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El otro día vimos a Sandra, amiga de ambos, con ‘otra’ persona. Mantenía una actitud
cariñosa, seductora y alegre. ¿No le estará poniendo los cuernos a su pareja? Eso
sería muy fuerte, ¿no? Aunque, por otro lado, que bonito verla contenta, ¿no?
La primera idea clara que surgía de esta larga y dispersa conversación es que frente al
modelo monógamo de relación propio de la cultura occidental en la que hemos sido
socializadas, creemos que es necesario desarrollar herramientas críticas y afectivas
que rompan con las formas dominantes de las relaciones sexo-afectivas e inventar,
experimentar - con moderado sentido del sufrimiento - formas de relación que eviten
reproducir compulsivamente las normas sociales que nos sujetan. Es entonces, en
este marco, desde donde lanzamos ideas preliminares sobre el tema de la monogamia
y sus difracciones, con el ánimo de que se abran espacios de discusión alrededor de
aquello –difícil de nombrar pero que nos “toca” muy de cerca, sentido y vivido- que
está implicado en los modelos de relación en los que nos involucramos y que atraviesa
completamente los sentimientos presentes en estas relaciones.
Así, absortas en tratar de escarbar los orígenes y los sentidos que se fueron
añadiendo al núcleo de nuestra discusión, buscamos en Internet y encontramos que
“monogamia” (del griego monos = uno y gamos = matrimonio) implica el
establecimiento de un contrato implícito o explicito entre dos personas que establecen
una relación de exclusividad afectivo-sexual. De modo que, por su parte, en su
acepción más común, se entiende la infidelidad como el incumplimiento del
compromiso de la monogamia, esto es, el de mantener relaciones sexuales sólo con la
persona definida como pareja. La monogamia, entonces, se erige como la forma
“ideal” de relación sexo-afectiva entre dos personas.
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sociedades occidentales actuales, puede vincularse con la interiorización de la
concepción cristiana de unidad matrimonial según la cual “el hombre deberá dejar a su
padre y a su madre y unirse a su esposa, y ambos se convertirán en una sola carne”.
Este proceso de desindividuación al que aludía San Agustín supone la negación y
supresión del deseo sexual fuera del matrimonio y, simultáneamente, responde a la
función de reproducción social que ha supuesto históricamente el modelo de familia
dominante. También Engels1 argumenta que la consolidación del modelo de familia
monógamo entroncó con los sistemas de producción capitalista, la propiedad privada y
el Estado. Resultando, entonces, que la consolidación del modelo social de familia
heterosexual contribuye al fortalecimiento del matrimonio monógamo, entendido como
unidad económica sobre la cual se han fundado los sistemas sociales occidentales.
Esto es, que la práctica monógama no es tan “inocente” como podría pensarse en un
principio, ya que responde a una serie de normas dominantes en la matriz
heterosexual y patriarcal en la que estamos imbuidas y que nos atraviesa.
A pesar de que en las últimas décadas hemos sido testigos de las fuertes
transformaciones que ha sufrido el modelo de familia tradicional, asistimos, sin
embargo, a la expansión de la práctica de la monogamia hacia formas de relación que
pueden estar (o no) dentro de dicho contrato jurídico matrimonial. Así, incluso a pesar
de que la idea de monogamia es heredera directa de la matriz heteronormativa y
patriarcal hegemónica, en la actualidad no está relacionada de un modo directo con
las opciones sexuales de cada cual. Aquí y allá, unas y otras... el modelo monógamo
de relación sexo-afectiva se erige como norma que atraviesa personas con diferentes
deseos y opciones sexuales. Incluso el derecho al "matrimonio homosexual",
recientemente adquirido en el Estado Español, por poner un ejemplo extremo, viene a
reforzar la estructura del contrato matrimonial, muchas veces asociado a las prácticas
monógamas.
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Porque... ¿Cómo es posible que a pesar de que dicha práctica monogámica provenga,
como hemos comentado, de la unidad económica orientada a la reproducción social
que suponía la unión matrimonial, perdure hasta la actualidad y en múltiples formas de
relación? El modelo de pareja monógama compulsiva se inserta, de este modo, en el
modelo dominante de comprensión de las relaciones sexo-afectivas estableciendo de
forma “naturalizada” una cadena de equivalencias amor-propiedad-posesión-celos
acorde con el modelo capitalista, la matriz heteronormativa y la propiedad privada.
Alguna vez ya nos comentaron: “Si te hubieses enamorado realmente alguna vez, no
tendrías dudas sobre la monogamia. Tu inquietud hacia las prácticas sexo-afectivas
múltiples sólo se explica porque no has llegado a sentir eso que es el amor
verdadero”.
