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LA CITA

Por: Jaime Andrés Gómez López

***

En la alborada del vigésimo quinto día del séptimo mes, por entre la callezuela
se asomaba a la casapuerta él con atuendo garbado y senil, demasiado, tal vez
para alguien de su edad; se dirigía como hace ciento treinta tres días hacia su
lugar de trabajo. Por la fachada no podría adivinarse las actividades de índole
laboral que se realizan dentro del inmueble, de hecho, el edificio no parecía
como tal o a los que circundaban, sino que este constaba solamente de un
único piso al nivel de la calle. Vale notar que la edificación era diferente por que
la serie de oficinas que la constituían se encontraban bajo el nivel de la acera,
una construcción única para la zona donde se habitaba.

Pero él nunca lo noto como algo excepcional o algo fuera de lo común, para él
solo era el lugar donde desarrollaba sus actividades diarias, un compromiso
ineludible con su destino, una rutina, algo que debe cumplirse sin discusión,
alejado de cualquier juicio. Solo cuando pasaba por el jardín que conectaba a
la callezuela con la casapuerta se sentía introspecto; la rustica de su rutina se
veía interrumpida por la elaboración de aquel arreglo de gardenias,
especialmente alineadas para hacer juego con la fachada, al mejor estilo de los
años veinte donde se tomaba al alba por sorpresa y se exponía a los miles de
personas que entraban y salían de la edificación.

El espectáculo de luces y el olor a incienso quemado con cierto toque


formaldehído hacían creer a él, que la rutina que lo seguía y lo definía no podía
atravesar aquel jardín, el mundo le mostraba su lado amable antes de
sumergirse en la cotidianidad de su labor. Esa sensación lograba que él se
adentrara en la edificación sin percatarse del vahído que de sus entrañas
humedosas comenzaba a impregnarse y solo ahí en el cerrar del gran portón
desde adentro, sabia que la travesía había finalizado, pero aún faltaba largo
destino para encontrarse con su rutina que desolada lo espera al final del largo
Hall.

El transcurso del gran jardín solo era el inicio de una dura empresa que lo
aquejaba, el Hall de ciento veintidós metros de largo, era su sano suplicio que
obligado a padecer desde hace ciento treinta y tres días él recorría. El piso en
mármol finés del siglo XVIII daba el toque de fina distinción, su superficie
brillante y espectral daba la sensación al visitante de caminar sobre un gran
espejo de ciento veintidós metros, todos caminaban con la cabeza gacha
ignorando por completo la gran cúpula de Alejandro VII con imágenes de
arcángeles y ángeles caídos, un extraño contraste de diseño, pero ni él se
percataba; no como el resto de personas, sino porque su atención tomaba
destino a mano derecha donde el Hall se conectaba con la gran sala de
recepciones.

El pasar por la gran sala de recepciones era todo un espectáculo para él, no
por la serie de adquisiciones que la adornaban: un retrato Luís XVI original, una
gran ánfora espiral de la dinastía Nang, un diván púrpura en el centro de la sala
y solo detrás de el una vieja chimenea que parece que hace algún tiempo dejo
de usarse, en el techo candilejas doradas que lo adornaban no permitiendo que
la penumbra circunde la gran sala. Pero para él ese espectáculo de color y
luces era algo nimio; al parecer a todos los que trabajaban ahí les parecía
indiferente, la gran sala casi siempre estaba vacía, excepto cuando ella
irrumpía y tomaba como propio un pequeño espacio en la esquina superior que
daba frente a la casapuerta, era hacia ella que el destinaba sus miradas desde
hace ciento treinta y tres días.

Sentía que el mundo se detenía a sus pies, por mas que caminara nunca
recorría la totalidad de los ciento veintidós metros del Hall, todo conspiraba
para que tuviera el placer de atisbar este gran cuadro colocado especialmente
para él, solo él podía darle significación a la escena que presenciaba por sus
grandes y saltones ojos color marrón. Siempre había sentido el ánimo y la
disposición de adentrarse en la sala, pero una fuerza superior a su propio
deseo lo reprimía y lo conminaba a abandonar la causa, la curiosidad perenne
que lo conducían por eternos silencios vacíos en su cabeza, que tenia como
conclusión ignorar a la mujer que le robaba las miradas y su todo por un
espacio de ciento veintidós metros. Él solo se dedicaba a seguir su propio
curso y adentrarse a mano izquierda para seguir al sector de descensores que
lo dirigían a su oficina.

