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En la alborada del vigésimo quinto día del séptimo mes, por entre la callezuela
se asomaba a la casapuerta él con atuendo garbado y senil, demasiado, tal vez
para alguien de su edad; se dirigía como hace ciento treinta tres días hacia su
lugar de trabajo. Por la fachada no podría adivinarse las actividades de índole
laboral que se realizan dentro del inmueble, de hecho, el edificio no parecía
como tal o a los que circundaban, sino que este constaba solamente de un
único piso al nivel de la calle. Vale notar que la edificación era diferente por que
la serie de oficinas que la constituían se encontraban bajo el nivel de la acera,
una construcción única para la zona donde se habitaba.
Pero él nunca lo noto como algo excepcional o algo fuera de lo común, para él
solo era el lugar donde desarrollaba sus actividades diarias, un compromiso
ineludible con su destino, una rutina, algo que debe cumplirse sin discusión,
alejado de cualquier juicio. Solo cuando pasaba por el jardín que conectaba a
la callezuela con la casapuerta se sentía introspecto; la rustica de su rutina se
veía interrumpida por la elaboración de aquel arreglo de gardenias,
especialmente alineadas para hacer juego con la fachada, al mejor estilo de los
años veinte donde se tomaba al alba por sorpresa y se exponía a los miles de
personas que entraban y salían de la edificación.
El transcurso del gran jardín solo era el inicio de una dura empresa que lo
aquejaba, el Hall de ciento veintidós metros de largo, era su sano suplicio que
obligado a padecer desde hace ciento treinta y tres días él recorría. El piso en
mármol finés del siglo XVIII daba el toque de fina distinción, su superficie
brillante y espectral daba la sensación al visitante de caminar sobre un gran
espejo de ciento veintidós metros, todos caminaban con la cabeza gacha
ignorando por completo la gran cúpula de Alejandro VII con imágenes de
arcángeles y ángeles caídos, un extraño contraste de diseño, pero ni él se
percataba; no como el resto de personas, sino porque su atención tomaba
destino a mano derecha donde el Hall se conectaba con la gran sala de
recepciones.
El pasar por la gran sala de recepciones era todo un espectáculo para él, no
por la serie de adquisiciones que la adornaban: un retrato Luís XVI original, una
gran ánfora espiral de la dinastía Nang, un diván púrpura en el centro de la sala
y solo detrás de el una vieja chimenea que parece que hace algún tiempo dejo
de usarse, en el techo candilejas doradas que lo adornaban no permitiendo que
la penumbra circunde la gran sala. Pero para él ese espectáculo de color y
luces era algo nimio; al parecer a todos los que trabajaban ahí les parecía
indiferente, la gran sala casi siempre estaba vacía, excepto cuando ella
irrumpía y tomaba como propio un pequeño espacio en la esquina superior que
daba frente a la casapuerta, era hacia ella que el destinaba sus miradas desde
hace ciento treinta y tres días.
Sentía que el mundo se detenía a sus pies, por mas que caminara nunca
recorría la totalidad de los ciento veintidós metros del Hall, todo conspiraba
para que tuviera el placer de atisbar este gran cuadro colocado especialmente
para él, solo él podía darle significación a la escena que presenciaba por sus
grandes y saltones ojos color marrón. Siempre había sentido el ánimo y la
disposición de adentrarse en la sala, pero una fuerza superior a su propio
deseo lo reprimía y lo conminaba a abandonar la causa, la curiosidad perenne
que lo conducían por eternos silencios vacíos en su cabeza, que tenia como
conclusión ignorar a la mujer que le robaba las miradas y su todo por un
espacio de ciento veintidós metros. Él solo se dedicaba a seguir su propio
curso y adentrarse a mano izquierda para seguir al sector de descensores que
lo dirigían a su oficina.
