La Familia Internacional
D O C T R I N A

LA LEY DEL AMOR DE DIOS
Principio rector de la Familia Internacional
U n experto en la Ley puso a prueba a Jesús con
la siguiente pregunta:
—Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la
Ley?
Jesús le dijo:
—«Amarás al Señor tu Dios con todo tu cora-
zón, con toda tu alma y con toda tu mente». Este es
el primero y grande mandamiento. Y el segundo es
semejante: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y
los Profetas. (Mateo 22:35-40)1
En este memorable pasaje del Nuevo Testamento,
Jesús resumió a grosso modo la Ley del Amor.
Dirigiéndose a Sus seguidores en otra ocasión,
formuló nuevamente el mismo principio, que a la
postre se distinguiría con el apelativo de regla de
oro: «Todas las cosas que queráis que los hombres
hagan con vosotros, así también haced vosotros
con ellos; pues esto es la Ley y los Profetas» (Mateo
7:12)1. El apóstol Pablo se hizo eco de ello cuando
dijo: «Toda la ley en esta sola palabra se cumple:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gálatas
5:14). Estos pasajes de la Biblia sintetizan todas las
leyes de Dios y constituyen la directriz por la que
debemos regir todos nuestros actos y relaciones
con los demás. Al referirnos al conjunto de ellos
los llamamos «la Ley del Amor de Dios».
Consideramos que esa ley —amar a Dios por
encima de todo, y su ramificación, amar al prójimo
como a nosotros mismos— es el cumplimiento
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supremo de las demás leyes bíblicas, incluidos los
Diez Mandamientos. Tal postura se fundamenta
en los mencionados pasajes y en otros versículos
.
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de la Escritura. De ahí que el cristiano que ama al
Señor con pleno corazón, alma y mente y que ama
a su prójimo como a sí mismo cumple el espíritu
de los demás mandamientos. Por ejemplo, quien
así actúa no pondrá otros dioses delante de Él, ni
tomará Su nombre en vano. Se da por descartado
.
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1
A menos que se indique otra cosa, los pasajes bíblicos que se citan en esta publicación provienen de la versión Reina-Valera, revisión de 1995.
que quien ama al prójimo no lo matará ni le robará,
no lo engañará ni codiciará sus posesiones.
El móvil que nos mueve a los cristianos a ma-
nifestar bondad y consideración a nuestros seme-
jantes no debe ser el temor al castigo divino, sino
un profundo amor por Dios. Nos abstenemos de
actividades contrarias a los Diez Mandamientos
porque las mismas desentonan con el amor que
albergamos por Dios y por los demás.
Sostenemos que la Ley del Amor, expresada
en los versículos ya mencionados, y la Salvación
que nos brinda Jesús, nos liberan a los cristianos
de cumplir con los cientos de leyes mosaicas enun-
ciadas en el Antiguo Testamento. Los integrantes
de la Familia Internacional sí observamos algunos
aspectos de la ley mosaica, particularmente los que
atañen al amor y al sentido común. Por ejemplo,
nos abstenemos de consumir alimentos que la
Biblia denomina impuros o de realizar actividades
malsanas, como beber o comer en exceso o fumar,
ya que ello afectaría nuestra salud, lo que a su vez
nos impediría cumplir con nuestro apostolado. Sin
embargo, no consideramos una ordenanza religiosa
abstenernos de dichas actividades.
Partimos por tanto del principio que si los actos
de una persona nacen de un amor desinteresado y
abnegado —el amor de Dios por el prójimo— y
no se realizan con la intención de hacer daño a los
demás, coinciden con los preceptos de la Sagrada
Biblia y son lícitos a los ojos de Dios. «El fruto del
Espíritu es amor [...]; contra tal [...] no hay ley»
(Gálatas 5:22,23).
