elegir títulos, géneros y autores, comenzando por los
de aventuras juveniles: Verne, Salgari, Rice Burroughs, Conan Doyle, los Dumas,
Howard, Stoker y otros clásicos decimonónicos aún atractivos. Luego, ella lo condu-
cía por esas páginas con arte y sabiduría, llevándolo de mundo en mundo; de universo
en universo, lúdicamente y sin apuro. Apenas salía del puerto, se encerraba en la
biblioteca con ella,
Así, poco a poco, Marino íbase sumergiendo en un universo maravilloso que había
ignorado tanto tiempo. Hasta su otrora ilegible caligrafía iba mejorando a trazos
vistas.
—No me importa que tengas o no un título —decía Nimia— sino que tengas un
buen manejo de la palabra, el pensamiento y la razón. Salvo que quieras parecerte a
esa bazofia que rodea al general; a esa corte de adulones ignorantes como don Mario.
Prefiero que uses tu cerebro y seas vos mismo y no una mala copia de los aliterados
que tanto abundan en este país. Tampoco deseo que hagas política lamberica y
zalamera, sino que crezcas como persona. Esto no será eterno y cuando ya no esté el
general, sus acólitos van a quedar flotando en un vacío, porque siempre han dependi-
do de él. ¿Te das cuenta? Sólo saben obedecer sin pensar; y el pensar es peligroso
para ellos, los que dicen mandar. El pensar conlleva a analizar y criticar… y a eso
temen. Por eso, buscan a toda costa tener, lo que sea y a como dé lugar porque así
creen ser lo que no son: unos pobres pelagatos con corbata. Preparate para ser… no
para tener simplemente. Hay muchos nuevos ricos de la política, el contrabando y el
saqueo público que apenas leen y escriben y no dan para provocar envidia de los
conscientes.
—Sí, mi amor —decía él, aunque todavía reluctante a bostezar frente a libros que
no podía entender, llenos de “palabras difíciles” al decir de don Mario, el iletrado
secretario del presidente.
Marino tampoco era de echar mano a los diccionarios ni nada parecido. A la
paciente mujer se le iba haciendo cuesta arriba, hacer crecer a ese niño grande que era
Marino. Pero, curiosamente, en no mucho tiempo más la cuesta ascendente se le iría
haciendo menos empinada cada vez Y ahora ya no le hacía falta trepar ni arrastrarse,
sino avanzar.

No tardó Marino en mudarse discretamente en el apartamento de Nimia, aunque


ya no como inquilino, sino en calidad de cónyuge de facto, aunque él mismo no se
diera por enterado de ello, por lo expuesto poco antes.
Tuvo que vender o regalar varias cosas que había comprado en su apartamento
del centro, pero no las necesitaría en su nueva morada, ya que Nimia le facilitó todo y
viviría en el apartamento de ella, que lo amaba pese a todo y su borrador no era tan
indeleble como creía.
Por supuesto que el eje del amor seguía en su sitio, pero el puntero volvía a girar
ciento ochenta grados.

Pero cierto día, al salir del puerto de la capital un auto particular se detuvo a su
lado, sobre la calle Colón e Isabel la Católica. Era el oficial Derlis Báez de paisano.

82
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

— ¡Bado! —llamó desde la ventanilla izquierda.


Marino tembló al reconocer la voz del cruel cancerbero de Investigaciones y
recordó de su supuesta “obligación” de dar periódicos informes a Cantero.
Marino titubeó un segundo, pero aminoró el paso. El viejo Impala se detuvo y
Báez le hizo señas para subir. Marino obedeció, aunque a regañadientes y ascendió
por la portezuela derecha. Por suerte el carro no tenía matrícula policial ni marca que
lo identifique como tal.
_ ¿Hacia dónde vas, muchacho? —preguntó Báez con fingida amabilidad, como
para no intimidarlo a primera voz.
—Es mi hora de salida —respondió resueltamente Marino y como si tal cosa—,
y voy a comer algo por ahí y luego a ponerme las pilas para estudiar. Tengo exáme-
nes la otra semana.
Evidentemente trataría de deespistarlo y evitar que entre donde vivía, por sus
libros más que nada.
Pareciera que había perdido su apocada timidez sin darse cuenta; ahora una mira-
da resoluta y desafiante apuntaba hacia el policía de civil.
—No aparecés más por allá y nuestro jefe te está extrañando mucho —dijo Báez
arrastrando siniestramente las palabras—. ¿No hay novedades?
Esta vez Marino ignoró el tono amenazante de Báez y respondió sin dudar.
—No necesitan de mí allá. Creo que ustedes se bastan y sobran para tener al país
entero de los cojones, oficial. Soy demasiado flojo y chambón para eso. Si por ahí
surge algo inesperado, les avisaré, pero de momento está todo tranquilo como agua de
charco. Todo el mundo cuida la lengua, que el miedo no es zonzo. No creo que nadie
intente nada y adenás con la nueva constitución nadie se queja. Ustedes tienen al país
en el bolsillo y yo ya estoy sobrando. ¿No? Bueno, me bajo en esta esquina.
Báez, pese a su aparente brutalidad, era lo suficientemente avispado como para
entender el sarcasmo del joven y sus intenciones de dejar el “cargo” honorario de
delator oficioso, Pero lo entendió mejor cuando Marino le extendió la ajada tarjeta de
agente confidencial mientras descendía del vehículo en Estrella y Alberdi.
—Se la devuelvo, inspector. No sirvo para informante y gracias por la confian-
za. Debo seguir estudiando… para servir mejor al país.
Báez se hizo el desentendido y no tomó la tarjeta rosada de la mano de Marino.
Simplemente lo miró con furia y aceleró alejándose de allí.
Marino comenzó a atar cabos y deducir que podría tener problemas. Hasta en-
tonces había hecho el papel de tonto (y casi lo era), pero estaba cansado de hacer el
juego al gobierno y a los adulones de la tierna podredumbre, a trueque de depender de
ellos para sobrevivir como sobrante anónimo sin porvenir. Pensó que ya era tiempo
de crecer y dejar de ser el bufón de esa corte de sin milagros; el enano mental que
fuera hasta entonces. Con don Mario bastaba y sobraba para eso.
Durante el último mes de su convivencia con Nimia Peralta se estuvo familiari-
zando con las hasta entonces ignoradas letras, comprendiendo lo ridículo de su situa-
ción durante tanto tiempo pendulando entre la mentira, la ignorancia y la obsecuen-
cia.

¡Tanto tiempo creyendo que te bastaba ser obsecuente para acomodarte y cami-
nar cuesta abajo y sin eafuerzo por la vida, Marino! ¡Negarte por años al conocimien-
to verdadero a trueque de las falacias y sofismas de la politiquería criolla! Pero nunca
es tarde para reconocerlo y reencauzar tu existencia. Pronto, quizá podrías estar en
condiciones de rendir una nueva prueba de aptitud sin avergonzarte del resultado… y
sin tener que convertirte en soplón de nariz fría de la policía secreta.
Y ese “pronto” sería más pronto de lo que te imaginas.

Esa noche se hallaba en la salita íntima de Nimia, tratando de descifrar el ácido

83
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

humor conceptista de don Francisco de Quevedo, espadachín poeta del siglo de oro
en un grueso volumen de sus obras completas que incluían sus diatribas poéticas (y
sarcásticas) contra Luis de Góngora y Argote, el “culterano”, también poeta, pero
harto barroco y contemporáneo suyo pero “políticamente correcto” y descafeinado
frente al poder absolutista.
¡Y cómo rió a mandíbula batiente de los ingeniosos e irónicos versos de Queve-
do!
Le parecía extraño y familiar al mismo tiempo, pero abría ante él un camino
desbrozado y sereno hacia otro amanecer mental, después de ser sometido a larga
noche de la medianía y la mediocridad impuesta o consentida.

Marino fue, poco a poco, comprendiendo el por qué Nimia vivía modestamente y
con bajo perfil, pese a ser una heredera de fortuna que regenteaba una propiedad
alquilando cuartos a trabajadores de escasos recursos e invirtiendo en letras en lugar
de fiestas y saraos o lujos superfluos acostumbrados por la presuntuosa clase media
tirando a tres cuartos que inficionaba el país de las manos de los políticos y nuevos
ricos de “la situación”.
Así, como quien no quiere la cosa, en su tiempo libre Marino se hizo habitué de
ese santuario íntimo de Nimia Peralta, mujer sin tiempo y sin pasado pero siempre
presente.
A veces hojeaba revistas europeas de las que había en un gabinete de noble ma-
dera, enterándose de cuanto había ignorado tanto tiempo. Su curiosidad recién co-
menzaba a despertarse, a desbrozarse y apenas recordaba las insustanciales charlas de
sus amigotes acerca del fútbol y mujeres, cual si todas sus vidas girasen en esa cerra-
da y limitada órbita conceptual de la banalidad.
Allí Marino empezó a sentir que había vivido toda su vida como en un gallinero
desprovisto de horizonte más allá del cercado que los aprisionaba.
Pudo entender por qué Nimia le solía decir que fuese como las águilas y no como
un ave de corral. Ahora lo iba entendiendo, Sobre todo al percibir la agudeza de
ciertos escritores, como Rulfo, Borges, Hesse, Cervantes y otros narradores, tanto
tiempo invisibles y desconocidos para él. ¡Si apenas había leído algo más importante
que revistas mexicanas de historietas cómicas y de vaqueros! Y eso era todo.
Una sola vez llegó a leer uno de esos bolsilibros españoles de cowboys y pistole-
ros, aunque no llegó a concluirlo… por pereza para hojear diccionarios y por no en-
tender muchas palabras ajenas a su limitado léxico.
Sus mentores de la tierna podredumbre habían insistido siempre en que el gene-
ral Stroessner pensaba por todos los ciudadanos y su “preclara visión de estadista
patriota” no necesitaba de intelectuales molestos para gobernar.
Hasta el pensar en demasía era sospechoso para la policía y también leer en exce-
so podría desestabilizar el orden militarizado imperante y quebrar la disciplina para-
guaya de la orden superior.
Tanto se lo habían repetido, que hasta comenzó a creerlo a pie juntillas.
“El orden ha sido establecido y sólo les queda obedecer como buenos soldados
de mi general Stroessner y del partido colorado” le repetían hasta el cansancio…
hasta el hartazgo, como letanía pagana de una religión de estado.
Pero tras casi dos décadas de dictadura, los únicos que habían “progresado” —al
menos materialmente—, eran los caudillos cazavotos de escasa longitud de lápices…
y los emigrados al exterior que por buscar nuevos horizontes fueron radiados del país.
Gracias al cohecho, al contrabando y la corrupción —que el cínico poder deno-
minaba “el precio de la paz” en un ridículo intento de justificar lo injustificable—, los
jerarcas podían ostentar mansiones, estancias, empresas, amantes platinadas, carros
de lujo y adiposas cuentas bancarias en Suiza, el Caribe e incluso en el país.
Bastaba con adular al general y sumarse a su carro triunfal en calidad de compar-
sas y exégetas turibularios que se la pasaban arrojando incienso al “único líder”
.
Marino siguió cursando Contables, pero ya con otros ojos y oídos, gracias a Ni-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

mia Peralta y a su casi maternal paciencia no desprovista de amor. Un amor inmereci-


do y noble que, finalmente, él se decidiría a merecerlo de una buena vez.

Una noche, al salir de la facultad de San Lorenzo, un sujeto de sospechoso traje


oscuro y corbata roja se le acercó en la parada del ómnibus.
— ¿Marino Bado? —preguntó a quemarropa.
Marino pudo olfatear al polizonte por su sigilo y el bulto sobre el corazón; proba-
blemente una pistola reglamentaria de 7,65 mm enfundada en sobaquera.
—Sí, soy yo. ¿Qué desea? —respondió el estudiante haciéndose el desentendi-
do.
—Subcomisario Gómez, del ministerio del Interior —se presentó el sujeto, aun-
que su interlocutor ya lo tenía fichado—. El jefe de Política le hace saber que lo
espera mañana… donde siempre. ¿O ya no quiere colaborar con el gobierno?
—¿No tienen ya demasiados colaboradores allí? Ahora necesito tiempo para
estudiar, además trabajo en el…
—Sí. Ya sabemos donde trabaja, por recomendación del subcomisario Cantero y
de don Apolonio Castellanos. Sabemos todo de usted. Incluso que vive en concubi-
nato con una tal Nimia Peralta, que regentea una casa de inquilinato cerca del Hospi-
tal Militar, sobre la calle Oliva casi Río de la Plata. Si no tiene interés en colaborar…
pues podríamos reconsiderar acerca de su puesto en la dirección del puerto. Depósito
C… ¿Comprende?
—Por mí… hagan lo que les parezca, Entonces puedo devolverle esto que el otro
día rechazó el oficial Báez. Sólo me ha causado problemas y nada más. A lo mejor
encuentran a alguien más inteligente que yo para ese trabajo. Por causa de esa tarjeta
mucha gente me ha dado la espalda. Dígale a Cantero que renuncio y le devuelvo su
tarjeta… y el puesto en el puerto.
—Espero que no se arrepienta, señor Bado. Puede perder su trabajo… y no sólo
eso —dijo el sujeto a guisa de saludo antes de desaparecer en el vientre de un ómni-
bus de la línea 26 en dirección al microcentro asunceno.
Por supuesto, la tarjeta tampoco fue tomada y Marino la dividió en pequeños
fragmentos que fueron aventados por la avenida Mariscal Estigarribia al soplo del
viento norte.

Luces metálicas, por chester swann.

85
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

13
RAZONES DE INSEGURIDAD

Asunción, 13 de noviembre de 1970

Marino relató a Nimia el malhadado encuentro con el sabueso y sus


posibles derivaciones laborales.
—Creo que me van a hacer la vida difícil, mi amor. Y si me echan del puerto por
no hacer de soplón, voy a tener que regresar a mi pueblo. No sé cómo voy a pagar mis
gastos y lo demás. ¡Y todo por negarme a intrigar por cuenta de ellos!
—Tranquilo, tontorrón —lo calmó Nimia decidida—. No está muerto quien
pelea. No necesito que me pagues nada. Sólo quiero que luches por tu dignidad… y
sigas leyendo cada vez más. No les des el gusto de sentir miedo, que es lo que ellos
buscan para extorsionarte. Hiciste bien y aplaudo tu decisión aunque tardía. Más
vale tarde que nunca. Esto puede durar diez o veinte años, pero no será eterno. El
general no anda bien de salud y en cualquier momento, por las buenas… o por las
otras tendrá que bajar de su pedestal y desaparecer por la tangente de la historia.
Tenés que prepararte para el después; y ese después no será nada fácil. Los propios
partidos van a entorpecer la transición por sus desmedidas ambiciones y no tenemos
suficientes ciudadanos para llevar adelante a este país, que seguirá siendo botín de los
partidos antes que fuente de bien común. ¡Preparate para pensar!
—Ellos saben que estoy aquí, mi amor, y también pueden crearte problemas.
Será mejor borrarme de sus narices.
— ¡Ni lo sueñes! ¿Justo ahora que te estás portando bien? Lo único que te pido
es que ni te acuerdes por ahí de nuestros libros y revistas, que eso sí nos puede traer
problemas. Sabés que en el país de los ciegos reinan los tuertos y tener dos ojos es
peligroso para ellos, para los tuertos. Por eso están tratando de matar a la inteligencia
y entronizar a la mediocridad. La ignorancia es alabada como virtud y ser un bobo es
lo correcto políticamente. ¿Te das cuenta? Probablemente no, pues ellos te han hecho
a su imagen y semejanza. Pero estás en buen camino.
— ¿Lo decís en serio?
—Creo que sí. Al menos no tengo pruebas en contrario para incriminarte. Aquí
no te van a molestar y te pido que sigas estudiando nomás y adelantando lo que pue-
das. No te preocupes por tu empleo que no es el dinero ningún problema. Si estás
bien formado vas a poder hacer cualquier cosa en actividad privada. Será mejor que
te olvides de ellos… y que ellos se olviden de vos.

—No sé cómo agradecerte, querida. Ahora voy entendiendo muchas cosas que
antes no tuve en cuenta por ignorancia o por pereza. O las dos cosas.
—Bueno, tontillo. Presentá renuncia en el puerto y deciles que es por razones de
estudios… o lo que se te ocurra. Necesitás ponerte al día con muchas cosas que
dejaste pasar… y ahora es tu oportunidad. Tu única oportunidad. No te vendas por un
plato de lentejas. El conocimiento te hará libre. No lo olvides. Ahora harás oficina,
sólo en mi… en nuestra biblioteca. ¿Aceptás?
—Bueno, pero supongo que tengo que mandar hacer una nota a máquina y…
—En la biblioteca hay una. Es vieja pero funciona muy bien. Si querés te escri-
bo la nota, la firmás y mañana mismo se la entregás a tu jefe. Pero harás un cursilo de
dactilografía en tu tiempo libre.
Marino dudó unos instantes antes de acceder. Se acordó de la leyenda de Julio
César cruzando el Rubicón; o la de Hernán Cortés quemando sus naves para no regre-
sar a España.
La suerte estaba echada; pero no recordaba cómo se decía en latín.

86
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

— ¿Vive aquí, Marino Bado? —preguntó el policía de civil exhibiendo un carnet


a Nimia Peralta, quien sorprendida por la visita no lo negó.
—Si. Vive aquí. Pero ahora no se encuentra. Salió temprano a su trabajo, creo
que en el depósito C del puerto. ¿Para qué lo necesita?
—El subcomisario Cantero lo hizo citar hace varios días y este sujeto no apareció
por su oficina, ni avisó nada—respondió el personaje, evidentemente nervioso—.
Dígale que esta tardecita, sin falta pase por allá, que quieren hablar con él.
— ¿Por qué motivo, si puede saberse? —preguntó la dueña de casa, aunque lo
imaginaba con pocas probabilidades de equivocarse.
—Eso a usted no le interesa, señora. Es un asunto privado que no se puede
discutir con cualquiera. Avísele nomás que esta tarde concurra junto al… bueno; él
sabe dónde. ¡Hasta luego!
—Dígale a su jefe que el señor Marino Bado no irá; y si le hace echar de su
trabajo por eso, que lo haga, que de todos modos hoy está presentando su renuncia
indeclinable para dedicarse plenamente a sus estudios. ¡No quiero que lo conviertan
en un vulgar pyragüé! ¿Está claro? Él necesita estudiar en serio, no fingirse estudiante
para hacerles el trabajo sucio a ustedes delatando sin motivo a sus compañeros. No lo
molesten más.
—Usted no sabe con quiénes se mete, señora Peralta… ¿o debo decirle “señori-
ta” nomás? —replicó el sujeto como masticando sus palabras. Pero Nimia no acusó
el golpe bajo. Simplemente le respondió a su vez:
—Señorita, libre y a mucha honra, señor policía… ¿O debo decirle “oficial?”.
Creo que, por su nivel de intelecto eso le va a quedar grande como camisa de finado.
Que hasta para suboficial le va a quedar grande pues hasta para eso hay que ser inte-
ligente ¿No? Ustedes tampoco saben con quiénes se están metiendo, pero pronto lo
sabrán.
Así diciendo le cerró la puerta en las narices.

Unas dos horas después llamó Marino para avisarle que presentó su renuncia al
propio coronel Gutiérrez y volvería después de la facultad. Nimia le relató a su vez
la incómoda visita y la citación para esa tarde junto a Cantero.
—Le dije que no te vas a ir, mi amor —remató Nimia—. Y que vos te vas a
dedicar a estudiar y dejar de joder haciéndoles el trabajo sucio.
— ¿Eso le dijiste? —preguntó Marino incrédulo. No había creído a Nimia capaz
de plantarse ante un agente de Investigaciones, la temida policía no tan secreta del
régimen. Ahora tenía un motivo más para valorarla y miles más para amarla.
Marino sabía que la policía paraguaya y las demás del planeta, suelen jugar su-
cio, plantar pruebas, difamar, actuar “de oficio” y sin orden judicial contra cualquier
ciudadano o grupo de personas a quienes suponga o imagine “propósitos subversi-
vos” o cuestionar al orden imperante. Es la guardia pretoriana del poder de facto, y
la encargada de suprimir disidentes o contestatarios en cualquier sociedad… hasta
convertirla en zoo-ciedad.

La paranoia se los jerarcas acartonados del régimen aún seguía como sombra
amenazante flotando sobre el país. Cualquier ciudadano cuyo intelecto sobresaliera
un poco por encima del rasero admitido por los dueños del poder, se exponían a
sospechas. Y en el Paraguay de la guerra Fría, la mera sospecha es causal de persecu-
ción policial –torturas y maltratos adjuntos—, e incluso para ello tenían un “poder
judicial” a la medida del partido de gobierno y de las autoridades para dar justifica-
ción legal sus arbitrariedades.
La misión militar de los Estados Unidos de América, brindaba asesoramiento de
inteligencia sociopolítica, psicopolítica, propaganda y organizaba frecuentes ¡ejerci-
cios antisubversivos” con el ejército nacional, convertido en una especie de fuerza de
ocupación en su propio país.
De acuerdo a los postulados de la Seguridad Nacional, el enemigo probable era

87
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

la población civil. Especialmente los pobres, los sindicalistas, los intelectuales com-
prometidos, estudiantes críticos y quienquiera no aplauda las arbitrariedades del ge-
neral y sus poco santos patronos y dueños del patio trasero. O que por lo menos,
creían serlo, fiados en la “doctrina Monroe” y el destino, o desatino manifiesto, diz
que “impuesto por dios o la ¿divina? Provi-demencia.

La Escuela de las Américas daba periódicas becas a oficiales y suboficiales mili-


tares y policiales en tácticas de contrainsurgencia armada, espionaje, secuestros, inte-
rrogatorios apremiados —vale significar torturas en un eufemismo siniestro—, pri-
sión indeterminada, asesinatos y desaparición física. Nada quedaba librado al azar
por los “servicios de inteligencia”, sólo faltaría definir con meridiana claridad qué
entendían como “inteligencia” e “insurgencia”: una definición nebulosa, ésta, que
podía englobar desde manifestaciones pacíficas hasta la palabra No o el simple disen-
so social.
Pero aún faltaba lo peor.

Marino decidió quemar sus naves una vez más, esta vez para huir del acoso poli-
cial.
_Voy a mi pueblo en el interior, hasta que las cosas se enfríen —le dijo a Nimia
esa noche—. No sé por qué se emperran en mi persona.
—Creo que es una manera de cortarte los estudios y tenerte sujeto, Marino. No
veo por qué les vas a dar la espalda. Van a sospechar que tenés cola de paja por
algo… sólo porque te estás dejando de la política así como ellos creen que debe ser.
No te vayas. Creo que podés hacerles frente sin miedo.
—Bueno, querida. Veré qué hago, pero más que por mí, temo por tu seguridad…
y tus libros. Para estos cuadrados (ahora lo reconozco por haber militado en su ban-
do), tener libros es pecado mortal, casi como leerlos y, no sé qué decirte. Una de las
veces que estuve junto a Cantero, vi unas pilas de libros que, según él fueron secues-
trados de unos estudiantes subversivos de la Universidad católica. ¿Podés creer?
Algunos libros eran de Paulo Freire, de catecismo, de agronomía cooperativa… y
tenían manchas de sangre, así que el secuestro habrá sido violento. Esos tipos no
miden nada, y se creen por encima de todos y más allá de la ley.
—Lo sé —dijo Nimia con voz tranquila—. Sé de lo que son capaces para mos-
trar que velan por la seguridad de su general y ganarse los elogios y migajas de la
mesa del amo. Sé más de lo que vos creés. Pero no les tengo miedo y después vas a
saber por qué.
—Entonces, me quedo contigo —dijo Marino al darse cuenta de la gran-
deza de espíritu de esa mujer a la que había postergado sin saber por qué; o por creerla
superficial y amiga del placer erótico nada más—. Pase lo que pase, me quedo… por
que vos me lo pedís y porque lo deseo.
—Te creo —dijo Nimia—, pero será mejor que elijas lo que creas mejor. Pero
no les tengo miedo, hagan lo que hagan. Tengo muchas amistades bien posicionadas.
No creo que me causen daño, aunque todo puede ser. Pero si te sentís muy poco
seguro, estás en libertad de irte. Pero yo les haré frente. Esto no va más.
—Vos hiciste de mí un hombre y creo que, pase lo que pase, no debo abandonar-
te. ¿No? ¿Tenés otro lugar donde tus libros puedan estar seguros y accesibles? Digo…
por si se les ocurre vengarse de mí allanando tu casa.
—Sí, querido. Me va a doler deshacerme de ellos ahora, pero tu idea es prudente.
Poseer libros no es políticamente correcto en este feudo de imbéciles aliterados con
poder de vida y muerte. Mañana mismo puedo hacerlo… con tu ayuda.
— ¿Es muy lejos? —preguntó Marino.
—No. Esta casa es muy vieja, y tiene un sótano construido durante las guerras
civiles de 1908 al 22. Su tapa está justo ahí donde estás pisando, bajo esa alfombra de
moqueta. También en la época de Albino Jara y sus hordas golpistas, solían saquear
casas y mis bisabuelos y abuelos fueron prudentes. Nos va a llevar unos cuatro días

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

reubicarlos y reclasificarlso, pero valdrá la pena.


Dejaron algunas revistas en los anaqueles de la salita de recepción, como Popular
Mechanics, National Geograpics y Selecciones, la más inocua, conservadora y desca-
feinada de todas, junto con La Ilíada, La Odisea, Don Quijote, La divina comedia y
clásicos similares, que estarían fuera del alcance intelectual de los sabuesos y fuera de
sospechas.
Tampoco olvidaron de exhibir dos biblias y unos cuantos catecismos de utilería
que pertenecieron a la abuela de Nimia.
Sin embargo Nietzsche, Voltaire, Diderot, Marcuse, Engels, Camus y otros fue-
ron celosamente puestos fuera de ojos y oídos avizores. Toda una tarde les llevó a
ambos el transladar, acomodar y clasificar los materiales en el sótano, para luego
clausurar la puerta-trampa y sellarla con la moqueta roja y una pesada mesa encima.
Podían estar seguros de que sería difícil descubrir esa entrada ya que el sótano estaba
bien disimulado y su puerta se mimetizaba al nivel del piso.
Pasaron muchos días de calma y Marino pudo dedicarse a leer y estudiar en
compañía de Nimia, lo que no excluyó algunas lecciones de erotismo y audiciones
musicales con un “combinado” estéreo Telefunken a válvulas de los que todavía so-
brevivieron al arrasador avance de los transistores.
Desde la NBC Simphonic, la Boston Pops a los Beatles, no dejaron nada sin
disfrutar, aunque tampoco estaban ausentes la Orquesta Ortiz Guerrero (entonces pro-
hibida por ser el director y compositor de afiliación comunista) y algunos virtuosos
del arpa.

Marino iba caminando por la vereda de la facultad, en San Lorenzo, cuando un


auto negro sin matrícula se detuvo unos metros más adelante en su acera.
Marino estaba absorto en sus recién recibidas lecciones que no le prestó aten-
ción, hasta que al pasar a su lado el rostro de Cantero asomó por la ventanilla llamán-
dolo por su apellido.
—¡Bado¡ ¡Venga acá¡ ¡No se me haga pues del retobado8 , carajo! ¿Por qué no
fue a verme cuando le cité?
Marino etuvo la marcha saliendo de su ensimismamiento, pero no perdió el aplo-
mo duramente ganado con Nimia.
_ ¡Oh! Buenas noches, subcomisario ¿No recuerda cuando se negó a recibirme
como diez veces, no hace ni un año? ¿Por qué tengo que irme ahora porque a
usted se le antoja nomás? No soy delincuente, ni empleado de ustedes para estar
todo el tiempo a disposición de la policía. Además ya renuncié al puestito del
puerto y gracias por todo.
_ ¡Súbase, carajo, antes de que pierda la paciencia! —casi vociferó Cantero,
visiblemente alterado, qunque por la cantidad de transeuntes contuvo medianamente
sus impulsos.
Contrariamente a lo que éste esperaba, Marino lo ignoró y siguió su camino como
si nada. No sin decirle antes: —Si la pierde, no deje de buscarla y el que busca
encuentra, señor Cantero.
A Cantero se le subió la mosca a la nariz y abrió la portezuela ya con una pistola
en la mano y gritando como un energúmeno.
— ¡Pare, le digo, carajo!
Allí Marino detuvo sus pasos, mirándolo como si viese al hombre invisible, pero
sin aparentar temor alguno. —Perro que ladra no muerde —pensó.
— ¿Se le ofrece algo, señor ? —preguntó Marino con una sonrisa idiota que
encajaba perfectamente en su antiguo rostro de militante de la tierna podredumbre.
_ ¡Venga usté, le digo! —gruñó Cantero bajando los decibeles— ¿Por qué se
hace del santo ahora y no quiere colaborar con el gobierno? ¿Olvida que si trabaja es
gracias al gobierno?
—Acabo de renunciar, subcomisario. Ya no debo nada a nadie y de ahora en más
me voy a dedicar a estudiar para no deber nada a nadie más que a mí mismo.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

— ¡No me interesa! —excamó el prepotente Cantero con más vehemencia pero


menos altisonancia, cuando los curiosos comenzaron a detener el paso para mironear.
Cantero estaba de civil y sin identificación visible como policía, por lo que debió
disimular y guardar la compostura junto con su agresiva pistola.
Marino se dirigió hacia él, pero con expresión desafiante, rehusándose al temor.
—Mire, subcomisario, ya dije que no me interesa ser informante. ¿Por qué no
me dejan en paz? ¿Acaso ya no tienen suficientes colaboradores? Necesito estudiar
y…
—¡Está bien! —dijo Cantero guardando la pistola que aún empuñaba—. Pero si
no quiere cumplir con un deber patriótico… no va a trabajar en ninguna parte… ni
con diez títulos de doctor. Acuérdese de mí.
—Tengo buena memoria, señor Cantero. No lo olvidaré fácilmente. Gracias
por la confianza.
Cantero aceleró con un rechinar de frenos y fibras de embrague quemadas y se
alejó raudamente con su Chevrolet echando humo blanquecino por el escape. Eviden-
temente necesitaba, el carro, un cambio de aros… y su propietario también

Nimia lo aguardaba esa noche y miraba con cierta impaciencia hacia el reloj de
pared o hacia el de pulsera, como tratando de acelerar las manecillas o comprimir el
tiempo ralentado en demasía. Ya eran casi las diez de la noche y Marino no aparecía,
hasta que oyó sus pasos familiares en el pasillo.

Finalmente apareció, aunque no mostraba signos de estar alterado por lo sucedi-


do en el desagradable encuentro con el temible jefe de política y afines del D-3, jefa-
tura de Investigaciones de la policía política.
Tras una modesta y frugal cena relató los pormenores del “diálogo” forzado con
el atrabiliario oficial. Nimia lo escuchó casi en silencio pero con una expresión de
curiosidad en cada pupila.
—Creo que hicimos bien en ocultar mis valiosos libros —dijo por fin por todo
comentario—. Pero si te dijo que te estaría negado trabajar en la función pública y se
limitó a eso nomás… no te hará falta, mi amor. No es dinero nuestro problema, pero
habrá que extremar cuidado. Esos tipos son capaces de plantarnos libros prohibidos,
panfletos o lo que se les ocurra, con tal de jodernos la vida.
—¿Tenés alguna idea para evitar eso? —preguntó Marino con ligero temblor de
voz. Sí, él lo sabía muy bien. Eran capaces de cualquier cosa.
—Sí, querido —dijo Nimia resuelta. Esto bastó para devolver la tranquilidad a
Marino, después del mal trago reciente.

Afortunadamente lo de Cantero no pasaría de bravatas al menos por un tiempo.


Marino pudo retomar sus estudios de Contables de la universidad nacional sin sobre-
saltos pero con más ahínco.
Parecía, al cabo de unos meses, que ya se habían olvidado de él y era frecuente
verlo cargado de libros de matemáticas y cuadernos por las noches. Tanto para los
vecinos como para los inquilinos se hizo familiar su esmirriada figura de estudiante,
siempre viviendo en concubinato con la dueña de casa, algo que ya no era motivo de
escándalo en el aldeano Paraguay.
Al entrar encontró a varios jóvenes y vecinos padres de éstos en la sala, leyendo
lo más campantes y charlando. Nimia, en tanto, mostraba sus libros —inofensivos
todos y fuera de sospechas, clásicos en su mayoría— a sus vecinos, quienes pondera-
ron la vasta erudición de la dueña de casa… después de años de conocerla apenas de
lejos y por dimes y diretes cotilleros del barrio; en gran mayoría carentes de funda-
mento y fruto de suposiciones o apariencias circunstanciales.
A marino le sorprendió un poco ver allí a tanta gente de la vecindad hojeando
revistas y uno que otro libro y en un aparte preguntó a Nimia acerca de aquello.
—Me preguntaste si tenía una idea para evitar que nos planten pruebas falsas —
dijo ésta suavemente— ¿Y quiénes mejor que los vecinos como testigos de la verda-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

dera colección que tenemos a disposición?


—Tenés razón, mi amor. Ahora te entiendo. ¿Y si hacen el allanamiento en la
madrugada? Ellos no necesitan cumplir la ley o hacer las cosas como se debe.
_También tengo prevista esa contingencia. No es necesario que te lo cuente
ahora, pero hay gente importante a disposición para lo que fuere, y no son pichirulos
como esos policías de cuarta. ¿Te basta con eso? Si te vuelven a molestar o acosar,
podés hacerles frente sin miedo, que tenemos insospechado blindaje.

La Gran Burbuja grsácea, por Chester Swann.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

14

DE GATOS Y RATONES

Asunción, 11 de septiembre de 1973.

