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NOMBRE: FERNANDO SALGUERO

CURSO: 1º “C” BGU”

FECHA: 29 DE DICIEMBRE DEL 2022

EL GRUMETE DE COLÓN
Capítulos 1, 2,3 y 4
Mi nombre es Blas Tascón, nací en Montalván, casi al cumplir 6 años quedé
huérfano. Mi madre falleció de fiebres y mi padre fue aplastado por una piedra.
Fui acogido en el monasterio por los monjes que se convirtieron en mi única
familia, ellos me educaron en la fe, me enseñaron a leer y escribir. Fray
Gonzalo tenía asignada mi educación, yo me sentía feliz en ese lugar y no
quería salir nunca de ahí.
Cierto día llegó al monasterio Cristóbal Colón, nacido en la ciudad de Génova,
era marino, su aspecto era cansado y triste. Un día partió para ser recibido por
Los reyes Isabel y Fernando. Las majestades de España escucharon al
genovés y se interesaron por su proyecto, pero los sabios de Salamanca y
Córdoba desestimaron su proyecto, esto afectó el ánimo del señor Colón que
regresó triste y envejecido. Pero García Hernández se interesó por sus ideas,
enviándole un correo a la reina Isabel pidiéndole que reconsiderara el proyecto
de Colón, entonces se dispuso que se dieran las naves para que se
emprendiera el viaje, otorgándole a Colón el título de almirante.
El señor Colón decidió llevarme como grumete, pensando que me hizo un
favor, pero me hundió en la desgracia, él me dijo que no debo llorar sino reír y
decidí seguirlo hasta el fin del mundo. A la nao le habían llamado Santa María,
el almirante daba órdenes y comprobaba que todo esté en su sitio. Yo ayudé al
contramaestre a revisar las provisiones por recomendación de Colón. Caía la
noche y un viejo me detuvo diciéndome que el capitán de la nave es un loco y
que no le siga.
El 3 de agosto de 1492 las naves estaban dispuestas a partir, acudieron
algunos frailes a despedirme y a darme consejos, enseguida partimos a las
islas Canarias. Mi corazón se agitaba de temores e incertidumbres si saber a
ciencia cierta a dónde íbamos, experimenté la rabia, odié a todos y maldije mi
suerte. Un marinero que le llamaban el portugués me preguntó ¿a qué has
venido a este barco? Yo le respondí: he venido hacerme un hombre. Aquí no te
harás un hombre, quizá llegues a ser un marinero.

Capítulos 5,6,7 y 8
Al ver por primera vez los barcos en el puerto me parecieron fuertes como
catillos, las olas movían a la nao como una hoja seca, haciendo muy difícil el
moverse por la cubierta, tenía mareos continuos, me encontraba débil y
aterrorizado por todo lo que sucedía a mi alrededor. El barco no tenía cocina
cada día se instalaba en un lugar diferente el fogón, rara vez la comida estaba
caliente. Los marineros observaban mis vomitonas, uno de ellos me dijo que
podía escuchar la música de las aguas, que solo tenía que acercar mi oreja al
palo mayor y oírla, era un sonido como de flauta alegre y dulce, pero era una
trampa y al hacerlo él me golpeó la cabeza contra el mástil. El señor Colón me
decía que no haga caso de las burlas de los marineros.
Los marineros y grumetes no teníamos no teníamos un sitio asignado para
dormir o descansar, cada uno lo hacíamos donde podíamos, hasta que
encontré el mejor sitio en la bodega, allí me sentía lejos de la odiosa tripulación
y eso me compensaba. A medida que pasaban los días los marineros se
mostraban más irritados, blasfemaban y gritaban y yo deseaba que todo
aquello terminara cuanto antes y regresar al monasterio. Al hacer la tarde los
ánimos se calmaron un poco, se cantaba y bailaba, también se contaban
historias de la vida en el mar.
El gallego Miguel Freire contaba acerca de las criaturas que poblaban el
océano, seres monstruos capaces de devorar un barco, pero para que
aparezcan esas criaturas sólo hemos de adentrarnos en sus territorios, no
hagas caso a esas historias me dijo Colón
Pensé que los grumetes estábamos a bordo para servir a los marineros de
diversión, para ser sus bufones, sus esclavos, no había más remedio que
soportar aquello con paciencia. Conocí a otros grumetes, éramos seis en total,
uno de ellos se llamaba Rodrigo quien intentaba animarme diciendo que la vida
a bordo no era tan mala, él no le temía al mar, cuando las aguas se enfurecían,
se reía de las olas y se colgaba de los cabos.
Me asignaron un lugar en la pompa que debía mantener a raya, decidí que este
sería un lugar en el que también dormiría, a Rodrigo no le gustaba aquel sitio,
prefería tener como techo el cielo estrellado, tenía un espíritu marino. La
pompa tenía ratas pero vencí mi asco y las llamé hermanas.
Rodrigo tenía una opinión formada sobre lo que estaba bien y lo que estaba
mal a bordo, deseaba anotar sus ideas para ponerlas en práctica cuando sea
almirante, pero no sabía leer ni escribir, pero cuando supo que yo sí sabía me
dijo que le enseñara y yo accedí de buena gana, pero las lecciones eran
ocultas a los de los marineros.
A los pocos días de navegación se desencajó el timón de la Pinta, que
mandaba Martín Pinzón, además de recomponer esa avería, se acordó
cambiar sus velas, todos los arreglos se hicieron en opinión de Colón.
Nuevamente Freire me volvió a llenar de miedos cuando me dijo que al
abandonar las islas Canarias nos adentraremos en mares desconocidos donde
habitaban monstruos marinos. En cambio Rodrigo no creía en aquellos cuentos
del gallego y trataba de darme ánimos, él me enseñaba a mí la forma de andar
por el barco, mientras yo le enseñaba las letras. Mi cuerpo se fue
acostumbrando a tan adversas condiciones. Un día por la tarde vimos a unos
delfines y Rodrigo emocionado gritaba se están riendo, los peces se ríen.
Mientras tanto el almirante se mostraba inquieto, miraba con insistencia los
mapas y decía que ya teníamos que haber percibido alguna de que estamos
aproximándonos a tierra.

