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F-El Arte en La Antigua Grecia
F-El Arte en La Antigua Grecia
EL ARTE GRIEGO
La civilización griega, que transcurre a lo largo de casi mil años, constituye la base del
mundo occidental, razón por la que nos resulta más afín a lo que nosotros somos hoy.
Ella recibe el legado de Egipto y del Próximo Oriente, pero lo transforma
completamente al estar condicionada por diversos factores geográficos, políticos y
religiosos. Frente a la amplitud del paisaje egipcio y mesopotámico, donde se
desarrollan grandes imperios, la Grecia peninsular y las islas del Egeo constituyen un
espacio reducido y además fragmentado en muchas pequeñas islas y valles rodeados
de montañas escarpadas. En este territorio descentralizado el mar es el auténtico
protagonista, pues permite una expansión que favorece el comercio e influye
positivamente en la economía, al tiempo que hace más flexible el pensamiento al
entrar en contacto con otros pueblos.
Este marco físico determina a su vez una organización política propia, ya no con
Estados unitarios sino con ciudades-estado o polis, que, independientes y
normalmente enfrentadas entre sí, poseen en común un idioma y una religión, por lo
que se engloban en una entidad cultural superior, la Hélade. Convencidos de que son
superiores a otras razas con costumbres y lenguas distintas, llamadas por ellos
bárbaros, los griegos avanzan a través del Mediterráneo, con lo que inseminan su
tradición y forjan la idea de que todo lo suyo es modelo de perfección. En el marco de
las polis nace la democracia, forma de gobierno donde una clase media próspera lleva
las riendas del poder y todos los ciudadanos libres participan de manera directa, lo
que tanta trascendencia ha tenido hasta hoy. Tanto las condiciones físicas como
políticas en Grecia se relacionan estrechamente con las religiosas, dentro de un
politeísmo novedoso por el enfoque humano de los dioses. A diferencia de Egipto,
donde tanto mortales como inmortales se adaptan al orden natural, ahora el hombre
es el centro de todo y, por tanto, los dioses son también hombres, aunque más
perfectos y eternos, que irradian su poder sobre la tierra. Por sus características
peculiares, cada lugar se identifica con un dios que se convierte en su protector. La
relación del hombre griego con sus dioses se centra en lo terrenal, pues la vida
importa mucho más que la muerte, para él algo anodino. Por tanto, las referencias al
más allá, tan esenciales en el mundo egipcio, desaparecen aquí y a lo sumo se
vislumbran sólo con un carácter conmemorativo.
“La muerte de Sócrates” 1787 – Jacques Louis David (Pintura del periodo Neoclásico)
La nueva situación política de Grecia con las polis y la democracia hace posible una
transformación artística radical que, con Atenas como protagonista, es decisiva para
el futuro. Se gesta poco a poco, manteniendo al principio un hilo de continuidad con
el pasado que se diluye después para ofrecer soluciones originales. Esto ocurre en
unas ciudades-estado pequeñas que mantienen continuos contactos entre sí en todos
los aspectos y que generan un amplio mercado en donde la clientela ya no se
monopoliza alrededor de la figura de un rey como sucedía en el Próximo Oriente, sino
que se diversifica. Dos consecuencias se derivan de ello: la demanda artística es más
variada y menos lujosa, por un lado y, por otro, surge la competencia, algo
consustancial al mundo griego.
Los grandes cambios que depara el arte griego surgen a partir del descubrimiento de
la naturaleza y de la concepción de ésta como armonía numérica basada en la simetría
y en la proporción. La primacía del sentido racional lo invade todo, hasta el punto de
que cualquier elemento se justifica por el cometido que desempeña. Con ello, el arte
en Grecia cumple otra función distinta a la funeraria de Egipto y a la propagandística
de Mesopotamia, pues ahora se trata de reflejar la perfección divina y, por tanto, de
transmitir belleza. Paulatinamente, se abandonan las normas antiguas aprendidas de
los egipcios para experimentar de manera libre con formas inspiradas en lo que se ve,
es decir, en la realidad. Al principio este naturalismo se idealiza en una combinación
completamente original que se explica por el afán de reproducir lo celeste en lo
humano, si bien luego el acercamiento a lo real es más contundente. Este proceso se
realiza a través de las tres etapas que constituyen la historia de la Grecia antigua: la
arcaica (siglos VII y VI a.C.), la clásica (siglos V y IV a.C.) y la helenística (siglos III - I
a.C.).
