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RETIRO DEL MES: Identidad carismática y fidelidad apostólica

1. Volver a Don Bosco – Volver a Valdocco


Padre y maestro para nosotros y don de Dios para toda su Iglesia. Nos hemos
comprometido a profundizar su carisma y a vivir bajo su luz. He aquí la cuestión: nos
hemos comprometido en el seguimiento de Jesús a pensar, ser y actuar según los valores
fundamentales que inspiraron e iluminaron su persona y su obra. Nuestro padre ha de ser un
punto de referencia primordial en nuestro vivir cotidiano. De él tenemos que aprender,
contemplando su vida y ahondando en su espiritualidad. Con él debemos confrontar nuestra
existencia, nuestro proyecto personal y comunitario, y el compromiso con la misión
salesiana.
1.1 Mucho más que un documento, un camino de renovación

El CG XXVIII nos está comprometido en este peregrinar hacia Don Bosco. En el


Capítulo se hace una explícita interpelación personal a cada uno de nosotros. El tema y la
reflexión capitular ponen a la persona del salesiano en el punto de mira (¿Qué salesianos
para los jóvenes de hoy?). La verdadera renovación de la Congregación sólo será posible si
se emprende con decisión un auténtico camino de renovación personal y comunitaria.
¿Cómo hacer para que nos tomemos en serio en nuestra inspectoría este camino de
conversión? ¿Cómo ayudarnos para que el anhelo de una vida religiosa más fresca y más
auténtica pueda hacerse realidad? ¿Cómo superar la inercia de algunos hermanos?
1.2 Activar procesos personales
Para volver a Don Bosco se nos pide activar procesos personales que nos zarandeen y
que despierten en nosotros el deseo de un camino de vuelta a las fuentes más puras y
transparentes de nuestra opción vocacional.
Si en estos últimos años algunas ilusiones se han apagado, si algunas opciones
importantes se han nublado; si nuestra vida cotidiana disfrazada de un mal entendido
“realismo” ha equivocado senderos; si todo lo que nos entusiasmó y motivó nuestra opción
vocacional ha perdido fuerza... entonces, queridos hermanos, es el momento de volver a
buscar el agua limpia del manantial más original y transparente. Y el CG XXVIII es una
oportunidad extraordinaria para renovar nuestros deseos de renovación.
Hemos de saber y querer encontrar los resortes que sacudan nuestra conciencia y nos
ayuden a mantener la fidelidad a Jesucristo, según el carisma de Don Bosco. Las
dificultades comunitarias, la falta de comprensión, las frustraciones en la misión, la
tentación de una vida acomodada y aburguesada no deberían tener el poder de apartarnos de
la opción primera, del amor de Dios en Jesucristo. ¡Nada debería apagar la llama del
Espíritu, que es “luz y fuerza”, y que nos trajo hasta aquí y nos impulsó “con plena
libertad” a “ofrecer a Dios todo nuestro ser”, a “entregar todas nuestras energías”, sin
reservas, “a quienes nos envíe el Señor, especialmente a los jóvenes más pobres”.
Esto es lo que hemos profesado. Así queríamos vivir. Activemos procesos personales.
Reavivemos nuestro seguimiento de Jesucristo, nuestro único Señor.

2. “Quien quiera seguirme...”


