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ALBERTO ESCOBAR ÁNGEL

ESTRO ESTÉRIL
….Edición, prólogo y notas Omar Castillo

Texto en la solapa de la carátula: Foto: Alberto Escobar Ángel , Medellín 1940-2007.


Estro estéril reúne la poesía completa de Alberto Escobar Ángel. La publicada: Los
sinónimos de la angustia (1963 y 1990), La canción del cantante y odaísta Andreas
Andriakos y Tres cantos a la manera elegíaca (1989), El archicanto de la lábil labia & Las
honras del lecho (1992), Poema (1995).
Y la inédita: Otros poemas (1957 - 2004).
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Ediciones otras palabras. Apartado aéreo 54062, Medellín.
E-mail: ocastillojg@hotmail.com
Primera edición impresa de 1.000 ejemplares, 21 de Agosto de 2008.
ISBN: 078-958-44-3897-3 . 14.0 x 21.5 x 1.10 cms. 160 páginas.
© Herederos de Alberto Escobar Ángel. Derechos conforme a la ley.
Prólogo y notas: Omar Castillo.
Carátula: Alberto Escobar Ángel. Fotografía: Ángela Patricia Cardona, 2004.
Ilustraciones interiores: Alberto Escobar Ángel y Zulaima Meluk A.
Edición al cuidado de Omar Castillo y Zulaima Meluk A.
Impreso y hecho en Colombia por Editorial Lealon, Medellín, para ediciones otras palabras.
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Primera edición virtual: Abril 17 de 2010. Publica, con la autorización de Omar Castillo,
que agradecemos : NTC ... Ediciones virtuales. , http://ntc-ediciones-
virtuales.blogspot.com/2009_08_04_archive.html de NTC … Nos Topamos Con …
http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia. Gabriel Ruiz A. ,
Director.

. Texto en la contracarátula.
Alberto Escobar Ángel se hace visible para la poesía desde 1958, cuando junto a Gonzalo
Arango fundan el nadaísmo. Pese a su obcecado interés por mantener inédita su escritura, la
publicación en 1963 de Los sinónimos de la angustia lo hace inconfundible en el ámbito
poético en idioma español. En Estro estéril su poesía, elaborada durante cinco décadas, se
reúne completa. Así, los lectores tienen acceso a la obra del más exasperante fundador del
nadaísmo. Aquí exasperante quiere significar cuando la vitalidad y la creación de un
hombre no son posibles de reducir en una máxima que terminó aconteciendo huera, puesta
al servicio de la actualidad y el esperpento mediático. Además de los poemas ya
publicados, en el apartado Otros poemas, se recogen 37 inéditos.
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EL ESTRO DE ALBERTO ESCOBAR ÁNGEL


I
Cómo no preguntarse por la forma y por el contenido para la escritura de un poema
que dé cuenta de los trajines, grietas y acechanzas que revientan la existencia humana cada
vez más despojada de sentido, tanto en lo íntimo como en lo global de sus usos y gastos.
No es fácil imaginarse una respuesta, en cambio queda evidente un abanico que cuestiona
los rasgos donde se establece la identidad de lo poético en estos tiempos propensos a la
gestión de dogmas y discursos poético-filosóficos.
Se llega a sospechar que muchos poemas escritos hoy día suenan ―bien‖ porque se
sostienen en las formas y músicas del siglo XIX e inicios del XX, es decir, son canciones
repetidas hasta conseguir la callosidad suficiente para anestesiar el gusto sonoro. Y en lo
temático son poemas cargados de buenos sentimientos e intenciones por un ser humano
idealizado para el cumplimiento de ideologías religiosas y políticas. Y es sabido cuanto ha
sido perpetrado por un sin número de teorías que recorren la historia de los anhelados
sueños de emancipación. Entonces ¿a la poesía le es necesario ser despiadada con los
ideales que conducen la humanidad por este atolladero?
El ritmo, la forma y la sustancia que hace la poesía es la palabra. Y si el poeta no
toma conciencia del significado y el contenido de las palabras ¿cómo espera nombrar lo
habido y lo por haber? La inspiración de uso repentista resulta útil para tramar burlando la
poesía. Empero no se debe olvidar: la inspiración es una disciplina que perturba y
descodifica los lugares comunes, arrojando al vacío donde es posible la creación.
Y es en ese vacío necesario para la creación donde Alberto Escobar Ángel concibió
la escritura que por más de 40 años entregó a sus lectores. En una obra suficiente en su
rigor y en los aportes donados a través de la reflexión ejercida sobre su ámbito individual y
colectivo. Una obra que le propicia al lector interrogantes para aproximarse a la
complejidad humana en lo desconcertante de su devenir y en lo desfigurado de su presente.

II
De 1958 a 1963 Escobar Ángel participó de la ―revuelta‖ organizada por el grupo
nadaísta, quienes con actos y manifiestos provocadores enrarecieron la cotidianidad del
Medellín de entonces. Con sus escándalos propiciaron que en Colombia algunos se
escaparan de los versos parroquiales impresos como ejemplos de ―sanas maneras‖ y orgullo
nacional en medio de los muertos y los escombros arrumados durante los años de la
llamada ―violencia en Colombia‖.
De esos años data su magistral trabajo Los sinónimos de la angustia, publicado en la
antología 13 Poetas nadaístas(1), donde es posible leer el desconcierto, y si se quiere, las
ambiciones de una generación varada en mitad de la intemperie auspiciada por las
hegemonías que en el mundo controlaban y controlan los hilos de la humanidad. Cuentan
de sus compañeros que era normal escucharlos decir de memoria pasajes de estos poemas,
en especial el numeral V ―(El término habla de su presencia)‖.
Los poemas de Los sinónimos de la angustia, escritos entre 1959 y 1961, hacen de
Escobar Ángel un poeta de características únicas en la poesía escrita por esos años en
lengua española. Entonces carece de importancia decir que su poesía es nadaísta, máxime si
se tiene en cuenta la distancia guardada por él, desde 1963, con el grupo y el silencio que
impuso a su escritura. Su materia poética se realiza en planos obstinadamente inéditos, cuya
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oquedad y resonancia rebasan los marcos cambiantes de la mejor poesía hispanoamericana


y española escrita después de 1950. En su existencia y en su obra el nadaísmo es un párrafo
que no lo define.
En 1989 rompe su silencio publicando los poemas La canción del cantante y odaísta
Andreas Andriakos, escrito en Nueva York en 1963, y Tres cantos a la manera elegíaca(2),
cuya fecha no fue precisada por el poeta. Leyendo éstos poemas ¿se podría hablar de
evolución en su obra? La evolución en una escritura como la de Escobar Ángel es
imperceptible por la forma obstinada como él se aplica a la materia donde funda sus
poemas, éstos se conectan de tal manera que los tabiques entre un libro y otro, apenas si se
perciben. En Los sinónimos de la angustia, en el tráfago y la algarabía de la ciudad, el poeta
no se abstrae de los delirios que ésta le dispensa y desciende por los laberintos donde los
habitantes de la misma son obligados a recitar la oda que da cuenta de los designios
impuestos sobre sus cuerpos. Mientras, en La canción del cantante y odaísta Andreas
Andriakos la oda cantada se funda en un cuerpo a la espera de un rito próximo a celebrarse
en su carne. El cuerpo, en la espera de su descomposición, se va convirtiendo en la
geografía para el desenlace de una épica íntima. Entonces la huella impresa es la de lo
corruptible, donde es posible vislumbrar el caos del universo consumiéndose y recreándose
una y otra vez. Así el poeta penetra los intersticios de la condición humana hasta llevarla a
la nitidez y oscuridad de su poesía. Lo anterior es revelado para el poema desde el cuerpo
entregado al consumo de su corrupción. Rito u obstinada antropofagia. Sacrificio donde se
descifra el ser ontológico. Palimpsesto visceral repetido hasta la raíz del tiempo. La poesía
de Escobar Ángel pareciera recuperar la existencia en el detritus de la muerte. Del mundo
que se hace semilla.
Los Tres cantos a la manera elegíaca se establecen desde objetos que, como
coartadas, rinden cuenta de la ausencia y la no dicción de quienes han muerto. Son la
evidencia posible del ánimo que nutrió una existencia. Y si para la escritura de estas elegías
el autor se permite sentimientos potenciados en la amistad y el amor filial, lo cierto es la
persistencia de la muerte como ecuación para la existencia. Ecuación realizada desde las
palabras hasta hacerse celebración, materia poética participando a sus lectores. Así los
objetos, desde silencios como polvo que los rodea y cubre, alcanzan a insinuar el escenario
sin personajes donde se desarrolla una trama. Los Tres cantos a la manera elegíaca se
pueden leer como quien acude a un anfiteatro donde la realidad se consume sin descanso en
cuerpos que procesa la maraña por donde se pierde el olvido. Porque a fin de cuentas esa
ecuación de realidad existencial es lo configurado por la muerte.
La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos y los Tres cantos a la manera
elegíaca amplían las maneras como el poeta aborda el cuerpo humano y desde éste aventura
una interpretación de la vida, del mundo y del universo. El cuerpo y su ser escindido,
practicado como forma de percepción al tiempo que imposición del origen y significado de
la realidad, son impugnados por la poética de Escobar Ángel. Por eso en su escritura no es
posible encontrar intención especulativa sobre retornos al origen prístino del ser humano.
Su escritura se funda en el cuerpo que se consume hecho palabra que interroga más allá de
toda suma ontológica.
Ante el pedido de los Cuadernos de otras palabras para publicar Los sinónimos de
la angustia, el poeta revisó sus originales y los entregó en la versión que se publicó en
1990(3). Esta edición permitió ampliar la acogida que estos poemas habían recibido por sus
primeros lectores cuando, publicados en antologías y revistas desde 1963, se convirtieron
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en himnos de una generación escindida en la diáspora del siglo XX. Quedando claro que el
discurso poético instaurado por éstos, en vez de haber perdido su vigor inicial, se había
fortalecido. La atmósfera citadina, los tonos y recursos formales, desligados del ámbito
antológico y del clímax del momento cuando se publicaron por primera vez, se muestran en
la cabal dimensión de su no bien calculado alcance.
En 1992 son publicados los poemas El archicanto de la lábil labia & Las honras del
lecho(4). El archicanto, escrito entre 1985 y 1990, es un poema elaborado como un largo
verso avanzando por sus páginas, tal como un meteorito por el universo, dejando la
sensación prolija de nunca impactar. Empero, en este poema cada una de sus parrafadas da
cuenta de eventos particulares, son estancias desprendidas hábilmente de un acontecimiento
mayor al tiempo que encadenado al maremágnum del mundo. Un viaje de palabras sarta en
ristre, penetrando ya lo íntimo, ya lo exterior del ser y las situaciones por donde se aventura
su escritura. El poema se resuelve por un ritmo de letanía alucinante donde se consignan los
pedazos escarbados por el autor en su intento por asir una de las realidades del ser humano
en el mundo. Al cabo de todo lo arrastrado por su verso, el poeta pareciera susurrar que, al
contrario de las ideologías y de las religiones, la poesía no busca resolver las urgencias
humanas, las escarba hasta sus raíces mismas. El poema interroga, el ser humano vive, es
decir, se comporta y expresa para sus respuestas.
Antes de acceder a Las honras del lecho es conveniente observar el trato practicado
por el poeta con los objetos y la manera como los deja actuar en su poesía. En Los
sinónimos de la angustia los objetos son utilizados como un correlato que le permite
enfrascarse en los asuntos de la ciudad y los espectros sucediendo en ella como un himno
hiriente, en La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos, le sirven de sombras en
el rito celebrado en el cuerpo escindido y dispuesto para su descomposición en la muerte,
en los Tres cantos a la manera elegíaca, como coartada posible para narrar de quienes
yacen penetrados por la muerte y, en El archicanto de la lábil labia, para aumentar el tono
de letanía que hace el caos del mundo.
Las honras del lecho, escrito también entre 1985 y 1990, es un poema contenido en
su escritura. Las palabras ciñen pero se niegan, permaneciendo estancadas en las manchas
silenciosas de la memoria, imperturbables en su dicción. Aquí los objetos son aprehendidos
desde un pronunciar estricto, al filo del silencio, apenas sugiriendo la atmósfera convocada,
sin perseguir la definición de lo memorado. En éste poema los objetos quedan a merced de
consonantes y vocales, son usados para urdir la leve trama en esa tarde única donde
también están siendo consumidos por la penumbra de la noche vecina. Dejados en esa
intemperie, propician un vacío que se confunde con el viento y la cadencia de su ritmo
erosionado. Un vacío o hueco del que surgen, en las manchas de la memoria, inmensas
piedras pulidas en el curso del tiempo, sobresaliendo como metáfora donde se potencia la
escritura, la lectura de Las honras del lecho. Para este poema el estilo del poeta se exacerba
a tal colmo que cada palabra aparece calibrada en lo estricto de su acepción y en la raíz de
su sonido. Intentar definirlo como un canto de amor sirve en la medida que agrega un hito
al género en lengua española. El viento en su vagabundear es, a fin de cuentas, el tema
posible en Las honras del lecho. El viento, su movimiento cuando se desliza por los objetos
físicos e ideales.
Poema, escrito en 1992, se publicó en octubre de 1995 en el número 8 de la revista
Interregno(5). Por los versos de los nueve numerales que componen este poema es posible
leer la decantada noción del mundo y el universo que el poeta fue fundando en la
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elaboración para una pregunta. De la realización de una pregunta más allá o más acá del
reto intelectual de encontrarle una respuesta. En su poema resulta evidente que, así como en
la caída de los dados cuando producen una cifra, ésta no implica la sujeción al azar o, a su
otra parte, el destino, tampoco una respuesta significa el fin de una pregunta, el inicio de
una imposición acomodando un diseño para la vida. La pregunta consignada en estos versos
deja al ser humano a la intemperie de su condición y arbitrio, es decir, sólo él es
responsable de su existencia. Pregunta formada en los extramuros donde se fragua la
condición humana, se fragua y hace leyenda siempre bordeando lo estéril. Escobar Ángel
participa de la tradición en la poesía occidental que funda su creación en el asedio del azar
o el destino, la aridez o la esterilidad humanas. El poema ejercido en su arduo sentido de
zozobra, de maniobra, al límite del caos y sus significados. En este punto se hace evidente
cuanto persigue su poesía y cuanto informa a su lector, de paso deja sin sentido los
argumentos donde se presume la inutilidad de la poesía en estos tiempos. Su obra raya la
memoria del viento, el mismo viento que no deja de consumir los recuerdos del ser
humano.
La poesía de Escobar Ángel dialoga con el César Vallejo de Trilce y el de los
Poemas humanos, con el Neruda de Residencia en la tierra y el de los Cien sonetos de
amor, con el García Lorca de Poeta en Nueva York, con el Álvaro Mutis de Los elementos
del desastre y el de Los trabajos perdidos y con la música verbal de León de Greiff. Sin
olvidar sus lecturas de Saint-John Perse y T. S. Eliot, entre otros poetas que hicieron parte
de su reflexión. Cuando el diálogo es cierto y directo, el eco de las influencias en un
creador es efímero y por lo mismo fundamental. ―Los poetas no son eternos, son un
peldaño en la evolución de la eyección del hombre‖, decía el poeta en una de sus
conversaciones. Es preciso detenerse en la forma como elaboró su obra, la disciplina y el
rigor en el momento de abordar sus temas, siempre alerta, sin caer en el lugar común o en la
doctrina que le franqueara el reconocimiento y la popularidad. Su vocabulario, cuya
primera impresión perturba por lo enrarecido de las acepciones y los sonidos no familiares
a que da lugar su escaso uso, a más de ser exquisito, es nítido y preciso. Intentar interpretar
procesos evolutivos en su poesía, tal como suele estilarse, no es posible, pues ésta se funda
en una veta de la que en ningún momento se apartó. Su escritura excavó los filos y los
intersticios de ésta una y otra vez. Su evolución creativa es de un comportamiento casi
tautológico. Quizás para afirmar su poesía quede el silencio. El imposible e infinito. Ese
desde donde el verbo se hizo. El mismo donde se consume.
En Otros poemas se recopilan los textos no incluidos en sus libros publicados. Los
primeros tienen fecha de 1957 y el último es del 26 de febrero de 2004. Unos pocos
aparecieron en periódicos, la mayoría permanecían inéditos. Estos 37 poemas permiten
acceder a los inicios de su escritura, asistir a las primeras excavaciones en la veta donde
fundó su poética. En ellos es posible leer los antecedentes de su peculiar vocabulario y la
persistencia en los ritmos donde se estructura de forma tan característica su obra. Y lo más
significativo, permiten verificar la consistencia de su temática, donde la ciudad es el
escenario para el acontecer del extravío humano. La ciudad-laberinto es también correlato
del perplejo ánimo que hace y deshace la condición ontológica humana. Entre estos,
encontrarse con poemas como ―Esquina de la muerte, universo de las cosas‖ permite
reconocer las huellas de un poeta, a sus 17 años, ya inserto en la tradición y en las rupturas
más avanzadas de la poesía escrita en su lengua. Conmueve el tono de estos versos, los
territorios por donde se avecinan en su ritmo y en su decir. Las voces de otros poetas
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impregnando esta escritura, consiguen que la de Escobar Ángel empiece por hacerse
inconfundible. El ―Canto negro para León de Greiff‖ no es un homenaje, es una tarjeta de
presentación, es decir, el establecimiento de un reconocimiento posible desde la lectura y
para la escritura, diálogo y quiebre fundando una no clasificada amistad entre el tu y el
usted. En los tres numerales que permiten ―Canto para la ciudad‖ se lee el deambular de un
peatón figurándose en los parajes donde se compone y descompone la ciudad, donde
nombrar es participar para el olvido o la memoria cuando se consume una existencia
mineral y láctea. Todo entrevisto desde un sesgo donde se practica una visión del universo
o su fatiga en la elíptica de su silencio o en la proximidad de su estallido. Los fragmentos
incluidos de ―Los sinónimos de la angustia‖ quedan gravitando igual a meteoritos que no
impactaron en las páginas del libro así nombrado, tienen el encanto de los pedazos cuando
vagan siguiendo el ritmo delirante del cosmos. El poema ―Inventario de Nahún, el
guerrero‖ es una de las muestras donde el poeta se da al gusto de lo descriptivo, tan propio
en el continuo de su obra, hasta conseguir, en los cinco cuadros que lo arman, una narración
característica de sus maneras de apreciar el mundo en su devenir e intrigas. Los cuatro
pasajes de ―Los sinónimos de la angustia, segundo libro, los viajes‖ son la memoria de lo
emprendido, desde la quietud y el silencio, por los mares de la algarabía de la existencia
humana, crónica al límite de una condición varada en sus despojos y en las huellas que por
un instante, el suficiente para una quimera, crecen en la playa. En Otros poemas, la
insistencia del poeta cuando nombra muchos de sus textos ―Poema‖, permite pensar en el
reconocimiento, la certeza y la duda sobrecogedoras en el instante cuando escribe las
palabras, una y otra vez, en la superficie de la página, en el vacío de la realidad y sus
aledaños. Quedan entonces, ante la veta del mundo y el universo, palabras extrayendo y
elaborando una noción para el inaudito que permita confirmar el poema.
El contenido y las características de este libro responden a lo planificado con el
poeta en conversaciones acordando el proyecto para su publicación. El propósito es
aproximar al lector su poesía publicada e inédita. Quedan por fuera fragmentos, destellos
cuya inconclusa elaboración no permite nombrarlos como poema. El poeta se caracterizaba
por la lentitud, casi desidia, en la estructuración de sus textos. Era exasperante, al punto,
que de tanto posponerla, esta edición no fue realizada con su presencia vital, pues la muerte
pudo más. Aquí queda consignada la elaborada atmósfera de su poesía, su música, su
estricta manera de vivir la realidad y de darse a las condiciones de la existencia, es decir,
cuanto hace fundamental su estro poético. Estro sin concepciones, arduo en su complejidad,
cercano al delirio que propicia lo estéril. En sus archivos quedan, para reunir en otros
volúmenes, sus cuentos, su teatro, sus notas críticas, su correspondencia y sus fragmentos.
Sí, en Estro estéril puede por fin el lector acceder al grueso de la obra poética de Alberto
Escobar Ángel, y en ella a su perturbadora manera de nombrar y ser nombrado en la
existencia del mundo y el universo. Una poesía que se hace a la muerte recorriendo los
laberintos de la vida, al fin y al cabo, una y otra fundamentan para lo extinguible del sueño
y la realidad.
En las dos palabras: Estro estéril, aprehendidas por el poeta para darle un título a su
obra, consigue también cifrar una reflexión sobre su ser creador. No deja de perturbar el
pensar que ese estro desde donde surge la palabra, pueda terminar por resolverse estéril.
¿Cómo asir semejante encuentro de palabras y lo por ellas así nombrado? Se podría
aventurar una imagen próxima: el consumir la pulpa de un fruto con el conocimiento que
permite saber su semilla imposible para reventar en más frutos. El poema, su escritura
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devorando letra a letra hasta consumir lo estéril del alfabeto, y entonces alcanzar lo inaudito
de su vacío y su silencio. He ahí una metáfora nutriendo el aliento de una obra o el carácter
de la ausencia de la misma. Resulta incómodo reflexionar así. Y para colmo, aparece en la
memoria ese otro título calibrado por el poeta para un poema que no escribió y también
para nombrar su obra: Aproximaciones al eje como centro. Empero se decidió por la
contundencia de Estro estéril. La palabra, en su escritura, a un tiempo consumiendo, a un
tiempo interrogando el silencio y un origen.