Los medios radiales anunciaron —aunque prudentemente y sin tomar partido—


, un golpe militar en Chile, contra el gobierno de la Unidad Popular, encabezado por
Salvador Allende, electo democráticamente en 1970, pero había cometido el sacrile-
gio de iniciar una vía pacífica hacia el socialismo, nacionalizar los recursos mineros
de Chile y quitar el caramelo de la boca a las transnacionales norteamericanas del
cobre.
El presidente de los Estados Unidos: Richard Milhous Nixon y su rasputinesco
secretario de estado Henry Kissinger (nacido Avrahm ben Eleazar en baviera, Alema-
nia en 1922) no eran del todo ajenos a dichos eventos, ni el director de la compañía
William Casey. Por supuesto que la CIA tampoco estaba ni podía estar institucional-
mente ausente del desaguisado; pero los millones de dólares invertidos en la desesta-
bilización de Allende habían brotado de los bolsillos de la Anaconda Copper Mining
Co., de la International Telephone and Telegraph y de los contribuyentes americanos.
Negocios son negocios.
Además no sería esta la primera (ni la última) de las intervenciones para derrocar
gobiernos democráticos. Ya habían sucedido golpes en Nicaragua, Cuba, Guatemala.
El Salvador, Bolivia, Brasil, Perú, Argentina, Uruguay, Ecuador, Colombia, Vene-
zuela y doquiera hubiese intereses estratégicos o recursos en juego codiciados por las
voraces industrias del consumo masivo.
—Tal vez el único país sin golpes de estado militares, fuera de Canadá, sería
Estados Unidos —pensó Marino—, porque no hay una embajada norteamericana en
Washington, que si no…

Apenas la orgullosa revolución castrista seguía incólume a las asechanzas de


Washington, la CIA y el Pentágono, aunque no por falta de intentos y atentados terro-
ristas, sino por exceso de inteligencia y capacidad de resistencia al bloqueo por parte
del pueblo cubano.

Marino poca información halló en los periódicos al respecto.


—Seguro que la censura oficial tiene tijeras con mando a distancia —comentó
Nimia Peralta—. Sería pecado mortal hablar o escribir contra Pinochet y su sangrien-
ta represión. ¿Qué dicen ABC y La Tribuna?
–Sólo que hubo una “transición” y un repentino cambio de gobierno –comentó
con sarcasmo Marino—. No creo que estén autorizados a decir la verdad. ¿No? Y si
alguno la dice, seguro que pierde el empleo y le clausuran su medio.
—Eso, y te estás quedando corto, Marino —contestó Nimia—. No olvides que
la democracia ha de seguir las pautas del consenso de Washington… o no será demo-
cracia. La OEA nació domesticada en origen y la expulsión de Cuba es el resultado.
Ellos no aceptarían ningún gobierno de origen popular, democrático revolucionario o
social, por el peligro de contagio. No conviene a sus intereses… que tampoco con los
intereses del pueblo norteamericano, sino de las elites dominantes y sus empresas. La
fábula del gato y el ratón es una metáfora acerca de los poderes fácticos y su fuerza
militar o económica. Ellos ordenan y los de más abajo deben obedecer; así está es-
tructurado el mundo; en el este y el oeste, norte y sur: cazadores versus recolecto-
res… o cromañones contra neandertales… como en el paleolítico.

—¡Ah! —dijo Marino— ¿Para eso se inventaron los puntos cardinales, la brújula
y la rosa de los vientos? Yo creí que eran sólo para orientar a los perdidos.
—Sí. Y también el Gran Garrote, para persuadir a los dubitativos —remató Ni-
mia con ironía.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

La tensión política en el Paraguay se mantenía estable, ya que la gente temía


hacer comentarios o emitir opiniones al respecto, porque Allende era considerado
“comunista” o al menos filocubano por la prensa nacional adicta al régimen. Esa
noche, Marino y Nimia, en la soledad de su sótano cargado de libros, sintonizaron
Radio Moscú en español para enterarse de los pormenores del golpe, encabezado por
un oscuro general, tras el reciente asesinato del comandante de las fuerzas armadas de
Chile, general René Schneider… por ser institucionalista en exceso y rehusarse a la
traición. También el general Carlos Pratts sería víctima de los golpistas por los mis-
mos motivos.
—Creo que esto es sólo el inicio de una escalada represiva en todo nuestro con-
tinente —comentó Nimia como al desgano—. Algo me dice que vendrán tiempos
oscuros y cada vez más negros.
—Pero acá no creo que haya golpes —dijo Marino—. Los norteamericanos con-
trolan todo desde su embajada y hasta tienen misiones militares, e inteligencia o es-
pionaje y la población lo acepta sin chistar. Además en Paraguay —al menos que
sepamos— no tenemos metales ni petróleo ni nada… más que maíz, caña de azúcar,
algodón y bananas. Ni litoral marítimo tenemos…
—Bolivia tampoco —replicó Nimia, pero sí petróleo, gas y estaño… y coca,
además de generales narcotraficantes golpistas al por mayor. Pero lo de Chile, seguro
que va a traer cola. ¡Ahora sí que nuestra policía va a necesitar más pyragüés y espías
para cada manzana! Vamos a tener más cuidado. Ese Nixon me da mala espina.
Tiene un sinuoso historial ultraconservador y en los años posteriores a la segunda
guerra mundial era cazador de supuestos izquierdistas antinorteamericanos (que po-
día significar cualquier cosa) en época del macarthismo… en su propio país. Y en
cuanto a ese secretario de estado, lacayo de los Rockefeller, el tal Kissinger, es uno de
los hombres de paja del sionismo internacional enquistado como célula cancerosa en
el gobierno de los Estados Unidos. Es alemán, pero más poderoso que el presidente
de los Estados Unidos y creería que más, incluso, que el mismísimo Tío Sam.
—Perdoná mi ignorancia, mi amor, pero no sé de quién me estás hablando —se
disculpó Marino, aunque sin ruborizarse.
-Cierto. Últimamente le das duro a los libros, pero deberías leer de vez en cuan-
do los diarios. O un poco de historia contemporánea, Sólo así te vas a enterar de
algunas cosas… pero deberás aprender a leer entre líneas. La verdad —al menos en
la prensa comercial—, está en lo que no se publica, lo que no se escribe, lo que se
calla y oculta al público. Es la constante. Nos niegan la verdad porque nos hará
libres.
—Tenés razón. Mañana voy a comprar algunos diarios para comenzar a entre-
narme en análisis político internacional, pero leyéndolos entreelíneas. ¡Pensar que
hasta hace poco se me hacía cuesta arriba pensar… y razonar nomás! Gracias, queri-
da, por despertarme a la realidad.
—De nada, dijo suavemente Nimia como en susurros. Preparate para jugar al
gato y al ratón con la policía de Stroessner… y cuidado con el queso. Te recomiendo
leer “Tiempos modernos” de Paul Johnson; no tiene desperdicio.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

15
UN PAÍS INCÓMODO

Asunción,6 de febrero de 1975.


Era una de esas temporadas de calma que preceden a los huracanes, aunque ni
Marino ni su experimentada compañera tenían una pálida idea de los acontecimientos
en curso. La férrea censura, las leyes represivas en curso y la complicidad de una
oposición conformista mantenían a la población al margen de toda información fide-
digna.
Las ligas agrarias cristianas dirigidas por cierto clero progresista al amparo apa-
rente de las conferencias episcopales de Medellín y Puebla eran duramente atacados
por los perifoneros del gobierno y por sus escribas oficiosos; como un neoliberal de
nombre Alberto Vargas, —empresario de medio tiempo y cazador de brujas, en sus
horas libres— que disparaba sus brulotes contra “esos campesinos koljosianos finan-
ciados por Moscú”..
Poca gente leía diarios y esos artículos cargados de cizaña pasaron casi desaper-
cibidos… excepto por el jefe de investigaciones: Pastor Coronel y su ad látere Alber-
to Cantero. Éste llamó a otro intelectual llamado Francisco Barreiro Maffiodo, que
escribía en el diario oficialista “Patria” con el pseudónimo de Ponchopytã (poncho
colorado) para preguntarle qué quería decir “koljosianos” al estar fuera de su intelec-
to dicho término de remembranzas eslavas.
—El “koljós” o kolkhoz, es un modelo de chacra o granja colectiva, es decir de
propiedad común, mi subcomisario —respondió el escriba con aire doctoral—. O
sea, rechazan la propiedad individual. Saque usted sus conclusiones.
—Gracias doctor Barreiro. Lo tendré en cuenta —respondió Cantero agradecido
la carnada que tenía ante él—. Eso es lo que me estaba faltando.

Los diarios dijeron poco o nada acerca de un “procedimiento militar-policial” en


San Isidro Labrador del Jejuí, donde fue allanada una colonia de labriegos pertene-
cientes a las ligas agrarias cristianas apoyadas por la iglesia.
El cura de la colonia, Braulio Maciel, fue herido en la pierna y los campesinos
apresados, y sus escasossus bienes saqueados y sus tierras —adquiridas colectiva-
mente e indivisas—, confiscadas por las autoridades junto con dinero, herramientas,
bicicletas, dos escopetas de caza, un viejo tractor desvencijado y dos motocicletas
viejas.

Varios días después recién supieron de lo ocurrido a través de algunos órganos


de la iglesia, como el periódico “Comunidad” que no demoró en ser clausurado, pese
a las protestas de los obispos, como Aníbal Maricevich e Ismael Rolón.

—Parece que Cantero ahora está muy ocupado, como para tener tiempo de mo-
lestarnos —exclamó Nimia mientras leía “Comunidad” de la semana anterior que le
prestó una vecina—. Esto debe ser parte del “operativo Cóndor” que se inició cuando
Nixon terminó con la democracia en Chile.
— ¿Qué es eso? —preguntó Marino, aún no enterado de los tejemanejes de la
alta política hemisférica.
—En 1973, tras la caída de Allende, el Pentágono, la CIA, Henry Kissinger,
Nixon y varios generales golpistas o fascistas del Cono Sur urdieron un plan de “co-
operación internacional de seguridad hemisférica” para acabar con las aspiraciones
libertarias de los pueblos sudamericanos; de sustraerse del dominio norteamericano
buscando su propio camino. Y ellos no lo podían permitir. El operativo Cóndor
autoriza la persecución en varios países, de exilados políticos y su entrega al país de
eorigen para ser “neutralizados” o desaparecidos. Y nosotros estamos bajo ese plan.
Sé que esos labriegos eran simples trabajadores de la tierra, que buscaban un camino

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

más solidario para vivir con dignidad… pero la dignidad es un lujo para los acopiado-
res que roban el fruto de sus sudores a precio vil. No les permitirán hacerlo y esta es
la prueba.
—¿Y qué se supone que debemos hacer nosotros? —preguntó Marino, aún en
etapa inconclusa de crecimiento.
—Esperar. Esto puede durar unos años, pero no será eterno. “Americas Human
Rights Watch” está removiendo el avispero en los propios estados Unidos contra
estas violaciones a los derechos civiles. Pero, aún así, Paraguay es un paraíso toda-
vía, al menos comparado con Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Chile. Todavía
no hubo matanzas sistemáticas de opositores como en esos países, donde la Escuela
de las Américas tiene aventajados discípulos en tortura, desapariciones, asesinatos y
violaciones de monjas y mujeres de cualquier edad, incluso niños masacrados; perpe-
trados por los alumnos de esa escuela de asesinos y golpistas de Panamá. Pero las
cosas irán empeorando aquí cuando militaricen la represión y el control ciudadano…
todavía acargo de la policía. Vamos a tener que andar con mucho cuidado y con pies
de plomo. ¿Seguís pensando en terminar tus estudios? Si es así, mejor no te metas en
ningún centro estudiantil manejado por los personeros del gobierno. Te convertirán
en un borrego estúpido y te van a tener bajo control, que es lo que quieren esos poli-
cías y los caudillos políticos.
—Sí. Creo que ahora recién estoy más preparado para seguir adelante. Me dije-
ron que el estado de sitio volverá a prorrogarse por noventa días… como lo vienen
haciendo desde 1954… excepto los días de votaciones… para guardar las aparien-
cias.
— ¿Ya otra vez? —preguntó Nimia, aunque no con incredulidad—. ¿Por qué no
declaran estado de emergencia por las inundaciones?
—Porque las casas de los ricos no son inundables, simplemente. Ellos viven en
otro planeta, no en éste. Algunos ya comentan que no es que el río crece… sino que
el país se hunde.
—Cierto. Ellos viven en otro mundo, pero nos obligan a sufrir en éste.

Pronto notaron ambos que día a día hombres desconocidos merodeaban por los
alrededores de su domicilio… vestidos de policía y con libreta de apuntes, como
dándose a conocer indisimulada y ostentosamente.
—Era alevosamente obvio que no sólo los vigilaban, sino que se hacían notar.
¿Buscaban ponerlos nerviosos? Era lo más probable, pero prefirieron ignorarlo y
seguir con su rutina habitual: Ella, administrando su propiedad y alquileres; él yendo
a la facultad y siempre cargado de libros y cuadernos de apuntes. Pero siempre solo
y sin pandilla.
Llegó un tiempo en que los perros guardianes sólo sabían bostezar todo el tiem-
po, aburridos de dar partes sin novedad acerca de los sujetos a vigilancia. Pero no
sólo uniformados fueron asignados al barrio de Nimia, sino pyragüés civiles, aunque
uno de ellos —que había sido estudiante del colegio privado de cursos rápidos—, se
hizo amigo de Marino y le sopló a éste acerca de la orden de política y afines de no
perderles pisada “a ese retobado y a su mujer”. Marino sonrió y le dijo a su amigo que
continuara dando partes sin novedad.
—Yo también anduve aburrido, hermano —le dijo Marino— y en este país no
ocurre nada emocionante. Es una lástima que pierdan el tiempo aquí, mientras en la
frontera suelen pasar cosas excitantes y no hay nadie para verificarlo.
— ¿Cómo qué? —preguntó el informante.
— ¡Qué sé yo! Contrabando, tráfico de armas, drogas, autos, cigarrillos… como
suelen decir… “el precio de la paz”. ¡Ahí sí que pasan cosas! ¿Seguís estudiando?
—Ahora no puedo. Tengo que trabajar mañana y tarde… y de noche tengo que
pispar por orden de Cantero y reportar cualquier cosa…
—Te entiendo —dijo Marino sonriendo—. Yo también, por tener un empleo
mal pagado me vi presionado a hacer de agente confidencial… hasta que me cansé de

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

ser usado como trapo sucio por ellos.


—A mí me dijeron que si colaboraba me iban a mejorar el sueldo en el ministerio
de Industria y Comercio… pero estoy harto de andar como bola sin manija por ahí
hasta la medianoche; y ni ellos saben lo que buscan.
—Seguí nomás haciéndoles el juego y dales parte sin novedad. De todos modos
no hay guerrilla urbana ni nada parecido, al menos que se sepa.
— ¿Y esos curas bolches que adoctrinan a las ligas agrarias?
— ¿Y vos creés en esa patraña? —preguntó Marino recobrando la seriedad—
¿No sabés que don Francisco Solano Matiauda, un pariente del presidente lo que hizo
fue quitarles sus tierras para quedarse con ellas? Acusarles de “comunistas” fue nada
más que un pretexto para sacárselos de encima. Pero no vayas a decírselo a Cantero;
que quede entre nosotros nomás.
—Okey, Marino. Pero eso lo saben todos, y hasta los policías saben que cazar
“comunistas” es un buen negocio y da para robar sin asco. Yo vi, en Investigaciones,
muebles, libros, herramientas, motos, máquinas de escribir, fotocopiadoras y todo
eso que les quitaron a esos supuestos comunistas. Y eso me traumó. ¿A quiénes les
estamos haciendo el juego? Porque todo esto viene orquestado de afuera. Varias
veces vi y escuché a Cantero y un tal Campos, de la “Técnica” hablar con gente de la
embajada y parece que de allí reciben informes de “inteligencia” y órdenes.
Marino no supo qué responder. Tal vez el amigo no lo era tanto y le estuviera
arrojando un anzuelo, tal lo había aprendido él mismo, para echarlo con alguna frase
imprudente. Recordó lo que dijera el oficial Báez: “Desconfía y acertarás” parafra-
seando a Maquiavelo.
—No sé —dijo Marino, por si acaso, orinando fuera del tarro—. Nunca hay que
fiarse de nadie y menos de los curas…
El amigo no supo cómo continuar la conversación y se despidió con premura,
calculando que no obtendría nada comprometedor de Marino. La tierna podredum-
bre iba accediendo mansamente a la manipulación.

Burocracia tentacular, por Chester Swann.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

17

DE LA OPM Y OTRAS
FÁBULAS URBANAS.

Asunción, 24 de marzo de 1976.

Nimia y Marino pudieron vivir sin sobresaltos por unos meses. Pareciera que la
represión no se detuvo en los campos de San Pedro, Misiones y Concepción, y había
tensa calma en el país. Pero los perifoneros radiales del gobierno y algunos medios
privados seguían alentando la caza de brujas. Incluso hasta buscando supuestos gue-
rrilleros entre la intelectualidad universitaria o entre artistas teatrales, poetas o sim-
plemente la inteligencia juvenil. La guerra del gobierno y sus mesnadas era contra el
libre pensamiento, ya que la ignorancia estaba de su parte… justamente entre la “ju-
ventud estudiosa”; futuro almácigo de políticos rastreros del oficialismo. Desde ori-
gen venían podridos antes de madurar.
Y la ignorancia era tan mayoritaria que, de haber elecciones de la ignorancia
contra la cultura, aquella hasta podría ganar por goleada. No había un término medio
a lo “café con leche”, sino extremos intocables. Unos pocos que podían volar y una
mayoría arrastrada nadando en el lodo de la mediocridad.
Fue por esos días que comenzó la cacería humana en el Barrio Herrera de Asun-
ción, Lambaré y aledaños, contra una presunta “organización político-militar” tam-
bién deenominada Primero de marzo, u OPM, con saldo de varios asesinados y arres-
tados por las fuerzas conjuntas.

En Misiones, en plena semana santa, la prisión de Abraham Cué estaba atestada


de campesinos de ambos sexos, y el ejercicio insano de la tortura estaba en su apogeo.
Muchos años tardarían en diluirse los horrendos recuerdos de la llamada “pascua
dolorosa” de la crucifixión de las ligas agrarias.
Poco tiempo atrás, se había “intervenido” varios colegios que rompieron el mol-
de, como el Cristo Rey, de los jesuitas y el Juan Bautista Alberdi del profesor Martín
Almada, aunque a éste le fue peor, pues le incautaron su colegio y quedó detenido en
Investigaciones.
Pero la sed de sangre del general y sus hordas necesitaba algo más que eso para
quedar satisfecha.
Los instructores de la Escuela de las Américas sostenían que sólo el miedo a
nivel de pánico calmaría las ansias de libertad y redención de los pobres. Había que
hacérselos sentir hasta el paroxismo. Ningún medio decía media palabra sobre este
terror desatado contra el segmento más castigado de la población campesina.
Una vez asegurado el sometimiento del campo al mandato del miedo, los discí-
pulos de la School of the Americas se volcaron hacia la intelectualidad paraguaya.
De acuerdo a las instrucciones del procónsul de la CIA, no debería quedar títere
con cabeza. El coronel Robert K. Thierry, oficial retirado del cuerpo de la infantería
de marina y enrolado en la inteligencia de su país, llevaba la voz cantante de la esca-
lada represiva por esos días como procónsul de la CIA en el Paraguay.
En cuanto al embajador Landau, había cumplido su misión en Chile antes de ser
transferido al Paraguay para continuar sirviendo como sacerdote sacrificador de Mo-
loch, el sanguinario dios fenicio de los buenos negocios. El ex canciller chileno”
Orlando Letelier, sería su próximo blanco.

Marino y Nimia, se hallaban bien al tanto de lo que ocurría, mediante emisoras


extranjeras de onda corta que escuchaban en las noches en la soledad del sótano, entre
sus libros y pocillos de café.
El silencio discreto —o cobarde quedaría más acertado— de los periódicos,
radio y televisión era notorio. Una mordaza invisible pero tangible enmudecía a la
gente, aunque no faltaban quienes atribuían la calma reinante a las sabias acciones del

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

superior gobierno nacional.


Uno de los intelectuales: el dirigente Martín Rolón (muerto al ser detenido) y
Mario Schaerer Prono, el que según supieron por Radio Habana, había sido captura-
do, torturado y ejecutado en Investigaciones, así como el líder del campesinado Silva-
no Flores, degollado frente a sus esposa e hijos en Misiones.
Es de señalar que el estilo “corte corbata” era una de las especialidades favoritas
de los instructores “boinas verdes” norteamericanos de Panamá y bien aprendidas por
sus discípulos latinoamericanos de la escuela del terror.
Era evidente que la represión no se detendría ahí, sino que las nuevas “leyes de
defensa de la paz pública” serìan usadas como cabeza de farsas judiciales para guar-
dar las formas legales.
El atrabiliario fiscal general del estado, Clotildo Jiménez (don Cretildo para mu-
chos) era el gran inquisidor y heredero de Torquemada en el Paraguay. Éste estaba
encargado de los interrogatorios y acusaciones contra los incoados en autos y, contra
toda lógica jurídica, el parte policial era la pieza fundamental de los procesos contra
los disidentes.

Marino no volvió a ver a Cantero, lo que no quería decir que éste lo dejaría en
paz.
Si no se ocupó inmediatamente del “retobado” como solía llamarlo, era simple-
mente porque tenía entre manos asuntos más prioritarios y urgentes. La represión y
desmantelamiento de la llamada OPM lo matenía ocupado y estaba buscando posi-
bles nexos entre ésta y las ligas agrarias cristianas para englobar los procesos en un
solo expediente. Buscaba quizá la manera de simplificar su infame trabajo, que no
era precisamente “guardar el orden”, sino sembrar las semillas del miedo.
Mas al parecer no habría ningún eslabón entre ambos casos, ya que las ligas
agrarias estaban catequizadas por la iglesia.
Los militantes de la OPM, en cambio, eran universitarios de cepa burguesa y casi
todos intelectuales políticos de izquierdas moderadas, pese al mote de guerrilleros
urbanos endilgado por el jefe de investigaciones: Pastor Coronel, aunque las únicas
armas que aparecieron en los allanamientos fueron plantadas por la misma policía y
de su propio arsenal.

Nimia sintonizó Radio Moscú, en busca de noticias fidedignas —o al menos no


censuradas por la tijera oficial—, acerca de la marcha de los sucesos de su propio
país, ignorados por los medios locales.
Pareciera que ignotos informantes sacaban del Paraguay en forma clandestina
informaciones acerca de la realidad nacional.

También la Argentina estaba bajo un régimen de terror, con secuestros, asesina-


tos y desapariciones a manos de las “fuerzas de tareas” policíaco-militares desde marzo
anterior en que derrocaran a la presidenta María Estela Martínez. Muchos persegui-
dos habían llegado al Paraguay, sin saber que también se hallaban en riesgo de caer de
la sartén al fuego a causa del operativo cóndor.

Ahora Cantero y sus hombres habían recibido la orden de vigilar a los residentes
argentinos, cortándoles la retirada si intentaban huir a Bolivia, ya que también en el
Brasil corrían peligro, pese a que allí la democracia estaba llegando, irónicamente
gracias al general João Baptista Figueiredo. Las fronteras estaban muy controladas y
una noche Nimia recibió una llamada de un argentino, pidiéndole refugio por un
tiempo.
—Espero que pronto pase la tormenta, señora —dijo el llamador—. Y debo in-
tentar llegar al Brasil. ¿Qué ruta me recomendaría?
_ ¿Con quién hablo? —preguntó Nimia desconfiada.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—Usted se alojó en nuestra casa, hace como cuatro años, cuando visitó Buenos
Aires. Soy Felipe Noria. Mi esposa fue asesinada en un allanamiento y mi hijito de
un año, fue secuestrado. Por suerte para mí, yo estaba en Asunción y pude zafarme
temporalmente. Ahora debo perderme en el Brasil pues me enteré que ya no rige allí
el operativo cóndor. ¿Podría… darme…?
—Claro que sí. Pero venga en taxi. Mi dirección es…

Esa tarde el taxi pudo acceder por un portón de la propiedad hasta el patio, donde
el pasajero se apeó con un pequeño maletín siendo reconocido por Nimia quien lo
recibió con alegría no exenta de inquietud.
Inmediatamente ésta lo condujo hasta el refugio subterráneo de sus libros. Mari-
no no estaba en esos momentos pero no demoraría en llegar.
No contaban con esta circunstancia, pero debía finezas a la familia Noria. Era
hora de devolverle la gentileza, aún con el peligro latente de ser detectados por la
policía secreta de Stroessner. Por suerte tenía ese sótano a disposición desde 1916 y
era casi tan amplio como su apartamento… e ignorado por la vecindad.
—¡Contame, Felipe, cómo pasó! —preguntó la anfitriona al ver el rostro demu-
dado de su amigo porteño. No habrá sido un trago liviano la irrupción en su casa
estando él ausente.
—El diecisiete de marzo cayeron por mi casa buscándome a mí, como a las dos
de la madrugada —inició Felipe Noria su amargo relato—. Mi esposa tenía un bebé
de meses con ella. Los vecinos oyeron el tiroteo de armas automáticas y luego silen-
cio. Pudieron oír el llanto del bebé y los gritos de Solange, cuando la llevaban herida
a un Ford Falcón verde y dos camionetas caravan. Entraron al Falcón verde con el
bebé, pero a Solange la remataron con una ráfaga de FAL y luego cargaron su cuerpo
en uno de los vehículos. Seguramente la habrán sepultado en secreto… o la arrojaron
al mar. En realidad me buscaban a mí, por haber sido secretario del sindicato de
metalúrgicos. ¡Puercos fascistas asesinos!
La voz del hombre se quebró de pronto bajo el peso de la pena y quedó sollozan-
do con espasmos de rabia e impotencia. Nimia lo dejó desahogarse sin decir palabra
para no echar sal en la herida.
Más de media hora duraron sus espasmos y sollozos hasta que empezó a recupe-
rar la calma. Daba la impresión de haber contenido la bronca por mucho tiempo…
hasta sentirse a salvo. Nimia siguió guardando respetuoso silencio. Había conocido
a Solange Matheu, una bella mujer joven, recién casada con Felipe Noria cuando
viajara a Buenos Aires con una amiga argentina.
Pero no imaginaba entonces la tragedia que se avecinaba.
Entonces el general Lanusse era el presidente militar y gracias a su gestión, tu-
vieron elecciones libres donde el peronismo, hasta entonces proscripto pudo partici-
par, con la candidatura de Héctor Cámpora, estando Perón axilado en Madrid.
Perón pudo regresar a la Argentina, pero no cumplía entonces el requisito de
residencia, por lo que delegó en Cámpora la representación del partido justicialista (la
palabra “peronista” Seguía borrada del diccionario político entonces) y pareciera que
las heridas de la “libertadura” de 1955 se cerrarían pronto. Finalmente cuando Perón
hubo cumplido el requisito de residencia, Cámpora renunció llamando a elecciones
saliendo electo por amplia mayoría el general Perón y su esposa: María Estela Martí-
nez como vicepresidenta. Éste falleció a poco de iniciar su mandato nombrándose a
María estela de Perón “Isabelita” en su reemplazo… hasta que la depusieron con un
sangriento golpe mlitar en marzo de 1976.
Los militares de las tres armas iniciaron un estado de terror del que no serían
ajenas algunas corporaciones privadas dueñas del poder financiero mundial.
Ahora, el dirigente metalúrgico Felipe Noria estaba allí solicitando refugio y
afortunadamente tenían uno reservado a su biblioteca.

Marino estaba charlando animadamente con su viejo conocido del colegio San
Rafael, ahora mpleado público y agente confidencial. Y el tema era, justamente la

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

situación en la Argentina.
—Tenemos como diez detenidos en investigaciones —dijo el amigo de nombre
Mario—, y parece que van a ser entregados a los argentinos. ¡Quién sabe qué les
espera allá cuando se los lleven!
— ¿Cómo fueron detenidos y por qué? —preguntó Marino, como si no lo supiera
y un poco sorprendido por el “tenemos” como si su interlocutor fuera parte de la
policía y no mero informante civil.
—Estaban en una lista que envió la federal —repuso el tal Mario—, y justamente
andaban por acá. Eran once, pero uno se les escapó. Salió de su hotel esta mañana y
se borró. Cuando fueron a arrestarlo ya no estaba. Un tal Noria, creo. Incluso había
dejado sus ropas y algunas pertenencias suyas en el hotel. Pero seguro que no habrá
ido muy lejos, creo yo.
—Bueno, Mario. Me tengo que ir a casa que hay mucho para estudiar y no quiero
aplazarme.
—Chau, Marino. Un día de éstos paso por tu casa.

Nimia recibió a Marino con cara de circunstancias. No sabía cómo empezar a


relatarle lo de su amigo porteño recién alojado en su casa y salvado milagrosamente
de ser capturado. Prefirió cenar en silencio hasta que comenzó a deschavar lo ocurri-
do desde la relación con los Noria hasta el desenlace reciente.
Marino la escuchaba en inexpresivo silencio, mientras rebobinaba lo relatado
por Mario Díaz una hora antes sobre el “curepí” que por minutos se salvara de la
captura en un hotel céntrico.
Tras relatarle la dolorosa odisea de Felipe, el asesinato de su esposa y el secues-
tro de su hijito de un año y poco, se detuvo esperando una reacción de Marino.
Éste, sin decir nada, se levantó y la abrazó fuertemente y le dijo al oído:
—Te felicito, querida. Yo hubiera hecho lo mismo.
Nimia sorprendida le retribuyó el abrazo diciéndole:
—Me alegro, mi amor. Ahora ya estamos jugados y pase lo que pase, estoy
dispuesta a pagar el precio. Tené cuidado de con quién hables. Felipe está allá abajo.
Bajale colchón, sabanas y lo que necesite por ahora. Tal vez precise de algunas ropas
también. Sólo trajo un maletín, sus documentos y algo de dinero, pero si lo capturan,
seguro que será torturado y asesinado por esos bárbaros. Por lo menos hasta que
pueda pedir refugio en el Brasil, ahora que está terminando la dictadura militar.
—Puede ser peligroso. Será mejor que se quede aquí. Va a ser peor que lo tomen
en la frontera. Yo no tengo inconveniente y además es tu casa. ¿No?
—Es nuestra casa —acotó y corrigió Nimia.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

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A SALTO DE MATA

Asunción, 29de marzo de 1976


Esa noche Nimia se disculpó ante elgunos vecinos que llegaron casi como de
costumbre a leer y conversar en su sala.
—Me van a perdonar por hoy, que no me siento bien y voy a acostarme temprano
—les dijo a los primeros—. Y por favor, avisen a los otros. En cuanto me sienta un
poco mejor, voy a tener mucho gusto en recibirlos aquí…
Los visitantes se despidieron agradeciendo la deferencia de la dueña de casa y se
retiraron sin sospechar nada anormal.

Por precaución cerraron todo y se dispusieron a cenar con el inesperado huésped


sin miradas y oídos molestos. Felipe Noria aún estaba nervioso y se notaba. Por
suerte había tomado un ómnibus desde el centro y recién en la periferia oeste, casi en
barrio Sajonia tomó un taxi para despistar.
También tenía puestos anteojos oscuros y una gorra tipo coppola con visera para
disimular. Además, antes se hizo afeitar y recortar el bigote en una peluquería de
barrio pues era probable que au foto ya estuviese en poder de la policía paraguaya; al
menos vía plan cóndor.
—Creo que esto recién empieza y va a durar bastante —comentó Marino—. Esos
milicos llegaron para quedarse y no van a parar hasta vender el país y hasta las joyas
de la abuela a la banca internacional.
—Eso mismo creo —repuso Felipe algo más tranquilo—. Por algo la junta mili-
tar lo puso a ese sinvergüenza de Martínez de Hoz como ministro de economía. El
zorro puesto al cuidado del gallinero, si vale la comparación, aunque no tengo nada
contra los zorros.
—Casi no te reconocí con esa facha, Felipe. Afeitado, tusado y sin bigotes pare-
cés otro —comentó Nimia algo más relajada. ¿Y cómo diste conmigo? No hace ni
dos años que tengo teléfono propio.
—Sí, pero la hermana de Solange te había escrito y creo que le habías dado tu
número.
—Así es, incluso llamé dos veces a Buenos Aires… y espero que mi número no
esté en manos de esos verdugos. Ésos habrán revisado cada rincón de tu departamen-
to y cada caja y bolsillo de tus ropas. Supongo que no lo dejaste anotado por ahí ¿No?
—No. Lo llevo en la memoria nomás. Pero algunas ropas y pasaporte quedaron
en el hotel en mi valija. No pensé que esto podría pasar en mi país, justo ahora que…
Felipe Noria comenzó a lagrimear de rabia e impotencia. Probablemente nunca
volvería a ver a su hijo Manolito… ni a su esposa, cobardemeente asesinada por los
sicarios de la “fuerza de tareas”.
—Tal vez al menos no habrá sufrido… —dijo Felipe con la voz temblorosa de la
emoción contenida—. Muchos seres humanos estarán sufriendo atroces torturas en
los centros clandestinos de detención… en la ESMA, el Olimpo, en…
—Calmate, hermano —le dijo Marino—. Acá vas a estar seguro. Aunque den
con la casa, este sitio está bien disimulado y nadie lo conoce, fuera de nosotros.
—Ojalá —remató Felipe—. Porque si dan conmigo, también les tocará a ustedes
de rebote.
—Esperemos que no… si no cometemos una indiscreción, este sitio es inexpug-
nable, gracias a que mi bisabuelo desoyó las normas de la arquitectura y comenzó
primero con el techo, yendo luego hacia abajo.

Alberto Cantero se quedó frustrado ante la desaparición del sujeto Felipe Noria
del hotel Imperial de la calle Colón. El argentino salió dos horas antes de la irrupción

101
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

policial luego de haber recibido Investigaciones la obligatoria lista de huéspedes de


los hoteles y pensiones de la capital.
Suponían que pudo abordar un vehículo, pero su rastro se había esfumado en
medio del tráfago urbano del microcentro. Sólo disponían de una foto del mismo
enviada por la federal argentina con pedido extraoficial de captura, con el acápite de
“peligroso militante de la izquierda peronista” sin más detalles.
— ¡Búsquenlo en todas las terminales de ómnibus, en las fronteras y donde sea,
por aire y tierra! —ordenó el jefe: Pastor Milcíades Coronel a sus subordinados—.
¡Hay un ascenso para el que lo capture, vivo o muerto!
El atrabiliario jefe, nunca se preguntó la causa de la persecución del tal Felipe
Noria. Era un pedido hecho bajo las tareas del Operativo Cóndor, y eso les bastaba.
En tanto, diez extranjeros se hallaban en un húmedo y maloliente calabozo, situado a
media cuadra de la jefatura, en un viejo dificio donde funcionaba la “dirección de
vigilancia y delitos, en la esquina de Presidente Franco y Nuestra Señora de la Asun-
ción. Los diez se hallaban esposados y engrillados en espera del avión que los Tasla-
daría a su país.
Todos ellos ya s daban anticipadamente por muertos, sunque con toda seguridad
serían atrozmente torturados en la ESMA, antes de ser ejecutados.

