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papeles

de
la Villa Hostil

ángel valdebenito verdugo


Presentación

“papeles de la Villa Hostil” es un trabajo poético que registra, mediante una


escritura alejada de los tópicos y formas costumbristas, los flujos y reflujos vitales de un sujeto
alimentado y a la vez acorralado por la cotidianidad pueblerina en la que instala y desde la cual
emite su discurso. No es la intención del poeta describir el paisaje humano y geográfico de un
pequeño pueblo del sur chileno – Freire en este caso – de un modo cronístico e impresionista; más
bien se trata de revelar el itinerario circular de unas existencias a trasmano, situadas frente a un
cruce de caminos que sólo parecen conducir a los claustrofóbicos ámbitos de la indiferencia y la
extrañeza.

De ahí el desaliento crónico que transmite el hablante en estos poemas,


desaliento que es también resultado de la imposibilidad que el sujeto poeta tiene para establecer
vínculos memorables con su entorno, con su lugar de origen, un lugar que “no es patria para
perros” porque ahí sus habitantes siguen “temiéndole a sus propios dientes” y continúan
sometidos a los designios de un “tiempo (que) no pasa a través del polvo.”

Poesía premeditadamente autorreferente y alevosa en su trato con las


tendencias que definen la lírica regional de las últimas décadas: nada de alusiones directas a la
cuestión social, nada del larismo primero de Jorge Teillier, nada de paisajismo dulzón y de
intenciones políticamente correctas.

Poeta de fin de siglo, Valdebenito opta por instalar un yo poético desacertado,


inoculado por la incertidumbre de los tiempos que corren, un yo que transita a ciegas por el
laberinto de la escritura y que eventualmente vislumbra perturbadoras y fragmentadas imágenes
de su tierra natal.

Jaime Luis Huenún


llegamos a la villa
casi sin aire,
bailando la danza de los perdidos.
llegamos a la villa sorprendidos en extremo,
porque partimos sin propósito ni rumbo.

en estas casas hay vida pero no hay fuego.


en estas casas hay fuerza
y hay pan
y zapatos que pesan
y piernas que lloran,
pero la plaza no tiene corazón como en otras villas.
simplemente es un pueblo habitado por rocas.
... a lo lejos, se asoma un morador
que nos grita: ¡aquí no hay patria para perros!
esta tierra aún vive su temblor floreciente. llora sus frutos con la cara de pena que siempre ha
tenido, con su relieve silbado por un vagabundo juguetón hace miles de estaciones. a menudo se
oye hablar de su belleza al ser vista desde afuera, pero esta tierra sigue albergando sus
nostalgias: llorando vino a oídos sordos, sirviendo humo a cada visitante y temiéndole a sus
propios dientes.
la hora del amanecer ha llegado:
se emborrachan las luces y cae un tijeral del firmamento, pero esto no es suficiente para inquietar
a alguien. todos van por la calle desentendiéndose del ruido y miran el suelo como si nada
sucediera.
se acaba todo sin previo aviso, pero nadie lo advierte. el polvo cuenta sus días de condena pasada.
desnuda la ciudad derrumba torpemente una taza de hirviente café sobre los huesos de su
rebaño. una piedra destrozada con aires de jim morrison canta la nueva ronda de los pájaros. el
cielo ha quedado en calzoncillos; pero nadie mira hacia arriba, pues ni siquiera sospechan que el
primer día de sus vidas ha comenzado.
elásticamente vagamos,
destino arriba.
suponemos que las flores
son letreros vociferando nuestro palpitar
enfermo. vagamos elásticamente
por caminos sin parentesco ni amistad, y aún
nos corre sudor
por los sueños.
tengo un bar
que me abraza cada noche
y cada mañana.
el resto del tiempo,
me enclavo sobre las alas
de cualquier perro

