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PARTICIPANDO DE LA MESA

DEL SEÑOR

 1 CORINTIOS 10:21-22 – NO PODÉIS BEBER LA COPA DEL SEÑOR, Y LA


COPA DE LOS DEMONIOS; NO PODÉIS PARTICIPAR DE LA MESA DEL
SEÑOR, Y DE LA MESA DE LOS DEMONIOS. 22 ¿O PROVOCAREMOS A
CELOS AL SEÑOR? ¿SOMOS MÁS FUERTES QUE ÉL?
Profesar que somos cristianos no es una cosa sencilla,
porque cuando analizamos a lo que el cristiano verdadero
esta llamado, creo que todos llegaremos a la conclusión de
que ser un cristiano fiel y verdadero no es nada fácil. 
Porque serle fiel a Dios significa que estaremos
constantemente nadando en contra de la corriente.
Serle fiel, o permanecer fiel a Dios, significa que estaremos en una
lucha constante no solo con el mundo, sino también contra nosotros
mismos, ya que la carne nos hala hacia un lado, pero el Espíritu
Santo nos hala hacia el lado opuesto.

En otras palabras, cuando decimos que somos cristianos y deseamos


mantenernos fieles a Dios, entonces tenemos que negarnos a
nosotros mismos. No existe otra opción o manera de permanecer
fieles a Dios.  Pero lamentablemente, este concepto es algo que
muchos no entendemos plenamente.
Existen muchos que se llaman cristianos, pero que piensan que
pueden continuar comportándose de la misma manera que se
comportaban y vivían antes de aceptar a Jesucristo. 
1 Corintios 10:21-22 No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los
demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de
los demonios. 22 ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más
fuertes que él?

Quiero que prestemos mucha atención a esta advertencia que Pablo


nos ha dejado aquí.  Como podemos apreciar, esta advertencia nos
deja saber claramente de que es imposible que una persona que
profese ser cristiana, pueda continuar comportándose de la misma
forma que se comportaba antes de aceptar a Jesucristo.  Es
completamente imposible y absurdo, pensar que podemos aceptar y
participar en las cosas del mundo, y a la misma vez llamarnos
cristianos.
Hermanos, sé que lo que les estoy diciendo son palabra fuertes.  Sé que
son palabras que muchos pueden mal interpretar. También sé que son
palabras que no muchos están dispuestos a predicar, pero es hora de
que llamemos las cosas por su nombre.
Al pecado hay que llamarle pecado, y nada más.

La realidad de todo es que no podemos decir ni pensar que somos


salvos, si nuestra vida continúa igual que antes de aceptar a Jesucristo. 
Si ahora que profesamos ser cristianos nos encontramos haciendo las
mismas cosas que hacíamos cuando vivíamos en el mundo, entonces
nos estamos engañando a nosotros mismos.
Debemos ser nuevas criaturas, en 2 CORINTIOS 5:17 nos dice: “De
modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”
Continuar igual que antes, significa que no estamos participando de la
mesa del Señor. Es por eso que Pablo nos da esta advertencia. Es por
eso que todos tenemos que profundamente examinar nuestra vida, y ver
exactamente donde nos encontramos.
Si seguimos siendo tal como éramos, entonces no hemos hecho nada,
sino que solamente hemos dado pasos para apacentar nuestra
conciencia. No estamos participando de la mesa del Señor, sino que
estamos participando en la mesa de los demonios. Sé que ser cristiano
es algo difícil; porque estamos en una constante lucha contra la carne. 
Pero también sé que no luchamos contra algo que no podemos derrotar. Esto
es algo que queda bien claro en 1 Corintios 10:13 cuando leemos: “…No os
ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que
no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar…” 
Hermanos, Dios nos da la salida.
Nosotros servimos al Dios que no quiere que nos alejemos de Él. Pero en
muchas ocasiones nosotros caemos en el pecado debido al desconocimiento
de la palabra de Dios.  Si todos los que profesamos ser cristianos tuviéramos
mejor conocimiento de la palabra de Dios, si buscáramos más de Él, entonces
muchas de las cosas que nos suceden pudieran ser evitadas.
Fuéramos más felices, porque tendríamos la convicción de que el diablo no
puede derrotar a los cristianos fieles. Viviéramos vidas más felices porque
tendríamos la convicción de que no existe poder alguno que nos pueda
arrebatar las bendiciones que Dios nos ha entregado.
Con frecuencia nosotros mismos rechazamos las bendiciones.  Debido a los
impulsos de la carne, porque: “…fiel es Dios, que no os dejará ser tentados
más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar…” 

¿Pero por qué no podemos ver la salida que Dios nos proporciona?
No la podemos ver porque la avaricia, el celo y los placeres de la carne nos
ciegan.  El hombre raramente hace algo si no tiene algo que ganar. El
hombre raramente hace algo si no existe algún tipo de recompensa que
pueda ver de inmediato (remuneración, reconocimiento público, titulo,
ministerio, etc.). Esto se ve en el mundo y en la iglesia.
Hermanos, cuando nosotros obramos y le damos a Dios el lugar que Él
merece, cuando ponemos a Dios por encima de todas las cosas, Él
derrama sus bendiciones sobre nosotros. Pero en muchas ocasiones
dejamos que los placeres de la carne, las cosas de este mundo nos
detengan de recibir todas las bendiciones que Dios desea derramar
sobre nosotros.  En otras palabras, en vez de reprender y echar fuera
de nuestra vida al enemigo, permitimos y le damos autoridad a Satanás
y a sus demonios, a que entren de nuevo en nuestra vida.

