Ahora caigo en cuenta que lo que amo verdaderamente en ella es el modo que

tiene de huir de s misma, hacia ese sitio donde se desconoce y cede (sin
saberlo) a los secretos reclamos de su sangre, a la insinuacin de ese algo que
a travs suyo me indica que no se pertenece del todo. Igualmente, amo su
forma de volver sobre s, de rehusar una y otra vez el caos, como buscndose
en los estrechos senderos familiares, fraguados en la repeticin, en la
imperiosa necesidad de admitir un orden para sus miembros, en el hbito, en
la mana, en el ritmo seco que marcan los ademanes ensayados, en el timbre
ingenuo de su voz cuando se toma en serio. Lo que amo con fascinacin es la
persecucin incesante entre esos dos estados, entre esas dos disposiciones
ntimas y contradictorias en que su existencia asume el contorno absoluto de
sus gestos, ese apasionado ir y venir entre aquello que le es propio y lo que es
inapropiable, por exceso, porque es en el resto de ella misma donde deviene
semejante al infinito. Amo en ella, y en el fondo esto es verdad para quienes
amo y admiro, ese abandono involuntario que termina por imprecisar sus
muecas, sus detalles, sus actos ms ridculos, sus soslayos, sus temblores
minsculos, la orientacin fugaz de sus pensamientos, la irreparable
mortalidad de sus dolos pues es ah donde vive la evidencia de que hay algo
ms que todo cuanto se imagina que es, que hay algo perfecto en la presin
justa que ejercen los lmites del mundo que concibe y la orilla incomparable del
universo que es su existencia su piel, sus movimientos, su estatura, el fondo
ignorado de sus pupilas: no son sino la abertura imposible, el lugar sin sitio en
que el sentido se aparea con el tiempo y la materia, la lnea en incansable fuga
en que la luz danza implacable, segura de su eternidad, en finsimo equilibrio
en el centro de la nada, siempre a punto de caer y siempre victoriosa de esa
victoria sin derrotados
Amo, pues, con locura ese bordecillo extrao donde ella es, a ciertas horas, un
poco ms difana, pero no menos misteriosa