tengo un cepillo de dientes,


un recuerdo,
un paseo y otras cosas

abro celdas que cabrían en mi vientre,


abro un hueco en la salud de mis días
y
lejanamente, imito a los papeles o los trapos
que han caído en la calle.
ella aparece en este día como un paisaje de recambio, la sonrisa que carga en los hombros tiende
a mantener su mal tiempo. de la casa derrumbada aún le caen pedazos encima. aletargada por un
trueno de más, llega siempre al lugar del que escapaba.
“quisiéramos bailar sobre las rocas – decían ciertas – quisiéramos copular con la luz en el fondo
de un río transparente.”
y desde la médula de un árbol viejo hablaba el más sincero de los demonios:
“busquen otra excusa para pedir paraíso, busquen otra excusa.”
las agujas del reloj escupen sus nervios. es hora de que los payasos despierten y desparramen el
nido a patadas, es hora de que el tintineo de cascabeles haga temblar el vino en las carroñeras
gargantas. una copa, otra copa y florecen las piruetas; un sorbo, otro sorbo y mil gritos viscerales
se adormecen en una roja y redonda nariz.
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vienen detrás del viento con su flor a cuestas. sin lágrimas, sin pasado; sólo sonriendo, con la
mirada dispersa entre las piedras y los cercos marchitos. aunque tiemblan de frío no se escuchan
murmullos entre ellos, algo les alienta el paso (quizá una botella oculta con calor y risas para
todos) y les enciende luciérnagas sobre la vereda. el sol ya se ha caído para el pueblo. ellos vienen
detrás del viento – muñecos de barro bajo los faroles – y el reloj en este instante marca un color
vivaz que se consume a sí mismo.

una canción de bob dylan anda flotando,


e inunda cada rincón de la calle.
a través de este ventanal
veo a los viejos que caminan
como si cargaran una armónica en la espalda.
cada trapo sobre ellos
es una página llena de garabatos ilegibles.
sobre sus cabezas,
como satélites de ocasión,
merodean pájaros ya emplumados de desidia
sus alas son páginas cargadas con poemas agonizantes.
ellos, que aún no son viejos,
van volando sobre las casas
abrumados por la música.
destrozado está el río que nos daba flores en la pesca, lleno de grietas que no dicen nada, que sólo
gimen; sin pudor tragarían niños y gallinas. el río de nuestra flema se ha mutilado los brazos en
señal de abandono.
cae una moneda sobre la tarde ¿sello? ¿cara?, nadie apuesta; todos sueñan su suerte en silencio.
el niñito juan
coleccionaba afiches de guerra
y jugaba a pisar
los perros o los dirigibles muertos.
sus horas de luz
eran una celda sin sentido
con caminos hechos carne
o hechos cenizas.

jamás vio siquiera


una mueca de su padre
y el delantal de la madre colgaba
en alguna pared de su infancia.

el niñito juan vio un día


la soledad hecha luz;
y le cayeron las babas
con un lenguaje huérfano.
sin molestarte por el próximo lamento, a sabiendas de que tu vida es una canción punk mal
cantada, escribes y escribes como enfermo de ti mismo, soñando que algún día todo será drogarse
e ir con putas como john lennon o liam gallagher. pero te asalta una jaqueca repentina; tu
inutilidad hace muecas desde cada pared, atravesando si pudor el espejo, la radio y los afiches.
mientras toco mi flauta ella se aleja,
de seguro esto no es patria
para unas notas de viento sin sentido.
inacabable es esta vigilia,
mágico y ardiente parece ser
el momento que se aguarda,
pero los caballos no han partido todavía;
estancados en su vicio
ellos mismos esperan
la voz de arranque.
como un aliento de perro moribundo él vaga por las cantinas en que nunca ha deseado estar.
siempre alerta para intentar el escape, se corona día a día al fondo de una bodega o un corral que
el ganado ya no respeta. al interior de sus ojos no acepta presencia de dios alguno, si apenas
aguanta la propia a regañadientes. con las manos en los bolsillos tantea en busca de algún
escondrijo; le bastará sólo uno para olvidarse a si mismo y marcharse sin siquiera decir “adiós a
todos” o “adiós a nadie”.
y aquí voy de nuevo
tirando esta carreta.
con mis arrugas
suplicando a cualquier
cielo o a cualquier lejana energía
que me tire a mí mismo
y de paso a estas ruedas nubladas;
a estos fierros lubricados con vino triste.
te traigo canciones mudas
que capturé
hace poco
en el patio sin luz
de nuestra villa,
cuando el viento se perdía en los callejones amargos
y por la radio anunciaban
sequía de palomas mensajeras.
como todas las tardes,
un huérfano aguarda tras la ventana.
los tambores se despluman y quedan listos para marchar hacia el cenit, en derredor todos chillan,
cantan y balbucean los sudores de su alma. de repente las montañas se inquietan por tanto
bullicio, miran tratando de reconocer rostros y sonríen al darse cuenta que es sólo un día más
entre la tribu.
un día más;
otro día.
lloras
por tu zapato perdido.
lloras por tu sonrisa
olvidada quizá en qué copa.
lloras por tu orfandad a medias,
y dices
que ni la desgracia te toma en serio.
lloras como lo haría
una isla sumergida si tuviese ojos...
lloras
todo lo dicho, pues nadie te cree.
viejo padre de las miserias nuestras: regálanos hoy palomas de piedra como en un día cualquiera,
sortea nuestra amargura entre los vientos, a la chuña nuestros llantos del camastro.
mira, todo lo que nos duele vuelve a parirse.
...¿dónde estás ahora que el cansancio nos cabalga?
ya nadie enciende en tus ojos su mirada.
y nada más pronuncia tu nombre.
nada de lo ganado en el juego,
ni el disfraz de piedra que lucías,
ni la sirvienta exiliada de tus ojos.
cualquier recuerdo que pudiera haber quedado
se va alejando como un autista de los umbrales.
ya no hay viento que balbucee tu piel,
sólo te quedan tres o cuatro pasos
que darás en círculo
y un último coqueteo frente a ti misma.
el tronar de los trenes
ha llegado
al espacio monumento tibio estación
de los sueños sin límites,
con su hervor cargado de risas,
con su aliento distante y moribundo.

