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160. UL 2QUE. ES LA AUTORIDAD? Para evitar equivecos, tal vez habria sido més vensato pre- guntarse qué fue y po qué es la auroridad, pues considero que enemas el esrimilo y a ocasién suficientes para formular asi la ppreguncs, porque Ia autoridad se ha esfarmado del mando mo- deruo. Fa vista de que no podemos ya apoyarnos en experien- cias auténtica ¢ indiscutiblemente comuaes a todos, 1a propia palabra estd ensombrecida por la controversia y la confusi6n. Mow poco de su indole resulta evidente o aun comprensible para todos, excepto que el cientifico politico puede recordar todavia que este concepto fue, en tiex»pos, fundamental para la tcoria politica, o que ka mayoria estara de acuerdo en que una crisis de aurotidad, constante y cada vez ms amplia y honda, ha acompaiiado el desarrollo de nuestro mundo moderno en el presente siglo. ‘Tal crisis, visible desde el comienzo de la centuria, tiene una procedencia y una naturaleza politicas. La aparicién de movimientos politicas destinados a reemplazar el sistema de partidos y el desarrollo de una nueva forma totalitaria de go- Bietao se produjo con el fondo de una raptuze més o menos general y mis o menos dinimica de toda autoridad tradicional. En ningtin caso esca ruptura fue un resultado dirceto de los re- gimenes 0 movimientos mismos; més bien parecia que el tota- litarismo, bajo la forma de movimientos y de regimenes, era ings adecuado para sacar provecho de una atméstera general, social y politica, en que el sistema de partidos habia perdido sa Beestigio y va no se reconocia la autoridad del gobierno. EI sintoma mas significativo de fa erisis, el que indica su hondura y gravedad, ¢s su expansidn hacia reas previas alo po- Unico, como la criznza y educacién de los nos, donde fa aucor’- 101 dad ex el sentido ms ampli siempre se acepté como un impe- zativo natural, obviamente exigido tanto por las necesiGades ne- turales dla indefensién del nif) como por la necesidad politica dla continnidad de una civilizacién establecica que sélo puede perpctuarse si sus setofios transitan por un mundo preestable do. en el gue han nacido como forastezos}. Por su cariicter sim- pley elemental, a través de fa historia del pensamiento politico, esta forma de autoridad sirvié de modclo para una gran varie- dad de formas autoritarias de gobierno, de mode que el hecho de que aun esta auotided prepolitice que rige las relaciones en- te adultos y nifos, profesores y aluninos, ya no sea firme signi- fica que todas las metiforas y modelos antiguamente aceptados de las relaciones autoritarias perdieron sw cardeter admisible. Tanto en la préetica como en la teotia, ya no estamos en condi- ciones de saber qué es verdaderamente la antoridad, En las siguientes teflexiones parto de la idea de que le res puesta a esta pregunta tal vez no pueda estar en tina definicién Ge la naturaleza o esencia de [a «autoridad en geveral». La au- toridad que hemos perdido en el mundo iederno no es la cautotidad en generale, sino. mids bien, una forma muy especti a que he sido valida en Occidente durante largo tempo, Por tanto, propongo reconsiderar lo que fue la auroridad histética- mente ¥ Jas fuentes de su fuerza y significado. Con todo, en vista de fa actual conlusiéa, parece que incluso este enfoque li mitado y experimental debe ir precedicto de algunas obsersa- ciones acerca de ko que la autoridad jamés fue, pata evizar los equivocos més cortientes y aseguramos de que visualizamos y consideramos el mismo fenémeno y no cierta cantidad de pun- tos conectados o inconexos. Le autotidad siempre demanda obediencia y por este m0- tivo es cortiente que se la confunda con cierca forma de poder co de vislencia, No obstante, exeluye el uso de medios externos de coaccién: s¢ usa la fuerza cuando la auroridad fracasa, Pot otra parte, autoridad y persuasion son incompatibles, porque Ja sepunda presupone la igualdad y opera a través de un proce: so de angumencacién, Cuando se uilizan fos argumentos, a au- toridad permanece ep situacidn latente. Ante el orden iguelite- rio de la persuasién se alza el orden autoritario, que siempre & jerérquico. Si hay cue definirla, la euroridad se diferencia tan- 102 to de fa coaccidn por la fuerza como de le persuasion por argue spenros. (La relaciga autoritaria entre ell que manda y el que hedece no se apoye ea una az6n comiin ni en el poder del primero; lo gue tienen en comin es la jerarquia mista, cava pertinencia y legitimidadreconocen ambos y en la que ambos fcapan un puesto predclinide y estable.) Este asunto es de im- portancia histérica; un aspecto de nuestro concepso de aatori- dad es de origen platsnico, y cuando Platin empezé a conside- zat la inttoduccién de la awtoridad en el manejo de los asuntos pniblicos de la pois sabfa que buseaba una alternativa a la ha- Disual fosma griega de tratar los asuntos internos, que eta la persuasisn (reBetv), asi como la forma habitual de tratar los asuntos exteriores evan la fuerza y la violencia (Bed En términos hist6ricos, pocemos decir que la pérdia de aistoridacl es tan s6lo la fase tinal, aunque cecisiva, de un dese taollo gue durante siglos socavé sobre todo fa eligién y la tradicién, De estas tres piezas, religidn, tradicidn y autoridad —sobre cuya interzelacién hablaremos luego—, la ultima ha demostrado ser el elemento mas estable, Sin embargo, con lt pérdica de la autorided, la dueda general de la época modecpa también invadié el campo politico, donde las cosas no slo asu- men una expresin mds eadical sino que también adquieren una realidad especifica, exelusiva de ese campo. Lo que hasta entonces quizd tuniera un significado espiritual slo para unos 1pocos a eontinuacién se convertia en une preacupacion de todos vcaca uno, Pero entonces, como si dijéramos despues del hecho, Ja pérdida de la tradicisn y le de la religion se habyian convest- clo en hechos politicos de primer orden. Cuando dije que no discutiria lz «autoridad ep gencrabs, sino solo el concepto especifica de autoridad que fue domi ante en nuestra historia, descabu sefialar cierta distincion que solemos ignorar cuando hablamos con demasiada amplitud de Ja crisis de nuestro tiempo y que, tal vez. podré explicar con mayor facilidad en as términos de los conceptes relacionados de tzadici6n y religién, La innegable pérdida de la tradicion en elmunde mademo na implica una pérdida det pasado, porque tradicién y pasado no son lo mismo, como nos quertian hacer ver, por us fac, los que ereen en la tadieion y, por otro, los ‘cue eteen en al progreso, por lo que poco impozta que los pri 105 meros lamepten este estado de cosas en tanto emue los segundos no dejan de felicitarse. Al perder lz tadicidn, tambien perdi. sms el hilo cue tos guiaha con paso firoxe porel vasto reino del pasado, pero ese hilo también eva la cadena que sujetaba a cada generacién a un aspecto predeterminado cel pretérito, Podia ser que sélo en esta siruaciéin el pasado se abriera 2 nosotros con incsperada frescura y nos dijera cosas que nadie habia lo- srado oir antes. Peto no se puede negar que, sin ura tradicién bien anclad —y la pérdida de esta seguridad se produjo hace varios cientos de aiios—, toda la dimensién del pasado tam- bién estaria en peligro. Corremos el riesgo de olvidar y tal oh do —aparte de los propios contenides que puedan perderse— Significaria que, hablando en términos humanos, 208 privar ‘mos de una dimensién: la de la profundidad en la existencia iuumana, porque la memoria y la profundidad son lo mismo, o mejor aia, el hombre no puede lograr la profundiclad si no es através del recuerdo, ‘Aigo semejante sucede von la pérdida de la religiin, Desde la cities radical de las creencias religiosas, formulada en los siglos 2xu xvi, fue una catacteristica en la époce moderta la duda sobre ia verdad teligiosa, y esto cs asi tanto entre los creyentes como entte los na exeyentes, Desde Pascal y, con mayor aguleza, desde Kierkegaard, Ja duda se ba conducido hacia a ereencia y el freyente moderne ha de profeger constantemente sus ereencias ance la duda; en la época moderna no es la fe cristiana como tal, sino la Cristiandad ¢y el Jadatsmo, po: supuesto} ko que est. ag0- biada de paradojas y absurdos, Aunque otras costs puedan so- brevivir al absurdo —la flosofia quizd pueda—, la religion no es capaz de hacerlo, Can todo, esta pérdida de la eteencia en los doames de la religién institucional no implica necesariamente tuna pérdida © una etisis de fe, porque la religiGn ya fe, o la ere> cencia y la fe, de ningtin modo son Jo mismo, Séle la ezeencia, pero no la fe, tiene con la duda, ala que estd siempre expuesti, tuna afinidad inherente. :Pero quién puede negar que también lt fe, protegida con firmeza por la seligisn, sus eeencias y sus dog: ‘mas durante tantos siglos, se vio cn peligro a causa de lo que € realidad no ¢s sino una crisis de la celigién institacionsl? ‘Algunas explicaciones semejantes me parecen precisas cuanto ala moderna pésdida de la auroridad. Asentada en I tog. picdra angular de los ciientos del pasado, la nutotidad brin- peal swndo la permanencia y la estabilidad que los humanos necesitan justamente porque son seres mortales, los seres mas srecables triviales que eonoeemos. Si se pierde la aurotidad, ce pierce el faxdamento del mundo, que sin duda desde en- Tonces empez6 4 Variaf, a cambiar y a pasar con una rapidez cada dia mayor de wna forma a otra, como si estuviézamos vi- Sendo en un universo proteico y luchdramos con él, un uni Yen un ef que todo, en codo momento, se puede convertir en shulier otra cosa, Pero le pérdida de la permanencia v de la Seguridad mundanas —-gue ea politica se confunde cor la pér diéa de autoridad— no implica, al menos no necesariamente, la pérdida de la capacidad humana de conscruir, preservar y cuidar an muado que pueda sobrevivienos y contimuar siendo aan iagar adecuado para que en él vivan los que vengan detrés de nosotros. Ps evidlente que estas reflexiones y descripciones se basan en la conviccién de la importancia de establecer distinciones. Subrayar esta conviccién parece algo gratuito ya que, al menos por lo que yo sé, no hay quien haya atirmado atin abiertamen te que las distinciones no ticnen sentido, Sia embargo, en Ia mayoria de has discusiones entte expertos politicos y sociales existe ol acuerdo tacito de que podemos ignorar las distincio: nes ¥ seguir adelante sobre la hipdtesis de que, al final, todo puede Hamarse de cualquier otra forma y de que las distincio- nas significan algo s6lo en Ia medida en que cada uno tenga el derecho de wdcfinit sus términes», Con todo, nos preguntamos si este curioso dexccho, garantizado en cuanto se tratan termes impoctantes —come si fuere ef derecho a sustentar la opinién propia—. no indica ya que términos como «ciranias, asutori