III
En Medellín, terminando la mañana del viernes 21 de diciembre de 2007, murió el
poeta Alberto Escobar Ángel, quien había nacido en la misma ciudad el 10 de junio de
1940. La amistad es ardua hasta la lucidez y el escozor. Y en ese camino de asombros y
desasosiegos se celebra con la misma intensidad que se lastima. La amistad de muchas
maneras se aproxima al comportamiento del universo, es decir, es caos y es creación.
Hasta la fatiga y el delirio el ser humano persigue la perfección donde instaurar un
signo que permanezca eterno. Entonces, ante tal propósito, ¿la perfección se cumple cuando
cada quien llega al rigor de la muerte? Es posible especular. También puede ocurrir que
todo no sea más que retórica oxidando, ya el cuerpo del yacente, ya las palabras cuando son
acomodadas para nombrar su tránsito.
Ha muerto. Este hecho podría ser la constancia de la entrega de su último poema.
Ese que igual al universo no para de ser escrito, no termina de ser leído. No en vano el
imaginario humano está plagado de aves y seres renaciendo de entre sus cenizas.

Omar Castillo
Junio de 2008.

(1)13 Poetas nadaístas (Medellín: Ediciones Triángulo, Hernando Salazar, editor, 1963).
(2)La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos y Tres cantos a la manera elegíaca (Medellín:
Cuadernos de otras palabras, Vol. 4, 1989).
(3)Los sinónimos de la angustia (Medellín: Cuadernos de otras palabras, Vol. 5, 1990).
(4)El archicanto de la lábil labia & Las honras del lecho (Medellín: Cuadernos de otras palabras, Vol. 9,
1992).
(5)Interregno, revista de poesía, año V, número 8 (Medellín, 1995).
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LOS SINÓNIMOS DE LA ANGUSTIA

1963 y 1990
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Como los potros, el sol se ha levantado.


En los apartamentos están gritando las llaves y los grifos
y el día me irá enseñando sus ombligos,
aparecerán nuevas enfermedades en los seminarios,
las mujeres lavarán las ropas.

El tranvía insultó a la luna, a los borrachos.


Los artesanos han vomitado sangre, monedas, torta.
Bajo la nítida luz, la catedral desnuda su cuerpo
y desde el parque, entonces, las hormigas peregrinan.

Hoy pasearé mi búfalo por los grandes acuarios.


Vestiré mi chaqueta en las esquinas:
este día tiene la piel enferma y yo amo demasiado
el agua, los circos, las llantas neumáticas,
los profetas muecos y sus hongos.
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II

El tranvía ha pasado
con un clavel en su mano de espera.
Una fruta ha saltado de su asidero.
Ahora almuerzo bluejeans mojados,
muslos de terciopelo vegetal,
con una flauta prestada
entiendo el corazón de las naranjas...

En el día girasol
un bus camina por la ciudad,
un hombre desnudo no camina,
se quejan bajo el césped los muertos,
los aporrea con sus alas una camisa blanca
que dejaron olvidada en los alambres.

El tranvía ha pasado
y por el aire vuelan ruidos que no se llaman Malher.
Malher se ha quedado hoy en casa,
sentado ante el gran menú de platos cósmicos bien lavados:
fuma su pipa y no la fuma,
hace dormir el gato del sopor,
el embudo de sol,
la rosa estéril de la pila.

El quinto metal de la tierra ha sonado


(almuerzo bluejeans húmedos).
He hallado la botella de todas las ninfas
(del pubis de nylon emergerá la espuma marina).

Fue en otro tiempo,


de mucho arco de violín.
Hoy me ahorco con mi corbata de viento,
me pongo contra el muro de mis maletas de viaje.
He aquí que yo tenía un estuche de música,
un acordeón para acordarme del aire,
cuando sobrevino un nuevo sinónimo.
Un nombre ha quedado grabado
sobre esta hoja de cuaderno limpio,
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pista de baile,
erial o cielo plano:
mar,
domicilio de peces,
de algas y de felpa,
lugar de una cabeza reclinada, somnolienta:
…cabeza, peso de la noche.
13

III

Y en el caso de que fueran dos,


camino por Junín hasta que llegue la mañana,
mañana aburrida de litros de leche
resbalándose —hubo accidente.
No cesa de interrogatorios el dios del Oráculo,
el mismo que en las cervecerías también espera turno para su carro.
Lavadero colmado de ángeles en ayuno,
pocetas del limbo,
hace años estuvimos de visita, tú y yo, decididos.

¡Ah, es una nueva fiesta ésta que aguardamos!

Claro está,
el día tiene sus sábanas y no se inmuta:
Ha sido acotado de voces de niños que juegan en el parque,
le quito gota de vino de entre los labios,
le unté esencia a cada flanco.
Espigar es el placer favorito en las terrazas,
y ya se avecina la fecha de la resurrección:
—Habíamos colocado los frutos dentro del mantel,
el obús habita el cielo,
emergía durante el cielo en un nuevo estilo de sus músculos,
premio para el campeón,
cañonazos,
aleluyas en los bares, ¡oh, sí!, es tu día
—y el río se enrumbaba por la campiña, gladiador de sus márgenes.

O suena un cascabel de plata entre los abetos.

Convictos de martirios e imágenes,


los labios blasfeman anteriores a la resurrección
y los Corregidores del Coro de Pasaportes impidieron que evacuáramos.
Ocupación entonces de holgazanes, y cada uno niega la culpa.
Pero aún, esperar la oportunidad de escondernos
tras las blusas que vestiríamos hacia la tarde.
Tú y yo aguardamos el bus en el costado absurdo de la plaza.
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IV

El día de la fiesta decidimos sobre nuevas sensaciones,


la varita dio el golpe en el filo
y abortó entonces la palabra suya.
Resultaba encantador estar sometido al ritmo
de los fabulosos acontecimientos,
el clarinete entregando sus notas
y un lugar fresco que recogía los murmullos
de los vestíbulos y antesalas.

Pero el monstruo hirió los ojos


—¡siembra la fécula, sapo!—,
coleccionó las víctimas dentro de un gran frasco
y, cuando el sol empezaba a despedirse en los pasillos,
su irritante congestión desfavoreció a los concurrentes.
…ebrios, los enanos danzaron,
riñeron, bebieron, vieron, se obligaron y ligaron,
el libro se incendió sobre los tejados,
no crece sino hasta el día siguiente el árbol,
y el niño recién saludado
bautizó con sus sustancias agrias
el dedo que cada quien hundía en su carne vinagre.
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(EL TERMINO HABLA DE SU PRESENCIA)

Nosotros dos éramos el más


oscuro yacimiento de palabras,
agua podrida de cualquier florero,
cóncava placenta de los vicios
que algún día llegaron envueltos
en una sábana blanca.
Efluvio de líquidos y sustancias
que, al pesado ritmo
de un reloj abúlico, se iban
destilando desde un rincón de la carne.
Símbolo muerto,
historia de largas conversaciones
en el césped de los campos tibios,
tonada de guitarra o sirena de barco,
soledad de barco que colgábamos
de un clavo indiferente al regresar a casa.
Llanto de mercurio en los pañuelos,
testimonio u hoja de no-llanto en los pañuelos,
sonámbulos en las noches de plenilunio,
cuando florece el acónito en el viento
y en la mesa del vómito una botella espasmódica
refleja la luz de las bombillas.
En otra época nos ocupamos
de flautistas y acordeonistas
en orquestas mediocres,
tañimos las arpas arábigas
y el clavicémbalo en algunos conciertos,
fuimos conductores del arco en la viola,
del serrucho sobre los nervios
y tendones de los muertos en los anfiteatros.
Acatados como enanos eufóricos
nos correspondió ser usados
como catadores de metales derretidos,
vinos secos, jugo prostático,
pomadas sebáceas, perfumes ignorados.
Reclamados más tarde por menesteres varios,
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nuestros labios padecieron otros tormentos,


emigraron a un alfabeto de anémonas o algas,
ortofónicas sílabas de una palabra blanda
que se desguindaba en la lengua
y eludieron una canción cuando sobre la ciudad
se levanta de sus mantas un pesado monstruo
en el alba y en algún hotel la boca infame
del portero delata prolongadas vigilias.
Nuestros labios se plegaron
y dieron residencia a un estigma
de sangre al que fuimos obligados
cuando un nuevo Poderoso
nos invitó a morder y visitar
el sexo de aquellos niños frescos
que dormían en un azafate.
…como un ataúd, amargos insectos,
flagelos de noches padecidas
en la esfera donde llora
su soledad una dulzaina,
los de cada cual eran un par
de muertos que hacían la siesta
y se curaban de enjutos y suburbanos
recuerdos de formol
o mensajes de brea emitidos
a breve distancia de los frutos.
Oscuros recuentos de nuestros viajes
en los tranvías,
la suma de las maletas de viaje:
Cada vagón de cada ferrocarril
contenía una peculiar angustia.
Tomábamos un bus a las seis,
nos ocluíamos en su eufórico corazón
que recorría la ciudad agonizante,
los costados de cada parque,
las calles con un crepúsculo
de torres y avisos de neón y semáforos,
largos muros, verjas, ventanas cerradas,
postes y cables donde empezaban
a dormirse varios regimientos de pájaros…
Nuestros brazos, mis bluejeans,
17

peregrinaban, iban, se dirigían


—virtual prolongación
de los dedos tirados a la briba.
El Libro de la Cábala
y la Noche de Walpurgis.
Soplaban los vientos del Este
y del Oeste, el Simún y el Siroco,
los Alisios y todos los de
la Maldición y el Tormento…
Nosotros dos supimos
de las leyendas que se enrumbaron
desde Transilvania hasta nuestros oídos
y escuchamos las confidencias
de marineros y vagamundos que
pisaron algún día las playas de las Balsoras,
el agrio corazón de Corfú,
Sefalonia y Zante,
que trajeron un loto de Egipto
y una begonia pálida de Kabul,
una petunia y un cofre de chancros de Karachi,
camisas rojas
y sedantes
y revólveres de New York,
de las desembocaduras del Amazonas
la fórmula del cacao sabanero,
y en sus labios algún inédito
vino de Burdeos
y una lámina de aluminio
en las lágrimas que brotaron
de sus ojos cuando fueron
castigados en los hornos de Detroit.
…sacerdotes en los ritos
nocturnos del amor,
navegantes de fétidos estanques
o pecinas bajo cuyas aguas
se inicia el reino de los minerales
y a donde desciende la voz
de las ranas y la última pata
del Gran Saurio,
oficio de chotacabras
18

y celadores de rosas de museo,


dueños únicos de hermosos objetos
de hojalata, coleccionistas de
escrotos y árboles frutales,
revendedores de manchados
puñales de obsidiana, murciélagos
disecados, frascos inservibles,
bufandas de azul cobalto o estrella,
usados filtros de amor, consolas
de diomate o plumas de importado iridio,
nosotros dos éramos cuatro muslos tibios
y desnudos, los muslos solamente
sobre una autopista de leche caminando.
Andábamos a la birlonga por las calles,
entrábamos a mercados y tiendas,
comprábamos lápices de color y ábacos,
lombrices mecánicas y vituallas,
golosinas y confites anaranjados,
bengalas y escopetas de aire,
una flor para poner en su chaqueta de pana,
biombos de bambú para la canícula próxima.
Conocíamos las debidas aplicaciones
de la mano a la piel,
de la saliva a la garganta,
la residencia de cada ganglio,
el vestíbulo de todas
las glándulas que inundaban
nuestros cuerpos.
Pero de todas maneras
las colillas se consumían
en los tarros de basura,
por el bulevar el polvo
hacía cortos recorridos,
tímidas moscas caían
o naufragaban o morían
en los vasos de leche que esperaban
y, en el Bar de los Indiferentes,
el traganíqueles enseñaba
cansadas voces y trompetas,
canciones para aquellos
19

que —sin darse cuenta—


lloraron una noche atrás
en un olvidado lecho,
cuando el llanto cumplió
años en su probeta
y quienes se amaban
volvían a sentarse en el parque.
20

VI

Por las terrazas caminan los niños,


no llueve hoy, las Vespas ruedan por Junín,
en las macetas las flores pronuncian su oráculo,
en el bar permanecen quienes danzan
—sus pechos de azúcar bajo la camisa.
Los hombres están tristes, sus manos en los bolsillos,
no me afeites, llámenme,
yo vivo en el distrito azul,
cerca a la colina, allí habita mi cuerpo de oso de terciopelo.
Desde la manzarda, cuyo detritus barre a la mañana el chambelán,
con mis ojos podridos contemplo el crepúsculo plagado:
—El cielo es de espuma de jabón, tiene hongos,
tu venías en la dirección norte-sur con un gran discurso anticipándote.
Los libros son de harina.
Harina y maní.
21

VII

Ha pasado delante de la ventana


aquel viento antiguo.
El santo se detiene en el cuarto de su hotel,
desviste camisas, se está beneficiando
del agua de colonia, los vapores, las sustancias.
El profeta, celoso de los hilos de su vigilia,
muy sencillo también ha desfilado ahora con su chaqueta
—y en el triángulo viaja una música.
No será tarde, sin embargo.
Dos potros, una mujer encinta
y un arrobado adolescente de ojos negros y de carne
han sido designados:
el vencedor prepara entonces su cuerpo
con líquidos de laboratorio, secundinas,
sales, embrión de ave, ácidos rebajados.
22

VIII

¡Oh, tú, monje que cueces los cadáveres


como una crema en el reverberante horno!
Otro lava sus ropas en agua de pozo o de fuente
—¡Aplauso del Coro!, ¡aplauso para el monje!
Yodo ebullicente y siemprevivas han sido barajados.
Vas con tus ojos hacia el este,
no vienes, no vas, eres el Suspendido
mientras un niño duerme bajo las lechugas
y tus ropas son recibidas por el santo
y el viento deteriora la sucia ala del ángel
que cabalga desnudo por el sueño y las piscinas de nata.
23

IX

Rodio: mi camisa de espuma en la tarde eléctrica.


