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Estudio crítico

por
Orlando Mejía Rivera*

* Profesor titular Departamento de Salud Pública. Facultad de Ciencias para la


Salud. Universidad de Caldas.

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La ceniza del libertador 8 4/16/08 1:58:24 PM
I. Introducción

Fernando Cruz Kronfly y el aura color violeta

El pensamiento es estrictamente inseparable de una


“profunda e indestructible melancolía” (.) La existencia
humana, la vida del intelecto, significa una experiencia
de esta melancolía y la capacidad vital de sobreponerse
a ella. Hemos sido creados, por así decirlo, “entristecidos”.

George Steiner
Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento

Al atardecer, cuando papá moría en medio de aquel crepúsculo


del último día de octubre, esa otra luz que se formó dentro de
mí y que arrastro hasta hoy empezó a ser del color de las violetas.
De ese color es casi todo lo que escribo. Cada destino humano
trae su propia luz, como sucede con las obras de arte.

Fernando Cruz Kronfly


La derrota de la luz

¿Y Dios?
No lo sé.
Sólo recuerdo su última imagen
en el estanque podrido,
su arañazo en el mantel.

Fernando Cruz Kronfly


Abendland

Walter Benjamin, en un ensayo profético y deslumbrante,


anunció que el “aura” de los objetos artísticos desaparecería en la
época de la “reproductibilidad técnica”(1). Es decir, para el filó-
sofo alemán el “aura” es la singularidad que posee un objeto de

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arte auténtico y esta condición hace imposible su imitación o
copia. El “aura” en la literatura también está en vías de extinción,
porque la narrativa se ha convertido en una máquina transnacio-
nal de lugares comunes, que reproduce con palabras las imágenes
prediseñadas por los medios masivos de comunicación.
Si algo caracteriza a los tiempos actuales es el predominio
de lo serial y de lo uniforme. La aparente diversidad de las
personas, los objetos artísticos y los lugares es un simulacro
de matices en las formas, pero de una asombrosa igualdad en
sus estructuras y en sus contenidos. Vivimos inmersos en una
epidemia de estrechos formatos ideológicos que se clonan por
medio de disfraces simbólicos que perdieron su singularidad,
su “aura”. Hoy no hay mujeres bellas, sino prototipos de belleza.
No hay artistas, sino corrientes de arte. No hay escritores, sino
modas literarias.
El “aura” de una Greta Garbo, de un Picasso, de un Joyce
pertenecen al remoto siglo XX, cuando algunos individuos se
imponían en el mundo y demostraban que la “humanidad” es
un concepto, pero “la realidad” son las personas concretas, úni-
cas, irrepetibles, que pasan por la vida y dejan en la memoria de
los otros su propia “aura”. Esa, que nos recuerda Elémire Zolla,
fue entendida en la antigüedad así: “En griego y en latín se
habla de la fascinación como si se tratara de una brisa, un aura
que exhala de las personas o de los lugares, que a veces aumen-
ta, se convierte en torbellino, tempestad, nube deslumbradora,
reverberación dorada, se ensimisma y aturde”(2).
En la literatura lo irrepetible nace de la presencia de un
escritor que posee y habita su “aura” y desde allí imagina el
mundo de sus personajes, lee sus autores preferidos, descubre
el lenguaje que más se acomoda a su “singularidad” existencial.
Estos escritores, cada vez más escasos, no hacen libros, sino
construyen una obra que refleja su propia aventura vital por
el mundo. De allí que los lectores podemos reconocer en ellos
un estilo propio, una cosmovisión, unas coordenadas filosóficas,

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unos límites epistemológicos, un color, un sabor, un olor.
Fernando Cruz Kronfly es un autor cuya “aura” ha quedado
reflejada en una obra sugestiva, extensa, compleja y enigmática.
Desde su primer libro de cuentos, Las alabanzas y los acechos
(1980), hasta su último libro de ensayos, La derrota de la luz
(2007), él ha construido con su imaginación una gran casa sim-
bólica, que refleja su mundo interior, donde cada habitación es
un género literario, los corredores son sus sueños, la sala está
amoblada por sus afectos y sus recuerdos, la biblioteca son las
lecturas de sus autores preferidos y el patio, rodeado de alba-
ricoques sirios y pájaros de colores vallecaucanos, posee en el
centro una fuente de agua de donde brota la vida de su poética,
que proviene del fondo de su corazón y de la tierra genética y
cultural de sus antepasados colombianos y árabes.
Hace veinte años entré, por primera vez, en la casa simbó-
lica de Fernando a través de su novela La ceniza del libertador
(1987). Luego conocí el resto de sus habitaciones narrativas, el
color de las violetas reflejado en los ojos de la mayoría de sus
personajes, el sabor agridulce de sus metáforas y analogías, el
olor sepia de la dignidad, que atraviesa sus ensayos críticos y la
postura ética de sus hijos de ficción, los susurros desgarrados
de hombres y mujeres que buscan el amor y sólo encuentran
los efímeros paraísos orgiásticos de los cuerpos. Todos sus li-
bros, en cierto sentido, son una única obra de escritura y el
lector, que ha habitado con fruición su casa de palabras, quiere
desdoblarse en el crítico cómplice que también es y contar a
los futuros lectores de esta novela algunas de las claves que ha
encontrado en el universo literario de Cruz Kronfly.

Territorios y personajes

El único poemario de Cruz Kronfly se titula Abendland,


nombre dado por Heidegger a la civilización occidental enten-

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dida como la “Tierra del ocaso del Ser”. La obra de Fernando
está situada en estas tierras de la modernidad que han perdido
la fe en los dioses y también en las utopías del progreso de la
razón humana. Esta doble orfandad nos convierte en ciudada-
nos del vacío, en nómadas existenciales que hemos perdido la
ilusión de encontrar en algún lugar, o estado mental, el sentido
de nuestras vidas. De ahí las atmósferas nihilistas de sus nove-
las, la angustia y la desesperanza de sus personajes.
En Falleba (1980, 2002) Uldarico, enfermo y con signos de
demencia, recuerda fragmentos caóticos de lo que fue su vida,
atado a una mecedora desvencijada, mientras su mujer Maria-
na Valentina y su amante Pánfilo Barlovento intentan calmar
al gusano del nihilismo con la sexualidad desenfrenada. Sin
embargo, Uldarico, irónico y vengativo le dice a Pánfilo: “Mi
querido Panfi, vas a tener que enderezar el rumbo de trucha
loca que estás llevando. ¿Acaso crees que la vida es algo que se
empuja como cualquier marrano, camino del degolladero?”(3).
Pero el propio Uldarico agobiado por la “peste de la desespe-
ranza” termina matándose al arrojarse del balcón de su aparta-
mento del edificio Viña Maipó.
En La ceremonia de la soledad (1992) Graciela Lorenza
Lombarda, una aristócrata caleña venida a menos, le hace la
vida imposible a su marido Almagro, un panadero argentino
que la adora, porque canaliza su vacío interior a través del sa-
domasoquismo emocional. En El embarcadero de los incurables
(1998) el decrepito anciano Uldarico recorre las calles de la
ciudad en busca de Marilin, su mujer que lo ha abandonado,
mientras sufre las burlas de las prostitutas y es robado y vejado
por ser un viejo, pero además él hace consciencia de lo que ha
sido su vida: “Pero a pesar de todas las pólizas, en el fondo del
abismo aguarda sin apelación el fracaso, dijo. Algo que los ojos
del melancólico adivinaron desde siempre, no sé para qué”(4).
En las tierras de Abendland los ciudadanos descubren que
son “seres para las muerte” y ya no pueden albergar ninguna

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esperanza de inmortalidad o trascendencia ontológica. Enton-
ces, se refugian en la sexualidad compulsiva o penetran en los
oscuros laberintos de la locura. El ensayista Cruz Kronfly ha
dejado clara su filiación con la desesperanza, entendida como
ese estado de ánimo que nace de la lucidez de aquellos que no
pueden seguir refugiados en el castillo encantado de la magia
premoderna, o en los cielos de las religiones, o en las utopías
modernas de la racionalidad instrumental de la ciencia. ¿Qué
queda entonces? ¿Exorcizar el vacío interior con la orgía de los
cuerpos? ¿Habitar las montañas de la locura? Eso es lo que ha-
cen la mayoría de sus personajes de ficción, pero él como pen-
sador ha encontrado otra salida y la ha expresado así: “Propon-
go por lo tanto el nihilismo positivo, propio de un espíritu que
no se derrumba ante la pérdida, ante la constatación suprema
del fin de los Dioses como fundamento de la existencia y del
proyecto de vida, sino que más bien se alegra en la desventura
de esta crucial constatación y extrae fuerzas del vacío para a
pesar de todo continuar viviendo, como si se tratara de un acto
de fe fundado en el vacío y nada más”(5).
Este paradójico “nihilismo positivo” de Fernando es su “aire
de familia” con la tribu de otros desesperanzados como Pessoa
y, en especial, con el Maqroll de Mutis. De hecho, existe una
atmósfera común, a pesar de las diferencias estéticas y temá-
ticas, entre la obra literaria de Cruz Kronfly y la de Álvaro
Mutis. Ambos universos están habitados por desesperanzados
lúcidos y, hasta cierto punto, Maqroll tiene grandes afinidades
con el Uldarico de Falleba, de El embarcadero de los incurables y
de La ceniza del libertador. Es el mismo Uldarico que se pasea
por las tres novelas, porque es el alter ego ficcional de Cruz
Kronfly y me atrevo a especular que el nombre del personaje
tiene que ver con el cuento de Borges titulado Ulrica, donde le
preguntan a un profesor universitario de Bogotá ¿qué significa
ser colombiano? y él responde de manera lacónica: “No sé. Es
un acto de fe”(6).

