Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EL GRUMETE DE COLÓN
Capítulos 1, 2,3 y 4
Mi nombre es Blas Tascón, nací en Montalván, casi al cumplir 6 años quedé
huérfano. Mi madre falleció de fiebres y mi padre fue aplastado por una piedra.
Fui acogido en el monasterio por los monjes que se convirtieron en mi única
familia, ellos me educaron en la fe, me enseñaron a leer y escribir. Fray
Gonzalo tenía asignada mi educación, yo me sentía feliz en ese lugar y no
quería salir nunca de ahí.
Cierto día llegó al monasterio Cristóbal Colón, nacido en la ciudad de Génova,
era marino, su aspecto era cansado y triste. Un día partió para ser recibido por
Los reyes Isabel y Fernando. Las majestades de España escucharon al
genovés y se interesaron por su proyecto, pero los sabios de Salamanca y
Córdoba desestimaron su proyecto, esto afectó el ánimo del señor Colón que
regresó triste y envejecido. Pero García Hernández se interesó por sus ideas,
enviándole un correo a la reina Isabel pidiéndole que reconsiderara el proyecto
de Colón, entonces se dispuso que se dieran las naves para que se
emprendiera el viaje, otorgándole a Colón el título de almirante.
El señor Colón decidió llevarme como grumete, pensando que me hizo un
favor, pero me hundió en la desgracia, él me dijo que no debo llorar sino reír y
decidí seguirlo hasta el fin del mundo. A la nao le habían llamado Santa María,
el almirante daba órdenes y comprobaba que todo esté en su sitio. Yo ayudé al
contramaestre a revisar las provisiones por recomendación de Colón. Caía la
noche y un viejo me detuvo diciéndome que el capitán de la nave es un loco y
que no le siga.
El 3 de agosto de 1492 las naves estaban dispuestas a partir, acudieron
algunos frailes a despedirme y a darme consejos, enseguida partimos a las
islas Canarias. Mi corazón se agitaba de temores e incertidumbres si saber a
ciencia cierta a dónde íbamos, experimenté la rabia, odié a todos y maldije mi
suerte. Un marinero que le llamaban el portugués me preguntó ¿a qué has
venido a este barco? Yo le respondí: he venido hacerme un hombre. Aquí no te
harás un hombre, quizá llegues a ser un marinero.
Capítulos 5,6,7 y 8
Al ver por primera vez los barcos en el puerto me parecieron fuertes como
catillos, las olas movían a la nao como una hoja seca, haciendo muy difícil el
moverse por la cubierta, tenía mareos continuos, me encontraba débil y
aterrorizado por todo lo que sucedía a mi alrededor. El barco no tenía cocina
cada día se instalaba en un lugar diferente el fogón, rara vez la comida estaba
caliente. Los marineros observaban mis vomitonas, uno de ellos me dijo que
podía escuchar la música de las aguas, que solo tenía que acercar mi oreja al
palo mayor y oírla, era un sonido como de flauta alegre y dulce, pero era una
trampa y al hacerlo él me golpeó la cabeza contra el mástil. El señor Colón me
decía que no haga caso de las burlas de los marineros.
Los marineros y grumetes no teníamos no teníamos un sitio asignado para
dormir o descansar, cada uno lo hacíamos donde podíamos, hasta que
encontré el mejor sitio en la bodega, allí me sentía lejos de la odiosa tripulación
y eso me compensaba. A medida que pasaban los días los marineros se
mostraban más irritados, blasfemaban y gritaban y yo deseaba que todo
aquello terminara cuanto antes y regresar al monasterio. Al hacer la tarde los
ánimos se calmaron un poco, se cantaba y bailaba, también se contaban
historias de la vida en el mar.
El gallego Miguel Freire contaba acerca de las criaturas que poblaban el
océano, seres monstruos capaces de devorar un barco, pero para que
aparezcan esas criaturas sólo hemos de adentrarnos en sus territorios, no
hagas caso a esas historias me dijo Colón
Pensé que los grumetes estábamos a bordo para servir a los marineros de
diversión, para ser sus bufones, sus esclavos, no había más remedio que
soportar aquello con paciencia. Conocí a otros grumetes, éramos seis en total,
uno de ellos se llamaba Rodrigo quien intentaba animarme diciendo que la vida
a bordo no era tan mala, él no le temía al mar, cuando las aguas se enfurecían,
se reía de las olas y se colgaba de los cabos.
Me asignaron un lugar en la pompa que debía mantener a raya, decidí que este
sería un lugar en el que también dormiría, a Rodrigo no le gustaba aquel sitio,
prefería tener como techo el cielo estrellado, tenía un espíritu marino. La
pompa tenía ratas pero vencí mi asco y las llamé hermanas.
Rodrigo tenía una opinión formada sobre lo que estaba bien y lo que estaba
mal a bordo, deseaba anotar sus ideas para ponerlas en práctica cuando sea
almirante, pero no sabía leer ni escribir, pero cuando supo que yo sí sabía me
dijo que le enseñara y yo accedí de buena gana, pero las lecciones eran
ocultas a los de los marineros.
A los pocos días de navegación se desencajó el timón de la Pinta, que
mandaba Martín Pinzón, además de recomponer esa avería, se acordó
cambiar sus velas, todos los arreglos se hicieron en opinión de Colón.
Nuevamente Freire me volvió a llenar de miedos cuando me dijo que al
abandonar las islas Canarias nos adentraremos en mares desconocidos donde
habitaban monstruos marinos. En cambio Rodrigo no creía en aquellos cuentos
del gallego y trataba de darme ánimos, él me enseñaba a mí la forma de andar
por el barco, mientras yo le enseñaba las letras. Mi cuerpo se fue
acostumbrando a tan adversas condiciones. Un día por la tarde vimos a unos
delfines y Rodrigo emocionado gritaba se están riendo, los peces se ríen.
Mientras tanto el almirante se mostraba inquieto, miraba con insistencia los
mapas y decía que ya teníamos que haber percibido alguna de que estamos
aproximándonos a tierra.