Capítulos IX, X, XI y XII


El almirante me dijo que le leyese un rato, alternábamos la lectura del libro de
los viajes de Marco Polo con otros libros. A media que pasaba el tiempo y
gracias a las enseñanzas de Rodrigo, andar por el barco era cosa tan natural
como hacerlo por tierra firme.
Un día miércoles un alcatraz se estrelló contra el palo de mesana de la nao y
cayó desplomado sobre la proa. Los hombres hacían burla del ave, Vicente se
disponía estrellarle la cabeza contra un tonel, pero yo le convencí que no lo
haga a cambio de darle una manzana.
Las señales que anunciaban tierra firme no se concretaban y nos venía la
desesperanza, los marineros se habían embarcado confiando en los hermanos
Pinzón pero les tocó que les mandara el almirante, quien temía que se estallara
en motín. Consultaba sus mapas, hacía cálculos sin cesar, intentando saber
qué era lo que estaba pasando porque ya debieron haber visto tierra, mandó
una señal de alarma a los otros capitanes de los otros navíos, eran los
hermanos Pinzón quienes ingresaron a bordo de la Santa María donde Vicente
Pinzón les dijo a los tripulantes que fueron elegidos por don Fernando e Isabel
y que no debían defraudarles a ellos, a la patria, ni a Dios.
Por aquellos días enfermó mi amigo Rodrigo, yo le pedía al almirante que me
dejara cuidarle, Rodrigo deliraba sobre su vida pasada, de las palizas que su
padre le daba, hasta que huyó de casa y sobrevivió pidiendo limosna, sentí por
él mi mayor afecto y gratitud. Finalizaba el mes de septiembre y ocurrió un
hecho singular, uno de los marineros que limpiaba la cubierta de la proa cayó
de rodillas al ver que la vela tenía en una de sus esquinas la imagen de nuestro
Señor Jesucristo, entonces todos cayeron de rodillas ante aquel suceso, para
venerar la imagen y entonar el Padre nuestro. Yo comenté el milagro con mi
amigo Rodrigo, pero el me confesó que uno de los grumetes de la Nao llamado
Alonso tenía afición al dibujo y fue quien pintó la esquina de la tela de la vela.
Solo Rodrigo sabía el secreto. Después de una semana una lluvia torrencial
borró la imagen dejando sólo una mancha de color grisáceo. Alonso a pesar de
estar avergonzado por este suceso se dedicó a pintar en las maderas de la
bodega, al ver estos dibujos Colón comprendió que era obra del mismo que
había pintado la cara de Cristo en la vela.
A través de Rodrigo entablé amistad con Alonso, ese grumete tenía carácter
pacífico, no sabía leer y quiso que yo le enseñe como lo esta haciendo con
Rodrigo. En una ocasión otros grumetes buscaron pelear con Alonso pero él
los evitaba. Otro día se apoderaron de mi alcatraz y comenzaron pero Alonso
intervino, a pesar de que lo golpearon logró liberar al ave.
El almirante estaba agradecido con el grumete porque su dibujo había
apaciguado los ánimos de la tripulación y dijo que le iba a dar una carta de
recomendación a un artista que tiene un taller en Génova para que le acogiera
al muchacho. El almirante sentía especial preocupación por los grumetes de la
nave y les tenía gran estima.

