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Nota importante:

La Digitalización del libro se hizo con la autorización del autor, que en gran amor nos ofrece la
oportunidad de llevar este material al internet, pues no ha sido posible reeditarlo; y en este tiempo tan
importante que el planeta entero está pasando de verdaderos cambios espirituales, es necesario contar
con este tipo de material que sea una verdadera guía para apoyar nuestro Despertar. Mil bendiciones
para Antonio Velasco Piña, se que más de alguna persona apoyará que se reedite material tan valioso
como el que este autor nos ofrece y todos salgamos beneficiados del esfuerzo de seres tan llenos de luz
que se dedican a este hermoso servicio.
Con todo mi amor:
Angy Bahl

1
ANTONIO VELASCO PIÑA

HOMBRES
QUE QUIEREN SER

La asombrosa historia de un médium de nuestros tiempos

EDAF/ NUEVA ERA

A don Jorge Berroa del Río,


como un testimonio de mi más profunda
gratitud por su invaluable ayuda.

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Índice

Prólogo, de Laura Esquivel


1.Una isla y un niño.....
2.Beethoven toma la palabra
3.Iniciando el ascenso. .
4.Dos revoluciones........
5.Una casa abierta para todos
6.La fuente de la luz.....
7.Don Antonio Cortina..:
8.Música y romances....
9.Adentrándose en el más allá
10. Misión en México...
Colofón..........................

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Prólogo
De Laura Esquivel

s IEMPRE ME HA escuchar a los demás. Disfrutar de


GUSTADO
historias que narran acontecimientos pasados y presentes, tal
vez incluso los hechos futuros, es mi pasatiempo favorito.
Cuando era niña, gozaba enormemente de las
conversaciones que se construían en los momentos de más intimidad
familiar; cuando se preparaba la comida, en las sobremesas, en las
tardes o ya en las noches antes de ir a la cama. A través de esas
conversaciones me fui haciendo dueña de un mundo que me
pertenecía por herencia y que me enriquecía con su carga de verdad
aprendida con el correr de los años por todas las generaciones que me
precedieron. Así aprendí todo tipo de historias de amores y desengaños,
aprendí recetas caseras —muchas de ellas más útiles que las que me
proponían los cada vez más caros médicos de los hospitales modernos
—, aprendí remedios útiles para hacer la vida más fácil y placentera, y,
por supuesto, aprendí a cocinar. Sin embargo, pronto me di cuenta que
cuando preparaba un platillo, no solo ponía en juego todos aquellos
conocimientos que llegaron a mí de boca en boca, sino que las labores
culinarias, cargadas de recuerdos interiores, propiciaban la llegada de
otras voces, más sutiles, pero también más poderosas que los sonidos
puramente físicos de las ollas en la cocina, era una especie de
conocimiento que parecía desprenderse de las cosas, como si de ellas o
por ellas surgiera. Y no podía dejar de pensar en las radios, en esos
aparatos electrónicos que nos permiten escuchar voces lejanas,
palabras viajeras, música de ultramar. Las radios me encantaban, pues a
través de ellas mis oídos crecían descomunalmente, lo mismo que mi
baúl para recolectar historias ajenas. Más tarde, cuando comencé a
escribir, tuve la misma experiencia que en la cocina. Yo ya había oído
hablar de la inspiración, pero hasta que me dediqué de lleno a la
escritura no supe verdaderamente en qué consistía. Aquello que mis
maestros me habían enseñado acerca de los entes femeninos llamados
Musas, que bajaban desde su morada solar a susurrar en el oído de los
creadores todo lo que debían hacer, se transformó en una realidad para
mí. Cuando me disponía a escribir, más allá de las ideas concretas y la

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disciplina propia del oficio, descubría voces sutiles que siempre sabían
sacarme de los aprietos de no saber cómo, hacia dónde continuar, o
cómo rematar una situación o la trayectoria de un personaje. Pensé que
esto debía ser un proceso parecido al que ocurre cuando un aparato de
radio se pone en la frecuencia indicada para recibir las ondas emitidas
por una estación, que debía de ser un proceso de comunicación por
medio de vibraciones. Cuando veía la televisión, me sentía igualmente
fascinada. ¿Cómo era posible que esos cuerpos aparecieran a la
distancia y con toda nitidez? Y si se podía viajar en el espacio, ¿no sería
posible también transportarse en el tiempo?

Cuando conocí a Jorge Berroa, un médium cubano, recibí una


explicación a mis inquietudes de comunicación con el pasado. A través
de los médiums era posible comunicarse con otras frecuencias de
vibración y transformar la información recibida en un lenguaje
comprensible para los oídos humanos, pues ellos eran como un aparato
de radio o de televisión, pero humanos. Bueno, no les voy a presumir
que de entrada llegué a esta conclusión. Me llevó un tiempo aceptarlo.
Lo primero que pensé de Jorge Berroa fue que era todo un demente. Lo
conocí en mi fiesta de cumpleaños, cuando él estaba recién llegado a
México. De inmediato nos caímos bien, pero cuando Jorge se me acercó
y me dijo en plena celebración: «Oye, que dicen que hagas... tal cosa».
No viene al caso informarles de lo que le pidieron a Jorge que me dijera,
los voy a dejar con la eterna curiosidad, pero lo que sí les digo
sinceramente es que en ese momento yo pensé que Jorge, que para mí
era un desconocido en aquel tiempo, estaba loco de atar. ¿Qué decían
qué? ¿Quiénes decían? ¿Por qué yo no oía nada? ¿Quién lo había
invitado a mi fiesta? A los pocos días comprendí perfectamente el
mensaje de Jorge y quedé impresionada. Acudí a casa de Berroa en
busca de respuestas y tuve la fortuna de poder conversar con don
Antonio Cortina, un hombre ya muerto, pero muy vivo, quien habla a
través de él. A partir de entonces, Jorge y don Antonio se convirtieron en
mis amigos entrañables. Gracias a ellos, descubrí, al igual que cuando
percibía los sonidos de la inspiración, que la experiencia de conversar
con seres que están en otros planos de la existencia formaba parte de
una herencia que nos correspondía a todos por igual, como la sabiduría
heredada de nuestros antepasados, el conocimiento humano acumulado
a través de los siglos o nuestras recetas familiares.

Ahora, otro muy querido amigo, Antonio Velasco Pina, nos permite
penetrar en la historia personal de Jorge Berroa, un médium con

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cualidades excepcionales, dotado de un aparato receptor capaz de
recibir las vibraciones emitidas por seres que nos precedieron. Solo con
una sensibilidad como la de Jorge es posible captar las sutiles
vibraciones que pertenecen a planos superiores de conciencia para
hacerlas presentes en este plano de realidad. Los consejos de don
Antonio contienen tal carga de sabiduría y verdad que inspiran un estado
de paz y de fortaleza interior a cualquier persona que tiene algún
contacto con ellos. Antonio Velasco Pina consigue en este libro una
narración tan atractiva e interesante que no nos es posible hacerla a un
lado hasta que la damos por terminada. Este libro ha sido escrito para
todos aquellos que saben que un aparato puede recibir señales de una
estación radiodifusora o de un televisor y convertirlas en voces y en
imágenes cercanas. Este libro fue escrito para aquellos que pueden
aceptar que en este universo todo vibra, la luz, el sonido, los astros, las
piedras, y que existen seres como Jorge Berroa que son capaces de
captar y transformar esas vibraciones en voces que trabajan para lograr
el bienestar y provecho de todos los seres humanos.

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1
Una isla y un niño

C
UANDO en la mañana del día 28 de octubre de 1492 Cristóbal
Colón avistó las playas de Cuba, creyó que al fin había arribado a
las costas de China, a las que los europeos de entonces llamaban
Cipango. Acto seguido el almirante redactó una larga carta dirigida al Gran
Khan, informándolo de su llegada al continente asiático y haciendo de su
conocimiento el deseo de los monarcas españoles de establecer lazos
comerciales con los países del Extremo Oriente.

Los dos mensajeros encargados de entregar la misiva retornaron al barco


sin haber logrado cumplir su cometido (1). No obstante, sus informes
permitieron saber a los navegantes que las condiciones existentes en
tierra eran favorables para el establecimiento de un campamento
permanente, lo que llevó a la fundación del Fuerte de Navidad, primer
intento de crear una colonia de europeos en territorio americano.

Al irse asentando en la isla un creciente número de colonos, la originaria


población indígena fue siendo exterminada hasta desaparecer del todo.
No contando ya con mano de obra gratuita para realizar las más pesadas
faenas, los conquistadores empezaron a traer para estos fines a personas
de raza negra capturadas en África.

Muy pronto se inició el mestizaje. Tal y como ocurriera en el interior del


continente al fusionarse la sangre y el espíritu de indígenas y españoles,
el mestizaje que tuvo lugar en Cuba entre blancos y negros no fue tan solo
una mezcla de razas, sino un crisol donde se amalgamaron dos diferentes
culturas para dar origen a lo que constituye el espíritu, identidad y esencia
propios del pueblo y la nación de Cuba.

1
Sus nombres eran Rodrigo de Ayamante y Luis Torres, este último era de origen judío y hablaba
algo de chino, por lo que Cristóbal Colón consideró que podría darse a entender cuando se encontrase
frente a los digna-taros del Celeste Imperio.

La destacada participación en materia internacional que directa o

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indirectamente ha tenido Cuba en varias ocasiones sobrepasa con mucho
lo que podría esperarse juzgando tan solo su limitada extensión geográfica
y reducido poderío económico. En 1898 se libra en la isla una guerra entre
España y los Estados Unidos. Fue la victoria alcanzada por los
norteamericanos en esta contienda la que les otorgó el reconocimiento de
potencia a nivel mundial. En 1962, la instalación de misiles soviéticos en
Cuba generó un conflicto con los Estados Unidos que llevó al borde de
una guerra nuclear, y con esta, de una factible extinción de la especie
humana en una hoguera nuclear. Durante varias décadas de la segunda
mitad del siglo xx, los movimientos revolucionarios que tuvieron lugar en
muchas partes de África y de Latinoamérica contaron con el apoyo militar
del Gobierno cubano.

Así como Cuba posee la bien ganada fama de generar un elevado número
de excelentes atletas, tiene también la no muy conocida singularidad de
ser la cuna de numerosos médiums. Los testimonios de la existencia de
seres que pueden comunicarse con personas ya fallecidas abundan en la
historia. En los anales de la Grecia clásica son de sobra conocidas las
referencias a los denominados oráculos o augures, que -entre otras cosas
tenían la función de servir de enlace entre vivos y muertos. En la religión
católica son numerosos los casos de santos que, de alguna manera, han
recibido mensajes del más allá, basta tan solo con recordar el caso de
Juana de Arco, quien dialogaba cotidianamente con los espíritus de Santa
Margarita y Santa Catalina. El hecho de que por cada auténtico médium
existan muchos centenares de charlatanes y de simples orates, no invalida
en nada la realidad, reiteradamente confirmada a lo largo de la historia, de
que hay personas que poseen la extraña facultad de poder ver y hablar
con quienes ya han fallecido.

En el continente africano, la etnia de los yorubas se distinguió desde


tiempos inmemoriales por la calidad de sus médiums, los cuales se daban
casi siempre dentro de un cierto grupo de familias que habitaban en las
riberas del río Níger. Al ser llevados a Cuba varios de los integrantes de
estas familias, el linaje de los médiums yorubas llegó a la isla caribeña y
comenzó a dar sus frutos: una ininterrumpida sucesión de excelentes
médiums.

El día 13 de diciembre de 1938, y a escasos centenares de metros del


mar, en el barrio del Vedado de la ciudad de La Habana, nació el infante

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Jorge Berroa del Río. El hogar del recién nacido era de modesta clase
media y estaba integrado por su padre, el ingeniero mecánico Agustín
Berroa Benítez; su madre, la señora Sara del Río Álvarez, y su hermana,
la niña Miriam Alicia Berroa del Río.

Siendo Jorge aún muy pequeño, comenzó a percatarse de que su


progenitora poseía facultades que no tenían las madres de sus
compañeros de la escuela. Para la señora Berroa no representaba mayor
dificultad el poder dialogar con seres invisibles, y como resultado de
dichas conversaciones, resolver adecuadamente toda clase de problemas
cotidianos, como el localizar objetos perdidos o diagnosticar y curar muy
diversos padecimientos de sus hijos y esposo, utilizando para ello hierbas
y productos naturales. La siempre amable y cordial Sarita tenía buen
cuidado de hacer ostentación de sus facultades ante extraños y mucho
menos intentar lucrarse con estas, por lo que su fama de mantener
buenas relaciones con los espíritus no iba más allá de un estrecho círculo
de familiares y amigos.

No pasó mucho tiempo sin que el niño Jorge descubriese que él también
poseía una innata disposición para observar y sentir cosas que resultaban
imperceptibles para los demás. Comúnmente eran tan solo fugaces
apreciaciones de colores y sonidos, pero había veces en que advertía la
presencia de entidades no físicas, sin que le resultase posible establecer
con ellas alguna forma de comunicación. Se abstuvo de comentar con
nadie sus percepciones extrasensoriales, ni siquiera con su madre. Algo
en su interior le decía que aún no era llegado el momento de vivir a un
mismo tiempo en dos mundos que presentía eran del todo diferentes.

Fue así como Jorge vio transcurrir su infancia y adolescencia. Estudiando


lo necesario para cumplir sus deberes escolares y sintiendo una especial
atracción por el mar, en cuya contemplación podía permanecer horas
enteras. Una vez terminados sus estudios primarios ingresó en el Instituto
de Segunda Enseñanza del Vedado, prestigiado bachillerato en donde
forjaría amistades perdurables con varios de sus compañeros. Un maestro
del Instituto le prestó durante cerca de un año un pequeño telescopio y, al
observar los cuerpos celestes, Jorge sintió por estos una atracción del
todo semejante a la que le producía el mar. En el pequeño jardín de su
casa, bajo una palmera y al lado de una mata de tulipanes, permanecía en
vela noches enteras con la vista y la atención concentradas en algún
lejano planeta. Como resultado de muchas noches de desvelo, el imberbe
aprendiz de astronomía fue llegando a una conclusión. Los astros no eran

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inertes pedazos de materia flotando en el espacio, sino poderosos seres
dotados de vida y de conciencia, con los cuales, al igual que con los
espíritus, los seres humanos podían tener alguna forma de comunicación.
¿Cuándo sería esto posible para él? Aun sin saberlo a ciencia cierta,
presentía que ese momento estaba por llegar.

***

Era un día domingo, Jorge efectuó un mañanero paseo por el Castillo del
Morro, luego deambuló largamente por el malecón, observando el
continuo desfile de guapas jovencitas y escuchando las melodiosas voces
de los pregoneros que vendían bolsas de maní. Al mediodía retorno a su
casa a comer para después dirigirse al parque Mariana Grajales (2), lugar
de reunión de su grupo de amigos. Ahí estaban ya Mario Delgado,
Armando Cordero y José Aguilar, tres de los más osados e ingeniosos
alumnos del Instituto.

La plática del cuarteto de jóvenes derivó hacia temas políticos. Un


creciente sentimiento de terror se estaba extendiendo por toda la isla. La
dictadura de Fulgencio Batista incrementaba día a día sus medidas
represivas y estas iban tomando un marcado sello de sádica crueldad.
Personas cuyo único delito había sido manifestar una leve crítica a las
autoridades eran sacadas violentamente de sus casas por la policía, días
después sus cadáveres aparecían tirados al borde de las carreteras con
deformaciones producidas por quemaduras, mutilaciones y toda clase de
torturas. Un reciente rumor había encendido una luz de esperanza entre la
población. Se decía que un grupo de jóvenes cubanos que se habían
entrenado militarmente en México había retornado y, tras de constituirse
en guerrilla, estaban librando combates en las montañas de la Sierra
Maestra. Incluso se hacía mención del nombre del dirigente del grupo
rebelde, un ex estudiante de leyes llamado Fidel Castro.

2
Mariana Grajales fue la madre de varios importantes héroes de la Guerra de Independencia cubana.

Agotada la plática, Jorge y sus amigos se fueron a jugar al billar en los


salones del Club Gallego. Como ocurría casi siempre, Armando Cordero

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les ganó a todos. Silbando la tonada de un cha cha cha de moda, Jorge
iba caminando rumbo a su casa cuando se dio la conexión que llevaba
tanto tiempo esperando. Esta vez no fueron aisladas voces ni frases
incoherentes, sino un mensaje claro y preciso que resonó en el interior de
su cerebro indicándole una acción concreta a realizar: debía inscribirse
como participante en el programa de preguntas que estaba por iniciarse
en la estación de televisión C.M.Q. El tema en que debía concursar era la
vida y la obra de Ludwig van Beethoven.