dad> 0 stotaitarismo» simplemente han perdido su signitica- do comin, o bien que ya no vivimos en un mundo comiin en el que las palabras de todos posecn una significacién ineuestions- ble de modo que, ademas de estar condenados a vivir verbal- mente en un universo por completo carente de sentido, nos a- fentizamos unos a otros el derucho de cetirarnos a nuestros ‘topios mundos de significacién y pedimos silo que cada uno sea coherente dentro de su terminologia personal, Lin estas cit- 105 cunstancias, si nos aseguramos a nosotros mismos que atin nos enrendemos, no queremos decir que en conjunto entendemos tun mundo comin a todos nosattos, sino que entendemos la co- hereneia de la arpumentaci6n y el tazonamiento, la cohererscia Gel proceso de argumentaci6a en su mero fozmalismo. ‘Aungue asi sca, seguir adelante con la hipstes's implicita de que las distinciones no son importantes ©, mejor ain, de que en el campo socio-politice-histérico, es decir, en la estere de los asuntos humanos, fas cosas no poseen esa nitidez que la metafi- sica tradicional solia lamar «aleridad» (su alzeritas), se ha coa- vertido en el sello de una buena cantidad de teorias nacidas en las ciencias sociales, politicas ¢ histéricas, Entre ellas me parece ‘que dos son las que merecen una menci6n especial, porque tocan de una maneta muy significativa el tema aqui analizado. ‘La primera se reficre ales formas en gue, desc el siglo x1, los escritozes liberules y conservadozes se acuparoa del proble- ma de la autor'dad y, por implicacién, del problema conexo de lalibertad en el eampo de la politica, En términos generates. ha sido tipico de las zeorias libesales partis de la hipatesis de que «da constancia del progreso... en la direecién de una libertad organizada y asegurada es el hecho caracteristico dela historia moderna», y considerar que toda desviaciéa de este derrotera €5 un proceso reaccionario de direecién opuesta. Esto conduce 4 pasar por alta las diferencias de principio entre la zestricci6n dele libertad en los segimenes autoritacios, la abolicidn de la I bertad politica en las ciranias y dictaduras y la total climinacién cle la espontancidad misma que, de cntre las manifestaciones ss genezeles y elememtales de Is libertad humana, es lz tiniea ala que apuncan los repimenes toralitarios con sus diversos mé- todos de condicionamiento, EI exeritor liberal, preocupado por la historia y el progreso de la libertad mas que por las for- mas de gobiemo, sélo ve aqui diferencias de grado, e ignora que un gobicrng autozitario limicador de fa libertad permanece condicionade por esa misma libercad que restringe, hasta ef punto de que perderfa su propio cardcter si le aboliera por completo, porque llegaria a scr una tiranéa. Histo mismo es cier- to respecto dela distincidn enzre poder legitimo e ilegitimo. de {a que dependea todos los gobiernos autoritarios, El escricor li beral suele prestar poca atencién a este asunto, porgue esta 106 conveneido de que todo poder corrompe y de que la constan- ‘cia del progreso requiere una constante pérdida de poder, sea cual sea su origen. Detris de la identiicaciéia liberal del totalisarismo con el autoritarisme, y de la inelinacién concomitanie ¢ ver tenden- cias «totelitarias» en cualouier limitacién autoricaria de la }- bertad, existe una antigua contusidn de aurtoridad y tirana y de poder legisimo y violencia, La diferencia entre tirante y gobier- ro autoritario siempre ha sido que al tirano manda segan sa yoluntad y su interés propios, en tanto que aun el mis draco- aianamente autoritario de los gobiernos esté limitado por unas Jeyes. Sus actos se rigen por un cédigo que o.no proviene de un hombre, como es cl caso de las leyes de la naturaleza, de los mandamientos de Dios o de las ideas plat6nicas, 0 bien de nin uno de Tos que ejercen el poder, En un gobierno auroritario, la fuente de Ia autoridad siempre es una fuerza exterha y supe tior a su propio poder, de esta fuente, de esta fuerza externa que transciende el campo politico, siempze derivan las autori« dades su «autoridad», es decir, su legitimidad, y con respecte a alia mider su poder. Los moderaos portavoces de fa amtoridad’ —gue, incluso on Jos breves intervalos en que ka apinién pablica proporeiona an clima favorable para los neaconservadurismos, saben muy bien gue la suya es una causa casi perdide— estin, por supues, to, deseosos de seBalar esta distincién entre tirania y auronidad, Donde el escritor liberal ve un progreso en esencia aseyuredo gue marcha hacia la libertad, y que solo se interrumpe tempo ralmente por alguna fuerza oscura del pasado. el conservador ve un proceso destructiva iniciado com la disminucién de la aa- toridad, de modo que la libertad, perdicas las restricciones que protegian sas fronteras, se vio inerme, indefensa y condenada a la destiucei6n, (No es muy justo decir que el persamiento po- litico liberal es el tinico que se interesa por la libertad; casi no existe escuela de pensamiento politica en nuestra historia que no se centre en la idea de Fhertad, por mucho que pueda vaziar el concepto biisico en los distintas escritores y en las distintas cizcunstancias politicas. La nica excepcin de cierte impor- Lancia en cuanto x esta afirmacidn me parece que es la filosofia politica de Thomes Hobbes, quien, por supuesto, era cuslquier 107 cosa menos conscrvador.) La tirania y el tozalitarismo se iden tifican una vez més, excepto que ahora el gobierno totalitario, sinose identifica en forma directa cor la democracia, al menos se ve como un resultado casi inevitable de ella, es decir, la con- secuencia de la desaparicién de rodas las autoridades teadicio- nalmente reconocidas, No obstante, las diferencias entze tira- nia y dictadura, por un lado, y dominacién totalitaria, por otto, rho gon menos obvias que las que hay entre auteritarisrmo y to- talitarismo. Estas diferencias estracturales se hacen yisibles en el mo- mento en que dejamos atris Ins teotias plobales y concentra. mtos nuestra atenciéa en cl aparato del poder, las formas téc- riicas de la administracién y la organizacién de los poderes politicos. En pocas palabras, puede permitirse que se sumen Jas diferencias técnico-estructurales entre gobierno autoritario, tirénico y totolitatio en la imagen de tres modelos representa- tivos distintos. Para la imagen de un gobiemo autoritario, propongo la forma de una piramide. bien conocida en el pen samiento politico tradicional. La piramide es. sin duda, una figura muy adccuada para una estructura gubemamental cuya fuente de autoridad esta fuera de si misma, pero cuya sede de poder se sitda en la caspide, desde Ia cual Ia auoridad y el po- der descienden hacia la base, de un modo tal gue cada una de Jas capas sucesivas tiene cierta autoridad, pere siempre menos: que la superior, y donde, precisamente por estecuidadoso pro- ‘eso de filtro, todas las capas desde el vertice hasta la base es Lan no sélo integraces en el conjunte con firmeza, sino que ademds se correfacionan como rayos consergentes, cuyo punto focal comer es la cima de la pirémide y terbién la fuente érans- cendente de un poder supremo. Es verdad que esta imagen puede aplicarse slo al tipo de gobierno cristiano autoricario, tal como se desarrollé a través de la influencia constante de la Iglesia durante la Edad Media —y bajo ese influjo—, cuando el punto focal que estaba por encima y més allé dels pirimicle te- trena brindaba el punto de referencia neeesario para el tipo cristiano de igualdad, a pesar de la esteuctuta estrictamente je- rasquica de ia vida sobre la tierra, La idea romane de la autori- dad politica, en la que fa fuente de autoridad ests exclusiva mente en el pasado, en Ja fundacién de Roms yen la grandeza 108 de los antepasados, leva a estructuras institucionales cuya forma nos deja otra imagen, de la que hablaremos después (p. 135), En todo caso, una forma autoritaria de gobierno con su estructura jerdequica es la menos igualitaria de todas la for ‘mas: incorpora la desigualdad y la distincién como principios omnipzesentes. Todks las teorias politicas referidas a la titania admiten su stricta pertenencia a las formas igualitarias de gobierno; el 1i- sano es cl efor que gobiema como uno contra rods, los «to dos» a los que oprime son todos iguales, es decis, todos carecen de poder. Si nos cenimes a la imagen de la piramide, es como si se descruyeran todas las capas que estin entre La base y el vér tice, de modo que este dhimo quech en el aire, apoyado s6lo por las bayonetas proverbiales, por encima de una masa de in dlividuos a los que se mantiene ea cuidadoso aislamiento, total desintegracién y absoluta igualdad. La teoria politica clasica siempre situd al tinano [era de la humaviad, lo llamé «lobo con forma humana» (Platéa) por su posicidn de uno contra to- dos, en Ja que se ponta por si mismo y que diferenciaba de un modo abrupto su gobierno, el gobiero de uno, al gue todavia Platén llama indiscriminadamente wov-cpyia 0 tirania frente alas distintas formas de reinado 0 Baowasta. ‘A diferencia de los regimenes tirnicos y autoritarios y por contraste con ellos, me parece que la imagen adecuada del go- bierno y la organizacién totalitarios es la estructura en eapas coneéntricas, o de cebolla, en cuyo centeo, en algo asf como t:n espacio vacto, esta el jefe; haga lo que haga este conductor —y integre los poderes politicos, como en la jerarcpaia sutoritati, 0 bier: opriaza a los gobernadas, como un tirano—, lo hace desde dentro y no desde fuera ni desde arriba, ‘Todas las muy diversas partes del movimiento —las ozgaaizaciones de primera lines, las distintas agsupaciones profesionales, los miembros y la burocra- cia de los partidos, las lormaciones ée dite ylos gcupos de poli- cia estan relacionadas de tal modo que cada tno forma la fa- chada en uma direecidn y el ceniro en otra, es decir, desempeha cl papel del mundo exterior normal para una capa y el papel de extremismo radical para otra. La gran ventaja de este sistema es que, aun en condiciones de gobierno totalitario, ¢l movimiento da a cada una de sus capas la ficcién de un mundo normal, la 109 vez que la conciencia de ser distinto de él y més radical. De este jnodo, los simpatizantes de las organizaciones de primera linea ecuvas convicciones differen de las de los miembros del part- do sélo por ha intensidad— rodean todo el movimiento y for man uba fachada engafose de normatidad ante el mundo exte- flor por su carencia de fanatismo y extremismo, inieatras que a la vez, tepresentan el mundo normal del movisyicnto toraitario, cuyos miembros llegan a creer que sus convicciones difieren de las de los dems solo por su grado, de modo que no necesitan se ner conciencia del abismo que separa su propio mundo del mundo real que los todea, La estructura de capas concépteicas hace que