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MATERIAL DE TRABAJO NOS QUEDA LA PALABRA
 
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LA PALABRA Y LAS PALABRAS MATERIALES PARA TRABAJAR Y DISCUTIR PROF. DR. JORGE EDUARDO NORO
NOS QUEDA LA PALABRA SERGIO SINAY
Rico y generoso, nuestro idioma tiene, según el Diccionario de la Real Academia, 90 mil palabras. En el Congreso Internacional de la Lengua realizado en Rosario en 2004 se informó que hoy un adulto no usa más de 2 mil. Y Pedro Barcia, presidente de la Academia Argentina de la Lengua, advirtió hace poco que los
 jóvenes apelan apenas a 200. “Nos espera un cautiverio de la libertad de expresión. El hombre no va a
tener libertad para decir lo que quiere, ni matices. Nos espera un empobrecimiento gradual del intelecto
porque la persona piensa con palabras, distingue gracias a las palabras una realidad”, dice Barcia. Esta
agonía de la palabra, que el lector Hellman describe de un modo puntual y acertado, va aparejada con el desarrollo explosivo de la tecnología de la información y la comunicación, que aunque tenga este nombre conecta mucho más de lo que comunica. Un florecimiento de artefactos, adminículos, técnicas y vías que, antes que medios para comunicar y enlazar pensamientos, presencias y personas reales entre sí, se han convertido en fines en sí mismos. El multitasking (trabajo múltiple)
 –
como se denomina al ejercicio de estar conectado hasta con cinco pantallas, consolas y teclados al mismo tiempo
 –
 señala el apogeo de esa tendencia y, al mismo tiempo, la anorexia de la palabra. Si la palabra nos hace humanos, en tanto expresa el pensamiento y da herramientas a la conciencia, cabe coincidir con el filósofo español Carlos Goñi, quien (al narrar en su libro Cuéntame un mito la historia de la doncella Cidipe, obligada por los dioses a casarse con Acontio porque había dado su palabra) critica el
“pensamiento débil”, que nos ha llevado a “la hipocresía, a actuar de una manera y pensar de otra, a
prostituir la palabra para salvar el pescuezo, a decir lo que sea con tal de quedar bien, a debilitar las
palabras a fuerza de usarlas sin ton ni son”. O, se podría agregar, a fuerza de no usarlas, de reemplazarlas
por onomatopeyas, por abreviaturas que mutilan y matan la ortografía (con la colaboración de alguna
compañía de “comunicación”, autora de un manual de abreviaturas aberrantes destinado a usuarios de
mensajes de texto).
Fruto de la “posmodernidad”, el “pensamiento débil”, categoría creada por el pensador italiano Gianni
Vattimo, expresa relativismo, falta de compromiso, desprecio por la certeza, depreciación de valores esenciales, abandono de la espiritualidad, minimización de la ética. Es un fenómeno vigente y predominante. Ante él, la palabra construye, sostiene, comunica, da entidad. Abandonarla, envilecerla, no honrarla con nuestras acciones, es desmantelar el pensamiento, renunciar a buena parte de nuestra condición humana. Es urgente la recuperación de la palabra, a través de la lectura, de la escritura, de la conversación
, de las actitudes, de la reflexión sobre nosotros y sobre el mundo que habitamos. “Haz lo que digo porque es lo que hago”, sería una buena máxima para cultivar en los vínculos privados y públicos, en lo
íntimo y en lo social. En uno de sus bellos y poderosos poemas, dice el español Blas de Otero (1916-1979):
 
MATERIAL DE TRABAJO NOS QUEDA LA PALABRA
 
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“Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra…”. Amén.
BLAS DE OTERO EN EL PRINCIPIO
Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra.
LAS MALAS PALABRAS ROBERTO FONTANARROSA
No sé que tiene que ver con lo de la
 internacionalización,
 que, aparte, ahora que pienso, ese título lo habrán puesto para decir que una persona que logra decir correctamente
in-ter-na-cio-na-li-za-ción
 es capaz de ponerse en un escenario y hablar algo
porque es como un
test 
 que han hecho
. Algo tendrá que ver el tema, éste, el de la malas palabras, por ejemplo, con éste, como el que decía el amigo Escribano (José Claudio Escribano), se nota que es tan polémica esta mesa que es la única a la que le han asignado «escribano» para que se controle todo lo que se dice en ella.
 
MATERIAL DE TRABAJO NOS QUEDA LA PALABRA
 
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Creo que es un aporte real en cuanto al intercambio, me ha tocado vivir cuando he tenido que acompañar a la selección argentina a partidos (de fútbol) en Latinoamérica. El intercambio que hay en esos casos de este lenguaje es de una riqueza notable; es más, en Paraguay nos decían «come gatos» que es, estrictamente para los rosarinos, «un rosarinismo». No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para plantear preguntas y eso voy a hacer. La pregunta es por qué son malas las malas palabras,¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto? Muchas de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras... no es que haga una defensa quijotesca de las malas palabras, algunas me gustan, igual que las palabras de uso natural. Yo me acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces realmente se justificaba. También se lo llamaba boca sucia, una palabra un poco antigua pero que se puede seguir usando.
Era otra época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me decían: “Vamos a
 juga
r al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la falta de la
televisión que había que caer en esos juegos ingenuos. Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de
expresión, de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”.
 Yo creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar, a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, ellos no nos dan bola y hablan como les parece. Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física. No es lo mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo.Tonto puede incluir un
problema de disminución neurológico, realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo”–
que no sé si está en el Diccionario de Dudas-
está en la letra “t”. Anal
icémoslo. Anoten las maestras. Hay una palabra
maravillosa, que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra “carajo”.Tengo entendido que el
carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo
de decir “caracho“, que es de una debilidad y de una hipocresía… Hay otra palabra que quiero apuntar, que es la palabra “mierda”, que también es
 irremplazable, cuyo
secreto está en la “r”, que los cubanos pronuncian mucho más débil, y en eso está el gran problema que ha
tenido el pueblo cubano, en la falta de posibilidad expresiva.
Cuando algún periódico dice “El senador
fulano de tal envió a la m
… a su par”, la triste función de esos puntos suspensivos merecería también una
discusión en este congreso. Voy cerrando, después de este aporte
medular 
 que he hecho al lenguaje y al Congreso, lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría (no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la

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