Bajo los galápagos de la estación estéril
habrías de recitar un Himno.
(Aclaración en la iniciación del Canto:
—La ciudad desnudará a quienes no lo escuchen,
la cabeza de todos bajo los tranvías).
O no Himno.
Purificación de los elementos
con el cuerpo desnudo bajo el cielo
—jugo de crepúsculo,
humores frustrados,
un caldo llovido que se desprende por las cúpulas
como un ojo asesinado resbala sus líquidos.
La chimenea del Hospital florece su solución acida,
suena la flauta de los pisos, una mujer anuncia el feto.
Acto: defecar sobre las ortigas, el alquitrán, las aceras.
Tú habrías de escucharlo cuando apenas se iniciara.
Imbuido con sus palabras dentro de grandes escaparates,
la Galaxia cirniendo su aromático designio,
sobre los patios donde el enano crespo asolea sus enconos
mientras tú vas con el huevo paseándote por la tarde,
muy arropado entre ese aire que te es propio.
24

Usando de sus pies, descendió.


Encontró niños que han sido violados, muertos.
En su mano habían dejado antes una flor
—la begonia de la infamia.
Se comportó tímido,
como siempre.
Antes muy bien habían podido advertirlo en el parque.
O mirando objetos frente a una vitrina.
O caminando sus zapatos
con ese estilo débil de su marcha.
Ahora todo se le esparcía confuso,
no acató a nada.
Un humo sobre cada herida,
el fuego de un deseo lamiéndole los labios,
y las palabras haciendo repicar los timbres
y su corazón momificado.
25

XI

Entonces a la fragua de un astillero colocaron su lengua,


con gases castigaron los ojos del cantante,
en su garganta consignaron un huevo huero,
con un cubo de petróleo lavaron su sexo,
lo obligaron a recitar una oda
en la nevera del anfiteatro,
para vengarse de su órgano auditivo
le empaparon de semen los pabellones,
y él —aún ejecutor— dijo que en el aire navega un elefante.
26

XII*

Tales —como se dicen a continuación—,


fueron las propuestas:

1
Que suenen los pífanos en la oreja sorda del diácono.
Que el tranvía destripe perros, monedas, cestas.
Que el insomnio viaje por la ciudad, recubierto de su tufo.
Que laven el piso con caldo.

2
Que rellenen de arena mi vientre hasta la garganta.
Que me trepanen el cerebro y quepa en él una torta de durazno.
Que asoleen mi sexo en un patio y sea profanado por enanos.
Que crucen mis dedos con alfileres de cobre —hasta el mediodía.
Que injerten un tubo de radio en mi boca y una bocina de teléfono en el ano.

3
Que matemos los niños de la ciudad para que duerman y se pudran en la caja de los pianos
de cola.
Que no los maten.

4
Que nazcan dos enconos en dos ojos.
Que vengan dos ranas a vivir en dos testículos.
Que peregrinen dos relojes y dos pulmones los reciban.
Que dos fetos escupan en dos orejas.
Que un feto cojo se pare con su muleta en la próstata y orine.

5
Que barnicen con perfumes la piel del muerto. Amén.

Medellín, 1959-1961.

*En la edición de Los sinónimos de la angustia de la antología 13 Poetas nadaístas (1963), el numeral XII cerraba dicho
ciclo. Para la publicada en 1990 por Cuadernos de otras palabras, el poeta, al revisar sus originales, no lo incluyó.
Mientras planeábamos la edición de Estro estéril fue su decisión traerlo nuevamente a Los sinónimos de la angustia. Se
reproduce siguiendo el original revisado por el poeta.
27

LA CANCIÓN DEL CANTANTE Y ODAÍSTA


ANDREAS ANDRIAKOS

1989
28

Quería cantar una oda cuando el ángel del deseo descendió a mí.
Estaba desnudo bajo la luz del día, como una cabeza de hongo,
a la espera de ser conducto a la piscina de sangre
en donde mis ojos y mis labios deben ser lavados.

(La canción es la señal y tengo que estar listo a escuchar).

Solo en mi cuarto, la vista lo es en la ventana,


el viento, no favorable (tal el aire infectado)
y el sol, una glándula que enferma a la atmósfera de la cual respiro.
(…un rito debería celebrarse hoy en mi carne, antes que la oda pueda ser cantada,
pero estoy corrompido de la piel a las entrañas, como un plato de sopa en el estómago
de quien quiera haya muerto ayer).
29

II

He aquí la ubre de la vaca que pasta,


la flauta del concertista en un estuche,
la pátina de un rostro en la noche del insomnio.
Venían del sur y del norte
los potros del pasto en las orejas,
los vellos de una piel hasta las orejas
—y felices fuimos, un día y una noche,
si feliz fuiste conmigo como yo lo fui sobre la hierba.

Monologo mi salmo en un pequeño cuarto de una calle gris


—solitario buceador, botella en un rincón—,
en la tarde en que el ángel de la tempestad y el deseo ha venido a visitarme.
Como un cantante mueco estoy recitando,
estoy recitando en un rincón
—¡y ves cómo se me están poniendo los ojos!
(…yo buceaba dentro de un signo,
iba por ahí con un estandarte,
portaba el estandarte en las procesiones del delirio
mientras se bañan los adolescentes de placer en la piscina de sangre).

¿Qué he de haber si, en el día y la noche que tuvimos, hube?


30

III

Traje pan para poner en un cesto,


una flor para la edición de su silencio.
Estaba sentado en un taburete
—bajo el signo de la tarde—,
recibiendo los preámbulos
de las inserciones del símbolo
que descifrara el deseo.
En la membrana del sueño
una siesta alimentada de implementos domésticos,
el rostro del augurio se impregnaba de miedo
y, en símbolo me dije,
un encono en la mano,
botella de agua, verde
—y los potros traficando por el campo.
De la flauta de los apartamentos, un grito.
Una sirena lastimando la boca del cantante
—y tú suspendiéndote en el espacio,
como un muerto a la deriva.

Habría de hender con mi dedo, mojarme de las aguas lustrales de la oda


y, entonces, estaría viajando a la residencia que —bajo la pauta del día—
habita la distancia.
31

IV

De las secuencias del día la tarde siempre fue la más grave.


El significado del canto mora mudo y, como el lomo de un libro, estoy parado en una
esquina.
(…de dicción y de deseo —como de incienso y ceniza— he de nutrirme,
el espíritu de la tarde otea en los andamios,
el ritmo de las cosas es la cadencia de un diptongo,
deambulo el vestíbulo de una frase,
canto sin tino el canto del cantante caduco,
del enamorado inocuo, del odaísta obvio).

…una cuchara derrama sobre la pestilente piel del muerto lo que restase como licor en unos
labios,
en tanto el flautista efímero emite una falsa semifusa en la celebración de los funerales.
32

(En la tarde, a la siesta, el cantante


surge con palabras tales como ojo, ajo,
muro.
Helo expreso, perito y expedito
en los pormenores y recovecos,
en el complejo todo de todo lo que canta.
Y, de memoria antigua, emerge
lo que ha sido tedio o tiempo
—como del mosaico de una plaza una
estatua, o su ausencia—,
y, de encima de esta mesa, un paquetico
de cartas).

Detrito de una calamitosa febricidad, limalla del deseo,


el canto narra de la asonancia y la decadencia del aburrimiento,
o de la elaboración de la melancolía y —aún— de fiestas esculpidas sobre el fróntice del
insomnio,
cuando el tedio fue conducto por pasillos y salones, y su rostro se relegara a hornacinas
desmanteladas.
Quepan —en canto— ansiedad y delirio, delirio y ansiedad suplicantes
como en un vaso vacío cabe lo que en la sed cupo:
memoranda o agenda, acotación o glosa
de lo pasado o lo por venir, adulaciones y tarifas.
…una vaca hubo sobre el césped, esta mañana, allí donde sólo se halla su ubérrimo vacío.
Pensamientos y licopodios yacen allende la ventana
y, aquí, el lecho deshecho que sólo le es común a su frescura en la luz que, aunque no
expuesto al fresco, de afuera recibe.

…narrado he el canto del que no se levanta.


33

VI

En la celebración de las mejores horas del día,


conducto he sido a la piscina de sangre.
No importa el canto ni celebrar la oda
sobre lo que el oxidado candado del silencio apacible, o del apasionado mutismo,
discurren la muda palabra, el término callado.

Hoy he habido el modo, la mejor manera en el día aciago.


(…una vaca hubo sobre el césped, esta mañana).

De abluciones, en un abúlico temblor se elaboró la melancolía,


en miedo febricitante y en caducos sollozamientos
la saciedad insaciada arruinó su calva cabellera,
sumió sus jadeos como vertiendo agua sucia en una poceta
y —para el íntimo temblor—, exangüe, conducto he sido a donde no huelga bañarse.

Nova York, 1963


34

TRES CANTOS A LA MANERA ELEGÍACA

1989
35

PRIMERO

No podía ser el ojo, en la mañana,


viendo un cesto y una bicicleta.
No el muro, no el sol escanciando luz:
Ha muerto.

¿Dónde está Jean Cocteau?

Ni el término ni la pregunta.
No la solución.
(…los muchachos del barrio
se han levantado de nuevo,
la boca de él como una "o" mal cerrada).

No podía ser el ojo en la mañana.


El cesto es un cesto.
La bicicleta tiene una rueda como una flor
y, la otra, amputada por el óxido.
En el muro, sólo la luz
—pero ha muerto.
El término y la pregunta
no se diluyen.
Quizá nos hace falta algo
(por ejemplo, una Viola da Gamba en el espíritu
—pero el espíritu es un galápago).

¿Dónde está Jean Cocteau?


No en París.
Tal vez, en el androceo
de la Rosa de los Vientos.
36

SEGUNDO

(In memoriam Amílcar Osorio)

Alto en la memoria como un árbol, viene en el viento


—grímpola o símbolo, elisterio adosado a los muros del alma...
Cuando supe de tu muerte, me informé de la vida.
Cuando ignoré tu muerte, hice que en este canto nacieras:
Estás vivo aquí porque nada de ti en mí ha muerto.
Como ayer, paces hoy en el tibio país del corazón,
del que siempre fuiste su natural.
Testigo de que no te has ido, el viento de la noche
—el que horada los trémulos bosques de la memoria—,
y testigo la palabra
—la que nombra y designa.

Yo ya sabía de tu muerte:
desde hace tiempo me la venías contando como una historia larga,
poco a poco, en el devenir quedo de los días.
37

TERCERO

(Varado tiempo y espacio el de un cojín


arruinado sobre la cama,
tiempo suspendido el de esta taza de café
que ya no sabe de sus labios).

1
En una pausa del día de muerte el silencio se ha informado.
Aquí se levanta sobre el piso desnudo un taburete
y, como el espejo que pende de un clavo contra el muro,
las cosas que son la estancia nos devuelven su imagen.

De las murmuraciones y diálogos en el vestíbulo,


a la hora que sucedía a la cena,
apenas quedan la inmemoria y el trunco recuento,
una cenicera al lado derecho de la silla
y los claros cristales de la ventana
que alguien limpia por la mañana.

2
Para la tercera oda del Segundo Ciclo moró en un cuarto,
la primera estrofa la redactó sobre la columna de un templo
y, luego, la rehizo en un cuaderno cuando, al fin, regresó a casa.
En ningún hotel nunca antes pudo redactar lo que dictase su silencio
mientras que al caminar sobre las grandes lozas de la plaza entreabría los labios,
como si fuera capaz de impedir la digestión de las palabras.
En varios retretes y muros públicos escribió, en confusos signos "Estuve aquí",
como si de antemano hubiera querido contradecir el final
de la oda del Primer Ciclo: "No me busquen donde moro".

3
De discurrir, el discurso se disiparía en la memoración.
Para decirlo, una palabra. Pero palabra y parlante
son patrones de mutismo mutuo, fatua, anacrónica cronicación.

4
(Gravedad grande, como el sol en los
38

patios de la infancia).

Una flauta hace la fiesta para celebrarnos e inaugurar


el tedio y la fiebre, el delirio y la deleitación
(flauta y fiesta fenecen en flauta y fiesta
y en el delirio y la fiebre de quienes se celebran).
…labio enfermo, estigma que se abre como una begonia contra la luz.

5
Aquí yace el devoto de un oboe en la dicción abúlica,
yace donde nunca antes yació (ni alamedas ni campiñas),
y como una batuta varada se conduce y se celebra
el narrador de un concurso, el portavoz de un parlante,
la bujía de un cuarto vacío, la estatua de un parque,
el pentagrama de un canto sin partitura.

(Era aquella sonata la que empezábamos


a escuchar cuando yo ya casi terminaba
el café y tú te despedías).
39

EL ARCHICANTO DE LA LÁBIL LABIA

1992
40

A Juan Pablo

Intérprete de criptogramas oscuros,


constructor de logogrifos aberrantes,
parafraste de enigmas ignotos,
exegeta de glosas menores y acotaciones inefables,
elucidador de señales y signos abscónditos,
traductor de textos inexistentes en los anaqueles de los templos,
profeta de los males sin cura —los de los amores inexpresos—,
lector de palimpsestos íntimos y de los Cuadernos de Bitácora de quienes parten y no
regresan,
redactor del tedio en la tarde y de otras calamidades (la fiebre esporádica y el olvido
precoz, por ejemplo),
paraninfo mustio en las celebraciones de la boda,
testigo anónimo de ritos siniestros y acontecimientos varios,
estafeta de mensajes tibios de tibias palabras de amor de amores desatendidos,
buceador de entenebrecidos paisajes en los silos del corazón,
lanzador de sondas sin suerte,
pregonero de noticias conocidas,
albacea de lo que el deseo inscribió en el asedio,
restaurador de cromos anodinos e iconos falsos,
violinista desafinado en scherzos frenéticos —los de la dicha recurrente y la alegría
súbita—,
concertino sordo cuando la orquesta canta la suite del silencio,
pasajero sin billete en los vagones de lujo de trenes tristes que, ciegos como las luciérnagas,
horadan las noches de luna llena sobre el valle,
polizón de astronaves que cumplen itinerarios de rutina a la Galaxia de los Ausentes,
extintor del fuego que flamea en el pecho cuando los labios dicen "adiós",
procurador de encuentros clandestinos en cuartos de hotel,
anotador de citas incumplidas en los parques (las que no se llevan a cabo por lluvia, mal
tiempo en general o mera decadencia de ánimo),
panegirista ponderado de la vesánica vigilia de los cuerpos entrelazados hasta el alba, de los
cuerpos vejados por venéreas vísperas y rituales lúbricos,
anacoreta abandonado a su propia suerte, tal flotan los nenúfares del recuerdo en los
estanques quietos de la memoria,
rapsoda de lo que en la alta noche de la ciudad quieta el viento susurra al oído de las
ventanas que se quedaron abiertas y de lo que el mismo viento escribe al amanecer
sobre la frente y los hombros de quienes caminan por las calles y las plazas,
cantante mélico de canciones olvidadas de aedos idos y de cantos caducos de bardos
41