organizativamente al sistema esté a prucha de golpes ante a factualidad del sound seal! Sin embargo, mientras el liberalismo y el conservadurismo, ambos, son insuficientes cuando tratamos de aplicar sus teorias ‘fas formas e institaciones politicas de existencia objetiva, casi no cabe duda de que sus afirmaciones generales tienen una gran dosis de verosimniitud, ELliberalismo, ya io vimos, limita e pro- eso de replieguc de la libertad, y el conservadurismo, el de re- pliegue de la autoridads ambos grupos definen el resultado final previsible como totalitarismo y ven tendencias taalitarias en to ‘dos los puntos en gue estén presentes tno u otro. Como se sabe, ambos pueden aportar tuna documentacidn excelente para sus criterios. e¢Quién puede negar que existen scrias amenazas para Ia libertad originadas en todas pastes desde comienzos de siglo yy que, al menos deste el fin de la Primera Guerra Mundial, sue- gieron todo tipo de tiranias? Por otra parte, Zquign puede negar tque Ja desaparicisn de casi todas las autoridades tradicional: rence estableciclas ha sido una de las catacteristicas mis espec- taculares del mundo modemo? Parece como si sélo hubiera que fijar la mizada en cualquiera de esos dos fenomenes para justili car una teoria de progreso o una teotia de retroceso segtin propio gusto 0, como se sucle decir, sepiin la propia «escala de vvalozesn, Si observamos los juicios contradictorios de conserva- dores y liberales con ojos ecudrimes, no tendremas inconve- rientes paca ver quela verdad se distribuye por igual entre ellos ¥y que, en rigor, nos enfrentamos con un retroceso simulténeo de lu libertad de la autoridad en el mundo modemo, En la sed da en que estos process estén intertelacionados, hasta se P&- x0 aria decir que las muchas oxcilaciones en la opinién publica, {que durante mas de ciento eineventa aos varié con regulatidad qeun exiremo a otro, de una actitud liberal a una conservadora J después a otra avis liberal atin, a veces con el intento de rea- firmar le autoridad y en ortos la libertad, sdlo tuvieron como te: sultado debilitar a ambas, confundir los problemas, borzat lesb hess diferenciadoras entre autoridad y libertad y, por iltimo, cestnuir el significado politico de ambas. “Tanto el lideralismo coms el consetvadarismo nacieron en tun clima en ef que la opiniéa piblica oseilaba con violencia y fstén: unidos el une al otro, no sélo porque cada uno podria perder su sustancia misma sin la presencia de su oponente en el tampa de la teoria y 1a ideologia, sino también porque ambos ‘enfoques se ocupan en primet lager de devolver su puesto tra dicional ya sea a la libertad, a la autoridad o a la zelacién entre jumbas, Fn este sentido, los «los son ius caras de una misma mo: neda, asi como sus ideologias de progreso o retroceso corres: ponden a las dos posibles direcciones del proceso histérico ‘como tal; sise considera, como ambas corrientes lo hacen, que existe lo que se llama proceso historico, dotado de una diree- cidn definible ¥ de un fip predecible, es evidente que eso nos puede hacer aterrizar sélo en el paraiso o en el inferno. ‘Ademis, esti en la natusaleza de la imagen misma con que porlo comin se concibe la historia —proceso, flujo o desarro llo— gue todo lo que en ella se integra no puede desembocar cn ninguna otra cosa, que las dilerencias pierden su significa. do, porque quedan obsoletas, cubiestas, por decitlo asf, por! cotriente histérica en el momento mismo en que nacer. Desde este punto de vista, e liberalisma y cl conservadurismo se pre- sentan como filosofias politicas cortespondientes a la mucho ans general y amplia filosofia de la historia del siglo 2x. En su forma y contenido son la expresién politica de la conciencia histérica de la Ghima ctapa de la era moderna, Su incapacidad pare distinguir entre progreso 0 retroceso —te6ricamente jus tificada por los conceptos de historia y de proceso— da testi monio de una época eh que Ciertas nociones, muy aitidas para los siglos pasados, empezaron a perde: su claridad y verosimi- Jitud, porque habian deseuidado su aleance en la tealidad poli- thea piblica, aunque sin perder nada de sa significado, oF La segunda y mas reciente teorfa que contiene un desalio implicit a la importancia de hacer distinciones es, en especial en las ciencias sociales, la funcionalizacion casi universal de to- dos los conceptos ¢iceas. Aqui, como en el ejemplo antes cita. do, el liberalismo y el conservadurismo no se difereneian ni por su método ni por punco de vista ni por su enfoque, sino sélo por el épfasis y la valoraciéa. Un ejemplo adecuado es la con- viecida, muy difundida en el mundo libre de hoy, de que el co- -munismo es una nueva «religiém, 2 pesat de su ateismo confe- s6, porque social, psicoldgica y «emocionalmente> cumple la imisma funcién tradicional que cumplia, y ttn cumple en el mundo libre, la religién tradicional. La preocupacién de las ciencias sociales no esta cn lo que sea el Bolchevismo como ide- ologia 0 como forma de aobiemo, ni en lo que sus portavoces tengan que decir por sf mismos; no es ése el interés de las cien- cias sociales y muchos de sus representantes creen que pueden pasar sin ef estudio de lo que las ciencias histdsicas llaman las fuentes mismas. Sdlo se preacapan por las funcéones, y todo lo ‘cue cumple la misma funcién, sein este criterie, puede Hlevar el mismo nombre. Es camo st yo tuvicza el derecho de llamae martllo al tacén de mi zapato porque, como la mayoria de las :mujeres, Jo uso para clavar los clavas en la pared Es cvidente que se pueden extract conclusiones diversas de esas ecuaciones. Por ejemplo, serfa una cazacteristica del con- servadurismo insistir en que, después de todo, un tacdn 90 es “an martiilo y en que, no abstante, el uso del tacén. como sasti- tuto del martillo pracba que los martillos son indispensables. En otras palabras, en el hecho de que el atefsmo pueda cumplit las mismas funciones que la religion encontrara la mejor peue- ba de que la religién es necesaria y recomendaré la vuelta a la verdadeta religién como la tinica manera de contener una en términos de aoemas aplicables al comportamiento de otras personas, Lsta diserepancia entre las ideas como esencias ver ad daderas que se deben contemplar y como medidas que se de- bev aplicar”® se manifiesta en las dos ideas completamente dis- tintas que representan La idea suprema, aquella a la que todas Jas demas deben su propia existencia, En Platén encontramos jue esta idea suprema es la de la belieza, por ejemplo en Hi Banguete, donde constizuye el peldafio mas alto de fa esealera gue lleva a la verdad," y ex Fedro, donde el autor habla del camante de fa subidutia © de la bellexa» como si estas dos en realidad fucran una misma, porque la belleza es lo «mis res- plandeciente> (lo bello es éxehevéoreeror) y, por tanto, iumi- pa todo lo dems: 0 que la idea suprema es la idea de lo bue- no, como dice en La repziblica."” Es obvi que lus preferenctas de Platén se basaron en el ideal comtin de korhdv K éeyator, pero resulta notable que Ja idea de lo bueno se cncuentre sélo en el contexto esttictamente politico de La repiblica. Si tuvi ramos gue analizar las experiencias filos6ficas originales, im- plicitas en la doctrina de las ideas (cosa que no podemos hacer aqui), se veria que Ja de In belleza como idea suprema reflej6 ‘sas experiencias mucho mis adecuadamente que la idea del bien, Incluso en los primezos libros de La repsiblica”” atin se de- fine al fildsofo como amante de la belleza, no del bien, y s6lo en al sexo lihro aparece como idea suprema la del bien. La fun- cién original de las ideas no era la de goberaar o disolver el caos de los asuntos humanos sino la de iluminar la escuridad de esos asustos con su «brillantez esplendorosa». Como tales, las ideas no tienen ninguna relecién con la politica, la expe- tiencia politica y el problema de le accidn, sino que pertenecen tan sdlo a la filosotia, experiencia de la contemplacisn y biise queda del «verdadero ser de las cosas». Precisamente gober- ‘tar, medir, abarcar y regular son hechos por enteto ajenos a las experiencias que sirven de base a la doctrina de las ideas en su. concepcidn original, Parece que Pletén fue el primero en etiti- car la «itzelevancian politica de su nueva ensefianza, y traré de modificar la doctsina de las ideas para que fuese stil para une ‘ori politica, Pero la utilidad slo se podia salvar por la idea de lo bueno, ya que «bueno» en priega siempre significa «bue- 0 paras o «adecuaden, Si la idea suptems, en la que todas las demas deben tenet un espacio para poder ser ideas, ¢s la de la adecuacién, las ideas soa aplicables por definicién, y en manos ress del filésofo, del experto en ideas, se pucden transformar en re- alas y normas 0, como se ve después en Las leves, pueden con vertirse en leyes. (La dilerencia es desdefiable. Lo que en La republice todavia es del fildsofo, del filsofo-rey, la directa reivindicacién personal para la asuncién del gobiemo, en Las Jeyes se ha convertido en reclamacién impersonal de la razén para Ta asuncién del dominio.) La consecnencia real de esta in- m politica de la doctrina de las ideas seria que ni el hombre ai-un dios ¢s fa medida de todas las cosas sino el bien en si mismo, una consecuencia que al parecer Aristételes —y no Platén— extzajo en uno de sus primeros ditlogos.” Para nuestros fines es esencial recordar que el elemento de gobierno, tal como se refleja en nuestro coacepto presente de autoridad tan tremendamente influido por el pensamiento pla- ténico, se puede remontar a un conflicto entre la filosofia y la politica, pero no a experiencias politicas especificas, es decir, cxperiencias de inmediata derivacién del campo de los asuntos humanos. No se puede comprender a Platén sin tenet en mente tanto su insistencia enfatica on la ireelevancie filosctica de este ‘campo, al que siempre dijo que no se debia tomar demasiado en serio, como el hecho de que & mismo, a diferencia de casi todos los fildsofos que vinieron después, todavia se romaba los asuntos humanos con tanta sericdad que cambié el centro mismo desu pensamienco para hacerlo aplicable a la politica, ¥ esta ambive- lencia, mas que cualquier exposicién formal de su nueva dectri- na de Jas ideas, es lo que forma el verdadero contenido de la pa- xabola de kt caverna en Le repdbicd, que, después de todo, esta coptada en el contexto de un didlogo de estricco valor politico que busca la mejor forma de gobierno. En medio de esa buis- quedg, Platén cuenta su pardbola, que resulta ser la historia del Jildsolo en este mundo, como si quisiera escribir la biografia sin- rética det fildsofo, Asi es como la biisqueda de la mejor forma de gobierno se revela en si misma come la biisqueda del mejor 20- Diemo para los iilésolos, que resulta ser un gobierno ea que ellos