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Hace mucho tiempo conocí a una anciana que por toda enfermedad cargaba su vejez de
la que decía que iba a morir en el recodo enmontado de un camino, por que ellos habían
sido su albergue en su vida de trovador y el mundo y los hombres su más cara ilusión.
De este mundo, para su ser, tomo todo y, su única extrañeza a pesar de la ignorancia de
las letras era la impaciencia, la falta de reflexión y la necedad de sus semejantes.
Parlanchina, vivaracha, deseo siempre el silencio de los caminos por entre la flora y
bajo el sol que ilumina la historia que la vida en comunidad que no entendía. En sus
largas jornadas, sola, su meditación no iba más allá de este mundo porque desechaba a
Dios del que hablaba tan bien...
Los días de mercado, María Maletas Machuca Terrones, amanecía en el poblado, con
sus trebejos al hombro, con sus manos arrugadas mendigando, con sus ojos
centelleantes censurando e inquiriendo, y, por vuelta de lo recibido, a flor de labios
marchitos, una máxima lozana que robustecía el espíritu. Su sobre nombre, más que el
producto de machacar terrones con su bordón hasta verterlos polvo, era el producto de
su posición ante el mundo que tanto amo y al que quiso redimir con su voz de litigante,
de regateo frente a sus interlocutores, de quienes muchas veces, entre los más cuerdos,
arranco una lagrima a los diques del ungís, y, de otros, los menos, una carcajada de
estupidez y una mirada sin pensamiento, que es en el fondo, la perplejidad que causa el
reconocimiento de lo que no queremos admitir.
Siempre que la escuche tuve la impresión de que aquel cuerpo magro, raquítico, se
hallaba liberado de todo menos del mundo, al que se entrego virtuosamente, convencida
de que era lo único digno de amar, hundida hasta la saciedad y con la seguridad en la
grandeza del hombre, con la siempre joven esperanza en la vida, donde Dios no tiene
cabida en los intereses del hombre. Era consciente de que el hombre, muy a pesar de los
atavismos religiosos y jurídicos, tenia preferencia por lo que le ofrecían sus sentidos y el
instinto, primaban en él los goces del cuerpo sobre los del alma, la vida en la tierra a la
esperanza en paraísos y nirvanas.
En el pueblo, se sentaba en los escaños de la plaza, quizás porque allí, en medio del
bullicio del mercado reverberaba la vida a los gritos de la oferta y la demanda, y, porque
el rictus de las gentes que en ella se agolpaban hacían le esbozar sus máximas
rebosantes de sabiduría y realidad, y además, porque era el centro de su auditorio. ¡Que
le importaba que el párroco maldijera su nombre y amenazara con excomunión a quien
la escuchara si su credo era el hombre y el mundo que existe! Su rebeldía no era una
rebeldía individual ni heroica, no pretendía descabalgar el establecimiento ni violentar
los códigos, solo pretende educar al hombre en la dignidad moral y en la
responsabilidad civil sin atavismos de ninguna índole.
Siempre hubo dialogo en rededor de su figura, las preguntas y las respuestas se sucedían
atropelladamente, todos querían saber, de primera mano, la última máxima. Un
domingo, entrada ya la tarde, escuche éste dialogo:
-Hola, María Maletas, ¿Como estas?
-Con los pies sobre el mundo y mi espíritu y mi bordón sobre el terrón.
-¡Que te entienda el diablo, María Maletas!
-No vivas del pasado, de tus perennes recuerdos, de tus mejores desde aquel otro
lamentable, con ello, sepultaras tu presente y el de la humanidad entera. Así no vives,
más aún, no dejas vivir...
-No digas esas cosas, ¿cómo se vive sin experiencias, sin Dios, sin fe?
-No, eso no representa toda la existencia, ella es algo más que ese pesimismo fatuo
engendrado por los Dioses, por los oráculos y por sus creyentes, por los perjuicios del
ser humano que no es capaz de realizar el momento presente sin pensar, más allá de lo
correcto, en el que viene y en el que paso para su dolor o para su gloria. No, eso no es la
existencia, tenemos que cotejar el pasado sin caer en el remordimiento de la acción
fallida ni con temor al futuro aplicándonos, con voluntad férrea, al momento real y
objetivo que vivimos y al que viene si alcanzamos... La vida hay que vivirla del todo,
con humildad, plenamente, los Dioses no cuentan...¡ Solo el hombre y su acción!
Un domingo lluvioso, bajo la ceiba de la plaza, sintiendo que su vida se apagaba, agrupo
la vieja, difícilmente, a los jóvenes que transitaban por el mercado. Reprimió las
lágrimas para que no dudaran de su entereza de carácter, tomo las manos de algún de los
allí presentes para darse aliento, y, en los estertores de la muerte, con voz firme,
pronuncio su postrer aforismo:
-¡Gritad, jóvenes, que si os dan la vida, que si os dejan obtener vivencias, les
devolveréis a cambio una cultura!