La foto carnet e identikit del prófugo pintaba a un hombre barbudo, de anteojos,


con facha de intelectual de medio perfil, tal se estilaba en los documentos federales de
identidad. Pero si aún no había salido del Paraguay, sería cuestión de tiempo su
captura.
En tal certeza, pidió un café para relajarse. Sería malo para la salud de todos
dejar huir a un sujeto buscado por las nuevas autoridades argentinas. El presidente
tenía mucha afinidad con el nuevo gobierno “del Proceso de reorganización nacio-
nal” surgido de Campo de Mayo, nido de golpistas, gorilas, espadones y salvadores
de la patria.
El pedido de captura de Felipe Noria tenía prioridad uno, de acuerdo al fax envia-
do por la policía federal y la Junta Militar. Y Stroessner no solía tolerar fallos o
errores tácticos de sus subalternos… salvo los de sus parientes o amantes, como se
sabe.
Pastor Coronel y Alberto Cantero temblaron ante la posibilidad de que el prófu-
go se les escabullera de las manos… por menos de una hora de demora en el pedido
de captura de la Federal.

Felipe Noria terminó de narrar sus azares tras la destrucción del estado argentino
a manos de las llamadas “fuerzas conjuntas”; es decir, las tres armas más la policía
federal y las provinciales, incluyendo la gendarmería de fronteras. No sería de extra-
ñar que agentes secretos argentinos ya estuvieran en el Paraguay para actuar por su
cuenta.
—La deuda externa que dejaron los anteriores gobiernos militares estaba a punto
de pagarse —explicó Felipe— y quedaban aún seis mil millones de dólares para sal-
darla por completo. Apostaría mi cabeza contra un corcho que el fondo monetario
internacional y el banco mundial están detrás de este golpe… y nuestra deuda va a
crecer ocho veces más en menos de diez años. Ahora están queriendo hacer un mun-
dial de fútbol en Buenos Aires… para tapar sus atrocidades y de paso van a despilfa-
rrar todo lo que puedan. Así trabajan los banksters de la mafia financiera internacio-
nal.
—¿Y qué quiere decir eso y qué pito toca ese tal Martínez de Hoz, que nunca lo
oí mencionar? —preguntó Marino, algo más despabilado que un par de años atrás.
Tanto que, hasta ya pensaba antes de hablar.
—Pertenece a la oligarquía “tradicional” de latifundistas feudales que heredaron
tierras arrebatadas a los indios ranqueles, cuando las matanzas militares de nativos
durante la segunda mitad el siglo pasado, Seguro que fue elegido por los banqueros,

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

no por los militares. Éstos son apenas peones de siega; pistoleros a sueldo de los
oligarcas y sólo deben reprimir y aterrorizar, tal lo hicieron en Chile hace poco. Pero
son los Chicago boys los que toman decisiones, los graduados en Estados Unidos y
discípulos de un tal Milton Friedman, el de la teoría monetarista… especialista en
hacer quebrar naciones enteras por medio de la especulación financiera y préstamos
fraudulentos que se esfuman en manos irresponsables y después tendrá que pagar el
pueblo.
—No entiendo mucho de eso —se disculpó Marino—, a pesar que estoy siguien-
do ciencias contables y economía en la nacional. Sólo sabía que este… Friedman, se
ganó un premio Nobel de economía, pero no sé cuál fue el criterio del comité Nobel.
Que yo sepa, las teorías de Friedman no han beneficiado a la humanidad, sino a los
dueños de la “guita loca”.
—Para ser un economista principiante, pibe, tenés un buen criterio —comentó
Felipe. Ojalá te recibas y hagas carrera como economista social… pero tenés que
esperar que caigan todos los dictadores. Éstos juegan a favor de la gran finanza, del
big business mundial neoliberal. ¡Joder, carajo! ¡Justo ahora que Perón consiguió
pacificar a la Argentina, aparecen los de la “triple A” y estos milicos de mierda a
jodernos la vida! No vamos a salir nunca del pozo.
—Parece que muchos de ustedes se empeñan en seguir cavando hacia abajo —
comentó con acritud Marino, como sacando frases de alguna galera invisible.
—Cierto. Cada vez es más duro salir del pozo… gracias o desgracias a los mili-
cos ésos.
Cada media hora, Nimia abría la puerta corrediza y salía a observar el entorno
desde el piso superior de su apartamento desde cuya ventana inglesa saliente “bay
window” situada sobre la ochava, se divisaba toda la calle de esquina a esquina. Este
sector, se hallaba situado en su apartamento, el cual estaba aislado del resto de la
propiedad. Una murallita los separaba de los cuartos de alquiler, cuyos locatarios
sólo venían a dormir y volvían a salir temprano a sus labores. De todas maneras no
habría que bajar la guardia. Era casi seguro que entre los inquilinos habría narices
frías y pies peludos. Cuanto menos supieran de su vida privada tanto mejor.
Esa noche, Nimia divisó a una caperucita roja9 que pasó lentamente frente a la
propiedad como buscando algo. Su corazón se aceleró cuando el mismo vehículo
hizo otra pasada y se detuvo en una esquina próxima.
Pero tras unos minutos, el vehículo se alejó sin regresar.
—Patrulla de rutina, tal vez —se dijo Nimia para tranquilizarse, aunque no las
tenía todas consigo. Marino ya estaba en la mira por haberse negado a seguir siendo
usado como delator; y si descubrían que en su casa se ocultaba un “buscado” tendrían
doble problema. Por fortuna la policía poco se esmeró en hacer rastrillajes en la
capital y poco a poco dejaron de revisar hoteles, pensiones y alojamientos transitorios
dando por perdido al sujeto objeto de sus afanes.
Pero el propietario del hotel Imperial fue arrestado como presunto cómplice de la
fuga de Noria, a pesar de ser inocente. En realidad lo que hizo fue pasarle una llama-
da de Buenos Aires, donde un vecino suyo, desde un teléfono público le notificara de
lo sucedido en su casa y le sugería abandonar el hotel inmediatamente y borrarse.
Nada más.
El dueño del hotel, de nacionalidad brasileña, fue llevado a Investigaciones y sus
bienes confiscados —tras el desalojo de los cinco huéspedes y personal de servicio—
por orden de Pastor Coronel y sin orden udicial, tal se estilaba en esos días.
Una tarde, dos días después casi al crepúsculo llamaron a la puerta para verificar
la identidad de los inquilinos y, tras hacerlo y comprobar que todos eran trabajadores
o estudiantes paraguayos, pidieron disculpas y se despidieron al no hallar ningún
extranjero allí.
Nimia debió hacer un esfuerzo y aparentar tranquilidad para no hacer saltar el
fusible de las sospechas de los escrutadores oficiales.
Cuando Marino sintió llegar a la policía a revisar documentos de los inquilinos,
puso sin ayuda una pesada cama sobre la puerta del sótano, previamente cubierta con

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

una pesada moqueta roja que disimulaba perfectamente la misma. Finalmente no


llegaron a entrar allí y se retiraron satisfechos con el deber cumplido. En tanto, Felipe
Noria pasó una hora conteniendo casi la respiración mientras oía sobre sí las pesadas
botas de los agentes. Y no se movió hasta que vio a Nimia abrir la puerta e introducir-
se volviéndola a cerrar
—Se fueron —comentó lacónicamente Nimia—. Está todo bien. No creo que
vuelvan por un buen tiempo. Muchos de mis inquilinos son empleados públicos
conocidos y ninguno de ellos conoce este lugar, ni los vecinos tampoco.
—Parece bastante seguro y aislado del exterior —dijo Felipe—. ¿Cómo se te
ocurrió hacer ese refugio? ¡Es un verdadero búnker!
—Lo mandó hacer mi bisabuelo —repuso Nimia, relatándole que entre 1908 al
22 había revueltas, golpes de estado y saqueos.
—Esta casa entonces era nueva, pero antes de erigir las paredes exteriores, mi
abuelo: el señor Martín Peralta, arquitecto español, construyó este subterráneo aseso-
rado por mi bisabuelo. Recién después de completarlo, terminó el resto de la casa,
hoy venida un poco a menos. Como había muchos cuartos en torno al patio cubiertos
de frescos corredores circundantes, al morir mis padres resolví alquilarlos a trabaja-
dores pobres de la zona y vivir de las rentas. Claro, los pagos eran irregulares y la
situación no daba para ser muy estricta con esos pobres muchachos que me pagan
como pueden… en fin, así lo conocí a Marino, siendo supernumerario del Registro
Civil… y me enamoré de él. Todo lo que me sobraba del mantenimiento de la propie-
dad, los impuestos y servicios… lo gastaba en libros, revistas… tratando de hacerle la
guerra a la soledad y crecer por dentro. Ahora ya lo sabés… y siento mucho lo de
Solange y tu hijo. Espero que la tormenta amaine pronto y lo recuperes.
—Mi caso no es el único —dijo Felipe—. Muchas mujeres fueron secuestradas
estando embarazadas y aún así fueron torturadas y, luego de parir fueron asesinadas y
sus hijos dados en adopción. Generalmente a militares, policías o familias de la so-
ciedad… sin hijos. No sé cómo es posible tanta crueldad, perversidad y alevosía.
Pero lo que me duele es su impunidad y el silencio de la justicia.
—Claro. Tienen al país en sus manos… bajo sus botas. Se creen invencibles y
por encima de las leyes y la constitución… pero tarde o temprano lo pagarán. El
corazón me lo dice. Cuando acaben de destruir el país, el poder se les irá de las
manos, fracasarán como milipolíticos y deberán restituirlo al pueblo. Y se hará justi-
cia. ¡No habrá olvido ni perdón!
—Eso que están haciendo, no merece ni siquiera olvido, Felipe. Con el pretexto
de luchar contra subversivos, se ensañan con mujeres, niños ancianos, artistas, inte-
lectuales... le dan al saqueo de propiedades y bienes... y encima lo celebran con un
«mundial de fútbol» como si nada. Y seguro que confiesan, comulgan y oyen misa los
domingos con la complacencia y complicidad de cardenales y obispos —dijo Nimia
bastante alterada—. ¡No, no merecen perdón!
—Pero, aún si merecen pena de muerte, eso no nos devolverá a nuestros seres
queridos asesinados —remató Felipe lagrimeando de impotencia.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

19
LA VIDA TE DA SORPRESAS.

Asunción, 2 de septiembre de 1976.

Tal como Nimia Peralta lo anticipara,el año siguiente habría una apresurada “en-
mienda” constitucional, para otorgar al presidente otros dos períodos más y la posibi-
lidad de reelecciones indefinidas. Algo así como un vitaliciado sin máscaras ni disi-
mulos. El partido liberal, que ya estaba escindido en liberales sin apellido y liberales
radicales, sufriría otra fractura. Esta vez los desconformes del radicalismo se abrie-
ron en un “partido liberal radical auténtico” o simplemente PLRA, pero no sería reco-
nocido por el régimen.
Los otros “participacionistas” se subdividieron nuevamente hasta atomizarse, pero
en busca del zoquete político prebendario. La política a veces es rentable y la obse-
cuencia da dividendos a los partidoss ¿opositores? Sí, opositores a la ética especial-
mente.
—Al fin y al cabo —pensaban varios de ellos, conocidos como “los geniolitos” y
masones todos del Rito Escocés Antiguo y aceptado— ¿Para qué enfrentar al poder si
podemos ganar algo jugando de opositores y seguir en la palestra?
Pero la vida tiene sorpresas. Justo en esos tiempos, un grupo de colorados disi-
dentes, también masones sus caudillos, se agruparon en torno a un proyecto incluyen-
te y cívico con el PLRA y los febreristas, denominado “acuerdo nacional”, y entre
éstos estaba un político, miembro del “consejo” de una binacional, llamado Carlos
Romero Arza, del partido colorado quien lanzó la primera piedra.
Éste era el vástago del arquitecto y gran maestre masón Tomás Romero Pereira,
el hombre que entregó su partido en bandeja de plata al general Stroessner en 1954,
siendo presidente provisional tras el derrocamiento del doctor Federico Chávez. Ahora
que la presión interna y la internacional iba debilitando al régimen, los lobeznos reta-
ban al viejo macho alfa de la jauría.
Pero la sangre no llegaría al río… todavía.

Mas el feroz dictador no se animaría a tomar represalias contra los integrantes de


la “aristocracia” y la intelligentsia del mismo partido que era su principal soporte y
justificador de sus atroces arbitrariedades. Prefirió ignorar el desafío de los llamados
“tradicionalistas” y contemporizar.
Pero esa demostración de “debilidad” fue una señal de que el viejo gavial estaba
en declinación frente a fuerzas internas emergentes dentro de su propio partido. Para
más inri, iba perdiendo el apoyo del State Department y sus esbirros de la CIA… a
través de su embajador Robert White que dio en coquetear con el “acuerdo nacional”
y dando a entender a propios y extraños de que ya no justificaban a los dictadores y
resultaba incómoda, para los Estados Unidos, tal clientela salvaje.

Nimia leyó el diario y entre sorbos de café comentó al desgaire:


—El viejo macho alfa agacha las orejas y mete la cola entre las patas… pero
sigue gruñendo… cuando ya no puede morder.
-Los dos hombres no entendieron la críptica frase, pero al mirar el titular, decía:
“Carlín desafía al presidente a democratizar al partido colorado con Julio César Fru-
tos, Argaña y otros caudillos civiles…”.
— ¡Ah! —comentaron, lacónicamente, los contertulios a coro al entender la
frase—. Parece que el único lider ya no es tan único y la jauría comienza a sublevar-
se. Es el principio del fin… Al dueño del circo le crecieron los enanos.

Felipe Noria no tuvo tiempo de aburrirse durante las largas horas pasadas en la
soledad del “búnker”, ya que tenía abundante material de lectura a disposición. Cuando

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

necesitaba algo de hacia arriba, accionaba un interruptor que encendía una luz amari-
lla en el dormitorio y en la sala de Nimia. Era mejor no usar señales sonoras —como
campanillas o chicharras— para evitar oídos indiscretos. Si no había moros en la
costa, ella acudía a la puerta corrediza y averiguaba su necesidad y enviaba el pedido
por un conducto-rampa hecho al efecto. De esa manera, durante el día lo surtía de
bocados, ropa limpia y otras fruslerías que no incluían maquinitas de barbear y Felipe
estaba recuperando su aspecto original.
Durante las noches salía a ventilarse y charlar con la pareja anfitriona paraguaya.
Cuando los vecinos estaban de visita, permanecía en la tranquilidad del “búnker”
para no llamar la atención.
De todos modos, Felipe estaba incómodo y aún recordaba a su malograda esposa
y a su hijo secuestrado. Era difícil tranquilizarlo sólo con libros o charlas insustan-
ciales sobre política, cuando ésta era la involuntaria causante de tanto dolor.
Pasarían más de dos meses hasta que, ante la proximidad de las fiestas de fin de
año, relajaran un poco la vigilancia policial en las rutas y fronteras.
Felipe sugirió que en dichas calendas podría intentar llegar al Brasil por Pedro
Juan Caballero, en la frontera seca, de lo cual ya se hallaba informado.
Llegar al Brasil sería arriesgado, por lo que Nimia trató de disuadir a su amigo de
intentar la travesía.
—Si no tenés donde ir, lo mejor es quedarte acá. ¿O tenés amigos en el Brasil?
—No. Tengo algunos conocidos, pero… Bueno; en realidad gran parte de mis
pertenencias quedaron en el hotel Imperial y justamente el propietario es brasileño y
me dio su tarjeta por si…
—Era… —dijo Nimia con rostro sombrío—. A poco de tu fuga, lo apresaron y
probablemente desapareció tras ser asesinado en torturas. La policía le robó cuanto
poseía. Un auto, los enseres del hotel, dinero efectivo y hasta la licencia comercial.
Lo habrán acusado de ayudarte a escapar quizá… o simplemente querían robar Suele
ocurrir. Acá al menos, ser autoridad es igual a patente de impunidad y licencia para
matar. Ni un 007 tendría tantas facilidades para delinquir.
—¿Cuándo y cómo? —dijo Felipe asombrado—. ¡No sabía esto!
Y así diciendo se derrumbó en un sillón completamente abatido y sollozando.
—¡Malditos hijos de su puta madre! —exclamó Felipe Noria entre espasmos
nerviosos, como blasfemando al destino de Latinoamérica entera—. ¡Y estos salvajes
son los que dicen defender la democracia occidental y cristiana, carajo!
Largo rato estuvo Felipe presa de los nervios, la bronca y la impotencia, hasta
que se le acercó Nimia con una taza de té de tilo con limón para tranquilizarlo.
—Tranquilo, hermano, que ya vendrá el tiempo de la justicia —le dijo Nimia,
ante la mirada incrédula de Marino Bado—. Ya sabemos de dónde sale todo esto… y
sabemos que en esa maldita escuela de asesinos en Panamá se les ha enseñado cómo
aterrorizar a nuestros pueblos… en nombre de la seguridad nacional, la democracia y
la religión del libre comercio. Pero los autores morales tarde o temprano pagarán
caro todo esto, por más que hayan dado el premio Nobel a ese carnicero de Kissinger,
alias Avrahm ben Eleazar, un sionista alemán encubierto, disfrazado de ciudadano
estadounidense.
De pronto, Felipe callló y se puso de pie, y pareciera que se había calmado. Pero
una extraña luz brotó de su alucinada mirada. Daba la impresión de que la importan-
cia de la vida y del mundo habría acabado para él.
Permaneció un largo rato en silencio como masticando sus pensamientos para
tomar una decisión suprema. Esa mirada dura y al mismo tiempo serena logró inquie-
tar a Nimia y ¿por qué no? A Marino Bado, bastante más avispado que pocos años
atrás cuando militaba entre los “repollos” de la tierna podredumbre.
La expresión de Felipe Noria parecía transfigurarse entre la serenidad y una fé-
rrea voluntad de llevarlo todo por delante.
Y la sagaz Nimia comprendió que tomaría una decisión suicida. No pudo evitar
un temblor o una suerte de estremecimiento al suponer que se jugaría el pellejo tras
haber perdido a su esposa y su hijito y seguramente a su libertad. Y alguien que lo ha

106
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

dado todo por perdido, tomaría una intentona desesperada.


—Tranquilo hermano —insistió Nimia—. Pensá en tu hijo. Tarde o temprano
podrás recuperarlo. No creo que esto sea eterno… y ya sabés que pronto estos imbé-
ciles serán sobrepasados por sus propios fracasos. ¿Te acordás de Onganía, de la
“revolución libertadora” de Lonardi, Rojas y Aramburu? No pueden sostener sus
infamias por mucho tiempo y cíclicamente hacen sus golpes para vaciar el país hasta
la última gota y después vuelven a llamar a elecciones para que los civiles arreglen
sus desastres políticos y, encima reclaman impunidad por ser militares y “servir a la
nación” raleando su demografía que es lo único que saben hacer.
—No, señora —respondió con voz neutra Felipe—. Esto recién está
empezando y va para largo. Ya no me queda ninguna esperanza. Me voy…
— ¡Pará, Felipe! ¡No hagas locuras! —intervino Marino excitado y confuso al
mismo tiempo— Te pueden agarrar en cualquier parte y…
—No me van a agarrar vivo —repuso Felipe con una extraña y grave entonación
de barítono y luego sacó un revólver 38 negro mostrándolo a ambos—. Si se cruzan
en mi camino los haré boleta y la última bala será para mí. Adiós, y gracias por todo.
Marino y Nimia quedaron paralizados de asombro, pero sólo atinaron a respon-
der a dúo:
—No hagas locuras, Felipe… pensá en nosotros… pensá en tu hijo… pensá en tu
país… pensá nomás.
—Ya lo pensé. Adiós.
Así diciendo subió ágilmente por la escalera de madera que conducía al nivel del
piso, tres metros más arriba sin que pudieran detenerlo, volviendo a cerrar la puerta
del búnker tras de sí.
No llevaba más que lo puesto, su maletín… y el revólver pavonado con él. Y
aprovechó el baño del apartamento para rasurarse antes de salir a la calle.

Eran las ocho de la noche y el tránsito de la tarde estaba amainando. Felipe


conocía Asunción y comenzó a caminar sin rumbo fijo en dirección sur, hasta Luis
Alberto de Herrera y Colón, hasta que pasó un ómnibus en dirección este que se
detuvo junto a él.
Lo abordó con premura, preguntando al chofer si iba hasta la terminal de ómni-
bus del interior, entonces situada sobre la calle Brasil y Luis Alberto de Herrera.
Un cabeceo afirmativo del conductor lo indujo a abonar su ticket y se sentó hacia
el fondo, Su campera disimulaba el bulto del revólver y nadie parecía prestarle aten-
ción. Estaba nuevamente afeitado, como si se hubiera preparado para este viaje…
que podría ser el último.
Si bien su pasaporte había quedado en el hotel y estaría ya en poder de la policía,
aún conservaba su cédula federal de identidad.
En ningún momento se mostró nervioso y una pasmosa tranquilidad nimbaba su
rostro. ¿A dónde iría? Era mejor preguntar dónde podría abordar un ómnibus hasta
Pedro Juan Caballero. Si llegaba hasta allí, podría cruzar hasta el Brasil por la fronte-
ra seca. Pero si lo interceptaban… repartiría aceitunas con placer… así sea lo último
que haga en la vida. Además del revólver tenía una caja de balas magnum consigo.
Sentimientos encontrados jugaban una danza en su interior, en un torbellino en
que se entremezclaba el amor por los suyos y el odio hacia cuanto representaran las
fuerzas de seguridad; ese monstruoso engendro creado, no para proteger, sino para
someter a los ciudadanos a las arbitrariedades del poder, de jure o de facto, ambos
cíclicamente alternados para desangrar a los pueblos… en pro de ajenos intereses.

Finalmente el chofer le hizo una seña para avisarle que estaban al llegar en las
cercanías de la terminal.
—Cerca de la Plaza Uruguaya hay agencias de ómnibus a Ciudad Presidente
Stroessner y a Pedro Juan Caballero —le dijo una pasajera joven que iba a su lado—
¿Hacia dónde quiere ir?
—Hacia el Brasil, pero prefiero la frontera seca… —respondió Noria. ¿Pedro

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Juan Caballero puede ser?


—Entonces puede tomar el “Rápido San Jorge” en la otra cuadra.
—Muchas gracias, ¿señora?
—señorita nomás… y de nada.
Bajó apresuradamente pero sin aparentar prisa alguna. Tiempo era lo que le
sobraba y ya estaba jugado. No retrocedería en su decisión.

NN, por Chester Swann.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

20

UN VIAJE ¿SIN RETORNO?

Nimia y Marino quedaron sin palabras por un buen rato, hasta que él rompió el
silencio que flotaba ominosamente en el búnker.
—¡Pobre Felipe! Creo que no lo vamos a ver más —comentó.
—Sólo si sucede un milagro… —respondió Nimia—, y yo ya no creo en mila-
gros, Tal vez desea reencontrarse con Solange en elguna dimensión del espacio-tiem-
po ¡qué sé yo! Lástima lo de su bebé. Parece que el secuestro de criaturas recién
nacidas se está convirtiendo en una verdadera industria de la infamia en la Argentina.
—Sí. Y no será el único caso. Tal vez la pequeñez de Paraguay y el hecho de que
somos pocos y nos conocemos mucho, nos salvó de estas masacres colectivas, como
las de Chile, Argentina… Guatemala, El Salvador… Brasil, Uruguay, Perú, Bolivia,
Ecuador…
—Acá hubo secuestros selectivos, torturas y asesinatos —repuso Nimia—, pero
no a escala industrial ¿Será porque no tenemos recursos estratégicos para sus corpo-
raciones ni costas marítimas?
—Tal vez —dudó Marino—, pero debemos seguir manteniendo el secreto del
búnker y tus libros. Hay varios tuyos que figuran en una lista negra que hay en
Investigaciones. Yo la vi allí, donde arrojaban los libros secuestrados en los allana-
mientos, apilados como basura. Y seguro que no los van a leer nunca… si por ahí
sepan leer, cosa que dudo.
—No te preocupes. Nunca entrarán aquí… a menos que se te escape algo sin
querer y corre la voz por ahí.
—¿Por quién me estás tomando? —protestó Marino con un mohín de picardía—
¿No sabés que estoy renunciante y me pasé a la vereda de enfrente?

Felipe Noria, con toda la calma que pudo reunir se acercó a la agencia “San
Jorge”. Tras mironear al entorno para ver si había vigilancia, se acercó al mostrador
de atención al público.
— ¿A qué hora sale el expreso directo a Pedro Juan Caballero? —preguntó tra-
tando de disimular su acento porteño como podía.
—Éste —dijo el empleado, señalando a un ómnibus estacionado en la acera—,
sale en dos horas… a las veintidós en punto. Llegará, si no cierran la ruta por mal
tiempo, a las seis y treinta de mañana. Son seis mil quinientos guaraníes y va directo
sin paradas intermedias.
Felipe alargó siete billetes de mil guaraníes sin decir palabra, como asintiendo.
—¿Lleva equipaje? —preguntó el del mostrador—. Si tiene, entréguelo a ese
señor para que lo cargue en el portamaletas…
—Gracias. Voy por un rato, A lo mejor regreso mañana mismo. Y esto va
conmigo —dijo mostrando el maletín.
— ¿Nombre? —dijo el dependiente empuñando un bolígrafo y una plancheta de
lista de pasajeros.
Fernando Quintana —mintió al ver que no le pidieron documento alguno.
En todo momento trató de imitar la entonación local para no delatar su porteñi-
dad, hablando lentamente y con fingido tartamudeo nasal.
El empleado lo miró como quien no quiere la cosa y le extendió el ticket con el
vuelto. —Puede tomar asiento ahí…
—Voy a dar una vuelta y regreso sobre la hora —dijo Felipe con cierto alivio—
. Comeré algo en algún bar y regreso.
Así diciendo, salió a caminar sin mostrar neviosismo. No parecía haber gran
movimiento en las calles aledañas a esa hora y Felipe agradeció al destino por la
torpeza de la policía paraguaya y su falta de inteligencia. Probablemente ya lo daban
por desaparecido y de seguro, alguien pagaría por ello. Pero decidió no preocuparse

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

por esa posibilidad y ver de llegar ileso a la frontera. Tal vez pediría asilo político en
el Brasil. El general Figueiredo había soltado los lazos con el Operativo Cóndor y su
país se encaminaba a la normalización política y la búsqueda de un candidato de
consenso ante la presión popular de “Diretas já!” cuyo grito repercutía en toda Amé-
rica.
Su revólver seguía oculto bajo su abombada campera y esperaba que no lo revi-
saran antes de llegar. Sabía que en el trayecto habría barreras y retenes en algunos
puntos claves, cruces de rutas o destacamentos. Mas sabía que al menos en Paraguay,
los militares no controlan documentos y si lo hacen, no están alertados para detener a
los buscados por la policía, pero debía estar alerta y dispuesto a todo. Incluso a sobor-
narlos con dólares que llevaba consigo. Sabía que ciertos funcionarios paraguayos,
civiles o incivilizados, eran afectos a las cometas —léase coimas—, y hasta le tende-
rían una alfombra hasta la frontera por unos cuantos verdes.
En cuanto a la gente de la calle, parecían todos estar ajenos al drama del vecino
país, como si no les concerniera para nada. Los veía hojear diarios con impasible
indiferencia, como si todo eso ocurriera en otro continente o en otro planeta y no bajo
sus narices.
Felipe no pudo evitar comparar a los abúlicos paraguayos de a pie con los com-
bativos ciudadanos de su país, que no dudaban en desafiar bayonetas, chorros de
agua, balines y gases en defensa de sus derechos.
—Quizá por eso aquí no desatan el terror indiscriminado como allá —pensó para
sí.
Tras una magra cena a la minuta, Felipe regresó a la agencia y abordó tranquila-
mente el expreso nocturno. Se acomodó en un asiento cerca de la puerta, por si acaso
y procuraría no dormitar durante las ocho horas de viaje. Recordó lo que le dijera el
dependiente: “Si no cierran la ruta por mal tiempo” además le comentó que habían
aún muchos tramos sin asfaltar, de tierra colorada y resbalosa cuando llovía.
Finalmente el vehículo arrancó a las diez de la noche puntualmente y Felipe pudo
respirar de nuevo con tranquilidad.
¿Cuánto duraría esta calma? Prefirió desechar esta pregunta y permanecer alerta
por si acaso. A los pocos minutos, se apagaron las luces del ómnibus quedando
solamente unas lucecillas tenues sobre los pasajeros quienes no tardaron en dormitar.

Nimia volvió a recibir a sus vecinos y había dispuesto en la sala principal una
mesa y un anaquel con libros escogidos y algunas revistas para los más jóvenes.
Incluso sirvió café con leche y masitas, como dando por sentado que aceptarían
debatir algunos temas culturales allí, como la música y la poesía de poetas nacionales
descafeinados como para todo público. Por supuesto que Elvio Romero, Hérib Cam-
pos Cervera, Eloy Fariña Núñez y Luis María Martínez no estaban a la vista. Tampo-
co Neruda y García Lorca, de entre los romanceros y modernistas, ya que no gozaban
de la simpatía del régimen, supuestamente “por comunistas”.
Estos autores dormían en el búnker a salvo de curiosos.
Tenía también libros “autorizados” por el ministerio de educación y culto, para
todos los grados primarios y cursos de la secundaria que eran a menudo consultados
por estudiantes para sus trabajos prácticos.
En cuanto a Marino, proseguía sus estudios de Contables, ahora sin tropiezos y
con mejor letra. Gracias a Nimia pudo adquirir cierto roce y aplomo que le granjea-
ron amigos y aprecio de sus colegas.
Cierto día lo invitaron a una fiesta estudiantil de Filosofía y letras y pese a su
timidez y reluctancia hicieron cuestión de que asistiera a la misma.
Marino decidió llevar consigo a Nimia, que si bien era década y pico mayor que
él, derrochaba elegancia y distinción, además de una serena belleza madura. Ésta que
hacía tiempo no salía casi, salvo para compras o trámites, aceptó acompañarlo.
Lo que menos imaginó Marino era encontrar allí a Susana Barrios, por supuesto
bien acompañada de un colega de la Facultad de Derecho. Pero ésta aparentó no

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

verlo y siguió en lo suyo… no así Nimia, quien evitó elegantemente al fantasma de


los celos y acompañó a Marino unos cuantos bailes de salón… hasta que entró una
orquesta “moderna” a hacer su show de rock and roll, bossa nova y baladas de moda
y volvieron a sus mesas.
Marino se hizo el oso fingiendo indiferencia y dedicándose a mimar a su acom-
pañante, la cual quedó conforme y no dudó en corresponder las caricias de su compa-
ñero.
Pero ambos estaban preocupados por el amigo Felipe Noria ya que no supieron
nada de él desde su partida.

El ómnibus viajó sin tropiezos hasta Coronel Oviedo, donde descendieron los
pasajeros en el parador. Al detenerse el vehículo y parar el motor, Felipe preguntó a
su compañero de asiento el motivo de la brusca detención del ómnibus en Coronel
Oviedo, ciudad situada en el cruce entre rutas II, V y VII.
El pasajero explicó que bajarían a tomar un café o comer algo y que estaban a
mitad del trayecto.
—Tenemos veinte minutos para estirar las piernas o comer algo —dijo el pasaje-
ro.
Felipe agradeció la información diciéndole que preferiría dormitar un rato más
en su poltrona porque había cenado antes de salir. Y así lo hizo.
Desde las entreabiertas cortinillas de la ventana del ómnibus, divisó a dos poli-
cías entrando al restaurante del parador y fingió dormir pero sin dejar de acariciar la
empuñadura del revólver. Los policías no usaban el caqui de los de Asunción, sino un
uniforme color yerbamate de las delegaciones de gobierno del interior. —No serían
peligrosos —pensó.
Tras poco menos de media hora, los pasajeros y tripulación reabordaron el ómni-
bus que partió raudamente sin molestias. Calculó que llegarían sin problemas a des-
tino ya que el tiempo aparentaba despejado y sin probabilidad de lluvias. Pronto
abandonaron el asfalto y siguieron por ruta sin pavimentar con esporádicos tramos
enripiados dejando una estela de roja polvareda detrás. Felipe ignoraba que la policía
lo buscaba… pero en la ruta Transchaco, hacia Bolivia.

Nada importante ocurrió durante la fiesta estudiantil y ambos, Nimia y Marino


regresaron a su domicilio a eso de la medianoche.
Ni bien se apearon del taxi cuando un sospechoso carro negro sin chapa se detu-
vo unos metros más allá. Al principio no les llamó la atención hasta que vieron a
Cantero de pie frente a su puerta de entrada.
—¿Nimia Peralta? —preguntó Cantero con cierta sobredosis de insolencia.
—Soy yo —respondió Nimia— ¿Se le ofrece algo?
—Va a tener que acompañarnos a Investigaciones y responder unas preguntas —
dijo Cantero con aire de perdonavidas.
—Espéreme mañana por la mañana —dijo Nimia fastidiada—. Estas no son ho-
ras para molestar a la gente decente.
¡Eso es un desacato! —bramó Cantero fuera de sí— ¿O prefieren ir detenidos
ahora mismo?
— ¿De qué se me acusa? —replicó la dama con gesto altivo pero si altisonancias.
—Ante todo va a tener que explicarnos su relación con un prófugo argentino
llamado Felipe Noria, el cual llamó a usted no hace mucho desde el hotel Imperial,
antes de fugarse y desaparecer del país.
—Una amiga de su esposa, era mi acompañante en un viaje que hice años atrás a
Buenos Aires. Allí conocí a los Noria. ¿Por qué se los persigue?
—Eso a usted no le incumbe —gruñó Cantero—. Es un comunista y basta.
—Yo sólo los vi en Buenos Aires, hace más de cuatro años y no sabía nada de él

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—dijo Nimia. No está en mi casa y si a ustedes se les escapó, es problema de ustedes.


