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Pero, de pronto, en una tienda, vio la cosa más extraña que hubiera visto
jamás. Era redonda y brillaba como un trozo de metal, y en ella, el rostro de
un hombre parecía mirar sorprendido a Kam. Pero no paraba ahí la cosa, pues
el hombre imitaba exactamente todo lo que hacía Kam. ¿Quién sería esa
persona? Kam no había visto nunca antes un espejo, de modo que, sin
pensárselo dos veces, compró aquel mágico trozo de metal. Lo envolvió con
cuidado, lo puso en el fondo de su bolsa y partió de regreso a casa. Tenía
muchas preguntas que hacer al hombre que había visto y que tan familiar, y
tan extraño a un tiempo, se le antojaba.
Cuando llegó a su casa, Kam fue recibido con entusiasmo por su familia,
especialmente cuando desempaquetó sus regalos. Celebraron una gran fiesta
en su honor, tras la cual, Kam salió para dar de comer a los cerdos. Mientras
estaba fuera, la hija de Kam se dio cuenta de que algo había kedado dentro
de la bolsa de su padre. Lo sacó, lo abrió y se quedó mirando sorprendida.
La esposa de Kam vino a ver aquello, y vio la cara de una mujer, poniéndose
celosa de inmediato.
- ¿Por qué Kam ha traído a este feo anciano? ¡Apuesto a que quiere
comerse mi arroz y dormir en mi cama!
Los llantos y los gritos hicieron volver a Kam. Tan pronto como entró, su
esposa empezó a tirarle del pelo y a pegarle.
- ¡Eres un hombre malvado, por traer a esa mala mujer para que ocupe
mi lugar!
Y así, partieron en busca del sacerdote del pueblo, y cada uno de ellos contó
lo que había visto en el espejo.
- ¡Dejadme ver ese metal mágico! –dijo- Lo único que veo es el rostro
de un viejo y sabio sacerdote.
Después, les explicó lo que era un espejo, y cómo se habían llevado a engaño.