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LAS TEORIAS DE LA.

CAUSALIDAD
M. Bunge- F. Halbwachs- Th. S. Kuhn
L. Rosenfeld - J. Piaget

Las teorías de la causalidad

~~~~ Uf1iVHI~IOAO ~lllUI,A Otl Pilm

B8BliOTECA
co~~P~A

Ediciones Sígueme - Salamanca 1977


Tradujo: Miguel A. Quintanilla
Título original: Les théories de la causalité
© Presses Universitaires de France, París 1971
© Ediciones Sígueme, 1977
Apartado 332 - Salamanca (España)
ISBN 84-301-0446-1
Depósito legal: S. 40. 1977
Printed in Spain
Gráfi<;as Ortega, S. A.
Pc.Uig6no El Montalvo - Salamattca, ~1977
Contenido

J. P.IAGET: Intro duccton.


., . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 9

TH. S. KuHN: Las nociones de causalidad en el desarro-


llo de la física . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 11

FR. HALBWACHS: Reflexiones sobre la causalidad física .. 25

M. BUNGE: Conjunción, sucesión, determinación, causa-


lidad....... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 47

L. RosENFELD: Consideraciones no filosóficas sobre la


causalidad en física. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 71

J. PIAGET: La causalidad según E. Meyerson . . ...... . 91


Introducción

Los trabt9os de nuestro Centro internacional de epistemología


genética por su naturaleza misma exigen una colaboración interdisci-
plinaria. En ifecto, el estudio de la formación de las nociones u opera-
ciones elementales tendría significación epistemológica sólo a condición
de comparar estos conocimientos iniciales con sus estadios superiores
y su resultado final en el seno de las diferentes formas del pensamiento
científico. Ahora bien, esta comparación requiere la colaboración de
especialistas en la epistemología de las ciencias en cuestión~ ae histo-
riadores que hqyan estudiado su pasado, de lógicos, de cibernéticos,
etcétera, pues, si no, el trabtdo de los psicólogos dedicados a la génesis
perderla toda motivación. Y asi, dedicados como estamos desde hace
tiempo al estudio de la causalidad, hemos recurrido a los constjos y
ios estimulas de físicos, epistemólogos o historiadores de las ciencias
tan eminentes como L. Rosenfeld, Th. S. Kuhn, M. Bunge y J. M.
Souriau, que han asistido a nuestros simposios,y como F. Halbwachs,
a quien debemos un agradecimiento especial por la fidelidad y la ifi-
cacia de sus constjos durante muchos años. En este volumen se encon-
trarán reunidas algunas de sus contribuciones, a las que hemos aña-
dido un estudio del que suscribe sobre E. Mryerson, CJ!Yas ideas sobre
la causalidad, tan diferentes de las nuestras, exigían un minucioso exa-
men en cuanto que son estimulantes en sus propias paradrijas.
Es inútil recordar que cada uno de los autores de esta obra perma-
nece fiel a su propia perspectiva y que las opiniones pueden por lo tanto
divergir. Particularmente el pesimismo de Kuhn en cuanto al pro-
blema de los progresos de la explicación causal está ligado a su mJ!Y co-
nocida concepción de la sucesión de <<Paradigmas», mientras que en al-
gunos de los capítulos siguientes la evolución de las explicaciones se
interpreta de forma más optimista.
J. PIAGET
\
9
Las noc1ones de causalidad
en el desarrollo de la física 1
Th. S. Kuhn

¿Cuáles son las razones por las que a un historiador de las


ciencias le pueden pedir los psicólogos de la infancia que es-
criba sobre un tema como el de la causalidad en física? Una
de las primeras respuestas es muy evidente para todos los que
están familiarizados con las investigaciones de Jean Piaget.
Sus importantes trabajos sobre las nociones de espacio, velo-
cidad, tiempo o sobre la propia realidad, en el niño, han pues-
to de manifiesto constantemente sorprendentes paralelismos
con las concepciones sostenidas por hombres de ciencia de
épocas precedentes. Si tales relaciones existen por lo que res-
pecta a la noción de causalidad, su dilucidación debe interesar
tanto al psicólogo como al historiador.
Hay también una razón diferente, más personal, válida
quizá solamente para el historiador que soy yo y para el grupo
de psicólogos de la infancia de Ginebra. En efecto, hará unos
veinte años que descubrí, por una parte, el interés intelectual

1. Versión revisada de una comunicación presentada en el XI sim-


posio de epistemología genética, Ginebra, del 27 de junio al 1 de julio
de 1966.

11
de la historia de las ciencias y por otra, y casi al mismo tiempo,
los estudios psicológicos de Jean Piaget. Desde ese momento
los dos han estado, en mi espíritu y en mi trabajo, en profunda
interacción. Una parte de lo que sé sobre la manera de plantear
cuestiones a los científicos desaparecidos la he aprendido al
examinar los interrogatorios de Piaget con niños. Recuer-
do muy vivamente cuánto gravó esta influencia mi primera
conversación con Alexandre Koyré, el hombre que, más que
cualquier otro historiador, ha sido mi maestro. Le dije que fue
a partir de los niños de Piaget cómo había aprendido a com-
prender la fisica de Aristóteles. Su respuesta -que era la fí-
sica de Aristóteles la que le había enseñado a comprender a los
niños de Piaget- confirmó perfectamente mi impresión de la
importancia de lo que yo había aprendido. Incluso en estos
dominios, como el de la causalidad, en los que quizá no esta-
remos completamente de acuerdo, estoy orgulloso de reco-
nocer la huella de Piaget.

I
Si el historiador de la física quiere triunfar en un análisis
de la causalidad, debe, me parece, tomar conciencia de dos pun-
tos, por lo demás ligados, en los que esta noción difiere de
aquellas a las que está acostumbrado. Al igbal que en otros
análisis conceptuales, debe comenzar por la observación de
palabras tales como «causa» y «porqué» cuando aparecen en
las declaraciones y los escritos de los hombres de ciencia.
Pero estas palabras, a diferencia de las que se refieren a con-
ceptos tales como posición, movimiento, peso, tiempo, etc., no
aparecen regularmente en un texto científico y cuando lo
hacen, la declaración tiene un carácter especial. Uno se siente
inclinado a decir, siguiendo en esto una observación hecha
con otros propósitos por J. B. Grize, que el término «causa»
aparece en primer lugar en el vocabulario metacientifico, y no
científico, del físico.
Esta constatación no pretende sugerir que la noción de
causa sea menos importante que los conceptos más típicamente
técnicos, tales como la posición, la fuerza o el movimiento.

12
Pero sugiere que los instrumentos de análisis disponibles fun-
cionan de manera un poco diferente en los dos casos. Al ana-
lizar la noción de causa, el historiador o el filósofo debe ser
mucho más sensible que de costumbre a los rasgos del len-
guaje y de la conducta.
Debe observar no solamente la frecuencia de términos
tales como «causa» sino también los contextos particulares en
los que se evocan tales términos. Recíprocamente, debe basar
el aspecto esencial de su análisis en la observación de los con-
textos en los que, aun cuando aparentemente se ha propor-
cionado una causa, ningún término parece indicar qué parte
de la comunicación global consiste en su referencia. Antes de
haber terminado, el analista que proceda de esta manera está
muy cerca de concluir que en comparación, por ejemplo, con
la palabra posición, la noción de causa tiene componentes
psicológicos y lingüísticos esenciales.
Este aspecto del análisis de la noción de causalidad está
muy próximo a otro en el que Piaget ha insistido desde el
principio, cuando afirma que debemos considerar el concepto
de causa en un sentido restringido y en un sentido amplio.
El primero deriva, pienso yo, de la noción incialmente ego-
céntrica de agente activo al que un sujeto empuja o atrae,
sobre el que ejerce una fuerza o manifiesta un poder. Esto
está muy cerca del concepto de causa eficiente en Aristóteles:
noción que funcionó por vez primera significativamente en
fisica técnica durante el siglo xvn en el análisis de los proble-
mas de colisión. En cuanto el segundo es, al menos a primera
vista, muy diferente. Piaget lo ha descrito como la noción
general de explicación. Describir la causa o las causas de un
acontecimiento es explicar por qué sucede y las propias explica-
ciones físicas son generalmente causales. Sin embargo reco-
nocer esto es confrontar de nuevo la subjetividad intrínseca
de algunos de los criterios que gobiernan la noción de causa.
El historiador y el psicólogo son conscientes del hecho de que
una secuencia de palabras que proporciona una explicación
en una etapa del desarrollo de la física o del niño únicamente
pueden conducir a las cuestiones ulteriores de un estadio si-
guiente. ¿Cesan las cuestiones cuando se dice «la manzana cae en

13
dirección a la tierra a causa de la fuerza de gravedad», o bien hay
que responder buscando además la causa de la propia fuerza
de gravedad?
Una estructura deductiva especificada puede ser una con-
dición necesaria para la adecuación de una explicación causal,
pero no es una condición suficiente. Cuando se analiza la cau-
sación uno debe, por consiguiente, informarse de las reaccio-
nes particulares que, sin recurrir a una fuerza mayor, pondrían
fin a una regresión de las cuestiones causales.
La coexistencia de dos sentidos de causa hace que se com-
plique también otro de los problemas que hemos mencionado
brevemente más arriba. Por razones al menos parcialmente
históricas, la noción estrecha de causa se toma a menudo como
la noción fundamental y se adapta a ella el concepto amplio
de causa, lo que con frecuencia conduce a su deformación.
Explicaciones que son causales, en el sentido estrecho, pro-
porcionan siempre un agente y un paciente, una causa y un
efecto subsecuente. Pero hay otras explicaciones de fenómenos
naturales y vamos a examinar ahora algunas, a partir de las
cuales no se deriva como causa ningún suceso anterior al fe-
nómeno, ni ningún agente activo. Nada se consigue, y no po-
cos artefactos lingüísticos se crean, al declarar que las explica-
ciones de este tipo son causales porque una vez que han sido
dadas, nada hay en ellas que no pueda considerarse como la
causa que se buscaba. Además, en otras circunstancias, estas
mismas cuestiones habrían evocado respuestas causales en sen-
tido restringido. Finalmente las propias cuestiones serían real-
mente causales. Si es que puede trazarse una linea de demarca-
ción entre una explicación causal y no causal, esta línea de-
penderá de matices que no son relevantes aquí. Tampoco es
útil trasformar las explicaciones de este tipo -verbal o ma-
temáticamente- en una forma que permita el aislamiento,
en un estadio anterior, de unos hechos como causa. Se puede
presumir que siempre podrá hacerse una transformación se-
gún una de las técnicas ingeniosas ilustradas por el punto de
vista de Bunge 2 pero el resultado será frecuentemente prívar
a la expresión así trasformada de su potencia explicativa.
2. Ver M. Bunge, Conjtmción, sucesión, determinación, causalidad, infra p. 47.

14
pos1c1on. El fuego surge en la periferia por la misma razón
y las cosas celestes realizan su naturaleza dando vueltas re-
gular y eternamente en su lugar.
Durante el siglo xvu este tipo de explicación comenzó a
parecer lógicamente defectuosa, puro juego de palabras, tau-
tología; y esta impresión subsiste aún hoy. El médico de
Moliere, ridiculizado por explicar las propiedades del opio
según «sus virtudes dormitivas» es todavía hoy una figura que
hace reir. Este ridículo ha sido efectivo y durante el siglo XVII
había ocasión para ello. Sin embargo no hay ningún defecto
lógico en las explicaciones de este género. Durante el tiempo
que las gentes fueron capaces de explicar, como los aristoté-
licos lo eran, un número relativamente amplio de los fenó-
menos naturales en términos de un número relativamente pe-
queño de formas, estos tipos de explicación fueron completa-
mente suficientes. Adquirieron apariencia de tautologías úni-
camente cuando cada fenómeno distinto pareció necesitar la
invención de una forma distinta. En la mayor parte de las
ciencias sociales pueden observarse explicaciones exactamente
paralelas. Si su valor demostrativo es menos potente de lo
que se desearía, la dificultad no es su lógica sino su forma
particular. Sugeriré enseguida que en física la explicación
formal funciona ahora con una notable eficacia.
Sin embargo, durante los siglos xvu y XVIII su papel ha
sido mínimo. Después de Galileo y Kepler, que frecuentemente
se han referido a simples regularidades matemáticas en cuanto
causas formales que no requerían un análisis ulterior, toda
verdadera explicación debía ser de naturaleza mecánica. Las
únicas formas admisibles eran las formas y las posiciones de
los corpúsculos últimos de la materia. Todos los cambios de
posición o de alguna cualidad, como el color o la temperatura,
debían ser comprendidos como el resultado de un impacto fí-
sico de un grupo de partículas sobre otro. Asi Descartes ex-
plicaba el peso de un cuerpo como la resultante del impacto
sobre la superficie superior de partículas del eter circundante.
Las causas eficientes de Aristóteles -empujar o atraer- do-
minaban ahora la explicación del cambio. Incluso el trabajo de
Newton, que ha sido ampliamente interpretado como que se

16
entregaba a libertades en relación a interacciones no mecánicas
entre las partículas, ha hecho poco por reducir el imperio de
la causa eficiente. Newton se desembarazó de un mecanicismo
estricto y fue muy atacado por los que vieron la introducción
de una acción a distancia como una violación regresiva de la
explicación st~dard que dominaba hasta entonces (tenían ra-
zón: los cientificos del siglo xvm habrían podido introducir
una nueva fuerza para cualquier especie de fenómenos y al-
gunos comenzaron a hacerlo). Pero las fuerzas newtonianas fre-
cuentemente eran tratadas por analogía con las fuerzas de con-
tacto. Especialmente en los dominios más nuevos de la fisica,
como la electricidad, el magnetismo, el estudio del calor, la
explicación se ha llevado ampliamente, a través de todo el si-
glo XVIII, en términos de causa eficiente.
Durante el XIX sin embargo un cambio, que había empeza-
do antes en mecánica, invadió gradualmente todo el campo de
la fisica. Como este dominio se hada cada vez más matemá-
tico, la explicación comenzó a desprenderse cada vez más de
la dilucidación de formas apropiadas y de la derivación de sus
consecuencias. La explicación era todavía, en la estructura pe-
ro no en la sustancia, característica de la fisica aristotélica.
Cuando se le pedía a un fisico que explicase un fenómeno na-
tural concreto, escribía una ecuación diferencial adecuada y de
ella deducía, quizá juntamente con ciertas condiciones inicia-
les especificas, el fenómeno en cuestión. Es verdad, que podría
haber sido desafiado a que justificase su elección de una ecua-
ción diferencial, pero este desafio se habría dirigido contra la
formulación particular y no contra el tipo de explicación. Hu-
biera elegido la ecuación correcta o no, se trataba de una ecua-
ción diferencial, es decir, una forma que proporcionaba buena
explicación de lo que había sucedido. Pero, como explicación,
la ecuación no era todavía divisible; no habrían podido ser ais-
lados sin grave distorsión ningún agente activo, ni ninguna
causa que se produjesen, antes del efecto.
Consideremos, por ejemplo, la cuestión de saber por qué
Marte tiene una órbita elíptica. La respuesta muestra las leyes
de Newton aplicadas a un sistema aislado de dos masas en
interacción según una atracción inversamente proporcional al

17
cuadrado. Cada uno de estos elementos es esencial para la
explicación, pero ninguno es la causa del fenómeno. Ningún
elemento es anterior, más bien simultáneo o posterior, al fenó-
meno que debe explicarse. O consideremos la cuestión más
limitada de saber por qué Marte está en una posición concreta
en el cielo en un instante dado. Se obtiene la respuesta al in-
cluir en la solución de la ecuación la posición y la velocidad
de Marte en un tiempo anterior. Estas condiciones iniciales
describen en efecto un acontecimiento anterior que está vin-
culado por deducciones de las leyes al acontecimiento que
debe explicarse. Pero se olvida lo esencial al considerar este
acontecimiento anterior (el cual, por lo demás, podria ser sus-
tituido por infinidad de otros) como causa de la posición de
Marte en un tiempo ulterior preciso. Si las condiciones inicia-
les proporcionan la causa, entonces las causas dejan de ser ex-
plicativas.
Estos dos ejemplos son igual de convincentes y enriquece-
dores en un segundo sentido. Son respuestas a cuestiones que
no serian planteadas, al menos no por un fisico a otro. Lo que
figura arriba como respuesta seria descrito de manera más rea-
lista como soluciones a problemas que el fisico podria plan-
tearse a si mismo o mostrar a los estudiantes. Si se las consi-
dera como explicaciones es porque, una vez que se han plan-
teado y comprendido, ya no hay cuestión que plantearse: ya
ha sido dado todo lo que el fisico puede proporcionar como
explicación. Sin embargo hay otros contextos en los que po-
drian plantearse cuestiones muy semejantes y en los que la es-
tructura de la respuesta seria diferente. Supongamos que la
órbita de Marte se observa como no eliptica o que su posi-
ción, en un momento dado, no es la que puede predecirse
según una solución newtoniana de dos cuerpos en interacción
sometidos a unas condiciones limite. Entonces el fisico se pre-
gunta (o se preguntaba antes de que fuesen bien comprendidos
estos fenómenos) en qué se ha equivocado, porque la experien-
cia difiere de lo que se esperaba. La respuesta en este caso
aisla verdaderamente una causa especifica: aqui la atracción gra-
vitatoria de otro planeta. Muy diferentemente a las regularida-
des, las anomalías se explican en términos que son causales en un

18
sentido restringido. U na vez más es palpable la semejanza con
la fisica aristotélica. Las causas formales explican el orden de
la naturaleza, las causas eficientes su alejamiento de este orden.
Sin embargo ahora tanto las regularidades como las irregula-
ridades son del dominio de la fisica.
Estos ejemplos sacados de la mecánica celeste podrian re-
petirse para otros dominios de la mecánica; y para la electri-
cidad, la acústica, la óptica y la termodinámica considerando
su desar,rollo de finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Pero deberia acentuarse el hecho de que estas semejanzas con
las explicaciones aristotélicas sólo son estructurales. Las for-
mas de explicación fisica que se encontraban en el siglo XIX
no eran del todo como las de Aristóteles, sino más bíen, ver-
siones matemáticas de las formas cartesianas y newtonianas que
habian dominado en los siglos XVII y XVIII. Esta restricción
a las formas mecánicas sin embargo sólo ha durado hasta los
últimos años del siglo XIX. Cuando se aceptaron las ecuacio-
nes de Maxwell para los campos electromagnéticos y se hubo
reconocido que ellas mismas no podian derivarse de las estruc-
turas de un éter mecánico, entonces la lista de las formas que
la fisica podia emplear en una explicación comenzó a aumentar.
De ello ha resultado además en el siglo xx una revolución
en la explicación fisica. Esta vez no en la estructura sino en
la sustancia. Halbwachs 3 lo ha señalado con detalle. Y o inten-
taré aqui únicamente aportar algunas generalizaciones a este
respecto. El campo electromagnético, en cuanto entidad fisi-
ca fundamentalmente no mecánica, teniendo propiedades for-
males y descriptivas únicamente según ecuaciones matemáti-
cas, sólo ha sido el punto de entrada del concepto de campo
en física. El fisico contemporáneo conoce otros dominios de
esta clase y su número va en aumento. La mayor parte se
dedica a explicar fenómenos que ni siquiera habian sido reco-
nocidos el siglo XIX pero también han desplazado fuerzas a al-
gunos dominios, por ejemplo, al electromagnetismo, que an-
teriormente les estaban prohibidos. Lo mismo que en el siglo
XVIII, lo que en un tiempo era una explicación deja más tarde

3. Ver F. Halbwachs, Reflexiones sobre la fausalidadfísica, infra p. 25.

19
de serlo. Y no son únicamente los campos, un nuevo tipo de
entidad, los que están implicados en el cambio. También la ma-
teria ha adquirido propiedades formales, mecánicamente ini-
maginables, como el espín, la paridad, etc., que sólo pueden
ser descritas en términos matemáticos. Finalmente, la entrada
en física de un elemento probabilista aparentemente indeleble
ha producido otro cambio radical en el principio de la expli-
cación. Hoy hay cuestiones perfectamente configuradas sobre
fenómenos observables, por ejemplo, el tiempo en el que una
partícula alpha abandona un núcleo, fenómeno que los físicos
declaran que es en principio inexplicable por la ciencia. Como
acontecimiento concreto, la emisión de una partícula alpha y
bastantes fenómenos semejantes no tienen causa. Toda teoría
que quisiera explicarlos conduciría a un rechazo más bien que
simplemente a una adición de la teoría de los quamtos. Quizás
algunas trasformaciones ulteriores de la teoría física cambiarán
esta impresión, pero en este momento pocos físicos conside-
ran el hiato causal (en sentido restringido) como una imper-
fección. Este hecho puede también indicarnos algo respecto a
la explicación causal.

III
¿Qué puede concluirse de estas líneas? Como resumen mí-
nimo yo sugeriría lo siguiente. Aunque el concepto restrin-
gido de causa haya sido una parte vital de la física de los si-
glos xvn y XVIII, su importancia ha declinado en el XIX y casi
desaparecido en el xx. Las principales excepciones se refieren
a fenómenos de ocurrencia que parecen violar la teoría física
actual pero que de hecho no lo hacen. Estos se explican al
aislar la causa particular de la anomalia y al encontrar que hay
un elemento que se había olvidado en la solución inicial del
problema. Excepto en estos casos, la estructura de la explica-
ción física se asemeja muy estrictamente a la que había desa-
rrollado Aristóteles en su análisis de las causas formales. De
los efectos se deducen cierto número de propiedades especí-
ficas e innatas de las entidades con las que la explicación tiene

20
que ver. El estatuto lógico de estas propiedades y de las expli-
caciones que se han deducido de ellas es el mismo que el de las
formas aristotélicas. La causa en física se ha trasformado de
nuevo en causa en el sentido amplio, es decir, en una explica-
ción. Pero si la física moderna es semejante a la aristotélica en
la estructura causal de sus argumentos, las formas que figuran
en la explicación fisica hoy son radicalmente diferentes a las
de la física de la antigüedad o de la edad media. Incluso esta
breve exposición ha permitido mostrar dos transiciones mayo-
res en los tipos de formas que podrían funcionar de manera
satisfactoria en una explicación física: desde las formas cuali-
tativas, como la gravitación o la levitación, a las formas me-
cánicas; y desde las formas mecánicas a las formas matemáticas.
Un análisis más detallado habría añadido muchas transiciones
más sutiles. Sin embargo transiciones de este tipo plantean
un conjunto de cuestiones que piden comentarios aun cuando
sean breves y dogmáticos.
¿Qué es lo que dirige tales cambios en los principios de ex-
plicación, cuál es su importancia y cuáles son las relaciones
entre la antigua manera y la nueva? Sugiero, respecto a la pri-
mera cuestión, que en física los nuevos principios de explica-
ción han nacido al mismo tiempo que las nuevas teorías con
las que en gran medida son simbióticos. Las nuevas teorías
físicas han sido rechazadas constantemente, como la teoría
de Newton, por hombres que, aunque hayan admitido el nuevo
poder de resolver de esta manera los problemas anteriormente
sin aparente solución, han insistido sin embargo en el hecho
de que no explican nada. Las generaciones siguientes, acostum-
bradas a utilizar la nueva teoria a causa de su potencia, general-
mente la han encontrado explicativa por sí misma. El éxito
pragmático de una teoría científica parece garantizar el éxito
final del modo explicativo que se le asocia. Sin embargo una
fuerza explicativa puede esperar mucho tiempo antes de venir.
La experiencia de bastantes contemporáneos con la mecánica
cuántica y la relatividad sugiere que pueda creerse en una nueva
teoría con profunda convicción y sin embargo no adquirir la
nueva preparación y la costumbre para considerarla explica-
tiva. Ello sucede solamente con el tiempo pero hasta el pre-
sente ha sucedido siempre.
21
El hecho de ser simbióticos en relación con las nuevas teo-
rías no resta importancia a los nuevos modos de explicación.
Pese a lo que hayan pensado bastantes filósofos positivistas,
ciertamente los físicos quieren comprender y explicar la na-
turaleza. Los principios de explicación aceptados forman par-
te de lo que les indica los problemas que continúan aún sin
resolver y los fenómenos que continúan sin explicación. Ade-
más, cualesquiera que sean los problemas sobre los que un
científico trabaja, los principios normales de explicación han
condicionado mucho los tipos de solución a los que puede
llegar. No puede comprenderse la ciencia de ningún periodo
sin comprender los principios explicativos aceptados por sus
practicantes.
Fínalmente, habiendo mostrado las cuatro etapas en el des-
arrollo de la noción causal en fisica, me pregunto si, después de
todo, no podria ponerse de manifiesto en su sucesión un pattern
global. ¿Hay un sentido en el que los principios explicativos
de la fisica moderna son más avanzados que, digamos, los del
siglo xrx y un sentido en el que los del xvnr son más avan-
zados en relación a los de la antigüedad o la edad media? Una
respuesta clara es si. La teoría fisica de cada uno de estos
períodos ha sido mucho más potente y precisa que los que la han
precedido. Los patterns explicativos, integralmente asociados
a la propia teoría fisica, deben haber participado necesaria-
mente en su avance. El desarrollo de la ciencia permite la ex-
plicación de fenómenos cada vez más sutiles. Sin embargo,
únicamente los fenómenos, no las explicaciones, tienen clara-
mente este carácter cada vez más sutil. Una vez abstraída de
la teoría en cuyo interior funciona, la gravitación no es di-
ferente de una tendencia innata hacia el centro y la noción de
campo no es diferente de la de fuerza. Considerados en si mis-
mos como medios de explicación, sin referencia a lo que las
teorías que los invocan pueden explicar, los puntos de partida,
permitidos en una explicación física, no parecen intrinseca-
mente más avanzados en una época más o menos reciente.
Incluso hay un sentido en el que las revoluciones por lo que
respecta . a los modos explicativos pudieran ser regresivas.
Aunque la evidencia está muy lejos de ser concluyente, ello

22
sugiere que, como la ciencia se desarrolla, emplea en sus ex-
plicaciones un número siempre en aumento de formas irre-
auctiblemente distintas. Desde el punto de vista de la explica-
dón, la simplicidad de fa ciencia ha podido disminuir en el
tiempo histórico. El examen de esta tesis requerida otro en-
sayo, pero incluso la posibilidad de tomarla en consideración
puede conducir a una conclusión suficiente. Estudiadas en sí
mismas las ideas de explicación y de causa no producen llamati-
vas evid,encias de ese progreso de la inteligencia que se mani-
fiesta tan claramente en la ciencia.

23
Reflexiones sobre la causalidad física
Fr. Halbwachs

¿Para qué les sirve a los psicólogos que estudian, funda-


mentalmente en el niño, la génesis de la causalidad una visión
general de lo que representa la causalidad para el fisico adulto
y contemporáneo? Esta visión general puede ser interesante
desde un triple punto de vista:
1. Por una parte, a través de su investigación psicológica,
la epistemología genética tiende a abordar, quizá incluso a
resolver, problemas -filosóficos- de epistemología general,
conduce a juicios sobre el valor del conocimiento en general
y en particular de la ciencia como forma superior del conoci-
miento. En el curso de sus investigaciones sobre los estadios
elementales de la causalidad y las vías de su desarrollo, no está
mal que los psicólogos tengan ante sus ojos el punto final al
que conduce la génesis que ellos estudian.