Si quiere revisar mi casa, venga con una orden judicial y en horas de oficina. Mis
vecinos e inquilinos pueden dar fe de esto.
Cantero quedó momentáneamente desconcertado cuando Nimia le alargó una
tarjeta y le dijo sonriente —Puede llamar al general Torres y pedirle permiso para
registrar ahora mi casa, si eatá apurado, en todo caso. ¿Lo conoce?
— ¿Es su amigo? —preguntó Cantero algo desconcertado y ya sin petulancia,
mientras miraba la tarjeta con el escudo de las Fuerzas armadas estampado en relieve
seco, lo que daba fe de autenticidad.
—Mucho más que eso —dijo Nimia con suavidad—. Y ya está enterado de sus
impertinencias. Si quiere le presto mi teléfono… señor Cantero.
Esto desconcertó aún más al policía, quien devolvió a Nimia la tarjeta y rogó sus
disculpas “por lo inapropiado de la hora”. Nimia notó la turbación de Cantero y le
espetó a bocajarro: — ¿Ahora me va a decir de una buena vez por qué persiguen al
señor Noria? No es nada más que un dirigente peronista del gremio metalúrgico.¿Qué
culpa tiene de este golpe de estado y de las intenciones asesinas de los generales
argentinos?
— ¡Señora! ¿Llama usted asesinos a quienes rescataroa a la Argentina del desor-
den y del caos provocado por los sindicalistas marxistas? —dijo escandalizado el
subcomisario recobrando su altanería.
—Matar mujeres indefensas, robar bienes ajenos y secuestrar niños es un delito
desde el lado que se lo mire —exclamó Nimia con tono airado— ¿Usted defiende a
estos criminales que usan el terrorismo militarizado para saquear al estado y a la
gente?
—Va a tener que responder por lo que está diciendo —dijo Cantero alterado—
los voy a esperar mañana a las siete y media en mi despacho.
— ¡Usted lo quiso, Cantero! —replicó Nimia. Pero va a tener que probar lo que
está diciendo… o va a responder ante el general Torres… en la Caballería… mañana
mismo. Prepárese para una larga temporada en “el altillo”10 .
Aquí Cantero volvió a extraviar su altanería habitual y prefirió la cautela al no
medir con quienes debía vérselas. Sabía que, frente a los militares él no valía nada en
la escala jerárquica. El jefe de la policía también era un general activo y ellos, los
policías, eran fusibles de recambio, nada más.
—Está bien, señora. ¿Sabe algo del… este… ciudadano argentino Noria? Tene-
mos un pedido de…
—Eso ya lo sé. Pero supongo que habrá salido del país. Me llamó para decirme
que mataron a su esposa y robaron a su hijo y que trataría de salir del Paraguay. Nada
más. Supongo que iría a Bolivia… por el Chaco ¿No? No soy adivina para saberlo.
Cantero se alejó abruptamente sin despedirse y abordó su carro negro sin placa
saliendo a toda máquina de allí, siendo seguido por otros autos ocultos a la vuelta de
la esquina.
Esto dio a entender que venían preparados para allanamiento y un arresto colec-
tivo, a lo Rambo.

—A veces es conveniente llevar encima la tarjeta personal de algún militar de


alto coturno, sólo para sacarse de encima a estos gaznápiros de su puta madre —
comentó lacónicamente Nimia, ante el asombro de Marino, que nunca la oyera hablar
así—. Y creo que no molestarán más por un buen tiempo.
—Me hubiera gustado retratar a Cantero ahora, con una cámara fotográfica —
comentó Marino—. ¡Tenía una cara de viernes santo que daba risa!

Felipe Noria pudo llegar hasta Pedro Juan Caballero al filo del amanecer, pero
pidió apearse antes de la terminal cerca de la laguna central, por si habría policías
controlando a los pasajeros en la parada final.
No tuvo más que tomar un taxi en alguna esquina al que le pidió acercarlo a

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Ponta Porã, al otro lado de la frontera seca o “terra de ninguém”.


También evitó el acento porteño para alejar la atención del taxista. Pero cuando
cruzaron “la línea” le preguntó si podía llevarlo hasta el consulado brasileño.
—Sí señor —respondió el taxista—. Pero debemos volver a Pedro Juan. ¿Va a
hacer un trámite? Porque recién abren a las ocho y faltan casi dos horas.
—En tal caso, sigamos a Ponta Porã —dijo el pasajero—. Lléveme a un hotel
económico por favor, que ando corto de fondos.
Minutos más tarde, Felipe se acomodó en un pequeño cuarto individual con sus
escasas pertenencias y, tras un confortante baño y una breve siesta llamó al conserje
para pedirle el número de teléfono del consulado brasileño más cercano, el de Pedro
Juan Caballero, aunque no las tenía todas consigo, llamó y preguntó a la secretaria si
podría visitar al cónsul para una consulta.
—¿O senhor é argentino? —preguntó la dama del teléfono.
—Sim, eu sou da capital, Buenos Aires. —respondió Felipe prudentemente y sin
acento extranjero.
Então sería melhor que o senhor fique agora no seu hotel, no Brasil. Melhor não
intente chegar até o consulado no Paraguai. O cónsul vai visita-lo alí mesmo. Agora
pode ser perigoso voltar ao Paraguai. ¿Acha bom isso? Uma rádio no Paraguai anoti-
ciou que um motorista de taxi levou você até Ponta Porá. ¿Compreende?
Felipe se sorprendió ante la revelación de la secretaria. Evidentemente la policía
paraguaya estaba tras sus pasos. Por ahora estaba seguro, pero no debía descuidarse.
Incluso los federales argentinos o la inteligencia militar podrían intentar eliminarlo
en el extranjero, ya que el Operativo Cóndor era carta de impunidad para los asesinos
graduados de la Escuela de las Américas, o incluso de pistoleros de alquiler. Entonces
decidió jugar su última carta y sincerarse.
—Sim. Eu estou fugido da Argentina. Assasinaram minha mulher e roubaran
meu filho pequeno. Precisso de refúgio político no Brasil. ¿É isso possivel?
—Acho que sim. Fique alí mesmo no seu quarto. Nas nove e meia, o cónsul irá
para lá junto a você. Bom día e fique tranqüilo.

Nimia telefoneó al general Torres, quien le debía ciertos favores, para notificarle
de la persecución de Cantero a causa de lo relatado antes. Éste la tranquilizó inmedia-
tamente prometiendo ocuparse del subcomisario.
Nimia agradeció la deferencia y le prometió una visita en su domicilio.
— ¿Viste, Marino? Aún en un país como éste los amigos cuentan. Creo que ese
badulaque no nos dará más dolores de cabeza, pero si insiste, los tendrá él.
—¿Estás segura? —preguntó Marino sabiendo cómo las gastaban los de Investi-
gaciones.
—Creo que sí. Hasta ahora no me ha fallado. Además, esos canas le tienen
pánico a los militares, y más si son activos.
— ¿Por dónde andará Felipe a estas horas? —tornó a reguntar Marino.
—No lo sé y ojalá haya llegado al Brasil. Espero que se reporte un día de éstos.

Felipe recibió al cónsul en el lobby del hotel. Era, éste, un hombre afable y
hablaba un casi perfecto español y no hizo cuestión de concederle asilo tras escuchar
su historia reciente. Él mismo se había asilado en la Argentina cuando el general
Humberto Castelo Branco derribó a João Goulart en 1964.
Luego de recibir el salvoconducto del cónsul —quien le aconsejó que viajara a
São Paulo para alejarse de posibles atentados, se despidió amablemente prometiéndo-
le protección.
Felipe suspiró aliviado y pidió al conserje comunicación con Paraguay. Especí-
ficamente con Nimia Peralta quien se había jugado por él.

—Sí, soy yo. ¡Felipe! ¡Qué gusto escucharte! —exclamó Nimia, ante la sorpresa
de Marino quien se hallaba a su lado.

113
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—Hoy me entrevisté con el cónsul brasileño —comentó Felipe y seguidamente


narró su escapada por la frontera seca sin mezquinar detalles.
—Teníamos mucho miedo por si te pasó algo —dijo Nimia— y ahora podremos
dormir tranquilos. Pero no bajes la guardia, que hay sicarios que pueden hacerles el
trabajo a los milicos por pocos pesos. La internacional del crimen no duerme y los
asesinos a la carta están en todas partes. Una vez que estés en San Pablo iremos a
visitarte…
De pronto, en el oído de Nimia se oyó un estampido y el ruido del auricular
estrellándose contra el suelo matizado con el poco musical sonido de cristales rotos.
— ¡Felipe! —gritó Nimia pensando en lo peor. Marino pudo oír el chasquido del
disparo como con eco y tintineo de cristales rotos a un metro de distancia y su corazón
pegó un salto casi a punto de detenerse.

Felipe estaba en la cabina telefónica del hotel, cuando vio a alguien detrás suyo
por el reflejo del cristal, cuando sacaba un revólver de entre sus ropas.
Sus reflejos actuaron y, arrojándose al piso sacó su arma.
El disparo del sicario le dio en el hombro izquierdo, pero su magnum escupió una
certera bala que pudo neutralizar al sicario, aunque el cristal de la cabina se hizo
trizas.
El asesino recibió el disparo en el pecho y agonizaba boqueando sangre cuando
llegó la policía militar al hotel. Afortunadamente la herida de Felipe era leve, aunque
debería ser operado y probablemente llevaría el brazo izquierdo en cabestrillo al me-
nos unos dos meses a causa de una bala expansiva Magnum 357.

Hubo tiempo de tomar declaración al jagunço, un pistolero de alquiler que fue


enviado por la policía de la Delegación de Gobierno del Amambay para eliminar al
prófugo.
El maleante dio los datos y señas de su “contratante” antes de expirar escupiendo
borbotones de sange.
Para entonces, gracias al salvoconducto que llevaba, el propio cónsul lo llevó en
su automóvil al hospital.
Dos días más tarde pudo llamar a Nimia. Esta vez desde el hospital estadual de
Ponta Porã donde guardaba reposo.
Afortunadamente varios testigos salieron a favor del agredido y tras entregar su
arma, obtuvo protección consular en su estadía y reposo, hasta ser destinado a São
Paulo.
Ya pasó todo —dijo Felipe a Nimia—. Tuve que responder a la agresión pero al
otro le fue peor. A policía pudo hacerle cantar antes de estirar la pata y llegó a confe-
sar que fue contratado por el jefe de investigaciones de la Delegación de Gobierno de
Amambay, según dijo. Todavía estoy con el hombro izquierdo perforado y la claví-
cula enyesada y con una fractura. Espero que no repitan el intento pues tuve que
entregar mi arma a la policía del Brasil, aunque el salvoconducto y los testigos me
favorecieron.
— ¡No sabés el julepe que me diste cuando oí el disparo y la caída del tubo del
teléfono, Felipe! ¿Podemos… visitarte ahora?
—Estimo que sería peligroso para ustedes. La policía paraguaya sabe que estoy
aquí, por un soplo del taxista que me llevó al hotel y que el pistolero fracasó. Mejor
esperá que me vaya a San Pablo. Allí estaré seguro… creo.
—De acuerdo. Cuidate, amigo.

El infierno parecía haberse mudado a la Argentina. La Junta Militar hizo varias


apariciones e televisión, con el general Videla a la cabeza y el Opus Dei a sus espal-
das. Eso sí, Rafael Videla (Ejército), Emilio Massera (armada) y Orlando Agosti
(Fuerza aérea) no dejaban pasar un domingo sin ir a misa en la catedral de Buenos

114
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Aires, mientras sus verdugos y chupadores11 secuestraban, masacraban, torturaban y


saqueaban al país con las bendiciones de la jerarquía católica.
Los aviones Fokker F-27 “Friendship” (Amistad) transportaban a los condena-
dos, luego de atroces torturas, y los arrojaban, vivos aún, mar adentro. Hombres,
mujeres, e incluso ancianos y niños sufrieros ese infame destino durante esa cruel
dictadura. Y no sólo los sindicados como “guerrileros”, sino sindicalistas, trabajado-
res sociales, sus amigos, conocidos yparientes cercanos eran secuestrados y “apre-
miados”, vulgo torturados, cuando no desaparecidos. Se calcula que han sido asesina-
das y desaparecidas unas treinta mil personas en ese período negro de la historia
reciente.

Nimia, pudo enterarse de cuanto estaba ocurriendo mediante emisoras extranjeras de


onda corta que sintonizaban a altas horas de la madrugada en la discreta soledad del
búnker subterráneo. La angustia y la impotencia, embargaba a ambos, a quienes
apenas cabía en la mollera tanta perversión en ombre de la “reorganización nacional”.
Hasta un adolescente de nombre Floreal Avellaneda, de quince años, fue secuestrado,
torturado y, tras empalarlo a bordo de uno de esos aviones lo arrojaron al mar siendo
su cuerpo hallado varios días después flotando en el estuario del Río de la Plata,
horriblemente mutilado.
Casi no pasaban horas en que no desaparezcan personas, detenidas por los “chu-
padores” antes de esfumarse su rastro. Diligentes agentes de inteligencia norteameri-
canos en los crípticos meandros de la embajada norteamericana en Buenos Aires se-
leccionaban nombres obrantes en sus listados para darles el inri definitivo, con su
brazo ejecutor: los elementos de las “fuerzas de tareas”.
La internacional del terror estaba en su apogeo en casi todo el Cono Sur y Cen-
troamérica, aunque en el Paraguay la cosa estaba bastante morigerada, salvo casos
como el de Ligas agrarias Cristianas, la OPM y, posteriormente el “caso Ca´aguazú,
donde sí hubo asesinados y algunos enterrados vivos.
La crueldad siempre se cebaba primero en los más humildes y luego tomaba por
asalto a la intelectualidad civil de la clase media, maestros, trabajadores sociales o
activistas sindicales, que para el departamento de estado “eran peligrosos para la esta-
bilidad hemisférica” y a priori condenados extrajudicialmente en todo el Cono Sur.
Dos semanas más tarde, Nimia recibió un telegrama de F.N. desde São Paulo con
unas breves líneas. “Estoy a buen puerto. Los espero”, y daba un número de teléfono
para ubicarlo.
—¿Me acompañás a San Pablo? –preguntó Nimia a Marino. Pero éste le sugirió
que sería mejor quedarse a cuidar la casa, por si Cantero cambiaba de idea y volviese
a las andadas. Le recordó lo del gato y el ratón.
—Pero podríamos ir un par de días nomás —protestó Nimia—. No demorare-
mos mucho…
—Haceme caso, querida. Andate vos y sin apuro, disfrutá del viaje. Tal vez me
vaya en otra ocasión junto a Felipe. Todo este bochinche se va a calmar tarde o
temprano. Los dictadores tendrán que irse… por las buenas, las malas… o las peores.
Más bien sospecho que alguna vez las dictaduras se van a desmilitarizar… por no
adaptarse a los tiempos que vendrán. Pero serán reemplazados con dictaduras mediá-
ticas, más inteligentes y manipuladores de masas. Y ésas serán más peligrosas —
repuso Nimia con énfasis—. Serán más peligrosas porque la gente se someterá volun-
tariamente a ellas y serán menos visibles… a lo George Orwell, donde el Gran Her-
mano será una entelequia irreal. O a lo “Brave New World” o Un mundo feliz de
Aldous Huxley, con amos en la cúspide jerárquica, sus pretorianos y antimotines y
los esclavos domesticados con “soma”, diversiones y programación mental. Y ese
tiempo llegará pronto. Más pronto de lo conveniente. Ya hay cerebros maquiavélicos
trabajando en ello… desde el primero de mayo de 1776… y desde 1954 la elite con-
temporánea dirige el mundo hacia la corporatocracia… o como se llame. Una especie
de fascismo global corporativo; un neofeudalismo planetario con todo. El futuro
gobierno mundial no será político, sino económico… y racista. Una suerte de cuarto

115
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Reich que dejará a la Alemania nazi a la altura de una escuela de párvulos.


—¿Cómo así? —preguntó Marino Bado con expresión preocupada.
—Imaginate una sociedad imbecibilizada, manejada por ocultos banqueros in-
ternacionales banksters o como se denomine a esa cáfila de delincuentes financieros,
que someterán y pondrán de rodillas a naciones enteras con préstamos fraudulentos e
intereses usurarios, Con especulaciones monetarias, feudalización de la tierra, esca-
sez de alimentos, quiebras de naciones, flexibilizaciones o desregulaciones laborales,
guerras de conquista y guerras alimentarias para apoderarse de las soberanías nacio-
nales. Los grandes responsables serán —no dictadores brutales, autocráticos y auto-
ritarios—, como éstos de ahora a quienes conocemos bien —explicó Nimia Peralta—
, que actúan dirigidos con mando a distancia desde los centros de poder del primer
mundo; sino anónimas corporaciones de rostros invisibles¸criptócratas desconocidos
por las masas desinformadas o guiadas mediáticamente hacia la estupídez bovina de
rebaño, mediante la manipulación desinformativa.
— ¿Y habrá manera de luchar contra esas… dictaduras? —volvió a preguntar
Marino con rostro cariacontecido de idiota desinformado.
—No con guerrillas o revoluciones, o guerras de liberación, sino por medio de
una resistencia organizada a nivel planetario. Boicoteando a sus bancos, supermerca-
dos, rehusando productos alimentarios truchos; negándonos a servir en sus ejércitos,
policías y empresas… pero será difícil. La escasez del mercado laboral hará que la
gente común, los idiotas e ignorantes, acepten de buen grado condiciones de esclavi-
tud, salarios bajos y bazofia alimentaria sin protestar. Y no hay peor esclavitud que la
asumida por consentimiento social. A eso, se lo llamará mundialización o algo pare-
cido. Los poderes futuros no serán elegidos por la gente… sino que la gente se some-
terá a ellos voluntariamente. Más por pereza mental o comodidad, o simple egoísmo
hedonista, salvo unos pocos luchadores, que deberán vivir en catacumbas clandesti-
nas o serán perseguidos con saña por el sistema.
— ¿No habrá alguna salida? Antes de que suceda, digo yo.
—Sí. Hay muchas salidas. No olvides que todos los gigantes tienen, según la
parábola del sueño de Nabucodonosor, cabezas de oro, hombros de plata, brazos de
hierro, manos de cobre, piernas de bronce y pies de barro. Un mínimo desequilibrio
en sus negocios, en sus emisiones monetarias inorgánicas… y se les derrumbará la
estantería… si para entonces no han destruido al planeta para hacer dinero y más
esclavos… pero el dinero no se puede comer y, muy tarde se arrepentiran de haber
devastado la tierra tornándola estéril para producir alimentos. Al freir será el reír.
Los conscientes, se organizar;an en aldeas autosuficientes, con huertas comuni-
tarias, permacultivos alimentarios y cuidarán la tierra en que vivan.

Nimia calló y Marino quedó pensando sin atinar a una idea creativa.
—Era más facil luchar contra un dictador conocido. Al menos el enemigo estaba
ahí, frente a todos, con su guardia pretoriana y sus armas… pero sabemos quiénes son
—explicó Nimia—. Pero una “sociedad anónima”, una corporación… ¿dónde tiene
su cabeza visible? Sus tentáculos están en todas partes y son dueñas de los medios de
comunicación y desinformación. Sólo una red mundial de activistas interconectados
entre sí podrá luchar contra ellos, pero aún no tenemos la herramienta. Eso no signi-
fica que no la tengamos pronto, y será la segunda revolución después de la imprenta.
Las huelgas no servirán, porque nadie querrá quedarse sin trabajo. La corrupción
hará que los gobiernos y legisladores se vendan al mejor postor y el crimen organiza-
do será parte indivisa del poder político… mientras nosotros echaremos la culpa al
partido A o al partido B… que es su táctica de dividirnos para reinar. El bipartidismo
o el pluripartidismo no son otra cosa que maneras de dorarnos la píldora y hacernos
creer que los elegimos. En realidad no hay diferencias entre ellos y todos responden
a poderes ocultos y desconocidos por nosotros. Elites inteligentes que se valen de la
ignorancia para imponer sus intereses.
—¿Y la prensa, no nos informa de todo esto? —preguntó Marino.

116
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—Lo que la prensa hace es entretener, distraer, desinformar… salvo ciertos me-
dios alternativos subterráneos, como nuestro búnker, que pronto vas a conocer, pero
que no están al alcance de la gente común… porque no venden publicidad en sus
páginas. Y la gente ignorante sólo busca morbo, entretenimiento pasatista y distrac-
ción. No información… porque le teme a la libertad, al decir de Erich Fromm, así
como temen a la verdad… y a la responsabilidad personal.
—Creo que debemos charlar más sobre esto. Y lejos de la televisión, el fútbol y
la pavada social.
—Prometido —dijo Nimia—. Pero ahora vamos a dormir que ya son la dos y
media de la madrugada. Lo positivo de todo esto es que en este viaje no vas a retornar
al pasado. Sólo te queda ir hacia delante.
—Entiendo —dijo Marino—. Mi motor está en marcha y no tiene retroceso... ni
frenos. Sólo espero que no haya algún precipicio en el camino.
Luego echó una mirada al patio de la vieja casona, pensando en sus pasares y
pesares del pasado, cuando trabajaba como supernumerario y debía comer día de por
medio y lamentó no haber descubierto la oculta biblioteca entonces.

Casa de inquilinato, por Chester Swann.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

21

LO INESPERADO
SUELE OCURRIR

Asunción, 18 de septiembre de 1980

La bucólica y semicolonial rutina paraguaya se había alterado desde mediados


del 78, cuando la guerrilla sandinista nicaragüense mandó al mazo a la más longeva
tiranía centroamericana, en la indeseable persona de Anastasio “Tachito” Somoza
Debayle. Por supuesto, sin el consentimiento de los dueños de las bananas de más al
norte.
Los sandinistas tomaron el poder y el perverso general chupasangre —como se
lo conocía a Somoza por sus empresas de compraventa de sangre y plasma—, debió
meter en bolsa dólares, que no violín y largarse a Miami.
James Earl Carter, manisero de Georgia que reinaba entonces en el trono impe-
rial de Washington, D.C. decidió librarse de tan molesto huésped negándole la resi-
dencia y Tachito debió buscar otros horizontes más hospitalarios.
Entonces, a invitación de su par y colega de sangre: Stroessner, decidió afincarse
en el Paraguay.
En un principio fue cordialmente recibido por el dictador y sus comparsas, pero
al radicarse en una casa de alquiler sobre la avenida España, fue creando hostilidad
entre sus servidores y guardias de corps paraguayos, todos policías “contratados” y
de carrera.

—¡Qué peste nos ha caído en nuestro pobre país! —exclamó Nimia con acri-
tud— ¡Como si ya no hubieran bastantes plagas post-bíblicas!
— ¡Ojalá lo revienten! —dijo Marino con un gesto que representó algo parecido
al asco acompañado de un gesto digital expresivo.
Y la sorpresa llegó de manera contundente… para algunos.

Los medios radiales y televisivos anunciaron, esa mañana casi primaveral, un


atentado espectacular del que fueron víctimas el general Somoza, su administrador
Jou Baittiner y el chofer colombiano Angel Gallardo, cuando transitaban en su lujosa
limusina blanca Mercedes Benz por la avenida España en dirección al centro de Asun-
ción.

¡Oh, salve señora nuestra y virgen de los sicarios! ¿Qué vendrá después de este
minicidio tan insignificante como mediático?

Nimia estaba escuchando radio cuando la sorprendió la noticia y llamó a marino


con una campanilla de mano. Éste no demoró en acudir para escuchar la información
que lo hizo palidecer al recordar sus palabras: “¡Ojalá lo revienten!”… que fue justa-
mente lo que sucedió.
Una ráfaga de fusil FAL 7,62 mm. y un certero disparo de bazooka RPG 7 dieron
cuenta instantáneamente del odiado general nicaragüense y sus escoltas. Su altanería
y soberbia muy pronto se habían hecho la comidilla del cotilleo asunceno. Pero nadie
osaba mandarlo a la santísima mierda por ser el protegido de conveniencias del dicta-
dor paraguayo.
Pero la sensación de angustia habría sido mayor por parte de las autoridades, al
comprobar la facilidad con que los guerrilleros del ERP o “ejército revolucionario del
pueblo, escindido de los “montoneros”, entraron, con todo y armas, al país e hicieron
su trabajo ante las narices de la policía y tuvieron tiempo de huir sin ser molestados.
La primavera había llegado para Somoza demasiado tarde y no tuvo tiempo de

118
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

disfrutar de su mal habida fortuna ni de hacer “buenos negocios” en el Paraguay del


colega Stroeessner quien recibiera ciento cincuenta millones de dólares de “anticipo”
por venta de tierras ganaderas en el Chaco. Por supuesto que se frustró la transacción
y el dinero quedó en las arcas del dictador.

—¡Preparate, Marino! —dijo Nimia preocupada por los sorpresivos eventos re-
cientes—. Pronto van a iniciar una barrida casa por casa, en busca de guerrilleros,
armas… o pretextos para incordiar a la gente.
—¿Lo decís por el búnker? —dijo el interpelado—. Ya extendí la moqueta, puse
una gruesa alfombra persa encima del piso y una cama sommier de dos plazas. No
creo que se les avive la inteligencia como para descubrir la puerta. Además, todo el
piso es de baldosas y bien disimulado. Ése tu padre y tus abuelos arquitectos eran
unos genios. Además, no van a tener mucho tiempo para hurgar en todos los rinco-
nes. En todo caso, si vienen, aparentá tranquilidad y que los nervios no te traicionen.
—¡Faltaría más! —respondió Nimia con gesto despectivo—. Sólo puedo sentir
alivio de que haya un indeseable menos sobre la tierra

Los días subsiguientes eran de tensa calma, con barreras y retenes en las esquinas
claves de Asunción, y debemos creer que en todo el país.
Pero se notaba que sólo buscaban llenar el expediente para tranquilizar a los
jerarcas, asustados al sentirse en la mirilla del desprecio de mucha gente y apuntados
por millones de índices y dedos medios desde el fondo de sus pensamientos.

Los rastrillajes eran operativos combinados entre militares y policías, pero sólo por
fórmula y nada más.
Por supuesto que llegaron, una mañana nublada y, tras bloquear la manzana en-
traron casa por casa y sin orden judicial; pero se limitaron a hacer preguntas, pedir
documentos de los dueños e inquilinos y, tras corteses pedidos de excusas se retira-
ron. Algo habitual entre los militares pero inusual para la policía y ajena a sus modus
operandis habituales, en que la brutalidad era el sello distintivo.

La fiebre del “somozazo” no duró mucho y pronto el país volvió a la normalidad.


Es decir, se reanudaron el contrabando, el cohecho, la corrupción, la venta de
documentos a extranjeros, el abigeato, los robos de vehículos, los asaltos armados y
así por el estilo.
Nada diferente a lo habitual desde 1870 en adelante. Sólo les faltaba hablar
inglés para parecerse a los Estados Unidos de la Belle èpoque novecentista. Salvo el
detalle de que los pandilleros de New York, Chicago y Atlantic City eran más refina-
dos y elegantes y preferían el vino al whisky o a la cerveza.

Nimia finalmente pudo viajar a San Pablo a visitar a Felipe Noria, ya ubicado en
una modesta pensión y trabajaba en un taller de mecánica especializada, con un acti-
vista sindical de profesión tornero llamado Luiz Inácio da Silva. Éste había tenido
sonado protagonismo en la campaña “Diretas já!”, que posibilitó la elección de un
presidente efímero: Tancredo Neves, pero éste falleció antes de acceder a la presiden-
cia.
En tanto, Marino no volvió a recibir las incómodas citaciones de la policía, pues
ésta estaba aún preocupada por la presencia invisible de amenazas guerrilleras y por
la paranoia resultante tras el atentado.
Si bien uno de los integrantes del equipo somocida fue capturado y asesinado por
la policía, no bastó esto para devolverles la tranquilidad a los jerarcas. Eso sí, perdie-
ron casi todo, menos sus riquezas y su apetito desmesurado.
Muy pronto, Somoza fue apenas una leyenda urbana más, para alivio de mchos

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Ciudad soñolienta, por Chester Swann.


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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

22

LA TIERNA PODREDUMBRE ATACA.

Asunción, 28 de mayo de 1981

Tras una semana de visita, Nimia se despidió de Felipe Noria para re-
gresar al Paraguay, vía Varig. El viaje de ida a São Paulo lo había hecho en ómnibus
y, tras casi 48 boras, había llegado a destino cargada de fatiga y tensión nerviosa. El
regreso por vía aérea fue placentero y relajado y Marino ya la esperaba en el aero-
puerto de Luque para darle la bienvenida.
Pero el rostro de Marino parecía poco feliz y la sagaz Nimia no dejó de percibir-
lo.
Mas contrariamente a su recién adquirida costumbre comunicativa nada dijo ni
reportó novedad alguna a su compañera.
Nimia tampoco intentó sonsacarle nada, esperando quizá una ocasión propicia
para hacerlo.
Durante el trayecto en taxi desde el aeropuerto a su casa, el silencio circunstan-
cial dominó el corto viaje y Nimia comprendió que no convenía hacer confidencias a
oídos del taximetrista ya que casi todos eran informantes oficiosos.
Ya en la calma de la salita, Marino pudo explicar que en ausencia de la dueña de
casa había estado de visita una comitiva policial para exigirle rever su posición… si
no quería figurar en una lista negra de la sección política a cargo del subcomisario
Cantero. La amistad de Marino con algunos universitarios “marcados” como oposi-
tores lo había marcado también a él a los ojos de la policía y querrían informes acerca
del grupo al que pertenecía Ignacio Morel, su amigo y dirigente estudiantil indepen-
diente.
—No sé qué hacer ahora —dijo Marino—. Si no vuelvo al redil de la
tierna podredumbre, me van a expulsar de la universidad nacional.
—¿Con quiénes hablaste de eso? —preguntó Nimia aunque no denotó
preocupación alguna.
—Cantero, Báez y un tal Galeano estuvieron por aquí una noche. Por
suerte no se les ocurrió pispar dentro de la casa. No pasaron del hall, pero pudieron
ver que había gente de la vecindad hojeando libros en la sala y me advirtieron que
estamos bajo estado de sitio y para cualquier reunión se debe pedir permiso a la comi-
saría del barrio. Incluso tomaron fotos y alarmaron a los chicos de la vecindad. Por
suerte se convencieron de que no había libros de su index, pero revolvieron los que
estaban a mano… dándome a entender que podían “plantarme” otros para incriminar-
nos en una conspiración.
—¿Eso dijeron esos badulaques? —preguntó preocupada la dueña de
casa, algo alarmada ante la noticia—. Eso quiere decir que nos vigilan y se alarma-
ron al ver el ir y venir de los jóvenes de la vecindad. Creo que voy a llamar al general
Torres…
—Imposible, querida. Esa misma noche lo estaban velando. Parece
que fue un paro cardíaco. Está muerto y parece que quieren aprovechar su ausencia
para jodernos la vida.
—¡Mierda! Pero no les daré el gusto —replicó Nimia, al mismo tiempo
que sacaba de su cartera un tarjetero bien nutrido—. Mirá, tontorrón. Aquí tengo
muchos ases en la manga y creo que, si no está el pobre Torres, están otros que tienen
mucho peso. Si regresan esos talesporcuales los recibiré como se merecen. De todos
modos daré las condolencias a su señora e hijos.
Al ver la expresión de Nimia, Marino no pudo menos que compartir su optimis-
mo borrando de su cara el rictus de preocupación que eclipsaba su sonrisa idiota de
rigor.

Esa noche, al ingresar al local de su facultad, uno de los guardias le entregó una

121
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

citación del decano de Contables. A Marino le extrañó un poco, pero decidió acudir
de inmediato. No fue recibido por el decano, pero el secretario le informó que, a
expreso pedido del señor secretario privado de la presidencia, debía anularle su matrí-
cula “por ser renuente a colaborar con el superior gobierno” y otras razones poco
convincentes y nada académicas por cierto.
— ¿No fue el señor decano quien me hizo citar aquí ahora? —preguntó
irónico Marino Bado—. No sé de qué “colaboración” se refiere aquí, salvo que me he
negado a ser “pyragüé”, soplón de la policía para espiar a mis compañeros y a los
profesores. ¿Es causal de expulsión eso?
—No puedo responderle, señor Bado. Es orden del decano y ahora no
se encuentra.
—Bueno. Lo esperaré entonces. Supongo que tarde o temprano vendrá
a su despacho…
—Le ruego que abandone este lugar —dijo el secretario con cara de
pocos amigos—, o me veré en la obligación de hacerlo echar de la facultad con el
personal de vigilancia. Es orden del decano y punto. No queremos problemas con las
autoridades y el propio don Mario Abdo Benítez habló con el decano sobre su caso,
así que…
—Me voy —dijo Marino con altivez—.Pero ya van a saber de mí.
—Tenemos órdenes estrictas de no admitir a Ud. en ninguna facultad de
la universidad nacional, así que no insista, señor —replicó el secretario del decano
como despedida.
Pero no imaginó el desenlace que tendría tal arbitraria decisión.

Esa tarde, ya de temprano regreso a su casa, comunicó a Nimia lo ocurrido y


sugirió que quizá, si conseguía otro empleo podría acudir a una universidad privada
de las que por entonces brotaban como hongos después de un aguacero.
—¡No, por favor! —dijo Nimia segura de sí. ¿Tenés algún problema
académico o causal de ser dado de baja?
—No —contestó Marino—, salvo que, negarse a ser delator fuera un
causal razonable.
—Entonces llamaré al general Rodríguez para que te haga devolver la
matrícula. Ya verá ese decano, fantoche de don Mario…
Tres días más tarde, Marino recibió una llamada del mismo secretario
del decano de Contables, para dar excusas y “que se había cometido un lamentable
error administrativo” e invitándolo a volver a sus clases.
Marino se resistió a creerlo pensando que era una broma de mal gusto y
guardó unos instantes de silencio pensando en colgar el tubo,, pero la voz del secreta-
rrio lo sacó de su estupor.
—El señor decano le envía sus excusas y le ruego que esta misma tarde
vuelva a clase…
—No estoy para bromas —dijo Marino, fingiendo severidad y conte-
niendo a duras penas las ganas de reir a mandíbula batiente.
—Hablo en serio, señor Bado. Parece que ha habido un error adminis-
trativo y… lo lamentamos mucho.
—Dígale al señor decano que pasaré a hablar con él esta noche.
—Con mucho gusto lo atenderemos, señor Bado.

—¿Viste cómo funciona este país? —le comentó Nimia sirviéndole un


café—. Desde anoche tenemos carta blanca para reunirnos con los vecinos a leer y
comentar libros, mientras la plana mayor de investigaciones se muerde los codos.
Por lo visto el “único líder no es tan único como parece, y el tal don Mario no es más
que el bufón de la corte. Cualquier militar del ejército tiene más peso que toda la
policía junta y que todos los ministros del gabinete.
—¿Y Cómo lo hiciste? —preguntó Marino con sobredosis de increduli-

122
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

dad acumulada—. Hasta ahora no me cabe en la mollera que apenas dos días atrás
casi me echan con cajas destempladas y ahora, por poco no me ruegan de rodillas para
que vuelva…
—Somos pocos y nos conocemos mucho —explicó Nimia sonriendo.