Las leyes religiosas y la gracia de Dios
E n su evangelio, el apóstol Juan escribió: «La ley
fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y
la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Juan
1:17). Jesús subrayó lo novedoso de su planteamien-
to cuando dijo: «Un mandamiento nuevo os doy:
ST014–0401
Que os améis unos a otros» (Juan 13:34). No es de
sorprenderse que esa doctrina radical, que liberaba
a la gente de la antigua ley y la alentaba más bien
a seguir un único mandamiento —amar a Dios y
amar al prójimo como a uno mismo—, desatara
una encendida polémica entre Jesús y Sus seguidores
por una parte, y los dirigentes religiosos de la época
por la otra. Los escribas y fariseos, conocidos por
su apego a la ley mosaica del Antiguo Testamento,
calificaron esta doctrina de contraria a Moisés y a
la ley. (V. Lucas 10:27; Hechos 6:13,14; 21:28.)
El incipiente movimiento cristiano también se
vio afectado por la controversia sobre si era nece-
sario exigir a los nuevos conversos que cumplieran
con la ley mosaica. Desde sus inicios se generó al
interior de la Iglesia primitiva un debate entre los
que sostenían que el sacrificio de Cristo sobre la
cruz había consumado la ley bíblica, liberando
a los creyentes de los códigos y mandamientos
mosaicos del Antiguo Testamento; y los legalistas,
los mutiladores del cuerpo, como se los calificaba,
quienes creían que si bien Jesús había expiado los
pecados de los creyentes, seguía siendo necesario
adherirse a todas las antiguas ordenanzas, costum-
bres y tradiciones.
El libro de los Hechos de los Apóstoles narra
que el apóstol Pablo predicó a los gentiles (los
no judíos) el evangelio de la salvación. En ciertas
ocasiones, sin embargo, los ancianos de la Iglesia
cristiana de Jerusalén lo conminaron a él y a sus
conversos a ceder en sus convicciones y observar
algunas de las leyes mosaicas. A pesar de ello, Pablo
estaba convencido de que el sacrificio de Cristo
en el Calvario desbancaba, anulaba y cumplía la
vieja ley mosaica. En este sentido escribió: «El
fin de la ley es Cristo, para justificación de todo
creyente» (Romanos 10:4, Biblia de Jerusalén).
«Ahora estamos libres de la ley [...]; de modo que
sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no
bajo el régimen viejo de la letra» (Romanos 7:6).
«Cristo nos redimió de la maldición de la Ley»
(Gálatas 3:13).
Algunos cristianos consideran que se debe seguir
observando la ley mosaica. Desafortunadamente,
ello a menudo conduce al legalismo y a exigencias
carentes de amor y bondad que hacen hincapié
en las reglas en vez de acentuar el amor de Jesús.
Un estudio más cabal de las Escrituras nos revela
el designio y propósito de Jesús; el apóstol Pablo
lo resume magistralmente: «No estáis bajo la Ley,
sino bajo la gracia» (Romanos 6:14). «Ahora que
ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía [la ley]»
2
Los Estatutos del Amor constan de dos cuerpos principales: Estatutos de la Familia y las Reglas Fundamentales de la Familia. Los mismos
presentan los principios, objetivos y doctrinas esenciales de nuestra agrupación y codifican su sistema de gobierno.
© La Familia Internacional, 2004
(Gálatas 3:25). «Habéis muerto a la ley mediante el
cuerpo [crucificado] de Cristo» (Romanos 7:4). Es
decir, que debemos vivir según Su nuevo principio
rector, la Ley del Amor.

La Ley del Amor: un código más estricto
E n muchos sentidos, la divina Ley del Amor
requiere la observancia de un código moral
más estricto que las leyes de Moisés. Los Diez
Mandamientos, los principios cardinales de la ley
mosaica, prescribían que el hombre debía obrar con
justicia y rectitud. En cambio, la Ley del Amor de
Jesús exige mucho más a la humanidad: le pide que
obre con amor abnegado y misericordia.
Ese amor inspirado por Dios representa un ideal
mucho más sublime que la mera justicia religiosa.
La ley mosaica admitía muy poca misericordia o
perdón. Se aplicaba la máxima del «ojo por ojo y
diente por diente» (Éxodo 21:24; Levítico 24:20).