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2

Beethoven toma
la palabra

E
VARISTO FIGUEROA, el encargado de la selección de
concursantes al nuevo programa-de la C.M.Q., observó con
escrutadora y desconfiada mirada a la persona que tomaba asiento
frente a su escritorio. Se trataba de un joven mulato de unos 19 años de
edad, alto, de recia musculatura y firmes facciones, cuya chispeante
mirada ponía de manifiesto una inquieta y vivaz inteligencia. El señor
Figueroa no pudo ocultar su sorpresa al leer cuál era el tema escogido por
el joven para tomar parte en el concurso.

—¿Beethoven? ¿Qué tanto puedes saber tú sobre música clásica? ¿Por


qué no escogiste mejor algo relativo a la música afrocubana?

La respuesta a sus preguntas fue tan solo una retadora mirada.

—Está bien —concluyó—, ven el próximo viernes a las nueve para que te
hagan una prueba con preguntas sencillas sobre ese tema; si la pasas, te
pongo en la lista de concursantes.

Aun cuando el joven pasó sin un solo error la prueba de admisión, su


inclusión como participante en el programa no fue tan fácil. En realidad el
señor Figueroa tenía fuertes prejuicios racistas y le molestaba que alguien
que no era blanco pretendiese ostentarse como conocedor de música
clásica. Afortunadamente, el director de la estación, señor Joaquín
Condall, era una persona de amplio criterio y nobles sentimientos, que al
conocer del caso resolvió de inmediato en favor del solicitante. El señor
Figueroa tuvo que acatar la decisión de su jefe, pero juzgó que cobraría un
pronto desquite, maniobrando de tal forma que el cuestionario de
preguntas resultase de tan alto grado de dificultad que el concursante
quedase eliminado a las primeras de cambio.

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El joven concursante inició su participación televisiva en el estreno mismo
del programa «Esta Noche en C.M.Q.*. El conductor del evento era el
conocido locutor Germán Pinelli, personaje dotado de recia e inconfundible
voz, así como de una desbordante locuacidad y de una gran simpatía. El
programa tenía lugar todos los miércoles a las 10 de la noche, y en cada
ocasión, si el participante respondía adecuadamente a las preguntas que
se le formulaban, decidía entre retirar el dinero que ya había ganado o
seguir concursando, sobre la base de que lo mismo podía doblar sus
ganancias que perder todo lo obtenido.

Ya desde los primeros intercambios de preguntas y respuestas, el


concursante sobre la vida y obra de Beethoven dio muestras de poseer al
respecto profundos conocimientos, pues no se concretaba a dar una
escueta contestación a las interrogantes que se le planteaban, sino que
añadía siempre toda una serie de detalles complementarios al asunto en
cuestión; pero fue a la tercera semana de haber iniciado su participación
cuando sus comentarios tomaron un singular e inesperado giro.

En el más amplio y elegante de los salones de actos de la televisora


resonó la voz del locutor Pinelli:

—Y ahora, mi talentoso y joven amigo, tras de escuchar el siguiente


fragmento musical, díganos a qué obra del genial compositor de Bonn
pertenece.

Durante cerca de medio minuto el espacio transmitió a las televisiones


sintonizadas con la C.M.Q. una música vigorosa y concisa.

—Es la gran Sonata para piano en fa sostenido Op 78 —respondió el


interrogado, para enseguida añadir—: Esta sonata está dedicada a
Theresa Brunswick, llevó a Beethoven mucho tiempo componerla y la
concluyó durante su estancia en el Castillo de Martonvasar.

Acto seguido el rostro del concursante reflejó una extraña expresión, como
si estuviese haciendo un esfuerzo para prestar atención a lejanas voces
de las cuales era tan solo una especie de eco. Primero lentamente y con
vacilante acento, pero luego con gran fluidez y seguridad, comenzó a
disertar sobre los sentimientos que habían inspirado la creación de la
sonata de la que se acababan de escuchar algunas notas. Era una obra
musical que reflejaba las encontradas emociones de un hombre que
amaba apasionada y desesperadamente a una mujer, pero que no se

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atrevía a manifestarle abiertamente a esta sus sentimientos, pues
consideraba que su amor tenía tan elevado grado de sublime
espiritualidad que jamás podría alcanzar su plenitud en el plano terrenal y
material, ya que cuanto acontece en este está sujeto a cambios y es
perecedero.

El locutor Pinelli sabía muy bien que la participación del concursante había
rebasado con mucho la duración del tiempo que para él se tenía prevista,
pero no solo se abstuvo de interrumpir su exposición, sino que al concluir
esta pidió que se transmitiese nuevamente un fragmento de la sonata en
cuestión. Así se hizo, y esto fue causa de imprevisibles consecuencias. La
inmediata y primera fue el llanto que al escuchar la música se generó en
buena parte del auditorio presente en el salón de actos del estudio. Otro
tanto ocurría en numerosos televidentes que en muy distintas partes de la
isla habían presenciado el programa a través de sus pantallas. Y es que
aquella música expresaba de forma insuperable la aspiración de poseer
un amor de carácter eterno que subyace en lo más profundo del alma
humana.

El señor Figueroa recriminó airadamente al locutor Pinelli el que hubiese


permitido al concursante explayarse hablando sobre lo que le daba la
gana, pero el director de la estación felicitó y apoyó la conducta del
locutor. Las incesantes llamadas y el alud de telegramas y cartas que
llegaban a la estación conteniendo emocionados y elogiosos comentarios
sobre lo ocurrido en el programa, eran la mejor prueba del éxito alcanzado
por este y de la consiguiente elevación del raiting que ello produciría.

Las subsecuentes actuaciones del joven concursante siguieron una línea


muy semejante a lo acontecido en el tercer programa. Tras de dar
respuestas siempre correctas a las preguntas cada vez más difíciles que
se le hacían, procedía a disertar sobre los motivos y propósitos que
habían guiado al compositor alemán a crear una determinada música, así
como los sentimientos que esta intentaba comunicar. Finalmente, se
repetía la transmisión de la obra musical sobre la que habían versado las
preguntas.
Tal y como pronosticara el director de C.M.Q., la audiencia del programa
fue subiendo semana a semana hasta alcanzar increíbles niveles. De
hecho terminó por generar una especie de beethovenmanía en la isla, que
se tradujo en la frecuente inclusión de las obras del compositor alemán en
programas de radio y televisión, grandes ventas de los discos que
contenían su música y concurridas asistencias a las conferencias en las

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que se abordaban la vida y la obra de Beethoven. Y es que un gran
número de personas habían descubierto que ellas también podían sentir y
vibrar con las notas de un músico cuyo nombre tan solo había significado
hasta entonces el de alguien famoso, pero al que habían considerado
distante y desconectado de su realidad y sentimientos.

La noche del gran premio y, por tanto, de la final del concurso tuvo lugar el
27 de agosto de 1957. Una gran expectación prevalecía en las casas de
incontables televidentes que desde hacía varias semanas seguían con
gran interés el desarrollo del concurso. En esta ocasión las preguntas
estuvieron centradas en varias cuestiones relativas a distintas partes de la
Tercera Sinfonía de Beethoven, la denominada Heroica.

Haciendo gala de su ya conocida maestría sobre el tema en que


participaba, el joven mulato dio acertadas respuestas a cada una de las
interrogantes, para luego explicar detenidamente cuál era el significado y
sentido profundo que poseía la Tercera Sinfonía, misma que junto con la
Quinta formaba una indisoluble unidad y cuyo propósito era expresar
musicalmente al indomable espíritu de rebeldía que caracteriza a la
naturaleza humana y que la lleva a combatir a la injusticia y al despotismo.
Todas las luchas que a lo largo de milenios ha venido librando la
Humanidad para romper el yugo de los tiranos y alcanzar la libertad
estaban contenidas en las sonoras notas de ambas sinfonías.

El concursante terminó su exposición afirmando que, si por cualquier


causa, en un remoto futuro se llegasen a olvidar y a perder las obras de
Beethoven, bastaría con que se conservase el recuerdo de las cuatro
primeras notas de la Quinta Sinfonía para que al escucharlas los seres
humanos se sintiesen reanimados a proseguir su interminable lucha en
favor de la justicia y en contra de la maldad y de la tiranía. Esas notas
constituían, por tanto, el máximo legado del genial compositor.

No solo en el estudio, sino también en casas, bares y restaurantes de la


isla, se escuchaban fuertes aplausos y entusiastas vítores proferidos en
favor del ganador del concurso. Eran muchas las personas que se
alegraban del feliz final que había tenido el evento, pero tal vez solo una
alcanzó a comprender plenamente la verdad de lo ocurrido y el significado
de la última afirmación del concursante.

El señor Aurelio Méndez era un español nativo de la provincia de Cáceres;


siendo aún casi adolescente había participado en la Guerra Civil española

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combatiendo en las filas republicanas. Al instaurarse la dictadura de
Francisco Franco en la Península Ibérica, el joven Méndez se había visto
obligado a refugiarse en Francia. Ahí le había sorprendido el estallido de la
Segunda Guerra Mundial, con la consiguiente ocupación del país galo por
los ejércitos germanos. Decidido defensor de los ideales de justicia y
libertad, Méndez había ingresado en las filas de la Resistencia Francesa y
llevado a cabo riesgosas operaciones en contra de los invasores. En una
de ellas fue capturado y sometido a crueles torturas que lo dejaron
paralítico e inválido de por vida. Una vez liberado del campo de
concentración y concluida la guerra, se trasladó a Cuba, en donde vivían
algunos de sus familiares. Estos lo acogieron y dieron manutención, pero
quedó prácticamente marginado del mundo, solo y aislado en una
pequeña y calurosa habitación, en donde veía transcurrir el tiempo y
crecer su amargura, sin otro entretenimiento que el de escuchar por la
radio programas de música clásica de la que se había vuelto gran
aficionado.

Una galopante esclerosis múltiple vino a incrementar el deterioro en el ya


afectado organismo del señor Méndez, quien más que nunca se
lamentaba de su existencia, calificando a esta de inútil y desventurada.
Fue por entonces cuando se inició la transmisión del concurso sobre
Beethoven. El señor Méndez no podía verlo, pues el único aparato de
televisión de la casa se encontraba en la habitación contigua a la suya,
pero lo escuchaba con profundo interés, alegrándose semanalmente con
los exitosos avances del concursante.

Al escuchar las últimas palabras pronunciadas en la final del concurso,


relativas a las primeras cuatro notas de la Quinta Sinfonía, un verdadero
alud de recuerdos inundó la conciencia del señor Méndez. Se vio a sí
mismo tomando parte en cada una de las acciones en que participara con
la Resistencia Francesa en contra de los nazis. De entre todos sus
recuerdos había uno que predominaba en su memoria: la reverente
atención y gran sigilo con que escuchaba noche tras noche las
transmisiones que llegaban de la B.B.C. de Londres, dirigidas a todos los
movimientos de resistencia de la Europa ocupada. Exactamente a las 23
horas, tras de varios segundos de expectante silencio, se dejaban oír por
la radio las cuatro primeras notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven
tocadas con gran vigor y luego dos palabras pronunciadas con firme
acento: «Here London»(1).

1«Aquí Londres.»

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En la transmisión de la estación inglesa se utilizaban diferentes idiomas
con miras a difundir valiosa información para quienes luchaban contra la
tiranía de Hitler. El señor Méndez comprendía ahora que lo que había
generado

una especie de mística comunidad que abarcaba a buena parte de los


integrantes de los distintos movimientos de resistencia era el escuchar
cada noche aquellas cuatro notas que reflejaban mejor que nada lo que es
el espíritu de rebeldía de los seres humanos. Comprendió también que su
vida no había sido inútil, que en alguna medida había contribuido a lograr
que la humanidad superase el grave peligro que hubiese representado
para su evolución el triunfo de la barbarie nazi.

Cuando algunos de sus familiares entraron a su habitación para comentar


con él sobre el recién terminado concurso de televisión, el señor Méndez
formuló una extraña aseveración:

—Fue el propio Beethoven quien estuvo dando todas las respuestas.

Esas fueron sus últimas palabras, al día siguiente perdió la facultad de


hablar y dos días después moría. Su rostro no reflejaba ya un rictus de
amargura y dolor, sino que tenía la serena expresión de quien ha cumplido
su misión y se encuentra por ello satisfecho. Justo en el momento de su
muerte llegaban provenientes de la radio de una casa vecina las notas de
una melodía. Se estaba transmitiendo la Quinta Sinfonía de Beethoven.

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3

Iniciando el ascenso

L
A NOCHE EN QUE Jorge Berroa recibiera por vez primera un claro
mensaje del más allá representó un auténtico parteaguas en su vida.
Al escuchar una voz indicándole que se inscribiese para participar en
un concurso de televisión sobre Beethoven, el joven decidió actuar con
gran reserva y cautela. Para empezar, quiso saber quién estaba comu-
nicándose con él. Al escuchar la respuesta de que era el propio Beethoven
quien le hablaba, Berroa cuestionó la veracidad de semejante afirmación,
alegando que el músico alemán no sabía español, y, por tanto, difícilmente
podía su espíritu estar haciendo uso de este idioma.

La objeción de Jorge fue objeto de una inmediata respuesta. El invisible


ser, cuya voz denotaba un carácter enérgico autoritario, procedió a
explicar que todo cuanto existe en el Universo posee la facultad de emitir
vibraciones, siendo estas las que permiten que pueda darse la
Intercomunicación entre los distintos seres. En el caso de los
denominados espíritus, las vibraciones que estos emiten para expresar
sus sentimientos y pensamientos son interpretadas como lenguaje por los
seres humanos que poseen facultades de mediumnidad, dándose así una
comunicación que trasciende la diferencia de idiomas que pueda existir
entre espíritus y médiums.

Jorge intentó aducir un último impedimento para llevar a cabo lo que se le


indicaba. Él desconocía todo lo referente a la vida y música de Beethoven,
por lo que no tenía posibilidad alguna de salir airoso en un concurso que
versase sobre estos temas. El espíritu respondió que sería él quien se
encargaría de contestar las preguntas que se hiciesen, y como él era
Beethoven, estaba en mejor situación que nadie para dar adecuada
respuesta a cuanta interrogante que al respecto pudiesen plantearle.

Tal y como anticipara el espíritu, así había ocurrido. Su participación en los


programas de televisión había tenido un doble carácter. En los dos
primeros se había concretado a responder extensamente a las preguntas,
proporcionando las respuestas que Jorge repetía, pero a partir del tercero

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se implantó en la conciencia de este y habló directamente, dando toda
clase de explicaciones sobre los motivos y propósitos que le habían
guiado al crear su prodigiosa música. El éxito del concursante y del
programa había sido rotundo.

Una vez terminado el festejo de familiares y amigos realizado para


celebrar su triunfo, Jorge escuchó nuevamente y por última vez la
imperativa voz de Beethoven. El músico le recomendaba que destinase
parte del dinero ganado en el concurso a la compra de un buen piano. Aun
cuando Jorge no veía la razón para hacerlo, pues no sabía tocar dicho
instrumento ni tenía pensado aprenderlo, se comprometió a dar
cumplimiento a la sugerencia que se le hacía; preguntó luego si había
alguna forma en que pudiese expresar su gratitud por la ayuda recibida, y
el compositor le respondió que podía ofrendarle 24 flores blancas, pues
estas son siempre gratas a los espíritus. Finalmente, Beethoven dio a
conocer las causas que le habían llevado a intervenir tan directamente en
el mundo de los vivos. La crueldad y corrupción de la dictadura que
padecía Cuba eran ya intolerables. Estaba seguro de que el hecho de que
se hubiese puesto de moda su música en la isla —particularmente el que
se tocasen la Tercera y Quinta Sinfonías— daría lugar a un generalizado
sentimiento de rebelión que propiciaría el derrocamiento del tirano.

Como ha quedado dicho, la experiencia vivida por Jorge a resultas de su


primer indudable contacto con quienes habitan los planos invisibles
cambió el rumbo de su existencia. Hasta entonces tenía proyectado
estudiar alguna carrera técnica una vez concluido el bachillerato, pero su
trato con Beethoven y la recomendación de este de que adquiriese un
piano (lo cual cumplió dando el resto del importe del premio a su padre,
quien lo utilizó en la compra de un nuevo auto para la familia) le había
llevado a la determinación de convertirse en músico.

Sin escuchar las opiniones de quienes consideraban que tenía ya


demasiada edad para iniciarse por el camino de la música profesional,
Berroa se inscribió en el Conservatorio Municipal de Música de La
Habana, ubicado en una gran casona edificada en los años veinte.
Durante su estancia en dicho lugar trabaría amistad con buen número de
sus compañeros, dos de los cuales —Frank Fernández y Roberto Valera—
llegarían, andando el tiempo, a ocupar puestos importantes en el ámbito
cultural de Cuba.

