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La Odisea es un poema épico que narra las aventuras de Odiseo, también conocido

como Ulises, durante su viaje de regreso a su patria después de la guerra de Troya. Es


un fragmento del Canto XIII (“Los feacios despiden a Odiseo”), en la última parte en la
que se divide la obra. Este texto de tradición épica pertenece a Homero. No existen
muchos datos sobre su existencia. Muchos autores cuestionan todavía si Homero
realmente existió (no se sabe si fue su nombre real o un apodo que hacía referencia a su
ceguera) y si es cierto que escribió las dos obras por las que es conocido: la Ilíada y la
Odisea (a esto lo llamamos la cuestión homérica). Ambas obras giran en torno a la
historia de un pasado heroico.
Homero mezcla elementos de distintas civilizaciones y épocas, por lo tanto ni es
invención ni es historia lo que aparece reflejado.

La historia de la Odisea es pura ficción. En ella se habla del viaje de Odiseo de regreso
a Ítaca. Este viaje no será simple, pues Poseidón le dificulta la vuelta como venganza
por haber cegado a su hijo (Cíclope). En esta historia, el ingenioso héroe lucha por su
supervivencia. Para los héroes, tanto en la Ilíada como en la Odisea, su objetivo es
“seguir vivo después de la muerte”, es decir, ser recordado por sus hazañas a lo largo de
los tiempos.

El texto es un diálogo entre el protagonista y Atenea (los dioses son personajes muy

importante para el desarrollo de esta historia,


pues son ellos los que deciden el destino de Ulises y le ayudan a superar algunos
problemas). Entre ambos hay una cierta confianza ya que la diosa lo ha ayudado en la
guerra de Troya.
Dentro de este diálogo, Atenea hace una descripción objetiva de la actual Ítaca. Con ella
la diosa consigue conmoverlo. Que los héroes lloren y se emocionen es algo muy típico
de los héroes de Homero, pues demuestra que, aunque luchen, maten o peguen, siguen
siendo personas con sentimientos que reflejar.

La historia de la Odisea comienza con el regreso de los griegos, vencedores, de la


guerra de Troya. Desafortunadamente, Ulises no regresa a Ítaca. Algunos habitantes de
la ciudad, los que conoceremos como “pretendientes”, desean ocupar el trono
desposando a Penélope, su esposa, pues todos creen que Odiseo ha muerto. Esta
primera parte recibe el nombre de la Telemaquia, pues su hijo Telémaco viaja en busca
de él (Cantos I-IV).
En la segunda parte de la historia, Los relatos en la Corte de Alcínoo, Odiseo relata
todas sus aventuras: la manera en la que los dioses intervienen en su camino ayudándolo
o interponiéndose. En esta parte aparecen todas las criaturas fantásticas, es decir,
folklore primitivo, que son elementos muy importantes en esta historia: las sirenas, la
bajada al inframundo, el cíclope,… (Cantos V-XIII)
El desenlace de la historia, donde se encuentra nuestro fragmento, se llama La Matanza
de los Pretendientes. En ella se narra la vuelta de Odiseo a su querida patria. Al llegar,
el hijo lo lleva a casa disfrazado de mendigo para poner a prueba a los pretendientes.
Cuando Odiseo observa lo que estos han hecho con sus bienes, enfurece y los mata a
todos. Finalmente, Odiseo vuelve a ser el rey de Ítaca y la paz vuelve al lugar. (Cantos
XIII-XXIV).

En este texto aparece la lengua homérica, una lengua literaria, pues se utiliza con fines
poéticos por primera vez. Se originó a través de la tradición oral. Estos poemas, antes
de ser escritos, han sufrido transformaciones dependiendo de los lugares por los que
hayan pasado (se han introducido nuevos vocablos y expresiones de diferentes dialectos
que el autor no ha corregido).
Se caracteriza por la repetición de versos (enteros o solo un fragmento de ellos) o
epítetos fijos para referirse al héroe. Por ejemplo: la diosa de ojos brillantes, Atenea; el
muy astuto Odiseo; la hija de Zeus, el que lleva égida; el sufridor; el divino Odiseo.
Esto se hace para que sea más fácil de recordar de quién estamos hablando.
En el texto se muestra cómo los dioses son quienes eligen el destino del héroe: … al
volver a casa por mi decisión, y para decirte cuántas penas estás destinado a soportar
en tu bien edificada morada…
Aparecen también las preguntas retóricas: ¿es que ni siquiera en tu propia tierra vas a
poner fin a los engaños y las palabras mentirosas que te son tan queridas?

En este fragmento, los dioses ya no interrumpen su camino en busca de venganza.


