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Biblioteca animada

No haba remedio: tena que leerlos. Si no lo haca, salan despedidos


del estante*, sobre todo cuando pasaba frente a l de modo que me
impactaran en la cara o la ingle. Todo porque haba contrado el mal hbito de
adquirir libros a diestro y siniestro*. Ttulos que ni siquiera me llamaban la
atencin, portadas que me resultaban insulsas, ah estaban, apretujados en
el rea de libros por leer. En cambio, los libros ledos se comportaban mejor,
especialmente despus de la relectura; se quedaban quietos y dciles, salvo
algunos, que, pese a leerlos y releerlos, seguan pataleando incansables; uno,
por ejemplo, era sobre un llano inflamado de algn autor mexicano nada
prolfico, no recuerdo el nombre (lo que es curioso porque no se tranquiliz
sino hasta que lo hube* ledo 34 veces).
Pas un da que abrieron* una librera cerca de la pieza que alquilaba.
Y all estaban: enciclopedias britnicas y francesas, diccionarios acadmicos
de pases cuyos nombres apenas poda pronunciar, ilustrados, empastados
lujosamente y con el ttulo en letras doradas. El deseo fue incontenible. Ahora
s que hice mal en comprarlos todos porque esos duelen ms. Que no los
engae su apariencia de pesadez, son en verdad tan giles como los libros en
octavo*. Llegaba a la pieza con bolsas llenas de estos mamotretos, y apenas
entraba en ella empezaban a temblar... El estudio se volva entonces un
verdaddero campo de batalla; para defenderme de tan voluminosos
enemigos me pertrechaba* de tinas y cacerolas que usaba a modo de
escudo. Los vecinos, llegada la noche, que era cuando los libros tambin
dorman y se daba una tregua temporal*, venan a quejarse a mi puerta de la
estridencia que provocaba el choque de los misiles librescos contra la ollaescudo metlica.
Un tratado sobre magia y religin hecha por algn sir, sin embargo, ni
siquiera dorma. Todas las noches lo oa patalear en un rincn de la
biblioteca. En cuanto amaneca

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