se han convertido en gobernantes de la ciudad: una solu- cise: nada sorprendente para quienes habian sido testigos de la vida y dela mucrie de Sécraies ‘Aun asi, el gobierno del filésofe necesitaba una justifica cién, y podia justificarse slo sila verdad de filsofo tenfa una 4 galider para exe campo de fos asuntos humans del que el fil6- soto debia apartarse a fin de percibirlo, En la medida en que el Flgsofo no es més que un Lilésofo, su buscqueda termina con la contemplacion de la verdad suprema que, puesto que ilumina todo lo demas, ¢s tambiée la belleza suprema; pero en lx medi- da en que el Blésofo es un hombre entre los hombres, un mor- tal entre los mortales y un ciudadano entre los ciudadanos, debe tomar su verdad y teansformazia en un conjunto de reglas: en virtud de esa transformacidn puede eatonces pretender con- serirse en verdadero gobernante, en el rey-fildsofo, Las vidas de esa mayoria residente en la caverna y a la que el Fldsofo gobierna se carecterizan no por la contemplacién sino por Ja Aééis, palabra, y por la npiiéus, accién; de modo que es caracteristico que ea la parthola de la caverna Platén pinte las vidas de los habitanres como si ellos estuvieran también intere- sacas sla en ver: primero las imagenes de la pantalla, después Jas cosas tnismas a le luz mortecina de La hoguera que hay en la cueva, hasta que los que quieren ver la verdad misma deben abandonar por completo el muado comaa dela caverna y em- barearse en su nueva aventura por si solos. in otras palabras, el verdadero reino de los asuntos humma- nos se ve desde el punto de vista de un fildsofo para el que aun Jes que habitan en la caverna de les asuntos humans sdlo son humanos on la medida en que quieren ver. aunque las sombras y las imagenes los enganten. Y el gobierno del rey-fldsofo, es deci, el dominio de los asuntos humanos por algo que esta fue- ra de su propio eeino, se jusifica no sdlo por la supeziozidad absoluta del ver sobre el hacer, de ja contermplacién sobre la palabra y lnaccidn, sino también porque se da por sentado gue Jo que hace homenos a los hombres €s la necesidad imperiosa de ver, Por tanto, el interés del filésofo y el interés del hombre como hombre coinciden; ambos exigen que los asuntos hum: nos, los zesultados de la palabra y dle la aceén, no adquieran zune digaidad propia sing que estén sujetos al dominio de aleo estetior a su campo, By La dicotoméa entre contemplar la verdad en soledad y apactamiento ¥ quedar atrapad en las relaciones y relativida- Ges de los asuntos humanes se conyietid en alge indiscutible para la tradicién del pensamicnto politico. Axi lo expresé con fuerza la paribola platénica de la caverna y, por tanto, existe la entacién de ver el origen de esa divisién en la docirina plats nica de las ideas. Sin embargo, histéricamente ne depeadia de la aceptacidn de esta doctrina sino mucho mis de una actitud que PlatGn expresé tan sélo una vez, casi por casualidad, en Una nota fortuita y que mas tarde Aristoteles cité en una famo- sa frase de su Metaffsice casi literalesente, donde dice que el principio de toda filosofia es Bowpdtew, el hecho de maravi llarse y sorprenderse ants todo lo que es como es, Mis que cualquier otra cosa. la «teorian prfega es la prolongacién y la fi losofta priega cs la aticulacidn y conceprualizacién de esa sor- pres inicial. La capacidad para esto es lo que diferencia a los paces, fa minoria, de los muchos, la mayorfa, y Ia dedicacién sostenida a ello ¢s Io que los aparta de los asuntos de los hom- bres, Por consiguiente. Aristoteles, aunque no acepta la doctri- 1a platénica de las ideas, ¢ incluso repucdia el estado ideal pla- tonico, no obstante lo sigue en lo primorial: por una parte, distingue entre un «modo de vida tedricom (Réos Aewpntx6s) y una vida dedicada a los asuntos humanos (8tos oAtTe«ds) en su Pedro, Platén fue el primero en establecer el orden je- rirquico de esos modos de vida y, de otra, acepta como algo consabido el orden jerdrquico implicito. En nuestro contexto, elasunto esté no sélo en que se supone que el pensamiente do mina ala accién, ce prescribe los principios de la accidn, 0 sea aque las reglas cle la sepursda invariablemence se derivaron de las cexperiencias del primero, sino cambién en que a través de los tipos de tou, de la identificacién de actividades con formas de vida, asimismo se establecié el principio del mando entre Jos hombres. En términos histéricos, esto se convirtis en el cufio de la Elosofia politica de la escuela socratica y lo itdnico de este desarcollo es, tal ver, que precisamente lo que Sécrates tezmis ¥ tatd de evirar en la palis fue esa dicoromia entre pensaraiento y accion. 126 Astes conto en [a filosofia politica de Aristéreles encontra. syos el seatindo intento de estsbleccr un concepto de auroridad fn renininas de gobernantes y gobernados; un intento de gean importancia para ei desarrollo cle la tradicién del pensamiento paliico, aunque Aristételes adoptd tn enfoque bisicamente discinto, Para él la razn no tiene raspos dictacoriales ni rirani- ous, no existe un rey-fildsofe que regule los asuntos humanos dde una manera definitiva, Su motivo para sostener que «cada cuerpo politico se compone de los que gobiernan y de los que son gobermados» no es la idea de Ja supesiosidad del experto con respecto al lego, y es demasiado consciente de la diferencia cenice aetuat y hacer como para tomar sus ejemplos del campo de ls fabricecton. Aristételes, en mi opinién, fue el primero ‘gue, para establecer una repla en ef manejo de los asuntos hu- manos, apel6 a 1a «naturalezs», ol primero que «establecis la iferencia... entre el joven y el viejo, destiné a los unos a sex po- bernados y & los otros a gobernars.” La simplicidad de este argumento es tanto mis engaiiosa cuanto que sigles de repeticiones lo han depeadado hasta la ca- tqyoria de lugar comin, Por este motive quizd se pase por alto la lagninte controdiecién de Ia propia dotinicién aristorélica de palis, tal como también aparece en su Politi: «La pills es tuna comuaidad de iguales en busca de una vida que es poten cialmente la mejor.» Es obvio que la idea de gobierno en la polis era para el propio Aristételes algo que estaba tan lejos de ser convineente que él, uno de las mais consistentes y menos conttadictorios de los grandes peasadores, no se sentia espe- cialmente atado por sus propios argumentos. Es decir que 10 debemos sorprenderos al leer al principio de Econopvfa (un tratado pseudearistotdlica, pero escrito por uno de los disct pulos mis cercanos a él) que la diferencia esencial entre una comunidad politica Ga wd\ts) y una casa privada (a olxia) es que esta tihima constituye una «monarguia, pues wa solo hombre la gobierna, mientras que por el conteario la palis «esti integradla por muchos gobernantes».” Para comprender est caracterizacién hemos de recordar, en primer término, que las Palabras emoaarqaian y «tirania» se usaban como sindimos y en claro contraste con el concepto de rey; en segundo lugar, ae el cardetcr de la polis como integrada por muchos pober uy nantes no se relaciona con las diversas formas de gobierno que por lo comiin se contraponen al gobierno de una sola persona, como Ia oligarquia, la aristocracia o la democracia, Los «mu- cchos gobernantes» de este contexto son los jefes de familia, que se han constituido a sf mismos en «tmonarcas» de su hogar an- res de unirse para configurar el campo politico pablico de la ciudad. El propio gobierno y la distincién entre gobernantes y gobcrnados pertenecen a una esfera anterior al campo politico yy lo que lo diferencia de la esfera «econdmica» de a casa es que la pais se basa en cl principio de iguuldad y no hace distincio nes entre gobenantes y gobernades. En esta delimizacién de lo que hoy llamatiamos estera pr vada y piblica, Aristotekes séle articula la opinisn piblica gr {ga cortiente en su época, segtin lk cual «todo eiudadano se de- senvuelve en dos tipos de existencian, porque «la polis da a cada individvo... ademis de su vida privada, una especie de segunda vida, su Bios wokuruxds».”” (La que Aristételes lamé «vida buena» y euyo contenido valvié a definir; sélo esta defi nicién, y no la diferenciactén en si misma, esti en conflicto con Ia opinién priega cottience.} Ambos tipos eran formas de con- vivencia humana, pero solo la comunidad hogare‘ia se preocu- paba por el mantenimiento de la vida como tal y se hacia cargo de las necesidades fisicas (dvaryxata) relacionadas con el man- tenimiento de la vida individual y con la supecvivencia de la es: pecic, Ea una difereneia caracteristica con respecto al enfoque modemo, ¢] cuidado de la conservaciGn de la vida, tanto del in- dividuo como de la especie, pertenecta de modo exclusive ala cesfera privada de la casa, en tanto que en a pois el hombre esté at’ dp 0,60, como personalidad individual ciriamos hoy.” En su eardcrer de scres vivos, preocupados por la conservacién de Ja vida, Jos hombres se enfrentan a la necesidad y se ven arras- trades por ella. La necesidad debe superarse antes de que put da empezar una avida buena» politica ¥ sélo se puede superar a través del dominio. Es decir que la libertad de la «vida buena» deseansa en el dominio de la necesidad. Ei dominio de la necesidad tiene como meta, pues, el con trol de las necesidades de la vida, que ejercen su coaccién 80° hire los hombres ¥ asi los tienen bajo su poder. Pero exe domi- sic sélo se puede conseguir controlando @ ottos y ejerciendo la ve dolencia sobre ellos, que como esclavas alivian a los hombres libres de verse apremiados por la necesidad. El hombre libre, el diudadano de una polis, ni esté apremiado por las necesida les fisicas de la vida, ni sujeto a la domninacién de otsos creada pot ef hombse, No sélo no debe set un esclavo sino que ade Pris debe tenes esclavos y mando solpre ellos, La libertad en ef Campo pobitico empieza cuando todas las necesiclades elemen tales de la vida diaria estin superadas por el gobierno, de modo ‘que dominacién y sujecién, mando y obeciencia, goberner y Ser gobemnado soa condiciones previas para establecer el cam po politico, precisamente porque no son su contenido, Es indiscutible que Aristételes, como Paton antes que él queria introducir un tipo de autozidad en ef mangjo de Los asen- tos puiblicos y en la vida de la pais, sin duda por buenas razones polfticas, Sin embargo, también él tuvo que recutrie 2 una espe tie de solucién provisional para que facta aceptable introducie en cl campo politico una distincién entre gohernantes ¥ pober nados, entre fos qpre mandan y los que obedecen. ¥ zambién él avo que tomar sus ejemplos y modelos sélo ce un smbito pre- politico, del campo privado de la casa y de las experiencias de ‘una economia esclavista, Esto To leva a juicios sumamente con ttadictotios, en Ja medida en que