Jesús, por el contrario, afirmó: «Traten ustedes a
los demás tal y como quieren que ellos los traten
a ustedes» (Mateo 7:12, NVI). ¡Hasta llegó a decir
que debemos amar a nuestros enemigos, orar por
ellos y perdonarlos! (Mateo 5:38-44.) Esta aplica-
ción trascendental de la Ley del Amor le confiere
un alcance mucho mayor y más profundo que el
de la vieja ley mosaica.
Es más, la ley de Jesús es tan difícil de cumplir
que resulta humanamente imposible sin la ayuda
divina. Jesús dijo a Sus discípulos: «Separados de
Mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Pablo, por su
parte, pregonó: «Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece» (Filipenses 4:13).
Nuestro fundador, David Brandt Berg
(1919-1994), se refirió a ese principio con estas
palabras: La ley de Jesús es mucho más estricta [que
la mosaica], mucho más difícil de guardar; de hecho,
imposible. Si la antigua ley era imposible de guardar,
¡la de Jesús es todavía más imposible! [...] La Ley del
Amor no es practicable a menos que se esté salvado y
se tenga a Jesús en el corazón, el Espíritu del Amor de
Dios que nos transfiere el poder y las fuerzas necesarias
para amar al prójimo más que a nosotros mismos.
(Gracia, párr.35,36.)
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Este principio viene resumido en los Estatutos
del Amor [para discípulos de La Familia].2 En re-
.
ferencia a la Ley del Amor, los estatutos señalan
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que todo integrante a plena consagración de la
Familia debe: «Procurar vivir de conformidad con
los principios de la Ley del Amor, es decir, atender
y manifestar amor y afecto a todas las personas del
.
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 Hogar [comunidad] en que resida, y relacionarse
armoniosamente con unos y otros.» Este principio
fundamental marca la tónica de Los Estatutos: «La
esencia de los Estatutos es el amor desinteresado,
el amor que nos anima a anteponer las necesidades

ajenas a las propias, el gran amor que nos lleva a
ofrendar la vida por los demás, el Amor de Dios
en nuestro corazón.» (6)
La sexualidad y la Ley del Amor
C onsideramos que la Ley del Amor es también
aplicable a las relaciones sexuales. Si bien a
lo largo de la Historia los eruditos cristianos han
explorado el tema de la Ley del Amor, lo que
separa a La Familia de las corrientes tradicionales
de la teología cristiana3 es la aplicación de esta ley
en materia de sexualidad. David Berg enseñó, a
partir de las Escrituras, que la sexualidad no es
intrínsecamente mala a los ojos de Dios y que las
relaciones heterosexuales entre adultos consintientes
—sea cual sea su estado civil— son lícitas, siempre
y cuando no se haga daño ni se ofenda a ninguna
de las partes directamente afectadas.
Siendo la sexualidad humana obra del Creador,
La Familia sostiene que el amor que se tienen mu-
tuamente los integrantes de la misma es expresión
del amor que Dios abriga por nosotros. Por con-
siguiente, estimamos que los actos que se llevan a
cabo por amor son lícitos ante Dios.
Según nuestra exégesis de las Escrituras, las pro-
hibiciones y tradiciones mosaicas sobre el particular
ya no se aplican a quienes son salvos en Cristo y se
ciñen a la Ley de Amor establecida por Él. «El amor
no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de
la Ley es el amor» (Romanos 13:10). Por lo tanto,
los adultos de La Familia —sean solteros o casa-
dos— tienen plena libertad para gozar de relaciones
sexuales con otros integrantes de la Familia mayores
de edad que así lo deseen, con la condición de que
sus actos estén revestidos de amor y cuenten con
la aprobación de todas las partes.
Estimamos que el amor sexual es una necesidad
emocional y física del ser humano. Los integrantes
casados de La Familia que lo deseen pueden rela-
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cionarse sexualmente con integrantes solteros de
la misma, por cuanto el amor de Cristo los mueve
.
a ayudar a hermanos o hermanas solitarios que
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3
Véase también Cristianismo y sexualidad (partes 1 y 2), de la colección Selecciones Cristianas.