2. Hay una continuidad real entre el niño en el estadio
operatorio, enfrentado a un fenómeno fisico simple, y el fi-
sico que intenta resolver un problema de fisica superior. Esta
continuidad está enraizada precisamente en la categoría de
causalidad. En ambos extremos la cuestión del porqué supone
una misma actitud psicológica, la respuesta a la cuestión de
la explicación y de la comprensión es siempre el descubrimiento
más o menos adecuado de una relación de causalidad.

25
3. El psicólogo experimentador que pone al niño en pre-
sencia de un fenómeno de la realidad física, independiente-
mente del esfuerzo de descentración que efectúe por su parte,
está necesariamente orientado, en su forma de plantear la
cuestión, por el conocimiento cientifico que él mismo, más o
menos implicitamente, tiene del fenómeno. Si es cierto que
la causalidad es el marco fundamental de todo conocimiento
cientifico en general, también lo es en particular para el psicó-
logo en relación con el fenómeno fisico experimentado. Y
en vez de correr el riesgo de sugerir inconscientemente al
niño una exigencia de causalidad o de interpretar incons-
cientemente las respuestas del niño en el marco de sus propias
concepciones causalistas, es mejor que procure conocer y do-
minar conscientemente la explicación causal en su estadio
más elaborado.
Por lo demás, el conocimiento del enfoque genético de un
concepto como el de causalidad es de considerable interés para
un físico que se pregunta por el valor de su actividad -y yo
me siento obligado a dar testimonio de ello aqui-. Todo físico,
conscientemente o no, adopta necesariamente un punto de
vista realista, es decir, que ante un fenómeno que tiene que
explicar busca funcionalmente comprenderlo por medio de
una relación causal a la que atribuye el mismo grado de rea-
lidad que a los propios objetos sobre los que se asienta el
fenómeno. Por el contrario, la mayor parte de los filósofos,
que abordan la causalidad bajo un aspecto general y abstracto,
se siente inclinados a poner en cuestión esta realidad, y su
puesta en cuestión, su reducción al absurdo, o a lo tautológico,
es tan categórica que el fisico, frecuentemente poco hábil para
la reflexión especulativa, puede quedar impresionado hasta llegar
a dudar de si mismo; y no digamos ya nada de aquellos de mis
desafortunados colegas que al aire de tal o cual «crisis» de la
física han podido quedar desconcertados hasta el punto de
pedir perdón y de confesar que el sistema de relaciones cau-
sales que constituye la ciencia física les pareda en última ins-
tancia que habia sido introducido por los científicos en un
mundo fisico que no tenia nada que hacer con él.

26
Los estudios de los fundadores de la epistemología gené-
tica tienen el inmenso mérito de haber demostrado que el lado
subjetivo de la causalidad puede ser abordado desde un punto
de vista científico y de esta manera han hecho que la ciencia pre-
valezca sobre la especulación en un problema considerado
como filosófico. Asi es como hace más de treinta años Piaget
puso en evidencia experimentalmente, desde la más temprana
edad, la forma primitiva de la relación de causalidad como
uno de los invariantes formados en el estadio sensorio-motor.
Esta forma se caracteriza y se distingue de las formas más evo-
lucionadas por el fenomenismo y el egocentrismo a la vez; pero
estos dos carácteres son indisociables y su mera composición
es suficiente, a partir de este estadio, para refutar las concep-
ciones idealistas más clásicas de los filósofos. Por una parte
hay ciertamente experiencia de una sucesión regular de fenó-
menos, siendo asimilada esta regularidad por el niño y conso-
lidada por la costumbre, como quiere Hume, pero, para que esta
sucesión constituya una relación causal es necesario que la
propia acción del sujeto se encuentre en el origen de la sucesión
y aparezca como su primer motor. En consecuencia se produce
una especie de contagio del poder causal que secundariamente se
encuentra delegado a las acciones mutuas de los objetos entre
sí y esto, en una primera etapa, en conexión con otras cualida-
des del sujeto que son igualmente atribuidas a los objetos: éstos
son considerados como si estuvieran animados de intención, de
fuerza, o revestidos de poderes que emanan de la voluntad. Por
otra parte el egocentrismo de la causalidad en el niño no es en
absoluto asimilable a aquél por el que Biran veía en el esfuerzo
motor voluntario, dado en la experiencia interior, el proto-
tipo de la causa que sería posteriormente proyectado sobre el
mundo exterior. El estudio preciso del niño demuestra, por el
contrario, que el punto de partida de la toma de conciencia
elemental de la causalidad es la acción del propio cuerpo al nivel
en que surge dentro del mundo físico como agente físico que
produce un resultado físico.
Finalmente, en respuesta a la concepción kantiana de las
formas a priori de naturaleza lógico-matemática que informan
los datos brutos de la sensación a nivel de la percepción, puede

27
uno remitirse una vez más a los trabajos de la escuela de Pia-
get sobre la génesis de estas mismas formas lógico-matemáticas.
Como estas formas se construyen en cada estadio a partir de la
coordinación y de la composición de las acciones, y posterior-
mente a partir de las operaciones que realiza con ellas el sujeto,
mientras que los conceptos físicos se forman a partir de la coor-
dinación de los efectos de estas acciones sobre los objetos, los
esquemas de acción del sujeto se presentan como el entramado
común que explica el isomorfismo de estas dos series de con-
ceptos y la posibilidad de aplicar, en la relación causal, la de-
ducción lógico-matemática a la experiencia fisica.
Así, desde este primer estadio, a pesar del carácter general-
mente erróneo de las intuiciones causales del niño -o más
bien a causa de este carácter erróneo- el empirismo de Hume,
el espiritualismo de Biran y el intelectualismo de Kant resul-
tan relativamente justificados e interpretados por la conep-
ción fundada sobre la observación científica del niño que sitúa
en el origen de la causalidad la asimilación de las secuencias regu-
lares de fenómenos a los esquemas de la acción propia. Estas doctri-
nas quedan justificadas pero al mismo tiempo sintetizadas,
mutuamente corregidas y finalmente invalídadas en sus afirma-
ciones metafísicas. La causalidad en concreto no es ya una ca-
tegoria sobreañadida, proyectada por el espíritu sobre la natu-
raleza, está sólidamente enraizada -en cuanto a su origen- en
la realidad de la propia acción que es una realidad del mismo tipo
que los objetos y que el sujeto en cuanto agente físico.
En los estadios ulteriores (causalidad operatoria), cuando
las acciones propias se interiorizan en operaciones reversibles
y compuestas, y paralelamente a la formación de los concep-
tos lógico-matemáticos, se produce a la vez, en lo que con-
cierne a la relación causal, una descentración y una formali-
zación. Por una parte, la actividad del sujeto es atribuida,
de forma más o menos antropomórfica, a los propios objetos
-que actúan de forma autónoma mientras el sujeto se retira
progresivamente de la escena-, por otra parte las acciones de
los objetos se trasforman, lo mismo que las del sujeto, en
operaciones formalizadas, reversibles y organizadas que dan cuen-
ta de los vínculos de regularidad que existen entre los fenó-

28
menos. Dicho de otra manera, aunque es cierto que la noción
de causalidad es una respuesta al problema planteado por el
«misterio» de la producción de los fenómenos, vemos cómo
la respuesta de la epistemología genética se apoya sobre la
deducción constructiva a nivel operatorio en el sujeto y pro-
yecta en cierto modo esta construcción estructurada sobre
los propios objetos en forma de causalidad. La causa sería
entonces originariamente y de forma especifica un principio
activo antropomórfico, que se supone que reside en las cosas
y que, a través del paralelismo operación-producción, se
trasforma en un factor de explicación por isomorfismo con la
estructura operatoria, es decir, lógico-matemática del pensa-
miento. Este proceso queda reflejado en el primer vocabulario
de la causalidad que está tomado de las acciones corporales
y que por lo demás subsiste todavía en la ciencia con los vo-
cablos de fuerza, trabajo, energía, como veremos.
Dicho esto, confieso que me encuentro bastante incómodo,
en cuanto físico, ante el concepto general de causalidad cuya
definiCión (en comprensión y en extensión) tenemos que bus-
car en los filósofos, por más que éstos nos ofrezcan muy va-
riadas significaciones del mismo. En efecto, esta definición
(tomada en su significación «media» o, si se prefiere, escolar)
ha sido elaborada por abstracción a partir del conjunto de las
ciencias y ese elevado grado de abstracción es el que hace que,
cuando el concepto vuelve al físico, éste tenga dificultades en
reconocerlo y en comprender con precisión a qué corresponde
en el dominio concreto de la física. A veces se tiene la impre-
sión de que la causalidad filosófica se hace añicos al entrar en
contacto con el modo de pensamiento característico del fí-
sico. Lo mostraremos con un ejemplo tomado de los recientes
trabajos del centro, el de movimiento transitivo.
Tomemos en primer lugar las experiencias de Gilbert
Voyat sobre la trasmisión del movimiento a través de una fila
de bolas en contacto 1 • En un estadio relativamente precoz

1. Ver el volumen XXIV de los Etudes. Otras investigaciones con


Szeminska, E. Ferreiro, etc., se han hecho después sobre este proceso
esencial (ver el volumen XXVI de los Etudes) y han mostrado diversos
niveles de interpretación, de 4-5 años a 11-12 años.
29
el niño dice espontáneamente que la bola inicial ha trasferi-
do a la última bola un pum, un golpe, etc. Esta imagen, que
parece ligada al tipo más elemental de conservación, la con-
servación de los objetos, y que equivale así a sustancializar el
movimiento, es interesante porque uno se siente evidente-
mente inclinado a ver en el golpe la primera intuición de la
causa, tanto más cuanto que los ejemplos de choque de dos
bolas son precisamente los que han animado las viejas discu-
siones entre empiristas y aprioristas sobre el problema de la
causalidad. Uno recuerda que la escuela de Hume y la de
Kant coincidían en rechazar como concepto mágico «el influjo
causal» que se suponía que pasaba de una bola a otra, aunque
naturalmente sus análisis de la causalidad como estructura
epistemológica sean profundamente diferentes. Así pues, pa-
rece que es en este estadio mágico donde captamos la primera
forma del concepto de causa como una sustancia especifica que
explica el movimiento de la bola del extremo.
Pasemos ahora a las experiencias de Magali Bovet sobre
el movimiento comunicado por bolas de pesos y de velocida-
des diferentes a vagonetas de pesos diferentes. En los dos ca-
sos los experimentadores han creído que hacían experimentos
sobre la causalidad y sin embargo en el segundo caso la cuestión
planteada era profundamente diferente: se ha pasado del pro-
blema del porqué del movimiento como tal al problema del
porqué de las diferencias del movimiento según las condiciones.
En el primer caso se ha obtenido una respuesta del tipo «in-
flujo causal» ligada a la construcción operatoria de una entidad
objetiva que se conserva. En el segundo caso el problema
planteado es el problema de la ley que determina las particu-
laridades del movimiento. Encontraremos de nuevo esta opo-
sición sustancialidad-legalidad que es también una de las opo-
siciones dominantes en las discusiones filosóficas sobre la cau-
salidad (concepción metafísica o concepción positivista). Aquí
me contentaré con hacer ver la luz que sobre este problema
puede arrojar el punto de vista del físico. En efecto, aunque
se puede rechazar la idea mágico-metafísica del influjo causal
en cuanto categoria filosófica en general, sin embargo lo cierto
es que, en cuanto categoria física, existe una cantidad física

30
que se conserva en los choques y que será exactamente «tras-
mitida» de la primera a la última bola: es el «impulso», llamado
en otro tiempo «cantidad de movimiento», a propósito del cual
no deja de tener interés señalar que su introducción como can-
tidad conservada fue efectuada por Descartes por deducción
a partir del análisis de la perfección de Dios. Pero, por otra
parte, el problema de las leyes cuantitativas del choque, se
trata también a partir de la ley de conservación del impulso
juntamente con la ley de conservación de la energía, si bien
puede decirse que en el análisis de este fenómeno causal con-
creto, el impulso realiza la síntesis de dos puntos de vista
introducidos aqui bajo la noción de «causa». Expresa la cau-
salidad en cuanto sustancia y en cuanto legalidad, al mismo
tiempo. La oposición de los dos puntos de vista, que es quizá
legítima en una perspectiva filosófica, resulta ilusoria en el
momento en que nos atenemos a una ciencia particular.
Para mostrar más completamente los diferentes niveles en
los que se formula el problema de la causalidad en física, con-
sideremos una experiencia más rica, la experiencia de Oersted,
que modernizaremos un poco para comodidad de la demos-
tración. Tomemos un circuito eléctrico constituido por una
pila de Volta, un interruptor y un hilo enrrollado en espiral
y dispuesto en la dirección este-oeste (figura 1). En el interior
de la espiral o bobina colocamos una aguja imantada, mon-
tada sobre un pivote que se pone en perpendicular con el eje
de la espiral. Si se cierra el interruptor, la aguja se desvía in-
mediatamente dirigiéndose su polo norte hacia la extremidad
derecha de la bobina.

F'IG. 1
CU Z-;!n_ _ ___,

----
Añadamos que si damos la vuelta a la pila, cambiando el
cobre y el cinc, la desviación de la aguja se hará en sentido
• <J
1nverso.
Si ahora planteamos la cuestión: ¿cuál es la causa de la des-
viación de la aguja? la respuesta depende mucho del punto
de vista o del «nivel» en que uno se sitúe. Los filósofos nos di-
rán en general que un fenómeno A es causa de un fenómeno B
cuando le precede en el tiempo y además es necesario para su
aparición. Desde este punto de vista la causa aquí evidente-
mente es el cierre del interruptor. Pero está claro que ésta es
una respuesta completamente superficial del tipo «explicación
verbal», y en general esto es lo que se obtiene cuando se toma
el concepto de causa en su acepción más comprensiva, pero al
mismo tiempo más abstracta, la única que puede alcanzar un
enfoque filosófico. Está claro que el cierre del interruptor lo
único que hace aquí es cerrar el circuito, es decir, completar
toda una situación que es necesaria en su conjunto para la pro-
ducción del fenómeno. En este sentido es inútil querer consi-
derar por separado tal o cual parte del dispositivo; el res-
ponsable de la desviación de la aguja es el conjunto en cuanto
totalidad. Nos damos cuenta así de que hemos pasado del
problema de la causa a la consideración más general de las
condiciones de producción del fenómeno. Es igualmente evi-
dente que hemos fallado en nuestro objetivo, porque la des-
cripción de este conjunto de condiciones seguirá estando to-
davía al nivel de la explicación verbal. Le falta el carácter
esencial de la causalidad, el valor de la explicación propiamente
dicha. Por lo tanto, para que la consideración del conjunto
de las condiciones del fenómeno llegue a ser causal, necesita
todavía estar jerarquizada y estructurada. Tendremos que dis-
tinguir entre todos los factores el que es esencial, y enunciar
el criterio de este carácter «esencial». En todo caso tendremos
razones para rechazar la anterioridad como criterio funda-
mental de la causalidad física. Esto parece un carácter distin-
tivo del dominio físico con respecto a otros muchos domi-
nios, como la biología o la psicología. El criterio esencial de
causalidad, es decir, de explicación, no es histórico.

32
Hay un primer nivel en el que puede formarse un inicio de
estructura causal. Es el de la simetría. Recientes experiencias
sugeridas por R. Carreras con láminas de jabón muestran la
existencia de este estadio de explicación en el niño. Colocando
sobre una lámina de jabón formada en un marco circular de
alambre, un hilo de algodón anudado en forma de anillo, y
perforando la lámina en el interior del anillo, el hilo de algo-
dón adopta la forma de circulo. Un tipo de niños interrogados
sobre el porqué del fenómeno responden que el hilo forma un
redondel porque el marco es redondo, y lógicamente conclu-
yen que, en caso de un marco cuadrado, el hilo de algodón
adoptada también una forma cuadrada. La idea general sub-
yacente es una primera aproximación (errónea) al principio de
Curie; según el cual la simetria de los efectos es como mínimo
igual a las simetria de las causas (aquí el niño piensa implíci-
tamente que son siempre iguales). Esta idea, que no es sino
una consecuencia del principio de razón suficiente, juega un
papel importante en física porque en ella reposa el empleo de
la estructura de grupo. Conduce directamente a una formula-
ción, todavía demasiado abstracta y general para poder pro-
porcionar una explicación concreta, del principio de causalidad
en la forma en que ha sido propuesto por Pasteur: lo que crea al
fenómeno es la disimetría. La aplicación de este principio a la ex-
periencia de Oersted no es nada fácil. Se necesita acudir a la
noción de orientación del espacio y ha sido preciso el genio de
Ampere para formularla correctamente. Consiste en que po-
damos decir que la existencia de dos metales diferentes en la
pila crea una disimetría en el circuito con lo cual podemos
elegir un sentido privilegiado, llamado «sentido de la corrien-
te», que va convencionalmente del cobre al cinc. A partir de
aquí se puede comprender por «razón de simetria>> que las dos
extremidades de la espiral desempeñarán un papel diferente y
tendrán una acción disimétrica sobre el polo norte de la aguja
imantada (teniendo en cuenta que también la aguja es disi-
métrica). La dificultad consiste aquí en que el sentido del
fenómeno depende también del sentido en que se haya enro-
llado el hilo en espiral de acuerdo con la regla: el polo norte
de la aguja es atraído por la extremidad de la bobina en que el

33
sentido de circulación de la corriente es el mismo que el de la
letra N (polo norte), siendo entonces el sentido de circulación
de la corriente en la otra extremidad el mismo que el de la
letra S (polo sur) (figura 2).

FIG. 2
@ ®
Pero tenemos que ir más lejos porque se puede demostrar
que, en general, si la disimetria es necesaria para que el fenó-
meno tenga lugar, es sin embargo siempre insuficiente para
preverlo y explicarlo; proporciona únicamente un marco es-
tructural abstracto para la «verdadera>> causalidad que se re-
fiere a un contenido. Asi en los viejos libros de texto la experien-
cia de Oersted es «explicada» de la siguiente manera: en ciertas
circunstancias (presencia de una pila), que se mantienen al
margen de la cuestión, se constata la realidad o la posibilidad
de los siguientes fenómenos en un circuito: desprendimiento
de calor en los conductores, descomposición quimica de las
soluciones conductoras, desviación de una aguja imantada, des-
plazamiento de una porción de circuito móvil en el campo de un
imán. Estos fenómenos aparecen siempre juntos cuando se
cierra un circuito. Su intensidad varia en el mismo sentido se-
gún las circunstancias (por ejemplo el número de elementos
de la pila), y en una relación cuantitativa precisa. En tal ca-
so «se dice que» el circuito es recorrido por una «corriente
eléctrica» y se define la «intensidad>> de la corriente a partir
de la intensidad de los fenómenos producidos. Es la concep-
ción positivista en la cual la causa, si es que se quiere llamar asi
a la corriente eléctrica, es reducida rigurosamente al cotifunto
de sus efectos. No es una concepción tautológica o puramente
verbal, expresa el hecho experimental de la concomitancia de
todos los efectos y de la relación cuantitativa entre ellos, pero
elimina la causalidad como tal, se niega a plantearse la cuestión

34
de una causa distinta al conjunto de los fenómenos observa-
dos, y por consiguiente a buscar la «naturaleza» de la corriente
eléctrica. Tenemos pues un ejemplo perfecto de reducción de
la causalidad a la legalidad. Y precisamente por esto esta con-
cepción me parece estéril desde el punto de vista científico.
Al reducir la ciencia a un resumen ordenado y estructurado de
las apariencias experimentales, al prohibirle abordar ciertos pro-
blemas que califica de metafísicos y de desprovistos, por de-
creto, de significación, el positivismo tiende a cortar a la fí-
sica sus posibilidades de desarrollo. Precisamente el concepto
de causalidad, la afirmación de que tal concepto tiene una sig-
nificación no tautológica sino plena y rica, es lo que ha con-
ducido siempre a la ciencia hacia nuevos desarrollos.
~in salirnos de la experiencia de Oersted, podemos encon-
trar también una respuesta que, en la estructuración del con-
junto de las condiciones de la experiencia, pondrá el acento
precisamente sobre esas circunstancias exteriores que la res-
puesta positivista deja entre paréntesis. Esta nueva respuesta
afirmará: la causa de la desviación de la aguja, lo mismo que
de todos los demás objetos, es decir, a fin de cuentas la causa
de la corriente eléctrica, es la pila, porque es la que proporciona
la energía sin la cual nada puede producirse. Nos encontramos
aquí ante una nueva concepción filosófica en física, el energe-
tismo, que pretende reducir el conjunto de los fenómenos de
la física a las diferentes trasformaciones de una entidad única
y proteiforme, la energía, que, al conservarse en cantidad,
será frecuentemente concebida como una cantidad pura. De
hecho la historia del desarrollo de la física ha demostrado la
importancia del concepto de energía para la determinación del
aspecto cuantitativo de la relación causal, es decir, para la de-
terminación de su aspecto de legalidad. Sin embargo siempre
ha resultado que el poder explicativo del energetismo era in-
completo. Permite decir cómo, en qué cantidad, según qué
ley precisa tal forma de energía se trasforma en tal otra, pero
no puede explicarnos por qué es precisamente esta forma y no
otra la que aparece en tales circunstancias.
Dejando a un lado el papel importante que la energía des-
empeña en el plano de la legalidad, hay que señalar que la

35
causa considerada como energía presenta un aspecto muy su-
gestivo desde el punto de vista psicológico, y ello nos induce
a pensar que nos encontramos aquí con uno de esos residuos
antropomórficos que la ciencia tiene que procurar eliminar.
De hecho en el niño (lo mismo que en el periodo «infantil»
de cada ciencia) encontraremos también «explicaciones» por
la energía, la potencia, la fuerza, que evidentemente tienen un
origen corporal. Por ejemplo, en la experiencia citada más
arriba sobre las láminas de jabón, se ha encontrado en un es-
tadio bastante elevado a un grupo de niños que explican la
forma redonda del hilo de algodón por fuerzas que se ejercen
igualmente en todas las direcciones y esta explicación -y
esto es lo interesante- les ha sido sugerida por el «modelo»
de un cordón abandonado sobre una mesa y que adopta una
forma circular cuando el niño, ayudado por el experimentador,
-tira de unos hilos que se han colocado radialmente. En general
el niño dirá fácilmente que para producir un efecto se necesita
una fuerza, entendiendo por ello una proyección directa de su
propio esfuerzo corporal. Así pues, si Piaget nos dice que hay
causalidad desde el momento en que las operaciones son atri-
buidas a los objetos, hay que precisar que, por muy importante
que sea este estadio de descentración, todavía no es sino el
punto de partida de todo un proceso por el cual la opera-
ción proyectada sobre los objetos debe todavía ser despojada
sucesivamente de todas sus caracteristicas originarias de acción
humana. Parece que una de las últimas etapas será el abandono
de la energía identificada con la causa, puesto que esta energía
parece el sustituto del sujeto que se considera como la causa
por excelencia de sus operaciones.
Llegamos finalmente a lo que considero la explicación
causal correcta de un fenómeno fisico como el efecto de Oers-
ted. Es la explicación que un fisico actual dada a primera vista.
Nos describiría la corriente eléctrica como constituida por un
fltijo de electrones puestos en movimiento -desde el cinc al co-
bre, advirtámoslo- por la energía de la pila y explicará la
desviación de la aguja en función de las leyes específicas de la
acción de esos electrones en movimiento sobre los átomos
orientados que constituyen la aguja imantada. En esta explica-

36
ción hay que señalar dos aspectos que nos harán percibir dos
carácteres generales de la causalidad física.
Por una parte no es energetista sino sustancialista. La causa
propiamente dicha reside en una sustancia específica que circu-
la realmente por el hilo, no en virtud de una ecuación mate-
mática, como el flujo de energia que es ficticio, sino por un
movimiento real de objetos permanentes que se desplazan desde
un punto a otro (estoy simplificando enormemente, porque,
por una parte, no es un mismo electrón el que recorre todo el
hilo, sino que son electrones sucesivos que ejecutan una es-
pecie de carrera de relevos de un átomo a otro; y por otra
parte, se debe tener en cuenta el aspecto ondulatorio de los
electrones. Pero, convenientemente traducida a este nivel
cuántico de la materia, la noción capital de «materia en movi-
miertto» subsiste integramente).
Por otra parte, semejante explicación causal no es, y no
puede ser, completa. Se contenta con «reducir» el fenómeno
producido a un nivel diferente del mundo físico y a las leyes espe-
cificas de este nivel que, desde luego, tienen que ser a su vez
explicadas. El carácter de progreso, de profundización de tal
reducción consiste en que las leyes elementales de los electro-
nes en relación con el campo electromagnético explican mucho
más que las leyes del efecto Oersted. Reúnen, vinculan y de-
ducen a partir de leyes elementales simples un conjunto de
fenómenos que aparecen juntos en la experiencia pero cuya
relación, simplemente constatada experimentalmente, pareda
hasta ese momento completamente inexplicable. Asi la concep-
ción de la corriente como flujo de electrones permite explicar
el paso de la corriente en el vado y las leyes precisas de los efec-
tos termoeléctrico y fotoeléctrico que se producen en los tu-
bos electrónicos. Unida con la teoria electrónica de los áto-
mos, explica por qué son los metales los que conducen la co-
rriente, al estar dotados sus átomos de electrones muy débil-
mente ligados y por qué hay una relación entre conductibili-
dad para la electricidad y conductibilidad para el calor. Unida
con la teoria de los iones, explica por qué y cómo la corriente
atraviesa las soluciones electroliticas, y da cuenta con precisión
de las leyes de la electrolisis. Finalmente explica por qué un

37
átomo, en torno al cual gira un electrón, se comporta como un
pequeño imán elemental y por qué estos «pares» elementales,
cuando son orientados paralelamente por un campo magnético
exterior se mantienen en orientaciones paralelas por sus acciones
mutuas una vez suprimido el campo exterior, lo cual permite
comprender por qué se puede imantar de forma permanente
una aguja de acero y cómo ésta, tomada en bloque, experi-
mentará un acoplamiento por parte de un flujo de electrones
que pasan a su lado, lo cual explica el efecto Oersted descom-
poniéndolo en acciones elementales de electrón a electrón,
cuyo conjunto constituye propiamente su causa.
Vemos asi toda la fecundidad y toda la riqueza de una con-
cepción de la causalidad que en el fondo se reduce a la via que
vemos seguir de hecho por la ciencia a lo largo de su desarro-
llo y que se traduce por un progreso de su poder de explica-
ción, de donde deriva, por lo demás, su poder de predicción
o de aplicación práctica. Insistamos aún sobre el aspecto fun-
damental que es la división de los fenómenos de la naturaleza
en «niveles» bastante bien separados y relativos a órdenes de
magnitud muy diferentes por lo que respecta a la escala de las
dimensiones, como en el caso aqui considerado, pero también
por lo que respecta a la escala de las duraciones, las velocidades,
las energías, etc. En el marco de esta concepción de los niveles
la fisica inscribe bajo la categoría de causalidad un tipo de ex-
plicación relativa que es una reducción de los fenómenos de un
nivel a los del nivel subyacente. Se comprende entonces que seme-
jante concepción pueda construir una causalidad verdadera que
no es absoluta sino relativa, pero que en contrapartida no es
tautológica sino plena y fecunda. Se; ve igualmente que los
diversos procedimientos mediante los'' cuales los filósofos han
intentado demostrar el carácter vado, tautológico, de la causa-
lidad (expresiones de la causa como el conjunto de las con-
diciones, como el conjunto de los efectos o como el conjunto
de las leyes) se refieren a una concepción absoluta, metafísica
de la causalidad en la cual se ignora la distinción de niveles y
se consideran todos los fenómenos de la realidad en un mismo
plano. Esto equivale a confundir la ciencia, o más exactamente
una rama de la ciencia metodológicamente limitada a un nivel

38
particular y a un sistema finito y cerrado de leyes, con la natu-
raleza que, por el contrario, es inextinguible y se resuelve en
una infinidad de niveles. Así el análisis interminable de lo real
es sustituido por una metafísica que se encierra en un cono-
cimiento finito y abstracto, y el progreso de la ciencia, que
salta de un nivel a otro hasta el infinito, se encuentra inmediata-
mente parado y cerrado sobre sí mismo. Si la cuestión de la
causa del efecto Oersted se planteara de hecho en esta acep-
ción metafísica, entonces yo suscribida con mucho gusto la
opinión ae los neopositivistas de la escuela de Viena para quie-
nes la repuesta es necesariamente tautológica. Sin embargo,
en un contexto diferente, hay una respuesta diferente, tal
como he intentado poner de relieve. Que en este otro con-
texto, el de los niveles, se acepte o no el empleo del térmi-
no de causalidad es ya una cuestión de vocabulario bastante
secundaria.