superpome a las acciones y a is vida de la polis esas normas que, como explica en otto lugar, silo son vilidas para el comportwiento 9 la vida ea la comunidad de un hogar. La inconsistercia de sts empetio resulta evidente aan, cuando no consideremos mis que el famoso ejemplo de la Palit ca antes mencionado, ea el que la distincion enzre gobermantes y gobernados se derive de lt diferencia natural entre los jévenes ¥ los viejos. En si mismo, este efemplo es muy poco adecuado para sustentar la tesis aristotélica, La selacisn entre viejos y j6- venes es educativa en esencia, y en ella la educacidn esté presen- ve sélo como una preparacién de los fururos gobemantes,tlevz- daa cabo por los actuales gobernantes, Si el gobierso tiene que ver et esto, se icata de algo por completa distinta de las forma de gobierno politicas, no silo porque es limizado en tiempo ¢ in ‘encida sino también porque se produce entee personas que, en pocencia, son iguales, No obscante, la sustitucidn de la educacion bora gobierno tuve unas consecuencas de may largo alance. bre esa base, los yobemantes se mostraran como educadores ng los educadores fueron acusados de gobernar. Entonces, como ahora, nada era mas cuestionable que la importancia politica de los ejemplos tomados de} campo de la educacisn. En el campo politico siempre trataros con adultos que ya superaron la edad, ‘dela educacién, hablando coa propiedad, y la politica o el dere- cho a parcicipar en la gestién de los asuntos piblicos empieza, precisamente, cuando la educacion ha llegado a su fin, (La edu- cacién de adultos, individual o comunitaria, puede ser muy im- portance para la formacién de le petsonalidad, su desarrollo completo o su mayor enriquecimiento, pero en lo politico es izte- Jevante, a menos que st meta sea cumplir con requisites técnicas, por algtma causa no satisfechos en la juventud y necesatios para la participacién cn los asuntos piiblicos.} De modo inverso, en la educaciéa siempre tratamas con personas que todavia no se ad- miten en la politica ni se las pone en ua pie de igualdad porque se estén preparando para eso. No obstante, el ejemplo de Arists- teles es importante, porque es cierto que la necesidad de «autori dad» es mas verosimil y evidente en Ja crianza y en la educaci6n de los nifios que ea ninguna otra cosa. Por este motivo es tan ca- racteristico de nuestra época el deseo de erradicar incluso esta forma de autoridad, tan limitsda y politicamente falta de rele- vancia, En rérminos politicos, la autoridad puede adquitis ua ca- racter educacional sélo si presumimos con los romanos que, en todas las circunstancias, nuestros antepasados representan Un ejemplo de grandeza para toda generacién posterior, que son los szatores, 1os grandes pot definiciGn. Siempre que el modelo de educacién autoritario, sin esa conviccién fundamental, se impuso en el campo de la politice (y asi ocurrié con bastante frecuencia y todavia es un soporte primordial de los conserva- dores), sirvié ance todo para oscurecer las reivindieaciones re ales 0 codiciosas de gobernar y hablé de educar cuando en teali- dad lo que se queria era dominar. Los grandiosos esfucrzos de la filosofia griega para encoo- tar un concepto de autoridad que evitara el deterioro de la po lis y para salvaguerdar la vida cel fildsofo zozobraron en un es collo: el hecho de que en el campo de la vida politica griega 10° ‘habia conciencia de una autoridad basada en la experiencia po- litica inmediata. Por tanto, todos los prototipos que dieron a las 0 generaciones siguientes lz pauta para comprender el contenido de la autoridad salieron de experiencias especificamente no po liticas, suryieron de la esfera del ahacers y de las artes, donde tiene que haber expertos y donde el cardcter de idoneidad es el criterio supremo, o de la comunidad hogarefia, Justamente es en teste aspecio deerminado en términos politicos donde Ia filo- sofia de la escucla soctatica produjo su mayor impacto sabse nuestra tradiciéa, Atin hoy ereemos que Azistteles definié al hombre en primes lugar como un sex politico dotado de habla 0 razdn, cosa que sélo hizo en un contexto politica, o que Platén cexpuso el significado original de su doctrina de las iieas en, La sepitblico, aunque por el conttatia, le cambié por razones politi- ces. A pesar de la grandeza de la flosotia politica gricga, se pues Ge poner en duda que hubiera logrado perder su inherente ca- ricter utépico si les romanes, en su infatigable busqueda de la tradicién y Ja autoridad, no se hubieran decidido a hacerse car- 0 de esa filosofia y a reconocerta como la autoridad maxima en todos los asuntos de teoria y pensamiento, Pero fveron capaces de llevaz a cabo esta integraciGn sélo porque tanto la autoridad como la tradicién ya habian desempeiiado un papel decisivo en Ja vida politica de la Repablica romana, 4 En el corazdn de la politica somana, desde el principio de la Repablica hasta casi el tin de la época imperial, se alza la conviccisin del caricter suero de la fundacién, en el sentido de que una vez que algo se ha fundade conserva su validex para todas las gencraciones futuras. El compromiso politico signiti- ca ante todo la custodia de la fundacién de la ciudad de Roma. Por esta causa, los romanos no eran capaces de repetir ka fun- dacién de su primera potis al asentar una nveva colonia, pero podian afadirla @ Ja fundacksa original hasta que toda Kala y, Por tiltime, todo el mundo occidental quedaron unidos y ad= ministeados por Roma, como si tado el muado no fuera mas ue una provincia de Roma, Desde el principio al fin, los ro- maios estaban ligudos al emplazamiento especilico de esta tini- cacindad y, a diferencia de los griegos, no podian decit en épo- a3 cas dificiles 0 de superpoblacién: «Ve y funda una nueva cfu dad, potgue estés donde estés siempre tendris una polis.» No fuera los prieges sino los romanos los que echaron raices ver daderas en la tetra, y la palabra «pairia> deriva todo su signifi cado de ls historia romana, La fundacién de una nueva institu. cidn politica —pata los griegas una experiencia casi trivial—se cconvirtié para los romenos en el hecho angular, decisive ¢ irre- petible de roda su historia, ea un acontecimiento tinico. Y las divinidades mas hondamente romanas eran Jano, el dios del comienzo con el que, por asi decislo, afin empezamos nuestro aio, y Minerva, la diosa de Iz memoria. La fundacién de Roma —«Tanta molis erat Romanam com dere gentenm («Tan aedea empresa eva fundar el linaje roma- no}, como Virgilio resume en la Encida el tema siempre pre- sente de st obra, todos esos vagabundeos y sufrimientos pasadlos antes de llegar al fix y meta aidan conderet urbe» («cuando fan- 6 la ciucdado)—, esa fundacidn y ls experiencia tan poco priega de la santidad de fa casa y el hoger, como siel espiritu de Héctor, hablandlo en términos homéricos, hubiera sobrevivido « la caida dle Trova y hubiera zesucitado en suclo ititica, farman el conte- ido hondamence politico de la religisn romana, En conteaste con Grecia, donde 'a piedad dependia de la inmediata presencia revelada de los dioses, en Roma religién significaba, de modo i- reral, re-tigere.” es decir, volver a ser atadlo, obligado por elesor- me y cast sobrehumane, y por consiguiente siempre Jegendario, esfuerzo de poner los cimientos, de colocar Ja picdra fundamen- tal, de fundar para la eteraidad.® Ser religioso implica estar unicio al pasado, y Livio, et gran eroaista de fos hechos pasados, podéa decir; «Mibs verustas res serthenti nescio quo pacto antiqus Jit animus et guacdare roligio tenet» (wAk refeti estos hechos anti ‘gos, no sé por qué conexisn mi mente se vuelve vieia ni por qué [me] posee ciesta religion). Asi era como la actividad religiosa y la politica podian considevarse casi idéntices y Cicenin estaba et condiciones dle decir: «Ln ningtin otro campo Ja excelencia hu- mans se acerca tanto a la virtud de los dioses (rso%en) como lo hace en Ja fundacién de comunidades nuevas y en la conserva cidn de las ya fundadas.»"” El poder de enlace de la undaciés en simisma era religioso, porque la ciudad también ofrecia.alos dio- ses de ia gente ua hogar estable, cosa en la que también se dife- 1 senciaban los romanos de Grecia, cuyos dioses protepfan las civ- dtades delos motzales ya veces kabitabsn en ellas, aunque zerian su propia meeida muy por encima de les hombres, en la cumbre de) monte Ofimpe. iin este contexto aparecieron, en su origen, la palabra y el concepto de autotidad. El sustantivo auctoritas deriva del ver- bo augeve, «auaentar, y lo gue la autoridad o los que tienen auroridad avmentan constantemente es la funclacién. Los pro- vistos de autoridad cran los ancianos, el Senado o los aires, {gue la habian obrenido por sa ascendencia y por transmisiOn itradicién) de quienes habfan fundado odes las cosas poste- riores, de los antepasados, a quienes por eso los romanos Ix maban raiores, La autoridlad de los vivos siempre eva deriva- da. dependia de los «axctores imperié Romans conditoresqieen, coma lo dijo Plinio, es decir, de la autoridad de los fundadores que ya no estaban entre los vivos. La autoridad, a diferencia del poder (posestas), tenia sus raices en el pasado, pero en la vida real de la ciudad ese pasado no cstaba menos presente que el poder y Ia fuerza de los vivos. Enio lo expresé diciendo: «Mo- riluus antiquis res stat Romana virisguen (alo romano se asients ea las costumbres y ei vigor antiguos») Para comprender de un modo més concrete lo que signifi cabs estar sevestido de autoridad, quiz sea til advestic que la palabra aucrores se podia usar como el opuesto exacto de arti ces, los ave consiruyen y bacen en la vida diaria, y ese vo- cablo, a la vex que la palabra «actor», significa Jo mismo que nuestra vox autor». Plinio pregunta con respecto a un nuevo teatie: «éA quién habré que admirar més, al constructor o al autor, al inventor o a la invencidn?» En ambos casos, la res- puesta es al segundo, En este caso el autor no es el construccor sino el gue inspiré toda la empresa y cuyo espiritu, mucho mis que el espiritu del constructor concreto, esta representado en eledificio mismo. A diferencia del ertifex, que s6lo lo ha hecho, i auctor es el verdadero «autor» del edificio, 0 sea su funda: dlor; con esa construceién se convierte en ua «aumentader» de laciudad Sin embargo, la rclacidn existente entee auctor y artifex de ningiin mode es Ja selacisn éplatsnica) existente entre el amo que da las Srdenes y el sisviente que las ejecuta. La caracterist- 3 ca mis destacada de los que estan investidos de autoridad es ‘que no tienen poder. «Cm potestes in popilo auctorttas ta se- natu sib», eatingque ei poder esta en el pueblo, la autoridad co- rresponde al Senado»,”” Como la «autoridadh, el sumento cue i Senado debe aiiadit a las decisiones politicas. no es poder, nos parece que se trata de algo curiosamente evasivo e intangi bie, que en este aspecto tiene cierta similited con la ramea judi cial del gobierno de Ia que habla Montesquieu. un poder al gue liam6 «er guelaue facon nutlen (een cierto sentido mule) ¥ que sin embargo constituye la autoridad suprema en los gobiernos constitucionales.