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Mitos y leyendas de

CANTABRIA
En estas fechas celebramos la fiesta del Samuin, que en el idioma celta
original se llamaba Samhain, y que ahora muchos llaman Halloween.

En esta fecha los antiguos celtas celebraban el final de la temporada de


cosechas y les servía para marcar el final de un año y el comienzo del
siguiente, por lo que el Samuin era la fiesta de fin de año celta.

El ciclo se reiniciaba, y la noche de ese día el mundo y el inframundo se


unían, y todos los seres, los de aquí y los de allá, conviven en armonía.

Hadas, monstruos, brujas, duendes,……un mundo mágico se abre, y


todos aprovechamos para disfrazarnos de lo que más miedo nos da,
para ir por las casas pidiendo chuches y dando sustos, para decorar
calabazas terroríficas, y para pasárnoslo bien.

En Cantabria, además, hacemos castañas asadas y merendamos


chocolate con sobaos!.
Según cuenta la tradición popular, desde hace mucho tiempo las tierras cántabras han sido habitadas por
infinidad de seres fantásticos a los que la gente temía o adoraba y en torno a los cuales surgieron numerosos
mitos y leyendas.
Cantabria es una región del norte de España, es una tierra de montañas y de ríos, de valles y de bosques, de
naturaleza y de animales, un bello entorno natural a la vez que abrupto, hostil y peligroso, con muchas historias
que contar.
Los mitos de Cantabria son muchos: el Ojáncano, la Anjana, los Duendes, el Musgoso, los Ventolines, los
Nuberos, los Caballucos del diablo, el Trastolillo…

Vamos a conocerlos un poco mejor, quienes eran, sus secretos y sus leyendas……

3
Las Anjanas
Las Anjanas son las hadas buenas que viven en Cantabria.

Son mujeres de hermoso rostro y atractiva figura, con una piel


blanquísima. Sus cabellos son largos y finos, adornados con coronas de
flores silvestres y lazos de seda. Tienen unas largas trenzas. Se visten
con delicadas y bellas túnicas de seda blanca con pintas relucientes
como estrellas y una larga capa azul con pespuntes rojos y dorados. En
invierno la capa es negra. Esconden unas alas prácticamente
imperceptibles y casi transparentes.
Llevan sandalias (aunque algunos dicen que van descalzas), y un báculo
(normalmente de mimbre o de espino) con una estrella en la punta que
brilla cada día de la semana con una luz distinta, con extraordinarias
propiedades mágicas con el que apacigua a las bestias del campo con
solo tocarlas. Con este báculo se dice que realiza sus magias y
curaciones milagrosas. También llevan una botellita con un brebaje
milagroso para reanimar a los enfermos.
Pasan el día andando por las sendas del bosque, sentándose a
descansar en las orillas de las fuentes, y los arroyos parecen cobrar vida
a su paso. Allí, en las fuentes, conversan con las aguas, que entonces
manan más alegres y cristalinas. También ayudan a los viajeros
perdidos, a los pastores, a los animales heridos, a los enamorados, a
aquellos que se extravían en la frondosidad del bosque, a los pobres y a
los que sufren, y a los árboles partidos por las tormentas o los
Ojáncanos.

Se suelen alimentar de miel, fresas, almíbar y otros frutos que les


proporciona el bosque. Viven en grutas secretas de las que se dice que
tienen el suelo de oro y plata, y en las que acumulan riqueza para la
gente necesitada
Durante las noches, en algunas ocasiones, se pasean por los pueblos
dejando regalos en las puertas de las casa de aquellos que se lo han
merecido por sus buenas obras, pero también castigarán al que se lo
merezca.

Se dice también que las Anjanas se reúnen en el equinoccio (comienzo)


de la primavera en las brañas (pastos altos) de los montes en la media
noche, y danzan hasta el amanecer asidas de las manos en torno a un
montón de rosas que más tarde esparcen por los caminos. Aquel que
encuentre una de estas rosas (de pétalos púrpuras, verdes, áureos o
azules) será feliz durante toda su vida.
El Ojáncano
Los Ojáncanos son quizás las criaturas más malvadas que habitan en
Cantabria. Se oponen completamente a las Anjanas. Si estas son afecto,
dulzura, humildad y amabilidad, el Ojáncano es odio, ira y destrucción.
El Ojáncano se alegra de los males de los hombres y disfruta con la
destrucción de sus cosas.

