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3.5.

EL PAPEL DEL ESTADO EN EDUCACIÓN


La educación era ya, definitivamente, cosa del Estado. Sin embargo, será tras la
suplantación del Antiguo Régimen por el Estado liberal a raíz de la revolución de 1789,
cuando la educación se erija en una auténtica cuestión de Estado.
El Estado liberal necesita legitimarse, hacer a sus ciudadanos necesaria y comprensible su
presencia. Apela para ello a un sentimiento nuevo: la nacionalidad de quienes integran por
naturaleza –ellos y no otros– un mismo territorio identificado por una misma lengua y una
misma cultura (la nación). "El Estado soy yo" diría el Rey Sol, Luís XIV–, ahora el Estado
se funde con la nación que lo sustenta y justifica (Estado nacional o Estado-nación).
Además del Ejército nacional–, para la creación y la cohesión nacional y, en definitiva, para
el mantenimiento del mismo Estado liberal, serían los sistemas educativos nacionales que
se expanden a lo largo del siglo XIX y se consolidan en el XX. la escuela es un espacio
crucial (de cruce, encrucijada) donde tiene lugar la articulación de lo público y en función
de lo cual se mide la calidad de lo público entendido como el criterio que legitima
socialmente los saberes en función de su universalidad, su condición de espacio dialógico
y su intención de generar un proyecto común cuyo logro exige la equidad y la libertad.
Pablo da Silveira (1996: 68-74) argumenta la obligación escolar en base a estos cuatro criterios:
a) los individuos comparten una cultura política mínima precisa para desenvolverse con eficacia
en el régimen político conociendo las reglas del juego que lo rigen, para ser en una
democracia un ciudadano en plenitud, conocedor de sus derechos y sus obligaciones, de los
saberes y destrezas propios de un buen ciudadano (dialogante, crítico, solidario…), además
de competente.
b) b) contribuye a la eficacia de la economía, pues es bien sabido que un mínimo de eficiencia
es preciso para la estabilidad de las instituciones; además, una preparación básica para la
vida laboral proporciona una situación de libertad al individuo, de independencia y
autovalimiento.
c) c) la sociedad logra ciertos niveles de homogeneidad, es decir, una cultura que identifica, un
conjunto de tradiciones y valores que definen un modo de vida y que es necesario transmitir a
quienes se incorporan a la sociedad porque "nadie puede vivir su vida moral en un vacío
social y cultural"; pero la pluralidad existente en la sociedad aconseja que el poder público
logre un acuerdo sobre qué constituye la identidad, ya que en caso de desacuerdo no estaría
legitimado a exigir la obligatoriedad escolar.
d) d) proporciona un entorno moral que posibilita el desarrollo moral de los individuos; una
democracia, por sus exigencias, requiere de ciudadanos bien armados moralmente, para
tomar por sí mismos la mejor decisión razonable en función del bien, y para vivir de acuerdo
con las normas éticas y políticas que informan una democracia.
Luís Gómez Llorente (1998: 114) asegura que "sólo el Estado, asumiendo una función
redistribuidora de la riqueza –Estado social– podía establecer una política de rentas y una política
de inversiones capaces de configurar las condiciones sociales y el modelo escolar, que al
concurrir, produjesen un reparto del saber. El Estado, por tanto, tiene un papel insustituible no
sólo en la promoción de la equidad (para que no haya excluidos de la ciudadanía), sino también
de la eficacia y la competencia (para poder ofrecer lo mejor a los ciudadanos). Cuando más
arriba se aludía al papel regulador del Estado se hizo en relación a la sociedad y a sus
capacidades de organización; es decir, parecía convenirse que el Estado debía regular aquello
que no fuera "negociable", y ya se ha hablado de lo que no parece ser negociable en educación
(por ejemplo, una educación básica con una determinada orientación política y social: valores
democráticos, de igualdad, de no discriminación, de respeto a la justicia, de solidaridad…); pero
sí es negociable la forma de proveer un servicio siempre que los principios "no negociables" se
respeten en esa prestación.
Romero Lozano (1993: 21-22) vislumbra el tránsito del Estado docente a la sociedad educativa
en el que ésta rescata la función y la responsabilidad de la comunidad en educación y el Estado
retiene su irrenunciable poder regulador, orientador y articulador de la sociedad civil en un
momento, además, de descentralización política con potenciales riesgos des compensadores
entre las regiones; la opción, pues, sería la de apostar por mayor libertad, pero con control en sus
efectos indeseados.
Algunas recomendaciones cabe hacer al Estado como actor responsable y como regulador
de la política educativa para alcanzar esa importante e ineludible meta:
1. En unos tiempos en los que la política parece debilitarse frente a la economía, la
educación está llamada a restaurar el valor de la política, del político y de lo político.
2. La escuela debe formar políticos, es decir, ciudadanos o, si se quiere, ha de preparar
ciudadanos políticos. Dice Mardones (1997: 113) que "esta dimensión política de la Escuela
tiene que ser plenamente concienciada.
3. Los Estados nacionales deben combatir el desarraigo de sus ciudadanos, lo que se logra
en buena medida actuando para ellos a pesar de sus déficits de soberanía.
4. En consecuencia, las políticas educativas de los Estados nacionales deben cultivar el
sentido de pertenencia en sus ciudadanos.
5. El Estado social, garante del derecho a la educación, habrá de atender a la escuela pública
y a la función redistributiva que ésta ha ganado en los últimos tiempos.
6. El Estado social, en su apertura a la sociedad civil, debe tejer con ella una red educativa
que haga posible el ideal de la sociedad educadora. Desde la escuela es posible potenciar
los lazos con la sociedad civil acercándose y acercándola a su quehacer. Muchos conceptos
e ideas, problemas y llamamientos, posiciones e ideologías que se han vertido en este
capítulo, serán necesariamente retomados en el bloque temático que agrupa los capítulos 5,
6 y 7, a los que se remite al lector para mayor información y posibilidad de relacionar con
otros conceptos y discursos.

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