* Mormmsen lo definia como «més que una opinién y menos que una orden, una opiniéa que no se puede igporar sin correr un peligron, por lo que se considera que la vyoluntad y las acciones de personas como los rifios estin ex. puestas al error y a las equivocaciones y pot tanto necesitan el “aumento” y le confirmacién que les dan los consejos de los unclanos».”’ La autotidad que sirve de hase al «aumento» brin dado por los ancianos reside en que se tata de una simple opi nida, que no necesita ni Ia forma de una orden ni el apremio exterior para hacerse oie.” La fuerza vinculante de esta autoridad esta conectada muy de cerca con la fuerza religiosa vinculante de los aaspizes, que, a diferencia del orsculo griego, no se refieren al curso abjetivo de los aconzecimientos futures sino que sevelan sélo la aproba- cién o desaprobaci6n divina de las decisiones adoptadas por Jos hombres.” También los dioses tienen autorided entre los hombres, mas que poder sobre ellos; las divinidades «aamen- tan» y confirman las acciones humanas, pero no las guian. Tal como atodos los auspices se remontan ala gran seftal por Ja que los dioses confirieron a Rémulo autoridad para fundar la cou dad», de igual modo toda autoridad deriva de esa fundaciéa, pues relaciona cada acto con ese comienzo sagrado de la histo- tia romana, y afiade, por decirlo asi, a cada momento, todo el peso del pasado. La gwvvttas, capacided para sobrellevar est carpe, se convirtié en el rasyo sobzesaliente del cardeter sora ‘no, asi como el Senado, representacién de la autoridad en la Republica, podia funcionar —segdn palabras de Plutarco en la Vida de Licu7g0— como un «peso central, come el lastre ep un barco, que siempre manticne Jas cosas en el justo equilibrio». Be ‘Como hechos precedentes, Ias acciones de los antepasados y la costumbze que generaron siempre fueron vinculantes.” {Todo lo que ocusria se transformaba en ejemplo, ¥ la axctoritas maiorum pasé aser eaivalente alos modelos aceptados para el comportamiento cotidiano, a la propia moral politica corvien- re. También por esto la veiez, distinta de ia simple edad madu: ra, constituia para los romanos la verdadera culminaci6n de la ‘ida humana, no tanto por la sabidurfa y experiencia acurmala- das sino mas bien porque el hombre anciano se acercabe a los antepasados y a tiempos pretéritos. Al contrario de nuestro concepto de crecimiento, que coloca el proceso en el Huturo, los romanos consideraban que el crecimiento se dirigia hacia cl pasado. Si se quiere relacionar esta actitud con el orden jerar- quico establecido por la autoridad y visualiznr esta jerarquia en Ja imagen familiar de la pirdmide, és como si el vértice de la pi rimide no se proyectara hasta ln altura de un cielo en Ia tierra (o, como dicen los cristianes, més alli de ella), sino hasta las honduras de un pesado terrenal, Eneste contexto sobre todo politico, la tradicién santifica- ba el pasado, La tradicion conservaba el pasado al traasmitis de una generacién a otra el testimonio de los antepasados, de los cue habian sido testizos y protagonistas de a fundacién sa- cray después la habian aumentado con su aucoridad a le largo de jos siglos. En la medida en que esa tradicién no se inte- crumpiera, la auraridad se mantenfa inviolada; y era inconce bible actuar sin autozidad y tradicién, sin normas y modelos aceptados y consagraclos por el empo, sin In aytada de la sebi- dluria de los padres fundadores. El concepto de una teadici6n espiritual y de una autoridad en temas de pensamiento y de ideas aqui se detivé del campo politico y es por consiguiente derivativa en ¢sencia, tal como la concepcién platénica del pa- pel de la razéia y de las ideas en politica se derive del campo fir Joséfico y results derivativa en el ambito de los asuntos huma- 0s, Peto ef hecho de mayor importancia histériea es que los {Ritates ela gue nesestabao pads fundadoresy emplos regis de auroidad ambien en el campo del pensamiento 1 elas ideas vaceptaron alos grandes eantepasaloe aegos seine a sworidades en In tora, J lost y a posi. Los priegos se convirtieron ent autoridades entre 35 los romanos, no entre los gricgos. Platén y otros antes y des pués de él llamaroa a Homero «educador de toda la Télade, algo inconcebible en Roma, donde ningiin filésofo nabrfa osa- Go «levantar la mano contra su padre [espiritual]», como dijo Plasén de sf mismo (en B! sofista) cuando rompié con las ense- fanzas de Parménides Pero el caracter derivasivo de la aplicabilidad de las ideas ala politica no impidié que el pensamiento politico platénico se convirtiera en el origen de la teoria politica occidental, asi come tampoco el caracrer derivative de la autosidad y de latea- dicién en asuntos espirituales impidi6 que ambas, durante la mayor parte de nuestta historia, se convirtieran en los rasgos dominantes del pensamiento filoséfico occidental, En los dos 250s, el origen politico y las es periencéas politicas que estan en Ta base de ls teorias se olvidaron, se alvids el conflicto original nite le politica y le filosofia, entre el ciudadano y al filésofo, y también se olvid6 la experiencia de fundacién en Ta que tuvo su Juente legitima Ja trinidad romana de religién, autoridad y zta- Gicién, Fl vigor de esa trinidad esté en la fuerza vincolante de un principio investido de autoridad, al que los hombres esti atados por fazos «religiosos» a través de la ttadicién, La trini dad romana no sélo sobrevivi a la transformacién de la Rept blica en Imperio, sino que se impuso en todos fos puntos en que la pax romana establecis la civilizacin occidental sobre ci mientos propios. Le extraordinaria fortaleza y la perdurabilidad de ese esp tu romano ~-0 la extraordinaria vigencia del principio de fun- dacién paca Ja ereacién de entidades politicas— pasaron pot sana prueba decisiva y se midieron a sf mismas may abiertamen- te después de la caida del Imperio Romano, cuando Ia herencia politica y espiritual de Roma pasé a la Iglesia cristiana. Al en~ Frentarse con ese tatea tan mundana, la Iglesia se convirtié en romana» y se adapt6 de una manera tan completa al pensa- miento romano en asuntos de politica que hizo de la mueste ¥ resurreccién de Cristo In piedra fundamental de una nueva fan~ dacién, y sobre ella construyé una nueva instizacién humana de tremenda perdurabilidad, Por eso, después de que Constantine el Grande recurriesa a la Iglesia con el objeto de obtener para su declinante Imperio la proteccién de! «Dios mas poderoso», la 336 tglesia por fin pudo dejar a um lado las tendencias antipoliticas y antiinstirucionales de la fe cristiana, que tantos problemas ha- dian causedo en los primeros siglos, que son tan evidentes ep el Nueva Testanrento ¥ en los primeros textos cristisnos y gue, al parecer, eran insuperables. La victoria del espisicu romano es, Fe verdad, casi un milagro; en cualquier caso, por s sola permi- 156 que la Iplesia «ofteciera a sus miembros el sentide de civ. Cadania que ya no podian ofrecerles ni Roma si los muni pios».”* No obsrante, tal como la politizacién platénica de las ideas cambis la filosofia occidental y determind el concepto fi- lossfico de razén, de igual manera la politizacidn de la Iglesia ‘cambio Ja teligisn cristiana, La base de la Iglesia como comuni- dad de creyentes y como institucién publica ya no era la fe cris- tiana en la sesuzxeccién {aunque esta fe siguié siendo su conte- pido} ni la obediencis de los hebreos a la ley de Dios, sino el testimonio de la vida, del nacimiento, de la muerte y resurrec- én de Jesiis de Nazaret, como un hecho registrado por ia his- rotia.” Por haber sido testigos de ese acontecimiento, los apos- roles se convisticron en los «padres fundadores» de la Iglesia, que de eilos derivaria su ptopia autoridad transmitiendo ese tes- timenio a modo de tradicién de una generacién a otra. Sélo cuando esto ocurri, estamos tentados de decir, la fe eristiana se convistié cn una «teligiéro, tanto en el sentide poscristiano como en el antiguo; en tado caso, slo entonces el snuindo ente- ro —a dilerencie de unos simples grupos de creyentes, por nma- chos que fueran— se hizo cristiano. El espititu romano pudo sobrevivir a la catéstroie del Lmpesio porque sus enemigos més poderosos los que, por asi decislo, tras arrojar una maldiciéa sobre todo ef campo de los asuotos puiblicas mundanales habian jurado que vivitian apartados— descubrieron en su propia fe algo que también podia entenderse como un acontecimiento smundanal y transformarse en un nuevo comienzo certenal con el que el mundo se podta relacionar muevamente (refigare), en Una curiosa mezcla de nuevo y antigue respeto religioso, Esta Stansformacivin fue, eo gran medida, la que cumplis Agustin, el Linico gran filésofo que tavieron Jos comanos. El fundamento de = Blof yest rin ext in memorian (sla sede de la men tk ent memorian)— es precsamente est aticulacién eptual de la especifica experiencia romana, que, abrama- 437 dos como estaban por la filosofia y los conceptos gtiegzos, los romanos janis llevaron adelante. Gracias a que la fundaci6n de la ciudad de Roma se repitié en la fundacién de la Iglesia catdlica —aunque, por supuesto, con un contenido radicalmense distinto—, 's era cristiana se apoderd de ayuella tticidad romana de scigién, autoridad y tradicién. El signo més evidente de esta continuidad quiza sea cue la Iglesia, al embarcarse en su gran carrera politica del si- gio v, adopt6 de inmeciato la distincidn establecida por los r0- manos entre autoridad y poder, al tempo que reclamaba para sila entigua autoridad del Senado y dejaba el poder —que en ei mperio Romano ya no estaba en manos del pueblo sino mo nopolizado por la familia imperial—a los principes terrenales. ‘A fines del siglo v, el papa Gelasio I esctibia al emperador “Anastasio I: «Dos son las cosas por las que se gobiema sabre todo este mundo: la sagrada autoridad de los papas ¥ el poder real >" El resultado de la continuidad del espiritu romano en la historia de Occidente fue doble. De una parte, el milagro de ‘peemanencia se repitid une vez mas; dentro del matco de nues- ‘ra historia, la dursbilided y continuidad de la Iplesia com titucién piblica solo se puede comparar con los mil afios de histosia romana antigua, Por ora parte, la separacién entre Iglesia y Estado, lejos de significar de modo inequivoco una se cularizacién del campo politico y. por tanto, sui ascenso a la dignidad del periodo clisico, ea realidad implico que, por pri mera vez desde 1a época de los