El rostro es redondo, de color amarillento, con unas barbas largas de


color rojizo como una llama, los cabellos son también de color rojo,
pero menos intenso. Tiene un sólo ojo, en la mitad de la frente,
relumbra como una candela en el que se dice se vislumbra su odio y
maldad, y está rodeado de unas arrugas pálidos con unos puntitos
azules. La voz del Ojáncano es parecida a un trueno que se oye a lo
lejos.
Su morada se ubica en profundas grutas con la entrada cubierta de
maleza y de desprendimientos pétreos, cuya puerta cierra con una
enorme piedra que nadie más que él puede mover. Su lecho está
situado en la zona más profunda, formado a base de hojas, hierbas y
ramas.

Al alba se levanta y empieza a caminar por el monte, con jadeo como el


de un osu cansao. Para entretenerse arrastra peñas y las acerca a
camberas y brañas donde se guarece el ganado. También tiene la
costumbre de estropear las juentis (fuentes), de romper las tejas de las
casas y dejar bojonas a las vacas (cuernos torcidos). Los Ojáncanos son
tan fuertes que no hay peso imposible de levantar para ellos. Muchos
de los árboles caídos a orillas de los ríos cuando hay vendaval los ha
tirado algún Ojáncano y es que cuando hay viento, se les enredan las
barbas y estos enfurecidos descargan su ira con los árboles y con todo
lo que pillan a mano.
Los Ojáncanos se alimentan de bellotas, de las hojas de los acebos, de
las ovejas y de las vacas que pastan por donde ellos viven. En alguna
ocasión bajan a los valles y roban las panojas de maíz. 
Estas criaturas habitan en grutas profundas cuya entrada está siempre
disimulada por maleza, arbustos y grandes rocas. Cuando los Ojáncanos
están aburridos se dedican a arrancar rocas de los montes y a
colocarlas en las fuentes, en los atajos o en las puertas de los refugios.
Otras veces, estropea los puentes, roba ovejas y destruye el sembrado
de los campesinos.
La voz del Ojáncano es a su vez tan terrible como si de un trueno se
tratara y suena como un vendaval de invierno soplando en las
montañas.

Se cuenta también que tiene un tiene un pelo blanco entre sus espesas
barbas; este es el punto débil del Ojáncano ya que si se le arranca este
pelo, muere inmediatamente.

Ojalá te quedes ciegu,


ojáncanu malnacíu,
pa arrancarte el pelu blancu
y te mueras maldecíu.

Se reproducen al morir. De su cuerpo podrido van saliendo gusanos,


que con el tiempo, y cuidados por la Ojáncana, se convierten en
Ojáncanos y Ojáncanas.
Sus únicos amigos son el Cuegle y los cuervos; estos últimos suelen
informarles de cuanto ven posándose junto a su oreja o en su nariz.

La Ojáncana es la hembra del Ojáncano, y es aún más malvada que él.

Una vez cada cien años nace un Ojáncano bueno, la antítesis del
Ojáncano, que se dedica a hacer el bien y reparar todo lo que sus
hermanos destrozan.
El Ojáncano bueno
El Nuberu
Los Nuberos son los genios traviesos y maliciosos que montados en
nubes grises se divierten provocando tormentas con la intención de
asustar con sus rayos a los animales y destruir con el granizo las
cosechas de los hombres.

