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Alfonso Gálvez

LOS CANTOS
PERDIDOS

New Jersey
U.S.A. - 2009
Los Cantos Perdidos by Alfonso Gálvez. Copyright c 2009 by Shoreless
Lake Press. American edition published with permission. All rights re-
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Society of Jesus Christ the Priest, P.O. Box 157, Stewarstville, New Jersey
08886.

CATALOGING DATA

Author: Gálvez, Alfonso, 1932–


Title: Los Cantos Perdidos
Library of Congress Control Number: 2009931682

ISBN–13: 978-0-9771592-7-7

Published by
Shoreless Lake Press
P.O. Box 157
Stewarstville, New Jersey 08886

PRINTED IN THE UNITED STATES OF AMERICA


EN EL COMIENZO
1. Si vas hacia el otero,
deja que te acompañe, peregrino,
a ver si el que yo quiero
nos da a beber su vino
en acabando juntos el camino.

— II —
2. Ansioso fui a buscarte
hasta el oculto vado donde moras,
y a mi sabor mirarte
donde las zarzamoras
viendo morir el tiempo entre las horas.

3. Lleguéme hasta el collado


donde mana la fuente de agua clara,
y allí aguardé al Amado
para que me mostrara
las perlas de los ojos de su cara.

— III —
4. El cierzo sonrosado
de las frescas mañanas en la aurora
cantaba alborozado
de Aquél que me enamora;
mas no quiso decirme dónde mora.

5. Las perlas del rocío


posadas en las flores del collado,
al ver el llanto mío
por causa del Amado,
de envidia suspiraban a mi lado.

— IV —
6. En noches silenciosas
del sueño de los niños guardadoras,
tras aves voladoras
al aire de las brisas rondadoras
en auras rumorosas;
por pasos escondidos
de bosques olvidados
de rosas y de lirios florecidos. . . ,
allí busqué al Amado
y a todos fui con ansias preguntando,
y todos me han contado
que estábame aguardando
y con llanto de amores suspirando.

—V—
7. Al paso me miraste
en silenciosa insinuación de amores,
y luego me dejaste
buscando en los alcores
por sendas y ribazos trepadores.

8. El carro de la aurora,
las voces de pastoras y zagales,
la tórtola que llora
entre los robledales,
y el beso de la brisa a los trigales.

— VI —
9. Al ruiseñor herido
pedí que su lamento me dijera,
mas él me ha respondido
que yo mejor hiciera
en continuar llorando a mi manera.

10. Siguiendo a los pastores,


llegué adonde el Amado me esperaba
perdido en los alcores;
y mientras lo buscaba
el silbo de las selvas no sonaba.

— VII —
11. Subí hasta las estrellas
pensando que en alguna
iba a encontrar vestigios de tus huellas;
mas yo no hallé ninguna,
ni más allá del Sol, desde la Luna.

12. En la noche serena


del silencioso valle nemoroso,
en honda y dulce pena,
la espera del Esposo
de ardorosa impaciencia el alma llena.

— VIII —
13. Las luces que la aurora derramaba
las sombras de los valles deshacían;
y allá lejos, a ratos, se escuchaba
el lejano rasgar que al par hacían
rabeles y guitarras
y el áspero runrún de las cigarras.

14. Busqué en vano al Amado


en el silencio de la noche oscura,
mas sin haberlo hallado,
su ausencia me procura
la llaga que atormenta y no se cura.

— IX —
15. Sus ojos en los míos se posaron
antes de que la aurora despertara,
mas de tal modo herido me dejaron
que si el suave mirar de mí apartara
dulce muerte de amor yo me encontrara.

16. Sus ojos me miraron


antes que el dulce Apolo apareciera,
y herido me dejaron
de amor, en tal manera,
que al seguir contemplándolos, muriera.

—X—
EN LA MITAD DEL CAMINO
17. De tu vergel un ave
por tu ausencia cantaba en desconsuelo;
y oyó tu voz suave,
y alzándose del suelo,
a buscarte emprendió su dulce vuelo.

18. Me requirió el Amado


para que de las cosas me olvidara,
y estándome a su lado,
a solas lo mirara
antes de que la aurora despertara.

— XII —
19. Bajando por la vega,
en tardes silenciosas y serenas,
muy suave el silbo llega
del soto de azucenas:
un susurro de amor que se oye apenas.

20. Cuando el alba suave aún no es mañana


y en el valle florido, entre los cejos,
exhala sus fragancias la manzana
y se arrulla la tórtola a lo lejos,
tú clamas por tu esposa, por tu hermana,
con eco antiguo de cantares viejos.
Y el viento hace una pausa en sus gemidos
trayendo tu reclamo a mis oídos.