Él sabia que todo era diferente ese día, la forma como ponía atención y
disposición a las cosas que lo rodeaban era susceptible de cuestionamientos, y
hasta la llegada al Hall era en cierto sentido una experiencia nueva en cuanto a
la forma como lo interpretaban sus sentidos y a la forma como él casaba en
ese espacio-tiempo, era de cierto modo desconcertante, pero ese sentimiento
floreció en la diáfana premonición de que con ella todo sería diferente a partir
de ese día.

Todos los días eran exactamente los mismos, él se desplazaba entre los muros
de la fortificada construcción de inicios de siglo; y en la medianía entre el
mundo exterior y su oficina se encontraba ella, siempre ella, a la misma hora y
en el mismo lugar, de hecho, era el único momento del día donde él la veía,
después de ello ella se perdía por entre la penumbra de los descensores ,
noventa y ocho pisos descendía el habitáculo, para dejarla a ella en su oficina,
jamás por el resto del día volvía a tener noticias de ella, ni a verla por la gran
sala de recepciones, debía esperar el amanecer de un nuevo día para
contemplarla de nuevo, en silencio, su único cómplice en su desvirtuada
empresa.

El espectáculo que era para él observarla no tenia punto de inflexión, aunque


siempre la veía de perfil, ensimismada ella con el jardín que bordeaba el
mármol color blanco de los marcos de la ventana de medio de alto por ochenta
centímetros de ancho, sabia que había algo más, los grandes gabanes de
oscuros colores que únicamente permitían admirar su cabello rojizo natural
totalmente liso y extenso hasta su cadera, su tez blanca nacarada que se
perdía en el cuello del gabán, sus ojos azules que deshojaban las gardenias
con su penetrante mirada, su nariz respingada, tan pequeña, tan delicada, que
captaba el olor a perlas humeantes proveniente del jardín, sin olvidar sus labios
rojos, carnosos y húmedos por el que tantas bocas murieron de sed, antes de
acoplarse en ellas, que murieron de amor y se secaron en su pena, en fin, todo
su rostro era un hechizo fortuito para los corazones desalmados, una prueba
de vida que desembocaba en la muerte, una batalla perdida antes de iniciar,
pero para él no valía excusa posible; solo con admirar la mitad de su rostro
bastaba, abdicaría ante la lógica, no había reversa posible, no ese día.

Sería como siempre lo fue, él con su caminar desinteresado, pero con su


mirada fija, y ella tímida dando pasos hacia la pared, arrastrada por las
circunstancias, y por su aroma, sería presa fácil para su embestida, ella
timorata ante la sagacidad y su fuerza diría que si, el mismo lugar a la misma
hora, el mismo cóctel, la misma canción, la misma rutina, la que siempre daba
resultado, infalible, pero primero debía entrar en la gran sala, preparar el
terreno, la presa esta lista.

- ¡Hola!

Ella poco a poco vuelve a la realidad, su atención se dirige hacia donde se


origino la voz, poco a poco gira su cuerpo para quedar frente a frente a él;
cuando ella y él se encuentran frente a frente con una sonrisa dulce, como el
aroma de la gran sala, responde al saludo.

- ¡Hola!

Totalmente obnubilado ha quedado él, la sonrisa de ella lo ha desarmado por


completo, no se lo esperaba, nadie lo había preparado para ese momento, todo
su castillo de naipes por él construido había sido derrumbado por aquella
sonrisa y esa tierna voz.

Totalmente hipnotizado e inmovilizado lo único que podía pensar era como


salvar de las profundidades del olvido su plan, tal vez virarlo un poco, todas las
posibilidades eran aceptables excepto rendirse, no podía pronunciar ni una sola
palabra de las más de cien que había preparado par esas oraciones, la
profunda belleza de ella lo había cautivado que preferiría permanecer mudo
antes de intentar blasfemar enunciando algo sobre ella. Aunque en un sentido
más pragmático era necesario decir algo, no en vano él había iniciado la
conversación y ella a pesar del silencio sepulcral había permanecido ahí sin
inmutarse, con la misma sonrisa solo esperando que el dijera algo… cualquier
cosa.