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Uldarico es habitante simbólico de Ulrica, donde vivir es
un “acto de fe” fundado también “en el vacío”. De hecho, en la
obra de Fernando se especifica un territorio más localizado, que
hace parte del mapa de Abendland, pero tiene sus característi-
cas peculiares. Son las tierras de “Umbría” que son nombradas
en su novela La caravana de Gardel (1998) como: “La tierra que
atardece a causa de la nieve perpetua de sus pequeños valles.
Umbría, tierra del crimen, tierra triste, que se extendía hacia la
lejanía por la ruta de los nevados, en medio de la negrura de la
sangre de aquella gente primaria que acuchillaba a los niños,
como si nada, y les bajaba de un tajo la cabeza, pero en cambio
era capaz de llorar durante meses ante la imagen de un perro
acariciado por la sarna”(7).
Umbría es Colombia, este territorio de Abendland que ade-
más de ser “tierra del ocaso” es también una cicatriz arqueoló-
gica de violencias prehistóricas y medievales, que conviven con
los discursos de la modernidad y los imaginarios postmoder-
nos. De allí esa relación de amor-odio de sus personajes con
este país, que ha ahogado su memoria histórica en un charco
de sangre fratricida. Leopoldo, el intelectual lector de Con-
rad, personaje de su novela La obra del sueño (1984) contesta
a un interlocutor con sarcasmo: “¿Mi país? Ah… un charco
de agua y estiércol vinagre donde apenas conseguimos sobrea-
guar en este presente de nuestra vida pero con el cual siempre
estamos pensando fertilizar el confuso porvenir de las futuras
generaciones”(8). Es este mismo Leopoldo, que debió huir en
su juventud del reclutamiento obligatorio del ejército, quien
mientras agoniza por un cáncer escupe con rabia sus últimas
palabras: “Ciertamente me estoy muriendo, pero ahí les dejo la
guerra malparidos”(9).
Esa guerra orweliana que atraviesa pueblos y distintas gene-
raciones de ciudadanos de Umbría, como si el espíritu de Marte,
el dios romano de la guerra, tuviera como morada permanente
estas tierras, que a pesar de todo poseen “un río Rilke” que ha

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sido degradado y transformado en esas aguas bravas del Cauca
que están repletas de cadáveres de todos los conflictos y le hace
decir a Arturo Rendón, el personaje que va tras las huellas de
los restos de Gardel y es un nuevo Quijote enajenado por las
letras de los tangos, que: “Sabía que los ríos eran ahora el lugar
sagrado donde los asesinos arrojaban a sus victimas”(10).
La Umbría del novelista tiene su equivalente en la Colom-
bia del ensayista, que ha sido interpretada con agudeza y pro-
fundidad. Cruz Kronfly ha desarrollado en diversos ensayos la
idea de que somos un país donde coexisten las fuerzas de la
premodernidad, la modernidad y la postmodernidad, porque
nunca logramos una modernidad laica y reflexiva, que supera-
ra las etapas del sincretismo mágico-religioso. Este “hibridaje
cultural” hace que nos continúen dominando terribles fuerzas
sicológicas, que provienen de sangrientos mitos arcaicos que
se mimetizan con las palabras de las explicaciones racionales.
El odio, el resentimiento, la sed de venganza, están alimentan-
do nuestros conflictos y son el combustible más poderoso para
perpetuar el fuego de las violencias.

Lenguajes

La obra literaria de Fernando está constituida por una pro-


sa poética, que en novelas como Falleba es de textura barroca
y en La ceniza del libertador penetra, a veces, en las analogías
y las correspondencias surrealistas. La casa simbólica de Cruz
Kronfly está construida por la mezcla de lenguajes y se pueden
identificar distintas sintaxis y vocabularios que enriquecen a
sus personajes y se correlacionan con la polifonía de sus voces
narrativas. Por ejemplo, en Falleba lo erótico utiliza la crudeza
carnavalesca de estirpe rabelesiana, pero usando las palabras de
la clase media vallecaucana. En La caravana de Gardel hay una
impecable utilización del habla paisa rural y arrabalera, en una

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muestra evidente de dominio del lenguaje que debió estudiar
con atención en las novelas de Tomás Carrasquilla y de su ami-
go Manuel Mejía Vallejo, y en sus viajes al oriente antioqueño
y al Eje Cafetero.
Veamos un ejemplo de un logrado y verosímil diálogo en-
tre Arturo Rendón y “La leona”, una copera de un pueblo
caldense:

“ ––¡Este hijueputa! ––gritó ella.


––Vengo por mi maleta ––dijo él––, eso es todo, dejáme aun-
que sea ir.
Arturo Rendón cerró la maleta, aseguró las correas de las he-
billas y bajándola de la mesa la descargó a su lado. Se metió la
mano en el bolsillo y sacó unos billetes:
––Ahí te dejo lo del regreso ––dijo––, vos no vales nada.
–– Metételo por el culo.
Pero cuando Arturo Rendón empezó a caminar ella corrió
hasta la puerta y se crucificó al madero con las piernas y los bra-
zos muy abiertos:
––¡Por aquí nadie va a pasar en este amanecer y mucho menos
de este modo! ––gritó.
––Hacéte a un lado que estoy que no respondo ––dijo él.
––Me vas a tener que matar, así te la pongo.
––Te dije que no respondo, quitáte de ahí.
––Si vos te marchás así, sin perdonarme, entonces yo de inme-
diato me muero.
––Ya estás muerta, hacéte a un lado”(11).

En su libro de cuentos Las alabanzas y los acechos aparece


el habla popular de los ciudadanos de Buga, en la década del
cincuenta, y pienso que este libro logra un manejo del dialecto
valluno similar al de Álvarez Gardeazabal en La boba y el Buda.
Pero la flexibilidad y el dominio de la técnica narrativa le per-
mite a Fernando fragmentos de alta densidad poética como las
descripciones del paisaje y las poblaciones en el recorrido de

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Simón Bolívar por el río Magdalena: “Mompox brilla bañado
de leches secas. Muros blancos resplandecientes en la maña-
na, techos amusgados, salpicados por la caca memoriosa de las
golondrinas”. O juegos con el español antiguo cuando en La
ceniza del libertador aparece Cristóbal Colón, como un fantas-
ma, en las aguas míticas del río Magdalena: “Vieron pardelas,
juncos verdes junto a la nao (.) Los de la carabela Niña también
vieron otras señales de la tierra y un palillo cargado de escara-
mojos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos”.
La riqueza y variedad de lenguajes en la casa simbólica de
Cruz Kronfly revela que es, ante todo, un adelantado “testigo
oidor” para decirlo en términos de Canetti. Los escritores como
memoriosos auditivos, que son capaces de captar los murmu-
llos del pasado, del presente e, incluso, de los futuros posibles
de la humanidad. Lenguajes de la cultura sofisticada y de lo
popular y regional entremezclados en una obra que habita la
torre de Babel.

Bibliotecas

Cruz Kronfly ha confesado que es “un lector agónico”, o sea


un lector “perturbado” que: “entabla con “ciertos” libros una an-
siosa relación de búsqueda de sí mismos, de aclaración perpe-
tua de su destino y de exploración sin fin de su razón de ser en
esta vida”(12). Esa motivación lo ha convertido en un escritor
de amplia cultura, que domina distintos campos del conoci-
miento y ha trajinado por las obras de autores de diferentes
épocas y contextos sociales. El ensayista nos ha confesado al-
gunas de sus pasiones más intensas: Pessoa, Proust, Guimaraes
Rosa, Rabelais, Jorge Isaacs, Broch, García Márquez, Borges.
Pero también pensadores como Pascal, Heidegger, Habermas,
Virilio, Rene Girard, Bachelard, Braudel, etcétera. Un escritor
culto es un lector insaciable, un pescador de palabras y de sen-

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tidos, un hijo intelectual del espíritu de la Ilustración que se
resiste al canto banal de las sirenas mediáticas. Pocos autores
colombianos tienen la solidez intelectual de Fernando y la res-
ponsabilidad de ser un narrador que ha puesto la erudición y la
formación filosófica al servicio de su imaginación.
Lección de rigor intelectual que deberían aprender varios no-
velistas colombianos jóvenes, que se han atrevido a defender la
“ignorancia de lo Light”, se ufanan de que leen poco, cuentan
que todos los clásicos se les caen de las manos en la primera pá-
gina y abominan de la erudición. A propósito, eso me recuerda
a un profesor universitario que advertía a sus amigos que no le
fueran a regalar libros en su cumpleaños porque él ya tenía uno.

Lectores y textos

¿Cómo leer en una época post-libresca? Los lectores pro-


fesionales son los críticos literarios y la mayoría de ellos se
adhieren a metateorías específicas para penetrar en los textos.
Del estructuralismo al psicoanálisis freudiano, del formalis-
mo bajtiniano a la semio-crítica de Barthes, del simbolismo
de Frye a la semiótica de Greimas, todas éstas y otras son
aproximaciones científicas a los textos y cumplen una función
académica válida y necesaria. Sin embargo, se convierten en
análisis dirigidos a otros pares académicos que comparten el
mismo paradigma teórico.
Quizá a esta lectura especializada se refería el mismo Cruz
Kronfly cuando dice que: “En muchas escuelas, se trabaja con la
idea de que el texto literario no es más que un cadáver abierto,
cuyas leyes objetivas es posible conocer (.) En las universida-
des, tener contacto con la literatura ha pasado a ser, en muchos
casos, la práctica de una autopsia”(13). Comparto esa posición
de Fernando y pienso que hay que volver a estudiar los textos
como seres vivos, sin que eso signifique una lectura impresio-