— XIII —
21. Cruzado ya el arroyo por el vado,
sentado aguardo bajo umbrosa encina
con ardorosas ansias, por si Amado
encontrarse conmigo determina,
y ver si su noticia que me han dado
de vesperal la hiciera matutina.
Y mientras que yo espero, por los tejos,
vuela baja una banda de vencejos.

22. Las horas consumiendo


la noche en pos del alba se encamina;
y el Carro, descendiendo
con lentitud, se inclina
hasta hundirse detrás de la colina.

— XIV —
23. La suave brisa, desde la montaña,
sopla meciendo campos de amapolas,
y llegando hasta el mar, donde se baña,
se convierte en rumor de caracolas
que evocan vientos y olvidadas olas.

24. En la rosada aurora


fuime a buscar, con paso apresurado,
a aquél que me enamora;
y, habiéndole encontrado,
allí olvidé mi pena
en la dulce mañana, de amor llena.

— XV —
25. En la temprana aurora
llamó la esposa a aquél que la enamora,
buscando en el sendero
que va desde los valles al otero.
Y, habiéndole encontrado
del río en la ribera, junto al vado,
iba a hablarle de amores
en aquel dulce soto, entre las flores.
Y el Amado, entendiendo
que ella en dolor de amor iba muriendo,
lleno también de fuego,
llegándose a la esposa se entró luego,
con paso presuroso,
en un alegre valle nemoroso.
Y, entre las zarzamoras,
deshilvanando el día en dulces horas,
la silenció en un beso
hasta que el sol se hundió detrás del teso.

— XVI —
26. Y, pues que al fin me hallaste,
escucha con amor lo que te digo:
que luego que me hablaste,
mi dulce y caro amigo,
ya no puedo vivir si no es contigo.

27. En el hablar callado


de la noche serena, las estrellas
quejáronse al Amado:
pues quiso hacerlas bellas
pero nunca de amor morir por ellas.

— XVII —
28. Vino hasta mí el Amado
antes que el sol naciera por el teso,
y, habiéndome mirado,
sentí en sus ojos eso
que solamente sana con un beso.

29. Acude y caminemos,


y cruzaremos juntos por el vado,
y juntos buscaremos
las huellas del Amado,
y juntos llegaremos a su lado.

— XVIII —
30. Y así fueron mis penas fenecidas
junto al mar do se unieron nuestras vidas,
mecido en suaves ondas, producidas
por las azules aguas removidas.

31. A las nevadas cimas


de las altas montañas subiremos
desde profundas simas,
hasta que al fin lleguemos
allí donde los dos estar queremos.

— XIX —
32. El Amado me dijo que en la cumbre
de aquestos altos montes Él me espera
para darme su amor,
y que a su lumbre
se tornará mi invierno en primavera.

33. Los mares sosegados


en ondas azuladas y serenas,
los ecos apagados
de cantos de sirenas,
un susurro de amor que se oye apenas.

— XX —
EL ENCUENTRO
34. Amado, he recorrido
de tu huerto de azahares el sendero,
y luego, me he escondido
detrás del limonero
para poder besarte yo primero.

35. Amada, yo he buscado


de mi huerto de azahares el sendero,
y luego, te he esperado
detrás del limonero
a ver si te encontraba yo primero.

— XXII —
36. Amado, yo quisiera
al aire del jardín gustar tu cena,
pues es la primavera
y el monte ya se llena
de romero, tomillo y hierbabuena.

37. Juntemos nuestras manos


y vámonos a ver los verdes prados,
los huertos de manzanos,
los bosques de granados,
las riberas de chopos plateados.

— XXIII —
38. Mi Amado, subiremos
al monte del tomillo y de la jara,
y luego beberemos
los dos, en la alfaguara,
el agua rumorosa, fresca y clara.

39. Amada, ya amanece


y Aurora al día entre sus brazos mece.

40. Ya las aguas del lago


le van robando al cielo sus azules,
mientras que yo te hago,
bajo los abedules,
una alfombra de rosas y de tules.

— XXIV —
41. Amada, si quisieras
que en las frescas mañanas te buscara
entre las balsameras,
cuando, por fin, te hallara,
con besos de tu boca me cobrara.

42. Vayamos a las faldas


del monte florecido de arrayanes,
y hagamos dos guirnaldas
con rosas de azafranes
y pétalos de azules tulipanes.

— XXV —
43. Si de nuevo me vieres,
allá en el valle, donde canta el mirlo,
no digas que me quieres,
no muera yo al oírlo
si acaso tú volvieras a decirlo.

44. Y siendo ya las horas consumadas,


de mí tus pensamientos fueron dueños,
hasta que al fin llegué, por sendas olvidadas
de zarzas y beleños,
al misterioso mundo de tus sueños.