19
Guidado por intuiciones que surgían de lo más profundo de su ser y que
percibía cada vez con mayor certeza, Jorge resolvió que a los estudios
encaminados a formarse como pianista y compositor debía añadir otros
que le permitiesen iniciarse en la comprensión de las ideas elaboradas por
los más destacados pensadores que ha tenido la humanidad. Para lograr
este propósito se inscribió en la Escuela de Filosofía y Letras de la
Universidad de La Habana. Con gran dedicación, comenzó a estudiar el
pensamiento de los grandes filósofos de la Historia, desde los griegos
hasta los filósofos alemanes del siglo XIX.

El destino tenía reservado para Jorge la posibilidad de establecer, con


varios de los grandes seres humanos del pasado, una comunicación
mucho más directa que la sola lectura de sus libros. En el Conservatorio
de Música había hecho amistad con una de sus maestras; cierta mañana
en que la acompañó hasta la casa en que esta vivía, la maestra lo
presentó a su madre, la señora Esther Gomiz.

—Te has tardado en llegar —afirmó la mujer con amable voz, no exenta de
cierto acento de reproche—. Te he estado esperando desde que te vi
concursar en televisión, conozco cuál es tu naturaleza, el don latente que
posees y que si lo desarrollas te permitirá comunicarte con quienes nos
han precedido en el tiempo. Si aceptas o no este don, es tu
responsabilidad, algo que solo tú puedes decidir, como también será
únicamente tuya la decisión respecto a la forma de hacer uso de ese
privilegio que te fue otorgado por la Providencia Divina. Yo solo podría
ayudarte a despertar tus aptitudes, si es que te comprometes desde un
principio a utilizarlas, no para una vanagloria o enriquecimiento personal,
sino para ayudar a los demás a encender su luz interior y a encontrar su
camino.

Jorge no estaba tan sorprendido con lo que escuchaba, en realidad


llevaba mucho tiempo aguardando que le aconteciese algo semejante a
ese encuentro. Mientras la mujer hablaba no dejó de observarla. Era un
ser poseedor de una relevante personalidad que se ponía de manifiesto en
cada uno de sus gestos y movimientos. Había una patente fuerza y
energía que emanaba de ella, pero esto no inspiraba temor o
desconfianza, antes al contrario, su sola presencia parecía crear un
ambiente de serenidad y confianza. Sus rasgos físicos correspondían a los
de una mulata de unos sesenta años de edad, alta y fornida, con un rostro
de gruesas facciones y una mirada a un tiempo penetrante y bondadosa.

20
Se inició el diálogo. Berroa habló largamente, relatando por vez primera
las distintas vivencias que había tenido en su hasta entonces intermitente
proceso de comunicación con los planos invisibles. Sus primeras
impresiones infantiles al sentirse rodeado de inmateriales presencias. Las
fugaces visiones de colores sin forma y la audición de voces remotas e
incoherentes. El ir percibiendo siluetas de seres transparentes con
características diferentes, y, finalmente, la clara percepción de la voz de
Beethoven, indicándole primero lo que tenía que contestar y respondiendo
luego directamente a través de él a las preguntas del concurso.

Tras de escuchar con paciente atención las revelaciones que sé le hacían,


doña Esther procedió a explicar que la comunicación entre los seres
humanos y toda clase de espíritus era algo que se había dado siempre. La
facultad de los médiums consistía no solo en ser conscientes de la
existencia de esa interconexión, sino en poder servir de instrumento para
facilitarla. Ahora bien, existían muy diversas clases de médiums
atendiendo al diferente nivel del plano con el cual lograban conectarse.
Así, por ejemplo, en lo que se refería específicamente a los muertos, estos
ocupaban en el más allá distintos lugares de acuerdo con su calidad de
vibración, resultante a la vez de la totalidad de sus experiencias y de la
conducta asumida en vida.

La inmensa mayoría de los médiums —prosiguió explicando doña Esther


— alcanzan tan solo a contactar con espíritus que pueblan los más bajos
niveles de la escala en los mundos inmateriales. Seres que ni siquiera se
han percatado de que han muerto, o bien que, habiendo tomado
conciencia de su deceso, continúan aferrados a los vicios y pasiones que
los dominaron en vida, padeciendo por ello inenarrables torturas y
sufrimientos al no poder dar satisfacción a sus negativos deseos y
perversa emotividad. Nada bueno podía esperarse de la comunicación con
dichos seres; tan solo incrementar la confusión y el desconcierto tanto en
los espíritus como en los vivos. No era de extrañar que un alto porcentaje
de los médiums que llevaban a cabo esta clase de enlaces terminasen
seriamente afectados en sus facultades mentales. La labor de quienes
podían calificarse como auténticos médiums era muy otra. Se trataba de
lograr ser una especie de puente entre la humanidad y las sutiles
vibraciones que para beneficio de esta emanan de los seres que moran en
los círculos celestes, incluyendo desde luego a los espíritus de aquellos
humanos que alcanzaron en vida una gran espiritualidad.

21
Doña Esther concluyó afirmando que el camino para llega a ser un
auténtico médium era difícil y requería de una gran tenacidad y espíritu de
sacrificio. El hecho de que alguien como Beethoven hubiese utilizado el
conducto de Jorge para manifestarse, demostraba que este poseía las
cualidades necesarias para servir como transmisor de elevados espíritus
en forma permanente y no puramente ocasional; pero para ello se
requería de un previo proceso de aprendizaje y de la práctica de rigurosas
disciplinas. ¿Estaba dispuesto a ello?

Sin vacilación alguna, y sintiendo que daba el primer paso de un riesgoso


ascenso a una alta montaña, Jorge Berroa respondió que sí.

22
4

Dos revoluciones

E
L 8 DE ENERO DE 1959 el ejército rebelde que comandaba Fidel
Castro entró en La Habana. Los antecedentes de esta victoria se
remontaban al 26 de julio de 1953, fecha en que ciento sesenta
jóvenes cubanos, hastiados de la corrupción del Gobierno de Fulgencio
Batista, habían intentado tomar por asalto el cuartel Moneada, situado en
las cercanías de la ciudad de Santiago. La operación resultó un desastre.
La mayor parte de los jóvenes fueron muertos y el resto capturados, entre
ellos Fidel, el cual fue posteriormente amnistiado y se trasladó a México,
en donde junto con un pequeño grupo de exiliados cubanos y de un joven
doctor argentino —el Che Guevara— se sometió a un intenso
entrenamiento militar, impartido por un ex general republicano español, en
los bosques próximos a la comunidad de Chalco en el estado de México.

Concluido el entrenamiento, Castro y su grupo retornaron


subrepticiamente a Cuba en la embarcación Granma. A los pocos días de
su desembarco fueron traicionados por el guía que contrataron para
conducirlos a las montañas, el cual los denunció al ejército. En el enfrenta-
miento que siguió el grupo rebelde fue prácticamente exterminado y tan
solo doce de sus integrantes —entre ellos Fidel y el Che— lograron
salvarse y llegar hasta un recóndito paraje de la Sierra Maestra, ubicada al
oriente de la isla.

Atendiendo a cualquier tipo de lógica, los rebeldes tenían muy escasas


probabilidades de sobrevivir y ninguna de alcanzar la victoria. Su
oponente, era un Gobierno que disponía de un numeroso y bien
pertrechado ejército y que contaba con el decidido apoyo del Gobierno de
los Estados Unidos, pues este lo consideraba un fiel custodio de los
cuantiosos intereses que poseían en Cuba las empresas norteamericanas,
entre las cuales estaban incluidas las de la mafia, cuyos jefes eran
propietarios de fastuosos hoteles y casinos.

Perseguidos y hambrientos, viviendo siempre a salto de mata, los doce

23
rebeldes consideraban a cada nuevo amanecer que muy posiblemente
este sería el último que verían. Fue después de transcurrido un año y
algunos meses cuando se produjo el milagro. Un cambio inexplicable y
misterioso comenzó a operarse en el inconsciente colectivo de los
habitantes de la isla. La indiferencia y el temor que prevalecía en lo
referente a cuestiones políticas, fue siendo sustituidos por un creciente
sentimiento de rebeldía en núcleos de población cada vez mayores. Los
mismos campesinos, que hasta hacía poco delataban la presencia del
grupo rebelde, le proporcionaban ahora toda clase de ayuda. En las
ciudades aumentaban día con día las células subversivas de apoyo al
movimiento armado, el cual veía engrosar sus filas de voluntarios a una
velocidad que superaba a su capacidad para organizarlos. Transmitidas
con gran frecuencia por las estaciones de radio, inundaban el aire las
notas de dos conocidas sinfonías de Beethoven la Tercera y la Quinta.

Al sentirse perdido, el dictador Batista salió huyendo de La Habana el


primero de enero de 1959. La revolución había triunfado. A la increíble
victoria militar alcanzada por los rebeldes se unieron muy pronto toda una
serie de grandes éxitos obtenidos durante la primera etapa de la
revolución hecha gobierno. La corrupción desapareció de un plumazo, se
implantaron eficaces sistemas educativos y de salud que beneficiaron a
los sectores más desprotegidos de la población, las actividades artísticas y
deportivas recibieron un enorme impulso. Cuando en abril de 1961 los
Estados Unidos organizaron en Bahía de Cochinos un desembarco de
anticastristas que intentaban derrocar el Gobierno, fueron rápidamente
vencidos. Un sentimiento de dignidad y orgullo nacional imperaba en la
isla.

El exitoso ejemplo de la Revolución Cubana intentó ser copiado en


muchas partes de Latinoamérica. Grupos de jóvenes deseosos de liberar
a sus pueblos de la injusticia y la explotación, se lanzaron a organizar
guerrillas. En todos los casos, estos grupos intentaban reproducir en sus
respectivos países lo ocurrido en Cuba, esto es, consideraban que al
constituirse un pequeño foco de insurrección se produciría un
generalizado apoyo de la población a los insurgentes, lo que en muy poco
tiempo terminaría ocasionando el total derrumbe de las estructuras
gubernamentales y el consiguiente establecimiento de un nuevo y mejor
orden de cosas. Los primeros en intentar repetir lo acontecido en Cuba
fueron una veintena de estudiantes panameños, que en abril de 1959
trataron de tomar por asalto las instalaciones militares norteamericanas
del Canal de Panamá, con miras a que retornase a la soberanía de su

24
país un territorio que le había sido arrebatado injustamente. Fueron
derrotados y el hecho no produjo ninguna reacción de apoyo a los
estudiantes. Algo del todo semejante ocurriría en muy distintas partes del
continente americano durante los años siguientes. Los grupos de jóvenes
que se alzaban en armas y se iban a las montañas eran exterminados y su
memoria caía muy pronto en el más completo olvido.

En Cuba el curso de los acontecimientos fue tomando un cariz del todo


diferente al que tuvieran durante la primera época de la revolución. Al ver
afectados los intereses de sus connacionales, el Gobierno norteamericano
reaccionó adoptando toda clase de represalias, incluyendo un bloqueo
económico que tenía por objeto lograr una rendición de la isla por hambre.
La respuesta de Fidel Castro fue aliarse con la otra potencia mundial de
ese entonces, la Unión Soviética, lo cual estuvo a punto de ocasionar una
guerra nuclear a gran escala. Asimismo, el dirigente cubano abolió todo
asomo de libertad e implantó en lo político y en lo económico un sistema
comunista de gobierno. Manteniendo aún la firme convicción de que
bastaba la acción decidida de un pequeño grupo armado para prender la
mecha de un., revolución, el régimen cubano se dio a la tarea de propiciar
la formación de guerrillas (inspiradas ahora en la ideología marxista) y de
apoyar su acción en diferentes países de América Latina y de África. Esta
segunda oleada de grupos rebeldes se prolongó durante más de dos
décadas y terminó teniendo el mismo desastroso final que la primera. El
ejemplo más destacado al respecto —y el único que ha logrado salvarse
del olvido— fue el protagonizado por la guerrilla que comandara en Bolivia
el Che Guevara.

El desplome de los regímenes comunistas de la Europa del Este y la


desintegración de la Unión Soviética, ocurridos al iniciarse la última
década del siglo xx, anunciaron la llegada de tiempos difíciles para el
Gobierno y el pueblo cubanos. Al quedar cerrados los mercados con los
que venía operando, el implacable bloqueo practicado en contra de la isla
por el Gobierno estadounidense comenzó a ocasionar graves
desabastecimientos en los hogares de sus habitantes, con la acumulada
desventaja de que en esta ocasión no existían ya ni la mística ni el
esperanzador optimismo que caracterizara a los primeros tiempos de la
Revolución. La carencia de libertades y la prolongada permanencia en el
poder de un régimen autoritario y burocrático, si bien no habían logrado
destruir, sí habían mellado el proverbial entusiasmo del pueblo cubano.

Aun cuando al dar inicio el tercer milenio de la Era Cristiana resulta

25
imposible predecir cuál será el rumbo que tomará Cuba en los próximos
años, sí es factible, en cambio, tratar de evaluar cuál ha sido la enseñanza
aportada tanto por el evento en sí mismo de la Revolución Cubana, como
por los intentos de exportar esta a otros países. Una primera conclusión es
que ningún movimiento de rebelión puede tener éxito si no cuenta con el
apoyo mayoritario de los habitantes de un país, y que el hecho de que en
un determinado tiempo y lugar se produzca ese generalizado sentimiento
de rebelión que constituye la esencia de toda auténtica revolución, no es
algo que pueda lograrse por medios meramente humanos, sino que
requiere de la intervención de seres y fuerzas provenientes de planos
superiores al nivel de materialidad en que nos encontramos. Una segunda
conclusión es que, sin pretender negar los logros alcanzados por la
Revolución Cubana —entre los cuales no es el menor el de no haber
sucumbido ante las agresiones y el incesante acoso del Gobierno
norteamericano—, de ninguna manera puede afirmarse que dicha
Revolución haya alcanzado las elevadas metas de bienestar, justicia y
libertad que se propusiera en su origen. Finalmente, un desapasionado
análisis de la experiencia cubana lleva a una tercera conclusión. Las
revoluciones armadas no producen un cambio radical y permanente de la
condición humana, esto solo se logra a través de una revolución interna y
personal que haga surgir una nueva y superior conciencia.

*****

Coincidiendo con el tiempo en que se producía la transformación de las


estructuras políticas en Cuba, se operaba también una revolución en la
conciencia de un joven mulato estudiante de música, de filosofía y de
mediumnidad; esta revolución sí iba a ser mucho más profunda y definitiva
que la puramente política.

26
5
Una casa abierta
para todos

C
INCUENTA Y DOS ESCALONES de mármol blanco. Al ir subiendo
las escalinatas que conducían al departamento en que vivía Esther
Gomiz —ubicado en el tercer piso del número 6 de las calles de
Armendárez en la ciudad de La Habana—, Jorge Berroa repasaba
mentalmente la larga serie de preguntas que tenía pensado formular en la
que sería BU primera clase de mediumnidad. Toda una lista de
interrogantes referidas a la forma de ser y de comportarse de los espíritus
que venía haciéndose de mucho tiempo atrás y para las que consideraba
había llegado el tiempo de conocer sus respuestas.

La puerta del departamento estaba abierta, pero Jorge optó por tocar y
aguardar a la entrada. Doña Esther apareció de inmediato, en sus manos
portaba dos grandes escobas.

—Hola chico, pasa; esta casa está abierta" siempre para todos, espíritus o
humanos son bien recibidos. Hoy tenemos mucho trabajo, la casa está
muy sucia por tantas visitas y hay que limpiarla. Ayúdame.

Al tiempo que hablaba, la mujer hizo entrega de una de las escobas y, sin
añadir palabra, empezó a barrer el piso con vigorosos movimientos. Un
tanto desconcertado, Jorge tomó la escoba que se le ofrecía y comenzó a
utilizarla. En realidad no veía la necesidad de limpiar la pieza pues esta no
tenía basura por ningún lado. Una vez que concluyeron de barrer la sala
siguieron por las otras habitaciones del amplio departamento. No había en
esos momentos ninguna otra persona en la casa. Uno de los cuartos
estaba ocupado por un gran piano, y en todas partes se veían montones
de partituras musicales; era, sin duda, el lugar de trabajo de Esther Ferrer,
la amiga y maestra de música de Jorge. Otra de las habitaciones contenía
más de un millar de libros, cuyos títulos indicaban la preferencia de su
dueña por cuanto tuviese que ver con la comunicación con el más allá;
muchos de los ejemplares revelaban una gran rareza y antigüedad. Al
entrar a una amplia y bien iluminada habitación, doña Esther afirmó:

27
—Esta es mi recámara.

—¿Y de quién es toda esta cachimbera? —preguntó Jorge con extrañeza,


señalando una gran colección de pipas colocadas en estantes que
ocupaban toda una pared. Las había de toda clase de formas y tamaños,
provenientes al parecer de muy distintas partes del mundo.