Me gustada ahora subrayar, siempre en el mismo ejemplo,
otro rasgo característico de la causalidad física. Hemos visto
que la causa -corriente eléctrica concebida como un flujo de
electrones en movimiento- produce una desviación de la
aguja imantada. Podemos preguntarnos ahora si hay una in-
fluencia inversa del movimiento de la aguja sobre la corriente
eléctrica. La respuesta es afirmativa. Cualquier movimiento
de la aguja va a modificar durante toda su duración la intensidad
de la corriente en el circuito por el efecto de inducción. Hay una
reacción del efecto sobre la causa necesariamente ligada a la
relación de la causa al efecto. Dicho con otras palabras, nos
encontramos no con una causalidad lineal sino con una causa-
lidad circular. Es la Wechselwirkung dialéctica de Hegel, que
está de moda hoy con el nombre de feedback. Pero el término
«circular» me parece muy conveniente porque no implica una
repercusión secundaria sino una verdadera reciprocidad. En
efecto, según los dispositivos experimentales, una de las re-
laciones parece predominar, pero en realidad, desde el punto de
vista de la legalidad cuantitativa, son exactamente correlativas.
Por ejemplo, en la experiencia de Oersted el fenómeno visible
es la desviación de la aguja. El hecho correlativo es que en el
periodo de cierre la corriente alcanza su intensidad de equi-
librio un poco menos rápidamente que si no hubiera aguja
móvil dentro de la bobina. Este segundo fenómeno es relati-
vamente difícil de observar, pero las leyes del electromagne-
tismo nos · muestran que la energía mecánica necesaria para
poner a la aguja en movimíento es exactamente igual a la ener-
gía eléctrica ligada con el retraso en el establecimiento de la
corriente. Desde el punto de vista cuantitativo los dos fenóme-
nos tienen la misma importancia, el movimiento de la aguja
es tanto causa como efecto, el establecimiento de la corriente
es tanto efecto como causa. He aquí pues otro punto a propósito
del cual la causalidad física no se somete a las cuestiones clási-
cas planteadas por la metafísica. Añadamos que este carácter
de doble entrada que tiene la causalidad es un aspecto comple-
tamente universal de la causalidad física, siempre que la rela-
ción no sea todavía más complicada e implique relaciones
mutuas entre más de dos términos.
Este fenómeno se expresa de manera muy rigurosa en la
forma matemática que adoptan las leyes de un fenómeno cuan-
do se ha logrado darles una expresión concreta en el nivel con-
siderado: esta forma es la de un sistema de ecuaciones dife-
renciales que expresan cómo las variaciones de uno de los fe-
nómenos están ligadas a las variaciones de otro y reciproca-
mente. Por ejemplo, la causalidad circular subyacente en el
efecto Oersted se expresa en último análisis por las leyes del
electromagnetismo, es decir, por las ecuaciones diferenciales a
las que Marwell ha dado su nombre. Se formulan en dos sis-
temas de ecuaciones reciprocas. Uno nos dice cómo una varia-
ción en el espacio del campo eléctrico produce una variación
en el tiempo del campo magnético, recíprocamente la otra nos
muestra como una variación en el espacio del campo magné-
tico produce una variación en el tiempo del campo eléctrico.
Sería imposible que uno de estos sistemas existiera sin el otro.
Está claro que al nivel de tal análisis la relación de la causa con
el efecto se resuelve en una representación simultánea del con-
junto de los fenómenos y de su relación de tal naturaleza que
cualquier variación de uno llevará consigo una variación determinada
del otro hasta el punto de que resulta absurdo preguntar cuál

40
es la causa y cuál el efecto. La relación lineal es sustituida por
una relación de condicionamiento recíproco.
Cuando se ha tomado conciencia de este condicionamiento
recíproco y uno se propone resolver el problema, es decir, re-
producir el movimiento real de las cosas al nivel de un sistema
de operaciones, parece que uno se encuentra ante un círculo
vicioso. Para la concepción lineal hay una ley que determina la
relación de la causa al efecto. Por consiguiente se puede, e
incluso se debe, tomar la causa como un dato y la ley permite
calcular él efecto sin ambígüedad. Por el contrario, en un sis-
tema de causalidad circular, cada factor está determinado por
el otro y no se puede partir de un dato.
Tomemos un ejemplo simple, el movimiento del péndulo.
La ley de la dinámica nos muestra de qué forma la aceleración
del péndulo depende de la fuerza que recibe: 1 = Lm . Pero
la fuerza depende a su vez de la distancia del péndulo a su
punto de equilibrio: f = - mg ~ ésta depende en cada
momento del movimiento, el cual está determinado por la
aceleración. Este problema les habria parecido a los sabios de
la antigüedad y de la edad media tan insoluble como el de
Aquiles y la tortuga. Sólo en la época de Newton se comenzó
a elaborar una técnica matemática que permite resolver de un
golpe un sistema recíproco como el precedente que, en nota-
ción moderna, se plantea asi:
d2 X X
T = dt2 = - g T' encontrando a la vez la dependencia
de la fuerza (o de la aceleración) y de la posición en relación
con el tiempo.
Merece señalarse una particularidad de este tratamiento
de las ecuaciones diferenciales, y es que la integración no da
la ley exacta del movimiento sino sólo la forma matemática
de la variación de los parámetros en función del tiempo. Que-
dan cantidades arbitrarias para cuya determinación tenemos que
conocer las «condiciones iniciales». Asi, en el caso del péndulo,
sabemos que tendremos un movimiento de oscilación de pe-

41
ríodo T = 2m VT, pero para conocer la amplitud de estas
g
oscilaciones, lo cual es necesario para describir la ley del mo-
vimiento en función del tiempo, tenemos que saber cuáles
eran la posición y la velocidad del pénduulo en el instante cero
(por ejemplo en el instante del lanzamiento del péndulo).
Esto equivale a saber que se ha dado al péndulo un choque
determinado, o que se le ha dejado sin impulso a una distancia
determinada de su posición de equilibrio. Para el estudio de un
fenómeno electromagnético tenemos que conocer la distribu-
ción inicial del campo electromagnético en todos los puntos
en el instante cero y además conocer el campo tal como estará
-o tal como lo mantendremos- en cualquier instante ulte-
rior en cualquier punto de una superficie cerrada que limita
al fenómeno estudiado. Vemos así reaparecer el impulso ini-
cial y el conjunto de las «condiciones» del fenómeno como
uno de los factores de la causalidad (factor auxiliar pero in-
dispensable para la determinación completa del fenómeno)
como consecuencia de la causalidad circular. Hay que sub-
rayar que la intervención de estas «condiciones iniciales>> apa-
rece aqui como ligada a un particularidad del tratamiento
matemático que tenemos que hacer para :reconstruir teórica-
mente el movimiento a partir de su legalidad circular pero,
desde luego, ésta es también una característica objetiva de la
causalidad fisica: la naturaleza «tiene en cuenta» estas condi-
ciones en la producción del fenómeno de la misma forma que
nosotros la tenemos en cuenta en nuestro cálculo.
Hay otro aspecto de la causalidad, o si se quiere un aspecto
de los fenómenos, que es complementario de la causalidad en-
tendida en sentido estricto, y que constituye igualmente el ob-
jeto de numerosas experiencias en el Centro de Epistemología
Genética. Es el aspecto aleatorio de los fenómenos que se in-
duyen en el concepto más bien vago de azar. A primera vista
parece que en las distribuciones estadísticas se alcanza una le-
galidad particular que no está ligada a una causalidad sino a
una ausencia, o mejor a una laguna, de la causalidad. Más
precisamente, en :relación con lo que hemos dicho más arriba

42
sobre el principio de razón suficiente y la noción de simetría,
nos encontramos ante un caso en que la ausencia de disimetría
excluye una determinación causal estricta del fenómeno. Asi,
en una partida de dados, si el número de tiradas es suficiente-
mente grande, cada cara saldrá sensiblemente el mismo número
de veces, puesto que ninguna disimetría viene a favorecer a tal
o cual número. A partir del estadio operatorio el niño es per-
fectamente capaz de comprender este proceso y de prever el
resultadq, aun en casos relativamente complicados, como han
demostrado las experiencias de Vinh Bang sobre la ley bino-
mial. Sucesivamente se introducen unas bolas en un canal ver-
tical que alimenta escalones inferiores de canales dispuestos
en zig-zag de forma que a la salida de cada uno de ellos las
bolas chocan con un tope que las desvía bien sea a la derecha
o bien a la izquierda, al azar. Se trata de prever la ley de dis-
tribución estadística de las bolas cuando llegan al último es-
calón. Los niños logran sin dificultad combinar dicotomías
sucesivas desde el momento en que han comprendido cómo
juega el azar en cada tope y se ve muy claramente cómo llegan
a dominar esta distribución elemental proyectándose ellos mis-
mos sobre el fenómeno y atribuyendo sus operaciones a los
propios objetos: las bolas «dudan», «no saben si deben ir a
izquierda o derecha», etc.
Por lo demás, un caso como este, en el que se trata de una
verdadera ausencia de causalidad, es decir, de un fenómeno
simple que no comporta disimetría causal, no es el más intere-
sante para el físico. El caso más general, el que plantea pro-
blemas, es aquel en el que hay combinación de una lry causal y de
una lry aleatoria. Por ejemplo, supongamos un arma automá-
tica rígidamente fijada sobre un afuste y que dispara balas
idénticas utilizando cargas idénticas. Parece que, como las
condiciones de cada movimiento son las mismas, todas las ba-
las deberían alcanzar el objetivo en el mismo punto. Yc~fectiva­
mente el tratamiento físico del problema utiliza las leyes de la
balística, atendiendo a la resistencia del aire y calcula un punto
de impacto bien determinado, expresión del principio sub-
yacente a todo el cálculo, y más en general a toda la física, se-
gún el cual «las mismas causas producen los mismos efectos>>.

43
Pero en realidad sabemos muy bien que nunca obtendremos un
punto de impacto único. En torno al punto ideal que preve el
cálculo se obtendrá una distribución de los puntos de impacto,
distribución en curva de Gauss cuya forma puede ser igual-
mente calculada de antemano a partir de las <<leyes del azar».
El fenómeno no tiene en si mismo nada de misterioso y no
tenemos ninguna dificultad para dar cuenta de la dispersión
por las ligeras sacudidas sísmicas imprimidas al afuste, las fluc-
tuaciones locales del movimiento del aire, las irregularidades
de la máquina que ha fabricado las balas y los cartuchos. Las
características comunes de estos factores de perturbación con-
sisten en que son causados por factores exteriores a la ley cau-
sal utilizada en el cálculo, actúan de manera incoherente por lo
que respecta a esta lry causal y, como no pueden ser conocidos
individualmente, sólo pueden entrar en el cálculo de forma
aleatoria.
Esta situación es completamente general. Se refiere una vez
más a la diferencia entre la ciencia física y la realidad fisica, y
a la existencia de niveles en la naturaleza. De hecho, la fisica
no considera la causalidad real sino una causalidad abstracta
que aisla y trata en si mismo un sistema de «leyes causales»
característico de un nivel determinado de la realidad. Este
sistema de leyes es establecido y utilizado en una situación
«pura» en la que el fenómeno estudiado ha sido protegido
todo lo posible por diversas precauciones experimentales de
toda inferencia con los factores que están en juego a otros ni-
veles. En último término, cuando las precauciones experimen-
tales resultan ineficaces, la ley exacta es «abstraida» de los re-
sultados experimentales por eliminación de los factores ad-
venticios en los cálculos mismos. Finalmente se alcanza un
sistema puro de leyes causales que sólo pueden describir una
situación ideal. Pero en la realidad experimental se tendrá
siempre una intervención de fenómenos que actúan a otros ni-
veles y que perturbarán con mayor o menor fuerza el funcio-
namiento de la ley causal, y que intervendrán de forma inco-
herente en relación con esta ley, es decir, que «debilitarán» el
resultado preciso de esta ley en una distribución aleatoria.
Así -y aquí también la bella ordenanza de la causalidad me-

44
tafisica se encuentra sensiblemente perturbada- la descripción
teórica exacta de un fenómeno físico será siempre el resulta-
do de la combinación de una lry causal y una lry aleatoria,
contrapartida de la interdependencia de los niveles de la na-
turaleza.
Señalemos para terminar que si la física es, a pesar de todo,
en última instancia, una ciencia relativamente exacta, ello se
debe probablemente a una situación privilegiada caracterís-
tica de la realidad física: y es que aquí los diferentes niveles,
que soportan leyes cualitativamente diferentes, pertenecen a
órdenes de magnitud mtry diferentes. Así, en comparación
con las unidades propias del nivel de la física, la velocidad de
la luz que entra en consideración al nivel «relativista» es medida
por ,un numero mtry grande, las dimensiones atómicas que
introducen la discontinuidad característica del nivel «atómico»
son medidas por números muy pequeños y aun más pequeña
es la constante de Planck que entra en juego al nivel «cuán-
tico». Así los diferentes niveles están en la naturaleza física
muy ampliamente separados, de ahí que la ciencia física pueda
subdividirse en dominios específicos, cada uno con su propia
legalidad, y que pueden ser considerados aisladamente con una
excelente aproximación, cosa que no parece suceder con otros
dominios tales como la biología o la psicología. Sin embargo
este carácter relativamente privilegiado de la física, que hace
de ella el dominio más adecuado de aplicación de la causali-
dad, no debe hacernos olvidar que la interferencia de los nive-
les, y por consiguiente el aspecto estadístico de todo fenómeno,
nunca está rigurosamente ausente. Por lo demás la caracteris-
tica del nivel cuántico es que las interferencias de niveles ad-
quieren aquí una importancia mucho más grande, la ley alea-
toria está ligada mucho más profundamente a la ley causal,
lo cual se traduce por las famosas relaciones de incertidumbre
de Heinsenberg y por ello la expresión misma de la causali-
dad se encuentra alterada a nivel cuántico.

4.5
Conjunción, sucesión,
determinación, causalidad
M. Bunge'

La investigación cientifica avanza empleando ciertas hi-


pótesis metafisicas tales como: no existen propiedades o acon-
tecimientos aislados, el presente es la infancia del pasado y
nada puede librarse de influencias exteriores. Estas hipótesis
han sido formuladas y analizadas numerosas veces a lo largo
de los últimos 2.500 años pero todavia necesitan clarificación
En concreto se debería determinar más exactamente lo que se
entiende por «dos acontecimientos o dos propiedades son
conjuntas», «el presente determina el futuro», y «una cosa
determina a otra y en especial es su causa>>. En esta exposición
se intentará clarificar estas ideas siguiendo lineas diferentes a
las de ciertos trabajos anteriores 1 aunque compatibles con
ellos.

1. Preliminares: sistema, propiedad, acontecimiento

Puesto que vamos a tratar de ciertas relaciones entre las


propiedades de los sistemas asi como entre acontecimientos,

1. M. Bunge, Causality, Cleveland-New York 21963; Causality,


chance and law: American Scientist 49 (1961); Causality: a rejoinder: Philo-
sophy of Science 29 (1962); A general black hox theory: Philosophy of
Science 30 (1963).

47
conviene estipular lo que entenderemos en lo sucesivo por
estos términos.
Por sistema se entenderá un objeto cualquiera, físico o cul-
tural, del género material o del género campo, que exista en el
espacio y en el tiempo y se comporte en ciertos aspectos como
una unidad. Un electrón, una célula, una persona y una co-
munidad son sistemas. Para indicar que un individuo es un
sistema de clase :E se escribirá: a E :E.
Supondremos que todo sistema está caracterizado de for-
ma exhaustiva por sus propiedades, sean conocidas o desco-
nocidas, en número finito. Contaremos entre las propiedades
las relaciones y las interrelaciones y llamaremos P(:E) al con-
junto de las propiedades que caracterizan a :E: P(:E)=[Pl, P2,
... , Pn]· Supondremos también que toda propiedad P; podrá
ser representada por una función o un operador F;. Más pre-
cisamente supondremos que cada clase :E de sistemas está ca-
racterizada de manera exhaustiva por un número finito n de
funciones reales (o de operadores hermitianos) F; «definidas»
sobre :E. En símbolos, F;: :E __.,.. R, donde la flecha indica la
aplicación y R es un segmento de la recta real. Supondremos
también que cada una de estas funciones F; es fundamental en
el sentido de que no puede ser definida en función de otras
funciones de la misma familia aunque esté ligada a otras (Re-
cordemos las diferencias entre una relación funcional y una
definición). Para ello la amplitud y la fase de una función
compleja se contarán como dos funciones independientes, y
cada componente de un tensor será considerado como una
función sobre :E. Ejemplo: todos los cuerpos gaseosos per-
fectos de una masa dada y de una composición química dada
están caracterizados, desde el punto de vista macroscópico,
por tres funciones definidas sobre este conjunto :E: el volumen
V, la presión interna p, y la temperatura T. Todas las otras
propiedades de . los miembros de :E son representables por
funciones de estas tres funciones que, por esta razón, merecen
el nombre de fundamentales.
Un estado o condición s de un sistema a de una clase :E
dada, será representado por un n-tupla ordenado de los va-
lores (o de los valores propios) de todas las n funciones (u

48
operadores) fundamentales F; que caracterizan a~- (En general,
un tal n-tuplo caracterizará solamente el estado de un punto
del sistema). Dos estados s y s' de un mismo sistema son di-
ferentes si, y solamente si, los n-tuplos correspondientes di-
fieren al menos en una coordenada. Por ejemplo, el estado de
un cuerpo gaseoso perfecto con una masa y una composición
química dadas está representado por un término ordenado
de los valores de V, p y T para a, es decir: s " <V(a), p(a),
T(a)>, donde " designa la relación semántica «representada» 2 •
De forma análoga el estado de un individuo humano podría
ser representado por los valores de un gran número de varia-
bles tales como el peso, la presión arterial, el nivel de glucosa,
la agudeza visual, y el grado de adaptación social. El conjunto
de todos los valores accesibles de las funciones fundamentales
de un sistema a constituye el espacio de los estados S(a) de a.
En el caso de un gas ideal, el espacio de estados es el conjunto
de todos los términos de valores de las variables de estado,
es decir el producto cartesiano de los condominios de las tres
coordenadas termodinámicas. Aunque se suponga que cada
estado es representable po un n-podo de valores, la recíproca
no es verdad: no todos los puntos del espacio cartesiano Rn
representan estados posibles. Por consiguiente el espacio de
los estados es un subespacio del espacio Rn.
Un acontecimiento en un sistema a, sea simple o sea com-
plejo, es un cambio cualquiera en el estado de a. En otras
palabras, un acontecimiento e que implique a a puede ser re-
presentado por un par ordenado de estados diferentes de a:
e " <scr;, scr¡>, donde Sr:;¡ y scr¡ son puntos diferentes del espa-
cio S(a) de los estados de a. Por consiguiente cada acontecimien-
to puede ser considerado como un segmento orientado en S(a).
La trasformación idéntica sr:;; -->- scr¡ es un no-acontecimiento;
es decir, que una condición que persiste no es un aconteci-
miento. Para que dos acontecimientos sean diferentes es ne-
cesario y suficiente que los pares correspondientes difieran
al menos en una coordenada. A no ser que el tiempo figure

2. Cf. M. Bunge, Foundations of physics, Berlin-Heildelberg-New


York 1967, cap. I.

49
entre las funciones fundamentales que caracterizan a la clase
del sistema, dos acontecimientos que impliquen a un individuo
(simple o complejo) de la clase a serán idénticos si, y solamente
si, están representados por el mismo par de estados, cuales-
quiera que sean los tiempos en que tienen lugar. El conjunto
de los acontecimientos posibles que implican a a es la colección de
todos los pares ordenados de los puntos del espacio de los es-
tados, es decir E(cr) = S(cr) X S(cr). El conjunto E(cr) es un
espacio vectorial real de 2n dimensiones.
Cada espacio de acontecimientos puede ser analizado en
un cierto número de subespacios, cada uno de los cuales re-
presenta todos los acontecimientos posibles de una clase. Por
ejemplo, los cambios de temperatura forman una clase de
acontecimientos. Pero, a causa de las relaciones funcionales que
existen entre la temperatura y algunas otras variables, no hay
cambio de temperatura puro. El conjunto de los acontecimien-
tos que implican a a y que está caracterizado por cambios en
cada miembro de su subconjunto A(~) e P(~) de propiedades
fundamentales puede ser llamado conjunto de los acontecimientos
de la clase EA. Asi EA(~) y EA(~') designarán dos conjuntos
de acontecimientos posibles de clases diferentes que impliquen
respectivamente a los sistemas ~ y ~·.

2. Conjunción de acontecimientos
Analicemos en primer lugar la idea de que dos aconteci-
mientos se producen conjuntamente, ya sea en el mismo lugar
y en el mismo tiempo o no, ya sea invariablemente o con una
frecuencia constante.
Se dirá que dos acontecimientos ea, e' cr' que afectan a las
cosas a y a' (no necesariamente diferentes) son invariablemente
conjuntos si, y solamente si, cada vez que se produce ea se pro-
duce también e' a' y reciprocamente. Es decir,
Def. 1.
J(ea e~,) = a¡(3 Sa;)s (3 5a¡)s (ea A <sai' sal ) )
<=> (3 sa•i•)s, (3 sa•/•)s, (e~.
A <sa'i'' sa'f' )). (2.1)

)O
Evidentemente todo acontecmuento es conjunto consigo
mismo; además la relación de conjunción es simétrica y refle-
xiva. Esto es suficiente para demostrar que el análisis de la
causalidad como conjunción constante (Hume) es falso. En
efecto, la relación causal, aunque es transitiva, es no reflexiva
y antisimétrica.
Consideremos ahora dos clases EA y EA· de acontecimientos
que afectan a sistemas de tipos cualesquiera -por ejemplo la
clase de )os relámpagos y la clase de los truenos-. Se dirá que
estas clases son invariablemente cof{juntas si, y solamente si, cada
miembro de EA tiene al menos un correspondiente en EA·, y
recíprocamente, de forma que cada par <e, e'> E EA X EA·
es invariablemente conjunto:

Def.' 2.
J(EAEA.) = ci/(e)EA (3 e')EA' J(ee')
& (e')EA· (3 e)EA J(e' e). (2.2)
El principio de co,Yunción invariable puede entonces ser inter-
pretado en el sentido de que afirma que, para cada clase EA
de acontecimientos existe otra clase EA· =f= EA tal que EA y EA·
sean invariablemente conjuntas:

(A)Pc!:¡{EA(~) =? 0
=> (3 A')P(!:') [A =? A' & EA.(~') =? 0 & J(EAEA,)]}. (2.3)

Una idea más refinada sobre la conjunción de aconteci-


mientos es la idea de conjunción estocástica. Se dirá que dos
acontecimientos e, e' son estocásticamente cof{juntos si, y solamente
si, su probabilidad conjunta no es nula:

Def. 3.
SJ(ee') = ci¡(3 p)R [Pr(e & e')= p > 0]. (2.4)
Este caso sólo se dará cuando las probabilidades indivi-
duales de e y e' difieran de cero. En un <<Universo» con un pe-

51
queño número de objetos independientes, como por ejemplo
una tirada de dados, todos los acontecimientos estarán estocás-
ticamente ligados. Pero esta relación será cada vez más débil
a medida que aumente el número de objetos. En el universo
real, la probabilidad, o más bien la diferencia entre la proba-
bilidad real y la calculada, suponiendo acontecimientos total-
mente independientes, será la medida de la intensidad de la
conexión estocástica. Caso especial: si p = 1, entonces e' se
producirá cada vez que se produzca e y recíprocamente. Es
decir, si p = 1, entonces SJ = J.
Se dirá que dos clases EA y EA· de acontecimientos son
estocásticamente co'!}untadas si, y solamente si, cada par <e, e'>
EEA X EA· es estocásticamente conjunto:

Def. 4.
SJ{EAEA.) = aAe)EA (3 e'hA' SJ(ee')
& (e')EA' (3 e)EA SJ(e' e). (2 .5)

En ausencia de teorías que permitan calcular las probabi-


lidades, se utilizarán, bien sea las frecuencias relativas, o bien
los coeficientes de correlación. Pero en este caso, es decir,
si hay que limitarse a datos empiricos sin poder analizar el
mecanismo de los acontecimientos, no se podrá afirmar que dos
clases muy fuertemente conjuntas lo sean invariablemente.
, El principio de conjunción estocástica afirma que, para
cada clase EA de acontecimientos, existe otra clase EA· =/= EA
tal que Ey y Ey' sean estocásticamente conjuntas:

Finalmente diremos que dos clases de acontecimientos son


regularmente co'!}untas si, y solamente si, son conjuntas, bien
sea invariablemente o bien estocásticamente. Y el principio
general de conjunto regular podrá enunciarse asi: dada una
clase cualquiera de acontecimientos, existe otra clase de acon-

52
tecimientos, diferente de la anterior y tal que ambas clases son
regularmente conjuntas.
Hasta aquí no se ha dicho nada ni de las relaciones tempo-
rales entre acontecimientos ni de la forma como están conec-
tados. Si no fuera una conjunción regular (invariable o esto-
cástica) se diría que es accidental. Pero desde luego las con-
junciones completamente accidentales son irregulares: ni si-
quiera tienen una probabilidad constante, aunque puedan
mostrar ,una frecuencia relativa constante a corto plazo. De
todas formas la ciencia teórica se ocupa poco del aconteci-
miento considerado como totalidad, de manera que será útil
pasar a la conjunción de las propiedades.

3. Conjunción de propiedades

Sea :E un conjunto de sistemas cada uno de los cuales será


tratado como una unidad aunque pueda ser muy complejo.
Sean F 1 y F 2 dos funciones sobre :E que representan respecti-
vamente propiedades P1 y P 2 de un a E :E cualquiera, es decir,

Fi ~ Pp i = 1,2, X, Y s; R. (3.1)

Por ejemplo, P 1 puede ser la extensión y P 2 la agitación


térmica de un cuerpo. Entonces x E X será un valor del volumen
e y E Y un valor de la temperatura de ese cuerpo.
Diremos que las propiedades P 1 y P 2 son concominantes,
o simplemente conjuntas, si, y solamente si, los valores x de
F 1 e y de F 2 en el punto a están en relación funcional. Es decir,
que se dirá que P 1 y P 2 son simplemente cof!iuntas si, y solamente
si, existe una tercera función G tal que para un a fijo pero cual-
quiera, y = G(x).
