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TEMA JUNIO: La pobreza evangélica en el servicio a la Iglesia

La primera bienaventuranza va dirigida con un sentido muy profundo y actual al corazón de cada discípulo de
Cristo.
En la versión del sermón de la montaña, como lo refiere
el evangelio de san Mateo (Mt 5,3), Cristo se refiere a
la ‘pobreza de espíritu’; tal virtud conduce a la
humildad voluntaria y a la capacidad de renuncia.
Todos tenemos necesidades, las cuales a veces nos
preocupan y nos absorben el tiempo; pero siempre
hay que confiar más en la providencia de Dios. No
podemos solos, siempre contamos con el Señor
que nos fortalece y alimenta. Ser siempre
accesibles a los más pobres, a los pequeños, a los
que son menos importantes a los ojos de los seres
humanos es el camino más auténtico de la pobreza
evangélica en el corazón y la vida de todo seguidor
de Jesús. La pobreza evangélica en cada discípulo
de Cristo lo hace estar más disponible para cualquier
misión y a tener más apertura a ser itinerante. Los criterios de lo fácil, lo rápido, lo cómodo, ‘lo que estoy
acostumbrado’, quedan atrás por la valentía y caridad que Jesús inspira con la dicha de ser pobre de espíritu.

Cristo dijo a la hermana de Lázaro: “Marta, muchas cosas te afanan y te inquietan, siendo solamente una la
necesaria” (Lc 10,42). En efecto, las necesidades existen y ordinariamente se van satisfaciendo. Pero no todas
son verdaderas necesidades, ya que algunas se derivan de nuestros gustos o caprichos. Lo verdaderamente
necesario es el alimento del cuerpo y del espíritu; por lo cual tenemos la necesidad humana fundamental de
poder encontrar el debido fortalecimiento y el descanso del cuerpo y del espíritu. Hay muchas necesidades
naturales, algunas ordinarias y otras extraordinarias, pero Cristo dejó su ejemplo: “Mi alimento es hacer la
voluntad de mi Padre” (Jn 4,34).

En resumen, la primera bienaventuranza va dirigida con un sentido muy profundo y actual al corazón de cada
discípulo de Cristo: Sé pobre de espíritu y ‘de hecho’, mostrándote accesible, amable y con el corazón lleno de
paciencia y caridad para con todos, preferencialmente hacia los más necesitados. Vive la pobreza evangélica,
confiando en la providencia divina, usa siempre los talentos que Dios te ha confiado y aprende a dar siempre con
alegría. Vive la pobreza ‘por el reino de los cielos’, no para mostrar tus miserias, sino para trasparentar la riqueza
espiritual que sólo Dios puede inspirar y sostener. Vive la pobreza como Jesús la vivió, ya que en sí misma es la
expresión más libre y alegre en el anuncio del evangelio. Ser pobre en el corazón, esto es santidad (Papa
FRANCISCO, Gaudete et exultate, 66).

La pobreza que libera, es la que se nos presenta como una elección responsable para aligerar el lastre y
centrarnos en lo esencial. De hecho, se puede encontrar fácilmente esa sensación de insatisfacción que muchos
experimentan, porque sienten que les falta algo importante y van en su búsqueda como errantes sin una meta.
Deseosos de encontrar lo que pueda satisfacerlos, tienen necesidad de orientarse hacia los pequeños, los
débiles, los pobres para comprender finalmente aquello de lo que verdaderamente tenían necesidad. El
encuentro con los pobres permite poner fin a tantas angustias y miedos inconsistentes, para llegar a lo que
realmente importa en la vida y que nadie nos puede robar: el amor verdadero y gratuito. Los pobres, en realidad,
antes que ser objeto de nuestra limosna, son sujetos que nos ayudan a liberarnos de las ataduras de la inquietud
y la superficialidad.

No olvidemos que, para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es
un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La
pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para
superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una
actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para
la felicidad.
Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras
responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y
sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los
bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, nn. 25-45).

Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo
los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación
efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los
pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que
viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza
evangélica que llevan impresa en su vida.

Reflexionemos:
Mt. 5, 1-12

 ¿Cómo puedo vivir las bienaventuranzas en el mundo de hoy? ¿Son un signo para el mundo o hay
indiferencia?
 ¿Cuál es mi opción por los pobres?

Presentación del informe de cuentas

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