Está en la página 1de 4

Preguntas y respuestas

sobre la vocación

¿Qué es la vocación?
Es una elección divina, en la que Dios da el primer paso y a mí me toca
responder que sí o que no a su llamada.

Qué bellas y cuánto hacen pensar las freses de la Escritura:

- Te he redimido y te he llamado por tu nombre, eres mío. Is 43, 1.


- No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros. Jn 15, 16.

Es el Señor quien me llama. A mí; porque me conoce y me ama más que mi


propia madre.

¿Cuándo aparece la vocación?


Dios llama a quien quiere y cuando quiere. Yo entonces respondo que si o que
no. No me apunto o elijo, sino que respondo.

La vocación no es debida a nuestros méritos o a nuestras aptitudes, sino a la


benevolencia y misericordia de Dios.

Dios desde la creación del mundo ha pensado en mí y ha puesto la semilla de la


vocación. Dependerá, en parte, de la buena o mala tierra (la libertar durante toda
mi vida) para que esa semilla pueda dar fruto.

Dios llama en el momento oportuno, al igual que un buen jardinero coge las
flores en el momento oportuno. ¿Por qué no llamó a Mateo al mismo tiempo que
a Pedro y a Juan? Porque aún no estaba bien dispuesto.

- Nos eligió antes de la creación del mundo. Ef 1, 4.


- Al pasar vio a Leví el de Alfeo sentado al telonio, y le dijo: Sígueme. El,
levantándose, le siguió. Mc 2, 14.

¿Cómo se descubre la vocación?


Es solamente en la oración, en la intimidad del diálogo inmediato y personal con
Dios, que abre los corazones y las inteligencias donde el hombre de fe puede
ahondar en la comprensión de la voluntad divina respecto a su propia vida (A.
DEL PORTILLO).

Dios puede llamar de tres maneras:


- Directamente.
- Por medio de los hombres
- Por medio de la necesidad.

El Señor llama a la puerta de mi alma. ¿Estoy dispuesto a dejarle entrar? No sé


lo que me va a pedir, pero ¿le doy un cheque en blanco para que pida lo que
quiera? Sin esta actitud de entrega a Dios es muy difícil que mi vocación
germine.

¿Cuál es mi vocación?
Todos y cada uno de los hombres tenemos una vocación, una llamada particular
y amorosa de Dios para que le amemos con locura. Yo tengo que descubrir qué
es lo que Dios quiere de mí. Hemos de pedir luces a Dios en la oración por ver
cuál es el nuestro. Repetir: "Señor, que vea", como el ciego Bartimeo (Mc 10,
51). En cualquier caso, seguir la propia vocación exige renuncia, pero a la vez, el
Señor no se deja ganar en generosidad y da el ciento por uno: cumplir la
Voluntad de Dios causa una alegría inmensa en el alma, y es consecuencia del
amor de Dios.

Que yo tenga una determinada vocación ni depende de nosotros ni dejará de ser


así porque pretendamos ignorarlo.

Si ves claramente tu camino, síguelo.


-¿Cómo no desechas la cobardía que te detiene? (Camino, 903).

Dios sabe más. Esto se ve claramente en el pasaje del joven rico: el Señor, con
una mirada llena de amor, le invita a seguirle; él no es generoso y se marcha
triste; y los Apóstoles le preguntan al Señor qué pasará con ellos que lo han
dejado todo para seguirlo (cfr. Mt 19, 16-29; Mc 10, 17-30 y Juan Pablo II, Carta
apostólica a la Juventud, 31-III-1985). El Señor llama siempre y no se contenta
con una entrega a medias: lo pide todo y esto exige "dejar todas las cosas", el
"relictis omnibus" (cfr. Mt 4, 20 ss.; Mc 1, 16-20, donde se narra la vocación de
los Apóstoles).

¿Podemos estar seguros de tener vocación?


El Fundador del Opus Dei explicaba una vez: ¿tú piensas que Dios Nuestro
Señor va a certificar su Voluntad haciendo que venga un Arcángel -ya sabemos
que no tienen cuerpo: todos los Angeles son espíritus puros-, se arranque una
pluma del ala -tampoco tienen alas ni plumas-, que coja un pergamino y diga:
fulanito de tal tiene vocación al Opus Dei? (AGP, PO3, 1979, p. 118).