4
Dado que constituimos una hermandad internacional y multicultural, las normas de la Familia que regulan la edad para los intercambios y
actividades sexuales se han uniformado de acuerdo a las leyes de la mayoría de los países en que residen nuestros integrantes. Está rotundamente
prohibido infringir las normas de protección de menores vigentes en la Familia. El incumplimiento de las mismas puede derivar en la excomunión de
.
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los infractores. Además de respetar las leyes de los países en que viven, se espera de los integrantes de la Familia que tomen en cuenta la cultura y
las costumbres nacionales.
precisan la compañía de otro ser humano. Los
adultos solteros también pueden tener trato sexual
con otros adultos solteros que así lo deseen a fin de
satisfacer esa necesidad emocional y física. Estos
actos de altruismo son considerados un sacrificio, y
en La Familia se los respeta y admira como muestras
de amor y desprendimiento.
Limitaciones en el marco
de la Ley del Amor
S i bien el ideario de La Familia es más bien liberal
en el aspecto sexual, somos conscientes de que
es menester trazar límites estrictos a fin de prevenir
abusos o actividades perjudiciales. Vienen muy al
caso las palabras de Pablo: «Todo está permitido,
pero no todo es provechoso. Todo está permitido,
pero no todo es constructivo.» (1 Corintios 10:23
NVI). «Les hablo así, hermanos, porque ustedes
han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de
esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones»
(Gálatas 5:13, NVI).
Cuando en 1974 David Berg presentó por
primera vez a La Familia el principio de la Ley del
Amor, en teoría se tenía un conocimiento bastante
amplio de su base bíblica y de las posibilidades
que abría para hacer el bien. Sin embargo, poco
se sabía sobre las posibles repercusiones que ten-
dría su aplicación práctica en el ámbito sexual.
Lamentablemente, hubo casos en que la Ley del
Amor no se aplicó con la consideración y el des-
interés debidos, lo cual no coincidía con la finali-
dad perseguida por David Berg. Con el paso del
tiempo La Familia ha tomado conciencia de que
es preciso establecer ciertas normas y limitaciones
que garanticen que todo intercambio sexual entre
sus integrantes se ajuste a la Ley del Amor. Esas
normas han quedado codificadas en los Estatutos
de la Familia (78, 273-307).4
Los integrantes de la Familia son conscientes
de que tales limitaciones son necesarias para ar-
monizar la libertad que otorga la Ley del Amor
con la responsabilidad que lleva consigo. Saben
que traspasar estos límites es pecado. Toda rela-
ción sexual debe contar con el consentimiento de
cada una de las partes y éstas deben tener la edad
propia para ello. Además, nadie debe presionar en
modo alguno a otra persona a intervenir contra
su voluntad en actividades de esa naturaleza. Los
Estatutos del Amor dictaminan que quien cometa
abusos sea rápidamente sancionado, lo que puede
derivar en su expulsión (234-35).
El adulterio
C uando presentamos nuestro punto de vista
de que en el marco de la Ley del Amor las
relaciones sexuales entre adultos consintientes son
lícitas —independientemente del estado civil de
los participantes—, suele surgir la pregunta: «¿Qué
hay del adulterio?»
Entre los que sostienen que tales relaciones
constituyen adulterio hay quienes evocan el re-
lato bíblico de la mujer sorprendida en tal acto
que fue presentada ante Jesús por los dirigentes
religiosos con la intención de lapidarla. Éstos le
preguntaron:
—Maestro, esta mujer ha sido sorprendida
en el acto mismo de adulterio, y en la Ley nos
mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues,
¿qué dices?
—El que de vosotros esté sin pecado —les res-
pondió Jesús— sea el primero en arrojar la piedra
contra ella.
Al oír esto, acusados por su conciencia, fueron
saliendo uno a uno. Enderezándose Jesús y no
viendo a nadie sino a la mujer, le dijo:
—Vete y no peques más (Juan 8:3-11).
Al exhortar a la mujer a que no pecara más
—interpretan algunos—, Jesús dio a entender que
el adulterio era pecado. Nosotros coincidimos en
que para ella lo era, por cuanto estaba sujeta a la
ley mosaica. Además, Jesús no había cumplido y
consumado aún la ley mediante Su muerte en la
cruz. Pese a ello, al eximir de castigo a la mujer,
Jesús anuló la ley mosaica que la condenaba a
morir apedreada. «Ni Yo te condeno», le dijo.