Nos dábamos cuenta de que nos cuesta inventar palabras, nos cuesta sentir de modos
distintos a los establecidos. Nuestros propios relatos personales, nuestras historias
afectivas y sexuales singulares, estaban repletas de “lugares comunes” y palabras
gastadas habitadas, a momentos, cómodamente... pero también, a otros,
dolorosamente. La repetición cotidiana, machacona pero sutil y casi inaprensible de la
norma monógama, a través de prácticas, conversaciones, maneras de estar en los
lugares, etc. nos dificulta enormemente su cuestionamiento y nos obstaculiza la
construcción de herramientas críticas que puedan ofrecernos nuevos horizontes y
maneras de pensar... y sentir. Porque también es difícil lidiar con los sentimientos, e
incluso deseos, encarnados que producen las normas sociales ya interiorizadas.
A pesar de esta limitación, consideramos que es importante señalar que las prácticas
no monogámicas suponen un desafío a la matriz que las hace posibles, pensables.
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Extracto de la novela de Elfriede Jelinek “Las amantes”, Barcelona : El Aleph, 2004.
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Por este motivo, diferenciaremos estas prácticas de aquellas otras donde la norma
queda ritual y temporalmente suspendida en un contexto de excepción (sex parties,
intercambios de parejas, etc). Cuando dichos estados liminales finalizan, el curso de la
vida vuelve a la ‘normalidad’ de la norma monógama hegemónica y su cadena de
sanciones prosigue. Dichas prácticas generan además el efecto de escindir la
dimensión sexual de la afectiva, expulsando esta última de las experiencias llevadas a
cabo en los contextos de excepción ritualizados. Como sucede con los rituales
carnavalescos, si bien éstos permiten suspender temporalmente determinadas normas
sociales, pertenecen y se insertan en el propio sistema social que los consiente. No
pasa nada: aquello ocurrido queda suspendido en el tiempo y en el espacio,
justamente para que la norma prosiga.
Las prácticas no monogámicas implican, por lo tanto, la asunción del carácter múltiple
del deseo. Mientras que la monogamia se basa en un ejercicio de forzamiento del
deseo al encauzarlo unidireccionalmente, totalizándolo, asfixiando su multiplicidad y
eliminando, así, el mismo deseo de desear. Una supresión de dicha multiplicidad del
deseo que es, ante todo, una operación emocional. Así, mientras el amor romántico
opera como dispositivo emocional que asegura las prácticas monogámicas modulando
los afectos y la atracción interpersonal mediante su constreñimiento en un único objeto
de deseo exclusivo y limitado; los celos constituyen la otra vertiente de dicho
dispositivo: Salvaguardan y custodian las prácticas monógamas mediante el dolor, la
frustración, la ira o la rabia irracional. Ambos son dispositivos emocionales que
transforman el carácter múltiple de la sexualidad en mutismo erótico. Lo cual es
codificado en numerosas ocasiones como sinónimo de “consolidación” de la relación
afectiva.
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con la pareja, bi-direccionalmente dentro de una única relación, sino también mediante
la vivencia de múltiples experiencias que transformarán emociones que, como los
celos, se nos han asignado socialmente.
Por todo esto, consideramos que la discusión sobre los modelos de relación no es un
asunto estrictamente personal y privado. No se trata de cuestiones que atañen
únicamente a las personas involucradas (aunque también es necesario el respeto a las
diferentes opciones), sino que se trata de asuntos profundamente políticos en tanto
que reproducen relaciones que, respondiendo a la configuración hegemónica de la
"pareja", sirven como argumentos para la coacción de quienes no se adaptan a esta
norma mayoritaria. Se apela permanentemente a una matriz de configuración de
relaciones sociales y personales que aseguran un orden social (y sexual) dado. El
trabajo referido a cómo lidiar con dichos sentimientos y generar otras formas de
relaciones afectivas es homólogo a las luchas por la transformación de las identidades
de género impuestas o la opción por relaciones afectivas antaño prohibidas. De modo
que la puesta en práctica de una política en este ámbito consistiría en introducir
novedad en un marco restrictivo de prácticas posibles, inventando formas de vida que
de alguna manera difracten dicha norma y puedan "liberar" las relaciones atravesadas
por la sexualidad.
Por otro lado, en la discusión y prácticas para incidir sobre las relaciones sexuales y
afectivas, es necesario tener en cuenta los sentimientos involucrados. Aunque éstos
respondan, como hemos dicho, a formas de deseo construidas que se conectan
estrechamente con las normas sociales, el ajuste coercitivo de deseos en dirección a
la norma monógama hace que las opciones alternativas a dicha regla no sean tan
sencillas de llevar a cabo con grados de felicidad aceptables. Como en el caso de
otras luchas políticas, como es la reivindicación de normas sociales no hegemónicas
en relación a las identidades de género, las opciones sexuales, las prácticas sexuales
no reproductivas, etc., la ruptura de la norma monógama también puede generar
sufrimiento debido a las sanciones que se desprenden tanto desde una misma como
desde los ámbitos sociales en los que nos desenvolvemos.
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Haraway, D. (1997) enlightment@scienci_wars.com: A personal reflection on love and war. Social text,
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