Esa noche, Marino retornó a San lorenzo y decidió entrar a la facultad


por la puerta grande; al revés de cuando ingresara a Derecho, poco menos que por la
ventana de atrás y con la “ayuda” de Cantero. Pero eran otros tiempos. Ahora estu-
diaba de verdad sin obligación de reportar “novedades” a la policía.
Esta vez lo recibió el propio decano, presentándole sus más humildes
ecusas por lo sucedido. Marino se limitó a aceptarlas sin recurrir a sus sarcasmos
habituales, dejándolo ahí. Simplemente retornó a sus aulas y trató de recuperar el
tiempo perdido. El alevoso ataque de la tierna podredumbre había fracasado; pero no
convendría bajar la guardia… ni renunciar a la inteligencia, si el enemigo no duerme
y juega sucio, aún sabiéndose perdedor. Y la tierna podredumbre —es decir, lo que
representaba en el ámbito estudiantil— es un enemigo de cuidado. Especialmente
enemigo del saber y de la verdad, tanto como aliado de la obsecuencia indebida.

Pero los atrabiliarios policías debieron quedarse en el molde ante la “lavada de


cabeza” recibida de un general de la nación y para colmo, en actividad. Para más inri,
no lo podrían involucrar a éste en una conspiración como habían hecho con el capitán
Napoleón Ortigoza, también del arma de caballería. ¡Qué dura disyuntiva tenían fren-
te a sí! ¿Habría una manera de meter en cintura a ese retobado de Marino Bado, que
se estaba volviendo demasiado listo para su gusto? ¿Y esa mujer de apariencia mis-
teriosa que parecía tener ocultos resortes de amistad con altos jefes militares.
¿No sería un futuro peligro para la paz pública, que era lo más parecida a la paz
de los sepulcros, en cuyas lápidas rezaba “Paz, Trabajo y progreso: democracia sin
comunismo con Stroessner. R.I.P.”?
Pero el oficial primero Arnulfo Galeano —aún verde como el pepino pero duro
como pedernal— parecía tener la solución: muerto el perro, no habrá peligro de
rabia, para tranquilidad del estamento policial y celoso guardián del orden instituido
por el general.

—Así es, mi subcomisario —dijo Galeano al superior en posición de


firme y mano a la visera—. Creo que ese tipo anda muy diferente al que conocimos
años atrás, cuando era tan chambón que apenas sabía escribir sus informes sin nove-
dad, con una letra que más parecía un garabato de parvulito de guardería. Creo que
esa mujer que le acompaña lo está volviendo más avispado y retobado.
—Explíquese mejor, oficial primero—dijo Cantero algo molesto por el
calor reinante, a pesar del climatizador eléctrico pasado de moda que apenas enfriaba
la pesada atmósfera Saturada de humdad, reinante en la repartición, tras la repartición
de hostias y baños “submarinos”a los detenidos. Para entonces, ya sin la supervisión
de los buenos hermanos norteamericanos.
—Esa mujer es muy diferente a la gente que conocemos. Parece de
clase baja, pero la vi varias veces en la confitería Bolsi, en el Club Centenario, en el
Unión, en el Club “Mbiguá”, en el Deportivo Sajonia, en Bolsi… y se codea con la
alta sociedad como si hubiera nacido allí… y cuando está fuera de su casa, viste con
sobria elegancia y tiene buenas relaciones con muchos altos jefes militares. ¿No le
llama la atención, mi subcomisario? Una vez que andaba de civil y pasé por el “café
Da Vinci”, estaba conversando con alguien sobre un tal Niesche o algo así y paré la
oreja… y me pareció una mujer muy inteligente y hasta puso en aprietos dialécticos al
doctor Lezcano, el masón ése, creo que es sicólogo o algo por el estilo. ¡Mire que
sabe hablar y convencer a cualquiera con su labia!
—Cuente, cuente —lo urgió Cantero—. ¿No es un liberal dirigente del

123
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

grupo de los llamados “geniolitos” y diputado o algo así?


—Sí, ése. Sólo quiero decirle que todos los que se las dan de inteligentes
o presumen de intelectuales, pueden ser peligrosos. Y si su concubino se está vol-
viendo inteligente… pues… por algo ha de ser. Creo que esa…. Mujer lo está…
dominando o algo así. Y mire que no creo en la brujería ni macumbas, pero…
—Bueno, Galeano. Investigue usted, pero que no se enteren, porque
pueden causarnos problemas con sus amigos de la pesada… y averigüe por qué ese
tipo volvió a la facultad si el señor secretario privado de la presidencia ordenó que se
le eche de la nacional.
—¡A su orden, mi subcomisario!

Por supuesto que las “investigaciones” de Galeano fueron infructuosas


y arrojaron nulos resultados. Al menos para esos buscadores de moscas en la sopa y
conspiradores en los desvanes y sacristías.
Bueno, sí, algo hallaría Galeano: la horma de su zapato, pues Nimia no tardó en
intuir sobre ellos la vigilancia poco discreta de los torpes oficiales y sargentos de la
policía que se creían de “inteligencia” pero eran más brutos que gallego vendedor de
pescados.
Pensó en tenderles una celada para descubrir sus intenciones, pero Marino —
algo bastante más avispado— la disuadió de tal aventura.
—Es mejor tenerlos lejos, nomás—dijo el hombre solícito—, que si te buscan la
vuelta pueden ser hasta peligrosos. A toda costa quieren agradar a sus amos descu-
briendo conspiradores bajo las camas. Estoy seguro que lo de Ortigoza y subalternos,
fue puro teatro… y esos pobres tipos todavía están pudriéndose en una hedionda
celda de la jefatura de policía, quién sabe hasta cuándo. Mejor no les hagas caso.
Estarán rayados por que su plan de hacerme echar de la facultad no tuvo el éxito
esperado… y fue nada menos que por orden de don Mario. A todo esto… ¿Con quién
hablaste para que me devolvieran a clase?
—Con un poderoso general, comandante del Primer Cuerpo de Ejército y vecino
de una de mis propiedades rurales.
— ¡Menudas amistades tenés por ahí ¿Eh?!
—Sí. Y pronto las volveremos a necesitar, creo. Algo están planeando ésos
canas13 … especialmente contra vos. Parece que tienen la sangre en el ojo desde que
te fuiste de sus manos.

Marino quedó momentáneamente preocupado y caviloso. Si la tirria de los polizon-


tes era contra él, también Nimia la podía ligar de rebote y él no deseaba perjudicarla.
Pero, pensándolo bien ¿Qué podrían hacerle y por qué? La única explicación que se
le ocurrió es que conocía muy bien a la policía y sus métodos divorciados de la ética,
la justicia y la legalidad. Conocía sus trampas, a la mayoría de sus soplones y a los
torturadores, junto con sus maestros norteamericanos, surcoreanos, taiwaneses y como
un coronel de Marines que asesoraba a “la técnica”. Sí, tal vez sea eso. Estando él al
servicio de la infamia podría estar bajo control, pero fuera… sabía demasiado sobre
ellos y sus métodos brutales de “apremios” a los sospechosos de cualquier cosa que se
les antojara.
Entonces decidió estudiar con Nimia alguna estrategia para sacárselos
de encima de una vez por todas… o caer en el intento.

124
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

23

BURLADORES BURLADOS

Asunción, 2 de abril de 1982

— ¿Te podés encargar de los libros esta noche? —preguntó Nimia, ya vestida
con elegante sobriedad acostumbrada—. Quiero ir al teatro a ver al grupo “Gente de
teatro” y van a venir los chicos de la vecindad a buscar algo para sus trabajos prácti-
cos. Pero si no encuentran lo que buscan en la sala, deciles que vengan el domingo;
pero no quiero que salgan más libros del sótano, que los canas están que arden por
encontrarnos cualquier cosa para acusarnos.
—Dejá por mi cuenta nomás. ¿Qué obra van a representar?
—“Las brujas de Salem”. Creo que es una creación de Arthur Miller.
No rcuerdo bien, parece que fue su respuesta a la caza de brujas del senador Joseph
Mc Carthy en los años cincuenta, cuando se inició una persecución contra la intelec-
tualidad norteamericana de la postguerra mundial.
—Bueno, que te diviertas mucho y saludos a los muchachos del elenco
y a Carla Fabri.
—Bien; espero que no cancelen la función por orden superior… como
suelen acostumbrar. En el teatro de del Centro cultural estaré. Vendré en taxi nomás.
No dejes la casa. Al lado del teléfono está la tarjeta del general… y llamalo de mi
parte si vuelven a molestar.
—No creo que molesten… al menos por ahora. Ningún policía de éstos se ani-
maría a enfrentarse con un milico de la pesada.
—Eso espero. Chau, mi amor. Tratá de dormir temprano y no hagas caso al
timbre después de las veintidós.

La situación en la Argentina iba empeorando a paso de galope y pese al terror


militar, la gente protestaba y se manifestaba masivamente. El gobierno de Ronal
Reagan parecía seguir los lineamientos de Carter —probablemente impuesto por el
Council of Foreign Relations, el verdadero poder de los Estados Unidos—, en lo
tocante a la baja tolerancia a las dictaduras, militares o civiles, que también las había
en South America. Los militares argentinos estaban cambiando de figuras aunque no
de métodos. A Cristino Nicolaides (a) el griego, sucedería Leopoldo Galtieri, cuya
brutalidad era harto comentada por algunas publicaciones y en la emblemática Plaza
de Mayo tuvo lugar una multitudinaria manifestación contra la junta militar y ya el
poder se les iba de las manos.

Una noche, varios días después, un incómodo timbrazo sobresaltó a la


pareja casi a medianoche, justo en medio de un sueño placentero tras una sobredosis
de erotismo.
Era el teléfono. Marino atendió de mala gana y se sorprendió al comprobar que
era Felipe Noria, desde São Paulo.
—¡Hola, Marino! —lo saludó el argentino—. ¡Ese estúpido de Galtieri
acaba de tomar las islas Malvinas y la manifestación organizada en su contra cambió
de rumbo… y ahora lo ovacionan! Espero que esta sea la última chambonada de los
milicos.
—¿Qué decís, Felipe? Que Argentina ocupó las Malvinas? ¡Eso es de-
clararle la guerra a Inglaterra! ¿Sabés lo que significa?
—Sí. Desgraciadamente sé lo que puede a costarnos eso —respondió
Felipe—. Pero sé que al menos si perdemos la guerra, estos crápulas van a quedar tan
malparados, que sí o sí tendrán que entregar el poder y ojalá que para siempre. Te
juro que prefiero que Argentina sufra una derrota para que estos milicos de su puta

125
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

madre queden desprestigiados de una vez y para siempre.


—¿Cómo vas a decir eso, Felipe?
—¿Y qué querés que te diga, hermano? Este boludo creyó que estando tan lejos
Inglaterra iba a aceptar hechos consumados… y olvidó que en este siglo veinte nin-
gún lugar queda demasiado lejos. Pero si esto va a ser un desastre para nosotros como
nación, para la casta militar será peor. No quiero que ganen y queden como lo que
siempre se creyeron: salvadores de la patria. ¡No! ¡Que se vayan y no vuelvan más!
—Bueno, Felipe. Calmate y le aviso a Nimia para que le des más detalles…
—No, dejá nomás. Les llamo después y disculpen la hora.

Nuevo Orden mundial, por Chester Swann.


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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

23

EL SABER EN
LA RESISTENCIA ACTIVA.

Asunción, 3 de julio de 1982.

Tras una corta y desastrosa campaña, el general Benjamín Menéndez se rendiría


vergonzosamente en las retomadas islas y a los pocos, el gobierno militar se batía en
retirada llamando a elecciones.
Felipe Noria fue repentinamente amnistiado y pudo regresar al Para-
guay sin ser molestado.
Pero la policía paraguaya y el déspota militar al cual servía, no parecían darse por
enterados de los vientos de cambio que soplaban en el patio trasero a influjos del
veleidoso viento norte; tan proclive a cambios de humor y de política exterior totali-
taria, operado por sus dilegentes “agencias de inteligencia”, el ubicuo C.F.R., la Tri-
lateral Commission y el furtivo Bilderberg Meeting Club, hacedores del neoliberalis-
mo brutal liderado por los Estados Unidos, Europa y potencias emergentes de Asia.

Nimia escanció un mate amargo sirviéndolo al amigo argentino recién llegado,


mientras Marino hojeaba los diarios de la semana.
—Parece que tuvieron que sacrificar miles de gauchos emponchados en esos
gélidos páramos para entender que como políticos y como estrategas son un fracaso
—sentenció Felipe entre sorbo y sorbo.
—Ahora recibieron un fuerte trago amargo de su propia medicina —completó
Nimia—. Pero me pregunto cuáles serán las consecuencias. El crucero “General
Belgrano” se fue a pique con cientos de marineros que por su parte pagaron por los
miles de civiles desaparecidos en los sótanos de la Escuela de Mecánica de la Arma-
da. Y los soldados de Menéndez fueron llevados a Londres para ser exhibidos como
animales de trofeo de caza por los británicos. Muchos de ellos de seguro con doloro-
sas hemorroides infligidas por los gurkhas nepaleses. Pero… ¿Habrán aprendido
algo? Me temo que no. Siempre habrá salvadores de la patria cuando nadie los
necesite.
—Pero las veces que aparecen para jodernos la vida, suelen ser a pedido del
Pentágono y los banqueros internacionales y la gran usura —dijo Felipe—. No apare-
cen gorilas por casualidad ni por generación espontánea, sino por intereses ajenos al
país; manejados desde lejanos despachos climatizados y desde las entrañas de Wall
Street. Al menos esa es mi percepción.
—Y creo que es la corrrecta —adujo Marino metiendo baza en la conversación
como si despertara de una larga hibernación—. Desde la creación del FMI en 1946 se
están entrometiendo en casi todos los países. Nuestros ejércitos actúan como fuerzas
de ocupación para intereses norteamericanos. Su cacareado patriotismo nacionalista
no pasa de una cortina de humo. En realidad ni siquiera por cuestiones ideológicas,
sino por dinero sucio.
—Bueno, muchachos. —remató Nimia—. ¿Qué tal si desayunamos algo? Basta
de política por hoy.

La noticia bomba por esos días, fue la clausura del diario ABC de Asunción y el
hostigamiento patoteril e interferencias piratas a la radio “Ñandutí”, por sus audaces
revelaciones sobre torturas y negociados del gobierno, en una tardía ruptura con su ex
benefactor.
Pero tampoco nadie, fuera de unos cuantos intelectuales, se pronunció al respec-
to. Tal el temor a las cada vez más duras represalias del régimen. Sólo unos cuantos
juglares del llamado “nuevo cancionero” y uno que otro rockero protestón dieron en

127
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

resistir, guitarras en manos, a las arbitrariedades de la tiranía.

—Veamos qué se traen entre manos ahora —dijo Nimia, como abriendo la so-
bremesa, tras la ida de los jóvenes a sus casas.
—Ya les está quedando grande el saco —dijo Felipe—. No creo que estos gori-
las sobrevivan al ridículo por mucho tiempo. Hasta este mandamás tendrá que irse
alguna vez, No puede mantener el circo cuando le están creciendo los enanos y se le
encogen los elefantes.
—¡Ojalá tengas razón! —dijo Marino esperanzado.

Los intentos policiales de buscar alguna brecha para incriminar a Marino y a


Nimia provocaron úlceras en el epigastrio a Pastor Coronel y su troupe de ¿inteligen-
cia? del departamento de investigaciones de la policía política. Nada por aquí, nada
por allá y el propio don Mario llamó al decano y al rector para hacerle el exorcismo
del sujeto Marino Bado, desertor de la tierna podredumbre y los de la murga oficia-
lista.
—Hable usted con el general Rodríguez.—le respondieron ambos, con
media hora de lapso—. Fue quien ordenó que volviera a clases, si no había otras
causas académicas contra él, así que tuvimos que reconsiderarlo.
La gangosa voz casi nasal del secretario privado no se hizo esperar.
—¡Soy el secretario privado del señor presidente de la república y comandante
en jefe de las fuerzas armadas de la nación, general de ejército don Alfredo Ejtróner!
—dijo con su voz chillona el enano del circo, don Mario el “padre espiritual de la
juventud”, como le gustaba autoproclamarse en todo el país.

—Diga usted…—respondió el general Rodríguez desde su despacho.


— ¿Usted ordenó que se restituya a… ése tipo… Bado a la Facultad de Ciencias
Contables?
—Sí, señor… ¿Con quién hablo, por favor?
—Soy el secretario y…
— ¿Tiene alguna queja contra ése… Marino Bado, sobre problemas acadêmicos
o mala conducta?
—Es que ha desertado de nuestro movimiento colorado del centro de estudiantes
y…
—Bueno, supongo que eso no es motivo de expulsión de una facultad de la uni-
versidad nacional. ¿O sí?
—Bueno, yo… creía que, que se debe ser leal al señor presidente y esa era la
misión que le encomendamos a ése tipo y… requisito para el ingreso a una universi-
dad nacional, mi general…
—Mire, don Mario. Si usted me demuestra que ése tipo es un mal estudiante y
causa problemas por mala conducta, avíseme y yo mismo lo voy a echar. Pero hasta
el momento tiene buenas calificaciones y, según sus compañeros se porta bien y hasta
ayuda a los más atrasados. ¿Está claro?
El secretario privado tartamudeó unas tímidas excusas y se despidió untuosa-
mente del general. Ni siquiera se molestó en avisar al subcomisario Cantero de que el
“desertor” tenía blindaje militar por causas desconocidas. ¡Ya a lo averiguaría él mis-
mo! En realidad, el subcomisario ya lo había averiguado tiempo atrás, cuando una tal
Nimia Peralta le enrostró la tarjeta de un general y debió quedarse en la horma por si
las moscas.

Marino volvió a concurrir normalmente a clases. Una noche al regresar al apar-


tamento, halló una moto nuevecita y de 500 cilindradas y pedigree alemán, estaciona-
da en el patio central de la propiedad de Nimia. Supuso que podría ser algún visitan-
te, pero no le dio mucha importancia.
Nimia lo recibió con un apretado abrazo y una sonrisa que dividió su rostro en

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

dos hemisferios asimétricos.


— ¡Hola, querido! ¡Feliz cumpleaños! ¿Vas a probarte tu regalito?
Marino extrañado recordó que efectivamente cumplía veintiocho pirulos ese día
y correspondió al abrazo con efusividad.
— ¡Gracias, mi amor! —tartamudeó él, sonrojándose, quizá por segunda vez en
su vida, aunque no pensó en el regalo… hasta que Nimia puso un llavero en su mano
derecha… con la marca de la moto estampada en el mismo.
— ¿Y esto? —dijo Marino sorprendido, aunque no tanto.
—Para tener con qué ir a estudiar, tontillo. Ya que te andás portando bien y sin
rubias flanqueándote… y encima ajetreando tus neuronas como nunca en tu vida…
No creo que la policía te dé alcance con esta máquina.
—E… e…es una maravilla. No creo merecer tanto —dijo Marino turbado y
confuso mirando la flamante BMW 500 que lucía su negra silueta bicilíndrica en
medio del amplio patio.
—Bueno —dijo Nimia bromeando un poco—. Si no te gusta, puedes cambiarla
por una bicicleta… y es la única opción que te queda.
— ¡Claro que me gusta! Pero debe ser muy costosa…
—Vendí un campo que había recibido en herencia porque no puedo ocuparme de
administrarlo, y me sobró lo suficiente como para tu posgrado, si te vuelven a echar
de la nacional. Pero tendrás que ganártela, tornillo por tornillo, quemando pestañas
en en el búnker, hasta que te recibas. Y después vas a entrar en Filosofía y letras para
que aprendas a escribir tus ideas. ¿Sí? Esta conjura de los idiotas no ha de durar
mucho y todavía tenés tiempo de superar a esa mediocracia alguna vez.
Marino se lanzó sobre Nimia y casi la ahogó a besos… por primera vez en su
vida, mientras se preguntaba para sus adentros por qué había desperdiciado tanto
tiempo subvalorando a esa mujer y a los libros y de perdiendo tiempo haciendo favo-
res a la policía y a los políticos de cuarta.
Pero estaba a tiempo de recuperar el tiempo perdido y de redimirse.

Macroorganismos, por Chester Swann.


129
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

24

METAMORFOSIS II

Asunción 2 de mayo de 1986


Albero Cantero y otros oficiales de la policía estaban deliberando en el local del
departamento de Investigaciones de la policía, acerca de algunos desórdenes civiles
en curso, marchas estudiantiles, procesiones del silencio organizadas por los obispos
católicos, asambleas de la civilidad de los opositores del Acuerdo Nacional, que se
armaban y deshacían en minutos. Cuando la policía llegaba para reprimir, todos se
habían hecho humo y reaparecían en otro barrio burlando a las “fuerzas del orden”,
como se autodenominaban entonces.

— ¡Esos comunistas de la gran mierda nos están farreando, señores!—comenzó


Pastor Coronel, sudando copiosamente grasa y colesterol, pese al climatizador—, y
no damos abasto para darles su merecido porque en minutos escurren el bulto y cuan-
do llegamos, ya están armando su show en otra parte. ¿Alguien tiene una sugerencia?
El silencio circundante le respondió. Evidentemente nadie quería asumir res-
ponsabilidades. Pocos días antes, habían acudido a repartir hostias en una procesión
del silencio… y uno de ellos, en el frenesí del reparto de golpizas, atacó a un presunto
joven con un sombrero pajizo golpeándolo brutalmente… y resultó ser su hija en
pantalón vaquero, que quedó en coma por conmoción cerebral… provocada por su
propio padre y su celo de perro guardián del dictador.
Desde ese día, el oficial garrotero no pudo pegar el ojo y quedó más traumado
que la adolescente de su sangre. No. Nadie quería repetir la amarga experiencia, sólo
para complacer a un general paranoico que veía comunistas hasta en la sopa.
El silencio no convenció al cruel jefe de investigaciones y volvió a exigir “suge-
rencias”, hasta que alguien alzó la mano hacia el fondo del salón.
—Creo que debemos cambiar de estrategia, señor jefe —dijo el oficial primero
Galeano—. La prensa internacional se está tirando contra nosotros y resulta que los
de las fuerzas armadas se lavan las manos dejándonos a los policías la tarea de apalear
a los civiles.
—¿A qué viene eso?—preguntó Coronel señalándolo con el brazo.
—Creo que deberíamos solicitar la colaboración del ejército; que luzcan también
sus uniformes en estas tareas y compartan esa desagradable responsabilidad con no-
sotros. Hasta ahora los malos de la película… somos nosotros para la prensa extran-
jera. Hasta salió mi foto en un diario argentino cuando le daba cachiporra a un revol-
toso de “Clínicas”, cuando la huelga ésa.
Los demás guardaron silencio, sin asentir ni rechazar la proposición del camara-
da y quizá esperando la reacción del temido jefe de investigaciones, un caudillo civil
que ni siquiera era policía de carrera, pero sí de la absoluta confianza del Presidente.
Y ésta no se hizo esperar.
—¡Para esta patriada no precisamos de ayuda, oficial Galeano! —excla-
mó el corpulento caudillo santanianodevenido en policía—. Si ustedes no se sienten
capaces de meter en cintura a esos pelagatos de la contra, renuncien ahora mismo.
¿Está claro? Ya tenemos a un militar como jefe de la policía: el general Brítez. Y con
eso basta. ¿Entendido? ¡Vayan a barrer las calles de manifestantes comunistas ahora
mismo!
Todos se pusieron de pie entrechocando los talones y casi gritando ¡¡A
su orden!” a una sola voz.

Pero al llegar al sitio de la convocatoria, nadie apareció… porque estaban a dos


kilómetros de allí, dejando nuevamente burlados a los policías. A dos cuadras de
distancia, Marino sonreía montado en una moto negra mientras celebraba para sus
adentros su irreversible metamorfosis lograda gracias a esa mujer excepcional.

130
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Apenas terminada la clase del día, Marino se dirigió a su casa para se-
guir empapándose de palabras en el Búnker. Ya no cabían disimulos y debía asumir
su disconformidad con el régimen y sus comparsas, aún sabiéndose inicialmente par-
te de ella. Había que tener un coraje desconocido, una inteligencia más allá del rasero
admitido y otras luces recién encendidas para burlar el férreo control de los sabuesos
del tirano.
Tras años de ser casi una mascota —decorativa pero inútil— para esa misteriosa
mujer, se iba descubriendo a sí mismo en las personas de otros que arriesgaron sus
vidas para desafiar al establishment y a su amo continental: el gobierno de los Estados
Unidos de Norteamérica y los gendarmes del operativo Cóndor. Pensó en Felipe No-
ria, quien finalmente pudo regresar a su país tras la retirada vergonzosa de la dictadu-
ra militar, luego de la bochornosa derrota en las Malvinas.
Probablemente trataría infructuosamente de recuperar a su hijo Manolito y reha-
cer su vida. Pronto los verdugos de su patria serían llevados a juicio y tardíamente
condenados, pero ello no devolvería la vida a los miles de muertos del “proceso de
reorganización nacional” con su tendal de secuestrados y desaparecidos.
Ahora la situación iba definiéndose lenta pero inexorablemente en contra de los
tiranos militares.
Para el Departamento de Estado, éstos habían cumplido su infame misión de
velar por los intereses norteamericanos en la región y ya iban siendo innecesarios y
molestos para la democracia.
Ahora los pueblos podían retornar a las urnas y pronto le tocaría el turno al Para-
guay de convertirse en otra “democracia vigilada” por cambio de estrategia: en lugar
de gorilas, harían llover dólares sobre los partidos políticos y sus caudillos, de dere-
chas e izquierdas para corromperlos por otros medios más per$uasivo$.

—Más vale tarde que nunca —pensó para su coleto Marino—. Stroessner ya
bordea la senectud y está llegando el momento de que alguien lo releve del poder.

El año 1986 se perfilaba inestable, incluso entre los colorados civiles partidarios
del viejo aligátor, que aspiraban in pectore a sucederlo en algún momento.
Ya no eran solamente los “opositores” los que estaban a la pesca de una transi-
ción “suave” sin tanto río revuelto a la vuelta de la esquina.
También los jóvenes “estudiosos” de la tierna podredumbre estaban expectantes
por su oportunidad de convertirse en burócratas rentados, tras haber abonado por
tanto tiempo el culto personalista del más alto; del macho alfa de la jauría.
Tuvo razón, la sagaz Nimia cuando comentara: “Al dueño del circo le están cre-
ciendo los enanos y se le sublevan, los payasos”.
Pero también las cosas podrían empeorar, pues la policía estaba en alerta rosada
tirando a roja. No tanto por la situación interna manejada con dos leyes represivas,
porras y gases… sino por el retorno de países limítrofes a la normalidad cívica si no a
la democracia “tutelada” porGran Hermano R.R14 un pésimo actor metido a presi-
dente de los Estados Unidos.

Stroessner y sus propagandistas se jactaban de “haber normalizado al país” y


temían a los cambios, como si estuvieran viviendo en un tarro de conservas.
Pero Marino tenía ahora un aliciente estimulante para continuar sus estudios y de
ilustrarse cada vez más… en las profundidades del búnker, en soledad compartida
con Nimia Peralta.
Muchos nuevos libros —algunos ingresados de contrabando desde la Argenti-
na— habían engrosado a los anaqueles y, con el consabido sigilo mandaron elaborar
más estantes a fin de hacerles lugar, ya que el sótano tenía ciento veinte metros cua-
drados de superficie y casi cuatro de altura, por lo que sobraba lugar.

131
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Marino pensó en esos momentos acerca de los escasos espacios de decisión en el


gobierno del dictador; donde las migajas del poder debían ser compartidas con cada
vez mayor cantidad de zánganos de la tierna podredumbre y los gerontes de la vieja
guardia de carcamales militares en activo que rodeaba al general.
Éstos parecían rehusarse a la muerte y al retiro “por orden superior”. Uno de
ellos ya bordeaba los noventa años y aún con pañales desechables y chochera senil
seguía en funciones, ante el descontento de los postergados civiles del partido oficia-
lista.

Marino debió ensamblar personalmete y con Nimia los estantes, en las profundi-
dades del búnker. Quizá para evitar que los carpinteros descubrieran su secreto. Aún
así, todo quedó a la medida y aún sobró lugar para más libros, que eran su camino a la
libertad.

Pronto Marino pudo reunir una pléyade de estudiantes aventajados con quienes
supo congeniar sin problemas y pudo compartir con Nimia sus ocios, diversiones y
logros académicos, pero algo faltaba para completar el aparentemente satisfactorio
panorama: la caída de la atroz tiranía militar de muchos años.
Pero, de suceder esto… ¿qué harían después los paraguayos, acostumbrados como
estaban a la falta de libertades y a la obsecuencia genuflexa? ¿Cómo actuarían sin un
amo que diera órdenes para ser obedecido y sin un totem a quien venerar con devo-
ción digna de mejor causa?
¿Vagarían —como los desorientados y contaminados hebreos del éxodo— cua-
renta o más años por el desierto conceptual en busca de las razones de la libertad…
ignorando la responsabilidad personal y social?

Nimia lo sacó de sus cavilaciones con suave voz de mezzo soprano.


—¿Estás pensando lo mismo que yo, querido? ¿En el después?
—Justamente. El después viene llegando a galope tendido y nadie ha tomado cuenta
de que Cronos es implacable e impasible, no perdona a los rezagados. ¿Qué nos
aguarda espués de… de esto? Sí, en eso pensaba. ¿Cómo has adivinado?
—Es que somos pocos y nos conocemos mucho, querido tontorrón —respondió
Nimia, también sorprendida por las palabras y vocabulario de su pareja, distante del
otrora paleto y crudo jovenzuelo que fuera, hasta su metamorfosis interior, todavía en
estado evolutivo de crisálida.
Pero esa crisálida no tardaría en transmutarse para volar con alas propias, toda
vez que la perversa policía de Stroessner reciba su merecido.

132
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

25

NEOFOBIA CRÓNICA.

Asunción, 12 de julio de 1987


—Así es, mi jefe —dijo el obsecuente Cantero a Pastor Coronel—. El tipo ése,
se nos fue definitivamente de las manos y no se parece en nada al chambón idiota y
tímido que conocí años atrás cuando era estudiante secundario. Cuando eso, apenas
sabía escribir su nombre y su letra parecía garabato de preescolar retardado. Hablaba
como si tuviera papas en la boca y de puro milagro entendíamos lo que quería decir…
sin equivocarnos nosotros.
—¿Y ahora qué…? —preguntó lacónicamente el obeso PastorCoronel al subalterno,
quizá extrañando el suculento asado dominguero anterior, o suspirando por el si-
guiente.
—Ahora es uno de los más sobresalientes alumnos de la facultad de Contables y líder
de estudiantes… contreras. Fíjese usted, mi jefe. ¿Cómo pudo haber cambiado tanto
que ni él mismo se conoce? Sólo puede ser esa mujer, su concubina.
— ¡Explíquese mejor, subcomisario! —replicó impaciente el jefe de investigaciones,
manteniendo las rígidas distancias jerárquicas, inmerecidamente logradas.
_Una vez, hace tiempo, aparecí por su casa para citarles acá en la jefatura y la
mujer me peló la tarjeta del general Torres y me esquivaron el bulto limpiamen-
te. Parece que la Nimia ésa anda en amistad con varios militares de la pesada, en
actividad y no pude hacer nada. Además, cuando murió el general Torres, otros,
entre ellos el propio comandante de la Caballería fueron sus protectores. Hasta
el propio don Mario lo hizo expulsar de la nacional… y una llamada del general
ése le devolvió la matrícula en un santiamén, mi jefe. Y ahora pasó a la vereda de
enfrente… y sabe mucho. Hasta se convirtió en instructor de los más atrasados
de su facultad y lidera un movimiento claramente opositor a las autoridades del
superior gobierno. Y esa mujer…
— ¿Qué pasa con esa mujer?
—Según mis informantes, es la hada madrina del tipo ése, Bado y la que reune en
su casa a los compañeros de su pareja, pero cuando quisimos infiltrar al grupo,
ella señaló a los infiltrados y los echó de su casa. Fíjese un poco. ¿Cómo los
descubrió? ¡Es una bruja, o si no, tenemos a un traidor entre nosotros!
— Siga investigando, Cantero. Esto no puede quedar así. ¿Pudo meter un in-
formante en la facultad de Contables?
— Sí, mi jefe. Tengo varios, pero no supieron pillar nada en su contra, o no
quisieron. También recibieron instrucción extra de ese Marino, sobre Proyecto Pre-
supuestario y otras materias difíciles, pero nada más. Salvaron los exámenes y ahora
son sus incondicionales… pero sigo desconfiando de que hay gato encerrado, mi jefe.
Algo ha de haber, para que un ignorante y cobarde como era el Bado ése se vuelva
todo un intelectual y ya no me tiene miedo y hasta tuvo el tupé de burlarse de mí
cuando le puse una pistola en la cara. El miedo fue, hasta ahora la mejor arma del
gobierno para tranquilizar a los paraguayos. ¿Qué va a pasar cuando ya nadie nos
tenga miedo? Y está pasando eso con esas “asambleas de la civilidad” y sus mitines
relámpago. Hasta ahora se ríen de nosotros.
—¡Humm! ¡Eso sí ya es grave, subcomisario! —dijo Coronel rascándose la alopecia
precoz de su cabeza para ver de sacar alguna idea de ella—. La palabra “cambio”
debería ser borrada de los diccionarios de todo el país. Hasta en los festivales estu-
diantiles de ahora, cantan a coro “cambia todo cambia” y entonan estribillos agresi-
vos contra las autoridades, pero no podemos meter garrote y guacha a esos cachorros
de comunistas, que el embajador Robert White se nos venía encima, cuando antes
ellos mismos adiestraban a nuestros apretadores de tuercas. ¿Habrase visto? ¡Sólo
falta que lluevan pastelitos de crema! Y ese nuevo embajador: Taylor, está en lo
mismo. Ya no podemos hacer nada, mi jefe.

133
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Nimia se preparó para viajar a Buenos Aires a visitar a unos amigos y amigas que
pudieron sobrevivir al terrorismo militar, aunque algunos como Felipe Noria se ha-
bían salvado casi milagrosamente.
El presidente Raúl Alfonsín había ordenado enjuiciar a varios responsables de la
junta militar. Pero el peligro de nuevos golpes pendía sobre los argentinos como la
espada de Dámocles, pese al desprestigio de los militares a causa de la rendición ante
Gran Bretaña.
Los nuevos comandantes, entre ellos el general Martín Balza, sin embargo, die-
ron luz verde a los juicios haciendo gala de una justa autocrítica, pero los desapareci-
dos y los niños secuestrados seguían en la nebulosa y los militares insistieron en
justificar “la necesaria guerra contra la subversión”, suegún su versión de los hechos,
ante sus jueces.
Las abuelas y madres de Plaza de Mayo insistían en la aparición de sus seres
queridos pero la realidad era más aterradora de lo que muchos imaginaban.
En el Paraguay apareció un chico en poder de ex policías federales que fueron
inmediatamente detenidos y extraditados, pese a sus contactos en la policía paragua-
ya. La justicia venía despacio pero venía.