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nista y epidérmica. Tal vez, los textos literarios se parecen a frá-
giles peces del fondo del mar que debemos sacar a la superficie
con la red que atrapa significados y sentidos. Para luego con-
templarlos, palpar su tersura, su temperatura, observar su color,
su mirada asustada o profética, conocer su sexo, su especie, y
después arrojarlos de nuevo al agua y no matarlos por asfixia.
Entonces, todo texto literario es único para cada lector. Po-
demos compartir nuestra propia lectura, pero existen infinitas
lecturas posibles y dentro de ciertos “límites interpretativos”
todas dan cuenta del libro-pez. Ahora bien, si un lector-pesca-
dor dice que no tuvo un pez entre sus manos, sino un conejo,
quizá estaríamos ante un caso de “sobreinterpretación”. Dicho
de otra manera, la “teoría de la recepción” que afirma que el
contexto del lector es el que delimita el sentido del texto, per-
mite, a mi modo de ver, que el texto siga vivo y sea devuelto al
agua antes de que muera.
Pero la metáfora permite entender una situación curiosa que
todos percibimos cuando hacemos relecturas. Cada vez se lee
distinto y se encuentran nuevas asociaciones en los textos, como
si el diálogo mental entre el lector y el libro fuese inagotable.
Cuando eso pasa estamos en presencia de la literatura-arte, que
es una dimensión autónoma de la escritura que no pretende
competir, reproducir o imitar la narrativa cinematográfica, o los
video-juegos, o las series de televisión.
Es una narrativa que está hecha para ser degustada con len-
titud, que busca un lector creativo que ama el placer de los retos
intelectuales, que huye de la banalidad y los estereotipos de
moda. Este tipo de literatura ha sido despreciada, en general,
por las grandes editoriales comerciales colombianas, pero ahí
está la “inmensa minoría” de lectores que aman la literatura-arte,
ese tipo especial de narrativa que, como decía Cyril Connolly,
es aquella que debe ser leída al menos dos veces. O también,
es ese tipo de novela, como refiere Juan Goytisolo, “que elude
la facilidad de los caminos trillados y crea inevitablemente una

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tensión, un choque con las informuladas expectativas del públi-
co: éste se enfrenta de súbito a un código diferente de aquel al
que está habituado y dicho código le plantea un reto”(14).

La ceniza del libertador

La ceniza del libertador es una novela de literatura-arte, obra


para ser disfrutada en silencio y con los sentidos atentos. Mi
aproximación a ella está influida por antiguos códigos que, tal
vez, son imposibles de sustentar hoy desde el punto de vista
académico, pero que me han guiado como un anacrónico lector
que sigue buscando en los textos conversaciones vitales para
comprender la existencia. Hugo de San Victor escribe en su
Didascalicón (1128), el primer ensayo occidental sobre el arte
de la lectura, que: “De todas las cosas que se han de buscar,
la primera es la sabiduría”(15). Dante Alighieri en su obra El
Convite refiere que los escritos pueden ser entendidos en cuatro
sentidos: el literal, el alegórico, el moral y el anagógico.

He leído, en los últimos veinte años, cuatro veces la novela


que el lector de esta edición va a conocer o quizá a releer. Con
cada lectura, nuevos diálogos mentales y referentes textuales y
contextuales han aparecido. Estoy seguro de que futuras nuevas
lecturas me llevarán a nuevas asociaciones y caminos interpre-
tativos. La ceniza del libertador es un pez ágil y elusivo que cada
vez que sale a la superficie nos muestra otras miradas y revela
nuevos colores. Por ahora compartiré con el lector de esta exce-
lente obra mi experiencia con ella.

Historia y ficción

El viaje de Simón Bolívar por el río Magdalena, en el año

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de 1830, es el menos documentado de su historia. Este vacío
historiográfico era una tentación para cualquier escritor y por
ello coincidieron en la recreación del mismo episodio tres na-
rraciones: El último rostro (1978) de Álvaro Mutis, La ceniza
del libertador de Cruz Kronfly (1987) y El general en su laberinto
(1989) de Gabriel García Márquez. La fascinación por Bolívar
como personaje literario ha sido frecuente en las letras latinoa-
mericanas y en el siglo XX el primero en convertir al libertador
en un personaje de novela fue Arturo Uslar Pietri en Las lanzas
coloradas (1931).
En la novela de Fernando la historia está al servicio de la
ficción y no al contrario. Esto significa que los episodios bio-
gráficos, todos documentados, son interpretados de una ma-
nera libre por su Bolívar y le sirven para dar contenido a sus
reflexiones y también a sus momentos delirantes. Es decir,
Cruz Kronfly no inventa hechos históricos, sino que utiliza los
existentes para reinterpretarlos. Este método de entender lo
histórico queda explícito en un poema de la misma novela: “La
historia no es verdad sino apenas el sentimiento de lo que lla-
man verdadero/ Tejido de afectos ocultos/ La historia presume
de una higiene imposible/ No entiende que por su boca tam-
bién habla el corazón”.
Es decir, la historia comienza a ser vista como otro género
narrativo y desde el famoso ensayo de Hayden White titula-
do Metahistoria, la imaginación histórica en la Europa del siglo
XIX(16), el nexo entre lo histórico y lo ficcional no es el anta-
gonismo entre lo verdadero y lo falso; sino, más bien, la coexis-
tencia de dos interpretaciones que enfatizan en la literalidad
de los documentos (la historia) o en sus sentidos implícitos (la
ficción).
Ahora bien, Fernando decide utilizar ciertos anacronismos
en su novela de manera intencional, porque considera que ellos
son instrumentos al servicio de su fabulación. Me refiero a los
siguientes:

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1- Pone a navegar al libertador en un barco a vapor de dos
plantas, cuando en realidad él viajó en una embarcación
de fondo plano denominada Champán.
2- Introduce al personaje Uldarico Clavel, que proviene
de la época del novelista, es decir, es también un viajero
en el tiempo y el mismo Fernando Cruz Kronfly como
personaje de ficción, que es observado por Bolivar y sus
acompañantes como un “bicho extraño” que usa bolígra-
fo, cuaderno de notas y bebe cerveza enlatada en la mesa
del comedor del barco.
3- Al comienzo del capítulo cuarenta y uno la voz narrativa
dice con naturalidad: “Pessoa tenia razón: el olfato es una
vista extraña”.
4- En tres episodios aparecen Colón y su marinos, y su
irrupción me hizo sentir que las aguas del río Magdalena
por las que navega el Simón Bolívar de Cruz Kronfly
son, en realidad, unas aguas míticas donde no hay pa-
sado, presente y futuro, sino la eternidad. También esta
relación entre Bolívar y Colón me hizo recordar que el
historiador alemán Gerhard Masur dijo en su bella bio-
grafía sobre el libertador que a Bolívar le decían el Cris-
tóbal Colón de la independencia.
5- Simón come muy mal y sólo le apetece, en ocasiones, la
fruta fresca. En dos ocasiones devora con avidez man-
gos dulces. En la nota final de El General en su laberinto
García Márquez dice: “El historiador bolivariano Vini-
cio Romero Martínez me ayudó desde Caracas con ha-
llazgos que me parecían imposibles sobre las costumbres
privadas de Bolivar (.) A él le debo la advertencia pro-
videncial de que Bolívar no pudo comer mangos con el
deleite infantil que yo le había atribuido, por la buena
razón de que aún faltaban varios años para que el mango
llegara a las Américas”(17).
En este punto se hacen evidentes las diferencias del uso de

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la historia en las dos novelas sobre Bolívar. En la novela de
Gabo la historia es respetada de manera milimétrica por la fic-
ción. La historia conserva el estatuto clásico de lo verdadero
y la ficción se inclina con respeto ante los documentos histo-
riográficos. Esto no la hace ni mejor ni peor novela, pero sí la
hace diferente. La narración de García Márquez es una novela
histórica clásica, mientras que la obra de Cruz Kronfly tiene los
elementos estructurales para ser considerada como una “Nueva
novela histórica”. Esta categoría estética se le debe al presti-
gioso crítico norteamericano Seymour Menton, quien señaló
algunos de sus rasgos:
1- La presencia de ideas filosóficas divulgadas en los cuentos
de Borges como, por ejemplo, la imposibilidad de cono-
cer la verdad histórica o el carácter cíclico de la historia.
2- La distorsión de lo histórico mediante exageraciones,
omisiones o anacronismos.
3- La ficcionalización de personajes históricos.
4- La metaficción del creador sobre la escritura.
5- La intertextualidad.
6- Los conceptos bajtinianos de lo dialógico, lo carnavales-
co, la parodia y la heteroglosia(18).
La ceniza del libertador posee elementos de los seis rasgos:
1- Bolívar recuerda su vida, pero sólo existen interpretacio-
nes de los hechos y nunca certeza de verdades históri-
cas.
2- Los anacronismos ya fueron descritos y se omiten todas
las épocas gloriosas del libertador.
3- El protagonista es Simón Bolívar.
4- Uldarico Clavel es el mismo Fernando Cruz Kronfly que
escribe la novela desde el interior del espacio narrativo e
incluso le manda cartas a su personaje Bolívar donde le
cuenta del país y de su esfuerzo de escritura creativa.
5- La ceniza del libertador tiene múltiples intertexualidades

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e, incluso, es el hipertexto de otro hipotexto de ficción:
La muerte de Virgilio de Hermann Broch.
6- Lo dialógico, lo paródico y la heteroglosia son componen-
tes esenciales de la estructura de la novela. Por ejemplo, la
heteroglosia o multiplicidad de discursos se aprecia en el
lenguaje reflexivo, delirante o poético de Bolívar. Como
también en el dialecto afrocolombiano de Bernardino el
cocinero, en el discurso pomposo y rebuscado del abo-
gado cachaco, o en esos fragmentos de exuberante prosa
poética que usa la voz narrativa en tercera persona para
describir los paisajes que rodean el viaje por el río.
Por tanto, es una sorpresa incomprensible que el propio
Menton haya dicho, sin dar argumentaciones, que La ceniza
del libertador no es una “Nueva novela histórica”, pues se estaría
refutando a sí mismo. La única explicación es que no la haya
leído de manera completa y reposada, o que su preferencia por
la narrativa de García Márquez lo condicionara a resaltar los
que, en su concepto, son defectos de la novela de Cruz Kronfly:
“La figura de Bolívar queda algo opacada tanto por el argu-
mento artificioso como por la cantidad excesiva de descrip-
ciones poéticas y neobarrocas (a veces afectadas)… y hasta la
intercalación de algunos versos. Además, el retrato de Bolívar
resulta desproporcionado por las alucinaciones y los delirios y
el uso excesivo del lenguaje soez”(19).
Lo que para Menton son defectos para mí son virtudes que,
además, se comprenden mejor al conocer la totalidad de la na-
rrativa de Cruz Kronfly y sus propuestas estéticas. Parece como
si Menton hubiera comparado y juzgado la novela de Fernando
desde la dimensión literaria de García Márquez y esto es in-
justo e improcedente porque un paradigma estético es incon-
mensurable con respecto a otro. Es como si Menton acusara de
defectos de “sobrecarga barroca” a Paradiso de Lezama Lima
o a la narrativa de Severo Sarduy porque los evalúa desde la
perspectiva de la límpida prosa de Cabrera Infante. Pero, in-

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cluso aceptando que Menton tuvo sus razones para no haberle
gustado La ceniza del libertador, eso no implica que le negara
sus características evidentes de “Nueva Novela Histórica”. A lo
sumo podría haber dicho que era una “Nueva novela histórica”
que no le agradó.
De hecho, a mi modo de ver, en el corpus de la literatura co-
lombiana sólo existen, hasta ahora, dos “Nuevas novelas histó-
ricas” que cumplen sin discusión los criterios de Menton: la de
Cruz Kronfly y La risa del cuervo (1992) de Álvaro Miranda.

