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Militia est vita

hominis super
terram “Cuando la visión de la realidad del período clásico propone el
género trágico como vehículo de educación, maneja una tesis que
La tragedia “es la más alta creación determina su visión de las cosas: la afirmación de la existencia de
poética del hombre. El hombre es obstáculos y, de una manera implícita, la afirmación de la presencia
destino, fatalidad, naturaleza, historia, de un desorden, de un mal, en la constitución del cosmos [...] El
azar, apetito, o como quiera llamársele a mal existe; el mal es un obstáculo en el hacer humano; estas son
esa condición que lo lleva más allá de sí y
de sus límites; pero, además, el hombre afirmaciones que pertenecen a la categoría de los hechos. La
es conciencia de sí. En esta contradicción experiencia de cada ser humano las ratifica” (Aranguren
reside el misterio de su ser, su carácter Echevarría, 2000, p. 159)
polémico y aquello que lo distingue del
resto de los entes. Pero la grandeza de la
tragedia no consiste en haber llegado a
esta concepción, sino en haberla vivido
realmente, y en haber encarnado la
contradicción insoluble en los dos
términos. Para el griego la vida no es
sueño ni pesadilla, ni sombra, sino gesta,
acto en que la libertad y el destino
forman un nudo insoluble. Ese nudo es el
hombre” (Paz, “El mundo heroico”, en El
arco y la lira, FCE: 1986, pp. 205-207)
Mal, desorden y virtudes
“Mal y desorden parecen ser condiciones para poder hablar con “La fortaleza anuncia la presencia del mal y la necesidad de combatirlo (ya sea por
sentido de la necesidad de adquirir virtudes [...] Se hace pues medio de la resistencia o del ataque). La fortaleza es un “testigo incontestable de la
existencia del mal”. En la vida del hombre hay obstáculos, hay riesgo, decidirse por
necesario revestirse con esa segunda naturaleza de las virtudes, lo sencillo es, a menudo, haberse rendido: para lograr el bien es necesario
especialmente del escudo o la armadura que proporciona la virtud combatir, pues los obstáculos existen y se presentan de modo activo contra el
de la fortaleza” (Aranguren Echevarría, 2000, pp. 159-160) sujeto” (Aranguren Echevarría, 2000, p. 167)

“Lo que busca el valiente es ser valiente, no la inmortalidad o cualquier otra cosa diversa que su
“la abolición del mal es una postura que lleva de modo necesario a la mismo acto. De otro modo, resultaría muy fácil que la corrupción se introdujera en el corazón del
desvalorización de todas las virtudes cardinales. Es decir, si no existe comportamiento del hombre de virtud. Si la virtud fuera medio, pero no fin (no fuera ella ya un
cierto modo de fin), entonces pasaría a pertenecer a la categoría de lo útil. Mas así la acción
obstáculo alguno, ¿para qué lograr hábitos que mantengan la atención virtuosa carecería de valor por sí misma: resultaría esencialmente medial y el patrón de medida de
en el ser de las cosas?, ¿para qué esforzarse en lo costoso si la vida su bondad consistiría en el éxito que se alcanzara desde tal acción determinada. Es decir, la
muelle es igualmente válida?” (Aranguren Echevarría, 2000, p. 166) bondad de la virtud sería algo externo y extraño a la vida misma” (Aranguren Echevarría, 2000, p.
179)

“Para hablar de fortaleza hay que hablar de mal, pues sólo así se entiende la
posibilidad (y la necesidad) de resistir a causa del bien: ante el mal actual la “la valentía tiene una contradicción interna. En el plano de las emociones es una mezcla de pena y
mirada del fuerte permanece fija en ese futuro que ya es presente. Si no de placer. En el valiente conviven la emoción dolorosa del miedo ante la inminencia del peligro
hubiera mal, sino que cualquier situación fuera reconducible al propio ideal con la “dulce confianza en la esperanza” [...] La realidad aparece al mismo tiempo como posible e
imposible, como cierta e incierta” (Etienne Smoes, Le courage chez les grecs, p. 259)
(por ejemplo, cambiando a este) la resistencia se tendría que equiparar a la
actitud del terco” (Aranguren Echevarría, 2000, p. 166)

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