— XXVI —
45. Son tus dichos de amores
como una tela de suaves hilos
en un lecho de flores;
ven a mi lado, y dilos
en mi jardín de rosas y de tilos.

46. Así me habló de amores


hasta que Apolo, su jornada llena,
se fue por los alcores;
y yo quedé con pena
mientras cantaba, lejos, filomena.

— XXVII —
47. Ansiosa al cabo, decidida quiero
mandar a tu presencia un mensajero,
y, al fin hallado, que te diga espero
que allí te aguardo, al borde del sendero.

48. Los dulces ruiseñores


que cantan en los chopos del otero,
al verme que, de amores,
por causa tuya muero,
han volado a decirte lo que quiero.

— XXVIII —
49. Callado, me miraste
en silenciosa insinuación de amores,
y herido me dejaste,
buscando en los alcores
y aguardándote en vano entre las flores.

50. Allí, junto al Amado,


en silencio de amor correspondido,
estar quise a su lado,
y díjome al oído
que Él también por mi amor estaba herido.

— XXIX —
51. Y luego me miraste
y en silencio dijiste que me amabas;
y cuando por fin me hallaste
y ya no me buscabas
de mi presencia el gozo respirabas.

52. Mi Amado, las estrellas,


el mar que besan proas de mil naves,
los ojos de doncellas,
el canto de las aves,
aquello que te dije y que tú sabes.

— XXX —
53. Yo tu vida viviera
si tú me la entregaras por entero,
y la mía te diera
si, en trueque verdadero,
quisieras cambiarlas, cual yo quiero.

54. Mi vida ya es tu vida


y la tuya es para siempre ya la mía;
mi vida es la comida
que yo a ti te servía
cuando tu amor me diste en aquel día.

— XXXI —
55. Un beso yo le diera
en la sangrante herida del costado,
por más que yo muriera
de amores abrasado
sin poder sufrir más por el Amado.

56. Allí estaré, gozosa,


donde tu amor, al cabo, me lo pida,
allí seré tu esposa
y tú serás mi vida,
allí donde la ausencia ya se olvida.

— XXXII —
57. Soñé en mis duermevelas
que de amor me entregabas tú las arras;
y, al paso de gacelas,
callaron las cigarras
oído el suave son de las guitarras.

58. Pasando por los prados


tus ojos con los míos se encontraron;
miráronse callados
y heridos se quedaron
en la llaga de amor que se causaron.

— XXXIII —
59. El sol que se asomaba
despertando a las flores con un beso,
al ver que te escuchaba
en un suave embeleso,
decidió demorarse más por eso.

60. Con ansias presurosas


iré donde tus sueños me lo pidan;
allí donde, orgullosas,
las águilas se anidan;
allí donde ya todos nos olvidan.

— XXXIV —
61. Amado, en las brumosas
laderas de montañas escarpadas,
con cuevas de raposas
y cimas plateadas
en silencio de nieves olvidadas. . .

62. Allí nos estaremos


y los cantos de amor entonaremos.

— XXXV —
63. Vayamos a la aldea,
y a la rosada aurora esperaremos
para que yo te vea;
y entonces callaremos
y el despertar del campo escucharemos.

64. Si huyera de tu lado


búscame tú de nuevo, compañero,
y luego de encontrado
retórname al sendero,
allí donde me hallaste tú primero.

— XXXVI —
65. Amado, caminemos
por las campiñas verdes y serenas,
y, luego que pasemos,
de flores tú las llenas
de nardos, de jazmines y azucenas.

66. Acércate a mi lado


mientras el cierzo sopla en el ejido,
y deja ya el ganado,
y cuéntame al oído
si acaso por mi amor estás herido.

— XXXVII —
67. Es la voz de la amada
como un arrullo dulce de paloma,
como un alba rosada
que mil colores toma
cuando el sol por los montes ya se asoma.

68. Es la voz del Esposo


como la huidiza estela de una nave,
como aire rumoroso,
como susurro suave,
como el vuelo nocturno de algún ave.

— XXXVIII —
69. Acércate a mi lado
mientras el austro sopla en el ejido,
y deja ya el ganado
y hagámonos un nido
de lirios y de rosas florecido.

70. Me requirió el Amado


para que de las cosas me olvidara
y, junto al vado umbroso,
sus ojos contemplara
y de amor sus requiebros escuchara.

— XXXIX —
71. Amado, subiremos
al monte de la ruda y del comino,
y cuando al fin lleguemos,
cumplido ya el camino,
alegres beberemos de tu vino.

72. Subí hasta las estrellas,


de amor en llamas de su ardiente fuego,
por si te hallaba en ellas
decirte en dulce ruego:
¡Dame un beso de amor, muera yo luego. . . !