romanos, la politica habia per dido su autoridad y con ella el elemento que, al menos en la historia occidental, habfa dado a las estructuras politcas su du- rabilidad, continuidad y permanencia Fs verdad que el pensamiento politico romano ya desde fecha muy temprana usé los concepitos platénicos para compren der e interpretar las especificas expetiencias politicas romanas. Con todo, parece como si soo en la era cristina hubieran desa- rrollado tocla su elicacia politica los invisibles patrones de meci- ds espitituales de Platén, con Jos que se median y juzgaban los asuntos humanas coneretos, Precisamente esas partes de la doc trina cristiana que podrian haber encontrado grandes dificulta- des para asimilarse 0 adccuarse a la estructura politica romana es decir. Jas verdades y los mandamientos revelados por uae 8 qutoridad de verdadero cardeter trascendente que, a diferencia Jelade Plaron, no se extendia por encima sino mas af del cam: pe mundanal— tuvieron ocasicn de integrarse en le leyenda de Prfandacin romana a través de Platon, La zevelacién divina se podia intenpretar politicamence como si las normas de la con Eucta humana ¥ el principio de la comunidad politica, anticip- dos por Piatcn de manera intuitiva, se hubicran revelade po: fin fen forma directa, de mode que, en palabras de an platénico mo- dderto, pareciesa como si fa temprana orientacién de Platéa «ba cia una medida no visible se confirmara a través de la revelacién dela medida mismay."' Hasta el punto en que incorpors la filo- sofia griega en la estzuctura de sus docttinas y dogmas de fe, la Ialesia catdlica hizo una amalgama con ef coneepro politico que fos rarnanos tenian de la autoridad, cuya base inevitable era un comienzo, ura fundacién en el pasado, y con la nocién griega de medidas y reglas trascendentes. Las normas generales y trascen- lentes, en as que se podian iacluir lo particular y lo inmanente, se zequtesian para cualquier orden politico; ezan necesarias unas reglas morales que sigieran el comportamiento de relacién entre Jos humanos y unas medidas racionales que sitvieran de guia para todo juicio individual. Pocas cosas pudo haber que por fin se afirmarin con mayor autoridad y con consecuencias de ma- yoralcance que esa amalgama misma. Desde entonces se ha visto —y el hecho habla de Ia estabi lidad de la amalgame— gue cada ver que se dudaba de tino de los elementos de la trinidad romana religién-autotided traci- «idn 9 se loeliminaba, los dos restantes ya no estaban firmes. Foe, pues, ua etror por parte de Lucero pensar que ese desafio a la autoridlad temporal de la Iglesia st apelacién al juicio indivi daly ne ania podin det imactas la waciony la reli. nbiin se eauivocaron Hobbes is erices politicos del alo x alsuponer ue la autora la relgn epoca: sal {arate adicion, Por timo, tambien fue wr deacert el de 'es humanists que pensaton que seria posible mancenerse lentro de una tradicién intacta de la civilizacion occidental sin religign y sin autoridad. 89 5 La consecuencia politica més importante de fa amalgama de instituciones politicas romanas ¢ ideas filos6ficas griegas fue la ade permits ala Iglesia que interpretata las bastante vagas y cone flictivas nociones del primer ctistianismo acerca de Ta vida en el is elld aa luz de los mitos politicos plarénicos, con lo que cle- vaba alla categoria de dogma de fe un elaborado sistema de pre- imios y castigos para las buenas y Jas malas obras que no encon- traban la retribucién justa en la tietra, Esto no se produje antes del siglo v, cuando se declaraton heséticas las primeras ense- fhanzas acerca de la zedencién de todos los pecaciores, incluiddo el propie Sacanas (como enseitaba Origenes y atin sostenia Gre- gotio de Nicea), y la intezpretaci6n espiritualista de las torcuras ddl infierno como tormentos de fa conciencia (cosa que también ensefiaba Origenes); pero esto coincidié con la caida de Roma, Ia desaparicién de un orden secular firme, fa gestién de los asua tos seculares por parte de la Iglesia y el sargimiento del papado como poder temporal, Las nocioaes populares yjiterartas sobte un mas aila con premios ¥ castigas estuvieron, por supuesto, tan. diseminadas como lo habian estado ch toda la Antigiiedad, pero la versidn cristina original de esas ercencias, coherente con las ‘ebuenas nuevas» y la redencidn del pecado, no era una amena- za de castigo eterno y suftimiento pergetue sino, por el contra- tio, el descensus ad inferos, la misi6n de Cristo en el mundo sub- terrneo donde pasé Jos tres dias que mediaron entre su muerte y sa resurreceida pare terminar con el inficrno, derrotar a Sata ‘nds y evitar alas alas de los pecadores rouertes, como lo habia echo con las almas de los vivos, la muerte y el castigo. ‘Nos resulta algo dificil medir con cxactitud el origen pol tico. no teligioso, de la doctrina del infierno, porque, en su. ver™ sidn platénica, la Iglesia la introdujo muy temprano en el cuer po de sus degias de fe, Parece por completo natural que esta incorporacién con ese sesgo haya empafiado la comprension. del propio Platén hasta el punto de identificar sus ensefanzas estrictamente filossficas sobre la ineortalidad del alma, que s© referian a Ja minorfa, con su ensefanza politica de un mas all con castigos y premios, que se referis sin duda a la mayoria. La preocupacidn del fildsofo se centra en lo invisible que puede 40 ser gereibido por el alma, que es ella misma algo invisible dgnbes) y por tanto va al Hades, cl higar de le invisibibdad (ALGns}, cuando Ja mucrte ya ha liberado a la parte invisible del hombre Ge su cuerpo, el érgano de la percepcida senso tial: Por esta causa siempre parece que los filésofos «se oct pan de la maerse y le mortal» la flosofia también puede de- pominarse «estudio de lz mucrtes."* Los que no tienen ninguna experiencia de une verdad Bloséfica mas allé del campo de ta percepcida sensorial es obvio que no pueden sez persundidos dele inmortalidad de un alma sin cuerpo: para ellos, Platén in- vent6 una cantidad de relatos con fos que concluye sus didlo- gos politicos, cn general cuando parece refutado el azgumento mismo, como en J repsiblica, o cuando no ha sido posible per- suadir al oponente de Sécxates, coma en Gorgias." De esas na- rraciones, el mito de Ex que se narre en La repdblica es el mas alaborado y el que ejercid mayor influencia, Entec Platén y el triunfo secular de Ja cristiandad en el siglo v, que implicé le sancidn religiosa de la doctrina del infierno (hasta el punto de que desde entonces se convitti6 en un rasgo tan general del mundo cristiano que los tratados politicos no necesitaban men- cionarla especificamente}, casi no hubo discustones importan- tes de los problemas politicos —exceptuado Aristételes— que no concluyeran con una imitacién del mito platénico.” Tam bien es Plazén, diferenciado de los judios y de las primeras es- peculaciones cristianas sobre una vida en el més alla, el verda- dero precursor de las elaboradas descripciones de Danie; en el Alésolo griego encontrames por primera ver no sélo un con: cepto del juicio final sobre la vida eterna o la muerte eterna, $0. bre premios y castigos, sino también la separacién geogrifica de infiesno, purgatorio y paraiso, a la vez que las horriblemen- te coneretas ideas de un castigo corporal graduado. Parecea indiscutibles les implicaciones puramente politicas dlelos mitos de Platén en el diltimo fibro de La repiibica, asi como les de los frapmentos finales de iedén y Gorgias. La distincién entre la conviccisin filaséfica de la inenortalidad del alma y la po- icamente deseable creencia en una vida en el més alld van pa mes con la distincién existente en la doctrina de las ideas entre a ‘c lo bello, como Ja icles suprema del filésofo, y la del bien, "a0 la idea suprema del estacista, Con todo, aunque Platén, al a4 aplicar su filosofia de las ideas al campo politico, borraba en cier. ta medida la distinciGn decisiva entre las ideas de la belleza y del bien, sustituyenco calladamente la segunda porla primera en sus discusiones sobre politica, no se puede decir lo mismo acerca de la distincién entre un alma inmortal, invisible ¢ incorpérea y ut: mds allé en el que los cuerpos, sensibles al dolor, recibirén su castigo. Sin duda, una de las muestras mas obvias del caricter politico de esos mitos es que, porque implicaa un castigo coxpo- ral, estén en contradiccién abjerza con la doctrina de Ja mortal dad det cuerpo, y es evidente que el propio Platén era conscien- te de exe caricter conttadictorto.” Adeids, cuando elabord sus relizos, tuvo grandes precauciones para asepurarse de que se vie- ra que se trataba no de la verdad sino de una opinién potencial que, quizi, podria persuadir a la gente «como sifuera la verdads.* Por tiltimo, cno es acaso evidente, sobre todo en La repaiblica, que todo el concepto de una vida después dela muerte quiza no tenga sentido para quienes hayan entendido el relaro de la caverna y ha- yan sabido que el verdadero més ziki es la vida temmena? Sin duda, Platén se apoyé en creencias populares, quizé en. tradiciones drficas y pitagéricas, para sus descripciones del mis alla, tal como, casi mil aiios més tarde, la Tplesia podria ele- air con libertad entre las creencias y teorias por entonces mas difundidas, para implantar a unas como dogma y declarar he- réticas otras, La diferencia entre Platén y sus predecesores, sean los que sean, es que él fue el primero en advertir las po- sibilidades de enorme contenido estriciamente politico que habia en esas cteencias; de igual modo, Ie diferencia entre las elaboradas enseiianzas de Agustin sobre el infierno, el purge zorio y el paraiso y las especulaciones de Origenes o de Cle- mente de Alejandria fue que él ty tal vez Tertuliano antes que 1) advirtis hasta qué punto esas doctrinas se podian usat como amenazas en este mundo, mucho més allé de su valor especula- tivo sobre una vida Futura, Por ciesto que nada resulta mas su- gestivo en. este coniexto que el hecho de que fuera Platéa quien acuié cl vocablo «tcologian, ya que esta nueva palabra aparece, una vez mis, dentro de una discusidn estrictamente politica, en La repiiblica, en unos momentos en. que se habla de a fandacién de cindades.” Esa nueva divinidad teolégica no ¢s Dios vivo ni el dios de los filésofos ni una deidad pagana; es 142, tuna Bigusa politica, sla medida de las medidas,” es deci, la Moma segii Ja cua han de fundarse las ciudades y han de es- Miblecerse les reglas de comporcamiento para sus habitantes. Por otva parte, la teolagia ensefia como se refnerzan esas nor- mag en términos absolutes, aun en casos en que la justicia hu: ran no sabe cémo hacerlo, 0 sca en el caso de erimenes que Ceeapar al castigo, y también en casos en. que ni siquiera la sen- rencia de muerte podria parecer adecuada. La «cosa principal» sobre el