Dios no da una seguridad de ese tipo: pide fe, que no hemos de confundir con el
sentimiento. Basta tener una causa suficiente, comprobar que no hay
impedimentos para seguir una llamada a una entrega total, para decir que sí a la
Voluntad de Dios.
Es bueno pedir consejo en la dirección espiritual sobre este tema: quien nos
conoce puede ayudarnos a ver si estamos poniendo todos los medios para
seguir al Señor, si rezamos con sinceridad, si reunimos condiciones para una
determinada llamada, que puede ser a santificarse en medio del mundo
-viviendo en celibato apostólico o dentro del matrimonio-, o a la vida religiosa.

La respuesta no debe ser precipitada: hay que rezar mucho y pedir luces al
Espíritu Santo y a Santa María, nuestra Madre. Pero tampoco hace falta
retrasarla innecesariamente, buscando excusas. Como es el Señor quien llama,
Él concede también la gracia de la fidelidad: basta con que seamos dóciles a
ella, con lucha y sinceridad. La vocación cristiana vivida plenamente comporta
un agradecimiento a Dios que se traduce en un gran afán apostólico, en deseos
de acercar a otras almas al mismo camino. Es un tesoro que se busca compartir.

El descubrimiento de la vocación personal es el momento más importante de


toda existencia. Hace que todo cambie sin cambiar nada, de modo semejante a
como un paisaje, siendo el mismo, es distinto después de salir el sol que antes,
cuando lo bañaba la luna con su luz o le envolvían las tinieblas de la noche.
Todo descubrimiento comunica una nueva belleza a las cosas y, como al arrojar
nueva luz provoca nuevas sombras, es preludio de otros descubrimientos y de
luces nuevas, de más belleza (F. SUÁREZ, La Virgen Nuestra Señora, p. 80).

Consecuencias de la entrega
Si respondes a la llamada que te ha hecho el Señor, tu vida - ¡tu pobre vida!-
dejará en la historia de la humanidad un surco hondo y ancho, luminoso y
fecundo, eterno y divino (E. BALAGUER).

Son muchos los jóvenes que dudan en entregar totalmente su vida a Dios
porque no confían en que Él sea capaz de hacerles plenamente felices. ¡Y al
tratar de asegurarse su propia felicidad, se vuelven tristes y desdichados! Esa es
la gran victoria del Padre de la Mentira, del Acusador: ¡conseguir poner en el
corazón de un hijo de Dios la desconfianza hacia su Padre!
Fui ordenado sacerdote cuando tenía veintiséis años. Desde entonces han
pasado cincuenta y seis [...]. Al volver la mirada atrás y recordar esos años de mi
vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por
amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el
Evangelio y por los hermanos! (J.P. ll Madrid, 3-V-2003).

Dios, junto con la vocación, da las gracias necesarias para perseverar en ella. A
los que Dios elige para una misión los prepara para que resulten idóneos para
desempeñar la misión para la que fueron elegidos. (SANTO TOMÁS).

En una ocasión vi un águila encerrada en una jaula de hierro. Estaba sucia,


medio desplumada; tenía entre sus garras un trozo de carroña. Entonces pensé
en lo que sería de mí, si abandonara la vocación recibida de Dios. Me dio pena
aquel animal solitario, aherrojado, que había nacido para subir muy alto y mirar
de frente al sol (Es Cristo que pasa, 11).

Premio.
En verdad os digo que no hay nadie que, habiendo dejado casa, hermanos o
hermanas, padre o madre, hijos o campos por mi y por el Evangelio, no reciba
en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y
campos, con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna. (Mc 10, 29-
31).

¡No hay amor más grande que el Amor! Yo soy el único que puede responder al
amor que Dios me tiene a mí. Mi verdadero nombre es mi vocación. Mi vida tiene
sentido y se llena de felicidad si vivo de acuerdo a mi vocación.

También podría gustarte