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POSEIDÓN

Queridos nietos, venid aquí. ¿Habéis visto últimamente

que en las noticias no hacen más que anunciar un

maremoto en Japón? ¿No os habéis parado a pensar que

ese maremoto lo ha podido haber provocado en el mar el

dios Poseidón?

- Abuelo, ¿de dónde sacas tantas historias absurdas?

- No son absurdas. Yo he conocido a ese dios y os voy

a contar su historia.

Hace muchos años, ejercía de marine y cruzaba el

océano Pacífico para llegar precisamente a Japón, en un

inmenso buque. Una terrible tempestad no hacía más

que dificultar la navegación y el capitán maldijo a todos

los dioses porque parecía que no iba a haber salida para

tal desventura.

Por alguna razón que desconozco, los dioses le

escucharon. En especial Poseidón, el dios que gobierna

todas las aguas y mares. La situación empeoró. Poseidón

juraba que la tempestad no la provocaba él, pero los

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marineros no le creían, pues se contaban terribles

historias de este dios, aunque en mi opinión, nunca

ciertas.

Ninguno quiso escuchar a Poseidón y éste provocó una

ola gigante que hundió el barco.

Miles de marineros inocentes nos quedamos en el agua

esperando que algún milagro ocurriese. Conmigo ocurrió:

el dios vio algo en mí; me hizo un gesto para que le

acompañase y en la situación en la que me encontraba lo

peor que podría ocurrirme era la muerte, así que le

seguí.

Poseidón me transportó a un reino submarino, secreto,

brillante, de castillos dorados. Debajo del agua podía

apreciarse una luz preciosa que alumbraba el abismo del

océano y una auténtica civilización subacuática.

Me invitó a que me quedase con él.

Lo último que recuerdo es que llegué a una playa y estoy

seguro de que fue porque Poseidón me salvó. Supongo

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que también rechacé su oferta, algo de lo que hoy

curiosamente me sigo arrepintiendo.

Durante años me tomaron por loco. La gente decía que

era una historia imposible e inverosímil y que me lo

inventé todo. Además, todos decían que era imposible

que Poseidón, el temible dios de los mares que deja barcos

errantes y provoca terribles tempestades, fuese tan

bondadoso.

La realidad es que yo hoy estoy aquí, contando esta

historia con un recuerdo precioso de aquella tempestad.

[…..]

Los nietos comenzaron a alejarse. Pensaban, como todos

los demás, que el abuelo estaba enloqueciendo.

Yo, sin embargo, también creo lo que cuenta el abuelo y

tengo la esperanza de que algo tan bonito también me

ocurra.

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