Capítulos XIII, XIV, XV y XVI


En el rincón de la bodega que había hecho mío me pasaba las horas, pero
desde algunos días atrás sentía como, pero desde algunos días atrás iba
perdiendo afición por aquel sitio, desde las existencia de la carne de membrillo,
me hacía recordar la piedras del claustro del convento, me enfoqué durante
días para retenerlo en mi cabeza siquiera lo necesario para identificar tal
semblante, para ese propósito necesitaba de nuevo el olor del membrillo
Rodrigo que sabía todo en cuanto ocurría a bordo supo que un marinero
conservaba un trozo de membrillo, pero el muchacho no quiso prestarme, hasta
que hicimos un trato y me lo prestó por varias horas, , me puse a recordar
como el rostro de la hija de la señora que nos traía el membrillo al convento.
Más tarde quedé conmovido por tan bella historia del portugués, sentí cómo el
temor hacía aquel hombre despreciado por todos, se iba tonando en
admiración y afecto.
Aquel retrato guardé con esmero y lo miraba sin cansarme, yo no sabía nade
del amor, ardía el deseo de tener a Elena junto a mí, el Portugués me dijo que
no me preocupara de no ser correspondido, que lo importante era yo que yo
sentía.
El discurso del capitán de la Niña había calmado los ánimos de los hombres a
bordo, también contribuyó la imagen que había pintado Rodrigo, pero pasaron
los días y volvieron los miedos y la desconfianza. Colón intentaba mostrarse
firme y con su voluntad intacta y aquella entereza apenas aportaba ánimos
. al amanecer y al ponerse el sol se juntaban los tres barcos que es esas horas
es posible ver más lejos que en otras, pero agua y más agua ante nuestros
ojos cansados. Estábamos en la cubierta de popa, iluminados por la luz del
farol, el almirante tras un largo silencio me dio las gracias, pleno de emoción,
me dijo que nos vayamos a dormir porque mañana nos espera un día lleno de
incertidumbres. El almirante me felicitó por haber hecho bien mi trabajo, por
haber mentido de aquel modo , luego imaginando la pesada carga que me
supondría llevar una mentira, me reiteró que no se trataba de una mentira sino
de una forma de dar ánimo.
Colón me dijo que me acercara, que yo tenía la vista joven, ¿no ves a lo lejos
un resplandor como de lumbre?, Sí le dije, entonces el almirante dijo: si hay
lumbre eso es indicio de tierra.
Un marinero de la Pinta que se llamaba Rodrigo de Triana había lanzado un
grito tan esperado, ¡tierra, tierra!
Cuando se acabaron las emociones empezaron las incertidumbres por lo que
podíamos encontrarnos en aquellas tierras. El almirante decidió por fin ir a
tierra, se organizó un grupo de defensa, en compañía de Martín Pinzón, se
exploró el lugar, y Colón bautizó los lugares como San Salvador. Algunos
nativos tenían heridas en sus cuerpos y el almirante les interrogó pero la
diferencia de lengua le puso a deducir sus causas, y llegó a la conclusión de
que tales heridas habían sido ocasionadas por peleas con gentes de otras
islas.
El 24 de diciembre nos encontrábamos frente a las costas de la Española, era
media noche y todos dormíamos cuando de pronto sentimos una fuerte
sacudidas y las maderas de la nao crujieron, era porque un grumete había
estado a mando de la nave. Se hicieron grandes esfuerzos para hacer reflotar
el barco. Trabajamos duro en la construcción del fuerte. Estaba yo con Rodrigo
y se acercó a nosotros el Portugués, rodrigo quiso salir de ese lugar, pero yo le
dije que no debe temer porque el Portugués es de buenos sentimientos.