Él sabia que todo era diferente ese día, la forma como ponía atención y
disposición a las cosas que lo rodeaban era susceptible de cuestionamientos, y
hasta la llegada al Hall era en cierto sentido una experiencia nueva en cuanto a
la forma como lo interpretaban sus sentidos y a la forma como él casaba en
ese espacio-tiempo, era de cierto modo desconcertante, pero ese sentimiento
floreció en la diáfana premonición de que con ella todo sería diferente a partir
de ese día.
Todos los días eran exactamente los mismos, él se desplazaba entre los muros
de la fortificada construcción de inicios de siglo; y en la medianía entre el
mundo exterior y su oficina se encontraba ella, siempre ella, a la misma hora y
en el mismo lugar, de hecho, era el único momento del día donde él la veía,
después de ello ella se perdía por entre la penumbra de los descensores ,
noventa y ocho pisos descendía el habitáculo, para dejarla a ella en su oficina,
jamás por el resto del día volvía a tener noticias de ella, ni a verla por la gran
sala de recepciones, debía esperar el amanecer de un nuevo día para
contemplarla de nuevo, en silencio, su único cómplice en su desvirtuada
empresa.
- ¡Hola!
- ¡Hola!
- ¡Hola¡
- Eso ya lo habías dicho – ella sin denotar ninguna sorpresa.
Todo había salido mal, estruendoso, ahora ella tenia el control de la situación,
las palabras, la calma; nunca se había encontrado en una situación siquiera
parecida, inmóvil ante la duda y la ignorancia, solo había una salida, terminar la
conversación lo más pronto posible y salir de aquel lugar con prontitud.
- Bueno, siempre me he preguntado por que una mujer tan bella se encuentra
aquí sola en la inmensidad de esta gran sala, observando hacia el jardín.
- Que bonitas palabras, nadie hoy en día parece fijarse en más que en sus
trabajos, dejándose llevar por la rutina, ya nadie se detiene a observar lo que
al menos parece obvio, las personas ya no reparan en ello; pero yo si, todos
los días antes de empezar mi labor me detengo y admiro un poco la vista del
jardín y me dejo llevar por sus formas, colores y aromas.
- Si, es verdad, ya nadie repara en ello, es triste, ya casi nadie tiene tiempo
para nada, que no sea su trabajo, la familia, los amigos, ellos mismos…
Ahora ya entiendo porque ciertas veces te veo en frente de la ventana, solo
era simple curiosidad.
- ¡No!, eso no es cierto, siempre desde el primer día que entraste a trabajar
aquí, te detienes lentamente en el Hall y volteas tu rostro hacia mí y mientras
tienes en mí tu mirada, continuas hasta el final donde tomas los descensores.
- Ah que bien, tal vez si no te moleste algún día podamos almorzar juntos, ya
sea en la cafetería o en la salita donde tú dices. ¿No te parece?
- ¡Eso seria estupendo!, me gusta almorzar sola, pero si tu deseas
acompañarme, esta bien por mi.
- Claro que si, y no se… tal vez después de la jornada laboral, podemos salir y
tomar algo, ¿no crees?
- Hasta que por fin pudiste decirlo, ¡vaya! – manteniendo su sonrisa y
serenidad
- Ehhh, perdón, ¿Cómo dices? – volviendo a perder la seguridad ganada
- Eso mismo, que demoraste ciento treinta y tres días para decir lo que siempre
quisiste decir y no te atrevías… ¡invitarme a salir!
- Yo no lo hacia por…
- Si te vieras en un espejo, estas todo colorado y comienzas a sudar, no te
pongas nervioso, si lo que te preocupa es si voy a salir contigo, claro que si,
me siento alagada de que me elijas entre tantas muchachas bonitas que
trabajan en este edificio. –ella interrumpiendo
- Si, claro como no, yo… - titubeante
- Yo salgo a las cinco de la noche, si deseas nos vemos aquí, no te vayas a
peder entre la multitud que comienza a salir. ¡mira la hora que es!, estoy un
poco retrasada, nos vemos a las cinco, ¡hasta luego! – se acerca a él
presurosa y dándole un beso en su mejilla se aleja hacia la zona de
descensores.