—Son de él —respondió doña Esther, apuntando con la mano a un cuadro


en el que aparecía representado un negro negrísimo, ya anciano, y cuyo
rostro reflejaba una enorme picardía. Acto seguido, y con voz que ponía
de manifiesto un profundo respeto, explicó:

—En vida se llamó Antonio Cortina. Tomó el nombre de su amo, pues fue
esclavo en una plantación de azúcar en el siglo diecinueve. Su espíritu ha
sido mi maestro y él es quien me guía en todo. Como nunca cobro nada
por los servicios que doy, y la gente se enteró de que a él le gustan mucho
las pipas, de seguida nos las regalan de todas clases.

Habían terminado ya de pasar las escobas por cada una de las


habitaciones, por lo que Jorge supuso que al fin daría comienzo su tan
esperada clase de mediumnidad, pero, para su decepción, doña Esther
exclamó:

—Creo que aún está muy sucia la casa, habrá que barrer de nuevo.
Uniendo la acción a la palabra, la impredecible mujer retornó a barrer unos
pisos que lucían impecablemente limpios. Tras unos instantes de
vacilación, Jorge intuyó que tan extraña conducta encerraba quizás el
propósito de transmitirle cierta enseñanza, y sin manifestar ningún reparo
volvió a emplear la escoba con redoblado empeño, procurando ahora no
fijarse más en lo que había en los cuartos, sino mantener centrada toda su
atención en el acto mismo de barrer. No tardó en percibir resultados.
Efectivamente, «algo» había en ciertas partes que permanecía adherido al
piso, no se trataba de algún tipo de basura visible, sino de una especie de
«aire» enrarecido y denso que parecía resistirse a su desalojo.

Doña Esther se percató de inmediato de que su joven discípulo había


empezado a cobrar conciencia de la clase de trabajo que estaban
realizando, y exclamó con festivo acento:

—Muy bien, chico, vas muy rápido. Toda esta basura son los residuos que

28
dejan: las emociones negativas de los espíritus y de los humanos que
entran en la casa. Yo nunca le pido a nadie que venga, pero si lo hace
tampoco me opongo a su entrada. Si hablan, los escucho, y después
resuelvo, basándome en mi experiencia y en las indicaciones de don
Antonio, si debo ignorarlos o si es posible prestarles ayuda; pero hay que
mantener la casa limpia de bajas vibraciones, pues de lo contrario los que
vivimos aquí pronto enfermaríamos. Tengo que hacer unas visitas, así que
te dejo a cargo de terminar la limpieza, estoy segura de que puedes
hacerlo.
Tal y como ocurriera en la primera vez, las siguientes clases de doña
Esther a Jorge —que tendrían lugar dos veces por semana, martes y
jueves— se desarrollarían siempre siguiendo un mismo estilo. No habría
nunca sesiones de preguntas y respuestas ni profundas exposiciones
sobre determinados temas. Simplemente, el discípulo seguía al pie de la
letra las indicaciones de la maestra, realizando tareas muy variadas que
en ocasiones parecían absurdas, pero que indudablemente iban
despertando sus facultades de médium. Además de la práctica y ejercicios
que Berroa efectuaba para ir desarrollando una mayor sensibilidad ante
todo lo existente, su mejor medio de aprendizaje era la sola observación
de la forma de ser y de actuar de doña Esther Gomiz.

Doña Esther llevaba una vida de lo más activa, íntegramente dedicada al


servicio desinteresado de los demás, bien fueran estos humanos vivos o
espíritus. La afirmación de que su casa estaba siempre abierta para quien
quisiese entrar en ella no era una jactancia sino una realidad. A cualquier
hora del día o de la noche llegaban gentes de todas las edades y clases
sociales, buscando ayuda para solucionar sus problemas y aliviar sus
enfermedades. Ella escuchaba pacientemente, luego hablaba con la
invisible presencia de don Antonio Cortina y finalmente expresaba una
opinión. A veces era un acertado consejo, y en otras la explicación de la
forma de emplear una terminada planta medicinal. No faltaban personas
que le solicitaban recetas para hacerse con dinero. En estos casos
respondía siempre, con alegre acento, que existía para ello un antiguo
método denominado trabajo.

En algunas ocasiones, al afrontar problemas que revestían una particular


complejidad, doña Esther no se limitaba a dar su opinión ni a repetir la del
espíritu que la guiaba, sino que ejercía plenamente sus facultades de
médium, permitiendo que el espíritu de don Antonio Cortina entrase en su
conciencia y, hablando a través de ella, expusiese sus puntos de vista
sobre el particular. En estos casos se ponía de manifiesto la excepcional

29
generosidad y sabiduría que poseía el ser que, en vida, había padecido
las penurias inherentes al oprobioso régimen de la esclavitud. Unida a las
mencionadas cualidades destacaba igualmente la de un festivo sentido del
humor, que le llevaba a expresarse siempre con alegre optimismo,
haciendo toda clase de bromas y contagiando a quienes lo escuchaban de
jovialidad y entusiasmo. Don Antonio podía hablar durante horas enteras,
impartiendo por medio de sus cuentos y chistes profundas enseñanzas,
proporcionando astutas soluciones para enredados dilemas y revelando
incluso, en muy contadas circunstancias, mágicos secretos para lograr
hacer frente a obstáculos considerados como humanamente insuperables.
De entre la múltiple variedad de problemas que cotidianamente doña
Esther ayudaba a resolver, había uno que revestía peculiares
características: el de las personas que creían estar o realmente estaban
embrujadas. Muy pronto Jorge aprendió a percibir las notorias diferencias
entre ambos casos. Mientras que las primeras —que constituían la
inmensa mayoría— eran tan solo simples víctimas de su autosugestión,
las segundas padecían los nefastos resultados de algún trabajo de magia
negra efectuado en su contra. Al observar a su maestra combatir los
efectos causados por esta clase de operaciones, Jorge fue cobrando
conciencia del grado de intensidad que tiene en el interior del alma
humana la lucha que se libra en el universo entero entre la luz y las
tinieblas. ¿Cómo podían existir seres poseedores de una perversidad o
inconsciencia capaces de desear e incluso producir en sus semejantes tan
graves daños?

En cierta ocasión, doña Esther pidió a Jorge que la acompañase a una


casa ubicada en el centro de La Habana y le advirtió que iba a ser testigo
de un evento muy especial. En el domicilio les aguardaban cuatro
personas. Tres ancianos de raza negra que, al parecer, eran de diferentes
regiones de la isla, y una mujer blanca cuya forma de hablar denotaba su
origen mexicano. Ninguno de los allí presentes eran personas comunes,
en los rostros y en las miradas de todos se manifestaba una mezcla de
energía y bondad que emana de aquellos que han alcanzado una elevada
espiritualidad. Sin pronunciar palabra, los tres ancianos y las dos mujeres
se sentaron en el suelo formando un círculo y entraron al instante en un
profundo trance. Era evidente que todos eran médiums y estaban
invocando a sus respectivos espíritus guías. En la habitación se percibía
una atmósfera de enigma y tensión, Jorge estaba seguro de que algo
excepcional estaba por ocurrir. Y así fue. Repentinamente en el centro del
círculo humano se materializó un pedazo de roca que chorreaba agua y al
cual estaban adheridas plantas marinas y una pequeña muñeca de trapo

30
perforada con numerosos alfileres.
Las expresiones reflejadas en los rostros de los médiums dejaban ver que
estos habían retornado a un estado de percepción ordinaria y que se
encontraban muy satisfechos con la tarea realizada. La mexicana se puso
de pie y, extrayendo de su bolsa de mano un cuchillo y un limón, partió
este en dos mitades, acto seguido exprimió con fuerza el cítrico haciendo
que el jugo cayese sobre la muñeca de trapo, luego dijo:

—Lo logramos, el maleficio practicado en contra de nuestra hermana ha


sido anulado.

Jorge comprendió que le había sido dado presenciar un episodio más en


la inacabable guerra que libran dos fuerzas antagónicas por la conducción
de cuanto existe en el universo.

31
6

La fuente de la luz

M
ÚSICA, FILOSOFÍA Y ESPÍRITUS son una buena combinación
para generar una variada gama de experiencias. Si a ello
añadimos el ambiente revolucionario que permeaba todas las
actividades que tenían lugar en Cuba en la década de los sesenta, es de
concluir que Jorge Berroa no tenía mucho tiempo para aburrirse, y que la
transformación que estaba operándose en su interior se producía en una
forma mucho más radical y acelerada que la que estaba aconteciendo en
las estructuras políticas y socioeconómicas de la isla. No obstante, su
intuición le decía que había algo indeterminado que le impedía avanzar a
su entera satisfacción en las tres actividades a las que consagraba la
totalidad de su tiempo. A pesar de que sus maestros del Conservatorio lo
felicitaban por su rápido aprendizaje de la teoría y la práctica musicales, él
sentía que sus interpretaciones en el piano carecían de la suficiente fuerza
y belleza. Algo semejante le ocurría en lo referente a su inmersión en el
campo del pensamiento, pues se daba cuenta que tan solo alcanzaba a
memorizar y repetir los conceptos elaborados por los filósofos de las
diferentes épocas, pero sin comprender plenamente los alcances y el
auténtico significado de dichos conceptos. Finalmente, y en lo tocante a su
trato con los espíritus, si bien ya le era posible establecer contacto a
voluntad con los planos en los que habitan los desencarnados, tan solo
lograba ver y oír a multitud de espíritus situados en muy bajos niveles de
vibración, sin que le fuese dable establecer directa comunicación con los
que moran en los planos superiores.

En el Conservatorio prevalecía un grato ambiente de acendrado


compañerismo. Juventud y comunidad de ideales hacían que, sin ninguna
dificultad, se forjasen sólidos lazos de amistad que en muchos casos
habrían de perdurar para toda la vida. Jorge encontraría un grupo de
amigos siempre dispuestos a compartir por igual penalidades y alegrías.
Una de las integrantes del grupo era una joven blanca, poseedora de gran
belleza y recio carácter, que estudiaba la carrera musical con
especialización en dirección coral. Su nombre era Carmita Collado, y entre

32
ella y Jorge fue creciendo una amistad cada vez mayor. Nunca dejaban
pasar un día sin mantener largas conversaciones para intercambiar sus
más íntimas confidencias. Sus gustos eran del todo semejantes, lo mismo
en cuestiones musicales que cinematográficas o gastronómicas.

Una mañana del mes de abril de 1961, Jorge Berroa y Raúl Iglesias —otro
de los integrantes del grupo de amigos— caminaban por la calle Galeana
muy cerca del malecón. Su plática versaba sobre el incendio ocurrido la
noche anterior en una casa muy cercana a la que habitaba Raúl, quien
había acudido al presenciar las llamas y con riesgo de quedar atrapado
por el fuego se había saltado la cerca e introducido en la casa para alertar
a sus moradores, los cuales no se habían percatado del peligro que
corrían. Afortunadamente todo había quedado en daños materiales sin
desgracias personales. Jorge opinó que le resultaba incomprensible el que
alguien pudiese no darse cuenta de que se estaba incendiando su casa.
Raúl replicó que el fuego tenía muchas semejanzas con el amor, siendo
una de ellas que en ocasiones los observadores externos se percatan de
su existencia mucho antes de que lo hagan los propios interesados. Una
vez más, Jorge manifestó un criterio del todo contrario al de su amigo.
Este se detuvo, lo observó con burlona sonrisa y afirmó:

—Oye. ¿Qué ni tú ni Carmita se han dado cuenta de que están


perdidamente enamorados?

Jorge dio un traspiés y estuvo a punto de rodar por el suelo, pero su


descontrol corporal no era nada comparado con su conmoción interna;
luego de unos instantes de silencio expresó con balbuceante acento:
—Creo que ya sé lo que sienten los que de repente descubren que su
casa está en llamas.

Esa noche, el desconcertado aprendiz de médium no pudo dormir


haciéndose toda clase de reflexiones. Hasta entonces había considerado
que el hecho de no haber tenido nunca novia se explicaba por su falta de
tiempo, derivada de las obligaciones que le imponían sus múltiples
actividades. Ahora comprendía que la verdadera razón era que le habría
resultado imposible establecer una relación amorosa con otra mujer que
no fuese Carmita. La angustiosa pregunta que se planteaba una y otra vez
era la de si sería cierto que ella estaba igualmente enamorada e
inconsciente de sus sentimientos. Para resolver sus dudas no le quedaba
otra alternativa que aguardar al día siguiente y hablar con la estudiante de
música coral, pero aquella noche parecía que no terminaría nunca.

33
Desvelado y nervioso, Jorge llegó al Conservatorio y se dirigió en
derechura en busca de Carmita. En cuanto la halló, le dijo que tenía que
hablar algo serio con ella, y como ambos sabían que en esos momentos
no había clases en el aula número nueve entraron en esta. Sin mayores
preámbulos, Jorge dio a conocer su descubrimiento de la noche anterior.
Una variada gama de emociones poco usuales en ella parecían dominar a
la joven. Su blanca tez había enrojecido y sus ojos castaños reflejaban
sorpresa y desconcierto. Cuando logró hablar, comenzó diciendo algo que
Jorge ya sabía —que ella nunca había tenido un novio—, y concluyó
pidiendo un plazo de 24 horas para poner en orden sus sentimientos y dar
una respuesta.

Una segunda e interminable espera para el agitado ánimo de Jorge.


Finalmente, llegó la respuesta y esta fue positiva. Se inició así una etapa
de máxima y dual intensidad emocional para la pareja. Por una parte, el
vivir la experiencia única e irrepetible que produce en el ser humano el
primer y total enamoramiento. Por la otra, el tener que hacer frente a uno
de los prejuicios sociales más arraigados y aberrantes: el racismo. Aun
cuando el Gobierno revolucionario cubano había eliminado de las leyes y
reglamentos cualquier disposición de carácter racista (aboliendo, por
ejemplo, la vieja práctica de playas exclusivas para blancos), la realidad
no siempre coincidía con las disposiciones legales. Las costumbres y
mentalidad imperantes durante siglos se resistían al cambio y encontraban
muchas formas de lograrlo. Toda la familia de Carmita era de blancos, y su
madre había elaborado para su única descendiente planes matrimoniales
que no incluían el emparen-tarse con personas de otra raza. Tras de
analizar la situación, los jóvenes decidieron mantener su relación en
secreto, pues el darla a conocer hubiese generado en la familia de la novia
una oposición de impredecibles consecuencias, impidiéndoles quizás
proseguir sus estudios.

Una mañana, Carmita se burló de sí misma calificándose de cursi por


haber dicho que el estar enamorada le producía la sensación de
encontrarse dentro de una fuente de luz que estaba originando su total
transmutación. Jorge opinó que, cursi o no, la metáfora reflejaba también
su personal experiencia, pues comenzaba a percatarse de la favorable
transformación que estaba operándose en su conciencia y facultades. Su
interpretación de la música ya era otra cosa, ahora esta reflejaba una
calidez y vigor de las que antes carecía. En igual forma, su comprensión
de las doctrinas filosóficas se había incrementado sustancialmente,

34
desarrollando un juicio analítico que le permitía distinguir y valorar los
conceptos esenciales de los pensadores de antaño, separando dichos
conceptos de las elucubraciones carentes de permanente validez. Pero
era en el campo de la mediumnidad donde se estaban produciendo los
más importantes avances. Hasta entonces, y salvo el caso excepcional de
lo ocurrido con Beethoven, Berroa solo se percataba de lo que acontecía
en la parte inferior del mundo de los espíritus, e incluso no percibía los
diferentes niveles en que este se subdivide, lo cual hacía que en muchas
ocasiones observase a distintos espíritus ocupando un mismo espacio en
confuso montón. Ahora las cosas habían empezado a cambiar, pues
gradualmente había ido notando que el hecho de que en un mismo
espacio coexistiesen numerosos espíritus no implicaba revoltura alguna,
ya que cada uno se encontraba en diferente nivel, de tal forma que en la
mayoría de los casos ni siquiera eran conscientes de la presencia de otros
seres junto a ellos. Asimismo, había logrado empezar a ver y a oír a los
moradores de niveles más elevados, seres que en vida habían constituido
positivos ejemplos para sus semejantes en muy diversas áreas de
actividad.

Doña Esther Gomiz mantenía una estrecha vigilancia de los progresivos


adelantos de su discípulo, proporcionándole valiosa orientación y
consejos, impartidos casi siempre en forma indirecta y aparentemente
casual, e insistiendo una y otra vez en los peligros que podían derivarse
para los espíritus y para los vivos de una intervención inconsciente de
estos en el mundo de aquellos, siendo por tanto imprescindible contar con
la anuencia y dirección de un espíritu altamente evolucionado para todo lo
referente a la intercomunicación entre ambos mundos.

