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MATERNIDAD DIVINA, 1

A los cristianos del siglo V les resultaba familiar


la palabra Theotókos, que significa Madre de Dios.

El patriarca de Constantinopla, Nestorio (428),


afirmaba que Cristo era un sujeto humano, unido
pero distinto al Verbo: un hombre extraordinario,
pero no verdadero Dios. La Virgen sería entonces
Madre de Cristo, pero no Madre de Dios.

El concilio de Éfeso (431) declaró que la Segunda Persona de la


Santísima Trinidad, consubstancial al Padre, ha asumido una
naturaleza humana, de modo que la única persona en Cristo es
esta Persona divina. Así la Virgen es Madre de esta Persona
divina, y por eso verdadera Madre de Dios.
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MATERNIDAD DIVINA, 2

La pregunta “¿qué es?” se refiere a una naturaleza (es un pino, un


hombre, etc.), mientras que la pregunta “¿quién es?” se refiere a
una persona (es Pedro). Yo no soy ante todo un “qué”, soy un
“quien”; no soy “algo”, soy “alguien”. Tengo una naturaleza y
soy una persona.

Dios puede crear una naturaleza humana de tal


modo que el sujeto de esa naturaleza sea un “Yo”
divino, una Persona de la Trinidad. Jesús, engen-
drado por obra del Espíritu Santo, es verdadero
hombre porque tiene una naturaleza real y perfec-
tamente humana. Y es verdadero Dios, porque la
persona que sustenta esa naturaleza no es otra que
la del Verbo divino.
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MATERNIDAD DIVINA, 3

Justa y verdaderamente se llama María Madre


de Dios, por haber engendrado una persona
divina. María da a Jesús, es decir, a Dios Hijo,
todo lo que una madre da a su hijo. Ella es, en
sentido propio, Madre de Dios Hijo.

El Concilio de Éfeso (431) define, frente a los errores de Nestorio:


“La Santa Virgen es Madre de Dios, pues dio a luz carnalmente al
Verbo de Dios hecho carne”. El Concilio de Calcedonia (451)
añade que no puede llamarse a “la Virgen María Madre de Dios
en sentido figurado”: hay que afirmarlo en sentido propio.
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MATERNIDAD DIVINA, 4

En el AT hay alusiones al misterio de la Maternidad divina de María:


preanuncios de María son Eva (madre de los vivientes), Sara, Judit,
Débora, Rut, Ester... Aparece también la figura de la reina madre
(Betsabé, madre de Salomón). Varios profetas hablan de una “Hija
de Sión” que representa a Israel en los tres aspectos de Esposa, Ma-
dre y Virgen, que se realizarán plenamente en el misterio de María.

En el NT la maternidad divina de María se afirma


implícitamente siempre que se habla de Ella como
“Madre de Jesús”, el cual declaró sin lugar a dudas
que es Dios (así lo entendieron su enemigos, que en
ello vieron blasfemia). Marcos llama a Jesús “hijo
de María” e “Hijo de Dios”. En Mateo y Lucas la
palabra Madre se emplea en el relato de la Concep-
ción y en el del Nacimiento.
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MATERNIDAD DIVINA, 5

El NT enseña también explícitamente el misterio

El ángel dice a María: “El Espíritu Santo vendrá


sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con
su sombra, y por eso el hijo engendrado será
santo, será llamado hijo de Dios”. Se llamará
Emmanuel, Dios con nosotros.

En Mt 1, 21, el ángel anuncia a José que Jesús “salvará a su


pueblo”, expresión que en el AT se reserva a Dios; y que lo
salvará “de sus pecados”, poder que se atribuye sólo a Dios.

En Lc 1, 43, Isabel llama a María “la madre de mi Señor”. Los


judíos llamaban a Dios “su Señor”.
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MATERNIDAD DIVINA, 6

Los Padres más cercanos a los Apóstoles, como San Ignacio de


Antioquía (+107), hablan de la maternidad de María. Cabe des-
tacar a San Justino (+165), San Ireneo (+202), Tertuliano (+220/
230), San Hipólito (+235).

Orígenes (+ 253) es el primero que nos da no-


ticia de la fórmula “Theotókos” (Madre de
Dios). Se encuentra luego en autores tan im-
portantes como San Atanasio, San Dídimo,
San Gregorio de Nisa, San Cirilo de Jerusalén,
San Epifanio de Salamina, San Juan Damasce-
no. El término latino equivalente se encuentra
en San Ambrosio, San Jerónimo, etc.
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MATERNIDAD DIVINA, 7

Santo Tomás: “Por el hecho de ser Madre de Dios,


tiene una dignidad en cierto modo infinita, a causa
del bien infinito que es Dios. (,,,) No puede imagi-
narse una dignidad mayor, como no puede imagi-
narse cosa mayor que Dios” (ST I, q. 25). “Ella
es la única que junto con Dios Padre puede decir
al Hijo de Dios: Tú eres mi Hijo” (ST III, q. 103).

No se puede considerar a la Virgen revestida de una dignidad divina.


Pero “más que Ella sólo Dios” (cfr. San Josemaría, Camino 496).

Juan Pablo II ha insistido en la fórmula: “Hija de Dios


Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu
Santo” (Redemptoris Mater 8).

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