mis allé es, como lo dice Platén de modo explicito, {que «los hombres sufren diez veces cada dafio gue havan he- cho a cualguiera».”” No cabe duda de que Platén no tenia la menor idea de la teologia tal como fa entendemos nosotzos, 0 sea como la interpretacion de la palabra de Dios euya texto sa- erosanto es la Brbtia; para dl, la teologia era parte incegrante de la «ciencéa politica» y, especiticamente, la parte que ensefia a la rminoria la forma de gobernar a la mayoria. ‘Aunque hubiera habido otras influencias hist6ricas activas en la claboracién de la doctrina del infierno, durante la Anti- atedad se siguié aplicando para fines politicos en el interés de la minoria, con el objeto de mantener un control moral y pole tico sobre la mayoria. El tema en cuestién era siempre el mis- mo: por su propia nataraleza, la verdad se hace evidente y, por tanto, no se puede discutir vy demostrar de manera satisfacto- tia” Por consiguienze, los que ne tienen la capacidad de ver lo que 6s a la vez evidente ¢ invisible y esti mas ali de discusio- nes necesitan de le fe, En términos platénicos, la minoria no puede persuadir a la mayoria acerca de la verdad, porque la verdad no puede ser tema de persuasiin y la persuasion es la Gind- «a forma de tratar con la mayoria. Pero la gente, arrestrada por Jos eelatos irtesponsables de poetas y cuentistas, puede ser Ile- vada a creer casi cualquier cosa; las narraciones apropiadas que evan la verdad de Jos pocos a ia mukitud son cuentos sobre ecompensas y castigos despugs de la muerte; persuadir a los ciudadanos dc la existenci del infiemo hard que se comporcen como si supieran la verdad. Mientras no tuvo intereses y responsabilidades seculaces, el Cristianismo dejé que las ereencias y especulaciones sobre un cas alla fueran tan libres como lo habian sido en la Antigticdad. No obstante, cuando el puro desarrollo religioso del nuevo cre- 3 dlo lleg6 a su fia yla Iglesia advirti6 sus responsabilidades politi. cas y se mostré deseosa de asumirlas, le instituciéa se enconteé ante una perplejidad semejante a le que habsa dado lugar ala fi- losofia politica de Platn. Una vez ms se trataba de imponer normss absolutas en un campo que esta hecho de materias y re- luciones humanas. cuya esencia missva parece ser, por ello, laze- Jatividad; a esta relacividad cosresponde el hecho de que lo peot que el hombre prede hacer al hombre es darle la muerte, ¢s de- 1. concretar lo que un dia ha de ocuruile, de todas maneras. EL eqnejoramiento» de esta limitacién, propuesto en las imagenes Cel infierno, es precisamente que in castigo puede ser algo més ‘que la «muerte eeezna», considerada por los primeros cristianos como el castigo correspondiente al pecado, o sea el sufrimiento eterno, comparado con el cual la muerte eterna es la selvacion, La introduceiéa del intierno platénico en el cuerpo de los dogmas de fe evistianos reforzé la autoridad religiosa, hasta el punto de que pudo suponer gue saldria vietoriosa en cualquier Titigio con el poder secular. Pero el precio que se pag por esta fucraa adicional fue la dilucién del concepto de zutoridad ro- mano, a l vez que se permitid la insinuacién de un elemento de violencia tanto en la estructera del pensamiento religioso ocei- dental como en la jerarquia de la Tglesia. Se puede medit de verdad la cuantia de ese precio por ef hecho, mas que descon- certante, de que hombres de una estazura indiscutible —entre ellos Tertuliano e incluso Tomas de Aquino- gstuvieran con- vencidos de que uno de los gozos celestiales serfa el privilegio de observar el espeeticulo de los suftimientos indescriptibles diel infierno, Quiza en todo el desarrollo del eristianismo a io largo de los siglos, nada esté més lejano y mis ajeno a la letza ¥ a cspititu de las ensedanzas de Jestis de Nazaret que el minu ioso catélogo de castigos fururos y el enorme poder dle coae- cidin por el miedo, que sdlo en los altimos tiempos de la era modema perdié su significado pabtico, politico. En Jo que res- pecta al pensamiento religioso, sin duda ¢s una ironia tercible que la «buena nuevan de los Evangelios, que anuncian «la vida exerna, diera al fir el resultado de un aumento del miedo y ne dea alegria en la tierra, que no haya hecho mas facil sino més dura le muerte para el hombre. De todos modes, lo cierto es que la consecuencia mas sig- 44 nificativa de la secularizacién de la Edad Moderna bien puede aie eTheeao de que desapareciera de la vida pblica, junto con la religi6n, el miedo al infierno, tnico elemento politico en la religiin tradicional, Nosocros, los que vimos durance fa era de Hier la de Stalin que una criminalidad nueva. por completo ¢ sin precedentes invadia ef campo politico casi sin despertar protestes e9 los respectivos paises, deberiamos ser los dltimos aeubestimar su influencia «persuasive» en el funcionamiento de la conciencia, El impacto de esas experiencias puede au- mentar si recordamos que, en el propio Siglo de las Luces, tat telos homb:es de la Revolucién Francesa como los padres fun dadores de América insisticron en que el miedo a un «Dios yengador», y por consipuiente Ia fe en «un Estado futuro», fue- ra parte integrante de [a nueva entidad politica. La tazén obvia de que los dirigentes revolucionarios, en todos los paises, estu- vieran tan extrafiamente desenfocades en este sentido con res- pecto al clima general de su tiempo era que, precisamente a ‘causa de la aueva separacién entre Ia Iglesia y el Estado, se en- contraban ante el antiguo dilema plat6nico. Cuando advertfan en contra de la climinacién del miedo al infierno en la vida pu- blica, porque esto abriria ef camino «para hacer «que el asesina to mismo fuera tan indiferente como matat gorziones, y el ge nacidio de los rohilla, tan inocente como comerse un gusano en un pedazo de queso,” sus palabras podrian tener un tono protético en nuestros oidos; por supuesto, no hablaban de una fe degmatica en cl «Dios vengador» sino de desconfianza en la natucaleza dei hombre. ‘Asi pues, a fe en tun estado fururo de premios y castipos, di- sefiado conscientemente por Platén y quiaé no menos cons- cientemente adoptado, en su forma agustiniana, por Gregorio el Grande, iba a sobrevivir a todos los otros elementos religiosos y seculares que, juntos, habian establecido la autoridad en la histo- ria occidental. No fue en la Edad Media, cuando la vida secular se habia suelo tan religiosa que le reliyién no podia servir como trumenta politics, sino ch la Moderna cuando se descubrié la utilided de ta religién para la autoridad secular. Los verdadetos motives de ese redescubrimiento quedaton hasta cierto punto cisimulados por las diversas y més o menos infamnes alianzas ett tre «trono y altars, cuando los reves, atemorizados ante las pers: us pectivas de una revoluciéa, creyeron que «no se debe permitir gue el pueblo pierda Ia religion» porque, en palabras de Heine, «Wer sich von seinen Gatte reivst,/ wird endlich auch abtriinnig werden! von seinen irdischen Bebiirden» (uel que se apana de su Dios terminard por alejarse también de sus autoridades terre. rpass), El asunto es mas bien que los revolucionarios mismos pre- dicaron la fe en un estado futuro, que incluso Robespierre tetmsi- nd por recurrir a un para sancionar la sevolucién, que ninguna de las primeras constizuciones ametica- nas carecié de unas cléusulas apropiadas que aseguraran futuros premios y castigos y que hombses como John Adams vieron en «sas clgusulas «la Gnica base vetdadera de la moralidady.* Sin duda no es sorprendente que sesultaran vanos todos «50s intentos de consetvar el tinico elemento de violencia del edificio tambaleante de la religién, junto a le autoridad y la tra- dicidn, y de usarlo como salvaguarda del nuevo orden politico secular. No fue el suzgimiento del socialismo ni el de la creen- cia marxista de que «la religién es el opio del pueblo» lo que le puso fin, (La religién auténtica en general y fa fe cristiana en particular —con su riguroso énfasis en el individuo y en sa pro- pio papel en la salvacién, lo que condujo a elaborar un catélo- 1p0 de pecados mayor que el de cualquier ota religién— jamés pudieton usarse como tranguilizantes, Las ideologias moder- ras, ya sean politicas, psicolégicas o sociales, son més adecua- das pare lograr que ef alma del hombre se vuelva inmune al duro impacto de la realidad que cualquier religi6n tradicional conocida. Comparada con las diversas supersticiones del si- silo xx, la piadosa aceptacién de la voluntad de Dios parece un cachillo de juguete que quisiera competi coa las armas atémi- cas.) Para los politicos del siglo xvin, la conviccién de que la «moral de la sociedad civil, en tltima instancia, dependia del miedo y de la esperanza en otra vida atin puede haber sido sélo tuna cuestién de buen sentido comin; para los del sax, resulta ba simplemente escandaloso que, por ejemplo, los tribunales ingleses dieran por sentado «que no es vilido el juramento de tuna persona que na cree en un estado fururon, y esto no s6lo por motivos politicos sino también porque implica «que los que no ereen dinjcamente dejan de mentir... por miedo al in- fierno».”* M6 lin términos superficiales, la pérdida dela fe en loses funuros es politica, augue sin duda no espiritualmente, la dis- Jon mis sgnificativa entre muestra época y los silos ante fiores, ¥ esta pérdida es absoluta, No importa lo religic pect mundo pueda volver a ser, ai cudnta fe auténtica exis: ta atin en él, ni cudn hondamente estén artaigados nuestros va Jores morales en los sistemas religiosos: el miedo al infierno ya ssp estd entre los motivos que podrian evitar o estimular las ac- clones de una mayoria, Esto parece inevitable, sila sccularidad {cl mundo implica la separacién de los campos religioso y po- Jitico de la vida; en estas circunstancias, la religion estaba des- tinada a perder su elemento politico, tal como la vida piblice estaba destinada a perder la sancién religiosa de la autorided trascendente. En tal situacién, estaria bien recordar que el cri- terio platdnico acerca de la forma de persuadir a la gente para que respeze las normas de la minorfa fue ut6pico antes de su sancién religiosa; su finalidad —establecer el gobierno de los poces sobre los muchos— era demasiado evidente para ser uti lizable. Por ia misma razén, la fe en los estados futuros desa- parecis del ambito priblico en cuanto su utilidad politica que- dé ea total evidencia por el hecho de que, fuera del cuerpo de Jas creencias dogméticas, s¢ la consideraba digna de ser con- servada. 6 Sin embargo, hay algo que llama muchisisxo la atencién en este conrexto: mientras todos los modelos, prototipos y ejem- plos de relaciones autoritarias ~el del hombre de Estado como sanador y médico, como experto, como piloto, como

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