Es decir,
Def. S. Si
F1 ~ P1 & F 2 ~ P 2 & F1 : ~ -7 X & F2 : ~ -7 Y & X, Y s; R,

53
entonces:

(3.2)

hjemplo. La masa y la energía de un cuerpo son simple-


mente conjuntos. En virtud de esta relación funcional, la de-
terminación (en el sentido de conocimiento) de una nos per-
mitirá determinar (calcular) la otra. Es decir, dado (conocido
o supuesto) un valor x E X de F ¡, la función G nos permitirá
calcular o determinar el valor correspondiente y = G(x) de
P 2· De ahí que normalmente se diga que P 1 determina a P 2 •
Pero esta expresión es confusa, porque una dependencia fun-
cional de P 2 con respecto a P 1 no es suficiente para concluir,
partiendo de ella, la primacía de P 1 con respecto a P 2 • En efecto,
en la mayor parte de los casos la función G posee, en algún
dominio, una inversa, de forma que, en ese dominio x = G-1
(y). Esta determinación es pues puramente epistémica, es decir,
que consiste en una inferencia de una pieza de información
a otra: no tiene correlato óntico más allá de la simple con-
junción.
La cosa cambia cuando las propiedades conjuntas perte-
necen a diferentes niveles de organización, por ejemplo, el atómico
y el molecular. En la mayor parte de los casos, si P 1 pertenece
a un nivel de organización inferior al de P 2, entonces: si P 1
y P 2 son conjuntas, entonces P 1 determina a P 2 pero no recí-
procamente. Por ejemplo, las características genéticas deter-
minan la mayor parte de los caracteres fenotípicos. Pero en
la sociología y la psicología se encuentran también muchos
casos en los que lo superior determina a lo inferior 3 . En

3. Cf. M. Bunge, Leve!s: a semantica! pre!iminary: Review of Meta-


physics 13 (1960) y On the connections among levels, en Proceedings of the Xllth
Iñternational Congress of Philosophy VI, Florence 1960, 63.

54
cualquier caso, si dos propiedades que pertenecen a niveles
de organización diferentes, son regularmente conjuntas, en-
tonces una determinará a la otra en el sentido de que la deter-
minante podrá existir sin la determinada, pero no reciproca-
mente.
En la mayor parte de los casos la conjunción liga ·a más
de dos propiedades; por consiguiente las relaciones funcio-
nales hacen intervenir a más de dos variables. En todos los
casos la propia relación funcional podrá ser denominada
enuncia/lo de ley o proposición nomológica, con tal de que esté
bien corroborada y pertenezca a un sistema teórico. De lo
contrarío, será una hipótesis sin soporte empírico yfo teó-
rico 4 •
Dos o más propiedades pueden ser conjuntas de otra for-
ma: estocásticamente. Tal será el caso cuando un valor x E X
de F 1 determine la probabilidad de que el valor y E Y de F 2
se encuentre en un cierto intervalo [y¡,y 2] en vez de determinar
el valor de y en sí mismo. Diremos que las propiedades repre-·
sentadas por F 1 y F 2 son estocásticamente co'!}untas si, y solamente
si, los valores de F 1 están funcionalmente ligados a las pro-
babilidades de los valores de F 2 , es decir, si existe una tercera
función G tal que Pr (y E [y¡, y2]) = G (x), donde Pr satis-
face a los axiomas del cálculo de probabilidades. Es decir,
Def. 6. Si
F 1 ~ P1• & F 2 ~ P2 & F 1 : :S -+ X & F 2 : :S -+ Y & X, Y s R,

entonces
(3.3)
F,
1;~x

:t/
[0,1]
4. Cf. M. Bunge, Scientific research I: The search for truth, Berlin-
Heildelberg-New York 1967, cap. VI.
55
En general, tanto para la conjunción simple como para la
conjunción estocástica de las propiedades, G será una funcio-
nal más bien que una función. En el caso más simple los va-
lores de F 1 y F z dependerán de un solo parámetro 't, habitual-
mente interpretado como el tiempo. En este caso la conjunción
de las propiedades adoptará una de las formas:

y(t) ~ T=l
= G[x(•)]. (3.4)
Pr(y(t) E [yl,y2]) T=t.

En especial la dependencia funcional podrá adoptar la


forma:

:~~x(-r}] = { d-r. T(-r, t)H [x(-r)]. (3 .5)

El conjunto de los valores )x ('t)( es la historia del sistema


por lo que respecta a su propiedad F¡.
Hasta aqui las funciones y las funcionales que intervienen
en la conjunción, simple o estocástica, representan propiedades
correlacionadas de un sistema de una clase dada, un sistema que
puede ser simple o complejo pero que, en cualquier caso, es
tratado en bloque (salvo en el caso de las propiedades que
pertenecen a diferentes niveles de organización). No hemos
tratado de la determinación de una propiedad por otra del mísmo
nivel, sino solamente de solidaridad (invariable o estocástica)
entre propiedades de un único sistema. Está claro que no es
posible una relación causal entre propiedades o estados de una
misma cosa. Con otras palabras, hasta ahora nos hemos ocupado
de aspectos que se refieren a una misma cosa. La hipótesis
según la cual cada aspecto de un sistema es solidario como
minimo de otro de sus aspectos constituye un principio meta-
físico sobre el que se apoya la investigación científica. Enun-
ciémoslo con más precisión.
El principio de la cot!}unción regular de las propiedades afirma
que cada función («variable») que caracterice a un sistema

56
cualquiera es conjunta como m1rumo de otra función del
mismo sistema, ya sea invariablemente (conjunción simple),
ya sea en una proporción constante de casos (estocásticamente).
Es decir,

Si no se creyera en este principio metafísico no se buscarían


relaciones entre propiedades. Y si esta búsqueda fuera estéril,
no se debería creer en este principio. Una metafísica es cientí-
fica en la medida en que sus principios (hipótel\is) son útiles
para la investigación de la verdad por el método de la ciencia.

4. Determinación del presente por el pasado

Consideremos las fórmulas (3.4) y (3.5). Si se interpreta a


't y a t como términos que designan al tiempo (o más bien al
valor de la función de duración), y si se añade la condición
to < t, entonces estas fórmulas dicen que el valor de F 2 en el
tiempo t (o bien la probabilidad de que y se encuentre, en el
tiempo t, en un intervalo dado) es un resultado de la historia
del sistema, entre t 0 y t, por lo que respecta a la propiedad
P 1 (La acción instantánea será representada por la opción
H [x ('t)] = S ('t - t) en (3.5). Siempre que la dependencia de
P 2 respecto de P 1 sea no anticipatoria o retardada, se dirá que
es satisfecho el principio de acción retardada o principio de ante-
cedencia.
La fórmula (3.4) presenta una forma general de este prin-
cipio a condición de que ' y t sean interpretados como el
tiempo:

y(t) (= "C:[x(-r)]. (4.1)


Pr(y(t) e[yl,yJ) \ 1:=-CX>

(En el caso de un ser vivo el valor de G será nulo entre


oo y el momento de la primera división celular originada

57
en su nacimiento). Concretamente la dependencia del presente
respecto del pasado podrá adoptar la forma

y(t)
P r (yt
() E [Yl•Y2J1
) = f'
-co
d-r T(-r, t)H [x{-r)]. (4.2)

La generalización de esta fórmula al espacio-tiempo es


inmediata, pero no nos interesa aqui.
En física contemporánea, especialmente en la teoría de la
dispersión, se da el nombre de relaciones o condiciones de
causalidad a ciertas formas especificas del principio de acción
retardada (Así por ejemplo, se dirá que la causalidad implica
la invariancia relativista o que los campos deberán satisfacer
la condición de causalidad). Este nombre es inadecuado porque
el principio de acción retardada afirma solamente que ciertas
variables son conjuntas de tal forma que toman sus valores
una después de la otra. El principio no sólo se aplica a rela-
ciones entrada-salida, sino también a ciertos pares de funciones
que representan aspectos diferentes de un mismo sistema, es
decir situaciones en que no hay entrada y salida. De hecho las
relaciones (4.1) a (4.3) pueden describir la evolución de las
propiedades, y por consiguiente de los estados, de un sistema
aislado como resultado de sus cambios internos. Desde un
punto de vista ontológico se tratará de determinación causal
siempre que el comportamiento del sistema esté controlado
por otro sistema y se cumplan algunas condiciones adicio-
nales (cf. parágrafo 7).
Todos los sistemas físicos parecen satisfacer el principio
de acción retardada (El hecho de que la electrodinámica clásica
no lo satisfaga -pues nos habla de la preaceleración que ex-
perimentaría el electrón antes de encontrarse con una sonda
electromagnética- es origen de complicaciones para esta teo-
ría, no para el electrón). Los seres vivos, por el contrario,
parecen apartarse de este principio. Así el pájaro que cons-
truye su nido parece estar determinado por valores futuros,
por tanto inexistentes, de ciertos inputs. Pero esto es una ilu-
sión: lo que determina al comportamiento actual del animal

5,8
es un complejo de condiciones actuales que son el resultado
de un largo proceso evolutivo. Puede haber teleología -di-
rigirse hacia un objetivo- pero no acción del futuro sobre el
presente. En concreto, el preconocimiento de los parapsicólogos
es tan imposible como la magia: es incompatible con la biolo-
gía, y una psicología no podría ser científica si no tuviera una
base biológica.

'
5. La determinación de una cosa por otra

Hasta ahora hemos tratado de sistemas en bloque, anali-


zando las propiedades que van juntas. Analizaremos ahora
sistemas de múltiples componentes. Al actuar unas sobre
otras, las diversas partes de un sistema complejo podrán de-
terminarse recíprocamente hasta un cierto punto.
Supondremos que cada sistema complejo puede ser anali-
zado según pares de partes que actúan recíprocamente. Sean
a y a' dos sistemas de este tipo que pertenecen a la misma
clase o a clases diferentes. En concreto, a' puede ser el medio
ambiente del sistema a que nos interese. Ejemplos: un átomo
sumergido en un campo exterior, una máquina y lo que la
rodea, un organismo y su medio. Nuestros objetos de estudio
son, pues, el sistema individual a de que se trate y los pares
ordenados<~. a'> y <a', a> o, de forma general, los con-
juntos .E, .E X .E· y .E' X .E. Para fijar ideas imaginemos a a
como una caja negra sumergida en un fluido a·.

a'
Supongamos también que cada una de las funciones (u
operadores) F~, F 2 y F 3 representa una propiedad clave de a,
<a', a> y <a, a'> respectivamente: F; " P;, i " 1, 2, 3.
En concreto F 1 y F 2 podrán representar la misma propiedad,
por ejemplo una fuerza o una intensidad luminosa. Si se trata

59
de un sistema y su medio entorno, P 1 se llamará input o esti-
mulo de a' sobre a, P 2 una variable de estado del sistema a
y P 3 el output o respuesta de a sobre a'. Si el sistema a está libre
(no hay input), es que o bien a' no actúa sobre a, o bien no
existe (es el individuo nulo o no-entidad de clase :E'). Final-
mente simplifiquemos nuestro análisis hasta el punto (inve-
rosímil) de que sea suficiente con considerar solamente ternas
de propiedades. Esto naturalmente es una ficción que introdu-
cimos para mayor claridad.
Nuestras funciones F; (i = 1, 2, 3) no son exactamente
las que habíamos introducido en el parágrafo 3: en efecto,
ahora hay dos variables de sistema, a y a', y el tiempo. Así,
x E X será el valor del input P 1 en el punto <a', a, t>, mien-
tras que y E y será la propiedad de estado P 2 en el punto <a, t>,
z
y E Z el valor del output P3 en el punto <a, a', t>. Dicho
de otra manera nuestras funciones fundamentales son ahora

F1 .: ~'X~ X T ~X,
F 2 :~ X T~ Y, F 3 :::E X ::E' X T~z,

con

Fi ~ Pp i = l, 2, 3, X, Y, Z, T s R. (5 .1)

donde T designa ahora al conjunto de las duraciones. Si P 1 y


P 3 son conjuntas, entonces es que los inputs son aplicados a los
outputs, ya sea de manera fija, ya sea estocásticamente, a través
de la variable de estado P z.
Los casos de interés práctico son éstos: acción de cr' sobre
a o, de forma equivalente, dependencia de P 3 con respecto a
P 1 y P 2 , e interdependencia de P 1 , Pz y P 3 • Supondremos que
en ambos casos se satisface el principio de acción retardada,
es decir, que el input es anterior o a lo sumo simultáneo con el
output. Con esta hipótesis, el estado F 2 (a, t) del sistema en un
instante arbitrario t es una función (al) de sus estados en los

60
tiempos anteriores a t, así como todo un conjunto Xo e X de
los valores de los inputs x en el intervalo [to, t] :
't"=t
y= F 2 (a, t) = S[F2 (a, ·t), x(a', a, -r), -r]. (5.2)
T=trt

Cualquier ecuación de esta forma recibirá el nombre de


ecuación de estado del sistema a en el medio a'. (Ejemplo: sis-
tema lineal sin memoria: 4Jfdt = A(t).x(t) B(t):Y(t).). En au-
sencia de input el sistema estará en un cierto estado en cada
instante, y sus estados se desplegarán siguiendo la ecuación
de estado. En consecuencia el análisis a:nterior incluye el caso
de los sistemas únicos (ausencia de medio) con evolución es-
pontánea (acausal). . . . , .
Por lo que respecta a las ecuaciones input-output se tienen
las posibilidades siguientes:

1.1. Acción simple


't"=t
z(a, a', t) = G[x(a', a, t), y( a, •t), -r], t ~ t0• (5 .3)
't"=to

l: X~' X T' ~F•


z
XxYxT/G
1.2. Int{Jracción estocástica
't"=t
Pr(z( a, a', t) E [ z1 , zJ) = G[x( a', a, t), y( a, -r), -r], t ~ t0 • (5. 4)
T=to

F,
~X~' X T__.Z
":r
[0,1]

XxYxT/o
61
2.1. Interacción simple
-r=t
z((j, (j 1
, t) = G[x((j', (j, •t'), y((j, -r), -r]
(5 .5)
't=l
x(a', a, t) = H[z(a, a', -r), y((j, -r), -r]
-r=to

~X~' X T' . ~Fa


~'X~ X T' , ~F,

z X

XxYxT/G XxYxT/s
2.2. Interacción estocástica
-r=t
1
Pr(z((j, (j t), E [z1 , z2]) = G[x((j', (j' -r),y((j, -r), -r]
-:=t,
-:=t
(5.6)
Pr(x(a', a, t) E [xp x2]) = H[z((j, (j,, -r), y((j, -r), -r]
't'=to

]<', F,
l:: X l::' X T ___..z l::' X l:: X T ---+x

[0,1]

[0,1]

XxYxT/o XxYxT~
Se advertirá que en todos los casos el sistema principal,
lejos de ser un canal pasivo, contribuye activamente a los in-
tercambios 5.

5. Para un tratamiento axiomático de los sistemas 1.1 y 2.1., ver


M. Ahans- P. L. Falb, Optimal control, New York 1966, cap. IV.

62
6. Tipos de determinación
En los cuatro casos anteriores los sistemas implicados
están conectados físicamente; de ahí que las propiedades sean
conjuntas. La reciproca no es verdad: la conjunción no implica
la conexión, como lo prueba el caso de dos relojes indepen-
dientes. Esta clase de dependencia de las propiedades, y por
consiguiente de los estados y los acontecimientos, es muy di-
ferente a, la simple solidaridad de los diversos aspectos de un
mismo sistema estudiada en el parágrafo 3. A este tipo de de-
pendencia, que va más allá de una relación exterior, puede
dársele el nombre de determinación.
Los puntos comunes a los cuatro casos de determinación
que acabamos de estudiar son: por una parte los inputs son
aplicados a los outputs (conexión legal) y, por otra parte, los
outputs se producen después de los inputs correspondientes (pre-
cedencia). Las propiedades de estos tipos de determinación
son las siguientes.

1.1. Acción simple


P 1 determina a P 3 a través de P 2 • Por consiguiente los cam-
bios de P 1 causan cambios de P 3 •

_JTl~
xL=._Jz
y

1.2. Acción estocástica


P 1 determina a través de Pz las probabilidades de P 3 • Por con-
siguiente los cambios de P 1 causan cambios de las probabilida-
des de P3.

-~~-~
XCJZ
y
63
2.1. Interacción simple
P 1 y P 3 se determinan recíprocamente a través de Pz. Por consi-
guiente los cambios de P 1 causan cambios de P 3 y viceversa.

IDy

2.2. Interacción estocástica


Las probabilidades de P 1 y P 3 se determinan recíprocamente a
trtJt•és de P z. Por consiguiente los cambios en las probabilidades
de P 1 t·ausan cambios de las probabilidades de P 3 y viceversa.

En todos estos casos unas propiedades son determinadas


por otras propiedades, bien sea de manera simple, o bien de
forma estocástica (No hace falta decir que en el último caso
las propiedades, o más bien las variables aleatorias, son pro-
piedades físicas y no pedidas de nuestra ignorancia). Por tanto,
todo cambio en los grados de unas propiedades, es decir, todo
acontecimiento de cualquier tipo, produce o bien efectos del
mismo tipo, o bien efectos de un tipo diferente al de los acon-
tecimientos que originan una modific<tción del estado del sis-
tema compuesto «sistema-medio». Las cuatro relaciones input-
output estudiadas más arriba cumplen pues las condiciones del
determinismo en sentido amplio o neo-determinismo 6 • En efecto,
el determinismo, así debilitado, supone únicamente:

6. Ver mi librp Causality citado al principio de este artículo.

64
1) Que toda cosa y todo acontecimiento emerge de con-
diciones previas (hipótesis genética o de no-magia), y
2) Que toda propiedad está legalmente conjunta con otras
propiedades, bien sea de manera simple, o bien de forma esto-
cástica (hipótesis de legalidad o de conjunción regular del
parágrafo 3).
El nombre de indeterminista utilizado para designar a una
teoría que contiene variables aleatorias estaba justificado antes
del nacil:I].iento de la física estadística, que tiene ya un siglo,
pero ahora es incorrecto. El azar se reconoce ahora como un
modo objetivo de ser; y si esta forma de ser satisface leyes es-
tocásticas, así como el principio de acción retardada (la «cau-
salidad» de los físicos contemporáneos) entonces es determi-
nista en sentido amplio. Sólo lo que está fuera de toda ley y
proviene de la nada o desaparece sin dejar rastro merece el
nombre de indeterminado, porque no está determinado ni por
otra cosa ni por su propia historia. Si semejante cosa existiera,
sería impenetrable a la investigación científica, que esencial-
mente consiste en la investigación del ser y el devenir, es decir,
en la búsqueda de leyes. Puesto que la ciencia se niega a acep-
tar la existencia de objetos resistentes por completo y para
siempre al tratamiento científico, rechaza también eo ipso el
indeterminismo. La ciencia es hoy tan determinista como lo
era en tiempos de <;:laude Bernard; sólo que ha descubierto
tipos de determinación que no eran conocidos antes, de ahi
la necesidad de rejuvenecer el determinismo.

7. Causalidad

En todos los casos considerados en las dos secciones an-


teriores ocurre que unos cambios iniciales determinan cambios
en el estado final de un sistema compuesto. Tales aconteci-
mientos no están simplemente asociados o correlacionados en
el sentido del parágrafo 2. En efecto, habíamos supuesto que
cualquier cambio inicial producido (engendrado) tiene como
resultado uno o muchos otros cambios. De ahí que estos acon-
tecimientos (cambios de estado) merezcan el nombre de causas

65
y efectos (Por otra parte una cosa o una propiedad· de una cosa
no pueden ser causas: sólo los cambios pueden tener una efi-
cacia causal).
Sin embargo la relación entre un conjunto de causas y un
conjunto de efectos no es necesariamente causal: entre causas
y efectos hay relaciones acausales. Sólo la acción simple (cas.
1.1 de los parágrafos 5 y 6) puede ser considerada como causal;
los tres tipos de determinación restantes son más complejos
que la relación causal. Esta no es una cuestión lógica o empí-
rica sino terminológica: la tradición filosófica no denomina
causales a una acción recíproca o a una relación estocástica. Pa-
ra que una relación entre cambios de dos o más propiedades
pueda ser denominada causal es preciso que cumpla las condi-
ciones siguientes:
C1 • La relación tendrá que afectar como mínimo a dos sis-
temas diferentes, el determinante y el determinado. La relación
entre dos propiedades de un mismo sistema no es causal aun-
que pertenezcan a niveles diferentes del sistema.
C2. Las propiedades y acontecimientos considerados de-
ben ser regularmente cotljuntos (es decir, conjuntos simplemente
o conjuntos estocásticamente). Dicho de otra manera, las cau-
sas y los efectos deberán mantener una relación legal.
C3 • Las acciones deberán ser retardadas. Es decir que debe
haber un intervalo de tiempo (positivo o nulo) entre la cau-
sa y el efecto.
C4 • La reacción del determinado sobre el determinante de-
berá ser mucho más débil que la acción sufrida por aquel:
feed-back despreciable.
C5 • Las propiedades del sistema determinado deberán pre-
sentar fluctuaciones nulas o despreciables: no debe haber efec-
tos espontáneos.
Aparte de estas condiciones, las relaciones causales pueden
presentar una de las formas siguientes:
a) Pluralidad de causas. Un cierto número de causas dife-
rentes pueden producir alternativamente (no conjuntamente)
un mismo efecto.
b) Pluralidad de efectos. Una causa cualquiera puede pro-
ducir alternativamente (no conjuntamente) efectos diferentes.

66
e) Causalidad simple. Correspondencia biunivoca entre el
conjunto de las causas y el conjunto de los efectos.
Cada uno de estos tipos de causalidad evoca una versión
del llamado principio de causalidad.
a) «Cada acontecimiento tiene al menos una causa>>.
b) «Cada acontecimiento tiene al menos un efecto».
e) «Cada acontecimiento tiene exactamente una causa y ca-
da causa tiene exactamente un efecto».
Puesto que la noción de posibilidad encerrada en los enun-
ciados de la causalidad múltiple es incompatiple con la nece-
sidad que evoca ,la palabra «causalidad», conviene restringirse
a la causalidad simple (biunivoca). Dicho de' otra manera, en
su sentido estricto, «causalidad» designa una relación Hsica
(en ~entido amplio) caracterizada por las propiedades Ct a Csy.
C6 • Las causas y los efectos deben estar en relación biuní-
voca. (Es decir que las aplicaciones G de los inputs en los out-
puts deben ser biyectivas).

8. El dominio causal

De acuerdo con nuestros análisis, la relación causal es so-


lamente una forma entre los muchos tipos de determinación
que puede haber. En realidad hay pocos sistemas relacionados
de forma estrictamente causal, cosa que no es sorprendente,
ya que la idea de causalidad estricta, tal como la hemos recor-
dado más arriba, es muy anterior al nacimiento de la ciencia
moderna. (La idea de conjunción parece ser más antigua aún,
tanto en la historia como en la psicogénesis). La causalidad no
es más que una aproximación.
Todos los sistemas reales están sometidos a imputs al azar,
que son parcialmente absorvidos en vez de ser fielmente con-
vertidos en outputs al azar. Muchos sistemas presentan fluctua-
ciones espontáneas, o ruidos, en algunas propiedades, aun en
ausencia de excitación exterior. Todos finalmente tienen una
«vida>> propia, en el sentido de que no necesitan excitaciones
exteriores para actuar: pueden cambiar espontáneamente, es
decir sin causa. La idea de que nada puede cambiar si no es

67
bajo la accton de agentes exteriores no es newtoniana sino
aristolélica.
Por ejemplo, el output sensorial R(t) de un organismo en
determinado aspecto y en el tiempo t está constituido posible-
mente por: a) el valor de una funcional de las correspondien-
tes excitaciones S que han actuado sobre el organismo a lo
largo de toda su historia, asi como de las variables de estado
que sumariamente indicaremos por y; y b) un término output
espontáneo (por lo tanto no una respuesta) U:
~=t x=b
R(t) = G[S(,.), y(-r), ·-r] + U(x, t)
donde x agrupa ciertas variables internas, por ejemplo, a nivel
neuronal. En este caso está claro que el dominio causal de la
ley (o más bien del esquema de ley) es el subconjunto de los
pares < input, output > para los cuales 1 U 1 <<R. Pero, en
otros casos habrá «respuesta» sin estímulo, y algunos sistemas
tendrán mecanismos capaces de absorver algunos choques que
provienen del exterior, es decir que su función G, dentro de
ciertos limites, aplicará todo input a cero. En todos estos ca-
sos las leyes tendrán un dominio causal nulo o despreciable:
serán acausales.

9. Notas finales

Hemos analizado dos tipos de relaciones físicas (en senti-


do amplio): la conjunción y la determinación. La conjunción
o solidaridad puede referirse a acontecimientos o a propieda-
des. La determinación puede ser del presente por el pasado,
de un nivel por otro, o de una cosa por otra. En cualquier
caso se trata de relaciones físicas.
La causalidad se nos presenta como una especie muy res-
tringida de determinación y a lo sumo como un nexo que está
lejos de ser universal. De ahi que los casos de ausencia de la
causalidad no se cuenten como desfavorables al determinismo

6ft
lato sensu, es decir, a la legalidad unida a la no-magia. El deter-
minismo entendido en este sentido es indispensable para la in-
vestigación cientifica y está confirmado por ella. Más aún, a
diferencia de las hipótesis científicas, la hipótesis filosófica del
determinismo en sentido amplio es irrefutable. En efecto, si
alguna cosa nos pareciera alega! o que proviene de la nada
o que vuelve a ella, pediríamos el tiempo necesario para refu-
tar esta apariencia; y tendrá que concedérsenos ese tiempo.
Es decir, los principios de conjunción regular o legalidad y el
principio genético -una forma especial del cual es el principio
de acción retardada- no son ni ilusiones metafísicas ni resul-
tados de laboratorio, sino presuposiciones de la investigación
cientifica. Y el prin,cipio de causalidad, aunque es una forma
muY: restringida del principio de determinismo, forma parte del
motor filosófico de la investigación cientifica. Siempre que se
afirma dogmáticamente su extensión universal, se comete un
error. Pero siempre que se le admite como hipótesis de tra-
bajo y como primera aproximación, se encuentra algo: a veces
una acausalidad que responde a una forma más rica de deter-
minación.

69
Consideraciones no filosóficas
sobre la causalidad en física
L. Rosenfeld

1. Causalidad en fisica clásica


Históricamente la elaboración del concepto científico de cau-
salidad en cuanto elemento fundamental del pensamiento ra-
cional es un resultado secundario del desarrollo de la formu-
lación de las leyes del movimiento de los cuerpos materiales
y del éxito de su aplicación a la dinámica del sistema solar.
