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I.S.E.T.

XVIII
Bibliotecología-Segundo Año
Incentivación a la Lectura
Magdalena Abellan

Autobiografía lectora:

Tuve la suerte que mi abuelo trabajara, cuando yo era muy chica, en el depósito de una
editorial. El era empaquetador: colocaba las colecciones en una caja de cartón y las ataba
con hilo de algodón para ser transportadas a las librerías. Es ese depósito se encontraban
olvidadas colecciones enteras de enciclopedias, diccionarios ilustrados de todo tipo,
historias universales, libros enormes y coloridos que iban a cautivar mi mirada de niña
curiosa.
Habían quedado allí por pequeñas fallas, a veces imperceptibles pero que impedían que
entraran en el circuito comercial. A mi abuelo le dijeron: “Sí, Don Luis, llévese todo lo que
quiera, nos hace un favor”. Mi casa se fue llenando de libros, grandes, pesados y
cautivantes. Llenos de mapas, de animales, de cosas. Los abría y los miraba. Lo que más
me gustaba era la sensación de abrirlos en una página cualquiera y estar de golpe en una
dinastía china y al momento examinar por dentro una caléndula y otro en la mandíbula de
un dinosaurio o en la historia de los sombreros ingleses o en un viaje a la Luna.
Me gustaban las distintas letras, texturas, encuadernaciones pomposas. Mirarlos todos
distintos en la biblioteca. Por otro lado mis padres leían por las noches. Supongo que imité
su costumbre. Comencé a leer todo lo que llegaba a mis manos desprejuiciadamente.
Louis May Alcott y toda la colección de Robin Hood de cuentos para niños hicieron lo
demás.
Se dio naturalmente: leer era algo más en mi vida. Como mirar los dibujitos. Luego vino la
adolescencia y encontré consuelo a mis pesares con la poesía de Alfonsina Storni y
Gustav Becquer.
Armábamos cuadernos con mis amigas donde transcribíamos los poemas que más nos
gustaban. Creo que hasta aquí llega mi mejor época de lectora.
Luego, la ansiedad, la noción de que el tiempo pareciera pasar más rápido, la obligación
de leer para estudiar, una actitud más crítica y también más “atada a la realidad” sin
permitirme volar con mi imaginación, hicieron que me alejara progresivamente de la lectura
por puro placer.

Reflexión.

La cita de Pennanc, tal vez identificada por mi realidad como lectora y sensibilizada por lo
que escribí anteriormente, es la elegida para la reflexión
Siento que para la lectura uno debe tener cierta actitud de calma, relajación, de empatía
para darle una oportunidad al autor y al libro de que nos cautive. Creo que el niño puede
lograr ese estado fácilmente cuando ha adquirido los hábitos de la lectura.
Se “entrega” a la lectura como un juego más. Pero el adulto que nunca lo tuvo o que siente
haberlo perdido tiene que trabajar para hacer conciente ese impedimento por el que no
puede disfrutar. Entonces no es que ha elegido mal un libro y menos que la lectura no le
guste más sino que no tiene en ese momento la predisposición necesaria para disfrutarla.
Por eso lo que señala Pennac me parece correcto: marcarle al que ha perdido el gusto por
la lectura que es una sensación fácilmente recuperable. Sólo requiere un poquito más de
“entrega”. Creo que sucede con todo en realidad. Uno pasa como “anestesiado” por la vida
con tantos estímulos distintos, pero para poder disfrutar realmente de una buena música,
una comida, una película, un paisaje, un libro, debe poder hacer este trabajo de conciencia
y relajación. Como incentivadores a la lectura creo que ésta va a ser una de las barreras
que tendremos que enfrentar para que las personas se conecten con sus libros y, en
definitiva, con ellos mismos.

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