Cuando por fin Jorge pudo contemplar, escuchar y hablar directamente


con el espíritu de don Antonio Cortina, comprendió que, al igual que doña
Esther, él también había encontrado al ser que lo conduciría con
inigualable destreza por los enrevesados y peligrosos caminos que
comunican con el más allá. A través de un trato cada vez más frecuente
con el espíritu de don Antonio, Jorge ratificó plenamente su opinión de que
dicho personaje era un ser en extremo bondadoso, sabio y bromista.
Escucharlo resolver con gran sencillez los más intrincados problemas
constituía una invaluable enseñanza. Todos sus dichos y opiniones
dejaban ver una increíble astucia y picardía. ¿Cómo era posible que quien
fuera en vida esclavo de una plantación azucarera poseyese tanta
sapiencia y erudición? ¿Cuál había sido su historia personal durante su
estancia en la Tierra?

35
Estas eran algunas de las preguntas que Jorge se hacía y cuyas
respuestas fue conociendo al irse enterando poco a poco del historial de
don Antonio.

36
7
Don Antonio Cortina

A
L INICIARSE EL SIGLO xix, los habitantes de la región costera
atlántica del África Central vivían en un auténtico paraíso. Una
pródiga naturaleza les brindaba gran variedad de frutas y en los
numerosos ríos de la región abundaban toda clase de peces. La
población, dispersa en la larga y angosta franja territorial comprendida
entre las costas y la selva, veía transcurrir su pacífica existencia
completamente ajena a cuanto ocurría en el resto del mundo. 'Su
cosmovisión religiosa era de carácter animista. Se veneraba a los árboles
y a los ríos, al mar y al viento. En forma natural, los niños iban
aprendiendo a establecer comunicación con cuantos seres los rodeaban.
No era inusitado que algunas personas pudiesen calmar las agresivas
intenciones de un leopardo con solo dirigir al felino amables palabras.

Una soleada mañana del mes de mayo de 1803, en las playas habitadas
por la tribu de los Taño, descendieron de dos navíos de enormes velas
unos hombres de rostros endurecidos y cuyos ojos despedían malignos
fulgores. Cerca del lugar del desembarco un grupo de jóvenes negros
semidesnudos observaban con curiosa atención a los recién llegados,
estos se aproximaron con rápidas zancadas y arrojaron sobre los
confiados observadores una enorme y negra red. Varios de los
aprisionados comenzaron a entonar los cánticos con que se acostumbraba
calmar a las fieras de la selva, pero las bestias a las que se enfrentaban
eran mucho más insensibles y crueles que cualesquier otro animal salvaje,
por lo que las exhortaciones a que adoptasen una mejor conducta no
tuvieron efecto alguno. Antes al contrario, se dieron a la tarea de propinar
fuertes golpes a quienes intentaban zafarse de las redes.

Actuando con gran presteza, los extranjeros trasladaron a los barcos su


carga humana. Eran portugueses dedicados al tráfico de esclavos.
Acostumbraban merodear por distintos puntos de las costas africanas,
capturar una buena dotación de varones jóvenes y luego llevarlos a
vender en los mercados de las colonias portuguesas y españolas de
América. En esta ocasión entre los apresados se encontraban dos
hermanos, Yongui y Omi, de tan solo once y diez años de edad,

37
respectivamente. Superada la paralizante sorpresa que significó su
captura, reaccionaron en forma diferente. Yongui optó por esperar
pacientemente, confiado en que algo tendría que ocurrir que le permitiese
retornar a su aldea y a la forma de vida que le era habitual. Omi se dio a la
tarea de aprovechar las distracciones de sus captores para roer las
cuerdas que lo aprisionaban; cuando una noche logró zafarse, corrió
velozmente hasta la borda del barco y saltando por esta se arrojó al mar.
Estrechamente vinculado a su hermano y compañero de juegos, no le
resultó difícil a Yongui imaginar, y en cierta forma sentir, lo que a este
acontecía: su desesperada lucha por sobrevivir entre las olas, su
agotamiento, asfixia y muerte. Un dolor moral jamás sentido le traspasó el
alma, haciéndole estallar en llanto.

Tras casi dos meses de navegación los barcos atracaron en Puerto Padre,
ubicado en la región oriente de la colonia española de Cuba. Al tocar
tierra, los portugueses efectuaron una ceremonia que acostumbraban
realizar los tratantes de esclavos de esa época y que tenía por objeto
hacer ver que, a su juicio, ellos no tenían ninguna culpa por lo que hacían,
ya que los verdaderos responsables eran quienes compraban seres
humanos para convertirlos en esclavos. Superado ya hasta el menor
atisbo de remordimiento que hubiesen podido tener, los esclavistas
llevaron su cargamento hasta el mercado del puerto y se dieron a la tarea
de tratar de sacar el máximo provecho posible con su venta.

Yongui y varios de sus compañeros de infortunio fueron vendidos a un rico


hacendado de apellido Cortina, razón por la cual tanto él como los otros
quedaron obligados a partir de ese momento a llevar dicho apellido. Esto
no entrañaba ninguna honrosa distintición, sino que era más bien algo
semejante a colocar sobre una mercancía el nombre del dueño de la
misma para identificarla. Semanas más tarde el esclavo sería bautizado
como Antonio, quedando así integrado su nuevo nombre y apellido:
Antonio Cortina.

La confusión y abatimiento más completos prevalecían en el ánimo del


atribulado adolescente. No entendía el idioma en el que le hablaban, ni
eran de su gusto las escasas raciones de comida. Las interminables
faenas trabajando en los cañaverales le resultaban agotadoras. Los
barracones en que se hacinaba a los esclavos por la noche lucían
terriblemente sucios. Dirigidos por un rudo y altivo capataz, guardias
fuertemente armados y a los que siempre acompañaban feroces mastines
mantenían una estrecha vigilancia, con miras a desalentar en los esclavos

38
cualquier idea de fuga o rebelión.

Sin que tuviese para ello ninguna razón o fundamento, Antonio Cortina
mantenía la esperanza de que así como de una manera inesperada había
caído en tan horrenda situación, se produciría igualmente un imprevisto
cambio de suerte que le permitiría retornar a su tierra y con su familia. Era
esto lo que pedía diariamente en sus oraciones dirigidas al sol, a las
plantas y a muy diversas manifestaciones de la naturaleza. No estaba solo
en sus plegarias, en el otro lado del Atlántico su madre no cesaba de rogar
a la Tierra (a la que consideraba la gran progenitora de todo lo existente)
para que le devolviese a los hijos que le había dado, o que al menos le
proporcionase noticias sobre su paradero.

En contra de lo que las mentes agnósticas suponen, ninguna oración


fervorosamente formulada se queda sin respuesta, si bien esta no se da
siempre en la forma y términos que esperan quienes elevan las plegarias.
En el presente caso, y como resultado de las incesantes peticiones de
madre e hijo, no se iba a dar un súbito regreso al África del joven esclavo,
lo que en cambio se produjo fue una clara comprensión en este de que no
existía la menor posibilidad de que su situación cambiase por sí sola, sino
que le correspondía a él poner toda su voluntad y facultades en propiciar
dicho cambio. Así pues, dejó de lamentarse por su triste condición y
empezó a buscar los medios de superarla. Aprendió castellano. Obtuvo
permiso para los esclavos de cultivar pequeñas áreas y poseer algunos
animales domésticos, lo que transcurrido un tiempo se tradujo en una
considerable mejoría en su dieta alimenticia. Finalmente, retornó a las
prácticas que aprendiera en su niñez, tendentes a lograr establecer
comunicación con las plantas, los animales y las fuerzas naturales.

Transcurrieron veinte años. Antonio Cortina gozaba de una bien ganada


fama de buscar siempre el interés de los demás anteponiéndolo al suyo
propio. Esto le otorgaba un liderazgo natural entre los esclavos de la
hacienda, permitiéndole organizar en beneficio de todos ciertas labores
conjuntas que atenuaban sus infrahumanas condiciones de vida. Los
barracones lucían ahora no solo limpios y aseados, sino incluso alegres
por la abundancia de flores.

Una secreta y firme convicción había surgido en la conciencia del esclavo:


alcanzaría la libertad a cualquier precio, no podía permitir que su vida
continuase transcurriendo dentro de un régimen tan oprobioso y
denigrante como lo era el esclavista. Las perspectivas de lograr escapar

39
no eran nada halagüeñas. Aun cuando jamás había salido de la hacienda,
sabía que colindaba con otras en donde prevalecían idénticas condiciones
de esclavitud, de tal forma que si huía a estas no cambiaría en nada su
suerte, antes al contrario, sería devuelto y castigado severamente. Decidió
que intentaría llegar hasta una lejana y deshabitada zona montañosa de la
que había escuchado algunas vagas referencias.

Convencido de que era preferible perder la vida que continuar siendo


esclavo, Antonio Cortina se dio a la fuga. Aprovechando que los vientos
soplaban en la dirección a la que proyectaba dirigirse —lo que impediría
de momento que los mastines pudiesen detectar el rumbo que había
tomado—, se escurrió entre los cañaverales y emprendió una veloz
carrera. Era de mañana y calculaba que alcanzaría a llegar por la noche
hasta los manglares de una laguna que marcaba los límites de la
hacienda. Cuando llegó a las riberas de la laguna, durmió unas horas y,
cuando amaneció, se internó en lo más cerrado de la vegetación para
luego sumergirse en el agua. Sabía que su huida ya debía haber sido
descubierta y que los guardias lo estarían buscando con la ayuda de los
perros, pero él confiaba despistarlos permaneciendo dentro del agua el
mayor tiempo posible. Así lo hizo y durante los casi tres días que se
mantuvo sumergido entre los manglares tan solo en una ocasión alcanzó a
escuchar el lejano ladrido de los perros. Cuando sintió que si continuaba
en el agua terminaría disolviéndose en esta, salió de la laguna y se dio a
la tarea de buscar plantas comestibles y huevos en los nidos de las aves.
Durante varios días permaneció oculto en las riberas de la laguna, a
sabiendas de que se encontraba aún dentro de la hacienda de sus amos,
descubriendo que esta ejercía sobre él un poder de atracción como nunca
imaginara. Por fin, una noche logró romper las invisibles cadenas que lo
mantenían sujeto al lugar en donde había transcurrido la mayor parte de
su existencia. Con firme andar se adentró en un territorio que le era del
todo desconocido.

Durmiendo de día y desplazándose al amparo de la oscuridad nocturna, el


fugitivo fue avanzando lenta y cautelosamente hacia el sur, procurando
mantenerse lo más alejado posible de los lugares donde percibía
presencia humana, pasando de una hacienda cañera a otra y llegando a
temer que el mundo no fuese otra cosa que una interminable sucesión de
plantíos de caña. La vista de una lejana montaña le infundió nuevos
ánimos. Fue en una madrugada de luna menguante y en medio de una
pertinaz llovizna cuando arribó a la zona montañosa. Con profunda
emoción se arrodilló y, besando la tierra, agradeció mentalmente a su

40
madre el haberle dado la vida, gratitud que jamás había manifestado
desde el primer día en que fuera capturado. La experiencia de sentirse
libre producía en él una desbordante alegría, si bien no ignoraba que
habría de hacer frente a una forma de vida en extremo difícil, pues tendría
que soportar la más completa soledad y aprender a subsistir con sus
propios medios. Hablando en voz alta, repitió varias veces el juramento de
primero morir antes que volver a ser esclavo.

La superior sensibilidad desarrollada por Antonio Cortina para


comunicarse con cuanto integra a la naturaleza le permitió una pronta
adaptación a su nuevo ambiente. Localizó una caverna que presentaba
favorables condiciones para utilizarla como vivienda. Un cercano
manantial lo dotaba de agua fresca y saludable. Frutas silvestres, huevos,
miel y raíces constituían su alimento. El principal problema fue la total
carencia de relaciones humanas, pero logró irlo superando al intensificar
su capacidad de establecer cierta forma de diálogo con los elementos
naturales, así como con las plantas y los animales. Acostumbraba elaborar
largos y humorísticos cuentos que narraba lo mismo a las nubes que a las
ardillas.

El antaño esclavo y ahora ermitaño consideraba que continuaría llevando


el mismo tipo de vida por el resto de sus días, pero esto no fue así. Su
espíritu había ido fortaleciéndose y madurando, y llegó el momento en
que, sin proponérselo, desarrolló la facultad de poder comunicarse con el
mundo invisible. El primer espíritu al que conoció fue nada menos que su
ángel guardián. Como es sabido, todas las tradiciones sagradas coinciden
en afirmar la existencia de seres inmateriales, encargados de velar en
forma individual y directa de cada uno de los seres humanos. Se trata de
una labor nada envidiable a juzgar por la pésima conducta de nuestra
especie. Es de suponer la explicable desesperación que ha de producir en
incontables legiones de ángeles guardianes el hecho de que, en un
altísimo porcentaje, sus orientaciones y consejos no son atendidos y ni
siquiera percibidos a causa de la obtusa cerrazón que nos caracteriza. Al
menos en el caso que nos ocupa esto no sucedió, pues un buen día,
cuando llevaba ya seis años permaneciendo en las montañas, Antonio
Cortina se percató de que podía ver y hablar con su ángel guardián.

Las primeras noticias que recibió el ermitaño de su espíritu guía no fueron


nada reconfortantes. Tras de felicitarlo por su empeño en tratar de
alcanzar la libertad, le comunicó que tan solo había logrado una liberación
física, pero que en realidad continuaba siendo esclavo, pues subsistían en

41
él la mentalidad y los sentimientos propios de esta condición: conservaba
profundos resentimientos en contra de sus antiguos amos y era presa del
miedo, lo que le obligaba a mantenerse oculto.

Antonio Cortina tuvo que admitir que era cierto lo que el ángel afirmaba y
preguntó cómo podía superar dicha situación, ya que su propósito de
alcanzar una auténtica libertad continuaba siendo el principal móvil de su
conducta. El ángel le respondió que para ello debía no solo perdonar, sino
llegar a sentir por sus opresores un profundo afecto, a grado tal que este
se tradujese en tangibles beneficios para los mismos. En igual forma,
debía perder todo temor a ser capturado, pues quien en verdad es libre
continúa siédolo aún en la más oscura prisión. El ermitaño se
comprometió a tratar de conquistar las metas que se le proponían y el
ángel le señaló una primera tarea por realizar. El hacendado que lo había
comprado cuando llegó del África ya había muerto y su alma padecía
terribles sufrimientos por haber oprimido y explotado a sus semejantes, su
esclavo de antaño debía encontrar la forma de ayudarlo.

No fue una tarea fácil. El rencor se realimenta de sí mismo y sus raíces


crecen y penetran hasta en lo más profundo del ser. Tan solo una energía
proveniente de los planos más elevados es capaz de extirpar el mal y
devolver la salud a los enfermos de odio y resentimiento. Ello requiere de
la humildad necesaria para solicitar la ayuda de lo alto que brinde dicha
energía. Una vez conseguida la fuerza para otorgar un sincero perdón
viene la parte más ardua: encontrar la forma de brindar una eficaz ayuda a
los antiguos enemigos. Todo esto lo fue logrando en el transcurso de un
año Antonio Cortina. Humildad y generosidad, comprensión y oración. Una
mañana tuvo la certeza de que sus oraciones en favor del extinto
hacendado habían sido escuchadas, que los buenos deseos y
sentimientos que de continuo expresaba y sentía en favor de este habían
producido algún efecto. Su ángel guardián le confirmó su impresión. Si
bien el espíritu del esclavista tendría aún que afrontar grandes
padecimientos antes de llegar a la luz, había recibido ya una importante
ayuda que le facilitaría encontrar su camino. Junto con la superación del
rencor y el poder proporcionar auxilio a un alma en pena, desapareció
también en el ermitaño todo temor a retornar a un estado de esclavitud,
pues comprendía que esta ya solo podía ser externa y aparente. Ahora sí
era ya un hombre total y absolutamente libre.

Don Antonio Cortina decidió que ya no tenía por qué permanecer solo y
escondido, consultó con su espíritu guía sobre la mejor conducta a seguir

42
y este le aconsejó que retornase a la hacienda en donde había vivido. Su
influencia entre sus compañeros esclavos siempre había sido positiva y
ahora tenía muchas más posibilidades para poder prestarles consejo y
ayuda. Así pues, don Antonio abandonó su refugio en las montañas y, sin
tratar de ocultarse, marchó en derechura hacia la hacienda de la que
huyera. En el camino se cruzó con diferentes personas. Algo perceptible
debía haber cambiado en él, pues nadie lo juzgó un esclavo prófugo, sino
que lo consideraban un negro liberto y, por tanto, con derecho a
deambular por doquier. Llegó a la hacienda y buscó hablar primero con Ña
Dominga, una anciana y sabia mujer negra que fungía como cocinera en
la casa de los amos. Le pidió que fuese ella quien informase a estos que
había regresado y que estaba dispuesto a trabajar por una módica paga.
Los nuevos amos eran el hijo mayor del anterior hacendado y su joven
esposa. En un primer momento no supieron qué actitud adoptar. La ley les
autorizaba a infligir castigos a los esclavos que se fugaban, inclusive
latigazos y cepo, pero haciendo caso a las sugerencias de Ña Dominga, la
esposa decidió hablar primeramente con el sujeto en cuestión. Lo hizo y
quedó gratamente impresionada, por lo que convenció a su esposo de que
lo contratase como ayudante de cochero y efectuase los trámites
necesarios para otorgarle la condición de liberto.