“Y ellos, dejando al punto las redes, lo siguieron” (Mt 4, 22). Eso hemos hecho
nosotros también, hemos dejado muchas cosas – viejas y remendadas redes - para seguir al
Señor de la Vida. Hemos querido quedarnos sin nada para tener el corazón y las manos más
libres; hemos querido decir sí a la locura del amor de Dios que nos ha consagrado para sí.
¿Por qué entonces tantas ambigüedades e incoherencias en nuestra vida religiosa? Hemos
sido muy felices cuando hemos respondido con generosidad y prontitud. Y estoy seguro de
que lo seguiremos siendo. Son la autenticidad y la entrega las que nos producen mayores
alegrías y las que mantienen más vivo el entusiasmo en nosotros y en nuestras
comunidades.
2.1 Una vida íntegramente fundada en los valores del Evangelio
Me ha cuestionado e iluminado mucho durante estos años de vida religiosa el artículo
60 de nuestras Constituciones que he leído y reflexionado frecuentemente: “Por nuestra
adhesión plena a Dios, amado sobre todas las cosas, nos comprometemos a llevar una
forma de vida íntegramente fundada en los valores del Evangelio” (C 60).
“Una vida íntegramente fundada en los valores del Evangelio”. Y al Evangelio hemos
de acudir una y otra vez como única norma de nuestra vida. En el devenir de la vida diaria,
nos topamos con multitud de situaciones que requerirían de nosotros una mirada, un
pensamiento, una actuación evangélica. Sin embargo, casi sin darnos cuenta, manifestamos
actitudes y maneras de pensar que por muy extendidas que estén en el entorno social, nada
tienen que ver con los valores del Evangelio.
Sorprende ver con qué facilidad juzgamos a los demás olvidándonos de que Jesús nos
pidió: “no juzgar para no ser juzgados” (Mt 7, 1); escandaliza el comprobar cómo se hacen
añicos las relaciones fraternas en una comunidad, olvidando que Jesús nos ha pedido “deja
la ofrenda en el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5, 24); no se
entienden ciertas reacciones agresivas y actitudes vengativas, desoyendo las palabras del
Maestro : “amen a sus enemigos y oren por los que les persiguen” (Mt 5, 44); crean
perplejidad y confusión estilos de vida acomodados y burgueses en franca contradicción
con la pobreza que vivió Jesús: “las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos; pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20).
Son sólo algunos ejemplos, pero cada uno sabrá encontrar muchos otros en la vida
diaria donde, como seguidores de Jesús, se nos pide ir a contracorriente en los valores y en
la forma de vivir. Hemos prometido a Dios vivir con un estilo “íntegramente fundado en los
valores del Evangelio”. Jesucristo, a quien seguimos, nos señala el Camino que debemos
recorrer, muy distinto del nuestro; la Verdad tras la que ir, no nuestra verdad mezquina; la
Vida que compartir en plenitud, no nuestra vida mediocre.

2. 2. El Cristo del Evangelio, fuente de nuestro Espíritu


“El espíritu salesiano encuentra su modelo y su fuente en el corazón mismo de Cristo,
apóstol del Padre” (C 11).
Al corazón de Cristo debemos acudir cada día para beber el agua fresca en ese
encuentro con el Maestro. Ya sabemos bien que no puede haber vida religiosa sin la
intimidad con el Señor. Quizás encontremos aquí una de las claves desde la que re-activar
los procesos a los que se refiere Don Pascual Chávez en una de sus carta.
La intimidad con el Señor. Es necesario, a mi entender, que cuidemos cada vez más
nuestra oración personal y comunitaria. Se trata, no cabe duda, de “adentrarnos en la
espesura” del encuentro con el Amado. Somos contemplativos en la acción, y sabemos bien
que sólo lograremos la gracia de la unidad desde una profunda experiencia de encuentro.
Un encuentro que es auténtico si nos dejamos transformar por Él. La oración reclama y
hace posible la “conversión del orante”.
Es ahí, en el encuentro con Cristo Resucitado en la Eucaristía, en la acogida de la
Palabra, en la intimidad de la oración personal, donde somos transformados para volver a la
vida y comprometernos en la transformación de la realidad, según la voluntad de Dios.
El artículo continúa: “Al leer el Evangelio, somos más sensibles a ciertos rasgos de la
figura del Señor: su gratitud al Padre por el don de la vocación divina a todos los hombres;
su predilección por los pequeños y los pobres; su solicitud en predicar, sanar y salvar,
movido por la urgencia del Reino que llega; su actitud de Buen Pastor, que conquista con la
mansedumbre y la entrega de sí mismo; su deseo de congregar a los discípulos en la unidad
de la comunión fraterna” (C 11).