Esta última circunstancia sobre todo es la que sirvió muy pron-
to para orientar la reflexión epistemológica hacia idealizaciones
radicales tales como la ley de la inercia y la noción resultante
de fuerza en cuanto agente que produce la aceleración y que
determina asi el movimiento de forma univoca. Asi el con-
cepto de causalidad física fue dotado desde el principio de
connotaciones de necesidad y determinismo. La aceptación de
esta causalidad determinista se vio favorecida por el éxito ini-
cial de la tentativa que apuntaba a reducir todos los fenómenos
fisicos a procesos mecánicos; semejante concepción del mundo
físico no era necesariamente atomista, pero aceptaba como idea
fundamental que todas las fuerzas son esencialmente interac-
ciones de contacto entre elementos de materia. Es cierto que
la fuerza de gravedad y más tarde las fuerzas eléctricas y mag-
néticas eran tratadas como interacciones a larga distancia, pero
esto era considerado como una descripción fenomenológica
que finalmente habría que reducir a una forma local de interac-
ción entre los elementos de la materia corriente y los de algún
medio sutil por mediación del cual esas fuerzas podrian ser
trasmitidas aun en ausencia de materia corriente. Aunque hubo
que abandonar esta concepción radicalmente mecanicista y atri-
buir la trasmisión de interacciones electromagnéticas y gravi-
tatorias a agentes autónomos, sin embargo la estructura causal
básica de la teoría fisica en su forma clásica definitiva fue man-
tenida enteramente: todas las interacciones de los átomos de
materia y de los constituyentes atómicos con los campos de
fuerza electromagnéticos y gravitatorios son estrictamente lo-
cales y conducen a relaciones causales que presentan un carác-
ter determinista.
Insistamos ahora sobre el hecho de que esta forma abstracta
de causalidad fisica está muy alejada de la percepción inmedia-
ta de las relaciones causales manifestada por sujetos adultos
cuando se enfrentan -como en las experiencias clásicas de Mi-
chotte y su escuela 1 - con imágenes en movimiento que si-
mulan una colisión de cuerpos sólidos. No solamente se per-
cibe una relación causal cuando la colisión representada es di-
námicamente imposible sino que se tiene la sensación de que
esta relación nace antes del contacto y subsiste después de él
dentro de los limites de intervalos finitos de separación de los
cuerpos en colisión -sus «radios de accióm>- dependientes de
sus velocidades. Cuando el cuerpo al que se le ha comunicado
un impulso se aleja del otro a una distancia más grande que
su radío de acción, su movimiento es percibido como autóno-
mo y no ya como dependiente de la colisión (a menos que la
velocidad que adquiera no sea mucho mayor que la velocidad
inicial del otro cuerpo). De hecho las descripciones del proceso
percibido tal como los sujetos las expresan espontáneamente en
el lenguaje coloquial, recuerdan de forma sorl?rendente una

1. A. Michotte, La perception de la causalité, Louvain 1954; A. Mi-


chotte y otros, Causalité, permanence et réalité phénoménale, Louvain 1962.

72
concepción antigua y medieval de la causalidad del movimien-
to, concepción cuya primera manifestación histórica la encon-
tramos en la obra del filósofo bizantino Johannes Philoponos 2.
De la misma manera que éste atribuía el movimiento de una
piedra o de una flecha a una «potencia cinética inmaterial
(más tarde denominada impetus), comunicada al móvil por la
mano o por el arco, el sujeto habla del movimiento como algo
de que está dotado el cuerpo móvil y que puede pasar, por
contacto, a otro cuerpo. El radio de acción finito de la causa-
lidad perceptiva corresponde a la opinión expresada por Phi-
laponas según la cual la cantidad de potencia cinética propor-
cionada al móvil por el objeto que le comunica el movimiento
es una cantidad finita que sólo puede mantener el movimiento
en una distancia finita.
·Otro rasgo común a la causalidad perceptiva de la trasmi-
sión del movimiento y a la concepción de Philoponos es la
ausencia completa de toda noción de inercia: la trasmisión del
movimiento es concebida como un proceso que se efectúa en
un solo sentido: uno de los cuerpos actúa sobre el otro para
ponerlo en movimiento o para modificar su movimiento; el
otro cuerpo permanece enteramente pasivo y no ejerce influen-
cia sobre el proceso. Esta última particularidad del tipo de cau-
salidad perceptiva que manifiestan los adultos es tanto más lla-
mativa cuanto que supone una regresión en relación con las
anticipaciones causales y las explicaciones de fenómenos me-
cánicos a las que llegan los niños en el curso de su desarro-
llo mental espontáneo. En efecto, las investigaciones de Piaget
y su escuela 3 sobre la formación y la elaboración de esquemas

2. Los textos importantes que ilustran los comienzos de la historia


de la mecánica están reunidos en una obra de J. Dijksterhuis, Val en Worp,
Groningue 1924.
3. Estos problemas han sido discutidos en el XIII simposium de
epistemología genética que tuvo lugar en Ginebra en junio de 1968.
Aprovecho esta ocasión para expresar mi gratitud al profesor Piaget
por haberme permitido asistir a este simposium y presentar en él un in-
forme sobre la situación epistemológica en física moderna. El presente
artículo es una versión de este informe, reelaborado a la luz de nuevas
informaciones discutidas en el simposium.

73
de relaciones causales en el niño demuestran que éste tiene en
cuenta efectivamente el hecho de que un cuerpo opone más
o menos «resistencia» a su movimiento (una actitud que está
en perfecta armonia con el predominio en general, en el mundo
de pensamiento del niño, de la experiencia adquirida por su ac-
tividad sobre los elementos puramente sensoriales). Un estudio
de R. Droz 4 muestra en especial que la noción de resistencia
que un cuerpo opone a su movimiento (noción que puede
considerarse como una prefiguración del concepto newtoniano
de inercia) es incorporada, por algunos niños, incluso en la
descripción espontánea que dan de su percepción de los mo-
delos visuales de Michotte que simulan la trasmisión del mo-
vimiento. Parecerla, sin embargo, que este vínculo entre la
percepción de ralaciones causales y una representación más ade-
cuada de los procesos no se mantiene 5 y que el adulto retor-
na a un tipo más primitivo de causalidad perceptible, domina-
da por la forma sensorial.
Un rasgo esencial de esta percepción, sobre el que insiste
Michotte, es su carácter global. Desde el momento en que se
produce una ruptura en la continuidad del proceso representa-
do desaparece toda percepción de relación causal. Este carác-
ter global de la causalidad perceptiva es el extremo opuesto al
modo analítico de descripción de la mecánica clásica, en el cual
el movimiento está indefinidamente subdividido en elementos
caracterizados por las posiciones y los impulsos instantáneos
de los móviles y la relación de causalidad expresa la existencia
de un vínculo dinámico, necesario y único, entre elementos
vecinos del movimiento. Necesidad y unicidad son caracteres
extraños a la causalidad perceptiva: una ligera modificación de
las circunstancias es suficiente para hacer desaparecer la per-
cepción de un vínculo causal en el modelo global observado.
No se trata pues (a diferencia de lo que hacen a la ligera al-
gunos físicos) de presentar la forma abstracta de causalidad
determinista de la mecánica clásica como si correspondiera a

4. Este estudio ha sido presentado en el XIII simposium de episte-


mología genética mencionado en la nota precedente.
S. Al menos explícitamen~e.

74
una exigencia profunda de nuestra organización mental. Segu-
ramente, de forma general, se puede decir que los conceptos
de la fisica clásica se originan en la experiencia cotidiana; en
cualquier caso, los estudios experimentales sistemáticos del com-
portamiento del niño emprendidos por la escuela de Piaget
han permitido ya rastrear algunos de estos conceptos, en for-
ma rudimentaria, hasta su origen, remontándose hasta los es-
quemas sensorio-motores construidos por el niño a lo largo de
su desarrollo mental; pero su elaboración final exige el más
elevado poder de abstracción accesible al espiritu humano. Re-
presentan idealizaciones perfectamente adaptadas a una descrip-
ción simbólica, codificada, del dominio de la experiencia al que
podemos acceder por la percepción sensorial; pero este código
refinado no es el que necesitamos para regular nuestro compor-
tamiento diario en el mundo fisico: desde este punto de vista
los esquemas sensorio-motores poco evolucionados son sufi-
cientes todavia en nuestra época cientifica, lo mismo que han
sido suficientes durante los milenios de la historia humana que
han precedido al nacimiento de la ciencia moderna.
En ciertos sentidos Lagrange tenia razón al describir la «me-
cánica analítica» como una rama de las matemáticas; pero co-
metió un fatal error de apreciación -que no escapó a la saga-
cidad de su contemporáneo Poinsot 6 - al atribuir al razona-
miento matemático el poder de establecer la verdad necesaria
de las leyes físicas de generalidad absoluta. Subestimó el pe-
ligro inherente a las idealizaciones que hacen posible la for-
mulación matemática de tales leyes y le dan tanta precisión y
tanta elegancia: este resultado sólo se obtiene limitando el al-
cance de las idealizaciones con la ayuda de criterios matemáticos
y a riesgo de extender este alcance más allá del limite a partir
del cual tales idealizaciones dejan de proporcionar una repre-
sentación adecuada de los fenómenos físicos que quieren des-
cribir. Un conocimiento experimental más profundo de los
fenómenos puede pues forzarnos a asignar limites a la validez
de un concepto fisico; un paso así no solo constituye un pro-

6. L. Poinsot, Théorie générale de l'équilibre el du mouvemenl des sistemes:


Journal de l'Ecole Polytechnique (1805).

l5
greso de la teoría científica a nivel práctico, sino también un
importante progreso epistemológico porque no hay ningún
concepto físico suficientemente definido como para que se
conozcan los limites de su validez. Un buen ejemplo es el de
la propia ley de inercia cuya formulación simple, enunciada
por Newton, está lejos de ser universal, pero que ahora es
reconocida como la forma asintótica de una ley más general
perteneciente a una teoria que tiene en cuenta las condiciones
fisicas que permiten la localización espacio-temporal, condi-
ciones despreciadas en la mecánica de Newton. Desde este
punto de vista el tipo determinista de la causalidad en fisica
clásica aparece también como una idealización que tiene su
origen, no (como hemos visto) en una experiencia psiquica
-y menos aún en una propiedad innata de nuestro espiritu
(esa quimera de los filósofos)- sino en un conocimiento ex-
traordinariamente elaborado de los fenómenos fisicos. Por
consiguiente la determinación de su dominio de validez no es
una cuestión a decidir arbitrariamente sino que sólo puede
ser un asunto de inducción experimental.

2. Leyes de conservación

Hasta aqui hemos discutido las relaciones causales de la


fisica clásica tal como aparecen cuando se observa la evolución
de los fenómenos en el espacio y el tiempo. Sin embargo, hay
otro aspecto de la causalidad que no tiene que ver con la lo-
calización espacio-temporal de un proceso fisico, sino más bien
con el balance de energia y el impulso intercambiados entre
las diferentes partes del sistema a lo largo del proceso. Es
sorprendente constatar que esta manera de considerar la cau-
salidad como un contable, cuando se la toma en toda su gene-
ralidad, incluyendo los fenómenos térmicos y electromagné-
ticos al igual que los procesos puramente mecánicos, es ente-
ramente moderna. Durante la edad media y el renacimiento el
sueño de un perpetuum mobile obsesionaba incluso a los arte-
sanos más hábiles y experimentados como ese constructor d~

76
iglesias que fue, en el siglo xm, Villard de Honnecourt 7, que
anotó en su Cahier el esbozo de una máquina que realizaba ese
sueño; cuando en el siglo XVIII el movimiento perpetuo fue
proscrito del marco de la mecánica, la secreta esperanza de des-
cubrir una fuente inagotable de energía persistió en domínios
menos conocidos de la física. Así el mismo Joule consagró
muchos esfuerzos a la construcción de electro-imanes porque
pensaba al principio que aumentando la intensidad de la co-
rriente de excitación podría obtener del imán una potencia que
aumentaría más deprisa que la que utilizaba la batería que pro-
ducía la corriente s.
Ni siquiera en el dominio de los fenómenos puramente
mecánicos, la confusa controversia sobre la conservación del
«mo':"imiento» en los procesos de colisión, que se prolongó
durante más de medio siglo XVIII, había logrado aclarar sufi-
cientemente el papel de las fuerzas que llevaban a cabo la
trasmisión de movimiento entre los cuerpos en interacción,
y la existencia de una medida común para la fuerza y el movi-
miento que regulara la trasformación de uno en otro apenas
llegó a ser familiar antes del siglo XIX. Paralelamente la idea
de una equivalencia entre calor y trabajo mecánico era igual-
mente extraña a la concepción mecanicista de los fenómenos
físicos que prevaleda entonces, aun para físicos que (como
Laplace) se daban perfectamente cuenta de la posibilidad de
identificar calor y movimiento molecular. Cuando el joven
ingeniero Colding 9 somete a Oersted sus ídeas sobre la pro-
ducción de calor por frotamiento, ideas que queda someter a
prueba mediante experiencias a gran escala, la reacción de
Oersted pone de manifiesto una confusión característica de
esta actitud general: no puede haber, objeta, ninguna relación

7. Album de Villard de Honnecourt (Bibliotheque Nationale, ms.


fr. 19093, fo. 5r.0 ). Reproducido en P. Mérimée, Etudes sur les arts du
moyen iige, Paris 1967, 237. Ver además, L. Whyte, Medieval technology and
social change, Oxford 1962, 129 ss (y las notas relativas a ello).
8. J. P. Joule, Scientific papers I, London 1884, 14 (carta para el edi-
tor del Philosophical Magazine, publicada en 1839).
9. V. Marstrand, lngenioren og fysikeren Ludwig August Colding, Co-
penhague 1929, 23-24.
entre la fuerza aplicada y el calor producido, ya que si admi-
timos que el calor es debido a una especie de movimiento,
el impulso total de este movimiento (que él toma como medida
del mismo) es siempre nulo; no puede «perderse» ninguna
fuerza aplicada -ésta era la concepción de D'Alambert- a
menos que sea compensada por la reacción producida por una
tensión (Sin embargo hay que decir, en honor de Oersted y
sus colegas, que dieron a Colding todo el apoyo y la ayuda
que necesitaba para ejecutar y publicar sus experiencias).
Este desconcierto de la escuela mecanicísta ante el aspecto
de los procesos físicos expresado por las leyes de conservación
es muy instructivo: demuestra de forma convincente que se
trataba de un aspecto completamente nuevo del cual no tenian
conciencia los maestros más experimentados de la mecánica
racional. Evidentemente, cuando la atención se concentró so-
bre estas leyes de conservación, fue fácil obtenerlas como
consecuencias lógicas de las leyes del movimiento, y definir
los conceptos de energía cinética y potencial para describir la
trasmutación continua de energía que se opera entre trabajo
y movimiento en todo proceso dinámico. No deja de ser cierto
sin embargo que esta trasmutación tuvieron que descubrirsela
a los físicos experimentados jóvenes profanos cuya visión no
estaba oscurecida por un exceso de saber. Desde el punto de
vista epistemológico esto significa evidentemente que a pesar
de su interdependencia formal (trivial pero, como veremos en-
seguida, fuente de confusión) los dos aspectos de la causali-
dad de los procesos físicos puestos en evidencia, por una parte,
por su evolución en el espacio y en el tiempo y, por otra parte,
por los intercambios de energía e impulso que les acompañan,
son de hecho independientes uno de otro: corresponden a dos
maneras diferentes de considerar los fenómenos, ambas igual-
mente necesarias para la obtención de una descripción com-
pleta.

78
3. Complementariedad en física cuántica

En el marco de la fisica clásica la relación entre los dos as-


pectos de la causalidad que acabamos de discutir no parece
presentar ningún problema; de hecho, cuando los físicos me-
canicistas del siglo XIX se dieron cuenta de que la equivalencia
entre el trabajo y el calor era una simple consecuencia de la
interpretación de este último como energía cinética del movi-
miento molecular, creyeron que habían «reducidO>> las leyes de
los fenómenos térmicos a las leyes newtonianas del movimiento.
La extensión de estas leyes al dominio atómico, donde su apli-
cabilidad no podía ser controlada directamente, no se ponía en
duda, pues la validez ilimitada de los conceptos idealizados de
la m~cánica era considerada como evidente. La oposición de
Mach al atomismo, que seguramente (como toda profecía a lar-
go plazo) parece mal avenida con nuestra actual clarividencia
estaba basada precisamente en una aguda crítica de esa extra-
polación de nuestra descripción espacio-temporal a los siste-
mas atómicos 10 • No tenemos derecho, decía, a atribuir a estos
constitutivos hipotéticos de la materia, que no podemos ni ver
ni tocar, una posición o un desplazamiento en el espacio, pues
estas nociones sólo tienen sentido cuando se refieren a las per-
cepciones visuales y táctiles en las que se originan. Deberíamos
atenernos por lo tanto al principio de que los parámatros ne-
cesarios para la especificación del estado de un sistema atómico
sean los mismos que describen un sistema de cuerpos materia-
les corrientes. La causalidad que gobierna los sistemas atómi-
cos no es necesariamente de tipo espacio-temporal; podría te-
ner la forma más general (un ejemplo de la cual es la conser-
vación de la energía) de un conjunto de relaciones entre pará-
metros de naturaleza diferente. Esta argumentación falla por
la tendencia general que tenía Mach a considerar la relación
entre los conceptos físicos y las impresiones sensoriales como
más directa de lo que en realidad es. De todas las maneras era
demasiado poco concluyente para impresionar a los defensores

10. E. Mach, Die Gescbicbte und Wurzel des Satzes von der Erhaltung
der Arbeit, Prag 1872; Prinzipien der Wiirmelehre, Leipzig 1896.

79
de una representación de los fenómenos que había resultado
tan fructuosa. Así pues continuaron con toda ingenuidad
considerando su descripción de los movimientos moleculares
como una fiel representación del espectáculo que se ofrece-
ría a un observador humano que, como Alicia, hubiera mor-
disqueado el lado derecho del champiñón.
Sin embargo, el problema de la causalidad tomó un giro
inesperado cuando se descubrió el cuánto de acción y se des-
arrolló una teoría de la constitución del átomo y de los pro-
cesos atómicos que incorporaba de forma racional los postu-
lados cuánticos y el principio de correspondencia. Esta teoría
opera con las mismas idealizaciones físicas -localización es-
pacio-temporal e intercambio de impulso-energía- que la
física clásica, por la simple razón de que las condiciones en las
cuales son observados los procesos atómicos son esencial-
mente las mismas que las de la observación corriente; todas
las informaciones que somos capaces de obtener a propósito de
los procesos atómicos deben ser referidas, en última instancia,
a indicaciones proporcionadas por dispositivos experimentales
cuyo funcionamiento es enteramente descrito en términos clá-
sicos. Siendo esto así, el hecho nuevo introducido por la exis-
tencia del cuánto de acción consiste en la aparición de una li-
mitación mutua en la utilización de los dos modos de descrip-
ción fundamentales que, en física clásica, cuando no se tienen
en cuenta los efectos del cuánto de acción, resultan lógicamente
compatibles sin ninguna restricción. Es importante comprender
que la limitación en cuestión no es debida a ninguna imper-
fección de las idealizaciones clásicas: en su campo de aplica-
ción (que excluye los fenómenos que hacen intervenir las pro-
piedades estructurales de los nucleones y de los mesones) la
teoría cuántica está perfectamente adoptada a la representación
de las experiencias, tanto como lo están las teorías clásicas en
el dominio que constituye su objeto. No hay ninguna limita-
ción para la aplicación separada, bien sea de la localización
espacio-temporal, o bien de la conservación de la energía-
impulso a un sistema atómico, y no hay por qué elíminar a
ninguna de las dos, pues ambas corresponden a aspectos dis-
tintivos y significativos del sistema; pero las condiciones de

80
observación que nos permiten localizar el sistema y las que nos
permiten establecer el balance de energía-impulso de los pro-
cesos a los que da lugar, dejan de ser compatibles y se excluyen
mutuamente.
Nos encontramos así ante una situación epistemológica
particular que no es el resultado de nuestra propia opción,
sino que nos viene impuesta como consecuencia directa de la
existencia del cuanto de acción. Para traducir sus implicaciones
se ha in~roducido el concepto de complementariedad: este
concepto caracteriza una relación entre dos fenómenos físicos
que nos ponen de manifiesto dos aspectos de un sistema dado
y que son indispensables para una descripción completa de su
comportamiento, pero cuyas condiciones de conservación se
excluyen mutuamente. En razón de la existencia de este nuevo
tipo 'de relación es necesario incluir en la definición de un
fenómeno la especificación completa del dispositivo experi-
mental con ayuda del cual es observado; una parte esencial
de este dispositivo consiste en un aparato que registra en forma
codificada las caracteristicas del proceso, el cual asegura la
completa objetividad de su descripción. No nos cansaremos de
repetir que el concepto de complementariedad (como todos
nuestros conceptos) no es sino un elemento de un código có-
modo cuya función es recordarnos la prudencia con que de-
bemos utilizar los conceptos físicos clásicos para evitar contra-
dicciones lógicas; lejos de separarse de la lógica ordinaria, nos
ayuda a mantener nuestra terminología en armonía con las
estrictas deducciones lógicas del formalismo matemático. Si
se quiere hablar de contradicción a propósito de la exclusión
mutua de los fenómenos complementarios, no se puede tratar
de una contradicción «dialéctica>>; de hecho la intervención
de las relaciones de complementariedad en mecánica cuántica
se puede considerar como un ejemplo claro y preciso de lo que
implica el concepto general de «proceso dialéctico»: la teoria
cuántica, que reúne los aspectos complementarios en un todo
lógicamente coherente, representa una síntesis que resuelve
la oposición dialéctica entre estos aspectos.
Los dos modos complementarios de descripción de la
mecánica cuántica corresponden en física clásica, tal como

81
hemos visto, a dos tipos independientes de causalidad, ambos
deterministas. Para realizar la síntesis de estos aspectos com-
plementarios, la teoría cuántica abandona la idealización ex-
cesiva del determinismo y la remplaza por el tipo más amplío
y más débil de relaciones causales proporcionado por el for-
malismo matemático de la teoría de probabilidades. Desde el
punto de vista lógico este cambio está en armonía con el ca-
rácter dialéctico de la teoría; la formulación lógica de una
contradicción dialéctica comporta esencialmente, siguiendo el
análisis de Apostel 11, un elemento probabilista. Desde el punto
de vista fisico el empleo de un modo de descripción estadístico
viene directamente sugerido por nuestra experiencia más común
en el estudio de los procesos atómicos: cuando hemos fijado
todas las circunstancias controlables de una experiencia, no
observamos por lo general un único tipo determinado de pro-
cesos, sino más bien una gran diversidad de fenómenos; en estas
condiciones no podemos esperar encontrar regularidades a no
ser en la distribución estadística de las diversas propiedades
observadas. Así, desde el primer momento de la formulación
de los postulados cuánticos 12 era evidente que las transiciones
radioactivas entre estados estacionarios de sistemas atómicos
sólo podían ser caracterizadas por la tasa de probabilidad de su
producción, porque no hay en su definición nada que pudiera
determinar el instante en el que una transición deberla tener
lugar. De hecho los conceptos de estado estacionario y de ra-
diación monocromática son idealizaciones extremas que ex-
cluyen cualquier determinación temporal, y la situación a la
que se refieren los postulados cuánticos es estrictamente com-
plementaria de la evolución temporal de los procesos de ra-
diación.

11. L. Apostel. Logique et dialectique, en Logique et connaissance scien-


rifique (Encyclopédie de la Pléiade).
12. Esto fue mencionado muchas veces por Niels Bohr en sus con-
versaciones.

82
4. Identidad de estructura de los sistemas atómicos

El método estadístico excluye necesariamente la considera-


ción de las diferencias individuales entre los objetos de que se
ocupa. Se interesa por las propiedades de las especies y no de
los individuos. Este es el carácter que establece la distinción
más evidente entre las relaciones causales de tipo estadístico
y la causalidad clásica. Que para el análisis de las propiedades
de los cuerpos materiales se necesite un método estadístico es
algo que depende simplemente del hecho de que las condicio-
nes de observación de estas propiedades excluyen toda posi-
bilidad de determinar el comportamiento subyacente de los
átomos; nos encontramos aqui ante dos modos de descripción
que . son complementarios, no en virtud de las limitaciones
cuánticas (que no juegan ningún papel en esta discusión),
sino más bien porque la definición de las magnitudes que ca-
racterizan a los estados macroscópicos de un estado atómico
y el enunciado de las leyes que rigen en estos estados implican
necesariamente que se haga abstracción de todos los efectos
debidos a las desviaciones de los átomos individuales con
respecto a su comportamiento medio en las condiciones ex-
teriores dadas. Así, la descripción atomista de los fenómenos
(tal como lo reconocieron claramente Maxwell y Boltzmann)
debe atribuir estructuras idénticas a todos los sistemas ató-
micos de una especie dada y debe tratarlos como indiscer-
nibles e intercambiables 13•
En el principio mismo de esta idealización que trata a los
átomos como idénticos hay un elemento arbitrario, inherente
al método estadístico: ¿cómo debemos definir la especie ató-
mica o molecular cuyos miembros tendrán estructuras idénticas?
Esta definición dependerá evidentemente de las posibilidades
experimentales que permitan establecer distinciones especi-
ficas; la historia de la «filosofía» de la química desde Lavoi-

13. Para más detalles ver L. Rosenfeld, On the foundations et statis-


tica/ thermodynamics: Acta Physica Polonica, 14 (1955); Questions of irrever-
sibi/ity and ergodicity, en Rendiconti Scuo/a Internaziona/e E. Fermi XIV,
corso 1962).

83
sier nos muestra una sucesión de progresos en las representa-
ciones de la estructura de las moléculas; cada uno de ellos nos
recuerda el carácter relativo del concepto de especie mole-
cular y las trampas en las que muchos químicos experimenta-
dos han caído con la ilusión de que se atenían a los «hechos»
y evitaban las «hipótesis». Así Stas creía que sus determinaciones
precisas de pesos atómicos le permitían refutar la hipótesis
de la existencia de una unidad constitutiva común de la que
estarían formados los átomos de los elementos químicos. En
esa ocasión Kekulé dio pruebas de una mejor concepción del
problema al objetar que los resultados de Stas eran compatibles
también con la hipótesis de una distribución estadística de las
masas de los átomos individuales del mismo elemento: sería
concebible entonces, añadía, que se pudieran encontrar reac-
ciones que condujeran a una separación de los átomos de
peso más o menos elevado -pura especulación, se apresuraba
a añadir; pero era una especulación basada en una sana ló-
gica- 14 •
Sin embargo la teoría atómica ha alcanzado ahora el estadio
en que las condiciones de observación de los procesos atómicos
individuales han puesto fin a la especulación, han descartado
todo lo arbitrario, y han establecido sobre bases sólidas la iden-
tidad de los constitutivos atómicos, electrones y nucleones, y
la identidad de estructura de los propios sistemas atómicos en
todos los procesos que hacen intervenir intercambios de ener-
gía e impulso suficientemente pequeños para no afectar a la
estabilidad de las partículas constitutivas. De hecho, la identi-
dad de estos elementos, combinada con las leyes cuánticas a
las que están sometidas las partículas y los sistemas atómicos,
adquiere una significación fundamental al imponer limitacio-
nes bien definidas a las propiedades de simetría de los diversos
estados cuánticos en los que puede encontrarse un conjunto

14. Cf. J. Gillis, Auguste Kékulé et son oeuvre réalisée a Gand de 1858
a 1867: Mémoires in 8.0 de la Cl. des Se. de l'Acad. roy. de Belgique,
37, 1 (1966). No hay nada, en las observaciones de Kékulé, que justi-
fique la sugerencia del profesor Gillis según la cual Kékulé habria tenido
una anticipación del concepto de isótopo.

