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Referencia bibliográfica:
BONET, L. (1997), “Estadísticas e indicadores al servicio del análisis del sector
cultural y de la evaluación de las políticas públicas de cultura”, La economía de la
cultura Iberoamericana. III Seminario sobre Políticas Culturales Iberoamericanas:
Madrid, 11 al 15 de diciembre de 1995, Madrid: OEI; Fundación CEDEAL.
INTRODUCCIÓN
El sector público, mediatizado por los factores antes mencionados, interviene sobre la
cultura de un país siguiendo dos lógicas distintas. Por un lado, gracias a la acción
normativa regula las formas de producción, difusión o protección de los bienes y
servicios culturales, y protege aquellos derechos culturales considerados fundamentales
(libertad de expresión, derechos de autor, etc.). Asimismo, el uso de su capacidad
coercitiva, de generar prestigio o su labor educativa, le permite condicionar la
información y la percepción existente sobre la realidad cultural. La otra gran forma de
intervención es a través del presupuesto. El gasto público puede destinarse a provisión
directa de bienes y servicios culturales, a la creación y mantenimiento de
infraestructuras culturales o formativas, y a apoyar la actividad de personas, entidades y
empresas gracias a mecanismos de incentivación financiera (subvenciones, premios) o
de desgravación fiscal.
Regulación,
información y
protección de
derechos culturales
ACCION
PUBLICA EN
CULTURA Gasto público
• Acción cultural propia
FACTORES • Incentivos a terceros
EXOGENOS • Infraestructuras
•Formación
Cultura política
Tradición cultural
Participación y
Sistema económico amateurismo
Nivel de renta
Nivel educativo
ACCI ON
PRIVADA EN Consumo cultural
CULTURA
Inversión y
producción
cultural
ESTRUCTURA
DE LOS
MERCADOS
CULTURALES
Por su lado, el sector privado se manifiesta a través de la capacidad de creación y
producción de bienes y servicios culturales y, de forma fundamental, a través de la
suma de decisiones individuales de consumo. Otra forma de intervención, con menor
incidencia económica, pero muy importante desde una lógica de desarrollo cultural, es
la participación activa en actividades o manifestaciones culturales de carácter no
profesional.
En sociedades complejas como las nuestras analizar el sector cultural implica disponer
de un instrumental informativo y estadístico suficiente. Solo así es posible conocer las
dinámicas existentes, y prepararse para dar respuesta a los nuevos retos sociales,
políticos, empresariales y tecnológicos. La distribución de recursos y funciones entre el
sector público y el privado nos da ya una primera información sobre la estructura del
sistema cultural de un país. Pero, ¿nos permite evaluar si una determinada distribución
de cargas entre ambos sectores es buena en términos de eficiencia o eficacia, o sobre si
es mejor un sistema de incentivos a la iniciativa privada o la provisión directa por parte
del sector público?
Esta pregunta no tiene una respuesta simple. Todos sabemos que no es ninguna
casualidad que a excepción de la radiodifusión, el sector audiovisual dependa casi
exclusivamente de la iniciativa privada, o que el patrimonio histórico sea gestionado
fundamentalmente desde la iniciativa pública. Existen diversas razones económicas,
históricas, políticas y sociales detrás de realidades como estas. A lo largo de los años,
cada sociedad conforma su propio sistema cultural; es decir, unas estructuras de
producción, de mercado, de consumo y de valores culturales dinámicas que nacen y
evolucionan como resultado de la suma de intervenciones y decisiones de todos y cada
uno de los agentes culturales que la conforman. Sin embargo, el vivir en un mundo
cada vez más interdependiente hace que sea inevitable la comparación con otras
realidades, con otros sistemas culturales, o con parcelas de los mismos que a veces
desde determinados intereses se intenta imponer. Algunos nos preguntamos, ¿tiene
algún sentido intentar imitar en América Latina, en el Caribe o en la Península Ibérica
la política cultural norteamericana o la francesa? La copia o la imitación de modelos no
lleva a ninguna parte, no responde a las necesidades y a la realidad de otro sistema
cultural. Sin embargo, la comparación, con todas sus dificultades y limitaciones, puede
sernos útil para evaluar donde estamos y para aprender de la experiencia de los otros.5
Para evaluar es necesario conocer previamente qué se quiere analizar, en relación a qué,
y con que criterios se han establecido los planes de acción y las prioridades políticas y
gerenciales. Si las estadísticas deben ayudar a evaluar, los indicadores que de ellas
nazcan deben partir de un buen conocimiento del objeto y del entorno que se quiere
estudiar, así como de las finalidades de la intervención pública o privada que generaron
en cada caso dicha oferta o actividad. ¿De qué nos sirve gastar recursos contando el
número de usuarios o de libros prestados en una biblioteca si no conozco la calidad del
En primer lugar, es necesario definir qué tipología de impacto quiero conocer (cultural,
económico, social, político) y qué finalidades hay detrás de cada uno de ellos. Desde
una perspectiva de evaluación de las políticas públicas uno debe delimitar en primer
lugar las finalidades y a continuación el sistema de variables y de indicadores precisos.
Si, por ejemplo, nos interesa analizar el impacto cultural de una determinada política, es
necesario construir un modelo interactivo entre una finalidad (el fomento de la
creatividad, la calidad y la innovación artística, por ejemplo), las variables
fundamentales que describen las estrategias llevadas a cabo, y un conjunto de
indicadores cuantificables (premios internacionales recibidos, presencia en festivales de
reconocido prestigio, participación en manifestaciones de vanguardia, etc.). A partir de
sistemas de evaluación como éste, basados en un sistema eficiente de información
estadística, es posible realizar análisis coste-beneficio o coste de oportunidad y
contabilizar de alguna manera el impacto global obtenido con una determinada política.
Sin embargo, el principal problema de este tipo de análisis es que al trabajar con un
sistema complejo de finalidades, de difícil jerarquización ya que se superponen entre
ellas, no siempre es posible obtener resultados globales de evaluación de una política.
A veces, solo es posible evaluarla de forma parcial, finalidad a finalidad, y esto
únicamente cuando es factible aislar causas y efectos con facilidad. Ser concientes de
estos problemas no debería afectar nuestra voluntad para construir modelos
interpretativos de evaluación que nos ayuden a mejorar la eficacia y gestión de las
políticas públicas de cultura, y que permitan al conjunto de agentes culturales conocer
mejor el sector en el que trabajan.
La comparación internacional no debe porqué ser un fin por sí misma. Uno debe
estudiar el resultado de sus políticas en relación a los objetivos que se había propuesto y
a los medios puestos a disposición de dichos objetivos. Sin embargo, compararse con
otras realidades parecidas puede ser de gran ayuda. Por este motivo, la existencia de
una nomenclatura común a nivel internacional es muy importante. Trabajar cada uno
desde su país para introducir las definiciones internacionales en la lógica interna de
clasificación administrativa es mucho más útil que pretender a posteriori homogeneizar
datos e información.
Espero que estas notas o reflexiones sobre la problemática de la estadística cultural les
hayan interesado y les sean de provecho en su trabajo al servicio de la cultura y las
políticas culturales en el seno de la comunidad iberoamericana.