Nimia pudo visitar a Noria, pero no evitó sentir el miedo que aún flotaba omino-
so en el barrio de su amigo. Los vecinos la miraron con no poca desconfianza y ni
siquiera respondierona sus preguntas, como si lo ocurrido con la mujer asesinada y el
hijo desaparecido, pudiese volver a repetirse.
Sólo una respondió a sus preguntass sobre el por qué de esa salvaje represión, a
lo que sólo respondió:
—Y… algo habrán hecho…¿No? Y luego se encerró tras su puerta.

En tanto, Marino seguía dándole duro a los libros, aunque de noche permanecía
fuera del búnker por si las moscas. Sabía que los policías respetaban a Nimia por
alguna razón, pero en su ausencia podrían intentar jugar sucio.
También aprendió a identificar a los integrantes de la tierna podredumbre que
pululaban por los bares aledaños a la facultad, bebiendo cerveza y bromeando como
para estirar la lengua de los más serios y estudiosos. Algo había que hacer para
justificarse ante el inefable don Mario y sus padrinos de seccional.
Recordó cuando fuera “persuadido” de actuar como informante de la policía po-
lítica si quería mantener su puesto público… y no pudo evitar un gesto de asco hacia
sí mismo por haberse sometido a esa infame “prueba de lealtad” al Presidente.
Lo único rescatable era que abandonara el vil oficio por influencia de Nimia
Peralta y tal vez por vergüenza de haber formado parte de la tierna podredumbre;
mucha de la cual seguía en la podredumbre bastante después de haber dejado de ser
tierna.
Poco a poco aprendió a comprender los alcances de la tiranía que pretendía eclip-
sar, comprimir todo pensamiento de libertad y justicia… en nombre del “mundo li-
bre” y de la “civilización occidental y cristiana” como gustaban predicar los exégetas
del general y la revistilla menstrual llamada “Selecciones indigestas” o algo parecido.
No podía achacar su antigua mediocridad a la falta de información, sino a su
pereza mental.
Gracias a Nimia pudo captar que no basta con conocer, sino que se deben com-
prender las cosas para hacer un buen papel en la vida.
—A veces es más fácil la autocensura que la autocrítica —colijo Marino en el
caletre, quizá en un atisbo de lucidez desacostumbrada por tanto tiempo de ejercer la
abulia y apatía conformista.
—Creo que necesito más pasantía en el búnker —se dijo a sí mismo antes de
arrancar su motocicleta para ir a la facultad.

134
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Poco más tarde, se reunió con algunos colegas de curso en el campus, notando
que había dos nuevos entre ellos que no pertenecían al grupo habitual. Algo le sugirió
en su interior que parase la oreja y les preguntó casi a quemarropa:
—¿Me pueden decir de qué facultad, carrera y curso son? Mera formalidad.
Nada personal.
Los dos se miraron entre sí y entre tartamudeos y monosílabos trataron de justi-
ficar su presencia en el campus, pero Marino les dijo a sus compañeros:
—Estos tipos vienen por cuenta de alguien ajeno a la universidad. Será mejor
que se retiren, o muestren sus cédulas universitarias. ¡Anden!
Los dos optaron por desaparecer de prisa, no sin lanzar amenazas a media voz y
acusándolos de “comunistas” al viejo estilo de los pyragüés de la policía política.
—Ya ven, muchachos —dijo Marino—, cómo ven comunistas hasta en la sopa.
Seguro que son empleados supernumerarios de cuarta y los enrolan a la fuerza o por
necesidad para servir de soplones; así como hicieron conmigo cuando trabajaba en el
registro civil.
Los compañeros se sorprendieron de su inesperado sinceramiento y apenas son-
rieron.
Por esos días había que andar con pies de plomo. Los intelectuales eran mal
vistos y la licuefacción reciente de la OPM, las ligas agrarias y el cierre de diarios no
pregonaban aires de libertad precisamente. También ellos estaban volviéndose para-
noicos y viendo soplones hasta en el vaso-cuerno del tereré. Pero el gobierno estaba
dando señales de debilidad sin el apoyo del Departamento de Estado norteamericano
donde también sopaban nuevos vientos, aunque veleidosos y erráticos, por entonces.
Miraron en derredor y se sentaron en la gramilla del campus a deliberar sobre un
nuevo movimiento a crear para ganar el centro de Ciencias económicas y Contables.
Los representantes de la tierna podredumbre estaban mostrando las garras y los
colmillos y había que batirlos en todos los frentes.
Ya habían tomado, los stronistas, el centro “Blas Garay” de estudiantes secunda-
rios, el “Ignacio A. Pane” de universitarios y ahora pretendían señorear en la Confe-
deración Universitaria del Paraguay; que, si aún no estaba totalmente en sus manos,
había varios representantes del partido oficialista allí.
—Ellos, los del movimiento “orgullo nacionalista”, no aceptan ningún debate
público —comenzó Marino Bado—. Parece que no tienen más argumentos que las
frases hechas de don Mario. Nada de planes de mejoramiento académico, libros para
la biblioteca y todo eso. Sólo quienen estar en el centro para alabar al general y sus
“obras de progreso” y campeonatos deportivos. Nada más. ¡Si lo sabré yo!
—Están huérfanos de la lógica —dijo Pablo Valladares, uno de los presentes—,
y sólo conocen la fuerza bruta aritmética. Ellos pretenden ganarlo todo comprando
voluntades y votos; no discutir y debatir sobre la realidad nacional. A veces se valen
de amenazas para inclinar la balanza a su favor.
—Ése es el estilo de ellos de “hacer política” —remató lapídariamente Marino—
, llevándolo todo por delante. Pero se las vamos a hacer difícil, aunque no tengamos
para los gastos de campaña. Creo que lo más factible es visitar a los compañeros casa
por casa y persuadirlos de mantener lejos a esos tipos. Si toman el centro, sólo habrá
fiestas bailables y chupis cerveceros. Nada de libros ni mejoría académica.
—Bueno —dijo Guillermo Palma para terminar—. Pues ¡Manos a la obra!

Marino pudo percibir que un auto negro estaba siguiéndolo mientras iba camino
a su casa, desde que saliera del campus de San lorenzo. Su recién adquirida pericia lo
alertó y tras hacer unas fintas se ocultó en un baldío apagando sus luces y motor.
Segumdos más tarde, el carro pasó a toda velocidad pero frenó con un chirrido
como buscándolo en la bocacalle próxima.
Marino oculto por la maleza del baldío los vio pasar sin ser visto, pero esperó
pacientemente para ver si los había desorientado. El carro negro, probablemente el

135
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Impala de Cantero quedó por más de dos minutos al acecho y luego arrancó perdién-
dose dos calles después.
Marino decidió tomar al toro por los cuernos y, tras informar a Nimia del sospe-
choso encuentro desencontrado, decidió llamar al subcomisario Cantero por teléfono
para saber sus motivos. Tal vez sólo pretendía amedrentarlo; perro que ladra no muer-
de, pero no debía descuidarse.
—Quedate tranquilo, mi amor —le dijo Nimia—. Yo misma le daré su medici-
na. Llamaré al general y le expondré tu caso. No creo que esos cobardes de la policía
se enfrenten a ningún militar; si sólo saben apalear a civiles indefensos. Mejor, cui-
date y que no te sorprendan solo por ahí. Te sugiero que, al menos por un tiempo no
andes en moto sino en ómnibus o a pie.
— ¿Por qué —preguntó Marino, pensando que era más fácil despistarlos con la
moto que a pie o en ómnibus.
—Si tanta tirria te tienen, más que nada por burlarte de ellos, pueden provocarte
un accidente. Soldado muerto no gana guerra y sobre una moto estarás indefenso
frente a un automóvil. Incluso te pueden embestir de hacia atrás.
Marino pudo razonar sobre dicha posibilidad. Y tal vez debería variar su rutina
cotidiana de lunes viernes. Sería divertido volver a jugar al auto-gato y moto-ratón15
con los torpes policías. Pero se lo guardó en el coleto para no preocupar a Nimia. Era
notorio que ella lo amaba casi maternalmente; mas también era cierto que mediante
ella salió de la mediocre murga oficialista; para cruzar a la vereda de enfrente y jugar-
se en el bando intelectual opuesto al de la dictadura. A lo hecho, pecho.

Nimia llamó por su cuenta a Cantero, pero éste no se hizo encontrar o se negó a
atenderla. No pudo, sin embargo, hacer lo mismo cuando la llamada provino de la
comandancia del primer Cuerpo de Ejército y resignadamente tuvo que ponerse al
tubo, como quien dice.
— ¿Sí? —preguntó el policía, como si no supiera con quién hablaba.
—Mire, subcomisario, No nos engañemos. Ocúpese de perseguir a delincuentes,
ladrones, abigeos, contrabandistas, robacoches y rateros. Deje de molestar a estu-
diantes, ruidosos pero inofensivos. ¿Me oye?
Cantero sintió una oleada de temblores dérmicos antes de atreverse a responder:
—Sssi, mi general. Pero esos tipos son enemigos de mi general Stroessner y…
—De la seguridad del presidente nos ocupamos nosotros, en las Fuerzas Arma-
das. Ustedes ocúpense de la seguridad ciudadana, que para eso estamos. ¿Está claro,
o prefiere conversar conmigo aquí en la comandancia?
— ¡Clarísimo, mi general! Más claro agua. Gracias, mi general.

Afortunadamente la toilette de los oficiales estaba cerca y Cantero pudo correr a


aliviarse las temblorosas tripas después de la breve conferencia laxante con un pode-
roso militar.

Podés salir tranquilo, querido —le dijo Nimia a su pareja—. No te molestarán


más esos tipos. Creo que Cantero ya recibió lo suyo y si te llega a encontrar por ahí,
va a mirar para otro lado. Te lo garantizo…
— ¡No sabía que fuera tuerto! ¿Cómo lo hiciste?
—Muchos santos me deben candelas, querido. Y ésta es una de las candelas de
alguien no tan santo. Y no preguntes más, Porque, menos averigua Dios y perdona,
como dicen por ahí.

En la facultad de Ingeniería y ciencias exactas se llevó a cabo un festival de


música al que concurrieron muchos universitarios rebeldes de varias facultades na-
cionales y algunas privadas, como la católica.
Pese a la inevitable presencia de tropas de choque de la policía, la algarabía
estudiantil desbordó con las interpretaciones de grupos musicales ajenos al gobierno

136
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—que también los había afines, pero no fueron convocados—, con letras poéticas e
irónicas sobre “la situación”. Si bien los policías esperaban un desmadre para repri-
mir, los estudiantes guardaron la cordura y ebieron contentarse con acariciar sus po-
rras y sin más remedio que “escuchar canciones de protesta” como llamaban, despec-
tivamente a la canción testimonial.
Además la prensa y algunos diplomáticos extranjeros también estaban presentes,
por lo que los uniformados debieron reprimirse a sí mismos y quedar inmóviles como
rulo de estatua.
Marino los miraba riendo para sus adentros. Hubiera gustado ser uno de los intérpre-
tes, pero debió resignarse a aplaudirlos a rabiar y sin perder la compostura. Sabía que
al menor atisbo de desorden o gestos de agresividad, los policías comenzarían a re-
partir hostias a los presentes, pues esas eran sus instrucciones. Sólo que no previeron
de infiltrar a agentes provocadores que podrían facilitarles el trabajo represivo.
Hasta ahora no pudo aceptar o entender cómo y cuándo había empezado a trans-
mutarse y tomar conciencia crítica hacia el poder. Ese mismo poder que lo sedujera
en sus años adolescentes, como cantos de sirenas o carnada para bobos.
Pero también estaba tratando de entender el por qué de la neofobia de los amos
del sistema.
Cierta vez oyó a uno e los oficiales de la policía que todo informante debe parar
la oreja al oír la palabra “cambio”, pues era subversiva y podía ser un llamado al
quiebre institucional o al quebrantamiento de “la paz pública”.
Y la llamada paz era onomatopéyicamente sugerente y la más parecida a la tran-
quilidad de los cementerios.

Tristeza iluminada, porChester swann.

137
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

26

LA REBELIÓN DEL
REBAÑO

Asunción, 2 de mayo de 1987.

La procesión del silencio se desarrollaba pacíficamente, cuando a pocas cuadras


de la catedral de Asunción, la policía arremetió con porras, gases lacrimógenos y
carros hidrantes contra la multitud.
No hubo provocación de los civiles, y sólo velas encendidas y una lenta marcha
en fúnebre silencio, pero bastó para que el general Brítez Borges, jefe de la policía —
con un walkie-talkie en mano, ordenara atropellar la procesión y disolverla.
— ¡Metan cachiporras, gases y balines de goma!—ordenó el general Brítez, el
energúmeno jefe de la policía—. ¡Y si si se resisten a dispersarse, les autorizo a usar
la violencia nomás!
Marino, Nimia y algunos compañeros universitarios de su pareja, —pese a no ser
católicos—, se hallaban entre los presentes y no pudieron evitar la estampida y varios
golpes “húmedos” de los carros-hidrantes y las porras policiales.
Tras el desbande obligado, hubo muchos detenidos “por alterar la paz pública”.
Pero ante la enérgica reacción del arzobispo de asunción monseñor Ismael Rolón,
fueron liberados, aunque varios debieron ser hospitalizados. Especialmente las per-
sonas de edad avanzada que no pudieron correr a suficiente velocidad para escapar
del cobarde ataque policial al que se sumaron algunos seccionaleros de Sajonia y
Chacarita con arreadores de cuero, palos y cadenas de bicicletas en mano, supuesta-
mente para ayudar a “moderar” a los manifestantes que ya estaban moderados sin
ayuda alguna.

Esa noche, Nimia y Marino estaban evaluando sus averías y magulladuras que,
afortunadamente, no eran graves pero bastaron para decidirlos a hacer oposición cívi-
ca activa al tirano militar, sumándose a la ciudadanía consciente que clamaba por un
cambio total.
Ya daba para pensar de qué venía la cosa y, si antes hacían oposición pasiva, ya
no les quedaban dudas de la realidad cruda oculta tras la propaganda oficial alimenta-
da por las groseras voces de los perifoneros de “la voz del coloradismo” y Radio
Nacional del Paraguay.

—Las mentiras tienen patas cortas —dijo Nimia aplicándose unas compresas
con hielo sobre sus magulladuras, mientras Marino se vendaba sus heridas de perdi-
gones de goma en su pierna izquierda—. Ya no pueden llegar muy lejos. Y hasta
aquí està llegando la paciencia de la gente decente del país. ¿Te duelen mucho los
perdigonazos, mi amor?
—No es nada —respondió Marino lavando la sangre con agua fría—. Pensé que
me matarían, pero parece que sólo están mostrando su miedo al cambio. ¿No te
parece? ¡Pensar que apenas dos años atrás no me hubiera sentido capaz de participar
de esto! Ahora ya no serán los policías quienes nos quiten lo bailado.
—Cambia; todo cambia —dijo suavemente Nimia, recordando una canción de
moda—. Es la resurrección de los zombies en rebelión continua. Ahora, ni los colo-
rados aguantan esta situación. La paz de los cementerios está al terminar y hasta los
zombies se amotinan. Esto no va más.
—Si —respondió Marino mientras hojeaba un diario del Brasil—. La pelea
entre la “militancia” oficialista, con su mafia gay denominada “la cofradía” por sus
miembros, y los “tradicionalistas” va a estar reñida. En agosto será la convención del
partido, y sospecho que los “militantes se harán del control de la Junta de Gobierno
colorada. Uno de los candidatos incondicionales del general, es el ministro del Inte-
rior y controla a la policía. Otro, es el secretario privado: don Mario. No van a

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

aceptar la victoria de los opositores internos de su propio partido. Para ellos será
cuestión de vida o muerte, viéndolo desde su necia óptica.
—Sí. Algo van a intentar, que son maestros de las malas artes. Ya vas a ver.
Hasta los zombies se están rebelando contra el amo. Saben que la hora del senil
general está llegando y quieren una sucesión dinástica “a lo Somoza” o a lo Trujillo,
en la persona del amanerado hijo del dictador; resistida por los militares instituciona-
listas que todavía quedan después de lo del capitán Ortigoza.
—Dicho sea de paso —señaló Marino—, Ortigoza ya cumplió su condena de 25
años… ¿Será que lo van a poner en libertad… o va a seguir en el calabozo del cuartel
central de la policía?
—Está muy anciano y maltrecho —dijo Nimia—. Probablemente si lo sacan,
seguirá en prisión domiciliaria… o confinado en el interior hasta que muera. Salvo
que Amnesty International abogue por su ida a otro país. Ya le han hecho bastante
daño.

Marino siguió concurriendo a la facultad, pese a las leves heridas de perdigones,


pero el siguiente fin de semana merecía un par de días de relax para superar el trago.
Pensó en proponer a su pareja un raid en moto hacia la Cordillera de Los Altos.

Nimia accedió a acompañar a Marino sobre la motocicleta, en calidad de copilo-


ta-pasajera. Estaban satisfechos, ambos, pese a las heridas y magullones recibidos.
Casi estaban exultantes y orgullosos de sus “condecoraciones de guerra” contra
el dictador, aunque las esperanzas en una transición se iban diluyendo poco a poco.
Stroessner no daba señales de querer irse. Uno de sus hijos había muerto en olor de
sobredosis y el otro, pese a ser oficial de la fuerza aérea, no destacaba precisamente
por su exceso de virilidad, al punto de ser apodado maliciosamente “la coronela” por
los deslenguados de siempre. Por supuesto que a sotto voce y lejos de las orejas de
los pies peludos, aunque éstas siempre estaban más cerca de lo calculado.
Fueron hacia las afueras de Asunción, en dirección a Paraguarí Piribebuy, a una
hora de camino aproximadamente.
No tenían en ealidad apuro ni rumbo, sino simplemente vivir una aventura moto-
rizada en el parque Chololó y sus cascadas, en plena cordillera de Los Altos para
relajarse un par de días.
Pronto debían integrarse a sus rutinas respectivas y era una magnífica ocasión de
conocerse nuevamente después de tanto tiempo de convivencia casi superficial y con
esceso de formalidad aunque no exenta de cariño.
Si bien Marino había experimentado una metamorfosis —tanto en su compor-
tamiento como en su intelecto—, todavía amaba a Nimia más como madre ortopédica
que como mujer; pese a que ella era realmente una compañera en todo el sentido de la
palabra: una verdadera hetaira griega: leal a carta cabal y dueña de un erotismo em-
briagador y cautivante.
Esa noche pernoctaron en el hotel de Chololó y se redescubrieron, casi por pri-
mera vez, como amantes en celo, prodigándose mimos y caricias casi hasta el amane-
cer. Los ruidosos gallos del lugar les robaron el sueño acumulado y aprovecharon
para seguir mimándose por horas, casi hasta la caída del sol.

Marino se sintió doblemente gratificado y su gratitud hacia su pareja aumentó


exponencialmente con su lealtad hacia ella y su sabiduría. ¡Era una verdadera sacer-
dotisa de Minerva-Atenea!

Sin mayores sobresaltos, Marino Bado continuó entorpeciendo el avance de la


aplanadora oficialista en su centro de estudiantes, De momento, ingeniería y medici-
na eran los bastiones de la resistencia que permanecían aún irreductibles dentro de la

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

nacional.
Faltaba hacer trabajo de militancia y a eso iba. Ahora sus compañeros podían
reunirse en su casa y, de haber cambios políticos, hasta podrían acceder al búnker-
biblioteca donde había aprendido y comprendido tantas cosas en tan poco tiempo,
gracias a su diligente pareja. Se sentía otro hombre, bien diferenciado del lumpen del
cual había formado parte desde su niñez adocenada.
Pensó en su madre, aún recluida en un remoto pueblo del interior, a la cual no
visitaba hacían al menos tres años.
Sugirió a Nimia hacer una gira de fin de semana en moto hasta su pueblo, lo cual
no dudó ella en aceptar.
—¿Tenés dónde alojarte, o llevamos una tienda para dos personas? —dijo ella son-
riente—. Creo que podemos llevar una para hacer camping donde sea…
—Excelente idea —respondió Marino. El viernes de noche partimos. Le dare-
mos una sorpresa a doña Mariana. Ahora vive prácticamente sola, ya que mis herma-
nas y hermnos emigraron hace como año y medio a Buenos Aires para trabajar. Creo
que soy el único ingrato de la familia… y debo disculparme y justificarme, tarde
pero…
Nimia lo abrazó cariñosamente por un buen rato, hasta que reaccionó y le dijo
que saldría inmediatamente a comprar una tienda para ellos.
—Creo que en Asunción hay una fábrica de carpas para camping. ¿Qué tal si
vamos a dar una vuelta? Todavía no me sacaste a pasear por Asunción, tontorrón.

Doña Mariana oyó, gracias al esaforado ladrido de sus perros, el suave ronroneo
de una motocicleta que llegó casi de madrugada quebrando el aldeano silencio del
lugar.
Grande fue su sorpresa al ver al hijo pródigo ante su estupefacta mirada, acompa-
ñado de una elegante mujer de mediana edad.
— ¡Hola, mamá! —atinó a decir Marino con la voz casi quebrada por la emo-
ción.
— ¡Mi hijo! —casi gritó doña Mariana en medio de la madrugada, alarmando a
los vecinos inmediatos quienes no tardaron en acudir pensando lo peor, tal se estilaba
aún en las campiñas paraguayas ante el deceso inesperado de un ser querido anuncia-
do con alaridos.
Finalmente todos saludaron con cariño al tanto tiempo ausente y a su pareja, la
cual también disfrutó del encuentro filiomaternal.

Luego de un fin de semana alegre y distendido, cargados de queso casero y frutas


deliciosas del lugar, montaron en la poderosa máquina para regresar a la capital; no
sin antes prometer un pronto regreso.

Doña Mariana estaba chocha y feliz con los logros de su hijo y también otros
vecinos del lugar que lo habían visto partir años atrás con sus primeros pantalones
largos y sus casi desorientados pasos hacia la capital.

Se aproximaba la convención colorada y el temido enfrentamiento entre su eter-


no presidente don Juan Ramón Chávez por el bando “tradicionalista” y los “militan-
tes” del llamado Cuatrinomio de oro, fanáticos turiferarios del general y su círculo
áulico: el ministro del interior: Sabino Montanaro; el de salud: Adan Godoy; el de
“justicia” Eugenio Jacquet y el director de correos Modesto Esquivel. Todos miem-
bros de la “cofradía” de Gustavo Stroessner y de similares tendencias,
En realidad todos eran fanáticos en mayor o menor grado y sólo diferían en deta-
lles casi imperceptibles. Chismes aparte, Montanaro dio instruccciones a la policía
de la capital —así se la llamaba entonces—, para impedir la entrada al local partidario

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

a todos los convencionales vinculados al “tradicionalismo” para tomar al poder sin


oposición.
Mas era ilusorio creer que existía “oposición” en el seno del centenario partido.
Los contendientes spenas rivalizaban en el nivel de servilismo y obsecuencia hacia el
viejo tirano militar. Sólo que, mientras los “tradicionalistas” guardaban la forma y
una espuria institucionalidad, los otros no disimulaban su abyecta sumisión y obe-
diencia hacia el desgastado general.
En realidad el partido colorado o “Asociación Nacional Republicana” era el prin-
cipal soporte de la dictadura y, esté quien esté al frente de la misma no cambiaría las
cosas. Simplemente los de la llamada “militancia” querían barrer con los jerarcas e
intelectuales “de abolengo” para dar paso al lumpen adocenado y a la “cofradía”
liderada por el hijo mayor del presidente, sin ninguna trayectoria política pero con
superlativas ambiciones de poder y dinero; en la poco feliz creencia de que el Para-
guay era propiedad de la familia Stroessner y sus allegados.
Hechas estas digresiones, sigamos con los protagonistas de esta crónica jacaran-
dosa de los años de plomo del Paraguay.

Marino Bado, diarios en mano, comentaba con Nimia los acaeceres políticos,
tomando a la chacota las pretensiones de ambos sectores en pugna y con similares
propósitos.
—Siguen tratando de jugar a quiénes son más fanáticos y lambericas del general
ése —dijo Nimia con sorna, evitando nombrarlos por si daba mala suerte—. En
cuanto a los “otros”, mejor ahorrar comentarios, que sus prontuarios son más esca-
brosos que el de Messalina, la non sancta madrecita de Nerón, si cabe la compara-
ción.
— ¿Y qué del tercer candidato: von Prieto? Por ser un intelectual defensor del
statu quo fascista quizá no tenga ninguna chance de ser electo.
—Claro que no la tiene. Simplemente será usado para avalar y legitimar las
trampas de los militantes… a cambio de un lugarcito en la conducción partidaria.
Hasta sus “Libretas Republicanas” son un lamentable desperdicio de papel. Creo que
ni él mismo las lee, salvo al escribirlas —respondió Nimia—. Casi como el diario
“Patria”, que todos están obligados a comprar, pero nadie lo lee. También “von”
Prieto fue parte de la tierna podredumbre en los años cincuenta al sesenta, si mal no
recuerdo; creo que se llamaba la “vanguardia estudiantil nacionalista”. ¡Ese sí que
era un fanático del que-te-dije…!
—Bueno, querida. Todos los tiranos tienen o tuvieron amanuenses asalariados.
Hasta los faraones y emperadores chinos. ¿Por qué no éste reyezuelo provinciano del
subdesarrollo? Don Leandro llena ese requisito.

La madre de Marino llamó por teléfono desde la central telefónica de su pueblo


para preguntar si sería bien recibida por unos días.
—Debo hacer unos trámites en la Dirección de Impuesto Inmobiliario y Registro
de la propiedad, por el terreno de nuestro rancho, doña Nimia. ¿Y Marino?
—¡Por supuesto, doña Mariana! Será bienvenida cuando guste. Marino salió
para la facultad ahora. Puede llamarlo mañana por la mañana y a la media tarde. Le
voy a avisar para que espere su llamada.
—Gracias mi hija. Que Dios te bendiga…
Nimia no quiso replicarle que no había menester de bendiciones de ningún dios
de dudosa existencia, y se contuvo para no herir a la anciana consustanciada con
creencias tradicionales ajenas a la razón.
Simplemente dejó una esquela junto al teléfono para avisar a Marino de la llama-
da y acudió a la sala para recibir el importe de las rentas del alquiler de los cuartos.

Esa noche, Marino regresó algo más tarde de lo habitual. Habían tenido exáme-
nes y luego hicieron —con los colegas del movimiento Dignidad universitaria— una

141
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

petit reunión antes de retornar.


Nimia temía que Cantero y sus secuaces hubieran vuelto a las andadas, aunque
no estaban muy lejos de ello. A decir verdad, Ni Cantero Ni Coronel estaban confor-
mes con dejar en paz a ambos y no cejarían hasta “encontrarles la vuelta” como quien
dice, para involucrarlos en algún delito político, que para eso un congreso domestica-
do había creado dos leyes: la 209 y la 294, para buscar delitos a la carta. Sólo faltaría
alguna denuncia formal para llenar el expediente… y ¿de qué se los podría acusar
como para que ningún militar de alto rango no meta la cuchara en su favor? ¡He ahí el
dilema!

—Entonces —pensó el maligno policía— la única manera de deshacernos de


este dúo… será borrarlos del mapa, sin que se entere nadie. O por lo menos que no
nos culpen a nosotros.
Recordó a un colega egresado de la Escuela de las Américas, un oficial de infan-
tería de reserva, experto en “desapariciones” y otras materias de la benemérita escue-
la de golpistas y asesinos uniformados, situada en la llamada “Zona del Canal” en
Panamá.
De pronto recordó que éste podría ser amigo de Nimia y ponerlo en riesgo ha-
ciéndole perder su carrera, por lo que decidió esperar algún momento propicio.

La madre de Marino llamó para anunciarles su venida desde la terminal de ómni-


bus y Nimia le sugirió que tomara un taxi, dándole la dirección de su domicilio y
diciéndole que pagaría la carrera al llegar.
—Marino se llevará una sorpresa —pensó—. Así que arreglaré todo para que se
encuentren depués de la facultad.
Media hora más tarde, el taximetrista le pulsaba el timbre con la pasajera a bor-
do.
La dueña de casa la recibió, abonando la carrera y ayudándola con su pequeño
bagaje de mano que portaba como patente visible de austera pobreza franciscana.
Tras acomodarla en una de las habitaciones de huéspedes, le invitó unos recon-
fortantes mates amargos antes de ofrecerle un baño privado para sacarse lor humores
del largo viaje con una ducha templada.
Marino llegó casi después de las diez de la noche y luego de estacionar su moto
en el patio, subió las escaleras para encontrar a doña Mariana repantigada en el sofá
de la sala en bata y en pantuflas.
El reencuentro fue tan emotivo como el primero y celebrado con un floclórico
tereré bien refrescante, como preludio de la cena.
Muchas confidencias surgieron esa noche en la sobremesa y Marino debió justi-
ficar su largo silencio, amén de algunas confesiones autocríticas de su deplorable
pasado.
De todos modos la situación en el interior estaba tan inestable como en la capital
y los comentarios sobre la fallida convención colorada no se hicieron esperar.
—La mitológica “unidad granítica” del partido oficialista está a punto de resque-
brajarse —dijo Nimia con toda la ironía que le cupo—. Habrá que buscar algún
pegamento ajeno a la devoción hacia el general. El barco republicano está escorando
a estribor y necesitan calafateadores con urgencia, valga la analogía marinera, aunque
“la cofradía” es en realidad una anal-logia y se viene abajo por desprolija hedonista.
Sólo falta un empujoncito y se desploma la estantería de la segunda reconstrucción.
—No entiendo nada de política —dijo prudentemente la señora Mariana, esqui-
vando el culo a la jeringa para no comprometerse opinando.
—Tiene razón doña Mariana —intervino Nimia conciliadora—. Es que hay
muchas bocas y la mesa está pobre para tantos hambrientos. Veámoslo así; los chaca-
les no tardarán en pelear por la carroña sobrante de la segunda reconstrucción.
—Muchos ratones para tan poco queso… —acotó irónicamente Marino bebien-
do un café—. Aunque éstos, más bien son más ratas que ratones, y con hambre
atrasada.

142
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

— ¡Che Dios, qué calamidad, Dios mío! —exclamó doña Mariana escandaliza-
da; no tanto por el exabrupto, sino por prudencia, que en esos días “hasta las paredes
tenían orejas y ojos”,
— ¡Tranquila, señora! A quí no hay más autoridad que nuestra conciencia —dijo
Nimia terciando entre risas—. Cuando las ratas eatén pasadas de hambre y escasee el
queso, se morderán entre ellas hasta matarse. ¡Ya verá usted!
—Dios te oiga, mi hija. Dios te oiga —dijo doña Mariana con voz queda, aunque
con un gesto afirmativo para dar fuerza a la idea.

Luego de varios días, la madre de Marino retornó a su pueblo llevando un poco


más de tranquilidad y paz al saber que su hijo menor estaba en buen camino y agrade-
ció a Nimia Peralta el haberse esforzado para tal menester, no sin haberla colmado de
bendiciones que ésta agradeció cortésmente.
Marino continuaría estudiando y leyendo cuanto podía; a pasando horas nocturnas en
el búnker. No pocas veces se acostaba casi al amanecer, tal era su prisa por ganar el
tiempo perdido.
Mas también otros quemaban cirios por esas noches, en algún lugar de Asunción.

Lady reading, por Chester Swann

143
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

27

“OPERACIÓN 33”

Asunción, 26 de agosto de 1987

El palacio de López y casa de gobierno era un hervidero de idas y venidas ese


día. Los correveidiles del general-presidente se hacían eco de la magna onvención
del partido oficialista, en el local de la “Junta de gobierno” una especie de comité
central del partido. Como era de esperarse, la policía había impedido el ingreso de los
colorados “tradicionalistas” que debieron retirarse mascullando improperios contra
“la cofradía” y las raras inclinaciones de los militantes. Nada hacía presagiar lo que
vendría poco después.
Marino y sus compañeros se hallaban haciendo planes para mantener invicto al
centro de estudiantes de ciencias económicas y contables de la universidad nacional
de Asunción, aún no “tomada” por los comparsas del general.
Pero sabían que tras la espuria “victoria” de los de la “cofradía” militante se
desataría otra caza de brujas contra los estudiantes rebeldes y contra quienes no acep-
taban mansamente la situación.
La irrupción del lumpen más rezagado, a la conducción viejo partido, era por otra
parte indicio irrefutable de la decadencia del viejo autócrata militar y de su entorno de
gerontes perturbados.
Y el celo de éste círculo contra la generación emergente era terrible. No toleraría
que le hicieran sombra y menos aún que le disputaran su dudosa autoridad.

Por entonces, Marino Bado se convirtió en una suerte de cabecilla —por no usar
anglicismos emparentados con el tirano y “único líder—, más que nada por méritos
propios. Ya iba siendo hora de enfrentar a los soplones y, de ser necesario a la misma
policía política el régimen, aún a costa de riesgos imprevisibles.
A veces hasta la propia Nimia se resistía a creer cómo se había operado tal trans-
mutación en esa persona a la que conociera más de treinta años antes y en otro contex-
to diametralmente antagónico.
Era una suerte de resurrección desde las catacumbas de la mediocridad, del fon-
do de la platónica caverna… a la luz de logos, de la comprensión del conocimiento.
Nada sería igual para él desde entonces, pero era el riesgo de atraer las iras de los
necios que se la pasaban conspirando contra la inteligencia.
Pero en el fondo, estaba contenta y conforme con esa metamorfosis interior de su
joven pareja y su auto redescubrimiento a través de las letras,
Calculó que la burbuja no tardaría en alcanzar su límite, para estallar en poco
tiempo más.

