Los suelos del Ecuador se distinguen por su gran diversidad. La República
del Ecuador está formada por una zona continental y una zona insular formada por las islas Galápagos. En general, los suelos del Ecuador se encuentran entre los más diversos de la Tierra. De acuerdo a sus componentes, estos se agrupan en: suelos aluviales (zonas cercanas a los ríos, fácilmente inundables), suelos sobre cenizas volcánicas y suelos sobre otros materiales (rocas antiguas). Por su parte, la actividad volcánica en las zonas más altas de los Andes ha resultado en la formación de suelos fértiles volcánicos y de pradera con capas superficiales oscuras ricas en materia orgánica. En la costa, las llanuras aluviales han acumulado sedimentos fértiles de las tierras altas. Estos suelos costeros son de gran fertilidad. Tanto que en la cuenca del Amazonas, los suelos parecen ser diversos, pero no han sido completamente estudiados y mapeados. Un 9.9% de las zonas rurales está ocupada por cultivos tanto permanentes como transitorios. En estas zonas se cultiva banano, papas, maíz, caña de azúcar, palma africana, arroz, café y cacao, entre otros rubros. En lo que respecta a suelos destinados a pastos, corresponden a un 19,4% del territorio ecuatoriano. Se destinan a la cría de ganado vacuno, porcino, avícola y, en menor escala, de otras especies vivas. Además, un 17,3% se dedica a la explotación forestal Las tierras que antes estaban cubiertas por bosques, poco a poco se han ido convirtiendo en desiertos y zonas áridas. La agricultura sin prácticas sostenibles, la presencia de ganado sin control y la tala de árboles para el uso humano están causando daños permanentes en los suelos que antes eran productivos. En el país hay zonas en proceso de desertificación como la cuenca del río Jubones, que comprende a las provincias de Azuay, Loja y El Oro. Para Chiriboga, esto se ha convertido en uno de los principales problemas ambientales a escala nacional. Provincias como Manabí, Santa Elena, Chimborazo, Tungurahua y Cotopaxi también muestran problemas. Hay zonas que antes eran páramo como el desierto de Palmira, en Chimborazo, que se podría recuperar en otro ecosistema. Uno de los principales problemas del avance de la degradación de los suelos es el impacto que puede tener en la soberanía alimentaria. Menores extensiones de tierras productivas generarán menos alimentos y forzarán a que las personas dejen sus hogares. Según la Organización Naciones Unidas (ONU), hasta 143 millones de personas tendrían que salir de sus países antes del 2050 para huir de la escasez de agua y de la pérdida de productividad del suelo. La contaminación del suelo consiste en la acumulación de sustancias químicas perjudiciales para la para la salud y la vida de los ecosistemas, incluido el ser humano. El uso de plaguicidas, sustancias utilizadas en la agricultura contra el ataque de insectos, hongos o malas hierbas, tiene efectos desfavorables para el suelo por la disminución de su capacidad autodepuradora y como albergue vital. Las consecuencias se manifiestan también en la disminución del rendimiento y calidad de los cultivos, contaminación de aguas superficiales y freáticas, y deterioro de la calidad del aire, perjudicando en definitiva varios elementos indispensables para la biosfera. Existe también el concepto de “suelo potencialmente contaminado”, utilizado para referirse, por ejemplo, a grandes extensiones de terreno donde el suelo ha sido negativamente afectado por exceso de fertilizantes, aplicaciones de pesticidas; o, contaminantes transmitidos por la atmósfera.