(Juan 8:11.)
Nosotros, sin embargo, en calidad de creyentes,
estamos en situación muy distinta a la de aquella
mujer, toda vez que el Nuevo Testamento establece
claramente que los cristianos salvados por gracia
ya no estamos sometidos a la ley mosaica. Pablo
explicó: «Si sois guiados por el Espíritu, no estáis
bajo la Ley» (Gálatas 5:18). En tanto que obremos
conforme a la Ley del Amor —que reza: «el amor
no hace mal al prójimo» (Romanos 13:10)—, no
cometemos pecado.
No pretendemos decir con esto que hoy ya no
exista adulterio en el mundo o que todos los cristia-
nos deban predicar y practicar los aspectos sexuales
de la Ley del Amor. Reconocemos que el adulterio
está muy extendido en nuestra sociedad. Para que
un acto no sea adulterio tiene que ajustarse a los
preceptos de la divina Ley del Amor ya expuestos
en párrafos anteriores. Es asimismo indispensable
que quienes participen en él se hayan liberado de
la ley mosaica aceptando el don de salvación que

Jesús nos ofrece por gracia.
En la sociedad secular muchas personas ca-
sadas tienen relaciones extramatrimoniales sin la
aprobación o conocimiento de su cónyuge. Esas
aventuras minan la confianza de la pareja, hie-
ren sentimientos y con frecuencia desestabilizan
y deshacen matrimonios. Tal comportamiento es
inaceptable en nuestra hermandad, toda vez que
vulnera los principios fundamentales de la Ley del
Amor. Quienes traspasan las limitaciones asociadas
a la Ley del Amor contravienen los Estatutos de
la Familia (273-307). Aunque no estamos sujetos
a la ley mosaica, los intercambios sexuales deben
llevarse a cabo en el marco de la Ley del Amor de
Cristo y sin perjuicio para nadie. La inobservancia
de las normas para miembros casados —contar con
el consentimiento del cónyuge, no herir a nadie y
obrar con amor— está considerada pecado.
Relaciones responsables
E s de esperar que una relación íntima tenga con-
secuencias físicas y emocionales. Los Estatutos
del Amor establecen las obligaciones de quienes
participan en esas relaciones.
En 1998, María —viuda y sucesora de David
Berg— estableció normas muy claras sobre las
obligaciones que tienen los afectados en caso de
embarazo. El objeto de esas reglas es garantizar que
toda madre soltera y su hijo reciban la atención
debida. Cuando haya de por medio uno o varios
niños que puedan verse afectados, las necesidades
de éstos deben tomarse en cuenta, sean cuales sean
las circunstancias. Si las personas que engendraron
al niño no pueden o no desean casarse, los Estatutos
de la Familia establecen directrices para la atención
de la madre embarazada y su bebé. En la mayoría
de los casos en que una relación da lugar a un
embarazo inesperado, consideramos que lo ideal
es que los padres de la criatura se casen.
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Dios concibió y dispuso la unión conyugal
del hombre con la mujer. La misma se emplea
.
alegóricamente para ilustrar la relación de Dios
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con los creyentes. En este simbolismo, Él re-
presenta al esposo, y los creyentes —colectiva e
individualmente— a la esposa. Entendemos que
el matrimonio ofrece la situación óptima y cons-
tituye la relación ideal para educar a los niños y
.
para la institución de un núcleo familiar estable
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(281-304).

La Ley del Amor en los hechos
T odo el modo de vida de la Familia descansa
sobre la piedra angular de la Ley del Amor.
Esencialmente consiste en hacer con los demás

como quisiéramos que hicieran con nosotros y
brindar a los necesitados la misma asistencia que
queremos que nos brinden a nosotros en nuestra
necesidad. Poner por obra la Ley del Amor puede
significar ayudar a otros materialmente, transmitir
ánimo, consuelo o compasión, desvivirse por ayudar
a alguien, o apoyar a otra persona moral, física o
económicamente.