En cierto lugar crepuscular de Asunción, una noche se dieron cita varios miem-
bros de la Gran Logia Simbólica del Paraguay y subsidiarias del Valle de Asunción,
para planear por su lado el “después”.
Varios eran militares en actividad, en la armada el ejército y la aviación, pero
también connotados civiles y algunos ex policías retirados, todos con sus correspon-
dientes mandiles, joyas y preseas para la solemne tenida de la noche.
Tras las salutaciones al Gran Arquitecto del Universo, se iluminó discretamente
el altar y principió la ceremonia.
Todos los presentes ostentaban el grado máximo que daría nombre al operativo
de retorno a la democracia, tal era interpretada por los Estados Unidos y los políticos
de diversos partidos allí presentes, incluidos la democracia cristiana y la socialdemo-
cracia febrerista, liberales y colorados hartos de ser usados como trapo viejo.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

_¡Silencio en la sala, hermanos! —principió el Hermano Fénix dando un suave


golpe con el mallete para principiar la sesión.
—La situación del mundo está cambiando y es necesario trazar nuevos rumbos a
la historia.
El oficiante guardó breve silencio antes de retomar la lectura de su plancha.
—Henos aquí reunidos bajo la advocación del Gran Arquitecto quien nos ha de
alumbrar el camino a seguir en breve. Como saben, una cáfila de profanos advenedi-
zos intenta usurpar el poder republicano y constitucional e imponer una suerte de
sucesión dinástica ajena a los sagrados valores y principios republicanos. ¿Alguien
desea tomar la palabra?
Uno de los presentes: el Hermano Víctor alzó el brazo derecho.
El mallete cayó sobre la mesa ceremonial como concediendo la palabra.
_Todos los aquí presentes estamos conscientes de que se debe pasar a la acción
_dijo el opinante_, y para ello hemos elegido en consenso el nombre de Operación
Treinta y Tres, como los 33 orientales de Lavalleja que dieron el grito de independen-
cia de la Banda Oriental en el siglo XIX¸también como los grados de nuestra augusta
Orden. ¿Alguien tiene una objeción?
Los 33 presentes se pusieron de pie y aplaudieron unánimemente.
La suerte estaba echada.

Por supuesto que los ojos y oídos masónicos del tirano estaban en alerta y no
tardó en estar al tanto de la conspiración de los treinta y tres.
Stroessner no demoraría en urdir yplanear cómo deshacer el operativo.
No todos los masones estaban “consustanciados con los principios republicanos”
y varios de ellos apoyaban abiertamente a Stroessner como “un mal menor”, entre
ellos ciertos caudillos liberales, engolosinados con las migajas del poder, como Emi-
lio Forestieri, R. Lezcano, Diego Bertolucci y otros del “grupo Geniolito” colabora-
cionista.
Èstos se destacaban por su neofobia o su gatopardismo, Si algo debía cambiar,
era solamente para que todo siga igual. Y la neofobia no es una dolencia nueva o
recién descubierta, sino una forma patógena letal del conserva-durismo (sic) y repele
toda reforma o avance hacia la evolución gradual.
Y uno de estos enfermos informaría a los servicios de espionaje del general Stroes-
sner sobre las intenciones de “los otros”.
Mas era evidente que hasta una fraternidad tan compacta como la masonería
podía haberse dividido entre partidarios del statu quo y entre quienes cantaban: «Cuan-
do los cambios vienen marchando» sin desentonar sus voces.
Pero los colaboracionistas y traidores a la república eran cada vez menos; ralea-
dos por el hastío y la decepción, pero también por la corrupción imperante.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Rebelion popular, por Chester swan.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

28

LA FRUSTRADA REACCIÓN DE LOS


NEOFÓBICOS

Asunción, 6 de octubre de 1988.

Lo que no pudieron imaginar los usurpadores que tomaran por asalto la conduc-
ción del partido es que la división no tardaría en sembrar su nefasta pero justiciera
semilla, ya que no todos sus afiliados o simpatizantes comulgaban con el statu quo y
más bien se sentían usados por “la cofradía” de la corrupción, dirigida por el hijo
mayor del presidente, el ministro del Interior, el de Salud Pública, el de “justicia y
trabajo”, el directo de Correos y el aliterado don Mario.

Varios militares al enterarse de la intención de aquéllos de entronizar al coronel


Gustavo Stroessner para suplir al padre —no sólo en la presidencia del Paraguay, sino
en la jefatura del ejército—, comenzaron a manifestar su inconformidad al coman-
dante del poderoso Primer Cuerpo de ejército. Al principio con tímida corrección,
luego con cierta firmeza.
Éste prometió a sus comandados impedir tal despropósito lo antes posible.
Pero estas confaulaciones debieron haber llegado a oídos del más alto a pesar de
las precauciones.
Como se dijera, los correveidiles estaban en todas partes; incluso bajo las carpas
del Gran Arquitecto y no es de extrañar que el malestar de muchos oficiales se mani-
festara hacia las alturas.

Ambién Nimia se enteró de los entretelones a través de sus amigos militares


masones. La reacción no demoró en hacerse sentir con la “accidental” voladura del
polvorín de la gran unidad de Campo Grande dejando a ésta sin poder de fuego y sin
municiones.
Seguramente, el decadente general-presidente pensó en dejar a su consuegro ac-
cidental sin pertrechos para prevenir un eventual alzamiento ya cantado, valiéndose
para ello de algunos suboficiales subalternos de la caballería, adictos al tirano.
Esta vez no podrían orquestar un segundo “affaire Ortigoza” por varias razones,
de peso, pero todavía quedaba un arma: el sabotaje.

Muchas eran las razones de la resistencia de cierta oficialidad; pero la más im-
portante era el asco que despertó “la cofradía” en los militares institucionalistas.
No es de extrañar que algunos estudiantes hijos de militares en actividad, supie-
ran del hastío reinante en filas castrenses. Muchos oficiales fueron pasados a retiro
por mantener a los más veteranos fieles del presidente en el poder de mando, salvo al
peligroso, celoso e imprevisible consuegro.
Por supuesto, Marino debió enterarse en sus conciliábulos con los compañeros e
incitó a éstos a manifestarlo en alta voz y dándoles su confianza, mercancía muy
desvalorizada por esos días.
—Creo que la cosa no va más, dijo Arístides Díaz, uno de sus contertulios y
colegas de facultad, además de poeta social en tiempo libre—. Sólo la policía apoya
este estado de cosas y uno que otro planillero ministerial adicto a prebendas, canon-
jías y zoquetes, vía succión de calcetines a la orden.

—Opino igual —respondió lacónicamente Marino Bado con harto conocimiento


de causa y efectos—. Así hemos sido programados desde niños… para ser lamberi-
cas sumisos, obedientes incondicionales, pero parece que unos cuantos hemos roto el
molde aunque tardíamente; y supongo que entre los milicos también, pese al vertica-
lismo y la obsecuencia del mal llamado “espíritu de cuerpo”.

147
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

Los debates siguieron hasta muy tarde y finalmente decidieron declararse en se-
sión y alerta permanente. Los necios no estarían pasivos y de seguro buscarían con-
traatacar, tras la voladura del polvorín del Primer Cuerpo de Ejército y creyéndose
seguros.

Sin embargo, sólo perifonearon bravatas y amenazas contra los “café-con-le-


che”, los “tibios”, los “comunistas”, los traidores y los “contreras” de siempre. Nada
nuevo en el mermado pero repetido léxico de los oficialistas de lápices cortos.
—Perro que ladra no muerde —pensó Marino apagando la radio a transistores
que estaba perifoneando en la obligada cadena de “La voz del coloradismo”, emitida
desde Radio Nacional del Paraguay y retransmitida por una cadena de radioemisoras
privadas—. Nada nuevo.
La verdad era que el dictador temía a sus subalternos y, pese a sus “consejeros”
civiles del partido, no se atrevía a poner el cascabel al gato, que en tanto aprontaba sus
propios cascavel-urutú16 artillados sin hacer mucho ruido.

Arrancó su moto en la entrada del campus y se dirigió hacia la salida opuesta,


sobre la avenida Mariscal López, aconsejado por la prudencia que le soplaba cambiar
siempre de rutina y de ruta para no tener encuentros desagradables.
Por esos días se desataría una caza de brujas, tanto en el partido de gobierno
como entre funcionarios no fanáticos en demasía y los “incondicionales hasta las
últimas consecuencias”, aunque en el seno del ejército todavía no cundió el pánico
entre la oficialidad joven, la que —tardíamente, es cierto— pretendía redimir a las
fuerzas armadas de la ignominia impuesta por la tiranía.
Al llegar al portón principal giró a la derecha en dirección a San Lorenzo con la
intención de retomar la avenida Mariscal López hacia el centro de Asunción, cuando
se percató de que un automóvil lo seguía a muy corta distancia.
Giró por varias calles aledañas y el misterioso (o no tanto) vehículo seguía detrás
suyo manteniendo rumbo y velocidad.

Decidió comprobar si efectivamente era seguido y giró repentinamente retoman-


do el rumbo hacia San Lorenzo pensando despistarlo en el tramo San lorenzo-Luque,
aún no pavimentado, lo que le daría cierta ventaja con la moto… si sólo se limitasen
a seguirlo y no de tenderle una emboscada en un descampado. Y el tramo San Loren-
zo-Luque era oscuro y rústico en muchas partes, pero decidió arriesgarse.
—“Auto gato contra Moto ratón” —pensó por unos instantes decisivos antes de
lanzarse a esos oscuros caminos que conocía muy bien.

Nimia miró varias veces al reloj de pared como dudando de su fiabilidad. Mari-
no ya debería estar de regreso hacía como media hora.
Sabía que la situación estaba tensa tras el sospechoso “accidente” ocurrido en el
cuartel de la caballería y cuyas explosiones duraron casi toda una noche, cubriendo la
ciudad y alrededores con una nube de incertidumbre y humo de cordita.
Esa nube fue extendiéndose cada vez más a medida que se acercaba el final del
año, aunque los paraguayos no las tenían todas consigo y los militantes aún no tenían
enemigos a la carta, al menos abiertamente, pero se sabían despreciados hasta por sus
propios correligionarios y ni qué decir por el resto del país y del planeta.

Marino enfiló por una calle solitaria y aceleró la moto hasta dejar atrás al perse-
guidor, internándose luego en caminos vecinales oscuros hasta perderlos de vista.

El oficial inspector Derlis Báez quedó algo cortado tras perder de vista al “reto-
bado” ése de Marino Bado quien —tras desorientarlo por caminos vecinales entre

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

San Lorenzo y Luque—, se le hizo humo en una veloz motocicleta alemana de buena
cilindrada.
Llamó a Cantero con un walkie-talkie militar uhf de uso de la policía, sin dejar de
acelerar el vehículo.
No sabía en realidad qué decirle, pero las órdenes eran de asustarlo y obligarlo a
dejar de competir con su grupo por el centro universitario.
Al no recibir respuesta apagó el aparato de radio portátil fastidiado por el fraca-
so. Evidentemente el Marino éste no tenía nada que ver con el que había conocido
once años atrás y se manifestara como un idiota inútil y cobarde, pero manejable y
dócil. ¿Cómo es que había cambiado tanto?
Sabían que desde su juventud vivía en pareja con una misteriosa mujer, algo
mayor que él y que se desenvolvía en todos los ambientes como pez en el agua y,
según informes, era socia vitalicia del club Centenario, del Unión Club, del Deporti-
vo Sajonia y del Club de regatas Mbiguá. Además era una rica heredera de familia
acomodada de origen español, aunque a ésta no se le conocía militancia alguna en
política; que vivía con perfil bajo, supuestamente de las rentas de una casona vieja
con cuartos de inquilinato para trabajadores pobres y que poseía una o dos haciendas
ganaderas en el departamento de Misiones y Ñe’embukú.
Era cuanto obraba en los informes policiales. Tampoco se le conocían amistades
en su barrio, pero tenía fuertes ligaciones con militares de alto rango. ¿Cómo era
posible? ¿Era, el Marino Bado actual un producto del hechizo de esa mujer?
La duda, acompañada de supersticiosa incertidumbre y varias latas de cerveza le
desgastaron muy pronto un buen número de neuronas y sin darse cuenta quedó dor-
mido en el asiento de su auto, hasta que un violento ruido de chatarra crujiente lo
despertó efímeramente, al ver horrorizado que había chocado contra un camión esta-
cionado.
Fue lo último que vieron sus ojos antes de cerrarse para siempre con el esternón
aplastado contra el volante y el cráneo deshecho por el hundido techo de su automó-
vil.

Media hora más tarde, cuando llegaron bomberos de rescate, aún latía en su cris-
pada mano izquierda, un aparato de radio portátil que parecía burlarse de él con su bip
bip bip ininterrumpido.
Lo único que pudieron colegir los socorristas es que se había dormido al volante
tras una copiosa libación de cervezas. También hallaron unas papelinas dobladas en
la guantera conteniendo un par de gramos de cocaína cada una, pero esto último fue
omitido en el informe.
Algunas latas vacías estaban tiradas en el piso del carro y otras en un conserva-
dor con hielo en el portamaletas. El velocímetro marcaba 85 kpm cuando se detuvo
contra la parte trasera de la carrreta-remolque un camión de cargas estacionado en
una calle apartada y oscura.

Aún era temprano, por lo que Marino buscó un atajo por el que se dirigió veloz-
mente hacia la avenida Madame Lynch en dirección a la autopista Aviadores del
Chaco pensando haber despistado a sus seguidores.
Sin embargo sabía que, si se trataba de policías, éstos conocían su domicilio y
casi todos sus movimientos. Tal vez sólo quisiesen amedrentarlo y obligarlo a aban-
donar sus estudios… y sus luchas por el liderazgo del centro universitario.
De todos modos, no tardó en ingresar al patio de su casa y, tras cerrar el portón,
se dirigió al apartamento de Nimia para informarle de su odisea nocturna.
— ¿Estás seguro de que te seguían a vos? —preguntó Nimia algo dubitativa.
—Me los tenía pegados durante casi diez kilómetros —respondió Marino, algo
amoscado—, y no se me despegaron hasta que busqué caminos oscuros por los alre-
dedores de Laurelty y a casi 80 por hora pude dejarlos atrás en caminos de tierra,

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

gracias a que conozco muchos atajos, pasillos y vericuetos por ahí. Creo que quieren
asustarme y nada más. No los veo en plan de sacarme del medio y además ahora
tienen enemigos más poderosos de quienes ocuparse… y cuidarse, claro.
—Los enemigos más poderosos de los necios, son las ideas brillantes, que los
encandilan —repuso Nimia—. No lo olvides. Vos estás creciendo en medio de los
miasmas de la tierna podredumbre, ellos sospechan que estás moviéndoles el piso con
“Dignidad Universitaria”. Probablemente intentan asustarte para que ellos puedan
ganar el liderazgo del centro de estudiantes de tu facultad y la confederación univer-
sitaria. Pero supongo que no les vas a dar el gusto.
— ¡Qué esperanza! Además yo sólo estoy impulsando a unos compañeros de
izquierdas moderados con ideas renovadoras y progres. No aspiro a ningún cargo que
me obligue a dejar de lado los estudios. Tal vez dentro de dos años… o cuando me
gradúe de Contables y me matricule en filosofía y letras… ¡qué sé yo! Ahora no, al
menos hasta que me ponga al día en muchas materias y asuntos.
—Te felicito, Marino. Hay muchas maneras de hacer política sin emporcarse en
la mierda de los partidos “tradicionales”; esas bandas lícitas para delinquir impune-
mente. ¿Has visto cómo se escudan unos a otros con sus fueros, con su silencio, con
su compadraje de logia o simplemente con su tácito consentimiento cómplice? Aún si
este dictador es derrocado, muere o renuncia, las cosas no van a cambiar, porque así
fue diseñado el sistema “representativo”: para excluir la participación ciudadana de
toda decisión que no sea la de votar a candidatos pre-digeridos por los partidos colo-
rinches; adversarios fingidos detrás de un color primario, cuando en el fondo todos
son conservadores.
—Cierto —dijo Marino ante tan apodíctica sentencia—. Pero… ¿Cuál sería el
camino liberador?
—Buena pregunta. ¿Leíste a Rousseau, Montesquieu, Platón, Voltaire, Diderot,
Erich Fromm o Marcuse? Creo que habría que hacer otras relecturas, debatir ideas y
sacar conclusiones —dijo Nimia sonriendo—, y colijo que la educación laica es un
buen principio para crear ciudadanos críticos y participativos. No idiotas en serie,
como los educastrados por la fe lisa y llana; en la superficial certeza de los necios.
—¡Ah! —monosilabeó Marino, al no ocurrírsele ninguna conclusión
lógica. Pensó, sí, que debía seguir quemando pestañas en el búnker, con “El contrato
social”, “El espíritu de las leyes”, “Analectas” de Confucio y otros que, si bien los
había leído a vuelo de pájaro, debería repasarlos con ojos más escrutadores. Tal vez
muy pronto podría compartir sus libros e ideas con sus compañeros de curso.

Esa tarde el subcomisario Cantero se hallaba en los funerales del oficial inspec-
tor Derlis Báez “caído en acto de servicio”, ya que se hallaba en seguimiento de un
sospechoso. Lo que no se mencionó en los discursos elegíacos fueron las doce latas
vacías de cerveza, las papelinas de cocaína y su negligencia como patrullero noctur-
no. Hubiera quedado mal decir “caído en ser-vicio” en la capilla ardiente.
En tanto, Cantero, a punto de ascender al grado inmediato superior, mascullaba
para su coleto el por qué de ese accidente, justo cuando espiaba a Marino Bado, el
cual ya les estaba dando hartos dolores de cabeza por entonces. Báez solía ser bastan-
te comedido en los tragos. ¿Cómo es que se habría excedido hasta ese punto? ¿Sburri-
miento en la vigilancia, tal vez?

También los de Medicina estaban celebrando con un festival musical el haberse


librado de los lambericas oficialistas, entre ellos el doctor Arnulfo Molinas, gran ad-
mirador de la “segunda reconstrucción” y del Presidente.

Las elecciones del centro de estudiantes de Contables no serían muy reñidas


aunque no faltaron insultos, amenazas y desafíos durante la campaña. Tras hábiles

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

negociaciones, marino logró unir a dos movimientos independientes contra el movi-


miento “Orgullo Nacionalista Universitario”, de la tierna podredumbre. Pese a que
este movimiento contaba con fondos casi ilimitados, no suscitaba mucho entusias-
mo… salvo cuando organizaba fiestas bailables con ríos de cerveza, chopp y canilla
libre.
Marino supo canalizar el descontento de quienes habían ingresado a las universi-
dades para aprender a ser buenos profesionales pero debían conformarse con la me-
diocridad adocenada de los políticos que los cooptaban como comparsas del gobier-
no, con dádivas, lisonjas, cargos irrelevantes o amenazas de represión.
Nimia Peralta, una suerte de madrina en la sombra, solía sugerir a Marino y sus
compañeros de facultad las iniciativas y estrategias posibles para vencer a los pania-
guados del régimen disfrazados de estudiantes, a los que se enfrentaban.

Finalmente “Dignidad universitaria” pasó al frente, derrotando a “orgullo nacio-


nalista republicano”, aunque fue una victoria pírrica, por menos de ciento cincuenta
votos; pero al menos los “nacionalistas” no se harían con el centro… por el momento.
Eso sí, por la ley electoral vigente, conocida como el “Código aplanadora”, corres-
pondía un tercio para los perdedores y dos para el movimiento triunfante.
Nimia felicitó a Marino y otros seis compañeros que llegaron esa noche a cenar
para celebrar la victoria de los independientes.

Era evidente que el longevo régimen —surgido de un golpe de estado en 1954—


estaba dando señales inequívocas de desgaste moral y ético (en realidad, había nacido
éticamente carente y moralmente deficiente, bajo las banderas del “vale todo”), al
serle retaceado el espaldarazo político y económico de Washington, desde la admi-
nistración Carter a la fecha. Tanto que hasta los profesores de tortura de la CIA
estaban ausentes “por término de misión” y el nuevo embajador Clyde Donald Taylor
estaba sacudiendo la estantería militante hasta hacerla crujir de frustración.
Pareciera que la buena suerte estaba abandonando al viejo autócrata militar; su
hijo menor había fallecido por excederse de las “rayas”; su hija se había divorciado y
unido con un truhán español amigo de los negociados turbios y su hijo mayor, pese a
estar casado se negaba a darle nietos por razones obvias.
Sus únicos respaldos políticos endógenos provenían del lumpen más mediocre y
orillero del país. El año 1988 finalizaba, agonizaba en olor de soledad y sólo su
amante favorita lo alentaba a no tirar la toalla y largarse del país con sus malhabidos
bienes.
Hasta en la ONU lo tenían jaque al punto del mate y ya ni siquiera le
quedaban trebejos para hacer tablas, pese a ser un buen ajedrecista.

—Debemos tomar la ofensiva, muchachos —dijo Marino una noche, en su casa—.


Este “cuatrinomio militante” es el canto del cisne de la cofradía. Antes, sus armas de
dominación eran el miedo, la desinformación, la distracción y el chisme. La gente
estaba embrutecida por el fútbol, el alcohol, los entretenimientos vacíos de la televi-
sión y el silencio cómplice de los medios. Ahora el miedo se derrite como nieve en
verano y la información nos llega del exterior. Esto ya no va más.
—Pero ¿Quiénes se animarían a plantarse y decírselo a este tipo? —replicó Arís-
tides Díaz, algo fastidiado—. No creo que tenga fanáticos en el ejército por ahora.
Tal vez sólo la aviación o quizá ni eso… pero, de que se viene una maroma, se viene.
No sabemos cuándo, pero se viene.
—¿Cómo sabremos eso? —preguntó Pablo Valladares alzando la mano.
—Los paquitos de don Mario y la militancia servil están inquietos como ratas en
sótano inundado —exclamó triunfalmente Nimia Peralta metiendo coba en el diálo-
go—. Se nota, por su tono amenazante cuando dicen que el barco no se hundirá
porque tienen buenos calafateadores17 a bordo. Y también proclaman su fidelidad al
lider “hasta las últimas consecuencias”.

151
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—Creo que están faroleando nomás —dijo otro, llamado Néstor Villa—. No
creo que lleguen a las penúltimas sin tirar la toalla. Y los cobardes son quienes más
alto vociferan.
—Tenés razón —dijo Marino—. Fuera del respaldo de milicos y policías arma-
dos, tienen miedo hasta de sus sombras y gritan altisonantes para darse valor y enga-
ñarse a sí mismos. Yo los conozco bien por haber estado en su corral un buen tiempo.
¡Menos mal _expresó señalando a su compañera— que conocí a esta dama, cuando
estaba en el pantano y con su paciencia y nobleza pude salir del atolladero!
—¿De veras? —preguntó Villa, maravillado.
—Cierto. Casi me arrastraron a la mediocridad, hasta que conocí libros y me
familiaricé con la lectura de buenos clásicos… que alguna vez podrán conocer tam-
bién ustedes.
Marino sintió una suave patada de un zapato femenino de punta aguja por debajo
de la mesa y comprendió que había hablado de más. Aún no era tiempo de abrir el
búnker a extraños.

Pastor Coronel accedió subrepticiamente por un portón lateral sur de la residen-


cia presidencial como a las veintidós, esa noche de noviembre. No las tenía todas
consigo y debía informar al general Stroessner acerca de movidas raras en las afueras
de Asunción.
De acuerdo a sus agentes confidenciales situados en la aduana de Puerto Falcón,
varios camiones militares ingresaron con sus carrocerías cubiertas con toldos imper-
meables, procedentes de la Argentina, vía Clorinda. Nadie pudo averiguar si se trata-
ba de simple contrabando, a los que eran muy afectos los militares o…
Y ese “o”, suscitó sus sospechas. Especialmente cuando la prefectura naval dio
vía libre a los mismos en el Puente Remanso, sobre el río Paraguay sin revisar sus
cargas.
Se suponía que la prefectura naval debía controlarlo todo y, de acuerdo a sus
agentes confidenciales, los camiones ingresaron a la Argentina el día anterior para
luego regresar con su misteriosa carga dirigiéndose hacia Campo Grande… el feudo
de la caballería.
Stroessner se hallaba jugando ajedrez en el patio de la amplia residencia mientras
un guardia lo pantallaba para alejar el calor, ya que el aire acondicionado lo molesta-
ba y los ventiladores le provocaban alergias a su delicada piel.
No debió gustarle la interrupción porque lo recibió con un seco: —¿Qué hace
aquí a estas horas? Dicho en tono imperativo, obligando al robusto Coronel a pedir
disculpas.
—¡Permiso, mi general, y disculpe mi atrevimiento! Me informaron que tres
camiones de triple eje de la caballería habían cruzado ayer hacia Clorinda y regresa-
ron esta tarde con los toldos cerrados y muy cargados, a juzgar por la distancia entre
las carrocerías y las ruedas, según dijeron, llevaban mucho peso. Sospechamos que
pueden ser municiones y pertrechos para el Primer Cuerpo de ejército. La marina les
dio paso sin tomarse la molestia de revisar al menos para averiguar qué carga traje-
ron.
— ¿Y qué con eso? — preguntó distraído el mandamás—. ¡No es la primera vez
que contrabandean los…! ¿Primer Cuerpo, dijo?
Stroessner se puso pálido sudando frío pese al calor reinante, lo que asustó aún
más al untuoso Coronel. Pocas veces lo había visto así.
— ¡Sí, mi general! Y anteayer vinieron tres camiones militares, también de tri-
ple eje, cargados desde el Brasil, que cruzaron por el puente Internacional de Ciudad
Presidente Stroessner provenientes de Foz de Yguazú, que pasaron limpiamente los
controles aduaneros de la ruta siete sin ser revisados. Algo se prepara… en Campo
Grande.
—No creo que mi consuegro me traicione —exclamó Stroessner, aunque él mis-
mo no puso mucha convicción en sus palabras, que las traiciones a la carta eran mo-

152
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

neda corriente en la familia. Una de las hijas del general Rodríguez era la viuda de su
hijo menor y el único y frágil lazo de parentesco político estaba cortado por defunción
del mismo.
Stroessner había sido informado ya del operativo treinta y tres, y al escuchar
“tres camiones de triple eje” se le despertó al supersticioso que dormía dentro suyo
como alertándolo.
Pastor Coronel y dos allegados suyos taconearon como para despedirse y regre-
sar, temiendo el humor del general, bastante irascible últimamente.
— ¿Otra novedad? —volvió a preguntar con el rostro tenso y las manos crispa-
das de artritis y dolencias dérmicas propias de la senilidad y la disipación libidinosa.
—Ninguna más, pero estaremos alerta, mi general.
—Bueno, vayan a descansar y den orden de controlar todas las fronteras y que no
pase ni un alfiler sin ser revisado.
— ¡A su orden, mi general!

Pero tanto Coronel como el Presidente, intuyeron que dicha orden era extempo-
ránea y tardía.
Treinta y tres razones tenían para suponerlo.

Marino Bado salió de la facultad presintiendo algo pero sin poder explicarse por
qué. Sólo esa molesta sensación paranoica de sentirse observado a distancia. Lo
acompañaba un compañero argentino en el sillín de popa que le había pedido ir con él
hasta el centro.
Estaban rindiendo los últimos exámenes del año hallándose tensos de tanto repa-
sar libros y ejercicios matemáticos de estadística.
—Mientras manejo, fijate si alguien nos sigue —pidió Marino al pasajero oca-
sional, un argentino residente de nombre Noel Cabral—. Hace poco tuve que hacer
varios rodeos para despistar a uno. Después supe que se había accidentado contra un
camión-carreta estacionado. Pero no fue culpa mía. No sé cómo pudo haber ocurri-
do.
—No te preocupes, respondió el de atrás—. Para vichear me mando sólo, que a
la cana la tengo relojeada desde que me vine al Paraguay. Dale nomás al motor que se
hace tarde y las calles no gozan de mi confianza a estas horas.
Allí Marino entendió los modismos y lunfardos del amigo rioplatense que lo
acompañaba y lo hicieron acordar de Felipe Noria.
De momento rumbearon sin novedad hacia el centro, hasta que de una intersec-
ción cerca de la calle San Martín-República Argentina con Mariscal López, salió un
auto rojo y los siguió hasta casi llegar a la calle Colón donde el amigo se apeó de la
moto para ir a su casa.
Marino siguió viaje hasta la calle Río de la Plata y General Díaz y torció a la
derecha para llegar a su casa. El auto rojo estacionó a una cuadra de allí como aguar-
dando órdenes.
Marino ingrsó a la Casa y relató a su compañera sobre el nuevo fichaje a que era
sometido.
—Puede que sea policía —dijo Nimia con tranquilidad—, o puede que sea de los
rivales de tu movimiento. ¿Siguió a tu compañero cuando descendió en la calle Mon-
tevideo, o se limitó a seguirte a vos?
—Ahora mismo está a una cuadra de acá, estacionado en una esquina. Creo que
era conmigo la cosa.
—Bueno—respondió Nimia con pasmosa tranquilidad—, no creo que éstos ten-
gan cuerda para rato. Para mí que a más tardar para inicios del año que viene tendrán
que irse o aguantar las consecuencias.
— ¿Estás segura?
—Como que te veo frente a mí. Si antes se convocaba a elecciones a lo mejor lo
candidataban a este Gustavo y seguramente adelantaban también el golpe. La oficia-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

lidad nueva no lo quiere a éste ni a su “cofradía” perversa. ¿Recordás el secuestro y


asesinato del chico, estudiante del San josé? Por ahí viene la cosa. Parece que éste
tipo tuvo algo que ver y le echaron la culpa a otro, pero la cosa ya se sabe, aunque sea
un secreto a voces.
—Entiendo. Estos tipos quieren perpetuar el golpe de 1954 pero eligieron la per-
sona menos indicada para eso. Tal vez si el menor estuviera vivo… la cosa sería
diferente, salvo su afición a la blanca.
—Bueno, Marino. Una ducha, la cena y a la cama. Olvidate de ése y que se
duerma en su auto nomás.

Rupturas armónicas, por Chester Swann.


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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

28

LADRIDOS DE FALDEROS

Asunción, 28 de diciembre de 1988

Para ser un “día de inocentes” había culpables en demasía, pero como en todos
los reinos del subdesarrollo, abundaban los abogados del diablo a la pesca de ríos
revueltos en qué medrar con sus espineles provistos de carnada para incautos.

Marino y sus compañeros de la facultad celebraban la obtención del disputado


centro de estudiantes por parte de “Dignidad universitaria”, en su casa y con una
austera ronda de fresco tereré. Aprovecharon además para brindar sobriamente, con
el mismo líquido elemento por su éxito en los exámenes finales del curso lectivo del
año a punto de fenecer.
Ya estaban en receso vacacional y todo, pero no podían abandonar el país ha-
biendo tanto por hacer en el centro de Contables y en la universidad nacional.
Nimia apareció con una bandeja de bocadillos caseros que invitaban a una pausa;
la que aprovecharon para encender la radio y divertirse con los dislates e improperios
de “La voz del coloradismo”.
La detestable voz de un tal Alejandro Cáceres se puso a proferir insultos soeces
en tono de discurso de barricada, contra “los nenes de mamá, erigidos en universita-
rios contestatarios” y no ahorrando epítetos contra otros líderes como Carlos Filizzo-
la y Elsa Mereles, dirigentes del gremio del paupérrimo Hospital de Clínicas, ahora
en huelga y sesión permanente a causa de reivindicaciones salariales no atendidas y
carencia de insumos de salud.
Marino y sus compañeros no pararon por un buen rato de reír a mandíbula ba-
tiente de la larga retahíla de disparates desatados desde Radio Nacional del Paraguay.
Terminada la ronda de tereré, decidieron apagar el aparato a transistores y salir a
estirar las piernas por el amplio patio interior. Los perifoneros colorados recordaban
a ladridos de falderos disputándose las sobras de los mendrugos del amo.
Nimia se comportaba como una excelente anfitriona y no escatimaba minucias
para agasajar a los amigos de Marino. Eso sí, el acceso al búnker era aún un secreto
celosamente guardado por si las moscas. Nada podría confiarse al azar ni a los po-
dencos uniformados que siempre andaban a la caza de “libros raros” para halagar al
mandamás, tan iletrado como su troupe de zalameros, inútiles como guardabarros de
lancha.
Pero en esos momentos nadie imaginaba el drama que estaba desarrollándose en
los tenebrosos vericuetos del departamento de investigaciones.
Uno de los informantes infiltrado en los cuarteles del primer Cuerpo de ejército
pudo percibir que un fuerte cargamento de municiones para cañones de 20 y 40 milí-
metros de procedencia brasileña estaba siendo estibado en un galpón semicerrado que
reemplazó provisoriamente al destruido depósito subterráneo del parque de guerra.
Y este galpón se hallaba en el centro mismo del Primer Cuerpo de Ejército, custodia-
do por cincuenta hombres armados hasta el alma ¡suponiendo que la tuviesen, claro!
El ahora ascendido comisario Cantero no dudó que estos pertrechos serían para
los cañones de las tanquetas Urutú y Cascavel de la caballería blindada y ametralla-
doras semi-pesadas Browning.
También llegaron cajas de balas calibre 7.62 para los fusiles alemanes G-3 y los
FAL belgas.
A raíz de este descubrimiento, Pastor Coronel recibió una reprimenda de órdago
del general Britez, jefe de la Policía y del propio presidente de la república en perso-
na.
— ¡Pedazo de inútil! ¡Arruinado de mierda! —casi gritó Stroessner por teléfono
al atrabiliario y obeso jefe del temido D-3—. ¡Para qué carajos están ustedes al servi-
cio de mi seguridad y se dejan contrabandear en sus narices!

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—Disculpe, mi general… ¿Cómo íbamos a suponer eso, ni sospechar de su con-


su…?
—¡Cállese, imbécil! Ahora tengo que buscar la manera de descabezar a la caballería
y ¿Puede decirme cómo hago arrestar a Rodríguez?
—Disculpe, mi general…no creo que su consuegro le falte al respeto a usted…
— ¡No sea estúpido, pedazo de animal! ¡Eso de que “entre bueyes no hay cornadas”
es pura bolaterapia con soda. Todos están queriéndome serruchar el sillón y usted lo
sabe! ¡Ya no sé en quién más confiar, carajo! ¡Le doy diez días de arresto en el altillo
y guay de que se me mueva un milímetro y yo me entere, pelotudo!

El auto rojo permaneció toda la noche acechando en una esquina cercana a la


casa de Nimia Peralta, aunque ello no inquietó a sus inquilinos para nada.
Hasta tuvo fugaces ramalazos de sospechas de que uno de los que alquilaban
cuarto allí era agente confidencial y rendía informes de los movimientos de sus ami-
gos. Pero ¿Cómo descubrirlo? Pues, simplemente porque no tenía trabajo y andaba
todo el santo día papando moscas y tomando tereré en el patio o durmiendo en horas
laborales. Pero de todos modos no le hicieron caso. Tampoco tendría muchas “nove-
dades” que reportar.
—Espero que esto termine pronto —pensó para sus adentros—. Aunque des-
pués no sepan cómo gobernarse con leyes, cuando el milico éste lo hacía con decretos
y órdenes “superiores”,
Sí. El pensar en el próximo “después” era para volverse loca, qunque sabía que
no debía inquietarse por eso, que no todos los paraguayos tenían patente de idiotas y
unos cuantos habrían que pudieran salir avante en libertad. Mientras tanto, seguirían
ladrando los falderos por Radio Nacional del Paraguay y sus emisoras subsidiarias.