Con los precedentes cretense y micénico, que son coetáneos a los Imperios Antiguo y
Medio de Egipto, y después de una época oscura, el gran arte griego nace en la Grecia
arcaica, al mismo tiempo que se desarrolla una nueva escritura y se organizan las
ciudades. Después culmina en la etapa clásica, que se inicia con la guerra contra los
persas, en la que todos los Estados griegos se unen para derrotar al enemigo, lo que
supone la total preponderancia de Atenas en el Egeo, a pesar incluso de algunos
conflictos internos con Esparta (Guerra del Peloponeso, 431- 404 a.C.). Los logros
artísticos son tan altos que a este período se le denomina clásico, término que
equivale a lo perfecto y, por tanto, a lo que es digno de imitar. Esta edad floreciente
termina con la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.), cuyo imperio, que unía Oriente
y Occidente, se fragmenta en diversos reinos. Así comienza la Grecia helenística, que
finaliza con la conquista romana y reemplaza a Atenas por otros centros como
Pérgamo (Asia Menor), Alejandría (Egipto) y Antioquía (costa de Siria), pero
produciéndose la fusión entre lo griego y lo oriental en un territorio muy vasto.
Arquitectura
El teatro es, después del templo, la contribución griega más importante. Excavado en
la pendiente de una colina, que se aprovecha para disponer los asientos, parte de un
núcleo circular (orquestra u orquesta) que se destina al coro y se rodea en algo más de
su mitad por la grada. En el espacio restante limita con el proscenio, situado a un nivel
un poco más alto, y después con la escena, aún más elevada, destinándose ambas
partes para los actores (Epidauro).
Escultura y pintura
Hermes de Praxiteles – Ejemplo del uso de la curva en una escultura más natural y
desestructurada
Una vez lograda esta concepción tan intelectual del cuerpo humano, el siglo IV
acentúa la tendencia hacia lo natural a través de posturas más relajadas y de un
tratamiento de la anatomía menos matemático (Hermes con Dioniso niño, de
Praxíteles). Desde aquí
se llega al mayor realismo de la escultura helenística, que recurre a lo dramático tanto
en las obras exentas (Laocoonte y sus hijos) como en el relieve (Altar de Zeus,
Pérgamo), pero también a lo anecdótico (El niño de la oca). Como consecuencia,
introduce nuevos géneros como el retrato y logra una fusión de la estatua con el
ambiente (Victoria de Samotracia). La misma ruptura con lo egipcio se lleva a cabo en
la pintura griega, comenzando en la cerámica arcaica, con la decoración de vasos que
generalmente se destinan a un uso doméstico. En ellos, las figuras mantienen el
cuerpo de perfil y los ojos de frente, pero, al mismo tiempo, muestran otras partes
con menos rigidez, como los brazos y las manos, y otras quedan ocultas (Aquiles y
Ayax jugando a las damas). Asimismo, se aplica el escorzo, lo que implica que el
artista considera el ángulo desde el que observa lo que representa y, por tanto,
intenta dar profundidad. Pero, de igual manera, en este caso la novedad se acompaña
de la tradición, pues las figuras conservan todavía restos de lo aprendido en Egipto,
como los contornos muy nítidos, la presencia de la mayor parte de los miembros en el
cuerpo o la síntesis del frente y del perfil (La despedida del guerrero). Después, en la
etapa helenística (siglos II a.C.-I d.C.) las pinturas murales y los mosaicos de
pavimento denotan novedades iconográficas, pues ya el hombre deja de ser el tema
capital para ser sustituido por otros como la naturaleza, los animales y los objetos
inertes, como se revela en el descubrimiento de Pompeya y Herculano en el siglo
XVIII, tras ser enterradas por la lava del Vesubio en el año 79 d.C.