Hipotextos, Hipertexto

De acuerdo con Gerard Genette en su obra Palimpsestos, la


literatura de segundo grado (1982), todo libro nace de otro li-
bro(20). La literatura es el arte de reescribir otras obras del pa-
sado en clave irónica, paródica o seria. Al original lo denomina
“hipotexto” y a las reescrituras las llama “hipertextos”. Algunos
críticos, como Alejandro Gándara en Las primeras palabras de la
creación (1998), han planteado que la totalidad de la literatura
occidental ha tenido como hipotexto primordial a la Biblia(21).
Pero también, un hipertexto puede partir de varios hipotextos
simultáneos. En el caso de La ceniza del libertador el mismo
Cruz Kronfly ha hecho explícitos sus hipotextos: Las memorias
de Adriano (1951) de Margarita Yourcenar y La muerte de Vir-
gilio (1945) de Hermann Broch.
La novela de Yourcenar es el hipotexto matriz de todas las
novelas históricas contemporáneas, al lado de Yo Claudio (1934)
de Robert Graves. Pero el hipotexto central de la obra de Fer-
nando sí es, de manera indudable, la novela que Broch escribió
sobre los últimos días del poeta Virgilio, que mientras agoniza
delira, se comunica con los muertos y le confiesa a su mujer
Plocia que quiere quemar el manuscrito de La Eneida, porque
la gloria literaria no tiene ya ningún sentido para alguien que

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La ceniza del libertador 25 4/16/08 1:58:28 PM


partirá de viaje al reino subterráneo de Plutón.
El mismo Fernando ha sido claro en los nexos que tiene la
génesis de su libertador con el Virgilio de Broch:

No me interesaba, pues, Bolívar como tal, sino el hecho de


que su vida real pudiese ser elevada hasta la dimensión de la
gran metáfora y del gran símbolo, tal como lo había encontra-
do magistralmente conseguido en La muerte de Virgilio. Ahí
estaba la paradoja del gran poeta de La Eneida, que se moría
de soledad bajo las alas protectoras de Augusto, el emperador.
Aquella imagen de Virgilio, llegando a casa por el puerto de
Brindis, y su relación con el poder político representado en
Augusto, había sido de algún modo para Broch su pretexto
para pensar la condición del artista bajo el régimen del Tercer
Reich. En el fondo, pues, la novela de Broch no quería que-
darse en Virgilio como fin del relato, sino ir, a través suyo, ha-
cia la gran paradoja de la relación entre el artista y el poder.
Por esta razón La ceniza del libertador no es una que pudiera
considerarse hija directa de la historia patria sino más bien y
de manera mucho más honorable hija de otra novela. Su obje-
to no es la biografía del libertador, sino su drama final, similar
al de Virgilio y al de todos aquellos hombres que habiendo lle-
gado a la gloria, de pronto empiezan a recorrer un inesperado
camino de espinas, de bajada hacia el gran lago de la materia
y de la muerte(22).

La filiación temática entre las dos obras queda clara. Pero


también hay una correlación estructural y lingüística. La novela
de Broch está dividida en cuatro partes, donde cada estado de
agonía de Virgilio corresponde a un elemento de la naturaleza:
el agua al arribo, el fuego al descenso, la tierra a la espera, el
éter al regreso. En La ceniza del libertador los cincuenta y un
capítulos no están divididos en partes, pero la lectura atenta sí
permite establecer esa misma relación pero en el cuerpo de Bo-
lívar: la sed-agua, la fiebre-fuego, la constipación-tierra, la as-

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fixia-éter. No en vano el hermetismo renacentista redescubrió
la analogía entre el universo como macrocosmos y el cuerpo
humano como microcosmos.
De otro lado, las fugas delirantes de Virgilio y de Bolívar son
discursos acelerados de atmósferas oníricas, pero de gran cohe-
rencia simbólica. Pero también sus conciencias se conectan con
los fantasmas del pasado y ambos saben que están hablando
con espectros y que ellos mismos se encaminan a esos reinos
que comienzan a develar sus enigmas. El Virgilio de Broch y
el Bolívar de Cruz Kronfly en realidad no alucinan, sino que su
estado de agonía los conecta con esa dimensión descrita por los
místicos tibetanos: el Bardo Thodol, donde las mentes y los es-
píritus de los seres humanos todavía no están del todo muertos
ni del todo vivos. Es esa la misma dimensión que plasmó de
manera brillante Severo Sarduy en su extraña novela Maitreya
(1978).

Intertextos, contextos

El intertexto más importante de La ceniza del libertador es


el libro que se tomó como epígrafe: Mi Simón Bolívar (1943)
de Fernando González. En esta heterodoxa biografía, fusión de
ficción, reflexión política y crítica histórica, el filósofo de Otra
parte toma partido explícito por Bolívar y arremete contra San-
tander. De igual manera, plantea que para escribir de Bolívar
tiene que volverlo un ser de carne y hueso, para conversar con
él y huir del “frío cadáver” que han inventado los historiadores.
Por eso dice, y estas palabras recuerdan al protagonista de Las
ruinas circulares de Borges, que: “Pero yo no escribiré mi obra
hasta que yo no lo haya revivido, hasta que lo haya animado,
hasta que esté a mi lado y me converse y me insulte y me son-
ría”(23).
Esto mismo es lo que intentó y logró Cruz Kronfly al crear

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al personaje de Uldarico Clavel: se mete dentro del espacio na-
rrativo que él mismo está escribiendo y conversa, se insulta y
se ríe con el libertador de su propia ficción. Incluso, le escribe
cartas y logra contarle a Bolívar lo que han significado sus ideas
y su vida para la Colombia del siglo XX.
Pero también en la novela se toma el mismo partido a favor
de Bolívar y se ataca a Santander y sus seguidores, los “loquitos
de San Bartolomé”. Con ironía se crea el personaje del aboga-
do, que representa la ley como el arma de los burócratas, con la
manía de los sellos y los documentos oficiales, la tramitología
que reemplaza el verdadero espíritu de la justicia. De otro lado,
cuando Bolívar es aclamado por los habitantes de las riveras de
Monpox y de Tumaco, se escucha una voz cargada de rabia y de
envidia, que sabemos, de manera explícita al final, que es el pro-
pio Francisco de Paula Santander gritando que Bolívar no debe
ser aclamado, que es “un dictador”, un espíritu “despótico”, “el
hombre más ambicioso que hayamos conocido nunca”.
A pesar que el autor de la novela permite decir a la voz de
Santander lo que piensa, ello no alcanza a constituirse en una
voz polifónica que permita al lector observar con convicción el
lado oscuro de Bolívar. Al igual que Fernando González, Cruz
Kronfly es bolivariano y antisantanderista. La desacralización
de su Bolivar es la desmitificación del hombre, que yace en-
fermo, desengañado del poder y de la gloria histórica, pero sus
ideales políticos salen indemnes en los contenidos de la novela.
De hecho, en sus ensayos él ha planteado que el ideario de Si-
món Bolívar nunca se ha cumplido y que las reivindicaciones
de justicia social en América Latina le deben “mucho más a
Bolívar que al viejo Marx”(24).
El libertador de la Ceniza es un alma grande, generosa, que
perdona a sus contradictores y a sus traidores. Su Santander
nunca perdona, porque más allá de las diferencias entre siste-
mas políticos y concepciones legislativas, el gran problema de
Francisco de Paula es que alberga un corazón emponzoñado de

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La ceniza del libertador 28 4/16/08 1:58:29 PM


envidia, ese terrible sentimiento que Cruz Kronfly ha señalado
como una de las grandes taras de los colombianos de todas las
épocas, y que le hizo decir al famoso ciclista Martín Cochise
Rodríguez que los colombianos nos moríamos más de envidia
que de cáncer.