Pastor Coronel convocó a su plana mayor para comunicarles que el “excelentísimo


señor presidente de la nación y comandante en jefe de las fuerzas armadas de la na-
ción: general de ejército don Alfredo Stroessner” había ordenado pasar de alerta na-
ranja a roja ante la inminencia de un presunto alzamiento militar contra el superior
gobierno de la república; siempre usando la espumosa retórica de los perifoneros
radiales.
Los oficiales, algunos de civil con el casi uniforme traje azul, camisa blanca y
corbata punzó; otros de media gala caqui y chaquetilla reglamentaria, estaban de pie
—silenciosos y en posición de firme— ante el temido y todopoderoso gordinflón
seccionalero de Santaní.
Los convocados estaban cariacontecidos y en sepulcral silencio. Se les hacía
muy duro imaginar que un militar subalterno —y para más inri consuegro del “rubio”
pudiera hacer un golpe para desplazarlo de un poder prácticamente vitalicio… y aho-
ra dinástico. No. Era un bocado difícil de tragar.
La policía tenía poder suficiente para reprimir a los ciudadanos rasos, civilachos
de mierda, al decir de los uniformados; pero… ¿Cómo enfrentar al poder de fuego de
la caballería o de otras unidades militares amotinadas? Era tan imposible como mi-
rarse las orejas sin espejo o volar debajo del agua. ¡Inconcebible!

El comisarioAlberto Buenaventura Cantero alzó la mano ultraderecha como so-


licitando venia o pidiendo la palabra.
—¿Sí…? —preguntó Coronel dirigiéndole la mirada.
—Ante esta situación, seeñor jefe ¿Qué actitud debemos asumir? ¿Defender al
presidente… hasta las últimas consecuencias… o… contemporizar con los posibles
sublevados?
— ¡Nuestra obligación es velar por la seguridad del gobierno, en la persona de
nuestro ilustre conductor y único lider, comisario Cantero! —exclamó airado Pastor
Coronel—. ¡El que tenga la más mínima duda, que dé un paso al costado!

156
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—¿Es posible desactivar esa amenaza de sedición antes de que se lleve a cabo?
—volvió a preguntar Cantero sin salir de dudas—. ¿Hay algún valiente que se anime
a arrestar al general Rodríguez… en su propio feudo? ¿Lo haría usted, señor jefe? Si
usted da un paso al frente, lo seguimos todos.
El aludido titubeó algo desorientado. No esperaba tal disyuntiva. Es más; ni
siquiera se le había ocurrido. Siempre actuaron brutalmente contra civiles inermes,
campesinos, estudiantes, militantes católicos, trabajadores… y ésta, no se lo espera-
ban, Ahora tendrían enfrente a un enemigo real; no imaginario como tantos que
inventaron en sus espurios “informes” que más tenían el sabor de la intriga gratuita
que de realidad palpable.
¿Sería la policía paraguaya, capaz de dar la vida por un militar decadente… y
paranoico, como lo fuera antes para quitárselas a los disidentes ciudadanos, muchos
de ellos inocentes?
Tras tragar saliva con el riesgo de morir envenenado, Pastor Coronel moderó el
tono de su agresiva arenga, pero no dio en el blanco por falta de puntería y credibili-
dad. Pero al menos intentó ser pragmático.
—Creo que debemos esperar órdenes del comandante en jefe antes de tomar una
decisión, señores oficiales. De seguro que habrá unidades militares no comprometi-
das en la conspiración. Por ejemplo, la guarnición militar de Paraguarí, donde sus
comandantes son colegas de arma del presidente… Debemos suponer que guardarán
lealtad a su comandante en jefe. Lo único malo, es que se encuentra a casi setenta
kilómetros de la capital y es de difícil desplazamiento en caso de una revuelta, ya que
los posibles comandos rebeldes prácticamente rodean a la capital: la caballería, la
armada y la aviación de Campo Grande. Debemos averiguar quiénes están a favor
del presidente y ofrecer nuestra colaboración y, si es necesario negociar con los revol-
tosos antes de que salgan de sus cuarteles.
— ¿Sabemos nosotros cuándo piensan salir los sublevados de sus cuarteles? —
preguntó el oficial Arnulfo Galeano, uno de los más “duros” represores del hospital
de Clínicas, poco tiempo antes.
—No sabemos nada —respondió Coronel—. Sólo que los de la caballería reci-
bieron municiones para reponer las que fueron destruidas con su parque de guerra
hace poco. Pero según mis informantes, fue un sabotaje ordenado por el presidente
para limar las uñas a los disconformes con el ascenso de Gustavo Stroessner y su
promoción para suceder a su padre, en la comandancia de las fuerzas armadas y en la
presidencia. ¿Recuerdan cuando los militantes tomaron la Junta de Gobierno, procla-
mando “Después de Stroessner, otro Stroessner”. Eso disgustó a muchos oficiales de
carrera, que fueron pasados a retiro para dar lugar a los menos antiguos. Ahora sólo
nos queda parar las orejas y estar alertas para lo que hubiere lugar. Voy a aguardar
instrucciones del general Brítez y del ministro del Interior para saber qué hacer. Pue-
den retirarse, pero a partir de medianoche debemos encuartelarnos y estar alertas y en
uniforme de fajina como para combate.
Los presentes, tras entrechocar los tacos, fueron saliendo en silencio y ordena-
damente, y si tenían algo entre pecho y espalda se lo guardaron bajo siete simbólicas
llaves.
Los más preocupados fueron los conocidos torturadores y “buscadores de la ver-
dad”, que estaban al tanto de los juicios llevados a cabo en la Argentina contra los
represores de la dictadura reciente.
Si hubiera algún cambio de rumbo en la política, ellos serían los primeros chivos
expiatorios; no sus patrones del gobierno de los Estados Unidos, creadores del Opera-
tivo Cóndor, la Escuela de las Américas y los escuadrones de la muerte, desde Méxi-
co a Tierra del Fuego.

— ¿Escucharon eso? —preguntó Nimia preocupada a los reunidos en el comedor-


—. El doctor Argaña lanzó un desafío a los militantes hoy, diciendo “Siempre habrá
un 13 de enero”.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

—¿Y qué significa? —preguntó Marino algo despistado.


—Un 13 de enero de 1947, los colorados pusieron fin a la efímera “primavera
democrática” e instaron a Morínigo a deshacerse de liberales, febreristas y comunis-
tas que por entonces formaban parte del gobierno y tenían amplia libertad de palabra
al menos. Fue el detonante que provocó en marzo el alzamiento en Concepción… y
el resto es historia.
—Pero ¿Y ahora, a qué viene eso?
—Que Argaña proclama que los stronistas NO son colorados y, entre líneas, que
se prepara algo. Más claro… petróleo. Hay que leer entrelíneas.
—Sí. Ahora que lo decís, me pareció ver en el diario “Noticias” que las declara-
ciones causaron picazones entre los que ahora se creen dueños del partido y del país
entero.
—Ya van a recibir una buena sobredosis de su propia medicina —dijo Nimia,
segura de sí—, y en forma de un supositorio gigante. Cuando los falderos ladran… es
que las migajas del amo peligran.

Samuel Neolib Bananas, por Chester Swann.

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29

SAN BLAS DICE QUE NO

Asunción, 2 de febrero de 1989

No era un día cualquiera como suele decirse. En algunos pueblos del interior, como Are-
guá y Capiatá era el día de La Candelaria, y el día siguiente sería de San Blas, santo
patrono del Paraguay, arbitrario patronazgo neopagano, Uno más entre lo muchos, im-
puestos por los bucaneros peninsulares y sus ensotanados inquisidores que desembarca-
ron de unos bergantines hace cinco siglos al continente.

No sería un día de tantos, sino festivo a nivel nacional. Aún la canícula se hacía sentir y
nada hacía presentir que ese día daría un vuelco a la historia.
Los viandantes y parroquianos asuncenos desempeñaron sus labores y rutinas cotidianas
de costumbre, salvo unos pocos privilegiados que pudieron castigarse en Punta del Este,
Camboriú o Florianópolis; que Europa estaba con frío de rechinar dientes.
Al anochecer parecía todo normal y hasta el Club Olimpia de la ciudad de Itá se preparaba
para su baile anual en homenaje al “santo patrono” de los otorrinolaringólogos y del Para-
guay, además de la urbe citada.
Hasta algunos compañeros de Marino se prepararon para bailar en Itá con sus pájaras
respectivas.
— ¿Te gustaría ir al baile del deportivo Iteño? —preguntó Marino a su pareja. Pocas
veces habían salido en mucho tiempo y la motocicleta estaba a punto para lo que fuere.
—¿Y por qué no en el Club Olimpia? _Preguntó Nimia sonriente.
—Es que para eso hay que tener una invitación especial… de la intendencia municipal o
algo así —dijo Marino algo azorado—. Si no somos de la High Society mejor ir a la fiesta
para plebeyos nomás. Pagamos la entrada y listo. Ni siquiera tenemos que lucir de pin-
güino y vestido largo…
—Te cuento que tengo la tarjeta conmigo —exclamó Nimia—, y tu sastre te hizo un
smoking a tu medida y… creo que puedo ir de largo. Pero si vamos de moto, llevo el
vestido y tu smoking envueltos y nos alojamos en un hotel para cambiarnos… antes del
baile. Tenemos tiempo, querido tontorrón de capirotín.
Marino quedó mudo de estupor. Esa mujer no terminaba de sorprenderlo rompiendo to-
dos sus esquemas mentales. Parecía preverlo todo y actuar con una intuición fuera de su
comprensión masculina.
Finalmente se probó el smoking negro y comprobó que le sentaba como un guante.
—Como soy socia del Centenario, también solicité la dichosa invitación a la intendencia
de Itá —explicó Nimia—, y ayer la recibí por courier. Hace mucho que no salimos juntos
por esquivar a esos tipos de la policía política y, como se viene la maroma pensé que
podríamos perdernos entre la multitud. Además el tout Paraguay se da cita en el “baile de
la república”, en Itá hoy. Date una ducha y… ¡allá vamos! Ya hice la reserva de un hotel
para dos hasta mañana de tarde.
—¡Magnífico! Salimos en una hora… ¿Y si nos bañamos juntos para ahorrar tiempo y
agua?
—No es mala idea, pero sólo si me prometés no irte de manos y jabonarme la espalda con
delicadeza… y no más allá.
— ¡Trato hecho! Pero no te prometo nada para después del baile.
—Bueno, tontorrín. Seré tu esclava, tu odalisca, tu geisha, tu hetaira, tu… lo que sea…
Pero después del baile.

Dos horas y media más tarde, entraron en la ciudad de Itá y aparcaron en el estacionamien-
to del mismo hotel reservado.
Con mucha amabilidad y deferencia condujeron a ambos a una suite amplia donde pudie-

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

ron dar rienda suelta a la imaginación y, tras el baño se recostaron un rato pues tenían
tiempo de sobra. El “baile del país” recién abriría sus puertas a eso de las 23 horas, si el
tiempo no daba señales de lluvia, lo cual era casi imposible ya que el cielo estaba esplen-
doroso. Pero siempre lo imprevisto acecha para aguar fiestas más postineras, aunque la
causa no sea precisamente el mal tiempo.

Prefirieron dejar la moto en el garage del hotel y acudir a la fiesta en taxi, a eso de las 23
horas, cuando ésta iba colmándose de gente.
Les extrañó ver movimiento furtivo de militares incluso frente al local del club, pero no
dieron mucha importancia a esta aparente anomalía. La tarjeta les daba derecho a una
mesa reservada y numerada, por lo que no demoraron en ser ubicados por el personal de
servicio.
Pidieron una botella de vino Espumante para ir haciendo tiempo y entrar en tono. Aún era
temprano y una orquesta capitalina estaba preparando instrumentos y equipos de sonido.
Hasta ahí todo parecía normal. Los altavoces emitían música bailable mientras algunas
parejas impacientes danzaban en la amplia pista con grabaciones de moda.
Hasta les pareció normal que guardias armados merodearan por los alrededores del local
como quien no quiere la cosa. Pero les extrañó ver que no eran policías, sino militares del
Primer cuerpo de Ejército… y todos de caballería con sus breeches y botas de montar
aunque anduvieran a pie… y vestidos con equipo camuflado de combate.
Lo que no imaginaron ellos ni nadie, es que los militares se hallaban alertas para bloquear
la ruta Uno por si intntaran pasar los vehículos de la Guarnición Militar de Paraguarí y el
regimiento de artillería, todavía leal al Presidente. Aunque eso lo sabrían mucho después.

De pronto los altavoces guardaron silencio musical al punto de oírse los pasos y murmu-
llos del estupefacto público presente. Esto no duró mucho y cuando daban las 23:30, se
oyó una voz entre fanfarria de marchas militares que proclamaba: :¡Hemos salido de nues-
tros cuarteles…!”

Un rato después los militares ordenaron la suspensión de la fiesta “por razones de seguri-
dad” solicitando a los presentes salir ordenadamente del local y dirigirse a sus domicilios
u hoteles, evitando salir de la ciudad o ir a Asunción. Los músicos mascullaron algunas
interjecciones por la interrupción aunque la dirección del club prometió indemnizarlos, ya
sabiendo de qué venía la cosa.
San Blas había dicho que no, y recién cuando entraron Nimia y Marino al hotel pudieron
captar que algo fuera de programa estaba ocurriendo en la capital.
Mientras tanto, la ciudad de Itá y la cercana Yaguaron fueron tomadas y sus calles y rutas
bloqueados. Según un suboficial de la caballería, para evitar que efectivos de la Guarni-
ción Militar de Paraguarí y la Artilería acudieran a defender a su comandante en jefe.

Una radio a transistores seguía machacando lo oído en el club: marchas militares y la voz
casi autoritaria que seguía proclamando en tono discursivo: “¡Hemos salido de nuestros
cuarteles… para traer la libertad y la democracia al pueblo paraguayo…!” y que sonaba
igualita a la voz del general Rodríguez.
—Parece que hay relevo… —comentó Marino algo excitado.
—¡Sí, hay relevo! —dijo Nimia también excitada mientras abría con calma la cremallera
de su vestido de fiesta—. Te relevo de tu promesa de hoy. Podés portarte mal y podés irte
de manos. Supongo que esto merece una celebración especial. Aún sin baile la fiesta debe
continuar. Pero esperá un poco que viene una botella de de champaña brût que solicité
reservar esta tarde, sólo que nuestro brindis no será por nosotros sino por el nuevo Para-
guay.
—Por mí, encantado. De todos modos tenemos reserva hasta mañana de tarde. Aprove-
chemos el tiempo que nos queda… ¡Y que la policía nos quite lo bailado si puede!

Stroessner visitó esa tarde —como de costumbre y rutina— a su favorita Estela Legal,

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

entrando por un pasillo disimulado en una calle aledaña a la autopista que conduce al
aeropuerto. Sabía que si las papas quemaran, tenía un bimotor canadiense De Havilland
Twin Otter con matrícula ZP-GAS listo para despegar, aparcado en la base de la Fuerza
Aérea. En su portaequipaje no había más que dos valijas con fajos de dólares y un poco de
ropa de muda por si acaso se iba de cuerpo azuzado por los nervios, aunque también
llevaba media docena de pañales desechables.

Los augures y macumberos a su servicio, no presagiaban nada bueno por esos días. Le
habían advertido que se cuidara y que los astros estarían de culo contra el sol hasta la
entrada al signo de Piscis.
Si bien no era católico practicante, era tan supersticioso como éstos y creía creer en dios,
en el zodíaco y en algún santo aparte que lo protegía desde hace mucho en connivencia
con su policía y su guardia pretoriana militar.

Pero no esperó tan pronto las ráfagas de ametralladora calibre cincuenta disparando contra
la casa de su favorita desde los tanques “Urutú” y “Cascavel” que pasaban rugiendo por la
autopista.
Sin duda provenían de la caballería, de Campo Grande, aunque evidentemente no tiraban
a matar, sino apenas para amedrentarlo.
Pensó en huir, pero la autopista estaba copada por los sublevados. Seguramente la fuerza
aérea también estaba tomada o tal vez se hubo sumado a la asonada.
De seguro su consuegro había dado la orden de tomarlo vivo y sin hacerle daño, ya que los
disparos sólo perforaron la antena parabólica del techo de la casona y destrozaron algunas
tejas.
Sin hacer caso de Estela, ya que la cosa no era con ella, montó en su Lincoln negro y salió
raudamente por detrás, dirigiéndose hacia su guardia de corps: el Regimiento Escolta Pre-
sidencial sobre Mariscal López y General Santos. A buena velocidad llegaría allí antes
que los tanques de los amotinados.
Sabía que había allí algunos blindados Sherman norteamericanos, sobrantes de la segunda
guerra mundial y dos tanquetas argentinas, aunque no se fiaba de tales vehículos que más
bien estaban de adorno en el patio del cuartel para impresionar a los menos avisados sobre
el supuesto poderío de los guardaespaldas de Stroessner.
Éste mismo descubrió muy tarde que los viejos tanques donados por los Estados Unidos
eran pura chatarra y no estaban provistos de armamento ni munición. Ni siquiera gasolina
de aviación con la que accionar sus dos potentes motores.
Pero para entonces ya atronaban el aire las granadas de 40 milímetros de los Urutú contra
los muros —más altos que macizos— del Regimiento Escolta. Y poco a poco su mam-
postería y ladrillos fueron recibiendo los impactos de la artillería y ametralladoras de 20
milímetros de los tanques de la caballería blindada.
Los soldados del batallón de infantería y la policía militar fueron diezmados en pocas
horas en una inútil resistencia mal armada. Tampoco los dos cañones Howitzer de la
Tercera Batería de artillería tenían munición y aunque la tuvieran no podrían servirle de
mucho a tan corta distancia.
Un buen sector de la muralla noroeste se derrumbó sobre los defensores, muriendo aplas-
tados cientos de ellos, mientras el general Francisco Ruiz Díaz, último comandante e esa
unidad, propuso a Stroessner una rendición honorable, recibiendo una bofetada del irasci-
ble general-presidente.
— ¡Cobarde de mierda que anda! ¿Por qué carajos he confiado en usted, si no sabe ni
siquiera manejar un fusil?
El comandante del regimiento acusó el bofetón pero su cobardía innata lo contuvo de
reaccionar ante la ofensa. Simplemente se cuadró y exclamó:
—¡Permiso para retirarme! Antes de salir casi corriendo a buscar una sábana blanca en el
dormitorio del casino de oficiales y un rollo de papel higiénico por las dudas.

El coronel Gustavo Stroessner, sin embargo exigió a su padre acceder al pedido de rendi-
ción, emitido por altavoces, para evitar más muertes, las suyas incluidas.

161
SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

El presidente lanzó una imprecación y le gritó:


— ¡Váyase de acá, cagón de mierda! Ríndase si quiere, pero yo me quedo acá hasta que
amanezca! Sólo muerto me van a sacar… esos traidores, hijos de la gran…puta.
Sin embargo el instinto de conservación, que tampoco era ajeno a la cobardía, se impon-
dría en la lid. Las fuerzas atacantes eran manifiestamente superiores en número, poder de
fuego e iniciativa táctica, y, para más inri, sus leales estaban sitiados en plena ciudad, sin
escapatoria posible como no fuese en helicóptero o con ayuda de Superman. Es decir, se
hallaban en una ratonera.
Intentaron comunicarse con la Guarnición militar de Paraguarí, pero en vano. Parecía que
el contacto telefónico estaba cortado y la radio del rgimiento no funcionaba. La suerte
estaba echada… al basurero.
Tres horas y tres centenas y media de muertos más tarde —todos soldados rasos defenso-
res y un sólo oficial mayor de apellido Ramos Alfaro, perteneciente a los atacantes—, el
viejo gavial aceptó firmar su breve renuncia al emisario del general Rodríguez: el coronel
Lino César Oviedo, que aún llevaba una granada con apenas medio seguro en la mano
izquierda.

Los vencedores no demoraron en conducir al depuesto a la caballería para fletarlo poste-


riormente a Guaratuba, Brasil, en calidad de “asilado”, con valijas llenas de dólares para
no pasar necesidades en su tierra de adopción. Su bimotor canadiense se convertiría en el
botín de uno de los “Carlos”, el coronel Lino César Oviedo, ayudante del general Rodrí-
guez y portador del pedido de rendición al presidente.

San Blas había dado su veredicto negativo en ese juego de poderes.

Pero retrocedamos unas horas hacia la zona del microcentro asunceno.


La Marina de Guerra, también de parte de los sublevados, realizó sus operaciones desde la
bahía de Asunción con el apoyo táctico de dos cañoneras, un contingente de infantería
naval de desembarco, al mando de “Carlos VII”, el vicealmirante González Petit.
La policía ofreció tenaz resistencia perdiendo varios efectivos, pero finalmente fue toma-
da por los marinos, ante la angustia de Pastor Coronel, Sabino Montanaro y el general
Brítez, quienes imaginaron lo peor en caso de ser capturados.
Finalmente, a eso del amanecer toda resistencia cesó, pero Montanaro logró alojarse en la
casa del cónsul honorario de Honduras, el empresario argentino Regúnega quien tenía
inmunidad diplomática.
Sin embargo no hubo represalias contra los verdaderos responsables de muchas atrocida-
des y apenas unos cuantos torturadores, algunos generales y ministros fueron arrestados
para llenar la fórmula.
En la mañana se conoció la renuncia del presidente y el apresamiento su familia, lo que
inició una fiesta popular en el microcentro que duraría hasta más allá del 4 de febrero. Por
supuesto que Marino Bado y Nimia Peralta se desquitaron de su frustrado baile de Itá,
sumándose a la algarabía popular, sin tener que presentar tarjeta de acceso.

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

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¿TRANSICIÓN O TRANSACCIÓN?

Marino Bado se reunió con sus compañeros de la disidencia universitaria. Esta vez en su
domicilio, para evaluar la “nueva situación”. Evidentemente los stronistas de la tierna
podredumbra se habían quedado descolocados y sin “guía espiritual”. Don Mario estaba
preso en compañía de otros jerarcas civiles, militares y policiales; el “único líder” deste-
rrado en exilio áureo, los torturadores detenidos en la Agrupación especializada y todos
los ministros, delegados de gobierno departamentales, diputados y senadores cesantes en
sus cargos, salvo algunos intendentes municipales.

—De momento queda todo en foja cero y acefalía total —dijo Arístides Díaz—. Pero
creo, a título personal, que este es un autogolpe teledirigido desde Washington. Cualquier
cosa, menos una revolución. Tal vez algo ha tenido que cambiar para que todo siga igual.
—No sé —respondió Marino— a qué responde esta sedición, nada menos que de elemen-
tos muy cercanos al tirano. Seguramente el sector llamado “tradicionalista” del partido
colorado está detrás, aunque fuese pasivamente. No creo que Rodríguez entregue el po-
der recién conquistado a éstos, coloretes de salón y mucho menos a la oposición.
—Tenés algo de razón —opinó Juan Carlos Cortez, otro de “Dignidad universitaria” de
Medicina.
—Pienso igual —dijo Nimia pensativa—. Rodríguez es tan astuto como el defenestrado
consuegro y socio de matufias. Esto es algo tramado en la embajada americana para lavar
la impresentable cara del gobierno de Washington, factótum de miles de injusticias en el
patio trasero… desde 1823, bajo la doctrina Monroe. Pero tampoco una lavada de cara en
serio, sino apenas un maquillaje de fachada. Dicen que en mayo habrá elecciones libres y
hasta se levantó la excomunión a los comunistas para que se lancen a la palestra. Algo se
traen entre manos. Probablemente Rodríguez pedirá su retiro para candidatarse.
—¿Y quiénes más se van a presentar?— preguntó Arístides—. La oposición no existe,
está fragmentada y atomizada. No tienen posibilidad alguna frente a los colorados. Y
éstos son camaleones y ya se alinearon con el triunfador, después de jurar lealtad al otro
“hasta las últimas consecuencias”. Parece que en las penúltimas dieron marcha atrás al
grito de “El rey ha muerto. ¡Viva el rey!”.
Las carcajadas de los estudiantes rubricaron sus reflexiones aunque Arístides no se inmu-
tó. Simplemente acotó —Espero que esto no revierta en una caza de brujas contra los
pichirulitos stronistas… mientras los grandes ladrones queden impunes. Entre bueyes no
hay cornadas y entre gorilas no se pisan la banana.
—Y entre compadres, siempre bailan al compás de la escuadra —remató Marino Bado,
como si entendiera de qué venía la cosa.

El obeso cuan prepotente hijo del escuálido jefe de policía, fue “descuereado” con saltos
de rana, antes de desmayarse y ser llevado en camilla hasta una unidad militar. Varios
jerarcas no escaparon a la caza de brujas, pero casi todos salieron bien parados de sus
fechorías. Pronto se los llevó a juicio y muy pocos, los menos importantes, fueron a
prisión, multados o pasados a retiro.
Exceptuando la “doctrina de la seguridad nacional” ahora perimida con su enfermizo an-
ticomunismo, nada había cambiado.

—La tierna podredumbre se ha ido momentáneamente —dijo Marino Bado, con un ligero
sonrojo por haber formado parte de la misma—. ¿Será que piensa regresar?
—¡No! —rebatió Nimia Peralta—. Sigue ahí, como siempre, sólo que ya no es tan tier-
na… pero la podredumbre ha sobrevivido a San Blas y está para quedarse. Ya lo verán.
— ¡Pobre Paraguay! —dijoMarino como en tono de lamento piadoso, coreado por sus
compañeros—. ¿Cuánto tiempo más vagaremos por el desierto, antes de entrar en la tierra
prometida?
_—Contá cuarenta años o dos generaciones a partir de hoy —respondió Nimia Peralta

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

muy seria—. Antes deben desaparecer muchos de ésta. La podredumbre debe biodegra-
darse naturalmente; No con decretos ni leyes, sino con el Conocimiento.
El tiempo dirá su última palabra… si es que al tiempo le queda tiempo de decir algo.
—Amén —respondieron Marino y sus compañeros a coro cerrado… aunque con cierto
saborcillo a responso fúnebre.

Luque, 24 de enero de 2011.

Rompecabezas 1, por chester Swann.

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TETRASKELION

Nueva Narrativa Paraguaya

Chester Swann, el Lobo Estepario.


Nació en Guairá, Paraguay, en plena II Guerra Mundial (1942), por lo que desde
pequeño abrevó literatura, tecnología punta y fantasía científica de las manos de Chesley
Bonnestell, Julio Verne, Theodore Sturgeon, Hugo Gernsback, Willy Ley, Arthur Clar-
ke, Isaac Asimov y otros literatos e ilustradores de la naciente era espacial, que dieron
vida a los sueños de Werner von Braun el pionero alemán de la astronáutica americana.
Vivió su infancia en Argentina, donde sus padres exilados del 47 residieron hasta 1954 en
que retornaría al Paraguay.
Desde los seis años estudió guitarra iniciándose en la música y, desde los diez
años, en el dibujo, aunque hizo algo con lo primero como cantautor y con lo segundo
como ilustrador y artista gráfico. Algunas pinturas y diseños suyos pueden verse en
www.portalguarani.com y en su sitio www.chesterswann.blogspot.com (La chispa).
Luego de su retorno al país (1954) y tras fallidos intentos de adaptarse al opresivo sistema
del régimen, se convierte en un «rebelde con causa», pero sin involucrarse en movimien-
tos políticos ni cenáculos intelectuales de moda, prefiriendo ser un «lobo estepario» y
creando sus propios espacios de expresión testimonial.
En 1977 ingresa al diario ABC color y luego a LA TRIBUNA, participando en
exposiciones colectivas y haciendo periodismo de opinión y humor. Es artesano, escul-
tor, músico y poeta subterráneo, siendo convicto de co-fundar el «movimiento del rock
nacional» con algunos pelilargos de los 70, aunque prefiere considerarse un músico con-
temporáneo popular, sin encasillarse en géneros.
Ocasionalmente pinta o esculpe en cerámica, pero su fuerte es el diseño gráfico, diagra-
mación e ilustración de libros y revistas.
La serie ASTRA 20.001 que expuso en 1983 en galería ARISTOS y en el Centro
de Balderrama, fue la más numerosa de su producción y su primera muestra individual, a
la que siguió COSMOS color y forma, patrocinada por el Club de Astrofísica del Para-
guay en 1987 y otras muestras colectivas en su actual residencia en Luque.
Participó con humoristas e ilustradores en seis muestras sucesivas de Humor e
Historieta, colaborando con el diario HOY y otros medios locales, como “El raudal” don-
de hizo periodismo de humor ácido hasta su desaparición.
Ahora colabora con periódicos alternativos como “E´a” y Plural y sus “Cartas Ciudada-
nas” por la web, tras buscarse un sitio en el ciberespacio donde sigue incordiando hasta
hoy.
A veces hace intervenciones fugaces (perocerteras, según otros oyentes) en Raddio Libre
y Radio Fe y alegría.
Hasta 1999 dirigíó Radio Ara Pyahú (Tiempo Nuevo) FM 107.5 de su comunidad luqueña
y ha trabajado en el Comité de Educación de la Cooperativa Multiactiva Luque Limitada,
donde aportó algunas ideas en los emprendimientos educativos de esa institución. Tam-
bién fue colaborador del Instituto de Desarrollo Comunitario IDECO, en tareas de educa-
ción cívica, popular y participativa; en el Centro de Educación y Capacitación para el
Desarrollo (CEFOCADES) sobre temas cooperativos.
Actualmente ilustra libros educativos y literatura mítica de don Félix de Guara-
nia para una conocida editorial asuncena, y entre otras cosas, infografías y diseños por
computadora, escultura en cerámica, aunque de tanto en tanto, escribe prosa y poesía o
compone algo para matar el vicio y quizá arrancarse del alma el dolor de su país y su
planeta. Está incluido en el «Diccionario de la Música del Paraguay» de Luis Szarán,
como guitarrista y compositor, teniendo varias obras testimoniales en su haber. En la

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

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SOBRANTES ANONIMOS — Chester Swann — Nueva Narrativa Paraguaya

El escritor don Augusto Roa Bastos en una de sus visitas a la casa del autor y su
familia: sus hijos Ariana Melody, Bren Daymon y su esposa Sharon Kaye Weaver en
1997

versión 2000 del VI Concurso de Cuento Breve del Club Centenario de Asunción, obtuvo
el Primer premio, habiendo sido finalista o ganador en varios otros posteriormente.
Es autor además, de la composición musical para la obra de teatro-danza «Kambuchi», la
musicalización con letra de la obra de Darío Fó «Aquí no paga nadie», representada por el
elenco municipal en abril de 1996, además de poesía juglaresca y artículos de prensa. No
desdeña ningún lenguaje expresivo, sea gráfico, musical o de cualesquiera tipos o géne-
ros. Toda vez que tenga algo que decir, claro está. De lo contrario, enmudecería para
siempre.
De tanto en tanto es convocado con otros colegad dibujantes a la muestra “Chake!” de
humoristas gráficos e historietistas paraguayos, con quienes mantiene cordiales relacio-
nes, aún hoy en que se alejó un poco de la vida pública para tener tiempo de escribir,
siendo éste su trigésimo volumen.

Es que este personaje ha sido siempre un enigma, incluso para él mismo.


Por tanto ha resuelto romper su silencio de años y dar testimonio de
Dos siglos: el de la violencia… y el de la esperanza.

OTRAS OBRAS DEL AUTOR


* Verso averso (Poemario y canciones)
* Los dioses pueden morir (Novela.)
* Cuentos para no dormir (Cuentos.)
* Cuentos para no soñar (Cuentos.)
* Cuentos para no despertar (Cuentos.)
* Cuentos inenarrables (Cuentos
* Carne humana (Novela.)
* El andariego alucinado (Novela.)
* Leyendas del Futuro (Novela.)
* Galaxia de las Pasiones (Novela.)

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* Sangre insurgente en los surcos (Novela.)


* Razones de Estado (Novela.) Editada en 2005 por CRI-
TERIO
* Con la bendición del Diablo (Novela.)
* Balada para un ángel blasfemo (Novela.)
* ELLA... la sombra rosa del poder (Novela)
* Cadenas de Libertad (Novela)
* Pascua de Dolores (Novela)
* Letanías blasfemas (Novela)

* Bodas de silencio (Poemas)


* La tiranía de la desinformación (Ensayo)
* Los nuevos señores del nuevo mundo (Ensayo)

* «Trova Salvaje» Material fonográfico de canciones de su autoría. Por razones


de costes y facilidad de acceso al público lector, sus obras completas son editadas electró-
nicamente y accesibles desde su e-mail: cheswann@gmail.com y también pueden leer sus
reflexiones en www.chesterswann.blogspot.com sobre la “transición.

TETRASKELION

APÉNDICE:
El Operativo Cóndor fue organizado por Richard M. Nixon, Henry
Kissinger y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en 1973, y causó
Cientos de miles de Víctimas. Pero ya desde el fin de la Segunda Guerra mundial, entre
1946 A 1976 se implantó la Doctrina de la Seguridad nacional.
El departamento de Estado, la scuela de las Américas y la Agencia Central de Inteligencia
se apoderaron de los gobiernos sudamericanos y centroamericanos, bajo ls égida militar
de los instructores de la School of the Americas (SOA), entonces en Fort Gulick, Panamá,
ahora en Fort Benning, Georgia. Es útil conocer, aunque un poco tarde, la identidad de los
verdugos de nuestros pueblos y que ejercieron su vil oficio “en nombre de la libertad y la
democracia”, organizando escuadrones de la muerte paramilitares y convirtiendo a las
Fuerzas armadas latinoamericanas en verdaderos “ejércitor de ocupación SS” en sus pro-
pios países y contra sus propios compatriotas.
Vayan estas líneas para comprender los propósitos del autor de recuperar las memorias de
los pueblos y rescatar sus ansias de libertad, aún insatisfechas y frustradas por sus propios
gobiernos y políticos corrompidos por el sistema decadente de un imperio en crisis.

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Mundo Prisión privatizado, por Chester swann. Arriba: Comando Sur.

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Arriba, Logo de la Agencia Central de Inteligencia y más abajo: el Gran Sello, emble-
ma de los Illuminati y de la Reserva Federal. (Archivo del autor).
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