supérstites,
autor inédito de elegías aún por redactar (aquellas que versan sobre sentires caliginosos y
vagos memorares y que, contra el cardenillo de su cofre guarda el corazón),
escucha de oficio de lo que un hombre le comenta a otro en el paradero de buses y de lo que
el silencio le dice a las palab.ras que esperan en el locutorio lúgubre de los labios,
afinador de pianos, clavicordios y otros instrumentos todavía no perfeccionados, en los que
la soledad escribe la sonatina de lo que se ha ido definitivamente o de lo que nunca
llegó o de lo que —a fin de cuentas— ha quedado,
tambor mayor en las grandes paradas de la felicidad suplicada, la espontánea felicidad que
anda suelta por ahí y que no se logra asir,
sobreviviente apenas a flote como las balizas que demarcan con su frágil vaivén ebrio el
lugar exacto de un naufragio o de aquellos íntimos siniestros en que sucumben,
dentro de uno mismo, enfogados ardores y cárdenos deseos,
morador de recintos cerrados donde el silencio se desploma, en infaustos vértigos, desde
altos artesonados hasta muebles cubiertos con sábanas de olvido,
asiduo frecuentador de salones de billar en tardes de opacos domingos de noviembre,
cuando a los árboles la estación ya los ha despojado de sus indumentos de cobrizo
ocre (ahora desparramados sobre el suelo a merced de las ventiscas),
batuta de bandas que orean la cadencia de valses y marchas en el odeón vetusto de un
parque por un convicto desde su celda imaginado,
nombrado por decreto, acólito turiferador de nuestra Catedral Primada donde —en virtud
de la ausencia intempestiva del Titular— no se han vuelto a celebrar, en lo que va
corrido de este Año de Gracia del Señor, los Sacros Oficios del diario ni los de los
festivos, tampoco,
emisario de la muerte que deambula, cubierta con su blancuzca y raída hopalanda, por el
Pabellón de los Desahuciados como una vaca horra por los pastizales que ha
quemado el sol del verano,
protoalbéitar especializado en preparados magistrales para cortar de tajo el inveterado vicio
de algunos perros que, sin ton ni son, le ladran a la luna,
albéitar ducho cuyas pociones alivian —pero no curan— a palomas mensajeras que
padecen de agorafobia crónica o, dependiendo de la clase de encargo, de crisis
repentinas de pánico a la velocidad y el vértigo,
capitán de buque en cuarentena a la espera de las decisiones finales de las autoridades del
puerto, en tanto abrigado en lo más íntimo de la ensenada, lejos de los cantiles
contra los que se estrella, como un albatros de mal augurio, el viento pernicioso que
de la mar arriba por las tardes a escudriñar la tierra,
pronosticador pacato de huracanes que nacen en lontananza, allá donde duermen un sueño
de buey cansado las bardas y que el hombre de tierra firme apenas advierte en fotos
de satélite cuando —vistos por los anemógrafos— más que un fenómeno de rutina
parecen clara de huevo batida a punto de nieve, lista para hacer zozobrar
42

balanceados buques o arrasar con techos y postes, estrujar vacas y árboles y vacas y
tractores y vaqueros contra postes y automóviles apachurrados como sombrero
sobre asiento en sala de espera, cíclopes que restablecen —en otro orden— el
trazado de las calles, la colocación de los bancos en el parque, los nortes de las
veletas que, como airones imponentes, coronan alguna torre —hermosos parajes
devastados, tierra para alguien—,
escanciador de añejos falernos y tiernos cébucos en arcaica o precedente edad por ociosos
amos degustados en plácidas vespertinas palaciegas, o de manidos moscateles
melosos en encuentros del presente con amadas menores, o de aguachirles sorbidas
a solas para sobrellevar el sopor sepia de ciertas tardes de tristeza vaga pero
vehemente,
diseñador de columnas de triunfo hechas bajo encargo con el recóndito propósito de romper
la monotonía de las recámaras de aquellos que ni siquiera logran en el día vencer el
sueño ni en las vigilias conciliarlo,
lazarillo de pasiones que no admiten definición clasificatoria en los catálogos de los
expertos,
auscultador de ecos cuasimperceptibles o de asordinadas percusiones que ponen en vilo el
ambiente sosegado de la estancia (acaso los sones monótonos de un bugle bronco
que, por la inminencia de los conciertos, alguien afina desde la víspera, o del
monocorde susurro zumbador del viento alígero que anda, embeodado de día, por
entre los árboles),
huésped habitual de secreto ático donde, de diácono el hoy Canónigo Reglar fornicaba, de
afán, con efebos fofos por las mañanas o, exultante, al mediodía diáfano y durante
asuetos sabatinos y vagancias dominicales, con criadas rechonchas y ajamonadas
damas,
amanuense de los dictados y corrector de estilo de las memorias, hoy por hoy inconclusas,
de un ciego cuya última visión fue la del cuerpo desnudo de su mujer adormida
sobre la cama y la del eclipse anular de sol que acaeciera justo al terminar de hacer
el amor esa misma mañana,
disector de cadáveres no identificados que, con el paso de los días, a la postre nadie reclama
en la Morgue Municipal, anónimos cadáveres ineptos, además, para cualquier clase
de estudio de rutina, bien sea por lo anodino de los muslos, o por lo convencional
del empinado empeine y del epigastrio soso (vale decir, por la banalidad evidente
del vientre todo), o por la monotonía morfológica de los pectorales, o la definición
vaga de los deltoides deficientes, o la merma misma de las mamas mínimas, o por el
rictus común y corriente en que quedaren los labios, lelos, al tratar de decir "no me
maten", en fin, cadáveres ineptos para cualquier estudio por parte de los
necroanatomistas, sobre todo por la cortedad de la verga retraída, o por la alopecia
predominante en los dominios del venusino vello, o por el enjutamiento severo de
los grandes labios breves,
43

et sequentia.

(... un murmullo se escucha en el jardín de al lado y —creo— proviene de los lóbregos


enebros o, tal vez, de las begonias nuevas que abrirán mañana su entraña de carne
fresca a un sol antiguo).

Medellín, 1985-1990
44

LAS HONRAS DEL LECHO

1992
45

Viene el viento a visitarme


y viene en el viento, otra vez, un recuerdo.
Vuelve el viento —rapsoda ebrio, aflato efímero—,
el viento que en otras partes ya ha cantado sus himnos de exterminio o ha sembrado de oro
los eriales.
…un recuerdo viene en el viento
—tal vez en ese mismo viento que vaga, desnudo,
desde hace tiempo, por el mundo,
o en el viento que, a veces, riza la piel del estanque.

En la tarde tranquila, en la tarde diáfana


ha vuelto el viento, el viento de antes, trayendo un recuerdo
—un recuerdo que ahora, conmigo, se sienta en este banco del parque.
46

II

En este banco del parque me he sentado


a fumar en la tarde calma la pipa del tedio,
a recitar el olvidado canto del cantante mudo,
la estrofa trunca de una cantiga lerda.

(…un signo aciago de tempestad hincha


el aire lelo de la canícula inminente
mientras en el rescoldo del corazón
se aviva la llama de un recuerdo).

¿Dónde, entonces, se inscribe ese nombre de presencia arcaica que,


como el del pedestal de la estatua, tuve grabado en caracteres claros sobre el pecho?
47

III

…sobre los vestigios de una pasión antigua


—como una estatua escueta sobre el parque—
se yergue la mole del deseo.
De las ruinas de la memoria
emerge el anacrónico discurso
y es tu cuerpo, otra vez,
la visión alucinada y la elucidación del canto.

(Por entre los vericuetos del corazón se traza


—¡oh ingeniero desolado!— un camino evanescente:
…frutas hubo esta tarde —las del tiempo—,
y nunca fue más trasparente tu presencia).
¿Con qué (sino tú)
y de qué (sino de ti)
se elabora y nutre el canto?
48

IV

Emite la onda —y no prospera.


(Es el cruce de aquella señal siniestra
que choca contra la memoria).
Un claro hay en este barullo
—y es, justo, de donde emerges.

Presencia ausente asida al recuerdo


como un náufrago se abraza a un tronco a la deriva,
la tarde te contiene, enmarañada entre lúcidos laureles
y un vago memorar vano (alto como el muro de una cárcel,
ancho como un río que —al fin—, no se cruza).
49

Acostarse a tu lado como a la orilla de un lago


y despertar adosado a tu cuerpo
como una barcaza surta ahí, y abandonada...
Es la mañana detrás de los cristales de la ventana,
el mundo desparramado más allá de nosotros mismos,
la muerte que del otro lado de tu respiración tenue nos espera.
El silencio que hay en tus labios y el mutismo que se dice en los míos
están hablando de las enardecidas batallas que contuvo la noche.
Amantes vencidos, hemos relegado una victoria
a la callada confrontación de nuestros cuerpos.
50

VI

Como se desprende, de súbito, un gajo desde lo alto del árbol


y se funde con el fondo del estanque quieto,
sucumbe el deseo —sonámbulo ciego— en las cisternas sórdidas del sueño.

(…que, entonces, en la tarde —de grises triste y de magentas tersa—


me sea propuesta —pura e íntegra— tu desvaída imagen mate).
51

VII

Yacemos, en silencio, al amor de la lumbre.


Con nuestras propias manos hemos aparejado el lecho.
Sé —en lo hondo— que, en el canto catártico, y de todos modos, a ti me debo.
Es el lecho, sin embargo, al que con obnoxia evocación,
ahora y aquí —y en nuestro nombre—, honro.
52

VIII

Barrunto el recuerdo en el viento que barre el parque


—excita el cuerno lo cazado, y presa es.
Desnuda, acaso, quedas atrás como una diosa de mármol
expuesta a la suerte de los impluvios
y a la de otros enigmas que aun no nombro.

Medellín, 1985-1990
53

POEMA

1995
54

Buey ciego pace apacible pastos que —en noche inmersa, en noche insomne— luna llena
adoba con líquida luz.
Ojo enfermo aventado por sordos ábregos a los abisos del porvenir, ávidos de presa caída
desde lo alto.
Cunde el cosmos mientras titila, si acaso, una estrella próxima (lilas y cayenas).
Efímera fulguración de novas o ripio de cuerpos celestes, soplo superfluo esquiva el ser.
¿Dónde, en qué momento hubo de acaecer el extravío?
Dioses ahítos no abandonan aun la mesa.
55

II

Electuario de palabras y silencios, de roces y de distancias, de besos grana —esos que


arden hasta la entraña—,
el pasado es una infinible estantigua opaca, los vados mismos del insomnio por los que un
jinete desnudo, sobre un potro blanco, en la alta noche del ser cabalga.
(… una sed se siente, mas no se calma, aun estando al pie de la hontana).
Más alcohol, ya epoto, ordena el vecino.
¿Será que no se halla, que no se debe a sí mismo?
56

III

¡Qué bien --de veras— se vería la mesa aparejada con jugosos jamones y rebanadas de
panes ázimos, los recados de plata enmarañados entre oleosas lechugas y rodajas de
jaudos nabos. . .!
¡Lo lamento! De este lado han caído los dados.
¿Cuál --de ser cantado- - sería el canto, el canto del insaciado?
57

IV

Los escaparates vacíos aquejan olvido.


Fue, tal vez, en muelles sin buque, o en cobertizos sin tranvías, o en desolados hangares, o
—en fin— en tortuosos caminos por los cuales se sube a la cima o se desciende a la
pradera, donde hubo de fundarse nuestro extravío.
…un soplo adverso, imanado de parte ajena a este espacio que nos es propio, no logra
apagar la feble flama estante del ser.
58

Féculas emolientes, lenitivos lenes para la lipemanía crónica, o para la molicie vegetativa
—ese hollín que nos carcome desde la piel, por las tardes.
(¿Quién canta en el cuarto contiguo, quién esa canción que antes se cantaba?
O, ¿es esa la misma canción flébil, la lépida canción que desde tiempo ha nadie canta?).
(Sing —nos contestan—, sing, Sir Burton, sing the song out, sing it till the Time's Sing
saws the singer's tongue forever!).
59

VI

En los establos de la galaxia piafará la bestia.


Nosotros aquí —sin alzar la mirada al cielo— nos preguntamos a qué horas parte hoy el
tren que repatría los cadáveres.
(¿Es en otro convoy en el que van a enviar, de regreso a casa - - junto con las cartas no
reclamadas y otras cosas varias - - a los últimos mutilados, los nuevos tuertos, los
recién cuadripléxicos?).
¡Llora! Son las tuyas lágrimas fecundas que emanan de vana cuenca.
60

VII

Ocultos en lo hondo de los acamados pastizales que encobijan la pradera, donde pernoctan
y pacen las recuas, yacen, desnudos, dos cuerpos que se aman.
Brizna de indiferencia de los dioses tamiza, por entre coruscantes poros, la abscura piel del
firmamento
y es, tan solo, la Constelación del Olvido la que — desde lo alto — los vigila y los encubre.
61

VIII

Ardicias que el insomnio, en silencio, instila como vino, aquese mismo que de los odres
—a veces— se fuga.
Onusto de soledad —astro huérfano cuya trayectoria en el vacío yerra—, no fue de noche
como ésta (noche andrógina, noche que con endrina manta entalama la pradera), de
la que el ser fue expulsado.
Rosa estropeada por los dioses, el corazón del hombre surte fabro único de su propio
destino sobre la tierra.
Trepar por andurriales bruñidos con líquida luz de luna lerda, de luna ambigua, a las tierras
altas para ligarse (en lo posible) a cualquier estrella vagamunda.
62

IX

…urentes holandas —como sangre viva recién brotada de la víscera— no sacian la sed
pero escuecen como llama en la garganta.
Dioses ebrios danzan hasta el alba.
De su tufo pestilente nace el día que, trashumante y solitario como un buey uncido, holla
el caminante.

Medellín, Rionegro, 1992


63

OTROS POEMAS

Los textos reunidos en Otros poemas fueron tomados de los archivos Escobar Ángel. Escritos entre 1957 y 2004, el orden
de edición se establece siguiendo las fechas de su escritura y cuando no es posible determinarla me aventuro a fijarlos
acatando los ecos de las conversaciones sostenidas con el poeta por casi 20 años. Las fechas al pie de los poemas se
copian de acuerdo con el original de los mismos.
64

ESQUINA DE LA MUERTE, UNIVERSO DE LAS COSAS…

Hueso vertical e irremediable,


canción,
grito,
decisión tomada en los ferrocarriles,
buses y pasajeros inútiles,
destino para una tarde
en que se ahorcó alguna palabra,
la voz de otro niño que miraba a las nubes.

Si las cosas nuestras son definitivamente


irremediables,
y si nuestro día se repite sobre un cielo de costales,
para qué la luz que alumbra en las esquinas,
para qué llevar los pies puestos hacia adelante.

Entre músculo y fibra y longitudes verticales,


entre la tierra y la estatura de las aves,
entre grito y piedra solitaria y obreros que se miraron las manos,
ser es apenas una etapa que merecemos,
una cosa que adentro llevamos,
una palabra inédita que no se cuenta,
que se sepulta entre el pecho y el hueco de la garganta.

Verter el hueso en su perpendicular sitio,


o doblar las calles sin saber hasta cuándo,
o abrazar los postes de la electricidad
y poner la respiración entre bolsas de papel;
apenas sí se toman las cosas,
se cruza un saludo hacia otra parte,
se dicen los hechos, se besa a alguien,
templando el tendón y extendiendo el brazo,
tomando los frutos y exprimiéndolos,
llevando su sabor en el otro extremo del labio.

Que los hombres se repiten a toda hora,


que el vecino copula con su esposa,
que las colegialas se echan la tarde en sus bocas
y también las exprimen como una fruta que amamos.
65

Decir la vida entre el dedo que se agita,


y cantar la virtud de los rincones,
y los sueños del policía,
y el mundo de los muertos.
Repetir el diálogo con los hombres subterráneos,
y aprender de ellos los secretos de la flora,
y saber las orgías del agua en sus cocteles,
y saber la oscuridad de la tierra sumergida.
A veces pienso que nada de lo que vive
sabe a la transparencia del agua,
a las frases de un mendigo,
a las siestas de la adolescencia en la carne.

Pero las cosas y nosotros mismos,


los lugares de siempre están alumbrados por nuestro faro,
dinamitados por nuestra música,
por esta presencia de hueso y vena que amamos,
por este sabor a días que venimos cantando.

Llegar a una esquina y sonreírle a la muerte,


estar en cualquier sitio y decirle que se hunda en nuestra llaga…

IV / 57.

Este y los siguientes bajo el título de ―Poema‖ hasta ―Canto para una tremenda vibración sub-epitelial‖, incluido, se
conservan en los archivos como un legajo de 7 hojas mecanografiadas por una sola cara. Iniciándose cada página se lee:
Alberto Escobar Ángel, poemas, y el número de página. Todos permanecían inéditos, se reproducen en su orden y se
mantienen las correcciones hechas a mano por el poeta.
66

POEMA

Repetir las letras en su perfil sepulturero,


o renunciar a morirse en otro día,
poner las manos sobre un hombro,
saludar la luz que se nos filtra por el epitelio.
De cualquier modo los buses sufren y se agitan,
gastan su poderosa estructura metálica,
sirven de aquí a allá,
arrastran al hombre a su cama.
No es siquiera qué pensamos,
ni tampoco qué digan los demás:
es estar sobre alguna mesa,
recibir el viento,
llamar ―camarada‖ al vecino y a sus problemas,
es, tan sólo, al fin y al cabo,
tomar la vida, dársela a cualquier hombre,
y meterla en la íntima oscuridad de los bolsillos.