Se inició una nueva etapa en la vida de don Antonio Cortina. Rápidamente


fue interiorizándose de sus recién adquiridas obligaciones. Debía aprender
la forma adecuada de conducir los diversos tipos de carruajes existentes
en la hacienda. Su facultad para comunicarse con los animales le facilitó
las cosas, pues no le costó ningún trabajo establecer una buena relación
con los caballos destinados a jalar de los carruajes,* Recobró
incrementada su anterior influencia entre los esclavos de la finca, y,
actuando sutil y gradualmente, buscó en forma incesante ayudarlos. Las
áreas de cultivo destinadas a los esclavos se incrementaron y, con la
venta de sus productos, estos pudieron establecer pequeños negocios,
como la elaboración de comida estilo africano que se vendían entre ellos
mismos.

Don Antonio consideraba que su misión no debía limitarse a lograr una


simple mejoría en las condiciones de vida de los esclavos, sino que debía
intentar se produjese en estos una toma de conciencia sobre lo que es la
auténtica libertad. Para ello se dio a la tarea de organizar los domingos
diversos espectáculos de entretenimiento, en los que los propios esclavos
actuaban para sus compañeros improvisando bailables, cánticos y
números cómicos. Don Antonio cerraba la función narrando alguno de los

43
muchos cuentos que había elaborado durante su estancia en las
montañas. Se trataba de ingeniosos relatos rebosantes de humorismo,
que en forma velada transmitían profundas enseñanzas sobre diversos
temas, como el de conseguir una verdadera libertad.

Los cuentos que narraba don Antonio gustaban tanto que su fama pronto
trascendió los límites de la hacienda. Domingo a domingo venían a
escucharlo numerosos libertos y mulatos provenientes de haciendas y
poblaciones cercanas y no tan cercanas. Una de las más asiduas
concurrentes a las sesiones de cuentos era una mulata cuyo vientre
denotaba un avanzado estado de embarazo. La mujer reflejaba en cada
uno de sus rasgos, palabras y movimientos una relevante y carismática
personalidad. La desarrollada intuición de don Antonio le hizo percibir que
aquella mujer pertenecía al selecto círculo de seres humanos que son
capaces de vincular su destino con el de su nación, y que, por tanto, están
llamados a figurar en la historia porque son ellos los que escriben sus
páginas.

En cierta ocasión, al tiempo que acariciaba su abultado vientre, la mulata


dijo a don Antonio:

—Estoy segura de que mi hijo puede escuchar sus cuenticos y


comprender el mensaje que encierran. Cuando nazca llevará su nombre,
se llamará Antonio y será un guerrero de la libertad.

El nombre de esa mujer era Mariana Grajales (1).

Al, morir el cochero mayor de la hacienda, don Antonio pasó a ocupar su


puesto. El mayordomo lo llevó hasta la ciudad de La Habana para que le
confeccionasen el uniforme apropiado. Sus ropajes de siempre, hechos
con burda tela de saco de azúcar, fueron sustituidos por casaca y librea de
brillantes colores. El uniforme incluía una abultada peluca blanca que
hacía resaltar las negras facciones de un rostro que reflejaba inteligencia y
picardía.

La visita a la ciudad capital causó en el cochero muy variadas


impresiones. Nunca había imaginado que existiese tanta gente, que esta
viviese tan apretujádamente ni que pudiese darse tanta diversidad en la
forma de las construcciones. Por otra parte, sus facultades de percepción
extrasensorial le hacían percatarse de la incesante lucha que por doquier
libraban ángeles y demonios, buscando propiciar la elevación o el

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envilecimiento de los numerosos seres humanos que poblaban la ciudad.
Era un espectáculo a un tiempo aterrador y fascinante.
1
Mariana Grajales fue la madre de varios importantes héroes de la Guerra de Independencia cubana,
el más destacado de ellos fue Antonio Maceo, ardiente defensor de la emancipación de los esclavos.
En el viaje de regreso a la hacienda en que laboraba don Antonio se sintió
dominado por la nostalgia, recuerdos que creía olvidados de su ya lejana
infancia acudían a su mente, renovando el dolor que dejara en él la
pérdida de su familia y el alejamiento de su tierra de origen. Le pesaba
también el haber sobrepasado los cuarenta años sin tener un hogar con
esposa e hijos. Un sentimiento de soledad y abandono, superior incluso al
que experimentara durante su época de ermitaño, se apoderó de su
ánimo. Lloró abierta y desconsoladamente.

La depresión que dominaba al elegante cochero tardó un buen tiempo en


ser superada. Fue un proceso gradual que le hizo comprender que tenía la
posibilidad de hermanarse conscientemente con una familia mucho mayor
a la de una común parentela. Sabía ya que todo cuanto existe se
encuentra estrechamente vinculado, de tal forma que su ser se hallaba
indisolublemente unido no solo a cualesquier otro ser humano, sino a la
estrella más lejana, a una hormiga o a un grano de arena. Lo que ocurría
era que, aun cuando su mente aceptaba dicha unidad, no la sentía en su
corazón ni se traducía en una conducta que orientara su vida cotidiana.
Decidió por tanto lograr que sus sentimientos y acciones correspondiesen
a su conocimiento de saberse parte de una gran familia universal que lo
abarca todo. La capacidad que ya tenía para establecer comunicación con
muy diversos seres en distintos planos le facilitó enormemente la tarea de
ir alcanzando, paso a paso, una vinculación plenamente consciente con el
universo entero.

Don Antonio Cortina murió a los ochenta y tres años en una bonita quinta
ubicada en las afueras de La Habana, en una zona denominada en aquel
entonces «El Cerro». Hacía tiempo que era un personaje altamente
querido y respetado. Sus antiguos amos llegaron a considerarlo como un
miembro más de la familia, al que consultaban para toda clase de
decisiones, y de buen grado aplicaban muchas de las sugerencias que
proponía en beneficio de los esclavos, cuya mejoría buscó hasta el último
día de su vida. En la quinta de La Habana —propiedad también de los
dueños de la hacienda— el anciano cochero era visitado por numerosas
personas —blancos, negros y mulatos— que le planteaban toda clase de
problemas, para los cuales tenía siempre acertadas opiniones y sabios

45
consejos. A su entierro acudió una enorme multitud de dolientes.

Tras de su muerte, el espíritu de don Antonio alcanzó un elevado plano


dentro de los círculos o cielos a donde van a morar las almas de los
justos. De inmediato pasó a formar parte del selecto grupo de espíritus
que optan por no permanecer indiferentes a lo que acontece en la Tierra y
que laboran sin descanso ayudando a los seres humanos, especialmente
en lo que se refiere a su ampliación de conciencia y elevación espiritual.
No es, desde luego, una misión fácil, pero los espíritus que se aplican a
ella poseen una gran sabiduría y una inagotable paciencia.

Con miras a que su intervención en el mundo de los vivos resultase lo más


directa y eficaz posible, don Antonio decidió valerse de los servicios de un
médium. El encontrar a la persona adecuada para ello le llevó cerca de
cincuenta años, pero, al parecer, el factor tiempo no es algo que preocupe
en demasía a los espíritus. Doña Esther Gomiz fue la persona
seleccionada para el cumplimiento de la mencionada tarea, la que desde
un principio llevó a cabo en forma impecable. Tal y como lo hiciera en vida,
el otrora esclavo, luego cochero y ahora espíritu, proporcionaba día con
día salvadora ayuda e invaluables enseñanzas a cuantos acudían a
consultarlo. Su picardía y sentido del humor se habían incrementado al
perder el cuerpo, de tal manera que conversar con él a través de la
médium resultaba en extremo placentero.

Transcurrida otra considerable porción de tiempo a escala humana, don


Antonio juzgó llegado el momento de ampliar sus actividades mediante la
inclusión de un segundo médium. Al buscar a la persona apropiada, llamó
su atención un joven que estaba fungiendo transitoriamente como médium
del espíritu de Beethoven. Se trataba de un caso especial, en el que toda
una serie de circunstancias habían coincidido para hacer posible que
dicho joven pudiese servir de puente en la trasmisión de las vibraciones
que el músico alemán deseaba hacer resonar en Cuba con miras a
promover una rebelión en contra de la sádica tiranía imperante en la isla.
Una vez cumplida esta finalidad, el puente dejaría de serlo, pero había
demostrado estar conformado con la rara y escasa materia prima de que
están hechos los auténticos médiums.

Contando con la colaboración de doña Esther Gomiz, don Antonio se dio a


la tarea de ir despertando, para ser utilizadas en forma permanente, las
potenciales facultades que como médium poseía Jorge Berroa.

46
8

Música y romances

E
N LA VIDA DE LAS PERSONAS hay a veces etapas de marcada
inactividad, épocas en las que no se produce cambio alguno y en
las que todo parece indicar que las cosas habrán de continuar así
por tiempo indefinido; por el contrario, hay también periodos que se
singularizan por generar incesantes transformaciones. A partir del
momento en que Jorge Berroa cobrara conciencia de estar enamorado y
diera comienzo su noviazgo con Carmita Collado, se inició en su vida una
etapa de importantes logros y realizaciones.

El primer avance de Jorge se dio en el campo musical y fue resultado de


tomar plena conciencia de los trascendentales efectos que puede tener la
música en la conducta de los seres humanos, no tan solo para modificar
transitoriamente sus estados de ánimo, sino como instrumento para lograr
una profunda transmutación. Basándose en ello decidió que su misión
como compositor debía consistir en crear una música que, al mismo
tiempo que expresase la esencia e identidad del pueblo y la nación de
Cuba, propiciase en ambos elevados ideales y anhelos de superación.
Con ánimo resuelto fue dando cumplimiento a su primera tarea: conocer a
fondo el alma de su país. Recorrió varias veces la isla en todas
direcciones, intentando analizar y comprender cuanto observaba. Dialogó
largamente con toda clase de personas, especialmente con los ancianos.
Intercambió opiniones con gran cantidad de músicos, sobre todo con los
que practicaban la santería, culto resultante de un sincretismo entre el
cristianismo y antiguas concepciones religiosas provenientes del África
Central. Finalmente, leyó cuanto cayó en sus manos sobre la historia y la
sociología de Cuba.

Una vez concluidos sus estudios en el Conservatorio, Jorge juzgó llegado


el momento de dar el segundo paso en el camino que se había trazado, o
sea, empezar a componer una música con las características que él
pretendía dar a sus creaciones. Una inesperada crisis emocional le impidió
alcanzar de momento sus propósitos. Tras de cuatro años de mantener
una magnífica relación de noviazgo con Carmita Collado —y sin que

47
existiese una causa o razón explicable para ello— ambos decidieron de
buenas a primeras y de común acuerdo dar por terminado su compromiso
matrimonial. Era la primera vez que Jorge experimentaba el abatimiento y
desconcierto que puede producir la traumática ruptura de una relación
sentimental.

****

Ramiro Guerra, el talentoso creador en Cuba del Conjunto Nacional de


Danza Moderna (denominado posteriormente Danza Nacional), supo ver
en el novel músico que era entonces Jorge Berroa a la persona más
adecuada para ser el director musical de su grupo de danza. Se trataba de
un cargo con múltiples obligaciones, que incluían el acompañamiento
musical a las diarias sesiones de entrenamiento de los bailarines, la
ejecución de la música en todas las funciones en que participaba el grupo,
y, de ser posible, la creación de nuevas obras musicales para danza.

Jorge se entregó de lleno a su trabajo, encontrando en este el medio más


adecuado para desarrollar su creatividad. La frustración que dejara en él
su malogrado amor quedó atrás y empezó a componer obras musicales.
Las primeras tuvieron más de intento y búsqueda que de auténtica
realización, pero luego empezó a escribir obras que revelaban ya una
auténtica valía. Una de ellas, denominada Ceremonial de la danza,
reflejaba magistralmente la eterna aspiración que han tenido los
danzantes de todos los tiempos de superar las limitaciones que impone la
materia y alcanzar, a través del movimiento corporal, una directa
comunicación con lo divino.

Muy pronto la crítica musical comenzó a prestar atención a las obras de


Jorge Berroa. Se comentaba elogiosamente su carácter nacionalista y su
sinuosidad cromática. Si bien toda la obra era fundamentalmente
pianística, se utilizaban en ella otros instrumentos que la hacían apropiada
para ser interpetada por pequeñas orquestas. Para muchos críticos fue
motivo de asombro el que para la ejecución de música clásica se
introdujese en la orquesta la marimbula, un sencillo y sonoro instrumento
creado en el siglo xix por los esclavos negros de las plantaciones de
azúcar.

Fama y honores comenzaron a llegar al compositor. En 1969 fue invitado a


participar en el Festival de la Primavera de Praga, evento cultural de
prestigio internacional al que acuden renombrados artistas. Fue toda una

48
enriquecedora experiencia. Recorrer las calles, plazas y museos de la
capital checa, asistir a conciertos y conferencias de altísima calidad,
dialogar con algunos de los más destacados exponentes del arte a nivel
mundial. Más allá de las cuestiones culturales, el viaje proporcionó a Jorge
una directa información sobre lo ocurrido en uno de los puntos neurálgicos
del movimiento de protesta que había sacudido al planeta el año anterior.
Los tanques soviéticos habían invadido Checoslovaquia aplastando todo
asomo de resistencia. Jan Palach, un joven checo de gran espiritualidad,
se había inmolado en llamas para protestar contra la invasión de su país.
Aun cuando la feroz represión parecía haber liquidado al movimiento
libertario, esto no era así y en forma subterránea estaba surgiendo una
creciente oposición que, tarde o temprano, terminaría echando por tierra el
burocrático andamiaje de los regímenes comunistas.

****

«Matrimonio y mortaja del cielo bajan.» En 1973 Jorge Berroa casó con
Aurora Gramach, una mujer poseedora de una gran erudición,
especialmente en lo referente a temas históricos y derecho internacional.
La razón de por qué algunas parejas alcanzan una armónica integración
mientras que a btras dicho logro les resulta imposible, es un enigma
indescifrable y se traduce en una de las mayores fuentes de conflicto en
las relaciones humanas. La boda que nos ocupa resultó un desastre. Total
incapacidad para comprender la forma de ser y sentir de la otra parte.
Ideales y puntos de vista contrapuestos. Diferencias de gustos en lo
tocante a comidas, diversiones y decoración del hogar. Tal parecía que
eran dos seres provenientes de muy distintas galaxias. El matrimonio
habría quedado disuelto a poco de iniciado de no ser por la llegada de un
hijo, al cual se dio el nombre del padre. El niño significó una especie de
tregua que disminuyó por un tiempo la intensidad del conflicto sin llegar a
resolverlo. Finalmente, terminó imponiéndose la lógica y la pareja tomó la
determinación de divorciarse.

****

En el grupo de Danza Nacional, del que Jorge era director musical,


figuraba una norteamericana llamada Lorna Burdsall. Era una bella mujer
de bien formado cuerpo, larga cabellera y ojos verdes, poseedora de un
carácter rebelde y alegre. Nacida en el estado de Connecticut había
estudiado en Nueva York con Martha Graham, la famosa fundadora de la

49
Escuela de Danza Moderna. Influida por ideales revolucionarios, Lorna se
había trasladado a Cuba en 1958 para unirse a los rebeldes que luchaban
en Sierra Maestra comandados por Fidel Castro. Ahí conoció y formó
pareja con Manuel Piñeiro, apodado Barbarroja. Tras el triunfo de la
Revolución, Piñeiro fue designado jefe de Seguridad Nacional,
demostrando tal eficacia en el desempeño de su cargo que todos
coincidían en considerarlo el tercer hombre dentro de la jerarquía del
poder en Cuba, tan solo por debajo de Fidel y de Raúl Castro. Las
maquinaciones urdidas por el Gobierno norteamericano al través de la CÍA
—tendentes a derrocar al Gobierno cubano y dar muerte a sus dirigentes
— eran siempre descubiertas y anuladas por la sagacidad del pelirrojo
comandante. Tal parecía que en la isla no podía moverse la hoja de un
árbol sin que el jefe de Seguridad se enterase de que había ocurrido dicho
movimiento.

A resultas de su constante trato derivado de su común trabajo, Jorge


Berroa y Lorna Burdsall fueron sufriendo una gradual transformación en lo
tocante a sus respectivos y recíprocos sentimientos. Primero simpatizaron
mutuamente, luego surgió una gran amistad y finalmente esta se convirtió
en un profundo amor. La posibilidad de que dicho amor pudiese
encauzarse en una forma convencional era muy remota. Lorna y
Barbarroja llevaban más de quince años como pareja y tenían un hijo
adolescente. A juzgar por su temperamento y antecedentes, no era de
esperarse que el comandante se resignase pasivamente a la pérdida de
su pareja, sino más bien que tuviese una reacción violenta que incluso
podía derivar en dar muerte a los dos enamorados.