Son pequeños, de cara maliciosa y aspecto obeso. Siempre aparecen


montados en sus nubes que ellos mismos crean y desde ellas controlan
el granizo, el rayo y la lluvia. Crean sus nubes gracias a un poder
especial que tienen y no les son necesarios componentes para
realizarlo. También pueden invocar rayos a voluntad, y no dudarán en
utilizarlos como armas si son atacados o molestados.
Los Nuberos suelen cometer sus fechorías a antojo pudiendo incluso
reunirse varios de ellos para juntos formar un gran nubarrón de
tormenta con la que divertirse. Cuando se aproximaba una tormenta la
gente acudía a tocar las campanas de la iglesia para ahuyentarlo y que
se marchase cuanto antes.
El Musgosu
El Musgosu es un hombre que un día abandonó la vida en sociedad
para refugiarse en la Montaña... sólo sabe hacer el bien y, además, sin
poner condiciones... Nadie ha oído jamás la voz del Musgoso... jamás se
le ha visto pararse con nadie... pero en los montes de Cantabria, todo el
mundo lo respeta... y... son muchos los pastores y vaqueros que le
deben grandes favores... incluso la vida... El Musgoso solo vive para
hacer el bien en el monte... para avisar de los peligros de la
Naturaleza... del Ojáncano y de otros seres malignos...

El Musgoso es un hombre alto y delgado, de cara pálida... ojos


pequeños y hundidos... y barba negra muy larga... Viste una larga
zamarra de musgo seco... calza escarpines de piel de lobo... se cubre
con un sombrero de hojas verdes secas y... lleva a la espalda un zurrón
de cuero amarillo y brillante... en el que guarda una flauta negra de
madera desconocida...
Siempre está andando lentamente... como si estuviera cansado... como
si viniera de un largo viaje. Pero nunca se detiene... Siempre se le ve de
lejos, por los caminos que bajan al valle... por las veredas que rodean
los arroyos... por los empinados senderos que suben hasta las brañas
más altas... por los vericuetos de los peñascales donde se extravían las
ovejas... Sin pararse siempre moviéndose con su amplio vaivén de
hombros... y con las manos escondidas en el pecho como si tuviera frío.

Algunas veces saca la flauta y... sin dejar de andar... toca en ella una
nota ronca seguida de otra más dulce... muy tristes... muy lentas...
inconfundibles.

A veces pasan años sin que nadie vea al Musgoso... pero la flauta y el
silbido siguen oyéndose por los prados... los bosques... y los barrancos
cuando algo malo va a suceder.
El Musgoso es el mensajero de todas las calamidades que amenazan a
los pastores... Cuando oyen su flauta... cuando de la profundidad de las
tinieblas oyen su silbido misterioso... cuando la niebla espesa oculta
totalmente el paisaje dificultando la visión en los barrancos... aunque
todo parezca estar en la más profunda tranquilidad y calma... los
pastores saben que el Musgoso les está anunciando algún peligro. Avisa
a los pastores de la llegada de algún temporal, para que se refugien, o
si el Ojáncano anda cerca, para que guarden sus rebaños.

Cuando llega el frío gris del otoño y los montes se quedan solos... pues
los pastores y vaqueros bajan con sus rebaños y manadas a pasar el
invierno en las aldeas del valle... dejando vacías las pobres cabañas...
los improvisados apriscos... las fuentes... los bosquecillos... y los riscos
ya familiares... el Musgosos permanece allí cual fiel guardián de esa
casa inmensa... abierta al cielo... sostenida por murallas de roca que es
la alta Montaña...
Los vendavales de Enero penetran en las cabañas llenándolas de toda la
inmundicia que arrastran... la furiosa ventisca arranca las techumbres...
el hielo agrieta las paredes... los aguaceros ciegan de barro las
fuentes... el paisaje entero se deteriora... Pero... el Musgoso,
pacientemente... lentamente... levanta las piedras caídas... tapa los
agujeros... repone las techumbres... las cubre de tierra para que crezca
la hierba... limpia el suelo... esparce ramitas aromáticas y sanea las
fuentes... de modo que... cuando al acercarse la primavera... el monte
empieza a llenarse de nueva luz... de voces recias... de ladridos... de
mugidos... de olores de establo que van subiendo poco a poco hacia las
cimas... los pastores vuelven a sus antiguas cabañas como si volvieran a
casa...