Símbolos y arquetipos

1- El viaje: La novela comienza así: “Su excelencia ha deci-


dido partir para siempre”. El libertador sabe que el río lo llevará
“a la mar”. Fuera de la realidad del episodio histórico, las me-
táforas y los símbolos le dan una fuerza “universal” a la trama
de la novela, porque ir a la mar es ir al océano del reino de los
muertos, eso lo han cantado los poetas. Además, en un extraño
barco de dos plantas, sin capitán, que dicen que ha quedado
ciego por efectos de una conjuntivitis purulenta. Claro, el vapor
de Bolívar es otro buque fantasma con el venezolano errante a
bordo.
Pero también es la “nave de los locos” donde Bolívar y sus
compañeros: Santana (que huele feo porque no se baña), su
sobrino Fernando, su mayordomo José Palacios, sus perros, el
“bicho” raro de Uldarico, el abogado de levantadora roja, las
fanfarrias alucinantes y fantasmales del segundo piso, toda esa
atmósfera configura un manicomio ambulante, una “stultife-
ra navis”en la que Bolívar vuelve a poseer a Manuelita Saenz,
conversa con Simón Rodríguez, con Hipólita su nodriza negra,
y monta en su caballo favorito, de la proa a la popa, mientras
Bernardino el cocinero negro prepara caldo de palomas men-
sajeras.
Un cuarto viaje simbólico ha sido descifrado por el escritor
Fabio Martinez, en su excelente libro El viajero y la memoria,
un ensayo sobre la literatura de viaje en Colombia, donde revela
que el barco de Bolívar “se dirige al infierno” y “De Sobremesa

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a La ceniza del libertador, es decir, la cultura colombiana del
siglo XX, ha estado marcada por el fantasma histórico de Sade
y el fantasma mitológico de Caronte”(25).
2- La ceguera del capitán y su ayudante: Los que manejan
el vapor están ciegos y Bolívar nunca logra verlos. El ayudante
tiene los ojos comidos por el pus, y nadie puede penetrar la
puerta del segundo piso. Los ojos ciegos, o cosidos, o purulen-
tos, son la metáfora de los envidiosos, que han sido descritos
de manera inmortal por Dante en el canto XIII del Purgatorio.
Los envidiosos no pueden ver la grandeza del corazón del li-
bertador, como tampoco toleran los rayos del sol que dan calor
y vida.
La metáfora del piso de abajo y del piso de arriba del barco,
ha sido interpretada por Menton como un intertexto tomado
por Cruz Kronfly de Los premios ( 1960) de Cortázar. Es posi-
ble que así sea, pero también están presentes otras simbologías.
El mundo interior de Bolívar, su yo profundo, es el piso de aba-
jo; su ego está conectado y afectado con el piso de arriba, con
las “ratas”, los “papeles viejos y apolillados”, las alucinaciones de
“bailes” que tocan en su honor o contra él, la paranoia de que
un ejército de enemigos bajará en la noche a matarlo.
3- La desesperanza del libertador: Al igual que el resto de
personajes de su obra narrativa, el libertador es otro “desespe-
ranzado lúcido” que ha comprendido, en medio de su enferme-
dad y su fracaso, que: “la gloria es un sapo concreto bañado en
leche, una mierda derretida que lo arrastra como despojo hacia
un destierro inmerecido”. Pero ese mal sabor en la boca y en su
corazón es necesario para que él tome distancia de su imagen
de guerrero invencible, de amante irresistible, de aristócrata
de sangre, de escritor genial, de mito inmortal. Por eso quiere
“vomitar”. No sólo las tripas revolcadas que lo agobian, sino
todo lo que pertenece al mundo transitorio de lo humano. Al
final está muerto y flota entre la sal marina y las nubes azules
y alcanza a ver, tal vez sin importarle, una última imagen: “En

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el muelle los perros se reparten las vísceras. Ríen, muestran sus
dientes, lanzan tarascadas. La patria nace a su modo. Arriba, en
el vapor la música estalla para siempre”.
La ceniza del libertador de Fernando Cruz Kronfly muestra
un Bolívar de honduras inolvidables. Esta es, sin lugar a dudas,
una de las mejores novelas de la literatura colombiana del siglo
XX y para La Universidad de Caldas es un honor que su autor
haya aceptado publicarla en la nueva colección: El otro canon de
la literatura colombiana.
En el siglo XVI el médico y filósofo Teofrastus Aureolus
Bombastus Von Hohenheim, mejor conocido con el nombre
de Paracelso, dijo haber identificado los diversos colores del
“aura” de las personas, los objetos y los lugares. Percibió el color
violeta en un poeta de Basilea, en un monje de Brujas y en un
castillo en ruinas de una antigua comunidad celta. Describió,
entonces, que el aura violeta pertenece a espíritus profundos y
tristes, que aman los jardines y las flores, son sutiles y complejos
como las mariposas y tienen la fortaleza del mercurio: todo lo
que tocan lo impregnan para siempre con su naturaleza líquida
y metálica.
Los invito a sumergirse, futuros lectores de esta gran novela,
en las aguas mercuriales y salutíferas de un narrador colom-
biano del siglo XX, que también tiene el “aura” de color violeta
y ama con melancolía y generosidad las tierras, los aires, las
gentes y los sueños de su país, que es también nuestro país y el
universo.

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La ceniza del libertador 31 4/16/08 1:58:29 PM


Referencias bibliográficas

(1)- Benjamín Walter. “La obra de arte en la época de su re-


productibilidad técnica.” En: Discursos interrumpidos,
Madrid, Taurus. 1982.
(2)- Zolla Elémire. Auras, lugares, culturas y ritos. Barcelona,
Paidós Orientalia. 1994. p. 13.
(3)- Cruz Kronfly Fernando. Falleba, Medellín, EAFIT. 2002.
p 66.
(4)- Cruz Kronfly Fernando. El embarcadero de los incurables.
Bogotá, Norma. 1998. p. 49-50.
(5)- Cruz Kronfly Fernando. “Literatura, trascendencia y olvi-
do”. En: La sombrilla planetaria. Bogotá, Planeta. 1994.
p. 202.
(6)- Borges Jorge Luis. “Ulrica”. En: El libro de arena. Barcelo-
na, Plaza y Janés. 1977. p. 18.
(7)- Cruz Kronfly Fernando. La caravana de Gardel. Bogotá,
Seix Barral. 1998. p. 120.
(8)- Cruz Kronfly Fernando. La obra del sueño. Bogotá, Oveja
Negra. 1984. p. 20.
(9)- Ibid; p 135.
(10)- Cruz Kronfly Fernando. La caravana de Gardel. Op. cit.
p. 36.
(11)- Ibid; p. 110.
(12)- Cruz Kronfly Fernando. “La casa, el destino y la crisis
como fuentes de lectura”. En: La derrota de la luz, ensayos
sobre modernidad, contemporaneidad y cultura. Cali, Pro-
grama Editorial Universidad del Valle. 2007. p. 106.
(13)- Cruz Kronfly Fernando. “La soledad del Nobel”. En:
Amapolas al vapor. Cali, Editorial Universidad del Valle.
1996. p. 95-96.
(14)- Goytisolo Juan. “Prólogo”. En: Novelas (1966-1982).
Obras completas III. Barcelona, Galaxia Gutemberg, Cír-

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culo de lectores. p. 20.
(15)- Citado por: Illich Iván. En el viñedo del texto, etología de la
lectura: un comentario al “Didascalicón” de Hugo San Victor.
México, FCE. 2004. p. 15.
(16)- White Hayden. Metahistoria, la imaginación histórica en
la Europa del siglo XIX. México, FCE, 2005.
(17)- García Márquez Gabriel. El general en su laberinto. Bogo-
tá, Oveja Negra. 1989. p. 271.
(18)- Menton Seymour. La Nueva Novela Histórica de la Amé-
rica Latina, 1979-1992. México, FCE. 1993. p. 42-45.
(19)- Ibid; p. 155.
(20)- Genette Gerard. Palimpsestos: La literatura en segundo
grado. Madrid, Taurus. 1989.
(21)- Gándara Alejandro. Las primeras palabras de la creación.
Barcelona, Anagrama. 1989.
(22)- Cruz Kronfly Fernando. “Ficción y novela histórica”. En:
La sombrilla planetaria. Op. cit. p. 189-190.
(23)- Gonzáles Fernando. Mi Simón Bolivar. Medellín, Libre-
ría y Editorial Siglo XX Ltda.. 1943. p. 243.
(24)- Cruz Kronfly Fernando. “Modernidad, sentimientos ne-
gativos y conflicto social en Colombia”. En: La derrota de
la luz. Op. Cit. p 39.
(25)- Martínez Fabio. El viajero y la memoria, un ensayo sobre
la literatura de viaje en Colombia. Cali, Universidad del
Valle. 2005. p. 193.

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II. Entrevista al autor

“Mi escritura seguirá fiel a los


principios por los cuales me jugué la vida”

En la presentación de tu libro Amapolas al vapor (1996) dices:


“Siguiendo los pasos de Fernando Pessoa, admito que mi vida
no ha sido hasta ahora más que pura literatura. Esa es un des-
gracia pero también una bendición”. Hoy, doce años después
de esa declaración de principios frente al arte literario, cuál es
tu balance sobre el ejercicio literario y tu perspectiva actual de
la escritura.

El balance sobre mi vocación literaria no puede ser otro que


el de una entrega total a los principios estéticos, ahora absolu-
tamente solitaria y callada, cada vez más profunda, precisamen-
te por eso. Elegí una escritura comprometida con la perfección
formal, puesta al servicio de la complejidad de la condición
humana, y ahí moriré. No he hecho ninguna concesión a las
exigencias del mercado ni a las condiciones que impone el de-

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La ceniza del libertador 35 4/16/08 1:58:30 PM


clive postmoderno de la cultura letrada.
La complejidad ya no le interesa a las editoriales. Vivimos
una época de literatura relativamente testimonial, absolutamen-
te desentendida de la exigencia estética, formalmente pobre y
cargada de lugares comunes, todo lo cual me parece deplorable
y no me interesa. Mi escritura, en consecuencia, seguirá fiel a
los principios por los cuales me jugué la vida. Entiendo perfec-
tamente que de este modo me encuentro navegando contra la
corriente. En una cultura literaria que convierte la obra literaria
ante todo en mercancía encaminada a satisfacer los gustos pri-
marios y elementales del consumidor promedio, y que hace de
éste un cliente satisfecho o por satisfacer, el escritor de “éxito”
es aquel que termina concediendo temática y formalmente al
cliente lo que éste le demanda en sus gustos por lo bajo, y las
casas editoriales saben perfectamente que en razón de sus ne-
gocios esto debe ser así.

En el ensayo “La casa, el destino y la crisis como fuentes de la


lectura” incluido en tu último libro La derrota de la luz (2007)
cuentas el episodio estremecedor de la muerte de tu padre y
cómo allí mismo nació el lector y el escritor que tu serías des-
pués. Me ha recordado la escena que refiere Elías Canetti en
el primer tomo de su autobiografía, La lengua absuelta, cuando
siendo un niño de siete u ocho años ve morir a su padre de una
apoplejía sobre el comedor de su casa. Desde ese momento la
imposibilidad de aceptar la muerte lo convierte en escritor.
¿Cuál ha sido tu relación con la muerte? ¿Cómo se ha trans-
formado a medida que has vivido? ¿Cómo la proyectas a tus
personajes literarios?