Ahora, al haber llegado a su patria que tanto amaba y añoraba, puede vengarse de los
pretendientes que desean conquistar el poder de Ítaca y el corazón de su amada a la qué
salvará de esos miserables. Odiseo, aunque peca de ira, no es condenado pues se
considera que lo hizo con motivos. La escena que se describe en este pasaje es
realmente emotiva, ya que él no puede creer aún que tras veinte años fuera de su hogar,
aquella tierra que está pisando es la de su reino. Mientras la diosa le describe el lugar
que los rodea, hace desaparecer todas sus dudas, elimina esa nube que tiene ante sus
ojos que le impide ver la realidad y acaba por convencerle y éste, emocionado, besa la
tierra que alimenta a su ciudad cada año.

« […] ¿es que ni siquiera en tu propia tierra vas a poner fin a los engaños y las
palabras mentirosas que te son tan queridas? Vamos, no hablemos ya más, pues los dos
conocemos la astucia: tú eres el mejor de los mortales todos en el consejo y con la
palabra, y yo tengo fama entre los dioses por mi previsión y mis astucias. Pero ¡aun
así, no has reconocido a Palas Atenea, la hija de Zeus, la que te asiste y protege en
todos tus trabajos, la que te ha hecho querido a todos los feacios! De nuevo he venido a
ti para que juntos tramemos un plan para ocultar cuantas riquezas te donaron los
ilustres feacios al volver a casa por mi decisión, y para decirte cuántas penas estás
destinado a soportar en tu bien edificada morada. Tú has de aguantar por fuerza y no
decir a hombre ni mujer, a nadie, que has llegado después de vagar; soporta en
silencio numerosos dolores aguantando las violencias de los hombres.»
Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:
«Es difícil, diosa, que un mortal te reconozca si contigo topa, por muy experimentado
que sea, pues tomas toda clase de apariencias. Ya sabía yo que siempre me has sido
amiga mientras los hijos de los aqueos combatíamos en Troya, pero desde que
saqueamos la elevada ciudad de Príamo y nos embarcamos y un dios dispersó a los
aqueos no lo había vuelto a ver, hija de Zeus. No te vi embarcar en mi nave para
protegerme de desgracia alguna, sino que he vagado siempre con el corazón
acongojado hasta que los dioses me han librado del mal, hasta que en el rico pueblo de
los feacios me animaste con tus palabras y me condujiste en persona hasta la ciudad.
Ahora te pido abrazado a tus rodillas (pues no creo que haya llegado a Ítaca hermosa
al atardecer sino que ando dando vueltas por alguna otra tierra y creo que tú me has
dicho esto para burlarte y confundirme), dime si de verdad he llegado a mi patria.»
Y le contestó la diosa de ojos brillantes, Atenea:
«En tu pecho siempre hay la misma cordura. Por esto no puedo abandonarte en el
dolor, porque eres discreto, sagaz y sensato. Cualquier otro que llegara después de
andar errante, marcharía gustosamente a ver a sus hijos y esposa en el palacio; sólo tú
no deseas conocer ni enterarte hasta que hayas puesto a prueba a tu mujer, quien
permanece inconmovible en el palacio mientras las noches se le consumen entre
dolores y los días entre lágrimas. En verdad, yo jamás desconfié, pues sabía que
volverías después de haber perdido a todos sus compañeros, pero no quise enfrentarme
con Poseidón, hermano de mi padre, quien había puesto el rencor en su corazón
irritado porque le habías cegado a su hijo.
«Pero, vamos, te voy a mostrar el suelo de Ítaca para que te convenzas. Este es el
puerto de Forcis, el viejo del mar, y éste el olivo de anchas hojas, al extremo del
puerto. Cerca de él, la gruta sombría, amable, consagrada a las ninfas que llaman
Náyades. Es la cueva amplia y sombría donde tú solías sacrificar a las Ninfas
numerosas hecatombes perfectas. Y éste es el monte Nérito, revestido de bosque.»
Así diciendo, la diosá dispersó la nube y apareció el país ante sus ojos. Alegróse
entonces el sufridor, el divino Odiseo, y se llenó de gozo por su patria y besó la tierra
donadora de grano. Luego suplicó a las Ninfas levantando sus manos:
«Ninfas Náyades, hijas de Zeus, nunca creí que volvería a veros. Alegraos con mi suave
súplica, volveré a haceros dones como antes si la hija de Zeus, la diosa Rapaz, me
permite benévola que viva y hace crecer a mi hijo.»
Y se dirigió a él la diosa de ojos brillantes, Atenea:
«Cobra ánimo, no te preocupes ahora de esto; coloquemos ahora mismo tus riquezas
en lo profundo de la divina gruta a fin de que se conserven intactas y pensemos para
que todo salga lo mejor posible.»
Así hablando, la diosa se introdujo en la sombría gruta buscando un escondrijo por
ella, mientras Odiseo la seguía de cerca llevando todo, el oro y el sólido bronce y los
bien fabricados vestidos que le habían donado los feacios. Conque colocó todo bien y
arrimó un peñasco a la entrada Palas Atenea, la hija de Zeus, el que lleva égida. Y
sentándose los dos junto al tronco del olivo sagrado, meditaban la muerte para los
soberbios pretendientes.

Homero, Odisea, XIII, 295-373

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