Y la flauta o el silbo del Musgoso... eterno... inalterable... incansable


por caminos y senderos... vuelven a resonar en el monte.
La Guajona
La Guajona, es una vieja delgadísima y siniestra... tapada de la cabeza a
los pies con un manto negro... Lo único que se le ve son las manos...
renegridas y sarmentosas, los pies... que en realidad son patas de
pájaro... y la cara, una cara amarilla, rugosa, consumida... sembrada de
pelos y verrugas... con ojos diminutos y brillantes como estrellas... nariz
aguileña y una boca de labios delgados y descoloridos en la que se ve
un único diente, negro y enorme como un puñal... pues le llega hasta
por debajo de la barbilla...
La Guajona no vive de día y nadie sabe dónde se mete a la luz del sol,
aunque se cree que bajo tierra. Cuando cae la noche sale de su
escondite y pasa como una sombra confundiéndose entre estas... Entra
en las casas sin hacer ruido, camina silenciosamente, se acerca a los
niños y jóvenes sanos que no se han ido a dormir y les clava su diente
largo y afilado en una vena... para de esta manera beberles la sangre y
dejarlos descoloridos y débiles...
Las brujas
Las brujas son unos seres viejos y feos, llenos de verrugas por la cara, y
que se dedican a hacer el mal. Salen al anochecer, montadas en sus
escobas o transformadas en cárabos, para hacer sus fechorías. Sueltan
al ganado, estropean las cosechas, echan sapos en los pozos, y un
montón de cosas malas que se les ocurren.

De vez en cuando se reúnen, en unas fiestas que se llaman akelarres,


donde se cuentan todas las maldades que han hecho, toman pociones
mágicas que hacen con las diversas hierbas y plantas del bosque, y
cantan y bailan hasta el amanecer.
También son capaces de hacer cambios bruscos en el clima. Así, cuando
está lloviendo, y de repente sale un poco el sol, pero luego vuelve a
llover fuertemente, a ese sol se le llama sol de brujas.

Sus mejores amigos son las lechuzas, los sapos, los cuervos y los gatos
pero sólo si son de color totalmente negro.
La Fuentona de
Ruente
Ruente es un pueblo de Cantabria que tiene una fuente que nace de
una cueva. Siempre salía mucho agua pero, en algunas ocasiones y sin
motivo aparente, la fuente se secaba durante un rato, normalmente
algunas horas, a veces algún día, y nadie sabía por qué. Cuando volvía a
manar, el agua lo hacía con la misma fuerza que antes.

En Ruente vivía un mozu muy bueno. Siempre ayudaba a sus padres


con el ganado y les obedecía en todo, era muy trabajador, nunca reñía
ni se pegaba con sus hermanos ni con sus amigos y en la escuela se
aprendía siempre la lección. Un día, cuando estaba ya anocheciendo, el
mozu fue a la fuente a coger un poco de agua para la cena y, cuando
estaba con el cubo en el manantial, de repente, dos luces emergieron
del fondo de la cueva, eran los ojos de una bella Anjana, guapa, rubia,
con flores en el pelo y con su vara.

Mozuco bueno, si portates bien,


una moneda de oro y otra de plata
todos los días te he de traer.
Pero la condición te diré
que a nadie cuentes nada.
Y entonces, la Anjana dio al buen mozu una moneda grande de plata y
una moneda pequeña de oro, tal y como le había dicho. Y el mozu fue
muy contento para su casa.

Y así, día tras día, el mozu visitaba a la Anjana, y esta, como el mozu se
portaba bien todos los días, le daba una moneda grande de plata y una
moneda pequeña de oro. Y el mozu como tenía muchas monedas podía
hacer muchas cosas, compraba comida para sus padres, pagó a un
albañil para que arreglase el tejado de su casa, y un montón más….

La gente del pueblo empezó a sospechar que algo raro había, no era
normal que tuviesen siempre tantas monedas. Le preguntaban al mozu
de donde las sacaba, pero él no decía nada, tal y como le había pedido
la Anjana, por mucho que insistiesen.
Pero un día se le escapó, y le contó a los otros mozus del lugar que las
monedas se las daba una Anjana que estaba en la cueva, todos los días
una moneda grande de plata y una moneda pequeña de oro.