Al tiempo que su vida sentimental se complicaba peligrosamente, la


carrera musical de Jorge proseguía en ascenso. Creación de nuevas
obras, exitosos recitales en diversas ciudades de la isla y triunfantes giras
de la Compañía de Danza Nacional por el continente europeo. En
reconocimiento a sus méritos, Berroa fue honrado con la distinción de
«Compositor Vitalicio de Cuba», e incluido en el selecto grupo de los
integrantes del Colectivo de Compositores de Música Clásica. Se le otorgó
también el cargo de jefe de Música de la Provincia de La Habana.

Estalló el escándalo. En una gira que realizaba por Yugoslavia la


Compañía de Danza Nacional, el agregado militar de la Embajada de
Cuba en Belgrado descubrió la relación que existía entre Lorna y Jorge.
De inmediato la denunció ante los bailarines y músicos del grupo, los
cuales, con la excepción de dos, dejaron al instante de dirigir la palabra a

50
la pareja y de tener con esta cualesquier otra forma de comunicación. El
chismoso militar y diplomático redactó un pormenorizado informe de su
descubrimiento al directamente afectado, o sea, al comandante Manuel
Piñeiro. Al parecer, la clave utilizada en la transmisión del informe era del
conocimiento de la CÍA y esta juzgó conveniente filtrar la noticia a los
periodistas de Miami, pues el caso es que en algunas publicaciones del
mayor centro de cubanos en el exilio se dio a conocer públicamente —con
gran sarcasmo y burla— el hecho de que el jefe de Seguridad de Cuba,
quien se preciaba de poseer un completo conocimiento de cuanto sucedía
en la isla, había manifestado una total incompetencia para vigilar la
conducta de su mujer.

Al regresar músicos y danzantes a Cuba, una camioneta con agentes se


llevó a Lorna del aeropuerto con destino desconocido. Nadie detuvo a
Jorge, y este tuvo una noche para elucubrar sobre cuál podría ser la
suerte que le esperaba. A la mañana siguiente un agente llegó a su casa
para conducirlo hasta las oficinas centrales de Seguridad Nacional, ante el
propio comandante Barbarroja. No fue una entrevista fácil, sino tensa y
áspera, pero en contra de lo que Jorge esperaba se le comunicó que no
se tomaría represalia alguna en su contra y que estaba en libertad para
unirse con Lorna. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué era lo que había propiciado
tan inesperado desenlace? La pareja terminó enterándose por una
confidencia de la secretaria del propio Fidel Castro. La publicación del
caso en la prensa norteamericana había convertido un asunto privado en
cuestión de Estado. Si el jefe de Seguridad Nacional tomaba venganza y
cometía un doble asesinato, la opinión pública internacional vería en ello
una prueba de que en Cuba prevalecía una total carencia del Estado de
Derecho. Así pues, el jefe del Gobierno revolucionario había resuelto que
debía ser la mujer quien decidiese con quién quería vivir, sobre la base de
que si optaba por el músico en lugar del comandante, perdería todos los
privilegios que tenía por ser la compañera del tercer hombre en la
jerarquía de mando del Gobierno cubano.

Lorna no lo dudó y optó por el músico. Este, a su vez, vio cerrarse


felizmente un episodio de su vida que muy bien pudo haber concluido con
esta. Una vez superada la crisis ocasionada por su riesgoso romance,
Jorge estuvo en condiciones de centrar de nuevo su atención en la que
sentía era su principal tarea por realizar: desarrollar al máximo sus innatas
facultades de médium.

51
9

Adentrándose en el más allá

A
VANZAR POR LA ESTRECHA VEREDA que, al través del
desarrollo de facultades extra-sensoriales, permite a los vivos
adentrarse en el mundo de los desencarnados, constituye una
riesgosa aventura. Como ya se ha dicho, la mayor parte de los médiums
tan solo logran establecer comunicación con espíritus ubicados en planos
de muy densa vibración. El contacto con esta clase de seres resulta a la
postre altamente perjudicial para las personas que lo realzan y para los
propios espíritus. Muy diferente es el caso de la relación que se establece
con espíritus que habitan ya en las moradas celestes, los cuales están
siempre dispuestos a proporcionar una invaluable y generosa ayuda a los
seres humanos.

Bajo la acertada dirección de doña Esther Gomiz, Jorge había ido


adentrándose en el mundo de los espíritus. Percibió primero que esa otra
realidad está integrada por múltiples planos y comenzó a diferenciarlos.
Superó sin mayor esfuerzo la tentación de establecer comunicación con
los seres de los niveles inferiores. Desarrolló la necesaria sensibilidad
para hacer contacto con el espíritu que guiaba a su maestra, el de don
Antonio Cortina, el mismo que a partir de ese momento se convirtió
también en su mentor.

Al través de las enseñanzas recibidas directamente de don Antonio, Jorge


fue comprendiendo que lo que determina el nivel de vibración de cada ser
son los objetivos que, consciente o inconscientemente, este se ha fijado
como meta. Así pues, resultaba imprescindible que él supiese con toda
precisión cuáles eran realmente los propósitos que le guiaban en su
determinación de adentrarse en el mundo de los espíritus. Tras de realizar
una cuidadosa introspección de sí mismo, llegó a la conclusión que la
intención que lo motivaba era un auténtico y sincero deseo de ayudar a los
demás, del todo desprovisto de cualquier afán de lucro, poder o lucimiento
personal.

52
Otra cuestión que, a juicio de don Antonio, revestía una particular
importancia era la relativa a la manera específica que cada cual tiene para
lograr desarrollarse, manera que debe ser buscada, encontrada y aplicada
por cada ser de forma particular. Jorge se empeñó, por tanto, en resolver
esta cuestión y encontró que su forma personal de buscar el desarrollo era
la de «dejarse llevar», esto es, la de tratar siempre de ajustarse a todo tipo
de cambios y circunstancias, sin pretender cuestionar el porqué de las
cosas, aceptando que cuanto existe es resultado de las leyes cósmicas y
divinas.

Cuando don Antonio juzgó que su nuevo médium había alcanzado el nivel
adecuado para ejercer plenamente dicha función, no se limitó ya a
dialogar con él, sino que comenzó a transmitir por su conducto toda clase
de enseñanzas y orientaciones. El número de personas que acudían con
Jorge buscando ayuda y solución a sus problemas crecía continuamente;
si lo que este anhelaba era poder ser útil a los demás, había encontrado la
forma de lograrlo.

****

En contra de lo que Jorge y Loma habían temido en un principio, ambos


pudieron continuar desempeñando normalmente sus respectivas
actividades musicales y dancísticas. Incluso Jorge añadió a sus ya
múltiples ocupaciones la de subdirector de la Editora Musical de Cuba,
institución que llevó a cabo, en las décadas de los setenta y los ochenta
del siglo xx, una importante labor de difusión a nivel internacional de la
música popular cubana. El desempeño del mencionado cargo permitió al
médium y músico establecer relaciones de amistad con un gran número
de cantantes y compositores de la isla, algunos de los cuales, como Pablo
Milanés y Silvio Rodríguez, alcanzarían grandes éxitos y enorme
popularidad.

La relación de la pareja no podía ser mejor. Durante varios años nada


turbó la felicidad de Jorge y Lorna, por lo que estos se hallaban
convencidos de haber logrado encontrar su contraparte a esa otra mitad
de cada uno de nosotros, de la cual fuimos separados en el principio de
los tiempos, según relatan los mitos y las leyendas de muy diversos
pueblos. Luego, los estrechos vínculos que los unían comenzaron a sufrir
un lento pero ininterrumpido deterioro. ¿Qué era lo que estaba pasando?
Tal vez Fidel Castro había previsto lo que fatalmente ocurriría. Su
resolución de que si la bailarina norteamericana desdeñaba al

53
comandante Barbarroja sería despojada de ciertos privilegios terminó por
surtir efecto. En la Cuba revolucionaria estaba prohibido el empleo de
servidumbre doméstica, tan solo los más altos funcionarios gozaban del
privilegio de tener sirvientes en sus casas. Ese había sido el caso de
Lorna por ser la compañera del jefe de Seguridad Nacional, pero ahora,
tras de ocho años de tener que hacer frente a las labores cotidianas de un
hogar, fueron aflorando en su subconsciente antiguos resentimientos en
contra de su padre, quien, siendo ella aún muy pequeña, la había obligado
a trabajar en las faenas de la casa. Jorge representaba un sustituto de la
figura paterna y contra él se canalizaban los no superados resentimientos.
Antes de que surgiesen mayores conflictos la pareja optó por separarse,
preservando un sincero y amistoso afecto.

*****

Al contrario de los altibajos que le acontecían a Jorge en su vida


sentimental, en lo tocante a su desarrollo como médium este proseguía en
continuo ascenso, cada vez le costaba menos trabajo alcanzar el nivel de
percepción necesario para observar lo que ocurría en el mundo de los
espíritus, y cada vez captaba mejor una serie de circunstancias y
características propias de dicho mundo. Sin perder el tono festivo y
humorístico que lo singularizaba, don Antonio felicitó a su médium por los
avances logrados y le comunicó una inesperada noticia: en vista de que
estaba ya en condiciones de captar las vibraciones de seres situados en
planos superiores, lo iba a presentar con un espíritu con el que había
hecho una gran amistad, el de Dante Alighieri, el genial escritor florentino
autor de la Divina Comedia.

Don Antonio cumplió su promesa y Jorge pudo conocer al espíritu de


Dante. Era un alma poderosa y sabia, de exquisita y refinada educación.
Gentilmente se ofreció para colaborar en el desarrollo de Jorge
proporcionándole enseñanzas sobre muy variados temas. Dante poseía
increíbles conocimientos sobre la parte secreta y sagrada de los números,
de los colores y de la geometría. Desde luego, dominaba también los
aspectos igualmente secretos que tienen las letras, las palabras y, por
ende, la literatura en general, de tal forma que enseñó a su discípulo una
nueva manera de lectura que le permitía extraer de ciertos textos una
oculta y valiosa información.

El objetivo central que había dado Jorge a su vida no era el de adquirir


una gran erudición, sino el de brindar ayuda a sus semejantes. Aprovechó

54
por tanto sus recién adquiridos conocimientos para proporcionar mejores
soluciones a los múltiples problemas que le presentaban las personas que
solicitaban su auxilio. En muchos casos se trataba de conflictos derivados
de la falta de armonía que predominaba en las vidas de quienes lo
consultaban. Las enseñanzas de Dante resultaban especialmente
aplicables a esta clase de problemas. Para recuperar la perdida armonía,
a veces se requería tan solo de sencillas medidas, como cambiar el color
de la ropa que se usaba, variar el régimen alimenticio o reacomodar de
lugar el mobiliario de la casa habitación o de la oficina.

Las combinadas enseñanzas que recibía el médium de don Antonio y de


Dante tomaron un nuevo giro, perfilándose a lograr que adquiriese
conciencia de los signos de los tiempos, o sea, de cuáles son las
esenciales características de la presente época. Fue así como empezó a
comprender que la humanidad y el planeta mismo atraviesan por un
trascendental parteaguas. Toda una serie de edades históricas y de ciclos
cósmicos están finalizando y dando inicio a otros nuevos. Antiguas
profecías, contenidas en los libros y tradiciones sagradas de muy distintas
culturas, señalan con toda precisión estos tiempos como una época
decisiva de la cual depende el avance o decadencia de la especie
humana.

Jorge suponía que la información que se le estaba dando sobre la


importancia de los actuales tiempos tenía un determinado propósito, pero
ignoraba aún cuál podría ser este.

*****

Una vez más, el médium y músico intentó alcanzar estabilidad en lo


tocante a su vida sentimental y llevó a cabo sus segundas nupcias. La
contrayente era una mujer culta e inteligente llamada Bertha Álvarez
Martens. El matrimonio tuvo un hijo varón, al que pusieron el nombre de
Alejandro. Jorge nunca había dejado de mirar por su primer hijo, y ahora le
fue posible llevar a este a su nuevo hogar, por lo que muy pronto el
cuarteto constituyó una feliz familia, situación que se prolongó durante
varios años.

Si existe un misterio insondable, este es cuanto atañe al porqué de la


permanencia o extinción del vínculo que mantiene unidas a las parejas.
Para frustración de los cuatro sobrevino el divorcio, sin que pueda
formularse al respecto una valedera explicación.

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Finalmente, los espíritus de don Antonio y de Dante dieron a conocer a
Jorge los motivos por los que habían venido interiorizándolo en la
comprensión de los grandes ciclos históricos. La suerte del planeta
dependía de que los seres humanos lograsen superar la inconsciencia que
los dominaba y fuesen capaces de impulsar el surgimiento de una nueva
cultura de alcances planetarios. El lugar de la tierra donde estaba
naciendo esta nueva cultura era México. Debían, por tanto, los dos
espíritus y Jorge dirigirse a dicho país, para participar activamente en tan
importante acontecimiento.

La inesperada propuesta desconcertó a Jorge y durante un tiempo no


supo qué resolución tomar. Tenía cincuenta y dos años de edad y gozaba
dentro del medio artístico cubano de una envidiable posición, derivada de
toda una vida de entrega a su trabajo. Sabía muy bien que estaba en
condiciones de rechazar la proposición, pero ahora comprendía que esa
era la misión para la que los espíritus habían venido capacitándolo durante
muchos años.

Aplicando su peculiar forma de lograr su desarrollo, «la de dejarse llevar»,


Jorge Berroa optó por quemar sus naves y trasladarse a vivir a México.

56
10

Misión en México

A
TENDIENDO A LAS INDICACIONES del Dante, al arribar Jorge al
aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México buscó la forma
de transportarse al valle de Tepoztlán en el estado de Morelos. Le
aguardaba una de las experiencias más impresionantes de toda su
existencia. En cuanto el automóvil en el que viajaba dejó la carretera de
Cuernavaca para tomar la que conduce al lugar en que naciera
Quetzalcóatl, un verdadero torrente de vibraciones inundó la conciencia
del cubano. Berroa bajó del automóvil y trató de captar ordenadamente las
incontables impresiones que le llegaban. Había de todo. Poderosos
espíritus, que muy posiblemente habían sido guías de luz para la
humanidad en pasadas edades, dialogaban animadamente. Todas las
montañas del valle mantenían también un incesante diálogo. Igual lo
hacían las plantas y los animales. Por encima de aquel aturdidor barullo
predominaban dos voces de cósmicas resonancias: las de los dos
volcanes de elevadas cumbres que, aun cuando no estaban en los
linderos del valle, imperaban en este con su avasalladora presencia.

Era la primera vez que a Jorge le era dado escuchar hablar a las
montañas. No entendía nada de lo que decían, como tampoco alcanzaba
a comprender en esta ocasión lo que dialogaban entre sí los espíritus de
los muertos. La confusión que generaba en su ánimo aquel alud de
variadas vibraciones fue tan grande que consideró que estaba a punto de
perder la razón. Tan solo perdió momentáneamente el conocimiento,
cuando lo recobró todo estaba en calma. No se escuchaba ninguna voz
proveniente de las montañas, ni se atisbaba espíritu alguno. El valle de
Tepoztlán lucía en toda su esplendorosa y enigmática belleza.

Jorge suponía que debía existir una causa por la cual se le había hecho
vivir esa prueba, así que invocó a los espíritus del Dante y de don Antonio
para preguntarles. La pareja de desencarnados no se hizo esperar y
procedió a formular una explicación seguida de una inusitada propuesta.
Habían considerado necesario que el médium se percatase por sí mismo
de su imposibilidad para comprender la forma de expresarse de los

57
distintos seres que existían en México. Necesitaba capacitarse para lograr
este fin, y la única forma de hacerlo era cambiando su fecha y lugar de
nacimiento, pues en el momento en que nace una persona y realiza su
primera inhalación todo su ser se impregna con las energías
prevalecientes en ese instante y en ese determinado lugar, las mismas
que habrán de darle un sello peculiar y característico. Las energías que
Jorge recibiera el nacer el 13 de diciembre de 1938 en La Habana habían
sido de lo más apropiadas para el proceso de desarrollo realizado hasta
entonces, pero ahora no eran las adecuadas para las tareas que tendría
que llevar a cabo en México; debía, por tanto, insistieron, efectuar un
cambio de su fecha y lugar de nacimiento.