3. Don Bosco: Un corazón libre y apasionado por la vida


“Lo que aprendiste, recibiste, oíste y vistes en mí, ponerlo por obra. Y el Dios de la paz
estará con ustedes” (Flp 4, 9).
Nuestra mirada está fija en el Señor, y desde esa experiencia contemplamos a Don
Bosco para descubrir en él los rasgos de un corazón tan grande como las arenas de la playa
del mar, a imagen del corazón del Buen Pastor. Don Bosco nos anima y estimula para hacer
nuestra la lectura del Evangelio que él carismáticamente realizó en su vida.
3. 1. Corazón apasionado: da mihi animas
Como el corazón del Buen Pastor, el corazón de Don Bosco es misericordioso y
compasivo. Con su mirada penetrante, sintió lástima de los jóvenes abandonados en el
despoblado de la historia, desguarnecidos, abandonados a su suerte. ¡Cuántas veces
resonaría en sus oídos la Palabra: “Vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos,
pues eran como ovejas sin pastor” (Mc6,34).
Su corazón de Buen Pastor le llevó a buscar soluciones creativas: “Denles ustedes de
comer”. Y Dios multiplicó muchas veces aquellos pocos panes y aquellos pocos peces que
Don Bosco repartió a manos llenas.
Corazón misericordioso y compasivo que le llevó a gastarse sin guardarse nada para él.
Corazón bondadoso y amable que expresaba acogida y benevolencia para todos; corazón
entusiasta, lleno de Dios, que contagiaba ilusión y confianza; corazón grande y generoso
sostenido por la mística de la urgencia del amor de Dios; corazón magnánimo que le llevo a
acometer grandes empresas y afrontar grandes retos; corazón fraterno y bueno que supo
insuflar el mismo aire que respiraba a sus propios muchachos; corazón apasionado que amó
con total entrega.
Así es el corazón de nuestro padre. Así quiere ser el corazón del salesiano.
3. 2. Corazón libre: cetera tolle
Pero la mística del da mihi animas está sostenida por la ascética del cetera tolle.
¡Llévate lo demás! Corazón libre y desprendido que le llevó a vivir hasta la heroicidad el
olvido de sí mismo.
¡Qué difícil es hoy hablar de ascética y sacrificio! Sin embargo, no se entiende la vida
de Don Bosco sin estas realidades necesarias e inevitables para su compromiso con
adolescentes y jóvenes. Juan Bosco se educó desde los primeros años en I Becchi en la
renuncia y supo vivir toda su vida, desde la opción evangélica, con las manos muy libres y
el corazón desapegado de las realidades que pudieran suponer un obstáculo a su entrega.
Recio en sus convicciones, llevó siempre una forma de vida sencilla y austera. La
pobreza fue siempre compañera de viaje y la esencialidad un estilo querido y buscado.
Cetera tolle!
Son memorables las palabras de Mamá Margarita el día de la ordenación de su hijo:
“Recuerda siempre esto, Juan: si algún día llegases a ser rico, no volvería a poner el pie en
tu casa”. Madre e hijo compartirán, años más tarde, las páginas más hermosas de la
experiencia de Valdocco contagiados por una común sencillez y en un ambiente de pobreza
solidaria y exigente.
No es extraño que en el deseo de volver a Don Bosco, el CG XXVII haya señalado el
tema de la pobreza como uno de los núcleos del trabajo de la Congregación en estos años.
La pobreza evangélica caracteriza la experiencia carismática de Don Bosco y marca
fuertemente el espíritu salesiano.
Aunque naturalmente haya que contextualizar las afirmaciones siguientes, son muy
incisivas las palabras de Don Bosco en el prólogo a las primeras Constituciones: “Todo lo
que excede de lo necesario para comer y vestir, es para nosotros superfluo y contrario a la
vocación religiosa. Es cierto que a veces deberemos sufrir algunas privaciones en los viajes,
en los trabajos o en tiempo de salud o de enfermedad; que acaso ni el alimento ni la ropa u
otras cosas serán de nuestro gusto, pero precisamente en estos casos es cuando debemos
recordar que hemos hecho profesión de pobreza” (Escritos de Don Bosco. A los socios
salesianos).
Y en su testamento espiritual, Don Bosco es contundente al respecto: “Cuando
comience entre nosotros el bienestar y las comodidades, nuestra Pía Sociedad ha terminado
su misión” (Testamento Espiritual de Don Bosco).

