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LOS CANTOS
PERDIDOS
New Jersey
U.S.A. - 2009
Los Cantos Perdidos by Alfonso Gálvez. Copyright
c 2009 by Shoreless
Lake Press. American edition published with permission. All rights re-
served. No part of this book may be reproduced, stored in retrieval sys-
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Society of Jesus Christ the Priest, P.O. Box 157, Stewarstville, New Jersey
08886.
CATALOGING DATA
ISBN–13: 978-0-9771592-7-7
Published by
Shoreless Lake Press
P.O. Box 157
Stewarstville, New Jersey 08886
— II —
2. Ansioso fui a buscarte
hasta el oculto vado donde moras,
y a mi sabor mirarte
donde las zarzamoras
viendo morir el tiempo entre las horas.
— III —
4. El cierzo sonrosado
de las frescas mañanas en la aurora
cantaba alborozado
de Aquél que me enamora;
mas no quiso decirme dónde mora.
— IV —
6. En noches silenciosas
del sueño de los niños guardadoras,
tras aves voladoras
al aire de las brisas rondadoras
en auras rumorosas;
por pasos escondidos
de bosques olvidados
de rosas y de lirios florecidos. . . ,
allí busqué al Amado
y a todos fui con ansias preguntando,
y todos me han contado
que estábame aguardando
y con llanto de amores suspirando.
—V—
7. Al paso me miraste
en silenciosa insinuación de amores,
y luego me dejaste
buscando en los alcores
por sendas y ribazos trepadores.
8. El carro de la aurora,
las voces de pastoras y zagales,
la tórtola que llora
entre los robledales,
y el beso de la brisa a los trigales.
— VI —
9. Al ruiseñor herido
pedí que su lamento me dijera,
mas él me ha respondido
que yo mejor hiciera
en continuar llorando a mi manera.
— VII —
11. Subí hasta las estrellas
pensando que en alguna
iba a encontrar vestigios de tus huellas;
mas yo no hallé ninguna,
ni más allá del Sol, desde la Luna.
— VIII —
13. Las luces que la aurora derramaba
las sombras de los valles deshacían;
y allá lejos, a ratos, se escuchaba
el lejano rasgar que al par hacían
rabeles y guitarras
y el áspero runrún de las cigarras.
— IX —
15. Sus ojos en los míos se posaron
antes de que la aurora despertara,
mas de tal modo herido me dejaron
que si el suave mirar de mí apartara
dulce muerte de amor yo me encontrara.
—X—
EN LA MITAD DEL CAMINO
17. De tu vergel un ave
por tu ausencia cantaba en desconsuelo;
y oyó tu voz suave,
y alzándose del suelo,
a buscarte emprendió su dulce vuelo.
— XII —
19. Bajando por la vega,
en tardes silenciosas y serenas,
muy suave el silbo llega
del soto de azucenas:
un susurro de amor que se oye apenas.
— XIII —
21. Cruzado ya el arroyo por el vado,
sentado aguardo bajo umbrosa encina
con ardorosas ansias, por si Amado
encontrarse conmigo determina,
y ver si su noticia que me han dado
de vesperal la hiciera matutina.
Y mientras que yo espero, por los tejos,
vuela baja una banda de vencejos.
— XIV —
23. La suave brisa, desde la montaña,
sopla meciendo campos de amapolas,
y llegando hasta el mar, donde se baña,
se convierte en rumor de caracolas
que evocan vientos y olvidadas olas.
— XV —
25. En la temprana aurora
llamó la esposa a aquél que la enamora,
buscando en el sendero
que va desde los valles al otero.
Y, habiéndole encontrado
del río en la ribera, junto al vado,
iba a hablarle de amores
en aquel dulce soto, entre las flores.
Y el Amado, entendiendo
que ella en dolor de amor iba muriendo,
lleno también de fuego,
llegándose a la esposa se entró luego,
con paso presuroso,
en un alegre valle nemoroso.
Y, entre las zarzamoras,
deshilvanando el día en dulces horas,
la silenció en un beso
hasta que el sol se hundió detrás del teso.
— XVI —
26. Y, pues que al fin me hallaste,
escucha con amor lo que te digo:
que luego que me hablaste,
mi dulce y caro amigo,
ya no puedo vivir si no es contigo.
— XVII —
28. Vino hasta mí el Amado
antes que el sol naciera por el teso,
y, habiéndome mirado,
sentí en sus ojos eso
que solamente sana con un beso.
— XVIII —
30. Y así fueron mis penas fenecidas
junto al mar do se unieron nuestras vidas,
mecido en suaves ondas, producidas
por las azules aguas removidas.
— XIX —
32. El Amado me dijo que en la cumbre
de aquestos altos montes Él me espera
para darme su amor,
y que a su lumbre
se tornará mi invierno en primavera.
— XX —
EL ENCUENTRO
34. Amado, he recorrido
de tu huerto de azahares el sendero,
y luego, me he escondido
detrás del limonero
para poder besarte yo primero.