— XL —
73. De llanto es tu mirada
cuando la luz del valle ya declina,
mas, luego de llegada
la noche a la colina,
los titilantes astros la iluminan.

74. Con ansias de saber si me querías


mis ojos a los tuyos se rindieron,
mas, cuando vieron lo que tú sentías,
al fuego de tu amor desfallecieron.

— XLI —
75. El sol nos dijo adiós tras el otero,
los árboles se hablaban en la brisa,
se nos murió la tarde en el sendero,
parpadeó una estrella su sonrisa.

76. Cuando el cierzo suave


me susurra al oído tus amores,
entonces, como el ave
que enamorada canta en los alcores,
me voy por el sendero
diciendo a todos que de gozo muero.

— XLII —
77. Amado me contaba
que herido fue de amor por cinco dardos,
mientras que, muy de lejos, nos llegaba
el canto de unos bardos
y un aroma de lirios y de nardos.

78. Si pues seguimos juntos el sendero,


déjame a mí que llegue, yo el primero,
allí donde se acaba la vereda
y el duro trajinar atrás se queda.

— XLIII —
ENCONTRADOS
EN LA TIERRA DEL OLVIDO
EL SAUCE LLORÓN

79. La dulce filomena


llamando está a su amor desde la rama
del verde sauce en el umbroso vado.
Y el árbol siente pena
por el ave que no encuentra a su amado
y que, en su angustia, clama,
sintiendo que se abrasa en dulce llama.
Y, desde aquella hora,
siempre que la oye el sauce, también llora.

— XLV —
MIENTRAS QUE YO MI PENA VOY CANTANDO

80. El sol, que ya se asoma,


con rosados colores va bajando
del monte por la loma,
el valle despertando
mientras que yo mi pena voy cantando.

81. El canto de las aves,


el carro de la Aurora en asomando,
con mil trinos suaves
el valle va llenando
mientras que yo mi pena voy cantando

— XLVI —
82. Por las altas laderas
de los montes, formando torrenteras,
el río va bajando
con un rumor suave resonando;
mas, viendo que a su canto,
nadie responde, entristecido tanto,
en curso más sinuoso,
más cansado, más triste y perezoso,
el mar sigue buscando
mientras que yo mi pena voy cantando.

— XLVII —
EL RÍO

83. Desde las altas cimas


de elevadas montañas y hondas simas
va el río descendiendo,
en rumorosos saltos repitiendo
la canción de sus aguas cristalinas
en paso más ligero entre colinas,
pues siente de la tierra la presura
de llegar con presteza a la llanura;
mas, viendo que a su canto
nadie responde, entristecido tanto,
en curso más sinuoso,
más cansado, más triste y perezoso,
el mar sigue buscando.
Y mientras va bajando,
para que el trigo en primavera espigue,
sus aguas va dejando;
y el río sigue y sigue
a ver si unirse con el mar consigue.

— XLVIII —
ELEGÍA POR LA AUSENCIA DEL AMADO

84. ¿Adónde vas, pastora,


buscando por el valle y el collado?

85. Tras el que me enamora;


en la majada abandoné el ganado,
y voy buscando ahora
hacia el lugar donde sestea el Amado.
Mas si lo viste acaso
señálame las huellas de su paso.

86. De noche se me fue el Amado mío,


como se marcha el sol tras el otero,
como se van las aguas por el río,
de noche se me fue quien yo más quiero.

— XLIX —
87. Aquí el lamento porque Él es ido,
aquí es el canto de la noche mía,
aquí de un corazón triste el latido,
aquí del llanto y la melancolía.

88. De noche se marchó hacia la montaña,


de noche se marchó por el sendero,
de noche me dejó, por tierra extraña,
de noche me quedé sin compañero.

—L—
DEL SACERDOCIO

89. Hablarlo sin vivirlo es triste cosa,


vivirlo sin hablarlo es lo sublime,
tú que velas mis sueños, ven y dime
como alcanzar esa existencia hermosa.

— LI —
OCASO
90. Al bosque del otero
la calurosa siesta lo ha dormido
en un sopor ligero,
tan sólo interrumpido
por un volar de alondras que se han ido.

91. El día ya se aleja,


dulce jilguero de color trigueño,
y así otra vez nos deja,
como en amargo sueño,
a ti sin libertad, y a mí sin dueño.

— LIII —
92. Al ruiseñor herido
rogué que su lamento me dijera,
mas luego le he pedido
que no me respondiera,
para seguir llorando a mi manera.

93. Hallado al fin del río en la ribera,


quiero decirte, mi esforzado amigo,
que si otra vez a caminar volviera
—escucha lo que digo—
de nuevo mis trabajos comenzara
si el calor de tu Amor los impulsara.

— LIV —

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