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EL ESPEJO DE KAM

Hace mucho tiempo, en un país llamado Corea, vivió un granjero muy


trabajador llamado Kam. Toda su vida la había vivido en un remoto
pueblecito, pero anhelaba ver la capital de su país, Seúl. Un día, se decidió
por fin a ir a Seúl, para ver la capital real, de modo que se despidió de su
familia, de su viejo padre, de su mujer y de su hija, y partió de su pueblo.

Tras un largo viaje, Kam llegó a la gran ciudad y se maravilló de sus


bulliciosas calles, de sus hermosas casas y de sus tiendas. En el mercado,
compró algunos regalos para su familia: un peine para su esposa, una pipa
para su padre y unos pañuelos de seda para sus hijas.

Pero, de pronto, en una tienda, vio la cosa más extraña que hubiera visto
jamás. Era redonda y brillaba como un trozo de metal, y en ella, el rostro de
un hombre parecía mirar sorprendido a Kam. Pero no paraba ahí la cosa, pues
el hombre imitaba exactamente todo lo que hacía Kam. ¿Quién sería esa
persona? Kam no había visto nunca antes un espejo, de modo que, sin
pensárselo dos veces, compró aquel mágico trozo de metal. Lo envolvió con
cuidado, lo puso en el fondo de su bolsa y partió de regreso a casa. Tenía
muchas preguntas que hacer al hombre que había visto y que tan familiar, y
tan extraño a un tiempo, se le antojaba.

Cuando llegó a su casa, Kam fue recibido con entusiasmo por su familia,
especialmente cuando desempaquetó sus regalos. Celebraron una gran fiesta
en su honor, tras la cual, Kam salió para dar de comer a los cerdos. Mientras
estaba fuera, la hija de Kam se dio cuenta de que algo había kedado dentro
de la bolsa de su padre. Lo sacó, lo abrió y se quedó mirando sorprendida.

- ¡Miren esto! –dijo- Mi padre ha traído a una hermosa joven a casa, y la


ha ocultado con artes mágicas en un trozo de metal.

La esposa de Kam vino a ver aquello, y vio la cara de una mujer, poniéndose
celosa de inmediato.

- ¡Hombre cruel! Se ha traído a una mujer desde la ciudad para que


ocupe mi lugar. ¡Y además parece que tiene muy mal genio!
Al escuchar los gritos y los llantos, el padre de Kam acudió hasta donde
ellas estaban. Miró el espejo y dijo:

- ¿Por qué Kam ha traído a este feo anciano? ¡Apuesto a que quiere
comerse mi arroz y dormir en mi cama!

Los llantos y los gritos hicieron volver a Kam. Tan pronto como entró, su
esposa empezó a tirarle del pelo y a pegarle.

- ¡Eres un hombre malvado, por traer a esa mala mujer para que ocupe
mi lugar!

- ¡Y por traer a ese feo anciano! – gritó su padre.

- ¡Y por traer a esa estúpida chica! – dijo su hija.

- Venid. Vamos a ver lo que dice el sacerdote de esto –dijo Kam.

Y así, partieron en busca del sacerdote del pueblo, y cada uno de ellos contó
lo que había visto en el espejo.

- ¡Dejadme ver ese metal mágico! –dijo- Lo único que veo es el rostro
de un viejo y sabio sacerdote.

Después, les explicó lo que era un espejo, y cómo se habían llevado a engaño.

- En el futuro, si veis que os estáis enfadando, tenéis que beber una


taza de agua de arroz antes de decir nada.

Todos prometieron seguir las indicaciones del sacerdote, y volvieron a casa


riendo por su tonto error. No mucho después, habría espejos en todas las
casas del pueblo, pero en la casa de Kam, además del espejo, habría también
una taza de agua de arroz, por si acaso la necesitaban. Y, desde entonces,
recordaron para siempre que un espejo no siempre dice toda la verdad.

(Cuento popular de Corea)

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