- Listo…, chao…, gracias…, que estés… muy bien – disminuyendo el tono de
su voz
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Aquel era un día diferente para él; no podía explicarlo o encontrar una palabra
que definiera lo que sentía en ese preciso momento. No era como el resto de
días que pasaba casi inadvertido por entre la callezuela y la casapuerta hacia
el edificio, ese día era diferente, encontraba cierto patrón entre sus pisadas y
el lugar donde esas pisadas tendían a encaminarse, a pesar que por el jardín
una única ruta se podía recorrer. La forma como las gardenias habían sido
colocadas lo confirmaban, pero para él hasta estas plantas rubiáceas tenían
algo no común con respecto a los otros días. De hecho se preguntaba si las
gardenias expelían todos los días el mismo olor, o emanaban dependiendo de
la puesta del día o del pasar de las personas, solo la lógica lo traía a la realidad
y abandonar así la posible conspiración de las gardenias.
Para cuando cerró la puerta del edificio nada lograba cambiar, a pesar de
recorrer la misma ruta posible, sabia que no era la primera vez que pasaba por
ahí, al menos ese día, y caminando por entre el Hall de ciento veintidós metros
largo, comenzó a admirar por primera vez el piso en mármol finés del siglo
XVIII daba el toque de fina distinción, su superficie brillante y espectral daba la
sensación al visitante de caminar sobre un gran espejo de ciento veintidós
metros, todos caminaban con la cabeza gacha ignorando por completo la gran
cúpula de Alejandro VII con imágenes de arcángeles y ángeles caídos. A pesar
de su sorpresa no bajaba el ritmo en su caminar un poco soso, sabia que ya
había pasado por esto alguna vez, a pesar que todos los días recorría este
camino, era como una redención ante el pasado; todo cambió súbitamente,
cuando él pasaba por la gran sala de recepciones.
Al igual que los otros días ella no se inmutaba de su presencia, eso ya lo sabía
él; que empezó a notar como disminuía sus pasos en el transcurso longilineo
del Hall, siempre creyó que era el espacio-tiempo quien se detenía y
conspiraba para que él pudiese contemplar la fémina que despertaba todos sus
sentidos. Sabía que era ahí como todos los días, donde tenia la oportunidad de
cortejarla, de entablar una conversación y de tener una cita con ella; era algo
que siempre se le facilitaba, que sabia que debía hacer, pero en ese día donde
todo era tan extraño y en cierta forma bizarro, volvió en si para tomar la
decisión, una decisión que alguien ya había tomado; sabia que todo giraba en
torno a ello, con la única diferencia que sabia en que forma iba a
desencadenarse, sentía como se iba a desenvolver todo, como iba a concluir,
que nada de lo que hiciera podría cambiarlo; no sabia como, no sabia porque,
el hecho era que lo sentía, lo sentía por todo su cuerpo vahído que de sus
entrañas humedosas; era una decisión que solo él podía tomar pero dadas las
circunstancias en las que se encontraba podía creer que era algo fingido o era
algo real, pero era el momento de la verdad y el no podía cambiarlo.
Con un caminado lento, como aquel que lo hace sin atisbar su recorrido, en
una posición recta, erguida, con su columna totalmente erigida y su mentón
sobre uno de sus hombros que dirigía la mirada hacia la gran sala de
recepciones y sin ningún rastro en su mirada de arrepentimiento o desilusión
continua la senda de los ciento veintidós metros de longitud del Hall, hacia la
zona de descensores, que lo conducirá hacia el piso menos veinticuatro, donde
como todos los días cumpliría con su labor y su rutina, tal y como siempre lo
hacia, desde hace ciento treinta y tres días… ciento treinta y tres días.
FIN