84
de elementos intercambiables. La especificación de estas pro-
piedades de simetría es la clave de la interpretación de tipos de
interacciones y de correlaciones que se salen por completo
del dominio accesible a las ideas clásicas y que juegan un pa-
pel esencial en la economía de la naturaleza: de estas interac-
ciones y correlaciones dependen, entre otras cosas, las cone-
xiones moleculares más importantes, las propiedades del estado
metálico, así como los interesantes fenómenos de supercon-
ducción .Y superfluidez que aparecen a bajas temperaturas. El
fundamento mismo de este vasto conjunto de conocimientos
se vendría abajo si saliera a la luz algún «parámetro oculto»
que especificara los estados atómicos de forma más completa
que la mecánica cuántica.
La causalidad estadistica de la teoda cuántica concierne a
un análisis más profundo, lógicamente independiente de la
estadistica de la materia macroscópica que acabamos de con-
siderar y afecta a la noción clásica de partícula de manera mu-
cho más radical. En la representación espacio-temporal del
movimiento de una partícula no cabe ya la imagen clásica de
una sucesión temporal continua de posiciones que forman una
trayectoria especial: la relación entre las observaciones suce-
sivas y de la posición de la partícula es puramente estadística
Esto no solamente elimina de la descripción cuántica de un
proceso atómico toda posibilidad de individualizar las par-
tículas que participan en él, sino que impide incluso atribuir a
estas partículas la permanencia que conservarían en una des-
cripción clásica. De hecho el proceso queda completamente
caracterizado indicando los números de particulas de cada es-
pecie inicialmente presentes en los diferentes estados que pue-
den ocupar (estados que pueden ser localizados, por ejemplo,
espacialmente) y precisando los cambios que estos números
experimentan a lo largo del proceso. En el dominio de la fí-
sica atómica estos cambios conservan normalmente el número
total de partkulas de cada especie, pero ésta es una proposición
de contenido mucho más reducido que la que implica la noción
clásica de permanencia de las partículas: no hay ningún medio
controlable que permita atribuir los cambios en la ocupación
de estados a transiciones de un estado a otro de partkulas bien

85
definidas. Una forma de dar cuenta de los datos directos de la
observación, sin comprometerse, seria decir que en ciertos
estados «aparecen» particulas y «desaparecen» en otros; se
prefiere hablar de «creación» y «aniquilación>> de partículas en
los estados en cuestión: la connotación de actividad contenida
en esta terminología tiene el mérito de recordar que las apari-
ciones y desapariciones observadas son debidas de hecho a
interacciones dinámicas. Por muy diferente que sea esta des-
cripción cuántica con respecto a la imagen clásica de la evolu-
ción espacio-temporal de los sistemas de cuerpos materiales,
en realidad, en el dominio de la física atómica, cumple la misma
función que la descripción clásica en su dominio propio: es el
único modo de representación conceptual objetiva de los fe-
nómenos que se adapta exactamente a las condiciones experi-
mentales.
La imposibilidad de atribuir a los constituyentes del mundo
atómico el atributo de permanencia inherente al concepto de
cuerpo material que utiliza la física clásica se presenta con toda
su significación cuando uno· se da cuenta del extremado ca-
rácter de idealización que comporta esta noción abstracta de
permanencia. También aquí será instructivo acudir a la psico-
logia de la percepción; sólo nos fijaremos en un aspecto del
complejo problema de la permanencia perceptiva 15 • El caso
tipico que pone en evidencia la percepción de la permanencia
del movimiento es el del «efecto de pantalla» : si se le muestra
al sujeto un cuadrado rojo y se hace que a lo largo de uno de sus
lados aparezca una banda blanca, primero estrecha, y que des-
pués se va agrandando gradualmente en la dirección perpen-
dicular a ese lado, lo que el sujeto percibe es una banda blanca
sólida que avanza desde la región situada detrás del cuadrado
rojo y que al principio estaba oculta por él. Con un montaje
a la inversa, en el cual la banda blanca, presente al principio
a lo largo de un lado del cuadrado rojo, va contrayéndose hasta
desaparecer, se obtiene una respuesta análoga: el sujeto tiene

15. Una profunda discusión de todo el problema, incluyendo las


recientes investigaciones de la escuela de Michotte, se encontrará en las
obras de Michotte y sus colaboradores citadas más arriba.

86
la impresión de que la banda blanca se desliza por un bloque
que está detrás de la pantalla. Ahora se pueden combinar los
dos montajes a lo largo de los dos lados opuestos del cuadrado
rojo, simulando la entrada de la banda por un lado y su salida
por el otro; se obtiene así un importante «efecto túneb. Si los
movimientos de entrada y de salida son idénticos y el inter-
valo de tiempo que les separa tiene el orden de magnitud ade-
cuado, el sujeto percibe el movimiento de la banda como una
progresión continua, permanente, en el interior del túnel;
si se aumenta ligeramente el intervalo de tiempo que separa
la entrada de la salida, persiste la impresión de movimiento
permanente -únicamente hay una «boca>> en alguna parte del
túnel, en un lugar que, cosa curiosa, el sujeto indica con pre-
cisión-. Sin embargo, esta percepción de la permanencia del
movimiento desaparece bastante bruscamente cuando el in-
tervalo de tiempo entre la entrada y la salida alcanza un valor
critico (dependiente de las otras circunstancias de la expe-
riencia): el sujeto estima entonces que cesa el movimiento de
entrada y que en alguna parte se inicia un nuevo movimiento,
cerca del lado de la salida, quedando ambos separados por un
«espacio vacío». Las representaciones gráficas de los movi-
mientos percibidos, dadas espontáneamente por algunos su-
jetos, muestran, en el primer caso, una trayectoria continua y,
en el segundo caso, dos ramas de trayectorias con una laguna
entre ellas. Así pues, la continuidad de movimiento -como
componente directo o indirecto 16 del esquema sensorial-
es una condición esencial para que le sea atribuida una perma-
nencia en la percepción ordinaria. Si en las condiciones de oh-

16. Esto apunta a la distinción propuesta por Michotte y Burke


entre los datos «modales» y «amodales» de las sensaciones : los primeros
forman parte del contenido sensorial inmediato, los segundos son única-
mente derivados de él, como por ejemplo la parte invisible del movi-
miento en los efectos de pantalla y de túnel. Las investigaciones genéticas
de Piaget muestran que estos elementos amodales pueden provenir de la
coordinación de los esquemas sensorio-motores al comienzo del des-
arrollo mental del niño: el efecto de pantalla se manifiesta en el compor-
tamiento de los niños de diez meses (pero según la constitución del es-
quema del objeto permanente y no se verifica antes).

87
servac10n falta este elemento de continuidad, el observador
medio reacciona de manera muy semejante a como lo hace el
fisico atomista.

S. A modo de conclusión

La apreciación de las novedades epistemológicas de la teo-


ría cuántica resulta muchas veces difícil por la convicción de
que la estructura causal de la fisica clásica corresponde a una
exigencia de nfiestra Anschaung, de que ella es el molde en que
debe formarse cualquier teoría fisíca. El estudio experimental
de la percepción demuestra claramente que esta opinión es
infundada: las necesidades de la percepción ordinaria de la
causalidad quedan satisfechas por una representación mental
del movimiento de los cuerpos mucho más primitiva que el
marco conceptual abstracto de la mecánica clásica, el cual debe
en resumidas cuentas responder de un modo bastante excep-
cional a las exigencias de interacción del hombre con su en-
torno. Sin embargo, las dos respuestas tienen un origen común
y es importante comprender cómo puede producirse entre ellas
una diferenciación tan neta por miedo de extraer conclusiones
injustificadas del hecho de la existencia misma de esa diferen-
ciación.
El punto decisivo es que el desarrollo mental no se lleva
a cabo de manera continua e ininterrumpida, sino por ciclos,
por estadios, cada uno de los cuales conduce a una armonía
temporal entre el entorno limitado del niño y el sistema de ope-
raciones mentales que le permiten adaptarse a él. La última
etapa es la que se termina por la adquisición de las «operacio-
nes formales» que quedan ya como instrumentos del pensa-
miento lógico del adulto. Esta adquisición es preparada por la
etapa anterior, la de las «operaciones concretas», basadas en la
utilización directa de los esquemas de percepción sensorio-
motores.
La diferencia caractedstica entre las dos etapas reside en la
función del lenguaje. En el estadio de las operaciones concre-
cretas el lenguaje es simplem~e..Jl_n medio de comunicar la
/~~~~~S~!}JU}0jh~
88 '(. !\.~ .. -~<""'·'~=---- .¡) ~
experiencia sensorio-motriz: las palabras son incorporadas en
las combinaciones significativas de esquemas sensorio-motores
y constituyen una representación simbólica de estos últímos.
Como los esquemas sensorio-motores son a su vez símbolos de
los aspectos de la experiencia que han sido retenidos como sig-
nificativos, se puede decir, sin ser demasiado esquemáticos, que
para registrar y comunicar la experiencia se emplean dos con-
juntos de símbolos, dos códigos, ligados entre sí 17 • En el estadio
formal, ~in embargo, el código verbal prosigue un desarrollo
autónomo derivando de forma puramente abstracta nuevos con-
ceptos que no tienen correspondencia inmediata con el dominio
sensorio-motor. Este refinamiento formal es el que hace posible
el pensamiento científico, aunque en la experiencia perceptiva
cotidiana sea evidentemente de poco uso: así se explica en
concreto la diferencia que observamos entre la causalidad
perceptiva y la causalidad física. Esta separación del código
formal y el código concreto no se efectúa sin plantear una serie
de problemas y, sobre todo, sin plantear la cuestión continua-
mente presente de la elección adecuada de construcciones
conceptuales cuyo vínculo con la experiencia sensorio-motriz
solamente es indirecto. El único medio de clarificar estas cues-
tiones consiste en volver a las idealizaciones fundamentales
que quedan sólidamente ancladas en la percepción y examinar
hasta qué punto pueden ser englobadas de forma coherente
con los demás elementos formales de la teoría. Desde este
punto de vista las teorías clásica y cuántica están en la misma
situación y los argumentos que sirven para delimitar sus res-
pectivos dominios de validez siguen exactamente la misma li-
nea. Lo único que sucede es que el camino que va de la ideali-
zación a la experiencia sensorial es un poco más indirecto para
un átomo que para un planeta.

17. L. Rosenfeld, The method of physics (informe de la Unesco, 1968)


(había dado una presentación más esquemática -y que ya no me satis-
facía- de los dos sistemas de códigos con ocasión de una conferencia
organizada en Kyoto en 1962 en honor de Yukawa). Sólo recientemente
me he dado cuenta -con gran sorpresa por mi parte- de que la «doble
señalización» había sido discutida hace mucho tiempo (1932) por l. P.
Pavlov (reimpreso en Conditioned riflexes and pvchiatry, New York 1941,
113-114).
89
La causalidad según E. Meyerson
J. Piaget

La doctrina . de Emile Meyerson ha encontrado pocos


adictos, a pesar de todo su talento y el de su principal defensor
A. Metz, porque en el estado actual de la fisica: la lectura
de sus obras deja cierto malestar: sobre todo sorprenden por
su actitud general de naturaleza analitica (carácter aislable de
la «identificación», división de conceptos, etc.), mientras que
toda la ciencia contemporánea está orientada en la dirección
de los sistemas de conjunto y de la dialéctica de las estructu-
ras. Sin embargo, creemos útil reexaminar de cerca esta toma
de posición, por paradógica que sea, porque plantea un proble-
ma siempre actual y porque su carácter sistemático y despro-
visto de todo compromiso tiene el gran mérito de mostrar con
todo rigor a dónde lleva el pensamiento, cuando éste cede a
las seducciones de los modelos de preformaciones, tan vivas
aún en ciertos autores en disciplinas en que la interpretación
causal sólo está en sus principios, como en genética biológica.
El problema central de la causalidad es el de las trasforma-
ciones productoras de novedad, aunque en su seno se manten-
gan, y de forma indisociable, ciertas conservaciones. Este
problema es general más que estrictamente causal, ya que es
el de toda «construcción», tanto en el terreno lógico-mate-

91
mático como en los dominios fisicos. Pero en éstos la produc-
ción parece no ofrecer ninguna duda, ya que se trata de lo «real>>
y la función de la causalidad es precisamente dar cuenta de
ello. Ahora bien, la doctrina de Meyerson quiere esencialmente
no ver en ello más que ilusión y anular toda novedad en be-
neficio de la preformación. Y busca este imposible con una
seguridad tan tranquila y un vigor tan incansable que cons-
tituye un monumento indestructible que sirve para recor-
darnos el problema y para mostrarnos lo que llegada a ser 1~
razón si olvidara uno de los dos polos de su actividad, a la
vez constructora y conservadora. Por esto nos parece que debe
reemprenderse la discusión de la obra de Meyerson, porque
ningún autor ha sabido, con tanta lógica y tanto coraje inte-
lectual, describirnos este monstruo amputado que es una razón
exclusivamente identificadora. Y no solamente se trata de re-
examinar los argumentos, lo que ya es muy instructivo si se
los compara con la evolución actual de las ciencias, sino tam-
bién, y casi principalmente, de discernir los móviles ocultos,
pues éstos son los más reveladores en cuanto a una tentación
permanente de la razón cuando solo insuficientemente toma
conciencia de su naturaleza operatoria.
Dicho más brevemente: puesto que el reduccionismo de
Meyerson y su creencia: en la primacía de la identificación es-
tán en los antípodas de nuestras propias actitudes, nos ha
parecido indispensable intentar un examen critico un poco
detallado de él.

1. La acción en sus relaciones con la razón y lo «real»

Frecuentemente se ha observado que, cuando una escuela


echa la culpa sistemáticamente a otra, o cuando un autor
centra su obra o al menos sus demostraciones en la refutación
de las de otro, los primeros adoptan de forma implícita, o
hasta explicita, cierto número de postulados esenciales sa-
cados sin más de la escuela o el autor adversos; y ello sólo por
el hecho de que, queriendo combatirles, eligen no solamente
los mismos problemas con vistas a la discusión, sino a veces,

92
y eso es lo que importa entonces, la misma manera de plantear
los problemas.
Se ha advertido constantemente, por ejemplo, que el es-
piritualismo clásico constituye una especie de materialismo a
la inversa: queriendo demostrar que la materia no actúa sola-
mente en los mecanismos reales, se toman de esta materia sus
caracteres de sustancia, de causalidad, de fuerza o de energía,
para atribuirlos al espiritu en lugar de buscar categorias espe-
cíficas en la conciencia, como las de significación, implicación
entre significaciones, etc. En un terreno más límitado, como
es el de las divergencias entre autores, todo el mundo ha visto
que la tan interesante obra de A. Lalande, que se centra en la
refutación de la de H. Spencer, presenta en muchos puntos los
cara<;teres de un simple evolucionismo spenceriano a la inversa,
pero conservando el mismo planteamiento de los problemas.
Un fenómeno del mismo orden se encuentra en los traba-
jos de Meyerson respecto al positivismo en general y al de
Comte en particular. Y la paradoja de esta situación se refiere
al hecho de que, en el punto que nos ocupará, Meyerson no
intenta invertir una de las tesis positivistas en su contraria:
adopta sin discusión ciertos aspectos de ella y se contenta con
completarla con otros, a propósito de los cuales entonces,
pero únicamente entonces, «da la vuelta>> a la posición posi-
tivista.
Esta tesis central, aceptada por Meyerson pese a su origen
positivista, es la de que el papel cognoscitivo de la acción se
reduce a la «previsión» y que, por consiguiente, las necesida-
des de la acción están enteramente satisfechas por la «legali-
dad» sin que existan relaciones necesarias entre el juego de la
la acción y la investigación causal. Desde luego, a partir de
aqui, Meyerson concluye que la acción no lo es todo, que las
tendencias fundamentales de la ciencia no derivan de la acción,
etcétera. Pero no pone en duda la primada de la previsión,
en el terreno de la acción, y uno puede preguntarse si esta in-
suficiencia inicial del análisis no es la que ha desvirtuado des-
pués su visión de las relaciones entre la acción y la razón o
entre la acción y lo real y, en definitiva, de las propias rela-
ciones entre la razón y lo real.

93
Se comprende que Meyerson haya analizado poco la acción
ya que la considera como un factor despreciable desde el punto
de vista epistemológico. También se comprende que haya
sostenido esta última opinión ya que creía oponerse con ella
a las tesis positivistas (pero aqui en virtud de la ilusión a la que
acabamos de referirnos y que hace a un autor tributario de una
posición que intenta refutar). Pero que Comte, cuyo objetivo
constante era la subordinación de la ciencia a la acción, no haya
comprendido esto mejor es algo que únicamente puede expli-
carse por su preocupación por la conservación social y su re-
ligión de la humanidad y por su desinterés ante los detalles de
la acción industrial artesanal, práctica y, en resumen, de la
acción de fabricación en general.
Ahora bien, lo propio de la acción en este sentido pleno
del término es seguramente «producir» algo y no solamente
prever. Es lo que ya deda Marx, que no por ello pensaba me-
nos en las aplicaciones sociales, sino que lo deda como eco-
nomista y especialista de las totalidades «concretas»; y es lo que
puede probar con detalle toda la psicologia de la inteligencia
práctica e incluso toda la etologia o psicología animal. Es evi-
dente que la previsión es necesaria tanto en las formas más
amplias de la acción como en la acción productora, pero no
por ello deja de ser cierto que el núcleo funcional de la acción
consiste en modificar los objetos y los acontecimientos, y por
lo tanto en «producir» y no en contentarse con prever para
asistir pasivo a secuencias o desarrollos exteriores al sujeto.
Si tal es el caso, entonces es evidente que el «modo de pro-
ducción>> de los fenómenos se refiere a la acción en primer tér-
mino lo cual contradice a Comte de forma fundamental, pero
no menos esencial resulta para la discusión de las tesis meyer-
sonianas, pues en virtud de este hecho resulta imposible opo-
ner, como lo hacen ellas, la acción y la razón en este punto
central. Vista desde este ángulo, la acción es incluso doble-
mente importante para la epistemologia de la ciencia, porque
constituye el punto de partida de las nociones del sentido co-
mún de las que se sacan tantos conceptos que, una vez depu-
rados, llegarán a ser cientificos (comenzando por la «acción
transitiva>> que interviene en toda conducta instrumental y

94
que es u?-,a de las. fuentes de la causalidad), y porque la expe-
rtmentacwn constste en actuar sobre lo real y esta acción,
igualmente «productora», puede tener por objetivo alcanzar
tanto el «modo de producción de los fenómenos» como su
simple legalidad. En efecto, disociar los factores, como toda
experimentación intenta hacer, es modificar lo real, por lo
tanto «producir» ya nuevas situaciones y, cuando se hace para
verificar una hipótesis explicativa, es comprometerse en la
vía de la causalidad.
Por otra parte, la acción es, psicológicamente, la fuente de
las operaciones y, aunque éstas sólo parcialmente son «aprio-
risticas», como piensa Meyerson (lo que está por discutir),
para él en todo caso lo son en una buena parte. Entonces si,
com<;> también cree él (lo que igualmente está por discutir),
todo lo que aparece en un momento dado está preformado en
lo que precede, ¿por qué no lo está la acción? El olvido del
papel de la acción es tanto más sorprendente en E. Meyerson
cuanto que su sobrino I. Meyerson estaba muy lejos de olvi-
darlo y terminó por escribir todo u~ libro sobre Les fonctions
psichologiqttes et les oettvres 1 . Es lamentable que el tia no haya
escuchado más a menudo al sobrino en materia de psicología,
porque la del primero ha permanecido, pese al segundo, exa-
geradamente simplificada.
A partir de aqui (pues estas lagunas psicológicas explican
muchas cosas en el planteamiento mismo del problema episte-
lógico tal como pretendía Meyerson), nos encontramos con él
en presencia de una tricotomía que tiende a reducirse a una
dicotomia. La dicotomía es, desde luego, la de la «razón» y
lo «real». Pero, como dice E. Meyerson, queda el «yo» y de
lo que se trata es de situarlo, ya que la razón no «camina»
nunca de vado y consiste siempre en identificar A y B en el
seno mismo de lo «real». Ahora bien, el «yo» en Meyerson es
más o menos exclusivamente la «sensación», ¡pues a veces in-

1. Donde se lee: «El estudio de los actos es el paso de la teoría ge-


neral del comportamiento al estudio de las obras» (p. 15), esas «obras»
comprenden naturalmente la propia ciencia.

95
cluso la voluntad se reduce para él (D.R., p. 173) 2 a la «sensa-
ción de querer>>! Pero la sensación es, lo repite sin cesar, lo
irracional por excelencia, pues, sin duda, debe ser situada del
lado de lo «real». De manera general se puede admitir que
para Meyerson el yo, bajo especie de sensación, es una imagen
más o menos deformada de lo real y que, aunque el conoci-
miento racional está obligado a partir de esta imagen, a falta
de otro contacto directo con lo real mismo, es sólo para co-
rregida después y alejarse de ella cada vez más gracias a pro-
gresivas identificaciones. Y a la percepción es concebida como
una elaboración de sensaciones gracias a un juego de «raZona-
mientos inconscientes» conducentes, entre otras cosas, a la per-
manencia del objeto. Sin duda el sobrino ha debido decirle
cientos de veces al tío que de hecho sólo existen percepciones,
y que la sensación pura es un mito o un producto del análi-
sis y no un dato previo; y que, además, la percepción no es
suficiente de ninguna manera para llegar a la permanencia del
objeto que supone un trabajo intelectual mucho más complejo.
Pero la psicologia del tío no dejó por ello de ser fundamental-
mente atomista, y este hecho explica mucho mejor de lo que
uno podria suponer a primera vista el carácter separado, ais-
lado o atómico de la propia identificación concebida como un
proceso absoluto y no como relativa siempre a un sistema de
trasformaciones operatorias.
Dicho esto, el único pasaje, a nuestro parecer, en que Me-
yerson atribuye a la acción un papel epistemológico positivo
y no nulo o despreciable, es aquel en que hace suya la teoria
de las operaciones de Goblot (C.P. Il). Pero adopta este punto
de vista de Goblot con un objetivo preciso, que es mostrar
que, en la medida en que las matemáticas superan la identidad
y la tautología puras, cesan de ser rigurosas y abarcan lo irra-
cional (admitiremos esto de buena gana en lo que concierne
a la operación y la «construcción» tal como las concibe Goblot,
pero de ninguna manera para las operaciones matemáticas mis-

2. Nos serviremos en lo que sigue de las siguientes abreviaturas:


I.R.: ldentité et réalité,· E.S.: L'explication dans les sciences,· C.P.: Le chemi-
nement de la pensée y D.R.: La déduction relativiste.

96
mas). Ahora bien, en esta perspectiva, a la vez muy coherente
y bastante sorprendente, Meyerson precisa que es al poder de
la identificación a quien «se debe la apariencia de apriorismo
total que presenta la adición; cuando de lo que se trata, sin
embargo, es de un verdadero acto, por el cual la razón sale de los
límites del intelecto puro para seguir el comportamiento de lo real>>
(C.P. I, p. XXII, subrayado por nosotros). En otros términos,
aun en el caso de la operación de adición, que presenta el
maximum de racionalidad por su carácter estrictamente rever-
sible y su estructura de «grupo», el que la adición sea una ac-
ción es decididamente atribuido por Meyerson a lo «reah> irra-
cional y no a la razón.
Hasta aquí la aparente tricotomía se reduce pues, casi to-
talmepte, a la dicotomía meyersoniana fundamental: el «yo» es,
o bien la inteligencia del sujeto que razona, y estamos del lado
de la razón identificadora, o bien la «sensación» y la acción,
y éstas son las partes menos elaboradas de lo «real» salvo cuan-
do la identificación trasforma la sensación en percepción y la
acción en operaciones semiracionales.
Pero queda la voluntad, en la medida en que no es consi-
derada únicamente bajo el ángulO' de la «sensación de querer»
«y constituye entonces, como ha destacado Schopenhauer, la
esencia del yo» (I.R., p. 43). Y esta voluntad nos lleva a otro
problema central: el de la acción en cuanto productora y no
ya simplemente en cuanto fuente de anticipaciones legales. En
este punto Meyerson reconoce efectivamente un tertium y no
pretende ya reducir la tricotomía de hecho a su dicotomía ha-
bitual. Pero entonces, por un procedimiento extremadamente
interesante de desglose de los problemas y de eliminación por
trasposición de dominios, Meyerson elimina pura y simple-
mente la cuestión como si el mecanismo de la acción volunta-
ria no plantease un problema de causalidad por una parte a la
psicofisiología y, sobre todo, por otra, al sujeto que piensa y
razona (¡aun cuando razone por identificaciones!). Ahora bien,
Maine de Biran ha sostenido a este respecto una célebre teo-
ría de la causalidad. Pero Maine de Biran sólo es citado en
I.R. a propósito de la «sensación de tocar» (p. 335), en E.S.
sólo por haber sido ignorado por Hegel (p. 410) y en C.P.

97
sólo por haber atribuido a la filosofia la investigación de los
fenómenos de la esencia y la causa (p. 116-117 y p. 146) asi
como por haber practicado el método de análisis reflexivo (p.
689): ninguna alusión a la interpretación propiamente biraniana
de la causalidad. ¿Y por qué? Muy sencillamente porque Me-
yerson, habiendo decidido ocuparse sólo de la «causalidad cien-
tífica» y no de la «causalidad teológica», derecho que nadie le
niega, decide además (y aqui es donde nosotros podemos ha-
blar de eliminación de problemas por trasposición de domi-
nios) ¡que la causalidad inherente a la voluntad supone el libre
arbitrio y constituye por consiguiente la única «causalidad teo-
lógica»! Una «identificación» tan sorprendente exige un examen.
«Ni un instante, se contenta con decir Meyerson, puedo
alimentar la ilusión de que mi voluntad es algo análoga al mo-
vimiento que ella produce; hay pues aqui un concepto de la
causalidad fundamentalmente diferente del que terminamos de
estudiar y que está fundado en la identidad» (I.R., p. 42). Es el
único argumento. Ahora bien, sin tener que hablar aqui de la
interpretación causal del psicofisiólogo y limitándonos a la del
sujeto, constantamos que, ya a los cinco años, un niño que
empuja con la mano A un palo B y con el palo B un objeto e
(conducta llamada instrumental) no duda «ni un instante», y lo
declara explicitamente, que el movimiento de A se ha trasmi-
tido a B y que el de B se ha trasmitido a e: sin ninguna refe-
rencia al libre arbirtio ni a la «voluntad>> metafísica de Schopen-
hauer, el sujeto extrae pues de la acción voluntaria no, desde
luego, el esquema biraniano (que en modo alguno defendemos,
a no ser para insistir sobre el papel de la propia acción en la
comprensión de la acción transitiva), ni quizá el esquema me-
yersoniano (que no defendemos tampoco, pues aqui hay más
que identificación), sino un modelo que, si Meyerson hubiera
reflexionado sobre él, lo habria asimilado seguramente a su
modelo habitual y nos habria valido una larga discusión sobre
las relaciones de Maine de Biran y de Hume ... Y si E. Meyer-
son, despues de haber reflexionado sobre el niño, hubiera lle-
vado su reflexión no solamente al bebé en los inicios de las
conductas instrumentales (que manifiestan cualquier cosa sin
palabras, desde la creencia a la trasmisión de un movimiento),

98
sino también a los chimpacés estudiados por Kohler 3 y des-
pués por I. Meyerson (el sobrino) y por P. Guillaume, habria
vuelto a encontrar los mismos postulados en el seno de con-
ductas bastantes sutiles desde el punto de vista geométrico.