— XXII —
36. Amado, yo quisiera
al aire del jardín gustar tu cena,
pues es la primavera
y el monte ya se llena
de romero, tomillo y hierbabuena.
— XXIII —
38. Mi Amado, subiremos
al monte del tomillo y de la jara,
y luego beberemos
los dos, en la alfaguara,
el agua rumorosa, fresca y clara.
— XXIV —
41. Amada, si quisieras
que en las frescas mañanas te buscara
entre las balsameras,
cuando, por fin, te hallara,
con besos de tu boca me cobrara.
— XXV —
43. Si de nuevo me vieres,
allá en el valle, donde canta el mirlo,
no digas que me quieres,
no muera yo al oírlo
si acaso tú volvieras a decirlo.
— XXVI —
45. Son tus dichos de amores
como una tela de suaves hilos
en un lecho de flores;
ven a mi lado, y dilos
en mi jardín de rosas y de tilos.
— XXVII —
47. Ansiosa al cabo, decidida quiero
mandar a tu presencia un mensajero,
y, al fin hallado, que te diga espero
que allí te aguardo, al borde del sendero.
— XXVIII —
49. Callado, me miraste
en silenciosa insinuación de amores,
y herido me dejaste,
buscando en los alcores
y aguardándote en vano entre las flores.
— XXIX —
51. Y luego me miraste
y en silencio dijiste que me amabas;
y cuando por fin me hallaste
y ya no me buscabas
de mi presencia el gozo respirabas.
— XXX —
53. Yo tu vida viviera
si tú me la entregaras por entero,
y la mía te diera
si, en trueque verdadero,
quisieras cambiarlas, cual yo quiero.
— XXXI —
55. Un beso yo le diera
en la sangrante herida del costado,
por más que yo muriera
de amores abrasado
sin poder sufrir más por el Amado.
— XXXII —
57. Soñé en mis duermevelas
que de amor me entregabas tú las arras;
y, al paso de gacelas,
callaron las cigarras
oído el suave son de las guitarras.
— XXXIII —
59. El sol que se asomaba
despertando a las flores con un beso,
al ver que te escuchaba
en un suave embeleso,
decidió demorarse más por eso.
— XXXIV —
61. Amado, en las brumosas
laderas de montañas escarpadas,
con cuevas de raposas
y cimas plateadas
en silencio de nieves olvidadas. . .
— XXXV —
63. Vayamos a la aldea,
y a la rosada aurora esperaremos
para que yo te vea;
y entonces callaremos
y el despertar del campo escucharemos.
— XXXVI —
65. Amado, caminemos
por las campiñas verdes y serenas,
y, luego que pasemos,
de flores tú las llenas
de nardos, de jazmines y azucenas.
— XXXVII —
67. Es la voz de la amada
como un arrullo dulce de paloma,
como un alba rosada
que mil colores toma
cuando el sol por los montes ya se asoma.
— XXXVIII —
69. Acércate a mi lado
mientras el austro sopla en el ejido,
y deja ya el ganado
y hagámonos un nido
de lirios y de rosas florecido.
— XXXIX —
71. Amado, subiremos
al monte de la ruda y del comino,
y cuando al fin lleguemos,
cumplido ya el camino,
alegres beberemos de tu vino.
— XL —
73. De llanto es tu mirada
cuando la luz del valle ya declina,
mas, luego de llegada
la noche a la colina,
los titilantes astros la iluminan.
— XLI —
75. El sol nos dijo adiós tras el otero,
los árboles se hablaban en la brisa,
se nos murió la tarde en el sendero,
parpadeó una estrella su sonrisa.
— XLII —
77. Amado me contaba
que herido fue de amor por cinco dardos,
mientras que, muy de lejos, nos llegaba
el canto de unos bardos
y un aroma de lirios y de nardos.
— XLIII —
ENCONTRADOS
EN LA TIERRA DEL OLVIDO
EL SAUCE LLORÓN
— XLV —
MIENTRAS QUE YO MI PENA VOY CANTANDO
— XLVI —
82. Por las altas laderas
de los montes, formando torrenteras,
el río va bajando
con un rumor suave resonando;
mas, viendo que a su canto,
nadie responde, entristecido tanto,
en curso más sinuoso,
más cansado, más triste y perezoso,
el mar sigue buscando
mientras que yo mi pena voy cantando.
— XLVII —
EL RÍO
— XLVIII —
ELEGÍA POR LA AUSENCIA DEL AMADO
— XLIX —
87. Aquí el lamento porque Él es ido,
aquí es el canto de la noche mía,
aquí de un corazón triste el latido,
aquí del llanto y la melancolía.
—L—
DEL SACERDOCIO
— LI —
OCASO
90. Al bosque del otero
la calurosa siesta lo ha dormido
en un sopor ligero,
tan sólo interrumpido
por un volar de alondras que se han ido.
— LIII —
92. Al ruiseñor herido
rogué que su lamento me dijera,
mas luego le he pedido
que no me respondiera,
para seguir llorando a mi manera.
— LIV —