4. El corazón del salesiano


Nosotros salesianos queremos pensar, ser y actuar como nuestro padre. No podemos
justificar otras maneras de vivir aludiendo a cómo cambian los tiempos, a la cultura en la
que vivimos o al ritmo de vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Todo eso es,
sin duda, importante y digno de tener en cuenta, pero es un autoengaño pensar que
determinados modos y ritmos de vida de nuestra sociedad son compatibles con la vida
religiosa salesiana.
Hemos de saber reaccionar a la creciente secularización no sólo de nuestras formas de
pensar, sino también de ser y de actuar. Depende de nosotros y, por muy difícil que nos
parezca, quizás tengamos que rehacer caminos para encontrar veredas más auténticas y
fieles a la experiencia de Don Bosco.
4. 1. Corazón en Dios, corazón fraterno
El corazón del salesiano, como el de Don Bosco, es un corazón que está en Dios y que
comparte la vida con los hermanos desde la fraternidad evangélica.
Estar en Dios supone acentuar, por encima de otras cosas, su primacía en nuestra vida.
Más allá de cosas sabidas y oídas decenas de veces, es urgente que recuperemos espacio
para el encuentro personal con Dios. Nada puede cambiar en nuestra vida cotidiana si no
descubrimos y vivimos existencialmente la primacía absoluta de Dios. Y Dios no tiene la
primacía cuando nos consideramos el centro de todo, cuando vivimos egoístamente y
prescindimos de los hermanos, cuando reclamamos afectos y reconocimientos, cuando no
nos implicamos en el proyecto común y echamos siempre la culpa a los demás. Por el
contrario, Dios tiene la primacía si hay espacio en mí para el encuentro cotidiano y
transformador; si en medio del trabajo agotador de cada día elevo mi corazón al Señor y
pongo mi voluntad a su servicio; si no brota de mi boca nada malo contra los demás porque
mi corazón está dispuesto a usar misericordia; si no me reservo nada para mí y pongo a los
hermanos y a los jóvenes por delante; si mi vida sencilla es una ofrenda cotidiana que se va
consumiendo, como la de Don Bosco, por los jóvenes. Entonces sí es real en mí la primacía
de Dios.
Escribe Don Bosco a los socios salesianos: “Cumpla cada uno, por tanto, el oficio que
se le ha confiado; pero cúmplalo con celo, con humildad y confianza en Dios, y no se
acobarde si ha de hacer algún sacrificio penoso para él. Sírvale de consuelo el pensar que
sus fatigas redundarán en utilidad de aquella Congregación a la cual nos hemos consagrado.
En todo cargo, trabajo, pena o disgusto, no olvidemos jamás que, estando consagrados a
Dios, sólo por El debemos trabajar, y únicamente de Él esperar recompensa. Dios lleva
minuciosa cuenta aún de las cosas más pequeñas hechas por su santo nombre, y es de fe que
en su día las recompensará con generosidad”.
Un corazón que está en Dios, es también un corazón fraterno. Hemos de ser fieles a
nuestra experiencia comunitaria. Algunos hermanos viven con cierta angustia las relaciones
fraternas. Puede que en determinados casos haya verdaderos motivos de desencuentro, pero
aún en esas y en muchas otras ocasiones todo sería más fácil si lográsemos que nuestra
mirada sobre la comunidad y los hermanos no fuese tan poco evangélica. Como si esto de
la comunidad funcionase como una sociedad de intereses. Me escandaliza la frivolidad con
la que a veces escucho hablar sobre los hermanos de la comunidad. Ciertamente no debería
ser así. “Dios nos da hermanos a los que amar” (C 50). No los elegimos nosotros. Nos los
da para amarlos. “Porque, ¿si amas sólo a los que te aman, qué recompensa tendrás? ¿No
hacen eso también los paganos?” (Mt 5, 46). Hemos de saber hacer, en medio de la
dificultad o el desencuentro, una lectura de fe de nuestra experiencia. Las personas han de
ser amadas más allá de simpatías o antipatías. Merecen nuestra acogida más allá de
cualquier malentendido. Merecen nuestra disculpa siempre, en toda ocasión. Merecen
nuestro silencio respetuoso y no nuestra murmuración. Ya sé que esto no es fácil. Pero esto
es el Evangelio. Y después de estos meses de cuarentena y de encuentro con los hermanos
en nuestras comunidades creo que es necesario que sigamos haciendo un esfuerzo por
evangelizar nuestras relaciones fraternas.
Como Don Bosco, queremos vivir con un corazón bueno y generoso. Su propuesta de
vivir el espíritu de familia representa para nosotros un horizonte alentador: “En un clima de
mutua confianza y de perdón diario, se siente la necesidad y la alegría de compartirlo todo,
y las relaciones se regulan no tanto recurriendo a la ley cuanto por el movimiento del
corazón y por la fe” (C 16).
4. 2. Corazón apostólico, corazón del Buen Pastor
Como salesianos hemos descubierto en el centro de nuestro espíritu la caridad pastoral
y tratamos de vivirla: “La caridad pastoral es un impulso apostólico que nos mueve a
buscar las almas y servir únicamente a Dios” (C 10).
Un impulso apostólico... que hemos de saber avivar cada día. Es la llama del Espíritu
que en nosotros resurge siempre como fuerza de Dios y compromiso de entrega a los
demás. La caridad apostólica no sabe de edades ni de jubilaciones. Es un fuego vivo en el
corazón del salesiano cuando se es joven y cuando se es mayor, en la plenitud de fuerzas o
en el cansancio de la monotonía de la vida, en una tarea o en otra, en primera línea o en la
retaguardia. Es la mística del que se mantiene muy cerca del corazón de Dios, en él
descansa y de él toma fuerzas cada mañana para seguir entregando lo que somos y tenemos
por los jóvenes.
También aquí, estoy seguro, encontraremos cada uno de nosotros motivos para rehacer
caminos. Sacudámonos de encima las excusas que nos alejan de los jóvenes. No dejemos
que la comodidad o el creer que ya hacemos bastante nos hagan caer en la tentación de
buscar continuamente tiempo para nosotros mismos. Nuestro padre Don Bosco no se
reservó su tiempo para él. Si hubiera pensado que necesitaba tiempo para “distraerse”, para
“desconectar”, para “oxigenarse” o para reivindicar qué sé yo qué derechos personales... no
hubiera respondido al Señor como lo hizo y nuestra Congregación no habría nacido. Cada
instante, cada momento, cada día son para los jóvenes en la misión que se nos ha
encomendado. Hemos prometido a Dios “entregar todas nuestras energías” respondiendo a
la consagración que ha hecho de nosotros. ¡Nos ha “apartado”, “reservado” para sí!
Por eso no podemos actuar como simples profesionales que esperan finalizar la jornada
laboral o reclaman su derecho a fines de semana, puentes, y vacaciones. Por eso nuestras
casas, como Don Bosco quiso, están siempre abiertas. Sabemos bien que no tenemos un
horario de oficina y que nuestras casas no son academias. Y, ciertamente, no basta con que
las puertas estén abiertas. Es decisivo que estemos presentes, en medio de ellos siempre que
podamos. ¡Qué pena me da el ver hermanos tanto tiempo ante la televisión! Nuestra
presencia física en medio de los jóvenes y de nuestros colaboradores laicos, aunque nos
parezca que no hacemos nada, representa un signo y un testimonio de un valor incalculable.
La dedicación sin horarios ni cortapisas, la palabra sencilla, la sonrisa adecuada, el gesto de
bondad o la presencia amable dan credibilidad a nuestra misión y a la tarea que se nos ha
encomendado.
¡No perdamos la oportunidad de testimoniar a tiempo y a destiempo que “hemos visto
al Señor”! El primer anuncio evangelizador es, sin duda, el de nuestra presencia en medio
de los jóvenes: “Don Bosco vivió, en el trato con los jóvenes del primer oratorio, una
experiencia espiritual y educativa que llamó ‘sistema preventivo’. Para él era un amor que
se dona gratuitamente (...) Don Bosco nos lo transmite como modo de vivir y trabajar, para
comunicar el Evangelio y salvar a los jóvenes con ellos y por medio de ellos” (C 20).
Volver a Don Bosco es volver a los jóvenes. Una presencia que es preventiva, que cuida
el ambiente, pero también una presencia que busca “las distancias cortas” para facilitar los
encuentros personales. Don Bosco lo llamaba “palabritas al oído”. Era, en muchos casos,
para el joven la puerta hacia el acompañamiento personal y para la experiencia del
sacramento de la reconciliación.
Quizás Don Bosco nos recuerde lo que al clérigo Vespignani cuando éste le expresaba
sus dificultades para enganchar con los muchachos: “Ponte cada día junto a la Pompa”, le
dijo. Tendremos que recuperar la fuente, y la presencia del salesiano, y la palabra oportuna
al que, sudoroso en medio del juego, se acerca a beber. He aquí otro de los procesos que
hemos de saber activar.