En una palabra, todo habria podido e incluso debido con-
ducir a Meyerson a reprochar al positivismo haber desprecia-
do, en beneficio sólo de la legalidad, el papel productivo y
.::ausal de la acción. Ahora bien, él la ha despreciado a su vez
~n nombre de una dicotomía previa de la razón y de lo «real»,
cuyas artificiales fronteras le habrán podido poner de manifies-
to un análisis más exacto de esta acción. De hecho la acción
productora es a la vez el origen de la razón y una emanación
biológica de lo real, lo cual tiende a hacernos dudar de que lo
real ,sea puramente irracional y sobre todo de que la razón sea
puramente identificadora ...

2. Las dificultades de la «identificacióm>


en el terreno de las operaciones del pensamiento

Antes de llegar a la causalidad como tal es indispensable


examinar las díficultades de la tesis mayersoniana en los domi-
nios de la lógica y las matemáticas: en efecto, en ellas es don-
de la razón está presente en su forma más pura y donde me-
jor se ve el conflicto entre una concepción fundada únicamente
en la identidad y las concepciones operatorias corrientes, siem-
pre que supongamos, con la aprobación de Meyerson, que la
operación deriva de la acción (cosa que Comte no ha visto y
que continúa ignorando el neo-positivismo contemporáneo pa-
ra el cual las operaciones sólo son reglas lingüísticas).
En una palabra, la tesis de Meyerson es que la lógica y las
matemáticas no se reducen a una pura tautología, pero que,
en la medida en que van más allá, es porque extraen de la rea-
lidad lo diverso y son por lo tanto irracionales. Meyerson no
lo dice detenidamente de la lógica como tal, pero como com-

3. Y sin embargo W. Kohler es citado (C.P., p. 895) pero sólo en el


terreno de las manifestaciones fonéticas del chimpancé.

99
porta también un juego de operaciones, en particular aditivas,
no cabe duda de que es preciso generalizar a una parte de este
dominio (al menos a las lógicas extensionales) su tesis relativa
a las matemáticas.
1. Por el contrario, en el terreno de la lógica intensional
(juicios predicativos) nos encontramos en presencia de una es-
pecie de contradicción, la única ínconsecuencia (por lo demás
quizá más aparente que real, aunque parezca esto último) que
se encuentra en la obra del gran epistemólogo. En efecto, se-
gún él, Antístenes tenia razón al considerar que en el juicio el
predicado es idéntico al sujeto: idéntico, corrige Meyerson, en
el sentido naturalmente de una identificación incompleta con
resistencia de la diversidad (C.P., parágrafos 152 s y 161). Sólo
los predicados son múltiples, y el sujeto A no posee sólo un úni-
co predicado a sino también b, e, etc. : ahora bien, haciendo aqui
una excepción que uno se explica mal, o demasiado bien, no
parece 4 que Meyerson haya pensado nunca defender la iden-
tidad ni siquiera parcial de estos múltiples predicados entre
sí. Lo que no es que no se haya ocupado de su conexión. Pero,
por una anomalia que para nosotros es aún más grave o más
reveladora, no describe este nexo en términos de identificación
sino únicamente en términos de «coherencia>>, lo que es muy
diferente.
Además, ello no es en modo alguno el resultado de un des-
cuido. En efecto, por una parte admite claramente la dualidad
de procedimiento de la identificación y de la búsqueda de la
coherencia: «Porque la razón, dice (C.P., p. 180), no hace más
que identificar lo diverso y está por lo tanto obligada a afir-
marlo a la vez como idéntico y como diferente. Y del mismo
modo aqui, al buscar la coherencia, siente que sólo podrá es-
tablecerla parcialmente». Se trata pues de dos procesos distintos
aunque paralelos. Y, por otra parte, esta búsqueda de una co-

4. Pero es imposible dominar toda la obra del gran epistemólogo


ni de memoria, ni aun mediante un fichero que habría que rehacer conti-
nuamente según las necesidades del momento; pues Meyerson, que no
ejercía el oficio de profesor aunque tenía ciertas inclinaciones a hacerlo,
introduce en sus obras innumerables disgresiones con las cuales habría
adornado sus cursos y sin las cuales habría aligerado sus escritos.

100
herencia entre los predicados de un mismo sujeto tiene por
objeto obtener la «necesidad>> de su unión, exactamente igual
a como la identificación busca lo necesario. Esto es lo que
resulta de una cita de Losski (C.P., p. 176), de la afirmación
de que «toda propiedad es esencial» o si se prefiere, «que nin-
guna puede ser accidental» (C.P., p. 161). Y sobre todo de una
importante referencia a Cuvier, reproducida dos veces (E.S.,
p. 59 s y C.P., p. 106 s), en que Meyerson alaba grandemente
a este biólogo por haber puesto en evidencia el príncipio de, la
correlación de los órganos o de las formas y por haber compa-
rado esta coherencia entre los diversos caracteres (o predicados)
de un ser organizado con el hecho de que «la ecuación de una
curva implica todas sus propiedades». Esto equivale pues a de-
cir que «si se tomara cada propiedad como base de una ecua-
ción pecualiar se encontrada en cada caso tanto la ecuación
ordinaria como cualquier otra propiedad; de la misma manera
que la uña, el omóplato, el cóndilo, el fémur y todos los hue-
sos tomados separadamente dan el diente o se dan recíproca-
mente» (C.P., p. 107: cita de Cuvier).
Ahora bien, estos pasajes son dignos de mayor atención,
no solamente porque describen una «coherencia» que es ori-
gen de una necesidad sin relación con la identificación (Cu-
vier no identifica el cóndilo con el diente ... ), sino también
porque «la coherencia insuficiente» (C.P., apartado 105) se atri-
buye como de costumbre en caso de dificultad, no a las contra-
dicciones internas de una tesis que quiere reducir la razón a
la identidad y la diversidad real a lo irracional, sino a la «con-
tradicción fundamental inherente a todas las operaciones de
nuestra razón» (C.P., p. 180). Lo que por el momento nos in-
teresa no es, por otra parte, esta sorprendente concepción de
una razón contradictoria en sus operaciones: es la dualidad
de naturaleza entre la «coherencia» de los predicados, sin ten-
tativa de identificación, y esta identificación misma, puesto
que ambas dan origen a una necesidad, sin que por ello se
confunda y de lo que se trata entonces es de establecer si, en
ambos casos, esta necesidad igualmente deductiva se debe a los
mismos instrumentos racionales. Ahora bien, es evidente que
no existe nada de esto.

101
Todo el esfuerzo de Meyerson en lógica, dada la obligación
que siente de justificar continuamente la reducción de la ra-
zón a la identificación, consiste en asimilar cada forma de jui-
cio o de razonamiento a silogismos en comprensión. El propio
razonamiento matemático le parece reducible a «cascadas de
ecuaciones» que se reducen a fin de cuentas a estos simples
silogismos, pero en comprensión. Ahora bien, es evidente que
en el caso de predicados múltiples atribuidos a un mismo su-
jeto, como los diversos órganos de un animal en el ejemplo
de Cuvier, o las múltiples propiedades de una ecuación o de
una curva, es decir, las múltiples variables de una misma fun-
ción, ya no es posible relacionarlos por signos de igualdad o
de silogismos, ni siquiera en comprensión, y Meyerson lo ha
advertido tan bien que ya no habla entonces de identidad ni
siquiera de identificación, sino que se contenta con el término
de «coherencia>>. Pero esta «coherencia» no es tampoco asi-
milada a la de a la simple legalidad, o constatación generali-
zada, ya que es fuente (y sobre lo que insiste sin cesar el autor)
de «necesidad» y de una necesidad que supone la intervención
de la razón.
¿Qué es entonces? La solución se impone: esta «coherencia>>
tiene que ver con la lógica de relaciones, que trata ciertamente
de relaciones de equivalencia, las únicas que Meyerson retiene,
pero también y con el mismo rigor de las relaciones, de diferen-
cias, de dependencias, etc., que desbordan por todas partes la
simple identidad. Ahora bien, Meyerson conoce naturalmente
esta lógica (C.P., parágrafo 149), pero se dedica con todos sus
medios a reducir su alcance. Lo que busca la racionalidad,
nos dice, «es el ser verdadero de las cosas, y esto explica que el
enunciado que expresa un conocimiento tome sobre todo la
forma de una afirmación concerniente a este ser; de ahi la
importancia de la cópula 5 • Considerada bajo este punto de

5. Aquí hay dos confusiones: la del «es» en el sentido de «existe»


(3) y la de la cópula (e) que no tiene nada que ver con el ser «verdadero».
Por otra parte, en un juicio predicativo, la cópula es también «es», mien-
tras que en una relación como A < B la cópula no es otra que la relación
misma > y de ninguna manera la palabra «es» tal y como lo creen Aris-
tóteles y Meyerson.

102
vista, la relación sólo puede aparecer como un conocimiento
secundario, de un rango inferior en cierto modo a los que se
refieren al ser mismo, superponiéndose a ellos y, en el fondo,
útil sólo en la medida en que facilita la adquisición de estos
últimos» (C.P., p. 254-256). Es la prueba de que el positivismo,
al poner el acento en las relaciones, «sólo puede llegar a ellas
alternando profundamente la esencia misma del pensamiento»
(C.P., p. 255). Estos pasajes de Meyerson prueban bastante
bien la existencia de una cuestión o de una dificultad central
para su sistema.

Y no son los únicos. El lógico O. Holder, que no tiene, salvo error,


nada de positivista, y que cita frecuentemente a Meyerson, por su inter-
pretación de las matemáticas, sostiene que éstas no utilizan el silogismo
y reposan en la lógica de las relaciones. Meyerson responde en primer
lugar que Holder se ha engañado porque no ha tenido en cuenta más
que los silogismos en extensión. Pero añade, y ahora ya no podemos
seguirle: «Es suficiente con no dar al término relación su sentido estre-
cho que es el de relativo a muchos sujetos, para reconocer que la fór-
mula de la relación es simplemente la del silogismo concebido en com-
prensión» (C. P., p. 437). Claro es que, nosotros mismos hemos soste-
nido que los predicados podian reducirse a relaciones 6 y J. B. Grize lo
ha demostrado apoyándose en la teoría de los pares 7, pero de ellp no se
sigue en modo alguno que las relaciones sean siempre, en sí mismas,
predicados, (salvo justamente en el caso de que el predicado a se tras-
forme en «co-a» en virtud de la costrucción semi-reflexiva utilizada por
Grize y, de todas formas, la relación con un único sujeto sólo existe en
el caso de la reflexibilidad pura). Las relacciones a las que se refiere Hol-
der son pues, sin ninguna duda posible, las relaciones auténticas de la
lógica de relaciones cuyo sentido sólo es «estrecho» en el pensamiento
de Meyerson, ya que por el contrario son tan amplias que en general
resultan irreductibles a la mera identidad.

Además Meyerson olvida completamente, en esta crítica a


Holder que él mismo ha considerado de cerca la situación de
los predicados múltiples y no ha podido tratarla más que en
términos de «coherencia>> y no de identificación, lo que cons-
tituye una apelación apenas disimulada a la lógica de rela-
ciones.

6. Traité de Jogique, Paris 1949.


7. Eludes d'epistémologie génétique, vol. XX.

103
2. Aunque esta lógica de relaciones es el primer ejemplo
de un dominio enteramente racional (y por consiguiente uti-
lizado por el mismo Meyerson implicitamente en su teoría
de la «coherencia») en el que es arbitrario atribuir la diversidad
a lo «real>> y sólo la identidad a la «pura>> razón, hay también
muchos otros. Evariste Galois, que conoda el camino de la
razón en cuanto que producción, resumió su actividad por
medio de estas dos palabras citadas por Meyerson: «combinar
y comparar» (C.P., p. 404). Ahora bien, comparar es asunto
de relaciones y hoy dia de «morfismos», pero combinar supone
mucho más todavía.
Sea un juicio de la forma predicativa en que Meyerson encuentra el
maximum de inteligibilidad a diferencia de lo que ocurre con los de rela-
ciones e interacciones. Llamémosle p. Si la razón puede afirmarlo no ha-
brá por qué considerar que tenga que salir de lo racional y recurrir a lo
«real» en el caso de que supongamos que pueda negarlo p. Si puede ha-
cerlo (siempre por hipótesis y permaneciendo pues en los posibles, sin
recurrir a lo «real»), no habría tampoco por qué negarle el derecho, o
incluso la obligación, de negarle a plantear pyjj «a la vez»: con lo cual
tendríamos el principio de contradicción p.jj=O. Pero entonces, y siem-
pre sin salir de sus atribuciones, está obligada a elegir uno «u» otro, es
decir, a aplicar el principio de tercero excluido que nadie, ni Brower,
pone en duda en lo finito para ciertas categorías de objetos: de donde
pvjj=z (donde z= el universo del discurso). Si para otras afirmaciones
la razón exige la posibilidad de situaciones «indecidibles», se tendrá un
valor más que enriquecerá la combinatoria que se sigue, pero es inútil
recurrir aquí a ello. Supongamos ahora otro predicado enteramente
«coherente» con el primero: de donde el juicio q con las mismas asocia-
ciones de base q, q, q-:f¡ y qv7j. Pero entonces, e incluso sin recurrir a re-
laciones para justificar esta «coherencia», es necesario que la razón, sin
salir de nuevo de sus atribuciones, combine p y q, así como jj y q, partien-
do de la afirmación completa (frecuentemente llamada «tautología» pero
que no tiene nada que ver con p=p):p.q p-:f¡p.q p:q.Entonces de aquí re-
sulta, combinando estas parejas, 1 a 1, 2 a 2, 3 a 3, o según las 4 ó O, las 16
combinaciones de la lógica bivalente de las proposiciones. Con 3 propo-
siciones se tendrán 256 combinaciones, etc.
Esta combinatoria, ¿nos hace salirnos de los límites de la «razón» y,
por el hecho de que comporte «operaciones», nos obliga a recurrir a
acciones que según Meyerson, heredan, de la «realidad» su irracionali-
dad? Pero aunque tal fuese el caso, es evidente que habría que decir lo
mismo de la afirmación p por sí misma, ya que puede ser trasformada
en jj por negación, así como de la afirmación P=P que supone la nega-
ción de P=ft y luego la nueva firmación P=P· Es, pues, necesario que la

104
identidad pura P=P (decimos bien la identidad y no la identificación)
supone que p sea idéntica a p=2, 4, 6, 8, etc., negaciones de p y sea con-
tradictoria con P= 1, 3, 5, 7, etc., negaciones de p. Por ello, en modo algu-
no es indispensable contar (numéricamente) estas operaciones: basta con
efectuarlas por una interación puramente lógica. Es bastante incompren-
sible que Meyerson no se diese cuenta de este carácter operatorio de la
identidad misma, pues hablar de «juicio» o de «afirmación», etc. es toda-
vía referirse a «actos» que, desde el punto de vista lógico corresponden a
«operadores» o <<Íunctores», etc. tales que la afirmación sea indisociable
de una posible negación y así sucesivamente. Decir que estos actos tie-
nen siempre un contenido «real» y que en este contenido puede deslizarse
un irracional porque en la realidad un objeto X nunca es enteramente
idéntico a sí mismo al pasar del momento 1 (comienzo de la afirmación)
al momento 1+1 (fin de la afirmación X=X), es algo que aceptamos
de buena gana como hipótesis. Pero la cuestión no se plantea ahí: se plan-
tea en el hecho de que la razón no se extrae de ese contenido y la forma
X=:_X supone la afirmaciónp=p que implica la negación de su negación
p=Ji. Ahora bien, en cuanto se constata esta solidaridad necesaria entre
la afirmación y la negación no es ya posible negar el carácter operatorio
del propio juicio de identidad, ya que la operación es por definición un
acto reversible y aquí la reversibilidad es la inversión o negación.

Si Meyerson no lo ha visto es sin duda porque su episte-


mología es la de un químico y no la de un matemático y porque
un químico se inclina a pensar de forma atomística dividiendo
lo real: de ahí su creencia en la identificación como proceso
aislado. Pero sobre todo creemos que se debe a su psicología,
igualmente atomística y sorprendentemente poco activista: lo
que le interesa es «la sensación>> como si el «yo» consistiera en
registrar simplemente lo real, y la razón en cuanto proposi-
ción predicativa A = a que sería enteramente «quiescente»
(C.P.) si lo real no se le resistiera continuamente. Quedan la
acción voluntaria, sobre la que ya hemos visto cómo la elimina
rápidamente del dominio causal retenido arbitrariamente por
él, y la operación matemática que vamos a ver cómo la atri-
buye a lo real y no a la razón, en la exacta medida en que es
operatoria y no tautológica. El conjunto de estas tesis o de
estas opciones explica fácilmente porque no se ha dado cuenta
de que la propia razón, incluida la identidad pura, era también
operatoria y dependiente genéticamente de las coordinaciones
más generales de la acción.

105
Ahora bien, por lo que respecta a estas operaciones funda-
mentales de la razón que son la afirmación p y la negación p
es imposible atribuirlas a lo «real» porque, aunque pudiera
sostenerse con rigor que lo real afirma algo (cosa que nos
parece ya desprovista de significación), no se puede pretender
que «niegue» nunca nada. Puede mostrarnos la ausencia de lo
que esperábamos y responder asi con una negativa a la cues-
tión que le planteábamos, en el caso en que una experiencia
refute una hipótesis, pero al margen de las metáforas de se-
mejante lenguaje, lo real por si mismo nunca dice ni si ni no:
simplemente «es» lo que es y sólo la razón afirma o niega
mediante juicios que son actos y por lo tanto operaciones.
Además, estas operaciones distan mucho de limitarse a aplica-
ciones a lo real y versan también sobre lo posible, como su-
cede en todo razonamiento hipotético-deductivo: si p es ver-
dadera (independientemente de lo real), entonces p es falsa y p
es nuevamente verdadera, de donde p.p = O y p v p = ver-
dadero.
3. Antes de pasar al problema de las operaciones mate-
máticas, conviene todavía hacer, a propósito de la lógica,
dos observaciones encaminadas ambas a mostrar cómo la ra-
zón no se reduce ni a la pura identidad ni tampoco a la iden-
tificación.

Conviene en primer lugar recordar que la combinatoria elemental, de


donde han salido las innumerables operaciones proposicionales, no está
sacada de lo real, sino precisamente de las actividades del sujeto y de la
razón. Meyerson nos dice que la adición es una acción y en cuanto tal
se limita a imitar «el comportamiento de lo real». Intentaremos demostrar
la escasa consistencia de esta argumentación, pero limitémonos por el
momento a la combinatoria, que es más compleja que las composiciones
simplemente aditivas. Ahora bien, la combinatoria no la saca en absoluto
el pensamiento de la realidad física, pues, aunque se puede sostener que
en un sistema físico de elementos múltiples todas las combinaciones
na n se producen a la larga hasta un cierto valor de n, se trata en ese caso
de asociaciones aleatorias y no sistemáticamente dirigidas, y sobre todo
se trata de un proceso muy lento (salvo en el caso de ciertas recombina-
ciones genéticas en biología). Ahora bien, han sido descubiertas muy
tarde, mientras que el niño llega espontáneamente desde los 14-15 años
por término medio a combinaciones, permutaciones y ordenaciones sis-
temáticas, sin conocer sus fórmulas numéricas y sin iniciación escolar.

106
(De ahí, entre otras cosas, que a esta edad se den los comienzos de las
operaciones proposicionales en lógica). Decir que no se trata de pensa-
miento sino de «acción» es igualmente inadmisible porque precisamen-
te esta combinatoria no aparece en el plano de la acción antes de la for-
mación del pensamiento hipotético-deductivo o formal (operaciones in-
terproposicionales que versan sobre hipótesis).

Combinar es pues un proceso fundamental del pensamiento,


como decía Galois y, cosa esencial, un proceso que engendra
lo diverso en lugar de reducirlo a lo idéntico o de contentarse
con una diversidad previa sin reducirla y buscando simplemente
su «coherencia» en el sentido examinado en 1 (que supone,
como hemos visto, la lógica de relaciones sin exigencia de
combinatoria).
Pero (segunda observación) la evolución de la lógica en su
conjunto desde que ha llegado a ser simbólica y precisa, ma-
nifiesta igualmente una continua producción de lo diverso que
no se puede atribuir a lo real en cuanto tal. Ciertamente, en
algunos puntos la construcción de lógicas polivalentes puede
atribuirse a la intervención de consideraciones probabilistas
sugeridas por problemas fisicos, pero la lógica intuicionista de
Heyting con infinidad de valores ha nacido de los trabajos de
Brouwer sobre los limites de aplicación del principio de ter-
cero excluido, principio puramente lógico y en relación con
colecciones infinitas, es decir, precisamente con una región
de las matemáticas que no tiene significación fisica. Meyerson
reconoce ciertamente que la lógica no es tautológica (C.P.,
p. 452) pero es porque siempre piensa en la lógica ordinaria
y en la resistencia del contenido a la forma. En el terreno de
la lógica formalizada, la lógica tampoco es tautológica, a pe-
sar del positivismo lógico, pero por razones diferentes que no
tienen nada que ver con el contenido, despreciado en este caso:
en primer lugar es combinatoria y lo que en lógica de las pro-
posiciones se llama «tautología» es el conjunto de las combi-
naciones posibles y no la identidad p = p. En segundo lugar
toda axiomática se apoya en axiomas compatibles entre sí,
suficientes y además independientes unos de otros, lo cual
constituye una prueba suficiente de que no son idénticos en-
tre sí. Ahora bien, estos axiomas no están sacados de «lo real»

107
sino del funcionamiento de las operaciones propiamente ló-
gicas (en el sentido de las operaciones discutidas en 2).
De manera general la lógica ha engendrado asi, gracias a
las combinaciones posibles, una multiplicidad de sistemas cada
uno de los cuales es demasiado débil para fundamentar «la»
lógica y cuyo conjunto es demasiado rico para ofrecer una
solución univoca a los problemas de fundamentación: ya es
bastante decir que la lógica engendra continuamente lo diverso,
pero por combinaciones nuevas y por abstracciones reflexivas
a partir de sistemas ya constituidos, sin tomar nada de los
contenidos, que no se tienen en cuenta, es decir, sin referencia
a lo «real». Sería por otra parte una paradoja insostenible pre-
tender que la lógica no pertenece a la razón y que ésta se re-
duce a la mera identidad p = p, pues de ésta no se puede sacar
ningún «sistema» lógico: ahora bien, las nociones de «sistemas>>
y de «totalidades» son tan importantes como la de identidad,
y el propio Meyerson parece admitirlo implicitamente a pro-
pósito de la «coherencia» de los predicados, aunque lo olvida
continuamente en las otras partes de su obra (salvo a propó-
sito del atomismo fisico ).
4. Si tal es la situación por lo que respecta a la lógica,
veamos que hay de las matemáticas. La posición de Meyerson
aqui es de un gran interés, pues se trataba de interpretar las
operaciones del sujeto y no ya simplemente la manera como
éste explica las acciones de los objetos.
El proceso tal como lo ve Meyerson se desarrolla en tres
tiempos: 1) Las operaciones son en primer lugar acciones
«materiales» en el sentido de Goblot, pero Meyerson sin duda
ha visto, sin decirlo, que si las acciones no estuvieran regula-
das, como quiere Goblot, más que por las proposiciones an-
teriormente admitidas, estas operaciones sólo seguirían siendo
rigurosas en la medida en que lo que construyeran estuviera
ya contenido en tales proposiciones y carecerían de rigor en la
medida exacta en que supusieran novedad; 2) Estas opera-
ciones necesitan, pues, un reglaje interno, y éste está suficien-
temente asegurado, según Meyerson, por la identificación: la
adición, por ejemplo, se limita a desplazar un número aña-
diéndolo a otro pero dejándolo idéntico a si mismo durante

108
el desplazamiento: la operac10n, aunque de origen empmco
(como toda acción) queda así trasformada en «concepto» y
constituye por lo tanto, como todo concepto no tautológico,
una mezcla de elementos tomados de lo real y de identifica-
ción; 3) Pero entonces, y en esto consiste su originalidad,
este concepto retorna a lo real (C.P., p. 349-353) y «evoluciona
como un concepto» (C.P., p. 389) a la manera de un acto. La
operación no es pues enteramente apriorística (C.P., p. 393).
No discutamos por el momento esta concepción de la ope-
ración que ya se ve -y el mismo Meyerson insiste por lo demás
en ello- que conduce nuevamente a sacrificar el rigor de las
matemáticas a su fecundidad (cosa que ya era característica
de la interpretación de Goblot aunque, en este caso, sin que-
rerlQ ). Volveremos sobre el tema en 5, pero por el momento
aceptaremos provisionalmente, a título de hipótesis, este punto
de partida para preguntarnos si es suficiente al menos para
explicar la fecundidad. Tal es, en efecto, el objetivo central de
Meyerson para las matemáticas: éstas sólo tienen un rigor
aproximado y debido exclusivamente a la identificación, sin
embargo, son indefinidamente fecundas porque, gracias a las
operaciones, extraen su riqueza de lo «real».
Ahora bien, en estos últimos años es relativamente fácil
seguir las manifestaciones del nuevo espíritu que anima a las
matemáticas y captar así las razones de esta fecundidad actual.
Los problemas se plantean entonces como siguen: a) ¿las
novedades son debidas a lo que puede subsistir de empírico
en las operaciones del matemático y sobre todo a nuevos prés-
tamos de lo «real>> o por el contrario su motor tiene que ver
con lo que hay de «apriorísticO>> en las operaciones, es decir,
con actividades de la «razón»? b) ¿estas actividades muestran
un progreso en el sentido de la identificación o, por el con-
trario, en el de una producción reforzada de lo diverso?
Ahora bien, sobre estos dos puntos, si pensamos en el es-
tructuralismo de los Bourbaki, en las «categorías» de McLane
y Eilenberg o incluso en el imperialismo creciente de la teoría
de conjuntos desde los descubrimientos de Cantor, constata-
mos cuán profundo era el método de Galois que es el verda-
dero iniciador de todas estas trasformaciones: «combinar y

109
comparar», deda Galois. Aún queda por preguntar (y para
nosotros esto es lo esencial del punto a) a partir de qué y según
qué modo de abstracción.

Las «estructuras» Bourbakistas, por ejemplo, se obtienen en primer


lugar por «comparaciones»: se confrontan los más diversos dominios o
capítulos matemáticos y se buscan «isomorfismos» (por una extensión
de la lógica de relaciones sin atención ninguna al silogismo o a los juicios
predicativos). Entonces, ciertamente, se encuentran equivalencias, es
decir, identidades parciales (aquí los «mismos» morfismos); y en modo
alguno pretendemos negar su existencia, dondequiera que Meyerson
las encuentre, sino solamente precisar el papel que efectivamente juegan
en relación con el conjunto del sistema del que forman parte en cada
situación definida. Ahora bien, en este caso concreto estos isomorfismos
se obtienen haciendo abstracción total de los contenidos, lo cual constituye
una prueba suficiente de que no están sacados de lo que puede subsistir
de «real» o de empírico en esos contenidos «diversos», sino que se trata
de realidades puramente formales. Por otra parte, estos isomorfismos o
equivalencias no versan sobre predicados aislables, sino precisamente
sobre «estructuras», es decir, totalidades operatorias o sistemas (grupos,
etcétera, para las estructuras algebraicas, redes o retículos para las estruc-
turas de orden, y estructuras topológicas), cuyas partes son cada vez más
diferenciadas y «coherentes» pero de ninguna manera idénticas. Otro
tanto podría decirse de las «categorías».
