Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
sobre la vocación
¿Qué es la vocación?
Es una elección divina, en la que Dios da el primer paso y a mí me toca
responder que sí o que no a su llamada.
Dios llama en el momento oportuno, al igual que un buen jardinero coge las
flores en el momento oportuno. ¿Por qué no llamó a Mateo al mismo tiempo que
a Pedro y a Juan? Porque aún no estaba bien dispuesto.
¿Cuál es mi vocación?
Todos y cada uno de los hombres tenemos una vocación, una llamada particular
y amorosa de Dios para que le amemos con locura. Yo tengo que descubrir qué
es lo que Dios quiere de mí. Hemos de pedir luces a Dios en la oración por ver
cuál es el nuestro. Repetir: "Señor, que vea", como el ciego Bartimeo (Mc 10,
51). En cualquier caso, seguir la propia vocación exige renuncia, pero a la vez, el
Señor no se deja ganar en generosidad y da el ciento por uno: cumplir la
Voluntad de Dios causa una alegría inmensa en el alma, y es consecuencia del
amor de Dios.
Dios sabe más. Esto se ve claramente en el pasaje del joven rico: el Señor, con
una mirada llena de amor, le invita a seguirle; él no es generoso y se marcha
triste; y los Apóstoles le preguntan al Señor qué pasará con ellos que lo han
dejado todo para seguirlo (cfr. Mt 19, 16-29; Mc 10, 17-30 y Juan Pablo II, Carta
apostólica a la Juventud, 31-III-1985). El Señor llama siempre y no se contenta
con una entrega a medias: lo pide todo y esto exige "dejar todas las cosas", el
"relictis omnibus" (cfr. Mt 4, 20 ss.; Mc 1, 16-20, donde se narra la vocación de
los Apóstoles).
Dios no da una seguridad de ese tipo: pide fe, que no hemos de confundir con el
sentimiento. Basta tener una causa suficiente, comprobar que no hay
impedimentos para seguir una llamada a una entrega total, para decir que sí a la
Voluntad de Dios.
Es bueno pedir consejo en la dirección espiritual sobre este tema: quien nos
conoce puede ayudarnos a ver si estamos poniendo todos los medios para
seguir al Señor, si rezamos con sinceridad, si reunimos condiciones para una
determinada llamada, que puede ser a santificarse en medio del mundo
-viviendo en celibato apostólico o dentro del matrimonio-, o a la vida religiosa.
La respuesta no debe ser precipitada: hay que rezar mucho y pedir luces al
Espíritu Santo y a Santa María, nuestra Madre. Pero tampoco hace falta
retrasarla innecesariamente, buscando excusas. Como es el Señor quien llama,
Él concede también la gracia de la fidelidad: basta con que seamos dóciles a
ella, con lucha y sinceridad. La vocación cristiana vivida plenamente comporta
un agradecimiento a Dios que se traduce en un gran afán apostólico, en deseos
de acercar a otras almas al mismo camino. Es un tesoro que se busca compartir.
Consecuencias de la entrega
Si respondes a la llamada que te ha hecho el Señor, tu vida - ¡tu pobre vida!-
dejará en la historia de la humanidad un surco hondo y ancho, luminoso y
fecundo, eterno y divino (E. BALAGUER).
Son muchos los jóvenes que dudan en entregar totalmente su vida a Dios
porque no confían en que Él sea capaz de hacerles plenamente felices. ¡Y al
tratar de asegurarse su propia felicidad, se vuelven tristes y desdichados! Esa es
la gran victoria del Padre de la Mentira, del Acusador: ¡conseguir poner en el
corazón de un hijo de Dios la desconfianza hacia su Padre!
Fui ordenado sacerdote cuando tenía veintiséis años. Desde entonces han
pasado cincuenta y seis [...]. Al volver la mirada atrás y recordar esos años de mi
vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por
amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el
Evangelio y por los hermanos! (J.P. ll Madrid, 3-V-2003).
Dios, junto con la vocación, da las gracias necesarias para perseverar en ella. A
los que Dios elige para una misión los prepara para que resulten idóneos para
desempeñar la misión para la que fueron elegidos. (SANTO TOMÁS).
Premio.
En verdad os digo que no hay nadie que, habiendo dejado casa, hermanos o
hermanas, padre o madre, hijos o campos por mi y por el Evangelio, no reciba
en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y
campos, con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna. (Mc 10, 29-
31).
¡No hay amor más grande que el Amor! Yo soy el único que puede responder al
amor que Dios me tiene a mí. Mi verdadero nombre es mi vocación. Mi vida tiene
sentido y se llena de felicidad si vivo de acuerdo a mi vocación.