Capítulos XVII, XVIII, XIX Y XX


Había hacia poniente un pequeño islote, de un verde encendido, y exuberante
vegetación, ni el almirante ni nadie parecían interesados en el, entonces yo
decidí ofrecérselo a Elena, decidí que tomaría una de las barcas hasta llegar al
islote y lo tomaría como posesión. Para este asunto requerí la colaboración de
Alonso, él pintaría mi estandarte y además decidió acompañarme en aquella
aventura.
Acudimos hasta la aldea de los nativos, no sabíamos como indicarles que
necesitábamos pinturas con las que se untaban sus cuerpos, ellos se pintaban
tomando el color de los dedos y deslizando estos por el cuerpo. No
participábamos de la misma lengua, él aprendió en aquellos días una decena
de palabras de castellano.
No sabíamos a qué obedecía el que los nativos mantuvieran oculto aquel
vergel, pensábamos tal vez fuera un camposanto, o un santuario sagrado, pero
nada de eso nos dijo Hunanami. tampoco nos pidió que mantuviéramos el
secreto.
Con el estandarte preparado y bien oculto nos dedicamos a ultimar el plan,
nuestro amigo Hunanami no se separaba de nosotros, quisimos hacer las
cosas como Dios manda y decidimos entregar los papeles a bordo, yo sería el
almirante.
Sentimos que estábamos perdidos en medio del mar que terminaríamos por
morir de hambre y sed, de pronto vimos ante nuestros ojos, una luz tenue del
cielo, una parte del islote. Arrastramos la barca hacia la tierra y caímos
exhaustos yo volvía con frecuencia la mirada hacia el islote, queriendo ver el
estandarte allí clavado. Qué poco imaginaba Elena que su imagen en mi
mente, y en un trozo de madera del barco estuviera al otro lado del mundo.
Ignoro el motivo por el cual los marineros se acercaron hasta el islote de Elena.
A colón le intrigó el hallazgo y quiso ir a comprobar si era cierto lo que los
marineros decían, aunque pensaba que solo eran fantasías de los marineros.
Mi arrogancia ha sufrido el castigo que merecía, doy gracias al cielo por
haberme devuelto a mi ser.
Volví a hablar con el Portugués, una para ofrecerme a despiojarle, que si San
Francisco curaba a los leprosos yo debía liberar aquel hombre de los
huéspedes de su cabeza.
El Portugués me mostró su libro como si fuese un tesoro, los marineros se
apoderaron de él, le arrancaron las hojas que volaban por la cubierta, el
Portugués sin pensarlo dos veces se arrojó por la borda tras su libro, su cuerpo
desapareció y yo lloré amargamente durante horas, entonces se rezó una
oración por el alma del Portugués.

Capítulos XXI, XXII, XXIII, XXIV


Pasábamos algún tiempo costeando aquellas aguas recorriendo las islas , no si
con el fin de adueñarnos de ellas o buscando las minas de oro de las que los
nativos hablaban, los hombres estaban ya cansados de tan largo viaje, de
disputas, de ilusiones frustradas de hallar riquezas, y con la nostalgia de
haberse alejado de s patria.
Los nativos empiezan a desconfiar de nosotros, a estas alturas saben que no
somos dioses, no tienen duda de que somos hijos de mujer como son ellos, y
que solo pretendemos sus riquezas. El almirante me pidió que me fuera de ahí
y ellos siguieron con las disputas.
Al regreso buscamos a Hunanami para despedirnos, pero él no quiso vernos.
Una buena parte de la tripulación quedó en la Española, en el fuerte construido
con sus maderas.
El almirante fue requerido por el rey de Portugal, con el que tuvo un encuentro
cerca de la ciudad de Lisboa en el cual le relató su viaje, poco después
partíamos hacia España.
Con los salarios de nuestro trabajo bien guardados Alonso, Rodrigo y yo
buscamos una posada en Palos de Moguer y nos quedamos ahí unos días. Yo
estaba reuniendo fuerzas para regresar a la Rábida, no por los frailes, a los que
deseaba ver, mis temores eran por volver a ver a Elena.
Antes de despedirnos convinimos los tres un pacto de amistad eterna, que
sellamos con nuestra sangre.
Subí la cuesta que llevaba al monasterio de la Rábida, estaba agitado, hasta
que llegué y los frailes me recibieron con enorme alegría. Todos los hermanos
me acogieron con enorme cariño, yo me complacía en contarles
acontecimientos que mi memoria guardaba. Busque acercarme a la casa de
Elena , su madre me reconoció y me invitó a pasar, me enteré que no se
llamaba Elena sino Elvira.
Posteriormente decidí seguir los consejos de Fray Rodrigo de estudiar teología
aunque ello suponía que Elvira y yo deberíamos estar separados.

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