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CANTABRIA
En estas fechas celebramos la fiesta del Samuin, que en el idioma celta
original se llamaba Samhain, y que ahora muchos llaman Halloween.
Vamos a conocerlos un poco mejor, quienes eran, sus secretos y sus leyendas……
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Las Anjanas
Las Anjanas son las hadas buenas que viven en Cantabria.
Se cuenta también que tiene un tiene un pelo blanco entre sus espesas
barbas; este es el punto débil del Ojáncano ya que si se le arranca este
pelo, muere inmediatamente.
Una vez cada cien años nace un Ojáncano bueno, la antítesis del
Ojáncano, que se dedica a hacer el bien y reparar todo lo que sus
hermanos destrozan.
El Ojáncano bueno
El Nuberu
Los Nuberos son los genios traviesos y maliciosos que montados en
nubes grises se divierten provocando tormentas con la intención de
asustar con sus rayos a los animales y destruir con el granizo las
cosechas de los hombres.
Algunas veces saca la flauta y... sin dejar de andar... toca en ella una
nota ronca seguida de otra más dulce... muy tristes... muy lentas...
inconfundibles.
A veces pasan años sin que nadie vea al Musgoso... pero la flauta y el
silbido siguen oyéndose por los prados... los bosques... y los barrancos
cuando algo malo va a suceder.
El Musgoso es el mensajero de todas las calamidades que amenazan a
los pastores... Cuando oyen su flauta... cuando de la profundidad de las
tinieblas oyen su silbido misterioso... cuando la niebla espesa oculta
totalmente el paisaje dificultando la visión en los barrancos... aunque
todo parezca estar en la más profunda tranquilidad y calma... los
pastores saben que el Musgoso les está anunciando algún peligro. Avisa
a los pastores de la llegada de algún temporal, para que se refugien, o
si el Ojáncano anda cerca, para que guarden sus rebaños.
Cuando llega el frío gris del otoño y los montes se quedan solos... pues
los pastores y vaqueros bajan con sus rebaños y manadas a pasar el
invierno en las aldeas del valle... dejando vacías las pobres cabañas...
los improvisados apriscos... las fuentes... los bosquecillos... y los riscos
ya familiares... el Musgosos permanece allí cual fiel guardián de esa
casa inmensa... abierta al cielo... sostenida por murallas de roca que es
la alta Montaña...
Los vendavales de Enero penetran en las cabañas llenándolas de toda la
inmundicia que arrastran... la furiosa ventisca arranca las techumbres...
el hielo agrieta las paredes... los aguaceros ciegan de barro las
fuentes... el paisaje entero se deteriora... Pero... el Musgoso,
pacientemente... lentamente... levanta las piedras caídas... tapa los
agujeros... repone las techumbres... las cubre de tierra para que crezca
la hierba... limpia el suelo... esparce ramitas aromáticas y sanea las
fuentes... de modo que... cuando al acercarse la primavera... el monte
empieza a llenarse de nueva luz... de voces recias... de ladridos... de
mugidos... de olores de establo que van subiendo poco a poco hacia las
cimas... los pastores vuelven a sus antiguas cabañas como si volvieran a
casa...
Sus mejores amigos son las lechuzas, los sapos, los cuervos y los gatos
pero sólo si son de color totalmente negro.
La Fuentona de
Ruente
Ruente es un pueblo de Cantabria que tiene una fuente que nace de
una cueva. Siempre salía mucho agua pero, en algunas ocasiones y sin
motivo aparente, la fuente se secaba durante un rato, normalmente
algunas horas, a veces algún día, y nadie sabía por qué. Cuando volvía a
manar, el agua lo hacía con la misma fuerza que antes.
Y así, día tras día, el mozu visitaba a la Anjana, y esta, como el mozu se
portaba bien todos los días, le daba una moneda grande de plata y una
moneda pequeña de oro. Y el mozu como tenía muchas monedas podía
hacer muchas cosas, compraba comida para sus padres, pagó a un
albañil para que arreglase el tejado de su casa, y un montón más….
La gente del pueblo empezó a sospechar que algo raro había, no era
normal que tuviesen siempre tantas monedas. Le preguntaban al mozu
de donde las sacaba, pero él no decía nada, tal y como le había pedido
la Anjana, por mucho que insistiesen.
Pero un día se le escapó, y le contó a los otros mozus del lugar que las
monedas se las daba una Anjana que estaba en la cueva, todos los días
una moneda grande de plata y una moneda pequeña de oro.
Y el mozu bueno siguió yendo a la cueva todos los días, pero como
había roto la promesa a la Anjana y se lo había contado a la gente, ya
nunca más le dio las monedas.
Y desde el fondo de la cueva, donde la Anjana se escondió, a veces
golpea con su vara el nacimiento de la fuente, y entonces esta deja de
brotar, y ya no sale agua, y por unas horas, queda todo seco. Y cuando
vuelve a golpear con su vara el agua brota de nuevo, con la misma
fuerza, y se llena todo de agua otra vez.
Los suspiros del ojáncanu eran el vientu que apagaba la lumbre de los
escajos, en cuantu empezaba a nacer.
Otra vez bajaba detrás de las ovejas cargá con un gran coloñu de leña.
Cuando empezaba a bajar el senderu muy resbalaciu, se encontró con
que la quitaban el coloñu de leña de la cabeza.
Miró sorprendía lo mesmu que en la juente y lo mesmu que en la vera
del espinar y vio el mesmu ojáncanu que tenía el coloñu en la mano
como un hombre lleva un palu, un rastrillu o una picaya.
Así jueron pasando los días. Otru atardecer bajaba la moza con otro
coloñu y el ojáncanu se lo golvió a quitar de la cabeza y a llevarle en la
mano hasta cerca del pueblu. La muchacha iba perdiendo el miedu al
ojáncanu y cuando le encontraba ya no temblaba como antes, ni rezaba
a los santos del cielu de Dios Nuestro Señor.
En esto vino la primavera. No había dia sin que el ojáncanu dejara de
presentarse a la muchacha, que pocu a pocu fue cogiendo confianza. Al
principio le veía y se iba a los pocos instantes, suspira que te suspira,
como si toas las penas del mundu estuvieran metías en el su ánimu.
Pero después se estaba más ratu cerca de la muchacha sin dejar de
mirarla y de suspirar.
En tos los pueblos la llamaban la novia del ojáncanu y las mozas y los
mozos la aborrecían. Pero ella le tenía cada vez más apegu y sentía
mucha desazón en el monte cuando el ojáncanu tardaba en llegar junto
a ella...
Un día, a mitad de primavera, la moza no subió al monte. El ojáncanu la
buscó por toas partes y mandó al cuervu que volara sin parar dando
güeltas por encima del monte para ver si la veía con el su rebañu.
Los vecinos arreglaban las parés por el día y el ojáncanu las tiraba por la
noche. Así llegó el invernu. La gente estaba sin cosecha, los soberaos
estaban vacios, los parajes sin hierba. Tos los vecinos estaban
entristecíos, sin tener una pizca de harina pa llevar al molinu.
Una mañana, al pocu de amanecer, toa la gente se jue llorando por los
caminus con los trastos a cuestas. Unos se jueron a un pueblu y otros a
otru, porque el ojáncanu enamorau no paraba de hacer mal.
El pueblu se quedó solu y las casas se jueron caendo pocu a pocu, hasta
que to jue como un matorral.