III / 57.
67

POEMA
Diluida música que no lo es,
meridiano que rueda en las calles,
entre dedos sucios,
en los parques, las hondas del cielo, el pico de los pájaros
y el corazón del hombre.

Recaída en mismos sitios de entonces,


abismos abiertos ante nuestra pequeñez,
ante nuestro vahído y prístino ímpetu de realizar…

Cuando las gargantas cantan y hablan y ríen y dicen cosas extrañas,


cuando el corazón vive en su soledad de muro,
¡ah!: nostalgia de los solitarios árboles, de los hombres solitarios,
las calles,
el sonido y la verdad de nuestros costados.

Ahora y en entonces siempre vivo, siempre muerto,


recayendo y cantando y muriendo y murmurando y diciendo…,
ahora, por esta mesa que sufre, por esta mesa…
Entre viejas canastas donde vivió el pan,
entre pulmones que respiraron tanto aire en libras,
después de los salarios y del vientre de la esposa,
obreros y hombres y meridianos,
y buses estacionados en medio de una esquina,
y semáforos locos delirando entre el suelo y las nubes,
pedazos de edificio, piedras amigas que nos lastiman las plantas.

En cada taburete se sienta un hombre,


en cada hombre hay un pulmón abierto.

En el espacio reinan los seres, reinan desde el espacio


y viven por él.

Las vísceras se quiebran en la tierra,


se deshacen entre gusanos que hacen lo suyo.

Los papeles escritos saben a cosa realizada,


a esfuerzo fallido,
porque en ellos estuvo alguna mano.
68

De las nubes baja el grito triste de las aves,


en la tierra todo parece la agonía de un acordeón.

Los monstruos no van a la misa de seis.


Prefieren dilatar el eco de sus órganos y sistemas.

El abdomen no sirve para ser desocupado.


Las piezas de alquiler son frecuentemente deshabitadas.

En los barrios apartados de la ciudad


hay velas de cebo prendidas en la noche.

Nuestro esfuerzo significa muy poco.


Es, apenas, una palada de música donde empieza el silencio de los hombres.

Nadie quiere llorar ni desaparecer.

Hay verdades innegables,


muchas cuestiones por resolver.
digamos, la orientación que merece el humo,
la soledad de los edificios trasnochados.

No hay que decir nunca cosas de crepúsculos.

La inutilidad de las manos en el café


será pronunciada y promulgada.

Las cosas nunca poseídas son nuestro destino.


En ellas se anuncia la muerte.

Morder el pan sin cantarlo


es quitarle el derecho al corazón.

…a cada paso moribundo,


a cada paso.
Y entre onomatopéyicas voces que repiten nuestra música,
Así, como si nada fuera,
Como si nunca fuésemos a morir.

I/ 57.
69

POEMA

Viento sensual,
resbalón de saliva hacia el pecho,
miembros besados, lamidos, largos
como la ruta que nos separa.
Nunca fue más extensa esta calle
donde
respiró
mi
pecho,
nunca tan llena de muros,
árboles enfermos,
de tejados rotos por donde se filtró la lucha.
En cada rincón del cuerpo,
por la afluencia de la célula
y su inseguridad mínima,
nunca en las sacristías,
en las despensas,
los rincones tristes,
el universo de las boñigas,
nunca y en los zaguanes y en los rincones nuevamente,
cosas al fin y al cabo de nuestro mundo.

XII/ 57.
70

POEMA

Vegeto en las mesas sucias,


canto una canción cuando es la media noche,
camino por entre los altos edificios de la ciudad dormida,
miro el neón, el cielo cerrado, los árboles que hieren la noche.
A veces pienso que lo mío es un tanto inútil,
que mis huesos son grandes huesos de elefante,
que yo camino mucho y se me gastan los zapatos.
Arrastro mi saco arrugado y le permito que esté allí,
que contenga la soledad de las espaldas,
que adhiera su voz de bulto a mi epitelio.
A nadie le digo que me gusta vivir solo,
que las horas del mediodía me aburren,
y esto me parece hermoso.
Cuando estoy cansado duermo y sueño cosas que me embriagan,
cuando estoy indiferente me gusta la vida,
cuando hablo con los amigos fumo y converso y los miro,
cuando aprieto mis manos les digo dos palabras o pienso que se ponen viejas.
Deseo estrenarme un aire en mis narices,
o ponerle otra orientación a los dedos,
o querer gritar eternamente bajo la bóveda horrible de unos senos.
A bellas horas he fumado el humo de una pipa,
he salido de los bares con la baba en el pecho,
he tirado una escupa a la alcantarilla,
o he dejado atrás algún amigo…
Las mujeres me parecen más poderosas
cuando viven en la quietud de una esquina noctámbula,
o sumergidas en el sopor de los barrios tristes.
Yo he amado sus caderas estrechas,
sus cuerpos de vírgenes ausentes,
sus arrugas de piel tronando por la axila.
Les he dedicado el sudor que nace en cada célula,
ronco infinitas palabras en la oscuridad de sus orejas,
les enseño el mundo donde nace mi grito,
donde se detienen enormes aguas corrompidas.
Nunca he pensado que doblaré mi vientre,
que un hijo nacerá de mi enorme odio a la sangre
de otra vena en su caudal repetida.
Me disgusta eso de sentir un ombligo,
71

una oportunidad para morirse, para atarse, para renunciar


al país de la destrucción y de la nada.
Yo amo el cuerpo de esas mujeres que me entregan su carne,
que sudan un poco y se revuelcan el cabello
en la topografía de las sábanas sucias…
Me gustan los bares estrechos y mudos,
las mesas de cuatro patas,
Louis Armstrong escupiendo en su trompeta.
Nunca le quito las hojas a los almanaques,
ni le ordeno un fin al inmenso cuerpo de la noche diluida.
Escucho la radio, bebo café en pocillos de porcelana,
compro los diarios, las revistas baratas y ordinarias,
dispongo un lugar para sentarme,
un sitio dónde doblar el músculo.
Cuando algún amigo me invita a beber, le acepto.
Cuando un amigo me invita a beber, le acepto,
cuando un amigo me invita a beber y emborracharse, acepto,
cuando una música, una trompeta, un diario me invitan a beber, acepto.
Cuando pienso que existo, no digo nada,
cuando pienso que existo miro por las esquinas y acepto.

V/ 57.
72

CANTO PARA UNA TREMENDA VIBRACIÓN SUB-EPITELIAL

Readquiriendo la fuerza oculta de la sangre,


abandonando la experiencia de otros lugares,
dejando subir la luz y el humo hasta la última viga,
sembrando el suelo de una vaga presencia subterránea,
realizando, diciendo, metiendo el dedo
por la claraboya de los próximos lugares,
definitivamente el sudor cae,
habita la tierra con su densidad insuficiente.

Masticando la última sonrisa de los muertos,


abriendo una ventana hacia el horizonte en cada poro,
leyendo el vaho pálido de las frentes,
sustentando y esforzando un nuevo tono para la lucha,
almorzando con los mendrugos que resultaron del entierro del último mendigo,
absorbiendo, sustituyendo y avaluando
la exacta historia que escribieron los gusanos,
estas calles, con alcantarillas y árboles,
sufren definitivamente el peso de los hombres,
de sus bolsillos rotos, sus uñas izquierdamente cansadas.

Pintando de inutilidad y vaguedad


los ferrocarriles de destino paralelo,
obstinado el carpintero en fabricar más viruta,
más crespos para la cabeza de su hijo,
recibiendo el aire que nos resucita
y expresando en símbolos el deseo,
subsistiendo el pito de una fábrica vecina,
dilatando el eco del intestino en el almuerzo,
amparando las enfermedades de la próstata
y el vómito con que amaneció hastiado el cura,
repitiendo la música de una canción para Flora,
de sus senos nunca e inmensamente imbesados,
creciendo para los años, para los almanaques y su secreto,
definitivamente mis manos sufren y se agitan,
mi pelo crece, su sombra es verde,
yo estoy aquí sobre el interior
de un cuerpo que abrió su horrible boca de muerto…
73

Depositando el pie sobre la tierra,


sobre el neón que ilumina la ciudad,
depositando el pié sobre la tierra ya todo sobra
y se aprende a reírse sin mucho esfuerzo,
sin mucha mandíbula, sin tanta inútil ansiedad…

X/ 57.
74

POEMA

Menciono ahora la barba del padre,


su sombrero que llevó en otro tiempo,
el rincón donde leía con gafas los periódicos del día,
el poder de su mano impartiendo una bendición para el pan,
para el humo de los platos y de la sopa cuando era la cena.
Me vuelvo atrás para saludar su juventud,
los pañuelos que a cada tarde estrenaba contra el viento,
la voz con que llamaba a un perro de su esquina,
el azul de sus mañanas tranquilas frente al paisaje de la casa.
Me refugio en los almanaques cuando descubro la arruga de su frente,
la línea que no escribí en los cuadernos de las primeras lecciones.
¡Oh padre!, digo ahora cuando estoy triste,
cuando la noche se ha venido de una sola vez para aporrearme,
cuando en la garganta habita un vacío y el corazón trota con más fuerza
con sus mil caballos de miedo y de hastío.
Hoy he llegado a hacerme yo mismo el nudo de la corbata.
Tus pantalones no me sirven y apenas sí se parecen.
Esta mañana compartimos la misma brocha para afeitarnos,
la cuchilla para afeitarnos,
el agua para humedecer las caras paralelas…
Un espejo que estaba indiferente,
supo entonces de la vida de dos rostros,
de los ojos que uno a uno se nos iban cayendo en su luna.
Digo: es terrible sentirse solo.
(Esto es posible apenas cuando yo te ofrezco un cigarrillo
y tú pones en el aire el incendio del fósforo).

¿1958?

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado manteniendo las correcciones hechas a mano por el poeta.
75

MOMENTO

(A la memoria de Suzanne Ibero)

Corazón que miró al profano sueño


dándole un río de luz a las pupilas.
¡Oh cosmos rojo ardiendo en magros leños!
¡Oh canción que hoy en la mente azul titilas!

Femenino navío de la mar dueño


fuiste miembro de las humanas filas,
¡y te pusiste al lado de tu ceño
un aire grave de fervientes lilas!

Mujer que dejó su alma de poesía


en la angustia que siempre le dolía
por tener en sus manos algo eterno.

¡Oh copa terrenal donde se riega


la voz de la mujer que ya no llega
con la gris nota de lo sempiterno!

Recorte de periódico sin identificar y sin fecha. Abajo se lee: Alberto Escobar Ángel. Puede ser del diario El Correo de
Medellín, ya desaparecido. Diario al que estuvo vinculado el poeta.
76

POEMA XIII

Vuelve el viento con su lenguaje metálico,


vuelve hasta la ventana donde me asomo…
Hay un hilo permanente que nos une,
los ojos buscan un camino para encontrarte.

La noche es demasiado fuerte,


su pozo de petróleo invade hasta el pecho,
colma el hueco donde tú cabes.
Estoy solo porque estás lejana,
no nos sirven los brazos para nada
porque en el viento vas distante…

Recorte de periódico sin fecha. El poema lo firma Lucrec Mar, seudónimo del poeta, según me contaba, para implantar
versos en espacios de página vacantes, cuando trabajó para el diario El Correo de Medellín. El poema es un antecedente
de Las honras del lecho.
77

POEMA

Por los caminos que el beso trazó sobre tu cuerpo,


se quedó mi dolor y un poco de la cal de mis huesos.

Ah, las frases olvidadas en mitad de tus caminos,


los días en la aparición mágica de la gota de rocío…

Y siempre mi dolor con sus moléculas de monotonía,


y siempre mi dolor y siempre el tuyo,
y este humano sacrificio de días rezados en actos silenciosos
de eterno bromear para la alegría inesperada y transitoria,
y siempre este cavilante panegírico de días y tardes
retratados en los caminos tenaces
que con sus caladas nostalgias en las veredas de la vida,
nos llevan a las ignoradas ciudades del hastío.

La noche que se derritió en flotantes llamas de plenilunio,


de un otoño que estaba oculto tras la reja de tus muslos,
y esta cara con su amalgamada manía de nostalgia,
dejan en cada hora el cansancio de la faena cotidiana,
el ―sí‖ de la ventana abierta a la tarde como dos rojas pestañas,
el arbitrario sopor del meridiano en las calles.

Y en la huella que trazó el camino de tu seno,


en la amargura de los relojes sobre el tiempo,
en este génesis trágico para nacer a la vida,
está el canto de los pájaros que ya no despiertan
el fluir desbocado de la sangre en las venas.
(Ya no hay pájaros rojos que canten en mis venas,
ni siento la sangre aliviada con sus matutinos poemas).

Y mi corazón es el mismo,
tiene su acento de tiniebla,
y en él está sembrada la inédita tragedia de la vida
que dejó marcada tu danza de ataúd.

Recorte de periódico sin identificar y sin fecha, en él aparecen impresos ―Poema‖ y ―Dolor desesperado‖. Abajo se lee:
Alberto Escobar Ángel.
78

DOLOR DESESPERADO

Tengo un hitón de tristeza que me cruza el pecho,


que se hunde sin decir dolor y sin decir permiso,
que hace su pugilato con los días y con el alma,
y siempre está este dolor metafísico
mordiéndome los huesos y la cara,
y siempre las manos de esta estrella
que mira desde la frente la tierra,
se retuercen por el aire y por el cielo
amarrando todo esfuerzo y la siniestra calma.

La sangre escrita en el cartel de los cuchillos,


el vagar por las calles sintiendo una intrínseca nada
que se adueña de la amargura sensación de esperanza,
el rezón de esta barca que navega por la tierra
con sus volcánicos naufragios,
son lo mismo en el vehemente suicidio de la muerte
con los días y el devenir de la cotidiana añoranza.

Los actos con sus rastros y rostros de nostalgias,


las calles persiguiéndose juntas en las esquinas
y en la danza negra de los zapatos,
el orear del viento en los entejados
siempre con la misma voz de países y selvas no explorados
y de errancia caminante sobre la tierra,
y el camino que trazan las campanas
en el undívago repique de las tardes,
este siempre y este nunca que se lleva en las manos,
en el corazón y en cada esperanza,
toda esta sinfonía de incomprensión
con sus alas de tinieblas y de pentagramas…
no apagan la hoguera a ratos extinguida
y a otros incendiada, de mis aires llenos
de vicios y montañas, de ecos desconocidos en mi arpa,
no la apagan en las venas ni en las entrañas.
79

LLAMANDO A STRAVINSKY

Stravinsky, maldito viejo,


vagamundo, pedazo de escopeta en música disparando.
Aquí o después, siempre la onda que se ahueca,
que viaja por el techo y desciende al oído,
y que recoge, y que atraca, y que está allí,
hundiendo su flecha, maldito Stravinsky,
mamoncillo perdido en la oscuridad del bosque…
Yo, metido entre doce venas verticales,
defendiendo el impulso de esa sangre pegajosa,
aquí, desde entonces, como nada,
como imprimiendo un sello para morder la lengua o la calle.
… No es más que un pájaro en el nido de su hotel,
un payaso loco y enfermo del músculo del corazón,
ni destrozada cabellera para la amada y el hijo,
tú entre el gante de los ruidos,
tejiendo e hilando tendones ensangrentados para el violín.
Como que ya las cosas cambian y no están conformes,
y sigue la luz superando el interior de los cajones,
así las cosas, torrencial-cuestión que no lloras,
así las cosas, maldito viejo Stravinsky:
Hunde su pasión el carpintero
y también el extraño obrero de los bombones,
dos metros de la fábrica para oír un concierto,
las vísceras de algún entierro.
Entra el cráneo —¡perdón, excúseme señora!—,
ya todo sabe a miel hervida y caliente,
y, no obstante, maldito viejo (resuena su luz en la barba),
yo te confieso Stravinsky que la tierra
¡es un enorme timbal puesto bocabajo!

1958

De este poema se conservan tres copias, una mecanografiada en donde, antes del título, se lee: De ―Cantos Negros‖, y de
puño del poeta algunas correcciones de puntuación, agregando al final el año 1958. La segunda es un recorte de prensa
fijado en una hoja tamaño carta donde se lee: Escobar Ángel Alberto El Espectador Mayo 17 – 59. La tercera aparece en
la página 6 del periódico El Correo de Medellín del martes 28 de marzo de 1961. Se reproduce del original
mecanografiado.
80

CANTO NEGRO PARA LEÓN DE GREIFF

León de Greiff,
en noche tremenda de cuchillo a marfil desdeñado,
pecador de humo,
candado abierto,
historia de puerta que se abre y que aprieta.
Será estar en un banco del parque,
ahondar el pico y almorzar con la hélice de las gallinas,
estrenar un cielo oscuro y ponerse a tristezar
con el recuerdo amargo de los días y los aguacates.