Berroa manifestó que, a su juicio, la única forma de lograr semejante cosa


era muriendo y volviendo a nacer. Los espíritus le contestaron que su
respuesta era correcta, pero que, sin embargo, podía darse el citado
cambio, ya que dentro de una misma existencia es posible morir y renacer.
¿Estaba dispuesto a ello? Jorge respondió que sí, y sus maestros del más
allá le explicaron que debería ajustarse a un proceso que tendría siete
años de duración, en el cual las energías que impregnaran su ser en el
momento de su nacimiento irían siendo gradualmente sustituidas por
otras, equivalentes a las que le habrían correspondido si hubiera nacido el
11 de enero de 1938, en un lugar situado justo en medio de la pareja de
volcanes que tenía ante su vista: el Popocatépetl y la Iztaccihuatl.

El Dante y don Antonio explicaron al médiun que el primer paso para


iniciar el proceso de cambio consistiría en que entrase a México por el
lugar apropiado y presentase su solicitud de admisión al país ante las
autoridades correspondientes. Acatando las indicaciones que le daban sus
guías, Jorge se dirigió a las playas de Veracruz, se bañó en estas y luego
avanzó por tierra hasta la ciudad de Drizaba, allí permaneció unos días
dedicado a la silenciosa contemplación del cercano volcán que tiene por
nombre Citlaltépec, intuyendo que era dicho volcán quien se encarga de
supervisar, desde un plano superior al ordinario, la entrada a México de
todo tipo de personas y energías.

Con plena certidumbre, Jorge presintió el instante en que el Citlaltépec le


otorgaba el permiso de entrar. Jubiloso, prosiguió su viaje hacia la capital
de la nación. Sabía que la tarea de cambiar su fecha y lugar de nacimiento
—o sea, el tipo de energías que lo conformaban— sería en extremo ardua,
pero el hecho de que quien tenía autoridad para ello hubiese aprobado su
ingreso al país lo llenaba de optimismo.

58
Durante una primera etapa, las dificultades de Jorge para adaptarse a su
nuevo ambiente fueron de índole estrictamente material. Provenía de una
ciudad situada al nivel del mar y la Ciudad de México se encuentra a 2.000
metros de altura y con uno de los índices de contaminación atmosférica
más elevados del planeta. Estaba acostumbrado a vivir dentro de un
régimen socialista y ahora tenía que hacerlo en un sistema capitalista.
Carecía de amigos en México y tenía tan solo unos cuantos conocidos,
artistas que habían estado en Cuba estudiando o actuando. Su carácter
afable y don de gentes le permitieron hacerse con amigos y relaciones, así
como proseguir la que consideraba constituía su principal misión en la
vida: ayudar a los demás a resolver toda clase de conflictos y
desequilibrios emocionales.

Una vez superados los normales problemas de adaptación que genera el


cambio de residencia de un país a otro, el médium empezó a dar
cumplimiento a las variadas y complejas instrucciones que recibía de sus
dos inmateriales maestros, tendentes a ir logrando la transformación que
se esperaba de él. A veces tenía que recorrer largas distancias para
localizar, en una aislada región del país, una roca poseedora de singulares
vibraciones, junto a la cual tenía que permanecer ayunando durante varios
días. En otras ocasiones debía sumergirse un número exacto de veces, en
fechas y horas precisas, tanto en anchos y conocidos ríos como en
pequeños arroyuelos que descendían de agrestes montañas. Abundaban
también las visitas a determinadas zonas arqueológicas, asiento en
pasados tiempos de centros de máxima sacralidad. Lenta y gradualmente,
su capacidad para empezar a percibir y comprender las formas de
comunicación de los diferentes seres que en diversos planos existen en
México comenzó a desarrollarse.

Al tiempo que acrecentaba su percepción extrasensorial, Jorge recababa


cuanta información podía sobre la historia de México, no tanto la relativa a
las narraciones oficiales y comúnmente conocidas del pasado de esta
nación, sino a sus gestas y epopeyas legendarias, a lo que es su historia
sagrada. Fue así cómo conoció la verdad de lo ocurrido en 1968. El centro
del telúrico movimiento que en ese año sacudiera al planeta había estado
en México. La fuerza que generara dicho movimiento era de carácter
espiritual y el propósito específico que la guiaba era el de reactivar la
dormida conciencia de los dos volcanes más sabios y poderosos del país,
los ya mencionados Popocatépetl Iztaccihuatl, con objeto de que estos
tomasen a su cargo la tarea de propiciar el surgimiento de una nueva y

59
luminosa era para todos los habitantes del planeta. Una mujer excepcional
llamada Regina era quien había dirigido los rituales conducentes a lograr
el despertar de los volcanes. Esto había requerido de su personal
inmolación, así como del sacrificio de 400 personas más, lo cual había
ocurrido en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.

El Dante y don Antonio confirmaron las conclusiones a las que había


llegado Jorge a través de sus indagaciones sobre lo ocurrido en el 68. En
efecto, en ese año se había iniciado en México un proceso de ampliación
de conciencia que terminaría abarcando a todos los seres que moraban en
el planeta. Justamente, la presencia de ambos espíritus en tierras
mexicanas obedecía a su deseo de participar activamente en dicho
proceso. Cada uno de ellos se había propuesto una diferente misión a
realizar. Don Antonio estaba empeñado en conseguir que la cultura
planetaria que se estaba gestando se caracterizase por un profundo
conocimiento de lo que es la auténtica libertad, así como por un gran
sentido del humor. A su vez, el Dante impulsaba cuanta energía propiciase
un afán de búsqueda de la verdadera sabiduría.

Desde luego, los dos mencionados espíritus no eran los únicos que
estaban colaborando en la delicada tarea de ir propiciando el surgimiento
en México de una nueva edad y cultura. Incontables seres luminosos de
elevados planos participaban en ella. Uno de los más activos era el
espíritu de Mahatma Gandhi, quien trabajaba con la misión específica de
lograr que la religiosidad de la nueva cultura tuviese un carácter
ecuménico, esto es, que se diese un profundo respeto y colaboración
entre las distintas religiones existentes en el mundo. El espíritu de Gandhi
había hecho una gran amistad con Dante y con don Antonio, por lo que
pronto Jorge comenzó a tener la increíble oportunidad de poder escuchar
las conversaciones que sobre variados y siempre elevados temas tenían
la trilogía de espíritus.

Al iniciarse 1994, cuando Jorge Berroa estaba por cumplir cuatro años de
residencia en México, sus espirituales guías le dijeron que aun cuando
todavía faltaba algún tiempo para que lograse una plena incorporación a
las energías de este país, había alcanzado el grado suficiente de
desarrollo como para iniciar una labor de enseñanza que permitiese a
cierto número de personas descubrir y acrecentar sus propias facultades,
lo que les daría la posibilidad de participar más conscientemente en el
proceso de expansión de la nueva era. Entre aquellos a quienes había
ayudado a resolver sus problemas Jorge había hecho una buena cantidad

60
de amigos y conocidos, por lo que no le resultó difícil integrar un grupo de
20 personas, firmemente decididas a realizar los esfuerzos necesarios
para adquirir una mejor comprensión de sí mismas, de sus semejantes y
de las necesidades de su época.

Fue también a principios del citado año de 1994 cuando sus amigos del
más allá informaron al médium que se aproximaban días en extremo
difíciles para México. Las fuerzas más tenebrosas provenientes del mundo
de las tinieblas estaban agrupándose para llevar a cabo un demoledor
ataque en su contra. Intentaban no solo eliminar hasta la menor
probabilidad del florecimiento de una nueva era, sino aniquilar a la nación
que la estaba incubando. Los acontecimientos no tardaron en corroborar
la verdad de lo anunciado por los espíritus. Uno tras otro fueron dándose
una serie de infaustos sucesos. La nación se vio envuelta en una oleada
de crímenes políticos y en una crisis económica de gran magnitud. La
desconcertada población no lograba adivinar las posibles causas de los
inesperados eventos. En realidad, cuanto acontecía en los planos
materiales y visibles era tan solo un pálido reflejo de lo que estaba
ocurriendo en otras dimensiones. El 21 de diciembre de 1994 tuvo lugar
en estas una trascendental batalla, en la cual las fuerzas demoníacas
intentaron destruir la identidad y el espíritu mismo de México. Estuvieron a
punto de lograrlo. No lo consiguieron gracias a la heroica resistencia de
todos los seres luminosos que desde diferentes planos custodian al país y
a su valiosa herencia sagrada (1).
1
El libro El Séptimo Cadete, de Patricia Zarco (Editorial Grijalbo), contiene una pormenorizada
relación de esa batalla, así como los principales acontecimientos que la antecedieron y precedieron.

A pesar de las difíciles condiciones que imperaban en el ambiente, los


espíritus que guiaban a Jorge Berroa prosiguieron dándole la ayuda
necesaria para llevar a feliz término su cambio de fecha y lugar de
nacimiento, completando así su proceso de adaptación a las energías y
vibraciones propias de México. Empezó a comprender y a comunicarse
con las piedras, los ríos, los árboles y las montañas del país. Momento
determinante en el citado proceso de adaptación lo fue aquel en que logró
establecer comunicación con el espíritu de la Iztaccihuatl, verdadera
guardiana de los archivos nacionales, o sea, de las experiencias y
sabiduría que constituyen la auténtica mexicanidad.

El importante acrecentamiento de su percepción extrasensorial permitió a

61
Jorge una mayor comprensión de las respectivas tareas en que estaban
empeñados sus invisibles maestros, pudiendo así prestarles una más
eficaz

colaboración. Ahora tenía plena conciencia de que la evolución de la


especie humana requiere de la incesante ayuda proveniente de los planos
superiores, pero que esta no se produce si los seres humanos no tienen la
humildad de reconocer su incapacidad para progresar por sí mismos, o
bien si, aun teniéndola, no llevan a cabo los esfuerzos necesarios para
obtener dicha ayuda.

Los resultados alcanzados por Jorge con su primer grupo de alumnos


fueron altamente satisfactorios. Algunos de ellos poseían latentes
facultades de médiums, que, al ser adecuadamente activadas y
encauzadas, les permitieron establecer sus personales conexiones con el
más allá y determinar cuáles eran las tareas que les correspondían
cumplir. Los demás integrantes del grupo obtuvieron también importantes
beneficios, como el precisar cuál era su misión en la vida y desarrollar las
facultades necesarias para cumplirla. Animado por los buenos logros
alcanzados, Jorge formó dos nuevos grupos (uno en la Ciudad de México
y otro en Cuernavaca), con los cuales comenzó a trabajar intensamente.
En todos los casos perseguía con su labor un doble propósito. El que cada
quien fuese consiguiendo su personal desarrollo interno y el que todos se
sumasen, conscientemente, a la delicada operación de participar en la
creación de una nueva cultura, firmemente asentada en su conexión con
lo sagrado.

En cierta ocasión, al comentar la singular experiencia que constituía cada


una de las clases de Berrea, uno de los más veteranos asistentes a las
mismas afirmó:

—Conforme pasa el tiempo, las facciones de Jorge se asemejan cada vez


más a las de las grandes cabezas olmecas.

62
Colofón

E
N LA ACTUAL COYUNTURA de la humanidad, al concluir un
milenio de historia e iniciarse otro, es evidente que cuanto
acontece en el mundo es resultado de dos simultáneos y diferentes
procesos. Un proceso de muerte, que abarca a todas las culturas del
pasado y a las instituciones generadas por estas, y un proceso de
nacimiento de una nueva Edad y Cultura, que apenas está iniciándose,
pero que se manifiesta ya de múltiples maneras con fuerza incontrastable.

Forman parte y son consecuencia del proceso de muerte las crisis


políticas y económicas, la contaminación, el creciente poder del
narcotráfico y, en general, todas las manifestaciones de degradación y
decadencia que contemplamos por doquier. A su vez, forman parte
integrante del proceso de nacimiento todas aquellas personas, grupos o
movimientos empeñados en recuperar el sentido sagrado de la existencia,
tanto a través de la acción individual (ampliación de conciencia y
búsqueda de la espiritualidad) como colectiva (creación de comunidades
respetuosas de las leyes naturales y los ciclos cósmicos).

Ahora bien, dentro de esta búsqueda para encontrar los caminos que
conduzcan a un retorno a lo sagrado, habrá que tomar en cuenta el
ancestral anhelo humano de establecer puentes que permitan la
comunicación entre quienes vivimos en esta dimensión material y quienes
moran en más elevados planos, llámense ángeles y arcángeles, o
espíritus de hombres y mujeres que alcanzaron en el pasado un
importante desarrollo interno.

Esta función que realizan ciertas personas de fungir como lazos


comunicantes entre dos diferentes realidades no es una misión fácil, ni
está exenta de grandes riesgos y posibilidades de engaño, pero, a pesar
de ello, reviste tan enorme importancia que a lo largo de la historia, y
venciendo toda clase de dificultades, se ha dado en todas las grandes
culturas y tradiciones. No dudamos que en un próximo futuro habrá de
recobrar su enorme relevancia. Ojalá que la globalizada sociedad del
mañana tenga la sabiduría y la sensatez necesarias para saber hacer un
uso adecuado de ese valioso instrumento que representa el empleo de las
facultades extrasensoriales.

63
El propósito central al escribir esta obra fue el de presentar un testimonio
sobre la vida de un médium de nuestros tiempos. Estoy seguro de que
para muchas personas todo lo aquí expuesto será visto como una pura y
simple fantasía. En igual forma, es muy posible que aquellos que han
tenido la oportunidad de constatar por sí mismos las facultades del señor
Berroa tiendan a considerar que el libro no refleja suficientemente la índole
excepcional de dichas facultades. En realidad, este testimonio no fue
elaborado pensando en alguno de estos dos extremos. Para quienes no
creen en la existencia de lo sobrenatural, ningún libro les hará cambiar de
opinión. Para quienes han vivido la personal experiencia de establecer
comunicación con el más allá, cualquier relato al respecto les parecerá
siempre defectuoso e insulso.

Entre los dos opuestos mencionados existe una amplia gama de personas
que, sin aceptar ciegamente lo que leen o escuchan, tampoco están
cerradas a la posibilidad de que en la vida puedan darse toda clase de
hechos extraordinarios y milagrosos, siendo uno de ellos el que los
humanos podamos recibir ayuda y orientación de quienes nos precedieron
en la existencia. Es, pues, para estas personas para las que fue elaborado
el presente trabajo, ya que estoy seguro de que a todas ellas les animará
el saber que, al parecer, existe actualmente en el mundo de los espíritus
un generalizado criterio: el de que están por llegar tiempos mejores para
toda la humanidad, una era de auténtico progreso, de mayor justicia y
libertad y de un evidente predominio del espíritu.

En la medida de nuestras respectivas posibilidades, participemos al


máximo de nuestro esfuerzo en cuanta tarea contribuya a la pronta
creación de la nueva cultura planetaria.

Terminó de Digitalizarse el 29 de Julio del 2008, a las 6:40 p.m.


Por Angy Bahl.

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DATOS SOBRE EL AUTOR

Antonio Velasco Piña


Nació en 1935 en Buenavista de Cuéllar, estado de Guerrero (México). Alcanzó fama internacional
con Regina, novela histórico-biográfica de una joven cuyo sacrificio, en la matanza de la plaza
Tlatelolco el 2 de Octubre de 1968, significó el despertar de unas fuerzas cósmicas que, en armonía
con un legado tradicional milenario, permitiría a México encontrar una nueva conciencia como
nación. Desde entonces, Velasco Piña es el depositario de la herencia tanto mística como física de
Regina, así como de su compromiso con la historia de México. También es autor de varias obras
más que a continuación les comparto:
Lista de publicaciones (en orden cronológico respecto a la primera edición):
1.- Tlacaelel: El Azteca entre los Aztecas; Editorial Jus, 1979.
2.- Regina: 2 de Octubre no se olvida; Editorial Jus, 1987.
*3.- El retorno de lo sagrado, Editorial Círculo Cuadrado, 1990.
*4.- Cartas a Elíabeth; Editorial Círculo Cuadrado, 1990.
*5.- Espejo del viento; Editorial Siembra Olmeca, 1992.
*6.- La herencia Olmeca; Editorial Círculo Cuadrado, 1993.
*7.- El despertar de Teotihuacan, Editorial Jus, 1994.
*8.- Dos guerreros Olmecas; Ed. Grijalbo-Círculo Cuadrado, 1997.
*9.- Hombres que quieren ser, Editorial EDAF, 2000.
10.- La guerra sagrada, Editorial EDAF, 2001.
11.- Amor y destino en Palacio Nacional; Editorial Grijalbo, 2003.
12.- Los siete rayos; Editorial Alfaguara, 2004.
13.- El círculo negro; Editorial Punto de Lectura, 2005.
14.- Historia de un musical mágico: Regina, una nación que despierta; Ed. Libros para todos,
2006.

Los textos con asterisco están fuera de circulación debido que no han sido reeditados.
Quien estuviera interesado en adquirir los derechos para la publicación de los mismos, favor de
ponerse en contacto con el vía telefónica con el autor directamente o bien escribir a la siguiente
dirección de correo electrónico: mexicosagrado

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