Para situar el texto Freud escribe este ensayo en 1915, un año después del comienzo de la 1º Guerra Mundial. En ese momento vivía en Viena, y tenía 59 años. Es un texto contemporáneo a “Lo inconsciente”, “Duelo y melancolía” y “De Guerra y muerte”, por lo que hipotetizamos que la atención de Freud alternaba entre la construcción de su teoría del psiquismo y los hechos sociales que lo conmovían. Ideas centrales: Perecedero En un paseo por la campiña, o acompañado de un amigo y un joven poeta, Freud comenta la reacción de Transitorio este último frente a la hermosura de la naturaleza que los circundaba. Todo esto le parecía carente de valor por la transitoriedad a la que estaba Son los nombres que les da la traducción. condenado. Freud reacciona negando que la Perecedero: Adj. De poca duración. transitoriedad de lo bello conlleve su [Alimento] que conserva sus desvalorización. propiedades solo durante un espacio de tiempo determinado. Por el contrario, aumenta su valor. “El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo. La restricción en Transitorio: Adj. Pasajero, la posibilidad del goce lo torna más temporal. apreciable.” Caduco, perecedero, fugaz. Porque… “El valor de todo eso bello y perfecto estaría determinado únicamente por su significación para nuestra vida sensitiva; no hace falta que la sobreviva y es, por tanto, independiente de la duración absoluta”. (pag. 310)
Freud relaciona la desvalorización de lo bello con el proceso de duelo,
con la imposibilidad de abandonar el objeto perdido para investir otros.
La cercanía con el REAL de la Muerte…
Entonces, y por sobre la perspectiva desarrollista, ponemos en valor nuevamente desde la línea psicoanalítica su condición de sujetos…habiendo transitado ese hilo en el que no pocas instancias de pérdida se han producido, y en este momento cronológico muchas, profundas, simultáneas… El juego continúa… Encontramos nuevamente al sujeto del lenguaje, en cual frente a dichas instancias de castración, se vuelve –quizás- a jugar la posibilidad o no de un saber hacer con la falta…en definitiva- como veremos en clase-, no se juega el viejo, sino el sujeto desde su neurosis original…se juega en una resignificación de sus años mozos; en un desafío por mantener la pequeña llama de su deseo, en un no sólo saber hacer sino saber transmitir su experiencia de vida… Y esa transmisión, es nuestra posibilidad de trascender… un posible aprés coup empapado de lenguaje y arte que ha hecho que muchos ancianos célebres-Freud, García Márquez, Simone De Bouvoir, Gandhi, Miguel Angel, Scorsesse, por mencionar algunos- resignifiquen sus trayectos como una celebración en vísperas de la despedida… Hasta la próxima!!! Trabajo Grupal
A leer, pensar y articular!!
GRUPO 1: “Mujer en avanzado estado de juventud” Perteneciente al libro: En la avanzada juventud de Gioconda Belli. Ed. Visor (2013)
A mis sesenta y varios años
Soy una mujer en avanzado estado de juventud. Aún en los días en que el cansancio me entristece las ancas y la espalda acusa el pesado fuelle de los pulmones la mujer que piensa dentro de mi recién habrá cumplido los cuarenta. El reflejo repentino en el cruel escaparate las fotos inoportunas, el asombro discreto del que de mi conserva la imagen de un antiguo y fugaz encuentro los atribuyo sin recato al pasajero mal día, el desvelo o el maquillaje desleído. Cuanto más fácil me resultaría esta fe sin el nuevo aire de respeto de la recepcionista del hotel la dificultad de los chicos para el tuteo al que los invito O la cada vez más frecuente sensación de ser invisible -el resto de mortales mirando a través de mí, como si lentamente me hubiese despojado de masa, sustancia, peor aún: ¿de importancia!- Para colmo, empiezan a inquietarme los amigos: El guapo al que se le inclina la vecina nariz las mejillas agotadas de aquella el canoso, el panzón, la de innumerables pliegues o los que me saludan y apenada no reconozco.