Cuando la gente lo supo, fueron todos a la fuentona, a que les diesen


monedas a ellos también. Pero es conocido que las Anjanas son muy
tímidas, y además sólo hacen el bien a la gente buena, no a todo el
mundo. Así que, cuando la Anjana vió a todo el mundo venir se metió al
fondo de la cueva y ya nunca más volvió a salir.

Y el mozu bueno siguió yendo a la cueva todos los días, pero como
había roto la promesa a la Anjana y se lo había contado a la gente, ya
nunca más le dio las monedas.
Y desde el fondo de la cueva, donde la Anjana se escondió, a veces
golpea con su vara el nacimiento de la fuente, y entonces esta deja de
brotar, y ya no sale agua, y por unas horas, queda todo seco. Y cuando
vuelve a golpear con su vara el agua brota de nuevo, con la misma
fuerza, y se llena todo de agua otra vez.

Pero la Anjana, ya nunca más volvió a salir de la cueva….


El Ojáncanu
enamorado
Una vez un ojáncanu se enamoró de una muchacha que guardaba un
rebañu de ovejas blancas y de ovejas negras. La muchacha estaba un
día bebiendo el agua pura en una juente que manaba en una peña
vestía de musgu y la peña se volvió como estremecía.

Alevantó los ojos y vió al ojáncanu en pie encima de la peña, con un


mirar triste, mirándola y remirándola como un cristianu a una imagen
de la iglesia.

La muchacha se jue corriendo, dando voces a los pastores...

Otro día, cuando estaba encendiendo lumbre para templarse un pocu,


a la parte de allá de un espinar que estaba encima de un ribazu, la
llama no pudo medrar. Cuando ardían los escajos una miaja, venía un
vientu por entre el espinar, y los escajos se apagaban en seguida, tan
pronto como empezaban a arder. Así se encendieron y apagaron unaas
cuantas veces.

La muchacha se levantaba y veía que no había vientu, porque las hojas


de los árboles y las cogullucas de los jelechos y de los brezales estaban
quietos.
Golvió a encender los escajos y pasó lo mesmu que las otras veces. En
cuantu ardían un poquitín venía un vientu por entre los espinares y
apagaba la llama.

Extrañá de que na más hubiera vientu en el espinar, miró toda


sorprendía y vio al mesmu ojáncanu de la peña de la juente suspira que
te suspira, como un cristianu que tie algún dolor muy grande en el
cuerpo o en el alma.

Los suspiros del ojáncanu eran el vientu que apagaba la lumbre de los
escajos, en cuantu empezaba a nacer.

La muchacha echó a correr y golvió a dar voces llamando a los pastores.

Otra vez bajaba detrás de las ovejas cargá con un gran coloñu de leña.
Cuando empezaba a bajar el senderu muy resbalaciu, se encontró con
que la quitaban el coloñu de leña de la cabeza.
Miró sorprendía lo mesmu que en la juente y lo mesmu que en la vera
del espinar y vio el mesmu ojáncanu que tenía el coloñu en la mano
como un hombre lleva un palu, un rastrillu o una picaya.

La muchacha, de puru miedu, no dio voces llamando a los pastores


como las otras veces. Siguió detrás de las ovejas, temblando y rezando
a tos los santos del cielu de Dios Nuestro Señor.

El ojáncanu la iba mirando con mucha tristeza, con el coloñu en la


mano. Al llegar cerca del pueblu, puso el coloñu en la cabeza de la moza
y se golvió al monte muy despaciu, como una persona que va de mala
gana a cualquier sitiu.

Así jueron pasando los días. Otru atardecer bajaba la moza con otro
coloñu y el ojáncanu se lo golvió a quitar de la cabeza y a llevarle en la
mano hasta cerca del pueblu. La muchacha iba perdiendo el miedu al
ojáncanu y cuando le encontraba ya no temblaba como antes, ni rezaba
a los santos del cielu de Dios Nuestro Señor.
En esto vino la primavera. No había dia sin que el ojáncanu dejara de
presentarse a la muchacha, que pocu a pocu fue cogiendo confianza. Al
principio le veía y se iba a los pocos instantes, suspira que te suspira,
como si toas las penas del mundu estuvieran metías en el su ánimu.
Pero después se estaba más ratu cerca de la muchacha sin dejar de
mirarla y de suspirar.