(Se abre la boca de un muerto miserable y todo canta,


se abre la boca y todo es ahitante y canta).

En pedazo de neblina,
hecha tu camisa así, y distante, y nunca,
¡oh, y nunca, infesta camisa de León!

Y Greiff, de grito a domador soberano de las boñigas,


rey negro del cuarto de una prostituta:
la vida es posiblemente madrugar a misa de payaso loco,
o estar con tus barbas enfermo en una taza de café…
Qué será de tu boina de papel carbón,
¡de tu pobre boina estercolada por grillos y cucarachas!
Será entonces el aire que se extiende,
la luz niquelada de las bombillas húmedas,
o cualquier cuarto de alquiler que uno tome.
Así y todo, de cualquier manera usted me cae bien,
tú eres, (¡oh, nunca!) al fin y al cabo
existes en tus huesos revolucionarios.
Usted, León de Greiff, viejo amable y prostático,
debe suicidarse,
morirse de vómito en la madrugada,
de calle que se estrena con una mirada hacia el suelo,
o morirse de una enfermedad del hígado
y suspender el traqueteo lento del corazón.
¡Oh, León de Greiff, qué noche tremenda
en la que tu corbatín eléctrico te ahorque!
Qué bueno, León de Greiff,
81

que tuvieras el corazón hecho de papel


¡para incendiártelo!

Medellín, febrero de 1958

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado manteniendo las correcciones hechas a mano por el poeta.
82

CANTO PARA LA CIUDAD

I
LOS ELEMENTOS

En la Ciudad hay edificios de estatura considerable,


calles rectas y solitarias y perpendiculares a los parques,
cafés amplios y estrechos, iluminados y tibios y opacos o angustiados,
basureros putrefactos,
alcantarillas pobladas de embriaguez o lodo,
buses alegres que duermen por la noche en los garajes,
prostíbulos y mugrientos cuartos de alquiler,
y corredores que conducen a alguna parte,
fábricas extendidas como una mano horrible sobre el valle,
chimeneas fálicas coronadas de vapor o humo,
muchas puertas por donde se entra y también se sale,
verjas que abrazan con sus dedos traslúcidos los jardines
donde los niños juegan por las tardes a Asaltos y a Asesinos,
cárceles y hospitales y Oficinas de la Aduana Interior,
y semáforos y policías,
Cuerpo de Detectivismo,
Palacio Episcopal,
Palacio de Gobernación,
Manicomio Nacional,
redacción de periódico,
talleres de reparación de autos y taxímetros verdes,
balcones hacia cualquier calzada,
teléfonos de voz y cita y palabra multiplicada,
citófonos y pequeño escritorio y block de Secretaria,
retretes públicos,
teatros y cines y clubs y restaurantes,
ocultos fumaderos de tristeza o de marihuana,
Estanco Departamental,
Estación Ferroviaria,
peluquería de felpa,
carnicerías ensangrentadas,
muchas camas de amor,
panaderías con piel de campana,
una y tres mil carpinterías donde se trabaja y se hace la viruta,
o sea, crespos para la cabeza de todos los niños de los hombres
de quienes es la Ciudad…
83

II
DE LA LUZ DE LAS BOMBILLAS A NOSOTROS MISMOS

En cada esquina cada cual recuerda el temblor o el esplendor de sus huesos.


En cada fragmento de hierba de parque algún hombre recuerda.
Y en cada cosa presentida o mirada o reconocida o vivida,
cada hombre estremece su corazón y sus vísceras,
su profundo rencor y su nombre ―Don Nadie‖
y el odio que crece como un humo en su mirada.
Siente que el aire lo sostiene
y que hubo en algún mes tranvías angustiados
y que la vida le viene de alguna parte.
Así sea del cemento que cargan con sus manos cansadas cien edificios minerales.

(Hay una voz sórdida en cada punto, en todas las cosas.


Subsiste en la Tierra un flujo y reflujo de asco temible y legendario…)

Que las noches son largas y rellenas de extrañas voces criminales


son testigos las camas, las sábanas de muchos lechos noctámbulos
donde la respiración del hombre huele a veces a semen
o a quejido profundo
o a emancipación líquida y húmeda y visceral y rotunda…

En medio de la noche no existe más luz


distinta a la que proviene de nosotros mismos,
y apenas las bombillas de la Ciudad en sus cuerpos simples la simulan,
porque la Ciudad, cuando es la noche,
estrena su cuerpo de espejo sobre el valle
y en él cada cual puede rehallar
la imagen de su propia e interna desolación.
84

III
EL RÍO DE NUESTRA CIUDAD ES PURO COMO TODOS LOS RÍOS DEL MUNDO

Como un muerto sereno y largo y prolongado.


Como una cicatriz o como una regla simple de estudiante.
Como un pan para la cena.
Como una cama para las nubes
y el vuelo opaco de los pájaros.
Como una vena,
una línea,
un dedo infinito
o una arruga de la tierra,
pasa el río por medio de la Ciudad,
pasa con su cuerpo,
y varios puentes sólidos de concreto lo amarran por la cintura
para que no se vaya nunca
y se quede con nosotros definitivamente.

El río es una parte de la Ciudad.


A veces figura en los decretos de la Alcaldía
o en las páginas de los periódicos
o en la memoria del padre
o en la frente de los viejos…
Sin embargo, es de todos
y a todos dice su pequeña sílaba de música
que significa la palabra: ―Amor‖.

De su líquido se levantan olores y vapores frecuentemente.


La gente dice entonces que huele mal,
que trae, o arrastra, o lleva muertos,
balas, sangre, o crímenes,
o cadáveres de niños limpios y buenos…
Pero el río nunca trae cadáveres de hombres,
ni balas homicidas, ni historias de asesinatos,
y por sus venas nunca cruza en sus navíos sórdidos la sangre.
El río es de la Ciudad,
la Ciudad no huele sino a cemento,
a cansancio o calle larga,
a jarrón roto y cúpula solitaria,
a hotel y pequeño departamento,
85

a sirena, a semáforo, o puerta abierta, o alcantarilla,


a burdel, a esquina solitaria y plañidera,
a tugurio húmedo de lluvia,
a cuerpo de adolescente febril y ebrio.

En el río no van siquiera los peces.


Ni siquiera los cadáveres de pájaros
que no obstante su canto algún día murieron.
Ni la madera y los troncos de las tormentas,
los alambres de púa y las estacas de las vallas,
los cerdos y las vacas y las gallinas ahogadas…
Dentro de sus aguas va una música interna,
una música que nadie oye o que nadie entiende.
En algunas noches los hombres caminan, tranquilos,
paralelos a sus aguas,
paralelos a su cuerpo,
a sus músculos saludados por la mano pesada del viento.
También una autopista camina, tranquila, paralela al río:
en mitad de la noche las farolas de los autos y de los camiones de carga
tiran su mirada auscultadora para preguntar
por el origen de la oscuridad y de las aguas…
Los amantes caminan junto al río.
Los hombres solitarios caminan junto al río.
Los niños desnudan sus pies frágiles
y humedecen la piel de la hermosa piel del río…

Cuando suenan los pitos en las fábricas,


las ondas repercuten en el río…
Y sin embargo cuando hay asesinatos y sangre derramada,
el detective que es como ciego piensa que el puñal ensangrentado
se moja de la sangre transparente del río.
Pero nadie quiere quebrantar la castidad de sus sábanas rizadas:
Se sabe muy bien que la luna es limpia
y como hecha de plata cuando allí se mira.
Y que las estrellas quiebran su punta fina de alambre cósmico
en la oscura carne de leproso de la noche,
en la suave carne de la noche y del río
que es como una cosa de todos,
como un abecedario de amor donde naufragan las semillas,
las basuras que le arrojan,
86

el humo de marihuanero triste que se levanta sobre su superficie


cuando es la noche y cuando llueve y cuando hay frío y silencio
en los tejados de todos los edificios,
en el pecho y en los oídos de todos los hombres…

Septiembre 1958

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado, el mismo tiene un encabezado donde se lee: tres poemas de: Alberto
Escobar Ángel. Se mantienen las correcciones hechas a mano por el poeta. Al final de cada uno, de su puño, se lee: Sep.
1958. Se conserva otra copia mecanografiada de ―El río de nuestra ciudad es puro como todos los ríos del mundo‖,
conjeturo fue escrita antes de hacer parte de ―Canto para la ciudad‖. Difiere en el corte y en el contenido de algunos de sus
versos y en la extensión de las estrofas.
87

LOS SINÓNIMOS DE LA ANGUSTIA

Para decir:
Viento en las orejas del hombre,
zapatos rotos en los pies del hombre,
manzana fruta podrida en la boca miserable del hombre,
neón lento en las esquinas, lugar del hombre,
codos sobre la mesa-soledad, bar del hombre,
o para pronunciar –que es lo mismo–,
humo de chimenea en el cielo raso de la noche,
mano de obrero debajo de la chimenea
y opaca-seca-opaca cena de boca de grasa y pantalónobrero,
pedazo de pan para después del turno y al momento del pito de sirena…
Desgracia de una peluquería con el sol a plena tarde.
Salario del peluquero,
intestino más o menos relleno-tripa- alimentado…
en cada cuarto de alquiler los ojos lloran ausencias y vacíos,
repetidas, subyugadas despedidas encima de una cama o cuerpo.
Se espera entonces repique de timbre de teléfono.
Gran dama sin joyas,
con corazón más allá de la piel que se le estira o seca.
Diamante que hace guardia a la nariz,
gota de llanto a lado y lado:
Dos soles sobre una misma cordillera…
―–Buenos días, señor‖, frente a los escritorios.
―–Buenos días‖, de horas que son demasiado graves…
Pero apenas hay que preguntar:
―¿Ya ha abandonado su lecho la angustia?...
A qué hora empiezan las labores… ¡Por favor, que no se cumpla nuestra cita!‖
Mientras tanto que suene el violín loco en las esquinas.
No más cláxones en los cruceros:
Los semáforos deben detenerse en su óptimo color amargo.
La música dinosáurica comenzará.
Es la réplica del pecho adentro,
de la garganta medida hacia abajo, no hacia la voz y la palabra.
Habita en la espera de sonido que comenzará dentro de poco
la desesperada lujuria de los dedos bien encadenados,
de los zapatos bien rotos en las plantillas.
Además, para agregar algo, para no quedarse breve:
El recuerdo de los tranvías de los niños, asomados a sus ventanas,
88

las arrugas de las axilas de las mujeres viejas,


el olor, el amoníaco de los orinales y los demás sórdidos de la historia de los telones
nasales.
La tinta de los cuadernos escolares se hará presente en el onomatopéyico concierto de
las cuerdas templadas, adecuadamente temperadas para el tono de que podemos.
Toilette de maricas.
Sábados a la Virgen.
Comunión Eucarística,
pureza conyugal,
soledad de viciosos,
recuento de las cuitas de César Vallejo,
andamio de los testículos,
albañilería infra humana,
tuberculosis en las fibras pulmonares,
vómito fresco y entretejidos de los animales,
asiento en el bus urbano, un poco tibio,
sinónimos de la música que ya comienza,
pensión o burdel o cuarto de hotel-prostíbulo,
de bulevar prostíbulo y sala de espera de los ferrocarriles donde el prostático confía en el
destino de sus maletas, en las alas toscas, sin contornos de los aviones, en el pito,
los rieles, el pito y los rieles paralelos del ferrocarril de sus viajes breves.
He aquí, no hay mención sino de una cantata,
de un vaso de aguardiente en el perímetro de los bodegones.
Se repita a cada momento el llanto
nadie esté inconforme con su piel,
sus células epiteliales en estuche.
Piensen los que quieran, no piense nadie
en el gran serrucho tajante o aserrador:
Las vísceras nuestras,
deliciosos órganos húmedos,
conservados en las secreciones glandulares,
en transparente miel, almíbar,
de cualquier manera serán destrozadas y esto se llama Angustia o Muerte.

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado manteniendo las correcciones hechas a mano por el poeta. El poema no
tiene fecha, presumo pudo ser escrito por los mismos años de los reunidos en el libro Los sinónimos de la angustia
escritos entre 1959 y 1961. En éste se dan esas sartas tan características en la escritura del poeta. Y si por pasajes puede
parecer desencajado, esto hace parte del ritmo vertiginoso que explora y consigue el poema.
89

LOS SINÓNIMOS DE LA ANGUSTIA

Sangre tibia de adolecentes, sangre inundada como un río.

Para decir viento en las orejas del hombre,


zapato roto en los pies del hombre,
humo de chimenea en el cielo raso de la noche,
mano de obrero debajo de la chimenea
y opacada cena de café y pedazo de pan miserable,
hemos acordado, nosotros, cualquiera sabe quién,
una palabra, una tira de sílabas en forma de fusil que nos ametralla.
La escribimos en los muros y no se ve.
La dejamos abandonada en diminutas manchas sobre el lecho.
El corazón —en gota gota— la sangra.
No hay quien no trague saliva cuando la pronuncia,
se la dice a sí mismo,
hacia adentro, detrás de la piel, se la esconde o soporta o guarda.
Oigan: ¡se ha hecho mención de Angustia!,
—¡no la repitan por favor…!

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado. El poema no tiene fecha, presumo fue escrito por las mismas del
anterior. Al poeta lo obsesionó el título de los Sinónimos de la angustia. Todavía en 1989 pensaba en agrupar su obra
poética bajo éste.
90

XI

Quien esparce el viento sobre los higos de la playa no os enseña su rostro austero
—anticipado de velos sin color—, sino que vive y susurra y hace sonar su corazón
dentro de los árboles y los abetos.
Su ojo discreto vigila. Y bajo la ceiba dadivosa los amantes cuecen en la noche los flancos
apretados e irritantes, se besan las tetillas sin seno, enloquecen sus papilas con una
baba de almidón que nadie sabe.

Quien es el generoso tras el viento no es sino un velo que ondea y evita y eslee su frescura
para sus mejores víctimas.
El amor tiene formas privadas, maravillosas, y de cada quien no queda sino su misterio, el
pasto aplastado después de la siesta, el cabello flotando en el espacio cuando se
atraviesa la campiña y hace sonar el cascabel de plata.
El generoso nada delimita y observa apenas. En los cuartos de vuestros hoteles habita un
santo en pijama y en el pecho de muchos el enigma deposita su signo monstruoso.
Edículo de lo profano, el labio del mentiroso recibe el oficio y en él se cumplen los
designios, pero a la mañana el viento se hace velo blanco y en su tarea transparente
el niño escribe las vocales sobre el banco de vuestras escuelas.
El amor tiene formas maravillosas, disposiciones que algunos de nosotros no entenderían,
Es cierto. Pero —como en el mar—, el día se estrecha entre mancornas y de tal
suerte sucede que la luz no es la luz ni propia del cielo pues la noche empieza
cuando aparece el brillo y duerme el viento en los párpados ciegos.
Quien esparce el viento sobre los higos de la playa no comunica.
Los jóvenes se besan en un beso verde y tan sólo él se enreda en la ceiba que los contiene.
Porque aquél de quien os digo generoso abunda en rostro austero y en su barba se mece la
parsimonia de un cuaderno y la sabiduría de los polos.
Su saliva hace que uno se llueva de los más bellos sabores, espácico sentimiento que se
desliza, que acaricia, que adviene, que os muere, os hace morder el espartillo de los
más agrios campos en viruta y los más pobres, índigos, carentes, protestantes,
disecados, escurridos trigos.
Pues no es extraño que del cielo descienda un pájaro en incendio y que sus alas quemen
después del beso vuestras tetillas, y su pico hiriente rompa en advento grave la
irritante sanidad de los flancos apretados e irritantes.
Oh, en la papal gana quedan residuos de sudor y la alegría naufraga entonces en turbias
aguas.
Como en el mar, el día está entre mancornas, y el santo atreve su mirada por la ventana y se
desabotona,
el buhonero pregona por las ciudades nuevas las más antiguas mercancías,
y el soldado que solicitó de estas tierras se deshace de su gorra,
91

y quien es el generoso tras el viento —tal su velo—, canta cuando se siente solo y deja
susurrar su corazón en la ceiba de litorales frescos.