Mi primer recuerdo de la muerte proviene de cuanto tenía


menos de dos años. Estoy escondido detrás de una poltrona de
terciopelo vinotinto en el aposento de mamá. A ella la tienen
conectada a una ampolla gigantesca de cristal llena de sangre
–le estaban haciendo un procedimiento médico– y en ese mo-

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mento la pasan a una camilla y se la llevan de urgencia rum-
bo al hospital. Ese día grité: “¡dios hijueputa!”. Mi madre no
murió, pero sentí aquel día la prueba de la muerte, su garra, su
amenaza más fiera, acompañada de permanente desconfianza.
Estudié con los jesuitas, que se relamen hablando todo el día
de la muerte. Después ocurrió la muerte de papá, cuando tenía
13 años. Poco a poco llegué a concluir, con Edgar Morín, que
toda creencia en el más allá proviene de la invención humana
que surge de la negación psíquica de la muerte. La cultura en-
tera de la humanidad deriva de la negación y de la resistencia a
la muerte. Coincido entonces igualmente con Elias Canetti.
La caravana de Gardel la construí alrededor del viaje de un
cadáver. En Falleba, Uldarico y Mariana Valentina libran una
batalla constante contra la muerte, combate que al final pierden.
La ceniza del libertador cuenta el viaje final de Bolívar, rumbo
a la muerte. La ceremonia de la soledad es también un asunto de
vida o muerte. Y El embarcadero de los incurables, termina con
la muerte de Uldarico en un basurero, en brazos de dos putas.
Esta presencia constante de la muerte me ha hecho hedonista,
en medio de mi pesimismo antropológico. Pero no hablemos
más de este tema, sobre todo con una persona que, como tú, ha
escrito un libro tan erudito y sabio sobre la muerte.

Eres uno de los pocos escritores colombianos con una forma-


ción filosófica sólida y que, en especial, has construido vasos
comunicantes entre tus ensayos y tus novelas y cuentos. En
ese sentido veo una afinidad estética y conceptual con la obra
literaria de Sartre y de Camus, entre otros. ¿Existe un nexo
entre el existencialismo literario de ellos y los personajes des-
esperanzados de tus novelas?

Mi generación, hablo de los años 60, estuvo muy influi-


da por Sartre, Camus, Heidegger, Marcel, Jaspers y, en gene-
ral por el existencialismo. Esta influencia no hubiera podido

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darse si al mismo tiempo dichos autores no hubieran inter-
pretado de algún modo nuestras vidas personales y políticas.
Simultáneamente leíamos a Freud y a Lévi Strauss, a Marx,
a Moravia y a Benjamin. Marx nos daba el optimismo que
Freud y la antropología nos arrebataban. Yo era optimista de
corazón y pesimista de la razón. Desde aquel tiempo presen-
tía que el ser humano era mucho menos confiable de lo que
el mito moderno del progreso gobernado por la razón nos
proponía como un axioma. Más que pesimistas, mis persona-
jes, como yo mismo, somos víctimas de la desesperanza. No
parecemos colombianos, porque aquí la esperanza sin ningún
tipo de fundamento es una enfermedad colectiva que linda
con la imbecilidad.

Tanto en tus ensayos como en tus novelas he reconocido la


presencia casi constante de dos filósofos: Pascal y Heidegger.
De Pascal, tu voz de ensayista, al igual que varios de tus perso-
najes de ficción, repiten y se repiten ese fragmento pascaliano
que dice: “el hombre no es más que una caña, la más frágil de
la naturaleza, pero es una caña pensante”. Sin embargo, parece
que el Pascal que invita a intentar creer en Dios con la lógica
del cálculo de probabilidades o el jansenista que piensa que
creer en lo “superior” es una “gracia dada por la divinidad” no
ha influenciado tu cosmovisión.
De Heidegger está presente la relación entre la palabra y la
conciencia de la finitud, ese “ser para la muerte” que es el hom-
bre. Pero también esa idea heidegeriana de dejar que “las cosas
sean” sin ser convertidas en útiles por la razón calculadora de lo
humano. Incluso, el nombre de tu poemario Abendland es una
expresión retomada por Heidegger de los griegos para referir-
se a Occidente como la “tierra del ocaso del ser”. Cuéntanos,
¿de qué manera estos dos filósofos han penetrado la arquitec-
tura simbólica y formal de tu obra narrativa y ensayística?

Más que seguirlo en toda su propuesta filosófica, a Pascal lo

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amo. Los “Pensamientos” suyos alimentaron a papá y el libro
que de él tengo corresponde a una edición hecha en la Repú-
blica española por allá cerca de 1.938. Cuando murió papá,
uno de los primeros libros suyos que tomé para mí fue el de
Pascal, subrayado y comentado en cada página. Papá peleó con
Pascal y aquella pelea la hice mía. Ya entenderás por qué, más
que seguirlo en su integridad, amo los Pensamientos de Pascal.
Desde hace muchos años no tengo la menor creencia religio-
sa. Este desprendimiento constituye parte de la causa de mi
desesperanza y de mi soledad, en un país de imbéciles enfer-
mos atrapados en la idolatría barata, producto, precisamente,
del dolor no asumido, de la miseria y el dolor convertido en
justicia divina, en fin.
Por su parte, a Heidegger le debo el asombro que pro-
duce entrar en su castillo privado, que es una auténtica
fortaleza lingüística. He leído mucha filosofía, pero no
para hacerme a un “sistema” o para enseñarla académica-
mente, sino ante todo para tener una clara conciencia de
mi tiempo. Y he dudado de la grandeza de Occidente y
anhelado conocer su talón de Aquiles, desde los tiempos
en que leí a Spengler. En efecto, Abendland es la mejor
denominación que pude haber imaginado para titular mi
poemario, que trabajé veinte años y que expresa de algún
modo el “olvido del ser”. En fin, pienso que la creación
literaria de mi generación –Darío Ruiz, Moreno-Durán,
Germán Espinosa, para citar algunos–, se produjo acom-
pañada de una fuerte formación en la filosofía y la ciencia
social y humana.
Siempre creímos que un escritor debía ser, ante todo, un
intelectual. En este sentido, tú haces parte mucho más de mi
generación que de la que has denominado generación “mutan-
te”. Pienso que la generación de escritores que viene detrás, no
se caracteriza por tener eso que tú denominas “cosmovisión” y
conciencia de su tiempo, sino más bien por una relación inme-

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diatista con el bajo mundo, tema comercial cuya descripción
simplista no demanda ninguna formación intelectual.
De manera implícita o explicita existen un grupo de autores
que parecen haber influido en tu proceso de escritura y en
la construcción de tu pensamiento filosófico y estético. Voy a
enunciar los siguientes y me gustaría que nos hagas una sín-
tesis de tu relación con cada uno de ellos. Pessoa, Musil, Gui-
maraes Rosa, Conrad, Jorge Isaacs, Canetti, Rabelais, Borges,
Arlt, Proust.

Acabas de mencionar a quienes todos los días se sientan


conmigo a manteles a beber vino y a comer tahini de garbanzo
y berenjena. Yo los invito. Pessoa me habla del Largo de San
Carlos, donde nació, y me recita pedazos enteros del Libro del
desasosiego. Quien no lo ha leído, no debería morir sin hacerlo.
Es urgente. Pero no es fácil, y los lectores de nuestro tiempo
que no sean cultos no deberían intentarlo. Musil tampoco es
nada fácil y El hombre sin atributos no sólo resulta un tanto
extenso sino absolutamente aburrido para un lector de nuestro
tiempo que no quiere complicaciones. ¿Tú te imaginas, acaso,
a un escritor “exitoso” de nuestro tiempo que dependa de las
telenovelas, invitando a cenar a su casa a Musil, sin tener nada
que decirle?
Guimaraes Rosa viene cargado de palabras originales que
saca de una cesta y ahí mismo las tira encima de la mesa ten-
dida de terciopelo rojo. Pessoa se carcajea y Musil se pone de-
masiado serio. Guimaraes nos quiere decir que el pájaro voló
de la rama, pero lo dice de este modo: “el pájaro desapareció
de cantar”. Todos nos quedamos lelos. Y, para rematar, trata de
darnos a entender que una mujer está llorando en el corredor,
pero el muy cruel lo dice de este otro modo: “sus ojos bañados
en luz de orilla de lágrimas”. Todos bajamos los ojos. Conrad
se balancea en el asiento, como si no hubiera escuchado nada,
fuma de su pipa de mar y nos cuenta de sus viajes al “Corazón

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de las tinieblas”.
Yo conozco el centro de ese corazón, me digo, con Freud y
con Pascal. Llega el café oscuro a la mesa, todos volteamos a ver
por la ventana y Jorge Isaacs nos enseña la naturaleza que crece
gigantesca y verde más allá de la orilla de una fuente de agua.
Canetti deja que las cosas se calmen, bebe un sorbo de café
amargo y empieza a hablar de Masa y poder, obra monumental
que muy pocos hoy estarían dispuestos a intentar siquiera lle-
var a su casa. Rabelais trepa a la mesa, se tira tres pedos, toca
tambor en su barriga, se traga el sobrante de las berenjenas y se
echa encima una garrafa de vino.
Borges se molesta un poco y a tientas busca la puerta, pero
antes nos invita al bar secreto de la Calle Florida, donde pien-
sa ir sin que sus amigos lo sepan, porque está terminando de
escribir sus reflexiones sobre Dante. Artl hace mucho que no
viene, desde cuando leí algunas páginas suyas que poco a poco
han ido cayendo en el olvido. Y Proust, especie de desocupado
maravilloso que se da el lujo pleno de la lentitud convertida en
arte puro, rechaza el café y manda por una taza de té, que más
tarde bebe con pastelitos.