Y sin embargo en el aliento de sus miradas
el vapor del tiempo se deshace. Furiosamente apegados a la vida retozamos en la avanzada juventud como si la muerte no existiera. GRUPO 2 “El hombre invisible” por Por Fernando Ariel Cárpena A Rubén o Ramón lo conocí en la comisaría. Yo había perdido los documentos y él la libertad, al menos por esa tarde. El oficial a cargo me diría luego que el pobre diablo ya era parte del inventario, de tantas entradas. El motivo se repetía y era vulgar: el hombre se bajaba los pantalones en la calle y agitaba su miembro frente a quien pasara. Tenía el decoro de evitar menores y monjas, pero el resto de los mortales vivían en riesgo constante de show. De ahí a los dedos con tinta, al sargento que empujaba, al frío y a los barrotes había un solo paso. Un mes más tarde, lo encontré en una esquina. Tenía la boca llena de tabaco y palabras masticadas. Lo saludé, para probarme el coraje nomás. Me miró sorprendido. Alguno que pasaba por ahí, seguramente también. -¿Tiene un cigarro?- dijo Rubén o Ramón con una sonrisa llena de ausencias. Le regalé el paquete entero. Como si eso fuera una bisagra para la confidencia, me animé a hablarle. - Lo vi en la seccional la otra vez. Es bueno verlo otra vez en la calle- le comenté. El hombre tosió unas risas y se arrimó como para contarme un secreto. - ¡Qué bueno que me veas! Sos el único, hermano. Soy invisible. Te juro. No me costó entender. La gente pasaba al lado y él no existía. Era una mancha, una baldosa, un papel abandonado. Agitaba con ruido un tachito con monedas pero el que era ciego, también era sordo. Estuve veinte minutos siendo testigo de lo peor de nosotros mismos, hasta que pasó. Dejó la lata en el piso y, sin decir una palabra, se bajó los pantalones, justo frente a una vieja que paseaba un caniche inservible. La mujer gritó con espanto y con razón. Alguien llegó en auxilio, alguien marcó el número breve, alguien pintó la calle de luces rojas y azules, alguien dio órdenes repetidas. Mientras lo forzaban a la rutina del patrullero, me miró y gritó con alegría. - Sigo estando, hermanito. ¡Qué alivio grande, carajo. Sigo estando! GRUPO 3: Esto dijo Dolina: “Nunca he podido disfrutar enteramente ningún placer de la vida sin que una voz me susurrara al oído: ‘Te vas a morir’. Y, peor todavía: ‘Se van a morir todos los que amás’. Eso arruina cualquier festín”. Y agregó: “Lo único que a veces acalla esa voz es el amor. Lo más parecido a una salida que encontré es el amor. En el momento culmine del amor no te importa morir. Pero eso dura un minuto”. “¿No podemos mitigar el miedo a la muerte?”, preguntó Fantino. Para su desilusión, Dolina le contestó que a él no lo alivia escuchar decir que uno va a pervivir en sus hijos o en sus obras. “Como decía Unamuno —razonó Dolina—, yo quiero inmortalidad de bulto y no sombra de inmortalidad”. “¿Pero, no te asusta también la idea de inmortalidad?”, siguió Fantino. “La solución ideal sería ser inmortales pero no saberlo —arriesgó Dolina—. Que nos hubiera sido dada la inmortalidad, pero que no lo supiéramos, porque así nos permitiríamos vivir cosas como el amor y la intensidad, porque el tipo que sabe que no morirá nunca va un poco a menos”. “A mí me gustaría vivir 150 o 170 años”, deseó Fantino, como la mayoría de los humanos cuando nos lamentamos por la finitud y queremos regatear con la naturaleza. “Sí, hasta que tengas 160, y entonces vas a pedir 210”, le respondió su entrevistado. Fantino imaginó que tal vez la angustia frente a la muerte sea menor para quienes creen que hay vida después de ella. “Yo no tengo esa suerte— se sinceró Alejandro Dolina—. La fe se tiene o no se tiene; no es una decisión. Si yo pudiera creer, como en la infancia, en el ángel de la guarda que me protege, sería más feliz”.