Cuando empezó la primavera la confianza era más grande. El ojáncanu


y la moza estaban casi tou el día juntos. El ojáncanu despedazaba
peñas, hacía las maldaes de siempre, pero cuando estaba con la moza
era güenu y pacíficu. No paraba de hacerla beneficios. Él la cortaba la
leña para hacer los coloños y arrancaba los escajos y las árgomas por
onde ella iba andando. Si la juente estaba lejos, el ojáncanu iba a por el
agua. Si llovía, el ojáncanu escarbaba en una peña y hacía una peña
para guarecerse o ahuecaba un árbol. Los otros pastores estaban
extrañaos de la amistad del ojáncanu y la muchacha.

En tos los pueblos la llamaban la novia del ojáncanu y las mozas y los
mozos la aborrecían. Pero ella le tenía cada vez más apegu y sentía
mucha desazón en el monte cuando el ojáncanu tardaba en llegar junto
a ella...
Un día, a mitad de primavera, la moza no subió al monte. El ojáncanu la
buscó por toas partes y mandó al cuervu que volara sin parar dando
güeltas por encima del monte para ver si la veía con el su rebañu.

El cuevu voló toa la mañana, golvió al mediudía, se le posó en la nariz y


le dijo que no la veía por ninguna parte. El cuervu por el aire y el
ojáncanu por las cuestas no encontraron a la moza.

Pasaron muchos días y la moza no parecía por el monte. El ojáncanu


cada vez estaba más triste. Las sus maldades eran más villanas y no
había choza que no desbaratara. Tos los caminos los llenó de piedras
muy grandes y tapó las juentes con peñascos.

Un atardecer paró a un pastor y le preguntó por onde estaba la moza.


El pastor, encogíu del miedu, le dijo la verdá. Los padres de la moza la
habían mandau a un pueblu, muy lejos del valle, pa que no golviera a
ver al ojáncanu. El pastor siguió el su caminu muy contentu de que el
ojáncanu no le hiciera mal...
Al día siguiente, muy de mañana, cuando se levantaron los vecinos, tou
el pueblu jue una queja. Los maizales estaban destrozaos, las parés de
las huertas caídas, los nogales en el suelu, los mesmu que los perales y
los manzanares. No había quedau una paré ni un árbol de fruta en pie.
Toa la cosecha estaba destrozá.

Cuando el sacristán jue a tocar a misa se encontró con que habían


desaparecíu las campanas. Cuando el herreru abrió la fragua vió que le
habían llevado el yunque. Cuando el médicu jue a enganchar el caballu
al carricoche para ir a visitar a los enfermos, se encontró con el caballu
muertu y el carricoche con las ruedas partías...

No pararon aquí las maldades. Toda la yerba de los praos estaba


arrancá y pisoteá y las losas del pórticu de la iglesia hechas peazos, lo
mesmu que el paredón que se había hechu hace pocu tiempu pa que el
agua del rio no entrara en la mies. Las portillas de las tierras también
aparecieron rotas, lo mismu que el carru y el hornu de los padres de la
moza.
Todas las mañanas se encontraban los vecinos con algún destrozu. Un
día una socarreña destrozá, otru dia un portal con un hoyu mu grande,
otru día una juente llena de cantos, otru dia un molinu con las ruedas
partías...

Los vecinos arreglaban las parés por el día y el ojáncanu las tiraba por la
noche. Así llegó el invernu. La gente estaba sin cosecha, los soberaos
estaban vacios, los parajes sin hierba. Tos los vecinos estaban
entristecíos, sin tener una pizca de harina pa llevar al molinu.

Una mañana, al pocu de amanecer, toa la gente se jue llorando por los
caminus con los trastos a cuestas. Unos se jueron a un pueblu y otros a
otru, porque el ojáncanu enamorau no paraba de hacer mal.

El pueblu se quedó solu y las casas se jueron caendo pocu a pocu, hasta
que to jue como un matorral.

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