- ¡Hola¡
- Eso ya lo habías dicho – ella sin denotar ninguna sorpresa.

Abatido y rematado, solo mirándolo a sus ojos totalmente desarmado,


confundido, correr, abdicar, abandonar la gran sala, era una de sus
preocupaciones principales.

Todo había salido mal, estruendoso, ahora ella tenia el control de la situación,
las palabras, la calma; nunca se había encontrado en una situación siquiera
parecida, inmóvil ante la duda y la ignorancia, solo había una salida, terminar la
conversación lo más pronto posible y salir de aquel lugar con prontitud.

- Tal vez escuchaste mal.


- No es cierto, estoy completamente segura de lo que escuche – replica serena.
- Tal vez… ¿el eco de la habitación?
- Pero tú iniciaste la conversación.
- Bueno, eso ya no importa, ya estamos conversando, ¿verdad? – risa nerviosa
- Si, estas en lo correcto, ya estamos hablando.
- Ehhh – con tono dubitativo
- Dime

Abatido ante la adversidad y ante la lógica de lo racional, ante lo impío de la


realidad retratada, solo podía continuar con su austero plan, ya no tenía nada
que perder ante ella que le ha quitado todo, hasta el mismo aliento.

- Bueno, siempre me he preguntado por que una mujer tan bella se encuentra
aquí sola en la inmensidad de esta gran sala, observando hacia el jardín.
- Que bonitas palabras, nadie hoy en día parece fijarse en más que en sus
trabajos, dejándose llevar por la rutina, ya nadie se detiene a observar lo que
al menos parece obvio, las personas ya no reparan en ello; pero yo si, todos
los días antes de empezar mi labor me detengo y admiro un poco la vista del
jardín y me dejo llevar por sus formas, colores y aromas.
- Si, es verdad, ya nadie repara en ello, es triste, ya casi nadie tiene tiempo
para nada, que no sea su trabajo, la familia, los amigos, ellos mismos…
Ahora ya entiendo porque ciertas veces te veo en frente de la ventana, solo
era simple curiosidad.
- ¡No!, eso no es cierto, siempre desde el primer día que entraste a trabajar
aquí, te detienes lentamente en el Hall y volteas tu rostro hacia mí y mientras
tienes en mí tu mirada, continuas hasta el final donde tomas los descensores.

¿Cómo ha sido posible ello?, ¿Cómo ha podido descubrirlo? Esas y muchas


otras eran sus preocupaciones principales; él siempre actuaba de forma
disimulada y desapegada, ajena de cualquier sentimiento; No era él quien
camina más lento por el Hall, es el espacio-tiempo quien se detiene para que él
pueda contemplarla. Siempre se veía ensimismada sobre el jardín, no era
concebible para él, que ella estando de perfil lograra detectar sus movimientos
y motivaciones; ahora era cierto, ella tenia algo más, no era la mujer común y
corriente, ahora si él se encontraba totalmente desnudo en cuanto a sus
intenciones, solo debía salir de la situación con un poco de dignidad masculina.

- ¿Y en que piso trabajas? – dando un giro a la conversación


- En el piso menos cien, pero eso ya lo sabias, ¿verdad?; me entere que
indagabas sobre mis actividades.
- Yo nunca… - yéndose la voz
- Pero tu trabajas en el piso menos veinticuatro, ¿verdad? Los de ese piso
siempre han sido personas amables – interrumpió ella
- Yo no quería… -tranquilizándose
- Dime
- Siempre he notado que nunca almuerzas en la cafetería, y hasta donde se es
la única del edificio; o ¿almuerzas afuera?... pero siendo aquí gratis… en
realidad no se – cambiando de tema nuevamente
- Es que antes no existía esa cafetería, cada menos veinticinco pisos había una
salita y ahí nos reuníamos a almorzar los de los pisos aledaños. Ahora, con
los cambios en el edificio, se centralizo todo y el personal en su totalidad va
a la única cafetería; pero aún permanecen aquellas salitas y ahí es donde
almuerzo yo. – responde sonriendo

Había quedado embrujado ante la dulzura de su voz, como el canto de un


ruiseñor. En ningún momento le paso por la cabeza interrumpirla; ante una
pregunta carente de sentido, ella sin burla y con serenidad salvaje, contesto el
cuestionamiento. Ahora él enfila sus baterías y se decide a atacar.