Uldarico, Mariana Valentina y Pánfilo Barlovento de Falleba


(1980-2002); Almagro, Graciana Lombarda y Arcángel de La
ceremonia de la soledad (1992); Leopoldo, Genoveva y Alejan-
dro de La obra del sueño (1982); Arturo Rendón, la “gata” y la
“leona” de La caravana de Gardel (1998); Uldarico, Marilín, los
fantasmas de ella del cabaret en El embarcadero de los incurables
(1998). Todos ellos personajes que no son capaces de encon-
trar la tranquilidad del amor correspondido y que permanezca
a través del paso del tiempo. Los celos y las traiciones, los
triángulos sexuales, la angustia de atravesar al otro como un
deseo fantasmal imposible de ser saciado.
Al tener tan presente su condición de “seres para la muerte”
no pueden creer en el “amor”. Este nexo me recuerda a los ju-
glares medievales que cantaban y creían en el “amor” porque la

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palabra significaba para ellos: A: sin, Mor: muerte. Amor era
“sin muerte”. Pero tus personajes, tan modernos y solitarios,
tan angustiados y conscientes de la muerte no pueden sentir ya
el “amor”, a no ser que su corazón vuelva a habitar los espacios
simbólicos de los románticos decimonónicos y de los poetas
de la Edad Media.
La riqueza psicológica de tus personajes de ficción es muy ela-
borada y de allí que ninguno sea un “lugar común” narrativo.
Se nota tu conocimiento de Freud y del psicoanálisis. Hábla-
nos de esa relación entre el psicoanálisis y la construcción de
tus criaturas de la imaginación. ¿Acaso es que la neurosis y
el delirio son el precio que hay que pagar por ser hijos de la
modernidad?

Lo que ha sucedido en mí, a partir de la lectura agónica y


comprometida de la filosofía y la ciencia social y humana, es el
deshielo total del idealismo antropológico, del mesianismo, de
la utopía barata, del optimismo sin fundamento y de la espe-
ranza porque sí. A una persona a quien ha ocurrido esto lo que
le queda es el realismo fundado en la razón, esa especie de puta
de la que muchos hablan mal pero a la que tanto le debemos
por sus favores.
Toda la de-construcción postmoderna que ha puesto a raya
los poderes de la Razón, se ha podido hacer gracias al uso de
la razón crítica. Ahora bien: el deshielo absoluto del idealismo
antropológico incluye la esfera del amor. No exactamente en
el sentido de la “no muerte”, de que tan hermosamente hablas,
sino en el sentido de la idealización del vínculo humano que
se construye tomando como base la pulsión sexual y la libido.
El amor humano se encuentra atravesado por la subordinación
subyacente y las mutuas servidumbres, la dependencia y la ge-
nerosidad, la pérdida de la libertad a cambio de la compañía y
una cierta sensación de certeza, la ansiedad de la pérdida par-
cial del mundo y la conversión de cada quien en la pareja en
objeto de disfrute del otro, en cosa misma del otro, en posesión,

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colonización y apoderamiento.
La conciencia de todo lleva a la des-idealización del amor
y es esto precisamente lo que ocurre en las parejas y los tríos
amorosos que hay en algunas de mis novelas. Por esta razón
ciertos personajes viven el amor que sienten, situados en la lí-
nea de sombra de la ambigüedad, donde la pérdida de la li-
bertad y la marginalidad parcial del mundo que implica toda
entrega amorosa se experimentan con angustia y ansiedad, odio
y amor, pruebas de fuerza y crisis permanentes derivadas de un
vínculo tan necesario a la pulsión y el deseo como destructor de
la relación abierta hacia el mundo que llama y seduce. De todo
esto deriva, quizás, la riqueza psicológica de mis personajes,
cargados de contradicciones y ambigüedades. Este es el precio
que el amor debe pagar por la toma de conciencia de sus preca-
riedades y sus límites, de su maravilla y de su miseria.

Tu mismo has comentado que la temática del “viaje” es uno de


los núcleos simbólicos de tu obra. Del Arturo Rendón de La
caravana de Gardel a tu Simón Bolívar de La ceniza del liber-
tador, el viaje no sólo es un desplazamiento geográfico, sino,
sobre todo, una transformación interior del viajero. Vuelve a
contarnos de esa fascinación tuya por la condición existencial
del viajero en tu narrativa.

En alguna otra parte afirmé que la metáfora que más se


acerca a la realidad de la vida humana es la del viaje. Y, todo
esto, porque la vida humana, una vez rota la dimensión mítica
del tiempo entendida como un círculo, fue absolutamente atra-
pada por la idea del tiempo histórico entendida como una línea
que se mueve en las tres dimensiones, en este caso la del pasado
que se aleja mientras se deposita en la memoria, el presente que
se vive y el futuro que vendrá, donde se sitúan los proyectos por
realizar y los ideales del yo.
Visto de este modo el vínculo humano con el tiempo en

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la modernidad, la vida de los seres humanos queda atrapada
en la historia. Se trata de vidas que tienen como punto de
partida el momento del nacimiento, que a partir de ahí se
despliegan en el tiempo hacia la cumbre de la maduración y
la responsabilidad y que luego empiezan a descender rumbo
a la ancianidad y la muerte. Este camino es el viaje de la vida,
a lo largo del cual los seres humanos se van transformando y
haciendo de sí mismos una construcción individual que debe
ser entendida como “obra de sí”. Es cierto que cada viaje in-
dividual humano es muy parecido al viaje de todos, pero cada
quien debe vivir su propio viaje como una experiencia indivi-
dual, única y personal.
En El embarcadero de los incurables, tanto más que en La
ceniza del libertador o en La caravana de Gardel, en las cuales el
viaje es evidente como realidad y metáfora al mismo tiempo,
existe un viaje profundo hacia el corazón de la noche, un viaje
que se inicia al caer la tarde y concluye en la madrugada, por
calles, bares y basureros. Este viaje del que hablo se encuentra
gobernado por la casualidad y el azar de cuanto ocurre. Para
una persona del común, la calle, tanto en el día como en la
noche, se encuentra gobernada por la casualidad y el azar, en
medio de la programación que impone el tráfago del trabajo
y las rutas ya conocidas que deben seguir los habitantes de la
ciudad para cumplir el designio de sus vidas, del trabajo a la
casa y de la casa al trabajo. Entonces queda claro que toda vida
humana inscrita en la línea de la historia, una vez rota la idea
del tiempo como círculo, queda atrapada por la lógica del viaje
como trayectoria que se despliega del pasado al futuro, desde el
presente de la conciencia del viajero que viaja consigo mismo
como conductor de su propio proyecto de vida.

Has referido que al escribir La ceniza del libertador tuviste pre-


sente La muerte de Virgilio de Broch. Entonces, en términos
de Genette, la obra de Broch fue el hipotexto de tu hipertex-

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to sobre Bolívar. Me gustaría que ampliaras mejor esos nexos
conceptuales y escriturales entre el Virgilio de Broch y tu li-
bertador.
Cuando leí La muerte de Virgilio, pero también Las memorias
de Adriano, lentamente fui madurando la idea de que en estos
textos se ponía en evidencia algo que desde años atrás venía
madurando, acerca de la vida humana entendida también como
desgarramiento que hace péndulo entre la gloria y la desgracia.
Esta paradoja tenía entre nosotros un ejemplo maravilloso. La
vida de Bolívar reproducía este desgarramiento, de un modo
ejemplar. Desde este punto de vista, aunque pueda verse como
un poco irreverente, Bolívar vino a convertirse en una espe-
cie de pretexto literario para desarrollar la misma paradoja que
había observado en La muerte de Virgilio y en Las memorias de
Adriano. La ceniza del libertador, aunque sea una novela sobre
Bolívar, es mucho más una novela a través de Bolívar. La vida
del libertador se convierte en aquello que me permite, atra-
vesándola, poner en evidencia la paradoja humana donde se
juntan, de un modo sobrecogedor, las puntas más agudas de la
gloria y la desgracia.

La historiografía sobre Simón Bolívar es casi infinita y de


múltiples tendencias interpretativas. ¿Por qué te decidiste a
poner de epígrafe un fragmento de Mi Bolívar de Fernando
González?

No todas las cosas que suceden durante el proceso creativo


son el producto de una elección racional y calculada, en tér-
minos de la racionalidad de los fines y los medios. El epígrafe
proviene más de la rabia que de la razón. No sé si ya lo dije en
otra parte, pero ahora debo reconocer que a medida que me
introducía en la vida real de Bolívar, lo admiraba más profun-
damente, lo comprendía y me identificaba con sus dificultades
y debilidades. Metido de cabeza en la novela, más de una vez

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sentí que lloraba lentamente.
Anduve más de un año con una pequeña grabadora en el
bolsillo, para escuchar en los bares las contradanzas de la época.
Y para escribir los últimos capítulos debí viajar a Santa Marta,
a San Pedro Alejandrino. Ahora comprendo que no andaba
sólo detrás de los referentes históricos reales, sino ante todo a
la caza de la sensibilidad de aquella época. Al llegar al final de
la novela, no tenía claro ni el título ni el epígrafe. Una vez, en
Bogotá, en una mesa de amigos discutí con ellos varios títulos
que tenía en mente. Luego, en soledad, elegí uno que no había
estado en juego. De este mismo modo decidí con rabia el epí-
grafe, porque hablaba de un país que hasta hoy no ha merecido
la grandeza de Bolívar.

Umberto Eco, en su obra Lector in fábula, refiere que todo es-


critor imagina su “lector ideal” y para él escribe. ¿Cuál ha sido
“el lector ideal” que has tenido en mente al escribir tu obra?

El lector ideal que he tenido en mente al escribir mi obra


no existe. Pero, si debiera responder, creo que debe tratarse de
un lector culto. Un lector capaz de hacerle seguimiento a la
exploración que pretendo de la complejidad de la condición
humana. Además, un lector que esté en condiciones de ir más
allá de la anécdota, para situarse en la degustación de la forma
y del lenguaje. Cada día que muere estoy más convencido de
que la literatura es ante todo forma y lenguaje. El lenguaje
ennoblece la anécdota más elemental y aparentemente irre-
levante.

