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CONSEJERÍA II Lic.

Carlos Francisco Mejía


Ceballos
SANAR EL
CORAZÓN
EN BUSCA DE LA
PAZ INTERIOR

MATILDE EUGENIA
PÉREZ TAMAYO
UN CORAZÓN HERIDO
INTRODUCCIÓN
Hablar del sufrimiento, en un mundo
como el nuestro, y en nuestro tiempo,
puede parecer “llover sobre mojado”,
decir lo que todos ya saben, lo que
sentimos en nuestra propia carne; lo que
todos lamentamos y quisiéramos olvidar,
aunque fuera sólo por un momento.
Se ve inútil, repetitivo, masoquista – tal vez –,
y sin embargo, es útil, necesario, urgente,
porque el sufrimiento, cualquiera que sea, pero
de un modo particular aquel que nace de la
injusticia y de la violencia, afecta nuestra vida
personal en su más profunda intimidad y afecta
también nuestra convivencia con los demás, de
manera grave, y puede llegar a ponernos en
situaciones bien difíciles, que es preciso,
primero identificar, y luego aceptar, entender,
aprender a manejar, y llegar a superar, si
queremos tener paz interior; si queremos llevar
nuestra vida a su plenitud y construir una
sociedad nueva y justa para todos.
El sufrimiento físico y espiritual, es un
misterio; un misterio que nos toca
profundamente, que nos hiere de mil
maneras distintas, en el cuerpo y en el alma;
un misterio que nos envuelve sin que
sepamos claramente por qué ni cómo; un
misterio que tenemos que aceptar, porque es
ineludible para todos; nadie puede escapar al
sufrimiento por muy intensamente que lo
desee y por mucho que luche para
conseguirlo.
El sufrimiento físico y espiritual, es un misterio que
tenemos que asumir porque está íntimamente unido a
nuestra condición humana, que es débil y limitada, y fue
herida de muerte por el pecado; un misterio que tenemos
que “conocer” y “entender” en la medida de lo posible,
para poder enfrentarlo con valor y dignidad, sin
angustias ni rebeldías que nos desgastan interior y
exteriormente.
El sufrimiento es un
misterio que tenemos que
aprender a mirar a la cara
para que no nos precipite
en el abismo de la
desesperanza; un
misterio que tiene que
ayudarnos a crecer
interiormente, a ser más
humanos y por ende más
dignos hijos de Dios.
Entender el sufrimiento, comprenderlo en lo
que él es, conocer cuál es su origen, dónde
nace, por qué existe, cómo se comporta,
cómo afecta nuestra vida, qué sentido
podemos darle, qué valor tiene, es el
comienzo de la salud del alma, de la sanación
del corazón y de la vida entera, y ésta lo es, a
su vez, de la paz interior que todos
necesitamos y buscamos.
Un corazón sano, sin heridas profundas y sangrantes,
sin cicatrices dolorosas, es principio, fundamento de
la paz interior del individuo y de su equilibrio
emocional, que regula y orienta sus relaciones
consigo mismo y también sus relaciones con los
demás, y con Dios.

Sanar el corazón es sanar la vida entera,


construir la sociedad, trabajar por la paz que
todos anhelamos y buscamos, y que nace en
nuestro propio corazón, donde Dios habita,
como un don maravilloso de su bondad, que
tenemos que hacer crecer, fructificar y
expandir.
Alcanzar la sanación del
corazón, sanar el alma, sanar la
vida, no es cosa fácil; al
contrario, algunas veces es más
difícil de lo que podemos
imaginar, porque hay heridas
muy hondas y también muy
antiguas, que se han vuelto
crónicas y duelen
constantemente.
Sanar el corazón, el alma, la vida, es un
proceso que se desarrolla paso a paso;
parte de nuestra firme voluntad para
conseguirlo, y nos exige lucha,
esfuerzo, tesón y constancia para no
rendirnos ante las dificultades que se
nos presentan con más frecuencia y
mayor fuerza de la que deseamos.
Que estas reflexiones y las que ellas susciten en cada uno
de quienes lean este libro, nos motiven positivamente a
todos y nos ayuden a:
1. Dar un sentido a los sufrimientos que
padezcamos – los que tenemos en el
presente y los que vengan -, y luego a sanar
las heridas de nuestro propio corazón,
perdonándonos a nosotros mismos, a los
demás, y perdonando a la vida lo que
sintamos que está mal y que nos hace sufrir;
2. Asumir con valentía y con amor lo que no podemos cambiar en
nuestra historia personal y en la historia del mundo;
3. Buscar siempre y en todo la paz interior y la sana convivencia
con quienes están cerca, perdonando lo que tengamos que
perdonar;
4. Y también a ser
promotores del perdón y la
reconciliación en el grupo
social en el que cada uno
de nosotros se desenvuelve:
en nuestra familia, en
nuestro lugar de trabajo,
entre nuestros amigos y
vecinos, para que un día
se haga realidad entre
nosotros la verdadera
fraternidad que Jesús –
nuestro hermano mayor,
enviado por el Padre
nos enseñó.

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