- Ah que bien, tal vez si no te moleste algún día podamos almorzar juntos, ya
sea en la cafetería o en la salita donde tú dices. ¿No te parece?
- ¡Eso seria estupendo!, me gusta almorzar sola, pero si tu deseas
acompañarme, esta bien por mi.
- Claro que si, y no se… tal vez después de la jornada laboral, podemos salir y
tomar algo, ¿no crees?
- Hasta que por fin pudiste decirlo, ¡vaya! – manteniendo su sonrisa y
serenidad
- Ehhh, perdón, ¿Cómo dices? – volviendo a perder la seguridad ganada
- Eso mismo, que demoraste ciento treinta y tres días para decir lo que siempre
quisiste decir y no te atrevías… ¡invitarme a salir!
- Yo no lo hacia por…
- Si te vieras en un espejo, estas todo colorado y comienzas a sudar, no te
pongas nervioso, si lo que te preocupa es si voy a salir contigo, claro que si,
me siento alagada de que me elijas entre tantas muchachas bonitas que
trabajan en este edificio. –ella interrumpiendo
- Si, claro como no, yo… - titubeante
- Yo salgo a las cinco de la noche, si deseas nos vemos aquí, no te vayas a
peder entre la multitud que comienza a salir. ¡mira la hora que es!, estoy un
poco retrasada, nos vemos a las cinco, ¡hasta luego! – se acerca a él
presurosa y dándole un beso en su mejilla se aleja hacia la zona de
descensores.
- Listo…, chao…, gracias…, que estés… muy bien – disminuyendo el tono de
su voz

Mientras se acercaba a la zona de descensores y esperaba el que se dirigiera


al piso menos veinticuatro, pensaba en todo lo ocurrido, de cómo por primera
vez su infalible plan fallaba; pero todas maneras el objetivo se cumplió, ahora
tendría una cita con la mujer más hermosa que antes haya visto, aunque un
pequeño precio tuvo que pagar, pero lo valía. Nunca imagino lo hermosa que
era ella y se lamentaba no haberlo intentado antes. Mientras se perdía entre los
pisos el habitáculo, se desvanecía, al igual que los pensamientos sobre lo
ocurrido en la gran sala de recepciones, todo era claro; ahora se dirigía a
laborar, tal y como siempre lo hacia, desde hace ciento treinta y tres días.

***
***

En la alborada del equinoccio peninsular, por entre la callezuela se asomaba a


la casapuerta él con aspecto grabado y senil, demasiado, tal vez para alguien
su edad, se dirigía entonces a su lugar de trabajo, por la fachada no podría
adivinarse las actividades de índole laboral que se realizan dentro del
inmueble, de hecho, el edificio no parecía como tal o a los que circundaban,
sino que este constaba solamente de un único piso al nivel de la calle. Vale
notar que la edificación era diferente por que la serie de oficinas que la
constituían se encontraban bajo el nivel de la acera, una construcción única
para la zona donde se habitaba.

Aquel era un día diferente para él; no podía explicarlo o encontrar una palabra
que definiera lo que sentía en ese preciso momento. No era como el resto de
días que pasaba casi inadvertido por entre la callezuela y la casapuerta hacia
el edificio, ese día era diferente, encontraba cierto patrón entre sus pisadas y
el lugar donde esas pisadas tendían a encaminarse, a pesar que por el jardín
una única ruta se podía recorrer. La forma como las gardenias habían sido
colocadas lo confirmaban, pero para él hasta estas plantas rubiáceas tenían
algo no común con respecto a los otros días. De hecho se preguntaba si las
gardenias expelían todos los días el mismo olor, o emanaban dependiendo de
la puesta del día o del pasar de las personas, solo la lógica lo traía a la realidad
y abandonar así la posible conspiración de las gardenias.

Para cuando cerró la puerta del edificio nada lograba cambiar, a pesar de
recorrer la misma ruta posible, sabia que no era la primera vez que pasaba por
ahí, al menos ese día, y caminando por entre el Hall de ciento veintidós metros
largo, comenzó a admirar por primera vez el piso en mármol finés del siglo
XVIII daba el toque de fina distinción, su superficie brillante y espectral daba la
sensación al visitante de caminar sobre un gran espejo de ciento veintidós
metros, todos caminaban con la cabeza gacha ignorando por completo la gran
cúpula de Alejandro VII con imágenes de arcángeles y ángeles caídos. A pesar
de su sorpresa no bajaba el ritmo en su caminar un poco soso, sabia que ya
había pasado por esto alguna vez, a pesar que todos los días recorría este
camino, era como una redención ante el pasado; todo cambió súbitamente,
cuando él pasaba por la gran sala de recepciones.

