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EL NIÑO Y

EL ADULTO
“Quien se haga pequeño como este
niño, ese es el mayor en el Reino
de los Cielos”

Mt 18,4
“La religión del niño es específica, no puede ser
valorada por medio de la comparación con la
religión del adulto”.
Milanesi
Es un mundo diferente al del adulto: el adulto ya no
tiene con Dios esa relación fácil y pacífica que es
propia del niño; para él la vida religiosa es, algunas
veces, esfuerzo, lucha.
La vida interior del niño es profundamente seria y
sin rebuscamientos. También Sartre sabe qué
personas tan serias son los niños: “Los niños, entre
ellos, odian las niñerías; son hombres de verdad”.

La esencialidad del niño es tal vez el elemento que


impone al adulto la disciplina más severa. Cuantas
sobre estructuras se han acumulado en nuestra vida
interior.
¿Qué puede entonces hacer el adulto,
que se encuentra ante un ser que parece
vivir la relación con Dios de manera tan
diversa a la suya?
EL ANUNCIO
Es tarea del adulto iniciar al niño a ciertas
realidades; hay acontecimientos en la base del
cristianismo que le debe dar a conocer, hay un
patrimonio de verdades y valores que el adulto debe
transmitir con toda su vida vivida, pero también con
la palabra.
El debe anunciar a Dios que revela su amor, por
medio de su Cristo; tiene que dar el “Kerigma”.
LOS DESTINATARIOS DEL ANUNCIO

Destinatarios del “Kerigma” son el niño y el adulto; ellos son


al mismo tiempo anunciantes y escuchas.
El anuncio es de hecho necesario para el niño, que viene a
conocer cosas nuevas, pero también para el adulto que tiene
necesidad de penetrar cada vez más a fondo cosas que con
frecuencia quedan en la superficie.
Dar el anuncio no significa ponerse en la cátedra, sino
solamente dar a la Palabra de Dios y a los niños un servicio
especial.
El catequista no es un maestro, y esta es una
afirmación muy importante de Jesús, nadie se llame
maestro, hay un único Maestro. Decir que el
catequista no es maestro implica consecuencias muy
interesantes e importantes: si no es maestro, significa
que el anuncio que da, esa palabra que transmite, en
el mismo momento en que lo hace, la escucha junto
con aquellos a quienes se la está transmitiendo.
En la Catequesis del Buen Pastor, los catequistas no les
damos catequesis a los niños, sino que hacemos
catequesis con ellos. Cada vez que leemos una página
del Evangelio, cada vez que presentamos un gesto
litúrgico, cada que damos un anuncio, no se lo estamos
dando a los niños, sino que lo recibimos junto con
ellos, lo volvemos a escuchar con los niños.
Cuando el adulto se dispone a la escucha junto con los niños,
permanecerá vivo en él, el sentido de que la relación con Dios es
ante todo gozo, y podrá así liberarse de ciertos aspectos
tenebrosos, característicos de una cierta formación, tal vez no del
todo superada.
La escucha comunitaria es siempre enriquecedora, pero la que
realizamos con los niños, lo es de manera especial, porque la
Palabra resuena en los pequeños de manera diversa que en el
adulto, y por lo tanto, a través de ellos, nos llega otro tono de ella.
-A

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