Actualmente los integrantes de nuestro movi-
miento realizan apreciables esfuerzos por aplicar ese
principio a su vida cotidiana. Ello se hace patente
en la activa labor misionera que practican y en sus
empeños por difundir el mensaje vivificante de
esperanza y salvación contenido en la Palabra de
Dios. Nuestros componentes procuran asimismo
satisfacer las necesidades físicas de la gente, para lo
cual entregan su tiempo y habilidades como volun-
tarios en labores de rescate y asistencia a víctimas
de catástrofes, ofrecen ayuda física y espiritual a los
menos favorecidos, hacen actuaciones benéficas y
participan en diversas actividades de servicio a la
comunidad. El amor de Cristo nos apremia a hacer
todo lo posible por ayudar a los menesterosos y
llevar palabras divinas de consuelo y esperanza a
los que sufren (2 Corintios 5:14).
Conclusión
E l mandamiento de Jesús —amar a Dios y a
los demás— debe gobernar todos los actos y
decisiones de un cristiano. El siguiente pasaje de
los escritos de David Berg expresa claramente que
el amor debe ser la principal fuerza que impulse
a los integrantes de la Familia en todos sus actos.
Una permanente y abnegada consideración por los
demás es requisito fundamental para la práctica de
la Ley del Amor.
David Berg escribió:
Permítanme recalcar que la carac-
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terística esencial de toda persona [que
integre la Familia] tiene que ser la mis-
.
L A F A M I L I A
.
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ma pasión arrolladora que impulsaba al
apóstol Pablo, a todos los apóstoles, a
todos los mártires y a todo gran hom-
bre y mujer de Dios. Es, de hecho,
esa compasión irresistible que debería
motivar a todo hijo de Dios en todas
las cosas que hace, en todo lo que dice,
adondequiera que va, en su trato con
todas las personas. El gran apóstol lo
resumió en esa célebre y resonante frase
que surge siempre del corazón de cada
verdadero cristiano en toda buena obra
que lleva a cabo: «¡El amor de Cristo
nos apremia!» [2 Corintios 5:14, Biblia
de Jerusalén.] Un amor por el cual uno
está dispuesto a morir.
Si tenemos verdadero amor, no po-
demos afrontar una situación de apuro
sin hacer algo al respecto. Debemos
actuar, como el buen samaritano [v.
Lucas 10:25-37]. La compasión hay
que traducirla en hechos. He ahí la
diferencia entre lástima y compasión:
la lástima es simplemente apenarse
ante un sufrimiento; la compasión,
en cambio, nos mueve a hacer algo
para remediarlo.
La fe hay que demostrarla con
obras, ya que el amor difícilmente se
puede probar sin una manifestación
tangible, sin una acción. Decir que
se ama a alguien y, sin embargo, no
ofrecerle la ayuda física que precise
—alimento, abrigo, albergue o lo que
sea— no es amor. Es cierto que la ne-
cesidad de amor verdadero es de índole
espiritual; mas éste debe manifestarse
en el terreno de lo físico, por medio
de obras, «la fe que obra por el amor»
[Gálatas 5:6].
«El que tiene bienes de este mundo
y ve a su hermano tener necesidad
y cierra contra él su corazón, ¿cómo
mora el amor de Dios en él? Hijitos,
no amemos de palabra, ni de lengua,
sino de hecho y en verdad.» [1 Juan
3:17,18.] (Declaración, párrs.9-13.)
 Bibliografía

Berg, David. Asombrosa gracia. Buenas Nuevas, septiembre, 1984.

---. Nuestra declaración de amor. Buenas Nuevas, octubre, 1977.
Familia, La. Cristianismo y sexualidad, 1ª y 2ª partes. Selecciones Cristianas, Vol.1, números 21-22; Bangkok: Servicios Mundiales,
1995.
---. Estatutos del Amor, Los. Bangkok: Servicios Mundiales, 1998.

(«La Ley del Amor de Dios», se publicó por primera vez en marzo de 1993 y se actualizó en enero de 2004.)

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Tribulación» (Mateo 24:21) y que terminará con la segunda venida de Jesucristo England
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