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El punto de vista crápula de un


educador [1] // Ana Laura García
Publicada en 8 de julio de 2019

Quisiera presentar la obra Semilla de Crápula (1943) de Fernand Deligny (1913-1996) como
un libro de guerra. En primer lugar, porque fue escrito durante la Segunda Guerra
Mundial, en el contexto de la ocupación alemana en Francia. En segundo lugar, porque
plantea la guerra existente entre los diferentes modos de entender y asumir la educación
de aquellos niños considerados “problemáticos” para el orden social.

Deligny publica Semilla de Crápula en 1945, dos años después de su redacción. Se trata de
un Deligny muy joven -tenía para ese entonces treinta años-, pero que ya contaba con un
recorrido bien interesante como educador: había trabajado como maestro suplente de
niños con di cultades en París y como educador del Instituto Médico-Pedagógico del
Hospital Psiquiátrico de Armentières. A su vez, desde hacía poco tiempo, se desempeñaba
como consejero técnico de un plan de prevención de la delincuencia juvenil en la región
del Norte de Francia y, sucesivamente, como director del Centro de Observación y
Clasi cación (COT) de Lille. Allí, numerosos niños catalogados de “inadaptados” eran
recibidos para un examen médico y psicológico antes de ser derivados a instituciones de
acogida. El libro Semilla de Crápula nace “del azar de los días” transcurridos en esas
instituciones y prácticas, a veces cargadas de frustraciones y otras veces llenas de
re exiones y búsquedas que sirven de sostén y permiten mantenerse a ote.

Durante esos años, con la intervención del gobierno colaboracionista de Vichy, la cuestión
de la “infancia inadaptada” pasa de iniciativas privadas a manos del Estado. El lema de
ese régimen fue “Trabajo, Familia y Patria”. En un marco fuertemente normalizador y
moralizante, se crean las Asociaciones de Salvaguarda de la Infancia y la Adolescencia
(ARSEA) y los Comisariados de la Familia, con el propósito de conducir las infancias -
vulnerabilizadas por las consecuencias nefastas de la guerra- hacia nes reeducativos y
preventivos. Es un momento de fuerte alianza entre los saberes médico-psiquiátricos y
jurídicos para controlar los cuerpos infantiles y juveniles. Pero Deligny se ubica en otro
lado. Él está comprometido con la Resistencia y transita las experiencias de los centros de
acogida, donde empieza a desplegar una estructura de red abierta, proliferante e inscripta
en la realidad social y territorial de los adolescentes. Contra el con namiento
institucional, comienza a extender redes. Contra un modelo de reeducación “técnico-
profesional”, Deligny pre ere a los educadores de o cio, obreros, artesanos y
desocupados del barrio, que para él tienen la virtud de provenir de los mismos territorios
populares de los que provienen los pibes y, además, no están munidos de las “ideologías
de la infancia” que sí portan los profesionales (Moureau, 1978). De esta manera, el
educador francés ofrece una práctica compleja que nos alienta a tejer juntos los hilos de lo
individual, lo familiar y lo social, nunca unilateralmente. Es un educador que trama de un
modo singular los aportes provenientes de la educación nueva, del escoutismo y de la
educación popular, introduciendo sus propias variaciones.

Semilla de Crápula se agotó al poco tiempo de su primera publicación. Deligny siguió


trabajando ininterrumpidamente como educador dando lugar a nuevas tentativas y se
negó a reeditar el volumen hasta diez años más tarde, en 1955. Ese mismo año escribió un
prefacio que vio la luz en la reciente edición francesa de las Obras (Œuvres) publicadas por
la editorial Lo Arácnido (L´Arachnéen) en el 2017. En ese manuscrito, titulado “Semilla de
Crápula o el charlatán de buena voluntad. Autocrítica de un educador”, Deligny retoma
una cita de Marx para realizar una crítica de la sociedad burguesa y una autocrítica de su
propia posición de clase. En ese prefacio nos habla del sentimiento de ser privilegiado, de
haber nacido y vivido en un barrio burgués y de haber accedido a todos los bene cios y
comodidades que esa pertenencia de clase provee. Al mismo tiempo, reconoce sus
reiterados intentos de fuga para alejarse de esa tribu, desa liarse de lo familiar y
abandonar la clase por el asilo, la militancia y demás alianzas. Sin embargo, no encuentra
el modo de dejarlo atrás porque el privilegio de clase estaba por todos lados: aparecía en la
Universidad, en la literatura que leía o en el privilegio de viajar en tranvía y no a pie.
Entonces, Deligny acude a Marx y su discusión con Proudhon para plantear un juego de
manos o de malabares con las propias contradicciones de clase, elaborándolas -según las
circunstancias- en paradojas que pueden resultar sorprendentes. Quizá Semilla de Crápula
sea esa elaboración paradojal de un pensamiento pulsado por contradicciones y tensiones,
que propone relanzar el juego una y otra vez para convencernos -a los educadores- de que
es el momento oportuno para tomar partido por un punto de vista que no sea el nuestro, el
de siempre, el privilegiado. Un punto de vista crápula, delincuente, salvaje, inadaptado;
esa es la fuerza que puede extraerse de este libro, escrito hace setenta y seis años atrás
como consejos para nosotros, los educadores.

[1] Texto pronunciado en el conversatorio sobre el libro “Semilla de Crápula” organizado


por la Cátedra de Pedagogía Social I y Editorial Cactus y Tinta Limón, realizado el 3 de julio
de 2019 en el Instituto Superior de Tiempo Libre y Recreación, Bs. As, Argentina.

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