¿por qué sucede esto o cosas semejantes?


En 2 Corintios 4:4  leemos: “…En los cuales el dios de este siglo cegó
el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz
del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios…” 
¿De quién nos está hablando Pablo aquí?

El dios de este siglo es Satanás. Satanás y su ejército de demonios no


descansan en tratar de separarnos de la gracia de Dios. El diablo no
quiere que sepamos la verdad, él no quiere que le seamos fieles a
Dios.

El tiempo de llamar a las cosas por su nombre ha llegado. El tiempo


de llamar al pueblo de Dios a un compromiso con Cristo ha llegado.
Existen muchos cristianos que buscan una iglesia perfecta, una que
satisfaga a sus necesidades pero hermanos. la iglesia perfecta no
existe. Hay muchos cristianos que no se comprometen seriamente,
usualmente ayudan pero sin compromiso.
En un año o dos se retiran porque no era lo que buscaban de una iglesia,
la gente no es suficientemente amable, el pastor nos los visita con mucha
frecuencia o la predicación es aburrida. Así se retiran buscando una
perfección que no es encontrada.

Los cristianos nos hemos vuelto bastante quisquillosos al ir en busca de


una iglesia. Rara vez se piensa en términos de lo que se puede aportar.
Más bien, en lo que se puede recibir.
En Cristo, la iglesia es santa y perfecta, ya que “Cristo amó a la iglesia y
entregó a simismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el
lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que
fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:25b-27). En ese sentido, ¡toda verdadera
iglesia es perfecta! Cristo mismo la ha santificado y purificado, con el propósito
de presentársela a sí mismo. De una manera real, toda (verdadera) iglesia
imperfecta es en realidad perfecta en Cristo.

Pero al mismo tiempo, toda iglesia —compuesta por cristianos individuales—


está en un proceso continuo de santificación. Por eso los apóstoles
constantemente exhortan a la santidad.
No hay iglesia perfecta. Solo iglesias en perfeccionamiento.
¿Y entonces? ¿Qué esperanza hay? Mucha. La iglesia debe ser fiel. Amar a Cristo y
predicar la Palabra. No nos enfoquemos en los programas o en el edificio (por importante
que eso pueda ser). Tampoco en que todos se vistan como tú y siempre nos saluden. Mejor
hagamos una iglesia compuesta por gente imperfecta que está en Cristo y en proceso de
perfección por el poder del Espíritu. Una iglesia en donde se predique la palabra de Dios, se
administren las ordenanzas con fidelidad, y se busque vivir en santidad.
Y entonces comprometámonos . Asistiendo a los cultos. Pongámonos bajo la autoridad de
los ancianos. Buscando servir en lugar de criticar. La posición del crítico es la más cómoda:
no hace nada pero encuentra fallas en todo.
Dejemos de esperar a que la gente se nos acerque, ¡Acerquémonos! Dejemos de esperar a
que alguien nos visite, ¡Visitemos! Convirtámonos en un agente de cambio con toda
humildad y mansedumbre. Emocionémonos con nuestra iglesia. Apoyando a los líderes.
Involucrémonos con los hermanos.
Las iglesias necesitan hermanos comprometidos con el servicio y sacrificio. Que pensemos
más en otros y menos en nosotros mismos.
Si aún no hemos hecho un compromiso con Cristo genuino, si no hemos
tomado el tiempo de conocerle más de cerca, de ser menos para que Cristo
sea más, entonces no estamos participando de la mesa del Señor. Estamos
participando de la mesa del demonio porque hemos dejado que el enemigo
nos engañe, hemos dejado que el enemigo nos ciegue con las cosas de
este mundo. Le hemos dado autoridad a Satanás y sus demonios a que
regresen y habiten en nuestra vida.
Como cristianos fieles no podemos darle ni la más mínima entrada al
demonio. No podemos permitir ser engañados a sentarnos en la mesa que
no es de Dios. El demonio no nos puede tentar de tal manera que no
podamos resistirle. Cristo murió en la cruz del Calvario para darnos la
victoria. Si no hemos hecho un compromiso completo con Dios,
reconozcamos que estamos sentados en la mesa equivocada.

Ahora pregunto: ¿en qué mesa estamos sentados? AMÉN

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