las vacas preñadas despejan


el andén de las lágrimas.

cada uno de los viajeros


en su burbuja,
espera el silbido de los pájaros
y parte.
nadie ha propuesto una mísera conversación para este día. ajenos de todo, nos topamos sólo a
veces cuando nuestras miradas se consuelan en las manchas de la pared. el otoño ha tirado sobre
la mesa una bruma de olvido. mientras, cada uno de nosotros intenta traspasar el techo con el
humo que nos sale de las pupilas.
1

no mires lejos si tus ojos piden calma. es mejor que nos peguemos juntos a la ventana y
olvidemos la risa del silencio, es mejor que nos acerquemos al abismo y comamos una tortilla en
la víspera del primer parto de las rocas.
ahora armados ya de ilusión y suspicacia podremos instalar las manos sobre el hueco más
remoto y hablar.

nuestra primavera es más que un recorrido por las flores, es la fiebre adeudada a la alegría, una
juguetona alergia a lo opaco; lugar perfecto para bailar en busca de la confesión pendiente, en la
que tú y yo nos diremos tantas mentiras como nos permita el tiempo y tantas verdades como nos
aguante la lengua.
estamos sentados sobre la arena,
sumidos en cerveza y risas.
a orillas de un río
que nos mira y nos escucha sin poder comprendernos.

por ahora nadie


necesita un destino;
bastan sólo unos saltos con locura,
algún piquero desde el barranco,
un grito triunfante al salir a flote
y luego otro sorbo de cerveza
para que la corriente no nos lleve este circo
ni apague las ganas de reír durante el regreso.
aquí donde no hay sino murmullos
donde las fosas se entierran a si mismas.
el tiempo no pasa a través del polvo.
un frío pabellón de flores dice siempre la última palabra.
los poetas, mejor que los raperos y las chicas feas saben bailar solos.
ya te has escapado del aire de las flores, como un chaleco que se desentiende del cuerpo.
has volado sin siquiera caer y sólo tu voz niega los mugidos de las sombras. sólo tus fuegos
indelebles son capaces de olvidarse y partir, porque en el fondo mismo de las risas ya no hay
excusas para seguir riendo.

porque al primer tiro ninguna muerte da en el blanco y todos reclaman agonizando seguro
convencidos que algún deseo tendrá respuesta.

aun así te has lanzado hacia el más inmediato desastre; intenta allí romper botellas
limpias, o intenta bailar si puedes sobre el barro ensangrentado, dibujando con tus pasos un
expirar en cuerpo entero; intenta allí decir que provienes de la vida y podrás desvanecerte
esperando que algún escombro se convenza de tus palabras.
papeles de la Villa Hostil
Pewma Ediciones
1999
Editor responsable: Jaime Luis Huenún
Diagramación: Sucesso Publicitario
Diseño Portada: Cristian López Espinoza
Impresión: Telstar Impresiones

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