1960

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado, manteniendo las correcciones hachas a mano por el poeta. En los
archivos se conservan otras dos páginas mecanografiadas, en una, en vez de XI, se lee X, el inicio es próximo al aquí
reproducido pero el desarrollo es diferente, además el texto queda incompleto. En la otra en vez de XI se lee V y es solo
una variante del inicio del poema. Desconozco el proyecto al que pudo pertenecer este numeral.
92

MEMORIA DE UN CUARTO DESHABITADO (I)

Cuando la luz llegó sobre todos los objetos de la repisa,


y un velo cayó para siempre enseñando extrañas formas y volúmenes,
y un mago —dueño de su agua y de su humo— quiso quedarse quieto,
y porque al estar en medio de entre nuestros cuerpos le resultaba de algún fastidio.
Y cuando porque no y sí sobrevino el licor para la boca,
el recuerdo de un elefante con palpitaciones de miedo,
y la luz permaneció definitivamente desde la lámpara inclusive hasta el muro.
Yo encontraba en ti el peso de los puentes y un caudal acostado.
No era cierto que la piel y los ferrocarriles o el insecto de los vicios.
Nos dijimos nunca y por eso sucedió tan fuerte imprecación de nube
y los pájaros continuaron su vuelo y fue entonces el cimiento de la columna.
Arrodillado sobre la carga de sus propias carnes y vegetales vestiduras,
que estar en los cafés hasta las doce de la noche y los relojes infinitos,
el polvo trajinaba en los rincones de un cuarto deshabitado y fúnebre.
Pero claro está que la luz nunca se encendería hasta su peldaño suficiente
y entonces los musgos de cada cosecha deberían quedarse ocultos en sus cortezas.
El agua al otro le mojaba y de ella fue siempre dueño, belicoso agresor con dientes y
lengua.
Otras sustancias formaban la caja fuerte de mi pecunio
y mi frente o la tuya bien lo sabían.
Desesperado amor de los carbuncos, hago mención de ti
cuando tropiezo con el bombillo de la esquina más indiferente.
(Y este es todo el testimonio que tengo ahora en mi bolsillo nuevo).

Inédito. Existen dos copias mecanografiadas de ―Memoria de un cuarto deshabitado‖. La primera en una hoja cuyos
primeros tres renglones son el inicio de una carta que el poeta no terminó, el encabezado dice: ―Medellín, Abril 30 de
1960‖, después se leen el título y el poema con tachaduras hechas desde la misma máquina. En otra hoja se lee la segunda,
con correcciones y, el último verso, hechas a mano por el poeta. Se reproducen ambas copias, pues las variantes ofrecidas
en ellas consiguen, para cada una, atmosferas descriptivas que las permiten independientes. Los números entre paréntesis
los agregué para diferenciarlas. Dada la fecha del encabezado de la carta es posible aventurar que el poema (s) fuese
escrito en 1960.
93

MEMORIA DE UN CUARTO DESHABITADO (II)

Cuando un abanico de luz advino sobre todos los objetos de la repisa


y un velo cayó para siempre enseñando tras sus muros la resonancia de las últimas palabras
y un mago —dueño de su propia agua y de su humo— quiso quedarse quieto, acurrucado
en su nueva modalidad de muerto o bulto,
y porque el encontrarse sometido a tan ajeno ambiente le obstruía en gran parte la afluencia
de su sencilla respiración que le comprobaba y hacía entender lo contrario al destino
de su muerte,
y cuando porque no sí sobrevino y advino también el licor nuevo que era justo en cada una
de esas horribles bocas,
el recuerdo de un elefante, además, con palpitaciones gigantescas exhaladas por el embudo
último que le prolongaba hasta esa especie de sueño de que fui víctima,
y la luz permaneció definitivamente desde la lámpara hasta los objetos de la repisa y el
coágulo de sangre que empezaba a formarse en el desteñido tapete.

Pero lo que no fue cierto es algo que trataba y se refería a la piel.


No nos dijimos nunca, si mal no me hace ahora un viento que me ha penetrado los oídos, de
aquellas cosas y cuitas relacionadas con una época transcurrida en el ejercicio
cuotidiano de los ferrocarriles.
Y por el contrario la vivencia de cada paisaje descubierto siempre nos fue de suma
conveniencia para contarnos ciertos episodios hacia las noches, cuando (aquí
empieza a estrenarse un grito bajo mi blusa) mis herramientas de amor viajaban
hacia los volúmenes de tibio papel del pecho.

Y que pase la peste.


94

LOS SINÓNIMOS DE LA ANGUSTIA – II PARTE

Como el emisor de mensajes y quien trajina la encomienda,


ibas por la ciudad usando de tu blusa, con los ojos en
dirección de las huellas.
Verás. Un ojo es hoy el ciego. Tomemos cognac y café, té,
hierbas en infusión, destiladas rosas de una botánica savia,
y los caldos aglutinarán mejor. Los caldos.
Y ves.
Hoy me anuncio por ello, me digo incomplicado,
como el corazón de un feto. El corazón.

Medellín, enero 1961.

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado, manteniendo las correcciones hechas a mano por el poeta.
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INVENTARIO DE NAHÚN, EL GUERRERO

I – La Guerra

Después del baño hay que averiguar por alguien que lo quiera acariciar a uno.
No obstante, vistió su bota y pisó.
La hierba, las avenidas, los parques. A París, la monja que no ha soltado de su
vientre un feto.
Le pidió que guardara en el armario la ametralladora y encendieron la chimenea.
La luz de la bombilla emergió en el cuarto tibio cuando empezaban las palabras y
sobre la ciudad un humo ácido anunció la llegada.

II – La Investigación

En El Territorio, frente a la puerta que pendía de una deslustrada cornisa, debajo de


la palangana que se oxidaba en la mansarda, antes de la portería y del estucado vestíbulo
que hacinaba a ancianas comadres, jóvenes prostitutas, doncellas, reproductores,
vagamundos, acólitos y hortelanos —y en el cual se fumaba tabaco, o se jugaba a las cartas
con vellosos naipes, o se bebía cerveza en patinados jarros de barro—, se apeó del autobús
un cuello duro y senda corbata manchada de caldo, un personaje detrás de sus pestañas y el
respectivo viajero con sus zapatos sucios.
La preocupación que atañe a este momento es bien simple. Pero no importa. Fue
consignada en la aldea que, aledaña a la cruda muralla de una cordillera estéril, nunca antes
investigó el tiempo.
Cuando el meteorólogo esperaba lo contrario, quizás un purulento sol difamando el
horizonte, el poblado se obstinó en los vapores de su neblina que recorría los patios y
tejados.

III – El Guerrero

Buceador nuevo, Nahún se fue a la búsqueda.


No encontró las llaves de su apartamento.
Sólo había en los bolsillos de su chaqueta grageas medicinales y harinas de pan
tostadas al calor de su cuerpo.
Por la calle veinte roncó el camión y los ojos del casco vigilaron.
Vigilaron, y roncó lo que ustedes ya bien conocen.
―La llama del fósforo sibarita —inventado hace tiempo— estalló a las doce‖.
Los periódicos incluyeron una noticia alusiva en la primera plana,
mientras un niño escribía en la arena el nombre de su mejor compañero de curso
y el buhonero recibía una carta:
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―Murió en el cuarto la abuela‖.

IV – El Apartamento

Los confites explotaron entonces en la bombonera, cuando la mano del oso hirió la
puerta.
¡Estupenda! Unas formas. Azafate el lecho, las sábanas.
Clarinete. Lujurioso el frasco para el agua.
(¡Pero no es exactamente lo que quiero!).

V – La Profecía

Tales los sucesos. Cuando el bueno de Nahún, el parsimonioso, compró camisa


nueva, las olas tímidas del mar lamieron la playa y un árbol levantó el vaso y bebió.
Quién diría de esto, de ello, de nada, de lo que sucedió, escondió los ojos en las
lentes de sus gafas, rosadas de amígdala enferma, y se puso triste, asiendo un cirio con la
mano derecha para cobijar con su resplandor el perímetro de la tormenta.
Había llegado el día de estrenar otra humedad bajo el tegumento de algún embrión
ebrio,
o en los abultados párpados del llanto,
o en los intoxicados labios de la sonrisa.
Nahún sonrió. En la jaula de mimbre el pajarito durmió un siniestro sueño diurno
y el gato orinó sobre la tierra la confesión.

Bogotá, enero 1961

Inédito. Existen dos copias mecanografiadas, en la primera, después del título se lee: Para El Suplemento Literario y en el
mismo renglón: A Olga. Al final, escrito a mano por el poeta, dice: ―Bogotá, Enero 1961‖. En la segunda desaparece la
dedicatoria, y la disposición tipográfica del poema es modificada, también presenta cambios en el contenido con respecto
a la primera. En la margen de la hoja inicial se lee, escrito por el poeta: ―copia definitiva‖. Se reproduce de la segunda
copia manteniendo las correcciones hechas a mano por el poeta.
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VARIACIONES DEL PROFETA SOBRE SUS MÁS


FRECUENTES TEMAS Y MODALIDADES
I
Vendiendo gladiolos en las plazas públicas,
seráfico domiciliario de productos fármacos,
envasador y traficante,
nuevo profeta tiene hoy la ciudad,
en las esquinas está anunciando sus palabras,
los augurios de su muequera.
La mujer suple el bolso,
hoy no es domingo ni tampoco martes,
va con sus ojos hacia el este,
no viene ni va ni está,
quiere enseñaros un placer fragmentario.
Es decir, sus confites y extravagancias,
el acuario que olvidó,
por la médula espinal la asustan hacia la noche las hormigas.
Habría sido esto, pero hundo mi vara,
regreso del pórtico y la más remota estación.
Ahora no hay quién lo diga,
todos están sentados en el café,
se alimentan de la radiola,
vuestro apetito es un viento oscuro que recorre los lugares.
De tan excelentes calidades se hartaba en otra época el viento.
Pero miren: las crisis se suceden
en los cuartos y mansardas,
doble fruta se come al desayuno
y un hombre da de beber caldos a los cerdos en el cuenco de su mano.

II
Con pomadas, barnizando,
antigua y remota radiación de féculas,
sobre las dulces concavidades
distendiendo el cuerpo en la mesa de las intervenciones.
Hemos llegado a la profecía,
oh santo, oh dios, los cereales corrompidos,
la mujer lavando ropa, la luna amarilla.
Tras las telas animales,
el agua caliente en la palangana,
los polvos sanatorios,
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los pasillos y el anuncio de un verano incubando sus momias.

III
Ebrio en los bares, los bulevares,
los parques, los tranvías, mi
corazón saludado, humos,
los libros, el saxofón piano,
los líquidos recorren el cuerpo,
estoy recordando una oda,
en el cuarto el muro transitado
por el ángel, o faisán marica, el enano
crespo, su corbatín, sus dos botas,
en tus manos copulan varios insectos
y fructifica esta crisis.

IV
Voy anunciándome en los espacios,
los golpes, los llamados, el forcejeo.

¡Ábrete!

Un guijarro en la vía,
y he aquí la tempestad,
los hongos, la calamidad,
¡los hongos, los hongos!

¿Pero, acaso tu disección augura una mutación?


Que se iba a visitar los nuevos países…,
¡que se vaya!

Nosotros permanecemos,
tu me enseñas un sabor
bajo nueva batuta.
Revienta las vísceras en cualquier lugar,
bajo alguna inspiración, la indeterminada.
Los búfalos preguntan
y estamos armando una respuesta.
1961
Inédito. El borrador de este poema se conserva en tres hojas mecanografiadas con correcciones y variantes hechas a mano
por el poeta. Se reproduce siguiendo las ―posibles‖ variantes en el borrador. En una de las hojas se lee el nombre del poeta
y 1961.
99

REZABA ASÍ…

Rezaba así la confesión, cuando el coro de adolescentes se iniciaba en el Oficio y


sus corazones cumplían el Precepto:
―Pedimos la paz para las damas del Deán, la satisfacción plena para nuestro
Protector.
―Que florezca, ¡oh divinidad!, la gema en su dedo como lo sanéis de sus parásitos,
le deis luz y desaparezca para nunca la glucosuria que lo desfavorece.
―Entregadle —¡sea oído nuestro ruego!—, las llaves definitivas de los
acontecimientos para que no peleche el Enigma del mago sobre sus carnes abundantes, y
seamos nosotros su báculo y él nuestro botero‖.

Medellín, 1961

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado, manteniendo las correcciones hechas a mano por el poeta.
100

HABITANDO EL PÓRTICO, EL VARÓN DESCIENDE CON LA MIRADA

Habitando el pórtico, el varón desciende con la mirada hacia el río que afluye al mar.
Has atravesado con tu energía los espacios edificados sobre la plaza, donde los hombres, las
mujeres, los niños, los ancianos y sus productos extractados del agua y la tierra,
hacen tumulto para percatarse de tu presencia.
Y has aparecido. Te asiste la alucinación —debes permanecer impecable y sometido
firmemente al gobierno de tu vara. No la ira ahora, tampoco demasiado la paz.
Que aparezca una guerra lenta en tus designios, ¡oh gobernante!, y no se hable de justicia ni
de religión sino de un tránsito durante la mística.
Y esto es lo que contiene el edificado espacio que visita la cabeza de quienes concurren.
Alguna vez visitó al cuerpo la llaga de la peste. Los líquidos linfáticos se secaron bajo tan
fuerte sol de una costa como infierno donde los hombres llegaron primero, se
instalaron después e iniciaron su reproducción finalmente y su permanencia
también.
Verdugos, abrid la boca para obsequiaros una porción de finos metales derretidos en el
horno del puerto.
¡Pero que no! Que se salve el verdugo porque él es la redención y el gobernante su amado
hijo en la casta de los infelices.

Y esto es el sentido de la profecía:

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado. El poema no tiene título ni fecha. El primer verso se repite con
variante al final, opté por el segundo. En el original las tachaduras fueron hechas desde la misma máquina.
101

SOBRE LAS TIERRAS

Sobre las tierras que se habían dado en calidad de estalagmitas el viajero habría de poner el
pie en el peldaño y amarrar a su camisa la mirada. Preparar las manos para la distancia que
sucediera. Y abrir los cabellos al viento, a los huevos de ave del viento, y no discutir la
emisión de mensajes, conservar el libelo a salvo de las aguas lluvias y chapoteadas,
preservarlo de que el sol lo tostara como a un cuero o de que el óxido de alguna atmósfera
salobre —como sucede en los puertos y demás lugares adyacentes al mar— lo devorara.
Sudario y suma, en resumen.

Fue su tristeza no acariciar un corpiño, beber en muchos años agua en un cristal y olvidar
paulatinamente la letra de las canciones de un traganíqueles.

El enigma escribirá designios nuevos cuando en los labios del monje amanezca una mancha
de sangre.

Los hombres del puerto vendieron su espíritu al éter de los mitos como alquilando sus
riñones a un paraíso, y su falo vigoroso, desolado por la loción de un lecho húmedo, habría
de permanecer tranquilo ante el poder de las religiones.

En la amistad une tanto lo que se nos da como lo que no se nos entrega.

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado. Escrito en prosa. El poema no tiene título ni fecha. En el original las
tachaduras fueron hechas desde la misma máquina.
102

DEBO RECORDAR OTROS CANTOS

Debo recordar otros cantos:


el salmo de los mingitorios
y los espejos rotos,
la canción del enano eunuco
que se pasea por los grandes patios,
la oda del flautista fatuo
en la fundación de la fiesta
de los lechos deshechos,
la oda de los lectores ciegos
y la de los sonidos sordos,
la salmodia del ombligo
del vientre de las tenues contorsiones,
de los ardientes espasmos
—vientre convulso por amoración estéril
y testimonio de alta fiebre.
La noche como un enorme glúteo
se arruinaría contra la saliva,
y de esto se haría aquí un himno
a los inéditos menesteres
de quien por loar luego
antes calla y se entrega,
se remuerde o padece
en el césped o en un catre:
canción del césped verde,
cantata profana entonada
junto a una mesita,
y una botella, y un muslo,
cantata escrita en la lengua,
cantata del cantante devoto,
del cantante mueco,
para no recordar la elegía
de los varios y muchos insomnios
que vigilan la vigilia del narrador de ágapes
y la antífona del diálogo
de lo que dialoga con lo que no canta.

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado. El poema no tiene título ni fecha. Se mantienen las correcciones
hechas a mano por el poeta.
103

CON UN OJO ENFERMO POR IMAGEN

Con un ojo enfermo por imagen que la memoria ha guardado


(con un ojo plagado por la oscuridad),
con el delirio de un alto tráfico hecho coágulo sobre la lengua
(con una palabra muda que nunca nutre más que silencio y sed),
con un único camino que es el mismo que su vocación de viandante a día y noche, a noche
y día traza
(con una ruta que por insomnios nocturnos y recurrente fiebre al medio día siempre se
confunde),
con una begonia que se abre entre su voz cuando sucede el habla
(con un estigma sobre el labio que esparce mutismo como sangre),
con el otro ojo abierto a la sublime contemplación,
al goce maduro, al lento tráfico de la luz sobre los cuerpos,
sobre las tinajas de agua vacías, las estatuas de los parques, las capuchas de los
escampavías —como si todo fuera una mitad oscura y la otra clara.