5. Conclusión
Queridos hermanos, estas palabras se pueden decir de otra manera, con más o menos
acierto, con más o menos epígrafes; pero la intención es ayudarnos a todos a caer en la
cuenta de lo que hoy la Congregación y el Espíritu nos están pidiendo. Cada uno deberá
encontrar sus propios procesos, pero tenemos que ayudarnos a vivir con más calidad
nuestra vida religiosa y salesiana. Ya sé que hay muchos hermanos buenos, entregados y
generosos que nos estimulan cada día con su ejemplo. Pero también sé que muchos de
nosotros anhelamos surcar mares más profundos. Hemos de saber levar anclas y hacernos
definitivamente a la mar.
Da mihi animas, cetera tolle!, nos compromete. Su corazón, tan grande como las arenas
del mar, es una invitación a beber de las fuentes, siempre puras, del manantial del Espíritu.
Preguntas para meditar y reflexionar
Podrían ser estas u otras que proponga quien anime el retiro.
En el PEP existe un perfil de salesiano venezolano, ¿estamos logrando ese perfil?
Si o No justifique su respuesta.
¿Qué se nos querrá decir con eso de activar procesos personales?
¿Cuáles serían los pasos a dar personalmente y comunitariamente para lograr una
conversión salesiana?
Hemos escuchado la frase “con Don Bosco, pero en nuestro tiempo” ¿Qué nos
impide volver a Don Bosco, a la fuente, a Valdocco?
¿Qué significado tiene en mi vida y en mi comunidad la expresión Da mihi animas,
cetera tolle?
¿Qué evaluación me va quedando de este año educativo pastoral?

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