A pesar que su mirada ya tenia destino fijo, exactamente hacia la esquina


superior que da contra el jardín, ya había observado toda la serie de
adquisiciones que adornaban la gran sala: un retrato Luís XVI original, una gran
ánfora espiral de la dinastía Nang, un diván púrpura en el centro de la sala y
solo detrás de el una vieja chimenea que parece que hace algún tiempo dejo
de usarse, en el techo candilejas doradas que lo adornaban no permitiendo que
la penumbra circunde la gran sala. Era un poco tonto pensarlo, pero creía que
esto ya lo había vivido. No se trataba de la rutina que tenía por trabajo día tras
día, era mucho más que eso, era como si supiera lo que iba a suceder de aquí
en adelante. Como si nada de lo que hiciera pudiese ser modificado, como si
topo estuviese escrito ya, era como vivir dos veces o era como morir dos
veces, todo dependía de cómo se desarrollaran los acontecimientos.
El espectáculo que era para él observarla no tenia punto de inflexión, aunque
siempre la veía de perfil, ensimismada ella con el jardín que bordeaba el
mármol color blanco de los marcos de la ventana de medio de alto por ochenta
centímetros de ancho, los grandes gabanes de oscuros colores que
únicamente permitían admirar su cabello rojizo natural totalmente liso y extenso
hasta su cadera, su tez blanca nacarada que se perdía en el cuello del gabán,
sus ojos azules que deshojaban las gardenias con su penetrante mirada, su
nariz respingada, tan pequeña, tan delicada, que captaba el olor a perlas
humeantes proveniente del jardín, sin olvidar sus labios rojos, carnosos y
húmedos por el que tantas bocas murieron de sed, antes de acoplarse en ellas,
que murieron de amor y se secaron en su pena, en fin, todo su rostro era un
hechizo fortuito para los corazones desalmados, una prueba de vida que
desembocaba en la muerte, una batalla perdida antes de iniciar, pero para él
no valía excusa posible; solo con admirar la mitad de su rostro bastaba,
abdicaría ante la lógica.

Al igual que los otros días ella no se inmutaba de su presencia, eso ya lo sabía
él; que empezó a notar como disminuía sus pasos en el transcurso longilineo
del Hall, siempre creyó que era el espacio-tiempo quien se detenía y
conspiraba para que él pudiese contemplar la fémina que despertaba todos sus
sentidos. Sabía que era ahí como todos los días, donde tenia la oportunidad de
cortejarla, de entablar una conversación y de tener una cita con ella; era algo
que siempre se le facilitaba, que sabia que debía hacer, pero en ese día donde
todo era tan extraño y en cierta forma bizarro, volvió en si para tomar la
decisión, una decisión que alguien ya había tomado; sabia que todo giraba en
torno a ello, con la única diferencia que sabia en que forma iba a
desencadenarse, sentía como se iba a desenvolver todo, como iba a concluir,
que nada de lo que hiciera podría cambiarlo; no sabia como, no sabia porque,
el hecho era que lo sentía, lo sentía por todo su cuerpo vahído que de sus
entrañas humedosas; era una decisión que solo él podía tomar pero dadas las
circunstancias en las que se encontraba podía creer que era algo fingido o era
algo real, pero era el momento de la verdad y el no podía cambiarlo.

Con un caminado lento, como aquel que lo hace sin atisbar su recorrido, en
una posición recta, erguida, con su columna totalmente erigida y su mentón
sobre uno de sus hombros que dirigía la mirada hacia la gran sala de
recepciones y sin ningún rastro en su mirada de arrepentimiento o desilusión
continua la senda de los ciento veintidós metros de longitud del Hall, hacia la
zona de descensores, que lo conducirá hacia el piso menos veinticuatro, donde
como todos los días cumpliría con su labor y su rutina, tal y como siempre lo
hacia, desde hace ciento treinta y tres días… ciento treinta y tres días.

FIN

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