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado. El poema no tiene título ni fecha. En el original las tachaduras y
variantes fueron hechas desde la misma máquina.
104

LOS SINÓNIMOS DE LA ANGUSTIA

Segundo libro

LOS VIAJES

I
Los Viajes, manifestaba El Reformador en el más tímido de sus discursos, hubieron
de ser meditados en la quilla de un barco de cedro, donde eventuales aves de otra especie
asesinaron gaviotas y peces que se levantaban de la superficie, aquellos que en las mañanas
de brisa lograban un recorrido gris sobre el invierno del golfo.
Los insectos —cuyas bombas de agua en el período agrio de la gestación semejan
dificultosos caminos—, merecieron en una antigua ciudad un monumento años o ciclos más
tarde o posteriores a la acusación que padecieron entonces los peces de mi relato.
Sin embargo, de otras fuentes —bien sabido es—, Los Viajes crecieron sobre el
pecho del mar y en el lomo de todos sus habitantes:
Crustáceos deformes, vecinos en alguna época de sus ricas y efervescentes aguas,
asustados por las orillas buscaron porque sí morada y fábrica íntima para sus pesares,
su casa territorial favoreció consecuentemente el estímulo de las cartas y demás
modalidades de correo,
y sus gritos sonámbulos hallaron desde luego un asidero pobre en el aire de jabón y
chocolate a que tiranos del Puerto los obligaron.
Pero los Encomenderos —parcos miembros del Preceptorado—, se degeneraron en
un ocio de vino y embarazoso resultó superar su abulia,
y de tal manera, en los atascaderos —¿cuáles atascaderos?—, advino nuevamente la
crisis
y el ojo estruendoso de colores amarillos pluralizó bajo las formas del misterio y en
desgracia invocativa los mensajes no emitidos:
Una fuerza imperceptible, que soñaba con el sueño de los seres nuevos y la menuda
efervescencia y riqueza de aquellas aguas, vivía —no obstante—, dentro del mar y debajo
de la camisa de los hombres que empezaban.
Pero mi discurso (déjate lo pertinaz de la palabra y mi interpretación de las noveles
calamidades), no ha sido sucedido y un viento en llama detiene el impulso solaz de mi
nave,
y de tal modo, sobre el papel fresco que me saluda desde la mesa, servido de la
lámpara y su cristal de ágata, consagro que he atravesado el puente, olvidado fríamente el
murmullo.

II
105

Hube de detenerme. Mis pasos me gustan —me es grato el pie descalzo, no


corrompido por sandalia ni cáscara.
Medito, porque cuando lloro medito y me pienso, me pienso con lágrimas de sulfato
que son llanto,
y he dejado que se humedezcan las mejillas de mi carne —carne hecha entonces de
intensa o acuosa plata, metal o mineral de astro que lagrimaba la noche en los espacios:
Oh profetas, lengua de mercaderes venidos a destiempo, escribo para iniciar el
canto, he aquí que convergen en la pluma mil recuerdos.
Ratones de los graneros de Flandes me visitan, sapos de las costas africanas, los
dioses negros del Mau-Mau;
¡y que en la cítara amanecen sucia la lechuza del pecado y el gato de los persas
homosexualistas!,
y con ello es suficiente para que yo me ponga triste.

III
Digo de la formación del Puerto y no me encuentro, la piel se me incrusta dentro del
linaje de la ira,
y un sabio se babea la barba sobre el libro del Archivo y el tabaco de su pipa.
Tras mis humores se está destilando el caldo y a la mañana la mujer lava la letrina y
canta,
pues en mis muslos un dios joven escribió el designio y el polvo pavoroso lo borró.
Flor de mi adolescencia, qué tono el que se agita, el día se ha equivocado, la luz
duerme en el vientre de las bestias mientras el río lame la llaga del podrido.
(Imbecilidad definitiva, mis intestinos habrían de someterse a la disección en los
hospitales del siglo,
pleura en añicos, fetidez irradiándome la idea, las uñas cubiertas por la piel como
dedos sembrados de musgo).
(Pero en su vientre la anciana fomentó una piedra, tales las de las terrazas y cúpulas,
y yo sobrevivo a mi madre, alimentado de hierbas muertas, con el ojo del porvenir
alucinado y el corazón del sentimiento trocado al azar en la probeta de los ácidos).

IV
Esbeltas figuras talladas en la piedra, pues, arrastrando en designio contrario a la
voluntad arenas dentro de los dedos,
a un espacio límite de tiempo y en regular frecuencia adhiriéndolas a la piel suave
de sus plantas,
iniciaban la peregrinación (¡Muerte!), subían los barriles con la pólvora, las velas al
grito del viento…
¡Ea!, a la mar —y guiándolas una palabra de silencio en los rosados labios, gritando
cada pulmón otra esfera,
106

subiendo por los cables los barriles, ¡Muerte!


Yo os diría —Parsimonioso Grave—, cuántos lazos pasaron en recorrido por sus
manos hasta el callo —y el sol aún los alumbra ya multiplicados, y el viento de la noche así
los refresca.
…Un poder vigilaba desde la popa y en tránsito lento el robustecimiento de las
mercancías hacia los pasillos.
Paraíso: Frutos no superados todavía por la desazón, no corrompidos en sus tejidos,
y carnes frescas, abiertos campos dónde levantar la energía del sueño y los
omnipotentes dones de cualquier mirada.
Pero muerte asaz tallada en las múltiples calidades de la piedra,
la flauta de las danzarinas habitaciones del destino iniciado —el flujo del poder
dilatándose.
Esbeltas bajo alguna circunstancia —y por la mar, ¡ea!, y los potros tranquilos
gestando sus semillas.
Mirada en proceso de carbón para diamante si no la muerte, el enigma debajo del
árbol, el insecto roncando su morbo en los estanques,
y, sin embargo, al turno de la gestación embrionaria los onoquiles no presagian
sobre las aguas
y —más si se quiere—, en el faro que no alumbra litorales.
Os advierto entonces de una extraña fe que sucedió a las virtudes del fruto —no
superado por la desazón ni corrompido en sus tejidos a tan iniciada edad:
Como debidamente se hicieran los preparativos —justeza hay en mi apreciación—,
se edificó la hierba para recordar, la estación entre los polos, un hilo desde lo alto, o sea
rayos de luz en calidad de vehículo de comunicación intermitente,
pues litófagas, esbeltas, pronosticaban sobre los peces —¡oh, vosotras figuras como
de piedra!,
sin aparición nueva del haz en brillo de la mirada, vuestras plantas pisando los
herbarios crudos,
los hombres a la mar pisando el esparto y las arenas…

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado en cinco hojas numeradas, manteniendo las correcciones hechas a
mano por el poeta. El numeral III, bajo el título de ―Los Viajes‖ fue publicado en la Antología de poesía antioqueña,
prólogo y selección de Oscar Hernández M., impreso por Editora Popular Panamericana, Lima, Perú, 1961, para el Primer
festival de escritores antioqueños. Del mismo numeral III se conserva otra copia mecanografiada que difiere del aquí
reproducido, en él se lee: Bogotá. Enero del 61, dicha fecha permite aventurar 1961 como el año de escritura de estos
―Sinónimos de la angustia, segundo libro‖.
107

KRU, EL GUERRERO…

Kru, el guerrero, desistió de las armas a los treinta años,


por resolución inapelable de los Altos Mandos.

Kru vistió nuevamente su camisa roja


y —poco después del mediodía abundante—, volvió a casa.

Con el azul de sus ojos miró el azul del mismo cielo de antes.
(El distrito tenía las mismas terrazas
pero había multiplicado sus antenas de T. V.).

Antes de doblar la última esquina,


Kru se inclinó para beber agua en el lavamanos público.
(Pero ahora el aire de allí lo dividía en dos un semáforo).

Kru, el guerrero, para refrescar sus labios agrietados,


sonrió en ellos con su sonrisa ancha, y reanudó la marcha en sus zapatos.

Medellín, mayo 1962

Inédito. Se reproduce de una copia al carbón. Después de la fecha se lee, de puño del poeta: Escobar.
108

POEMA

La noche con siete enanos asomados a la ventana,


y el ser tocando piano frente a una farmacia.
El ser, sacando su pene y orinando.
Pero la noche, percutida por los gritos en los hospitales.
El ser, tomando una ducha en un cuarto de hotel,
pesando siete libras de carne,
y la noche diciendo: ―Yo te amo‖, ―Amor mío‖, ―Oh, me has hecho tanta falta‖.
Pero la noche, sentada en un bidet o llamando por teléfono,
y el que nunca dice: ―Yo te amo‖,
inundando de orina los caños de la calzada.

Inédito. En los archivos se conserva un original con correcciones hechas a mano por el poeta y una copia al carbón sin
corregir. Se reproduce del original corregido. Encabezando la página se lee: Los Sinónimos de la Angustia — Primera
parte. Alberto Escobar Ángel —junio de 1962 —med. Entonces es posible aventurar que la fecha es la misma para el
poema.
109

EN ESTE VERANO NO HACE CALOR

Duermes de espaldas a la ventana


te beso porque es verano
—y en este verano no hace calor.

Duermes en el bosque
donde nunca antes nos amamos,
te beso con miedo la espalda
porque en este verano no hace calor.

En el estío te tomo de la mano,


vamos sudorosos del bosque a la casa,
en el camino el sol de la guerra estalla
—en este verano no hace calor.

Medellín, enero 29, 1967

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado. Se mantienen las correcciones hechas a mano por el poeta tanto en el
original como en una fotocopia del mismo.
110

LA GUERRA SE COMIÓ A MI AMANTE

En una foto está la sonrisa de mi amante


y yo me quedé solo, sólo con mis palabras:
la guerra no embellece nada,
la guerra se comió a mi amante.

En un frasco guardan los labios de mi amante,


y yo me quedé con veinte cartas
y con dos tiquetes de avión:
la guerra se comió a mi amante,
la muerte lo embellece todo, mi amor.

Medellín, enero 29, 1967

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado. Se mantienen las correcciones hechas a mano por el poeta tanto en el
original como en una fotocopia del mismo.
111

POEMA

I
De música y un atril vacuo
como el delirio sobre la celebración de un concierto,
si este clarinete no da la nota
la boda fue un divorcio al mediodía.
Sonaría un galápago en el ajetreo de su marcha:
la deliración no fue batuta,
pero la boda y el divorcio mismos.

II
Yace en silencio
quien se quedó y condujo:
no mora espacio
ni se celebra,
y es ahora, como antes,
un frasco sobre una mesa
y la mesa y el frasco mismos.

III
Dice lo de oboe a flauta dulce,
o lo de una partitura a un clarinete mudo,
y en deliración fatua es dicho.
Si el óxido le amputa una rueda a la bicicleta,
hay una rosa-rueda óxida que conduce a un galápago
y un viaje hacia la boda
—pero la boda fue insucesa al mediodía.

IV
Para que fragüen
no se menciona el canto
ni se oda.
De un delirio habría un gesto,
o una fusión y una fiebre,
y si se mora
y si se celebra, un divorcio.

V
Aquí hay un divorcio.
112

Aquí un atril vacuo,


un frasco y una mesa,
y aquí yace una batuta varada
que conduciría una viola da gamba y un galápago.

Medellín, mayo 13 de 1967

Inédito. Se reproduce del original mecanografiado manteniendo las correcciones hachas a mano por el poeta.
113

POEMA

Sustraído de un cuarto vacío un grito huye de los patios de la muerte —bruñido su rostro
difuso con la misma luz que esparce por sobre los objetos, el día.
Ramo de rosas agrias, el discurso se torna sorda corneta de arcilla agrietada por la
intemperie.
Saltar, entonces, al silencio que —desde el inicio del mundo— espera, tomar un tiquete
para el tren que esta noche parte de regreso…

Medellín, mayo 19, 1977

Se reproduce del original digitado e impreso. Al final del mismo, escrito a mano por el poeta, se lee: Para Ohmar Castillo
y su firma. Se reprodujo inicialmente en el número 10 de la revista Babel, dirigida por Víctor Bustamante, y publicado en
febrero de 2008 como un reconocimiento a la figura y la obra del poeta Alberto Escobar Ángel.
114

CARTA

Conhortado de besos, ahíto.


Dulce, el tinte del alba.
Peragraño, si vespertino.
Débiles tonos de broncos matices —si acaso.
Es el alba ebria,
El embrión tardío,
La dulce calma de los tiempos perdidos.
Si acaso…
Si acaso turbio, difuminado, ebrio.
Fueron otras albas, otras.
Guarilaques esquizofrénicos,
Quicios, delicias, albricias.
¿Dónde te escondes, alba, dulce tinte, ruego diurno?
¿Dónde, difuminada, ebria,
Tardía, embrionaria?
Donde se conforta ahí sí.
¡Desquíciatelos, oh véspero!

Inédito. Se reproduce del original digitado e impreso. Escrito a mano por el poeta, arriba se lee: Salvado como CARTA.
No tiene fecha, aventuro que pudo ser escrito a finales de la década de los 90.
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EJERCICIOS PARA EL USO DEL RECADO DE ESCRIBIR

PRIMER EJERCICIO
(Hacia la noche de ayer
y todo el día de hoy)

Fruto escindido,
orquídea de carne,
valva de vestíbulos ignotos,
poterna de la entraña,
flama que —si invisible— quema,
¿son tus muslos un camino hacia donde amor empieza, hacia donde amor termina?

Véspera de junio 16, 1993

Inédito. Se reproduce del manuscrito conservado en una libreta que el 10 de junio de 1993, día de su cumpleaños, le
obsequiará Zuly, su compañera, con una dedicatoria donde se lee: Para cuando sea el momento de escribir. El poeta,
cabeciduro como siempre, sólo escribió el primer ejercicio y el título para el ―Segundo ejercicio (por la banalidad del día
todo‖. Las demás páginas de la libreta quedaron en blanco.
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POEMA

Sin saber tu nombre, ya te llamo


ave ciega que cruza el cielo de la noche,
meandro de miel en los torrentes de la sangre,
melodía meliflua de una sonata que aún no se toca.

Sin saberlo, los labios ya tu nombre musitan.


Sin tenerte, los brazos ya te abrazan.
Sin abrazarte, tu cuerpo es un cárdeno leño
adyacente al cárdeno leño que, en mí todo, arde.

Buceador de abismos abyectos,


en el fondo balsámico del sueño —prístina como un hipocampo—,
en mí toda con rota red te he atrapado
—mentor de anónima ave ciega,
visor de meandros de miel melódica en la meliflua sonata,
en la inconclusa sonata que todavía de la muerte no sabe.

Medellín, febrero 26, 2004

Inédito. Se reproduce del original digitado e impreso, manteniendo una palabra puesta a mano por el poeta. Éste es, quizá,
el último poema escrito por Alberto Escobar Ángel.
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COMPLEMENTACIONES DE NTC …

La nada editorial (Fragmento)


Por Jota Mario Arbeláez. jmarioster@gmail.com
Columna publicada en El Tiempo, Bogotá, Colombia, 09/03/2010.
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/jotamarioarbelez/ARTICULO-WEB-
PLANTILLA_NOTA_INTERIOR-7375812.html .
“….. Alberto Escobar Ángel. 'Estro estéril' *. ( Ediciones otras palabras, Medellín, 2008. 160 págs)
Recopilación casi completa (falta Nicanor desafina la dulzaina) de la extraordinaria poesía de otro
de los fundadores del nadaísmo (Medellín, 1940-2007), realizada con rigor y respeto por Omar
Castillo *, quien aporta en una esclarecedora introducción las claves y motivaciones del -en
ocasiones hermético- estro de Alberto, digno de figurar entre los más grandes poetas
latinoamericanos, pero que debido a su eremitismo lírico autoimpuesto aún no tiene ninguna
resonancia nacional ni internacional. Es de esperarse que este libro lo rescate de ese limbo. ….”
Contacto: jmarioster@gmail.com . (* Los enlaces son de NTC …)
++++++
Primera edición virtual: Abril 17 de 2010. Publica, con la autorización de Omar Castillo,
que agradecemos : NTC ... Ediciones virtuales. , http://ntc-ediciones-
virtuales.blogspot.com/2009_08_04_archive.html de NTC … Nos Topamos Con …
http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia. Gabriel Ruiz A. ,
Director.

.
Texto en la contracarátula.
Alberto Escobar Ángel se hace visible para la poesía desde 1958, cuando junto a Gonzalo
Arango fundan el nadaísmo. Pese a su obcecado interés por mantener inédita su escritura, la
publicación en 1963 de Los sinónimos de la angustia lo hace inconfundible en el ámbito
poético en idioma español. En Estro estéril su poesía, elaborada durante cinco décadas, se
reúne completa. Así, los lectores tienen acceso a la obra del más exasperante fundador del
nadaísmo. Aquí exasperante quiere significar cuando la vitalidad y la creación de un
hombre no son posibles de reducir en una máxima que terminó aconteciendo huera, puesta
al servicio de la actualidad y el esperpento mediático. Además de los poemas ya
publicados, en el apartado Otros poemas, se recogen 37 inéditos.
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