Una última pregunta. Dijiste en Amapolas al vapor: “No me


siento de este país pero tampoco reniego de él. Motivos me
sobran para lo uno pero también para lo otro”. ¿Nos quieres
contar algunos de esos motivos?

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No me siento totalmente de este país porque soy al menos
bicultural. Me siento ciudadano del mundo. Nací en un hogar
en el cual la lengua materna fue el árabe. Nunca lo aprendí,
pero cuando lo escucho se produce en mí una conmoción cer-
cana al reencuentro con lo que sucedió en mi primer año de
vida, que no sé qué fue pero que está ahí. Cierto día viajé a
Marruecos, y cuando empecé a caminar por las calles de Tán-
ger, y más tarde por Rabat y Fez, me sentí como en casa. Era la
lengua árabe mi otra casa, la que me estaba esperando con los
brazos abiertos. Mamá no se cansaba de contar sus historias de
Hons, ciudad Siria donde nació y vivió hasta la adolescencia,
antes de emigrar con mis abuelos y mis tíos hacia 1.926. Estos
relatos eran verbales, pero carecían de soportes proporcionados
por imágenes visuales.
Al llegar a Marruecos, aquellos relatos se reencontraron de
repente con las imágenes visuales de las cuales hasta aquel mo-
mento permanecía huérfano. Lloré en la calle, de pura alegría.
Había vuelto a mi casa, que no era mi casa física. Era mi casa,
sí, en términos de lenguaje e imágenes visuales. Un lenguaje
que no hablaba pero que era mi casa, unas imágenes infantiles
que ahora coincidían con lo que estaba viendo en la calle. Los
aullidos de las mujeres emocionadas, como chillidos ancestra-
les. En fin, la absoluta profundidad silenciosa y callada de mi
propia historia. Tengo muchos motivos, entonces, para no sen-
tirme de este país, pero también tengo muchos otros motivos
para no renegar de él, porque lo amo a mi modo. Y así como lo
amo lo odio, por causa de sus violencias, exclusiones y pobrezas
inmerecidas.
Mi padre fue perseguido político cuando yo tenía seis o sie-
te años. Y uno de mis tíos paternos debió refugiarse en otro
país porque los pájaros lo iban a asesinar. He sido amenazado
de muerte cinco veces, de manera seria y severa. La guerrilla
secuestró a uno de mis hijos y no sirvió para nada invocar en
mi favor mi condición de intelectual, escritor y profesor uni-

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versitario. Nunca, hasta ahora, el Estado pudo ser eficaz contra
la violencia y la Iglesia patrocinó en otro tiempo la matanza.
Este es un país enfermo. Si las élites dirigentes se hubieran
propuesto, deliberadamente, crear un monstruo más perfecto y
aterrador, con seguridad que no lo hubiesen logrado. Pero uno
termina amando a sus monstruos. Estos son mis motivos para
lo uno y para lo otro.

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III. Cronología biográfica y bibliográfica

1943
Nace en Buga el 8 de abril. De padre colombiano, de origen
vallecaucano, abogado e intelectual. Su madre, de origen árabe,
llegó a Colombia con su familia proveniente de Siria en 1926.
Es el tercero de cuatro hermanos.
1951
Se traslada a vivir a Cali con sus padres y hermanos. Hace
el bachillerato en el colegio Berchman, de la comunidad de
los jesuitas. Le corresponde el discurso de graduación, en un
diciembre de 1961, donde el joven dice: “Cuán triste es dejar
estos claustros, testigos de nuestras intimidades de juventud;
pero la vida al colmar al hombre de amarguras y tristezas, hace
que éste se torne rudo y capaz de la lucha por ella”.
1957
Muere su padre. Su madre y sus hermanos buscan el con-
suelo de la religión. Pero él se refugia entre los libros de la
biblioteca de su progenitor y ahí surge su vocación de lector
compulsivo y de escritor.
1961
Viaja a Bogotá y estudia Derecho y Ciencias políticas en la
Universidad la Gran Colombia. Se gradúa en 1967.
1968
Es nombrado juez en la ciudad de Cartago. Comienza a
escribir cuentos y sus relatos “Por estos tiempos santos” y “El
café amanecido de los funerales de Candelario Rosas” son pre-
miados en el Festival de Arte de Cali del año 1969.
1970
Se vincula como profesor en la Universidad del Valle y vuel-
ve a vivir a Cali. Se casa en 1971 con Amparo Ángel y tiene

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dos hijos (Luisa Fernanda y Alejandro). Comienza a escribir
una novela que tiene el título provisional de Zaguanes adentro.
Ejerce su profesión de abogado y se especializa en derecho la-
boral.
1974
Gana el Premio Nacional de Libro de Relatos organizado
por la Universidad de Nariño. Con su cuento “Las enmiendas
como curaciones en el prójimo” queda finalista del prestigioso
Concurso Latinoamericano de Cuento de México, que tuvo
como jurados a Edmundo Valadés, Juan José Arreola y Juan
Rulfo. Comienza a escribir su segunda novela.
1979
Obtiene el Premio Internacional de Novela “Villa de Bil-
bao” de España, con Falleba, la cual sale publicada en Colombia
en la editorial Oveja Negra en 1980. Una segunda edición se
publica en España con el título de Cámara ardiente, por parte
de la editorial Fontamara de Barcelona, en 1981. Recopila sus
cuentos en el libro Las alabanzas y los acechos, que sale publica-
do en la editorial Oveja Negra en 1980. Empieza a escribir su
tercera novela donde Simón Bolívar es el protagonista.
1984
Publica la primera novela que escribió, con el título de La
Obra del sueño, en la editorial Oveja Negra.
1987
Se publica su tercera novela La ceniza del libertador, por par-
te de la Editorial Planeta.
1992
Aparece su cuarta novela La ceremonia de la soledad, en
Editorial Planeta. En 1994 se publica su primer libro de pen-
samiento titulado La sombrilla planetaria, ensayos sobre moder-
nidad y postmodernidad en la cultura, Editorial Planeta, que re-
coge textos escritos entre 1988 y 1993. Las temáticas son las
siguientes: Cultura de la modernidad y crisis social, Doce inte-
rrogantes sobre modernidad y postmodernidad, El intelectual

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en la nueva babel colombiana, El nuevo milenio a la luz del
enigma del eterno retorno, De Dostoievski a Pessoa: la aventu-
ra de la polifonía moderna, La nieve del almirante o la agonía
en la modernidad, El realismo maravilloso y sus precursores en
América Latina, El contexto cultural en dos novelas del siglo
XIX, Los motivos del arte y el tiempo, Ficción y novela histó-
rica, Literatura, trascendencia y olvido, La patria del idioma
literario. En 1995 se publica la segunda edición de La ceniza
del libertador, por parte de la Universidad Nacional Autónoma
de México.
1996
Le es otorgado el Doctorado “Honoris Causa” en Litera-
tura, por parte de la Universidad del Valle. Publica su segun-
do libro de ensayos titulado Amapolas al vapor, editado por la
Universidad del Valle. Esta obra está compuesta por textos de
crítica literaria escritos entre 1977 y 1995. Las temáticas son:
Guimaraes Rosa o la reflexión de vivir, De Roberto Artl a Jor-
ge Luis Borges, Los baños del Paraíso, La casa del Paraíso,
La última generación de escritores, La literatura del Valle del
Cauca en los siglos XIX y XX, La soledad del Nobel, Aproxi-
maciones críticas a la Crónica de una muerte anunciada, De Don
Quijote a Cien años de soledad, Consideraciones mínimas sobre
Piedra y Cielo, Freud y Rabelais (la novela familiar), Rabelais
y el realismo grotesco, La Geografía de Darío Ruiz Gómez. En
1997 recibió la Medalla “Proartes” en Letras, de la Fundación
para la Promoción de las Artes, del Festival Internacional de
Arte de Cali. La Universidad Pontificia Bolivariana publica un
cuento largo, de temática histórica, titulado La Ultima Noche de
Antonio Ricaurte.
1998
Año prolífico. Se publican las novelas El embarcadero de los
incurables, Editorial Norma, y La caravana de Gardel, Editorial
Planeta, Seix Barral. Y su tercer libro de ensayos: La tierra que
atardece, ensayos sobre la modernidad y la contemporaneidad. Sus

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contenidos son: Ser contemporáneo: ese modo actual de no ser
moderno, El libro, la lectura y el declive del ideal ilustrado, La
congoja del amor finisecular, La desesperanza: alto costo de la
razón lúcida, El sujeto moderno como obra de sí, Las ciudades
literarias en la modernidad en crisis, La ciudad como represen-
tación, La “summa” latinoamericana.
2002
Cuando los editores de la Universidad EAFIT, de Medellín,
le propusieron hacer una segunda edición de Falleba, él aceptó
pero con la condición de reescribir la novela en su totalidad.
El resultado afortunado, y sorprendente, es otra versión de la
misma fábula inicial, pero de mayor textura literaria. Publica
también su poemario Abendland, por parte de EAFIT.
2007
La Universidad del Valle publica La derrota de la luz, ensayos
sobre modernidad, contemporaneidad y cultura. Sus temáticas son
las siguientes: Modernidad, sentimientos negativos y conflicto
social en Colombia, Fuerza estética, lectores modernos y clien-
tela literaria, La fragmentación del sujeto en la literatura del
siglo XX, La crisis lectora y escritora ante el retorno de lo in-
humano, La casa, el destino y la crisis como fuentes de lectura,
¿Desgracia o alegría de la especie?, La crítica literaria y la escri-
tura ante la agonía del estilo, La sacralidad del intelectual como
hombre rebelde, Mi experiencia de la filosofía, La desesperan-
za: alto precio de la razón, Formación integral y modernidad
mental, Curiosidad, investigación, espíritu crítico, La muerte
de los paradigmas y la crisis de la razón, Consideraciones laicas
acerca de una guerra santa.
2008
La Universidad de Caldas publica la tercera edición de La
ceniza del libertador, inaugurando con esta extraordinaria nove-
la su colección titulada El otro canon de la literatura colombiana.

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