El segundo carácter fundamental de estas construcciones es que,
después del trabajo preliminar de comparación o establecimiento de mor-
fismos, viene un proceso cada vez más amplio de combinaciones: las
«estructuras madres» son combinadas entre sí y dan nuevas estructuras,
estas subestructuras son combinadas entre sí, etc. Los isomorfismos dan
estructuras comunes, pero éstas dan lugar a nuevos isomorfismos al com-
parar sus modos de construcción, etc. Las operaciones dan lugar a opera-
ciones sobre las operaciones, y así sucesivamente. En una palabra, la
invención matemática es el resultado de una jerarquía creciente de com-
binaciones nuevas, pero no en el sentido del desarrollo de todas las com-
binaciones posibles de una combinatoria cuya fórmula se conociera de
antemano y que no tuviéramos más que desplegar hasta el final, sino en el
sentido de reaproximaciones imprevistas cuyo número es ilimitado y
entre las cuales hay que elegir las más fecundas para extraer instrumentos
de estructuración y no productos preformados.

La cuestión central es, por lo tanto, la del modo de tales


abstracciones. Ahora bien, aqui es donde el aristotelismo con-
ceptualista de Meyerson y su dicotomía de lo «reab> diverso y
la razón identificadora le han impedido percibir el poder cons-

110
tructivo interno (y no exógeno) de la acción y de las opera-
ciones que la prolongan. En efecto, la abstracción lógico-
matemática no se confunde en absoluto con la abstracción
aristotélica que extrae su sustancia de la percepción, del objeto
o de lo «real». Uno de los caracteres más sorprendentes de la
dicotomia de Meyerson es que, cuando un sujeto actúa sobre
un objeto, a él le parece que la ruptura esencial es la que opone
la acción a la «razón>>, mientras que desprecia la que separa al
sujeto actuante del objeto sobre el que se ejerce esta acción.
Al entrar entonces sitúada la acción del lado del objeto y no
de la razón, se sigue naturalmente que el único tipo de abs-
tracción que le preocupa sea el que, en la tradición peripaté-
tica, extrae su conocimiento del objeto.
Ahora bien, la abstracción lógico-matemática, y a todos los
niveles (desde la primera infancia hasta Cantor o Bourbaki),
presenta por el contrario el carácter, extraordinario y sui ge-
neris, de extraer sus informaciones no de los objetos como
tales ni de las percepciones o sensaciones que pueda uno te-
ner de ellos sino de las acciones u operaciones que se ejercen
sobre los objetos, cosa muy diferente. La idea fundamental
de orden, por ejemplo, cuya importancia es como minimo igual
a la de identidad (y en nuestra opinión superior, pues se trata
de una idea generadora de lo diverso y no solamente regula-
dora: ver concretamente Cournot), no es abstraída de los ob-
jetos, aun cuando éstos estén ordenados, pues para descubrir
o constatar un orden hay que utilizar ya movimientos o re-
presentaciones ordenados (movimientos de los ojos, de lama-
no, orden introducido en los recuerdos, orden de las palabras,
de las operaciones, etc.) 8 • El orden pertenece a las coordina-
dones más generales de la acción y de ellas es de donde es
extraído en su forma reflexiva (conceptual u operatoria). Lo
mismo sucede con la noción de correspondencia que ciertamente

8. Un partidario del positivismo lógico, D. Berlyne, ha mostrado


con detalladas experiencias, durante su paso por nuestro laboratorio,
que el aprendizaje de un orden no resulta sin más de refuerzos externos
(teorías de Hull, etc.) sino que supone un «contador». Ver Etudes, vol. XII,
parte II.

111
puede dar lugar a constataciones en lo real pero sólo si los ob-
jetos han sido puestos en correspondencia por el sujeto (del
mismo modo que pueden ser ordenados) o bien si la propia
lectura de correspondencias exteriores supone movimientos o
representaciones con estructura de correspondencia.
Esta abstracción a partir de las acciones u operaciones que
caracteriza a la actividad lógico-matemática es entonces nece-
sariamente constructiva y reflexiva, porque traspone en un
nuevo plano lo que extrae del plano ínferior y debe recons-
truir y recombinar sobre ese nuevo plano lo que estaba dado
en el anterior. Así es como para engendrar el primer cardínal
transfinito alef cero Cantor utiliza series como 1, 2, 3. .. y 2,
4, 6... , después las pone en correspondencia y obtiene la po-
tencia de lo enumerable, pero por un proceso que implica a la
vez una comparación, una combinación nueva y una abs-
tracción reflexiva.
El mismo Meyerson proporciona numerosos ejemplos de
tales procesos e invoca a este respecto el principio de Hankel
(C.P., p. 382) pero sin advertir nunca la diferencia de natura-
leza entre esta abstracción reflexiva y la abstracción a partir
del objeto; ahora bíen, esta distinción es ruinosa para su tesis
porque es evidente que, como la primera de estas dos formas
de abstracción no procede a partir del objeto, si la razón sólo
fuera identificación, el progreso de las abstracciones debería
conducir a un empobrecimiento gradual de las matemáticas
superiores, cuando en realidad lo que sucede es que cuanto
más se alejan de los seres matemáticos iniciales que Meyerson
supone impregnados de lo «real>} más se multiplican las com-
binaciones fecundas.
La conclusión inevitable de lo que precede es, por lo tanto,
que el pensamiento matemático no procede solamente por
identificación. A este respecto pueden añadirse además dos
argumentos directos. El primero es que, como todavía re-
cientemente ínsistía Lichnerowicz, 9 no se puede hablar ya
de «sereS}} matemáticos en el sentido de objetos dados o está-
ticos, pues, cada vez más, uno tiene que habérselas con siste-

9. En Logique et connaissance scientifique (Encyclopédie de la Pléiade)·

112
mas, con establecimientos de relaciones cuya naturaleza es
esencialmente constructiva. Además el «ser>> matemático por
excelencia era clásicamente la «función»: ahora bien, el propio
Meyerson cita esta expresión de H. Weyl: «nadie puede decir
lo que es una función» (C.P., p. 426), lo cual es suficiente para
demostrar que no es reducible a una identidad ni tampoco a
una identificación. La mejor manera de resumir el estado ac-
tual del problema consiste en decir con Papert que la fun-
ción es «un transporte de estructura>>: ahora bien, si es verdad
que este proceso engloba (como siempre) una parte de iden-
tificación, lo cierto es que comporta sobre todo la construcción
de una totalídad operatoria nueva y es en la «coherencia» in-
terna de esta totalidad donde hay que buscar la racionalidad y
no en la mera identificación.
El segundo argumento se refiere a la naturaleza de estas
totalidades y de esta coherencia. Después de que Goedel,
en un teorema célebre, ha demostrado la imposibilidad para una
teoría suficientemente rica de probar su propia no-contradic-
ción por medios interiores al sistema o tomados de sistemas más
débiles, resulta evidente que, para terminar la construcción
coherente de un sistema, hay que construir un sistema más
«fuerte» que pueda englobarle, y así sucesivamente: de aquí
resulta por lo tanto que la racionalidad misma de las totali-
dades operatorias reposa sobre un proceso constructivo y no
sobre una identificación interna, pero igualmente se sigue que
la noción de totalidad es indispensable para la razón, ya que
la no-contradicción está ligada al cierre de las totalidades y este
cierre sólo se obtiene por inserción del sistema en una tota-
lidad más amplia aún.
5. En una palabra, la evolución de las matemáticas, si la
razón no fuera más que identificación, debería conducir a un
empobrecimiento progresivo por disolución de su objeto
(comparable a esa disolución continua que Meyerson atri-
buye a la física), a menos que se revivificara por constantes prés-
tamos de lo «real»: ahora bien, vemos que sucede lo contrario
gracias a las abstracciones reflexivas y al poder combinatorio
creador de totalidades. Por lo tanto, podemos volver al exa-
men crítico del punto de partida de la concepción meyersoniana
de las matemáticas, es decir, a la noción de operación.
113
Sin duda, en este punto es donde la actitud atomística de
Meyerson le ha alejado más de las totalidades estructurales.
Para él, en efecto, es una acción material cualquiera que, por
ello mismo supone lo «real». Pero como se limita a «desplazar»
objetos (C.P., p. 396) y el desplazamiento no modifica al objeto,
da lugar a una identificación apriorística y, en esta medida,
pero sólo en esta medida, es racional. A esta descripción úni-
camente le faltan tres caracteres esenciales. En primer lugar si
la operación conserva su objeto, no es simplemente a través
de desplazamientos sino a través de trasformaciones en general
y por el hecho de que estas transformaciones son reversibles 10 •
En segundo lugar la operación no es entonces una acción
cualquiera, puesto que es reversible; existen, en efecto, dos
tipos de acciones: unas son especializadas e irreversibles y
constítuyen el origen del conocimiento fisico; las otras son
generales o, más precisamente, consisten en coordinaciones ge-
nerales de acciones particulares y son estas coordinaciones,
cuya estructura es ya lógica (orden, encajamientos, corres-
pondencias, etc.), las que constituyen las raíces de las opera-
ciones lógico-matemáticas. En tercer lugar las operaciones
nunca están aisladas sino que forman totalidades cuyas leyes
de composición y de cierre son necesarias para asegurar el
rigor: de ahi la racionalidad fundamental de totalidades como
las estructuras de «grupo», cuya no contradicción depende de
la reversibilidad P.P-1 = O, inseparable a su vez de las leyes
de composición que caracterizan a cada especie particular.
De estos tres caracteres se deriva entonces una noción de
operación muy diferente a las de Goblot y Meyerson: para
ellos la operación es un mixto, productivo en la medida en que
supone acción material, y riguroso en la medida en que hay
identificación (dice Meyerson), o aplicación por silogismo de
las proposiciones anteriormente admitidas (dice Goblot, pero
esto viene a significar en último término lo mismo). La opera-
ción, es pues, productora de novedad en la medida en que no

10. Es verdad que Meyerson intenta continuamente reducir la re-


versibilidad a la identidad. Más adelante recordaremos que en una es-
tructura de grupo lo que hay que sostener es lo contrario.

114
es rigurosa y es rigurosa en la medida en que no produce nada
nuevo. En ambos casos se olvida la totalidad, su movilidad
reversible y sus leyes de cierre. Por el contrario, con tal de que
se restablezca el papel de las totalidades operatorias, rigor y
productividad (con el nombre de «composición») se hacen
indisociables, aun cuando la operación se derive de acciones
materiales, pero por abstracciones reflexivas y no aristotélicas.

3. De la acción y la operación a la causalidad

Estos dos preámbulos sobre la acción en general y sobre las


operaciones lógico-matemáticas eran indispensables para juz-
gar la concepción meyersoniana de la causalidad, pues la pri-
mera condición para un análisis objetivo de la relación causal
parece la de librarse de la dicotomia de la «razón» y lo «real».
La oposición ciertamente existe, pero no es una dicotomia,
ya que son tres los términos a considerar -la acción, el objeto
exterior (preexistente en forma desconocida y después modi-
ficado por la acción) y la razón- y ya que las relaciones entre
el sujeto -acción y razón- y el objeto consisten en interac-
ciones indisociables y no en oposiciones simples. La realidad
que hay que considerar es pues dinámica y genética: a partir
de la acción el sujeto se compromete a la vez en la dirección
de una conquista del objeto gracias a las acciones especializa-
das, es decir, en la dirección de la interpretación causal, y por
otra parte en la de una abstracción reflexiva que se ejerce en
primer lugar sobre las coordinaciones generales de la acción
y que conduce a la «razón» en sus formas lógico-matemáticas.
1. Para abordar ahora el problema de la causalidad según
Meyerson, quizá sea útil intentar comprender cómo la plantea
este autor, pues hay aqui un misterio bastante profundo. Desde
el principio al fin de su obra y en cada discusión particular,
podría en efecto creerse que, una vez admitido en contra del
positivismo que la ciencia intenta explicar y no solamente
preveer, Meyerson se las ha apañado para admitir este mi-
nimo de explicación y para encontrar una definición de la cau-
salidad que haga inexplicable la producción causal. La causa-

115
lidad que el positivismo condena se refiere al «modo de pro-
ducción» de los fenómenos. Aunque no emplean habitual-
mente este término, Meyerson no lo rechaza y dice por ejemplo,
a propósito del «consejo de f1sica>>, que reunía en Bruselas
en 1911 a los más grandes representantes de esta disciplina:
«el objetivo único de todo este trabajo consistía en la bús-
queda de una verdadera teoría f1sica, de una suposición rela-
tiva al modo de producción» (O.S., p. 39). Por lo demás,
llámese o no producción, la intervención de una causa se tra-
duce con toda seguridad por un acontecimiento nuevo, por
un cambio: antes de que la bola A chocara con ella, la bola B
estaba inmóvil mientras que después del impacto está en mo-
vimiento. Ahora bien, al caracterizar la causalidad solamente
por la «identidad en el tiempo», Meyerson descarta de ante-
mano el problema de esta producción o del cambio y todo su
esfuerzo consiste en mostrar: 1) que el cambio es ilusorio
puesto que lo que se da es preformación y no producción;
2), y sobre todo, que esta preformación a su vez sólo es postu-
lada y no se verifica, ya que siempre permanece muy aproxi-
mativa. De aqui, en primer lugar, que para Meyerson el pro-
totipo de la explicación causal sea la constitución de los prin-
cipios de conservación mientras que para el f1sico cada uno de
estos principios no constituye más que uno de los aspectos
del sistema de trasformaciones que se concibe como explica-
tivo. De aquí también, en segundo lugar -y en ello reside
para nosotros el misterio de esta obra- que todo lo que no sea
1dentidad deviene por postulado irracional e inexplicable, mien-
tras que el f1sico, sin pretender explicarlo todo, no se encierra
jamás en una posición tan desesperada, ni siquiera, y sobre
todo, cuando no es positivista.
Desde luego nosotros nos felicitamos por esta posición
heroica de Meyerson, pues proporciona un modelo irrempla-
zable de lo que seria el pensamiento científico una vez eliminado
todo genetismo y todo constructivismo. Y de ahi que inten-
temos aqui estudiar este sistema, tan coherente como excep-
cional y contrario a tantas tendencias contemporáneas: repre-
senta, en efecto, un contraejemplo único en su género de las
teorías explicativas fundadas sobre la idea de productividad;

116
ahora bien, para justificar esta idea es importante examinar a
dónde conduce su negación.
Pero para que este examen adquiera todo su sentido hace
falta todavia comprender el porqué de esta forma de plantear
los problemas, porque si en este punto central de la identidad
en el tiempo no se tratara más que de una refutación del posi-
tivismo (con los riesgos de influencia o incluso de subordina-
ción examinados en el parágrafo 1), su interés quedaría muy
disminuido. Ahora bien, si nos atenemos a lo que afirma Me-
yerson, bien sea en el cuerpo de sus libros o bien en el prefa-
cio a l. R., se encuentran tres motivos: 1) una neta ruptura
entre la fisica y las matemáticas y una ruptura relativa entre
éstas y la lógica; de ahi el rechazo de una explicación mate-
mática de lo real y la tendencia a valorizar las explicaciones
llamadas «cualitativas» (que de hecho se reducen a la lógica
predicatíva corriente); 2) un punto de partida tomado de los
presocráticos, de Aristóteles, y sobre todo de la ciencia me-
dieval (I.R., p. 12), para alcanzar este modo cualitativo de ex-
plicación; 3) la afirmación de que la razón sólo evoluciona
por empobrecimiento (B.R., cap. XXIII), y que su núcleo
funcional permanece «esencialmente ínvariable» (E.S., p. 384).
Asi la causalidad por identidad en el tiempo queda, por
principio, libre de las posibles ataduras de la idea de causa
con la acción y la operación; es, por hipótesis, una noción
precientifica que las ciencias habrian adoptado y elaborado en
cuanto impuesta de forma aprioristica por una razón inmuta-
ble y anterior al devenir científico. Son, pues, estos puntos los
que hay que examinar en primer lugar, ya que plantean de nue-
vo, y de forma precisa, la cuestión de las relaciones de la cau-
salidad con la acción y con la operación.
2. La ruptura entre la fisica y las matemáticas que admite
Meyerson y el rechazo de un «panmatematismo» pueden tener
dos sentidos diferentes, de los cuales el primero lo admitiremos
sin más y someteremos a discusión el segundo.
La primera de estas significaciones está simplemente opuesta
a la tesis positivista de las «relaciones sin soporte» que reducida
la realidad tal como la considera la ciencia a un conjunto de
leyes matemáticamente formuladas, pero sin que hubiera de-

117
trás de ellas objetos o «cosas» que investigar. Está claro, en
efecto, que el fisico no se detiene nunca aW: su esfuerzo cons-
tante por conseguir modelos pone de manifiesto la imposibi-
lidad de desplegar lo real sobre un solo plano, que sería el del
«fenómeno» y la necesidad de distinguir planos en profundidad,
es decir, de entregarse a la búsqueda de «objetos» que indu-
dablemente nunca se alcanzan en sí mismos sino que uno se
aproxima a ellos como a un limite. El mismo Brunschvicg a
quien Meyerson reprocha a veces su panmatematismo, es muy
claro a este respecto: «la forma matemática está hecha para
poner en evidencia el dato que es irreductible a la forma, lo
físico específicamente determinado en cuanto tal» ( L'expe-
rience humaine, 407).
Queda en pie naturalmente, y sobre ello volveremos, la
cuestión de saber en qué lenguaje hay que describir estos «ob-
jetos» y si conviene con Meyerson construir «conceptos>> di-
vididos o aislables con sus predicados esencialmente «cuali-
tativos»: si no hay relaciones (legales) sin términos que pongan
en conexión esas relaciones, tampoco hay, recíprocamente,
términos sin relaciones entre sí, de tal manera que términos
y relaciones son sin duda indisociables, lo cual sería suficiente
para modificar no poco la ontología conceptualista que Me-
yerson cree poder entregar a la ciencia como herencia del pen-
samiento precientífico. Pero que la fisica necesite una onto-
logía es ya otra cuestión.
El antimatematismo de Meyerson, en cambio, tiene todavía
otra significación, muy diferente y mucho más discutible, pues
lo refuerza precisamente en esta vía del conceptualismo cuali-
tativo: es la que le conduce a no aceptar como explicación
causal válida más que una explicación fundada sobre el espado
(en un sentido fisico aunque geometrizable) y más precisamente
sobre el desplazamiento, pues un desplazamiento deja al mó-
vil idéntico a sí mismo 11, lo cual verifica la fórmula de la «iden-
tidad en el tiempo». Ahora bien, no rechazamos ni el valor
de esta causalidad por explicación geométrica ni el papel de las

11. Identidad lógica, por lo tanto cualitativa, en vez de ser identidad


cuantitativa.

118
identidades en el tiempo. Admitiremos incluso que es preciso
hacerles siempre una parte porque, en el caso de un modelo
algebraico probabilista, si se atribuyen relaciones de este tipo
a «objetos>> reales, es necesario seguramente que éstos estén
situados en un espacio y que por consiguiente la explicación
algebraica o probabilista sea completada por una figuración
geométrica aun con todas las variedades de espacios y todas
las restricciones en cuanto al continuo que encontramos en
microfisica. Pero la cuestión es saber si son los trayectos es-
paciales con identidad de los móviles (y sus diversas formas)
los que son, ellos y sólo ellos, explicativos, o si en muchos
casos el núcleo de la explicación no estará en las composi-
ciones algebraica o probabilista en cuanto tales, pudiendo ser
simplemente secundarios e incluso en ciertos casos desprecia-
bles los itinerarios espaciales o los grados de identidad.
Evidentemente, el problema es central y puede enunciarse
como sigue: ¿el criterio de la causalidad es sólo la identidad o,
por el contrario, la necesidad deducible en general? Y si es la
necesidad, ¿no es cierto que cualquier modelo operatorio, que
conduzca a la deducción de leyes por el juego de las compo-
siciones internas de tal modelo, proporcionará una explica-
ción causal adecuada con tal de que se observen las condiciones
necesarias y suficientes de las leyes a explicar?

Para precisar la discusión partamos de dos o tres ejemplos concretos.


El primero es la explicación de un estado de equilibrio, o de desequili-
brios en el caso de que aquel haya sido roto. Un sistema está en equilibrio,
nos dice D' Alambert, si «la suma algebraica de los trabajos virtuales T
compatibles con las relaciones del sistema es nula». Desde luego cada uno
de estos trabajos se puede representar geométricamente. Pero esto no es
necesario para «comprender» el principio de esta explicación. Por otra
parte se dirá que se da aquí una equivalencia: T 1 + T2 + ... = O.
Pero es evidente que lo que aquí es explicativo no es la identidad como
tal ( = O) sino más bien el juego de las compensaciones que no se igualan
necesariamente n a n: ahora bien una compensación no es una identidad,
sino una reciprocidad o simetría lo cual es muy diferente. Así pues el
principio es aquí explicativo porque engloba una necesidad y porque esta
necesidad es de naturaleza algebraica e independiente del detalle de las
figuraciones geométricas, y porque la composición indicada es suficiente
para exluir cualquier desequilibrio.

119
Otro ejemplo: la ley de Mendel que es más que una ley y comporta
su propia explicación en cuanto distribución binomial. Bajo su forma más
simple nos enseña que dos caracteres a y b se distribuirán con los valores
25% de aa, 50% de ab y 25% de bb. Desde luego los caracteres se han con-

Fig. 1

servado en el tiempo, pero esto todavía no explica nada puesto que ha


habido multiplicación de los individuos. También está claro que se puede
seguir el trayecto espacial de los genes a través de las mitosis, etc., pero
no es esto lo que importa: lo que hay que explicar es por qué estos tra-
yectos desembocan en una distribución binomial. Por lo tanto lo que se
trata de comprender no es precisamente la identidad: es la novedad que
hace que, partiendo de dos padres con caracteres puro a y b se obtenga
un 50% de descendientes puros aa o bb y un 50% de impuros ab a través
de una sucesión de divisiones y adiciones. Es conocido, por ejemplo, el
modelo propuesto por E.C. Berkeley con el nombre de hextat para hacer
comprender intuitivamente la distribución binomial: si los trazos de la
figura 1 representan canales y en la cima I se deja caer un conjunto n de
bolitas se obtendrá por divisiones (separación de los canales) y adicio-
nes (unión de canales): n en I; n/2 + nf2 en II; n/4 + n/2 + n/4 en III;
n/8 + 3 n/8 + 3 n/8+ nf8 en IV; n/16 + 4 nf16+ 6 n/16 + 4 n/16 + n/16
en V, etc. Se ve entonces lo que es explicativo en un modelo: ciertamente
es que las bolas se conservan y siguen ciertos trayectos, pero aunque esto
es necesario (cosa que siempre concederemos a Meyerson) no es en modo
alguno suficiente y el núcleo de la explicación consiste en la sucesión de
divisiones y adiciones que producen estos trayectos (que podrían ha-
ber sido completamente diferentes) y en la medida en que estas divisiones
y adiciones son operaciones numéricas; si no no se comprendería la forma
acampanada de la curva de Gauss final. Ahora bien, esta distribución
normal o en campana constituye la novedad física con respecto a la colec-
ción indivisa en I y es esta novedad la que hay que explicar y no solamente
las identidades o los trayectos que son sus condiciones pero no su única
razón: es esta novedad la que se explica entonces numéricamente o alge-
braicamente en el caso del he:xtat tanto como en el de la ley de Mendel.

Hay que añadir a esto que la distribución solamente es


probable, pero ésto constituirá nuestro tercer ejemplo, un
ejemplo de categoría: el inmenso conjunto actual de las leyes

120
probabilísticas constituye una colección de situaciones cada
una de las cuales es susceptible de una explicación causal, o sea,
que proporcione una deducción de la ley y una deducción que
la trasforma en necesaria (lo cual no es en absoluto contradic-
torio con su carácter probabilistico), y ello no por medio de
una geometrización (aunque ésta sea necesaria e incluso desea-
ble como complemento), sino por medio de un cálculo que
determine las probabilidades de manera suficiente 12 •
Ahora bien, en estos tres tipos de ejemplos constatamos con
evidencia la diferencia entre la ley y la causa, y sobre este
punto hay acuerdo con Meyerson, pero no la constatamos so-
lamente en el papel que juega la identidad, pues se trata de ope-
raciones y trasformaciones que la superan muy ampliamente:
cuando las operaciones utilizadas son simplemente operacio-
nes del sujeto que se limita a calcular para prever, nos encon-
tramos y permanecemos en el dominio de la ley. La causa-

12. Es algo sorprendente el silencio de Meyerson sobre las explica-


ciones probabilistas en I.R. y E.S. (mientras que cita continuamente a
Bolzmann a propósito del principio de Carnot). ¿Es que realmente no
atribuía ningún poder explicativo a un modelo probabilista, o es que con-
sideraba que hay otro tipo de causalidad sin relación con «el suyo» de la
misma manera que le hemos visto (parágrafo 1) excluir el dominio de la
acción voluntaria de su campo de investigaciones reduciéndola a la «cau-
salidad teológica»? ¿0, quizá, es que sólo consideraba a los modelos pro-
babilistas como un conjunto de «leyes»?
En opinión de los físicos, cuyo trabajo constituye el principal objeto
de estudio de la epistemología de la causalidad, los modelos probabi-
listas son indudablemente explicativos, en contra de la opinión de Comte.
Y la palabra «causalidad» se usa a menudo en este contexto. En un inte-
resante estudio sobre determinismo y causalidad en microfísica (Dé-
terministe et causalité en micropysique: Bull. Soc. vaud. Se. nat. 66 [1956]
289-306), D. Rivier sostiene por ejemplo que: «Una teoría es causal si
permite deducir los conocimientos que podemos tener sobre el estado
actual de las cosas únicamente a partir del conocimiento de los estados
pasados de las cosas». Una teoría causal es lo contrario, pues, de una teoría
finalista o anticausalista que sólo podría deducir el presente si conociera
también una parte del futuro. Una teoría es determinista si permite deducir
el conocimiento completo del estado actual de las cosas a partir del cono-
cimiento del pasado. Así pues una teoría determinista es ciertamente
causal, mientras que una teoría causal no es forzosamente determinista
(p. 294). Por lo tanto habría que considerar a los modelos probabilistas
como de naturaleza causal y no determinista.

121
lidad, por el contrario, comienza cuando las operaciones (que
pueden ser las mismas) son atribuidas a los objetos y, por
decirlo así, son efectuadas por estos objetos en cuanto tales,
como si ellos mismos (por utilizar un lenguaje coloquial)
jugaran a las operaciones, o (más seriamente dicho) como si
jugaran el papel de operadores: en el caso de los genes de la
ley de Mendel o en el caso de las bolas del hextat son estos
genes o estas bolas, en cuanto objetos reunidos en colecciones,
los que se dividen en mitades y se suman materialmente, aunque
el sujeto observador ejecute por su parte estas divisiones y
adiciones para prever lo que va a suceder. Y esto constituye una
explicación porque el producto de estas operaciones resulta
ser necesario y suficiente, en la medida precisamente en que se
trata de operaciones isomorfas a las del sujeto y tales opera-
ciones son suficientes para producir el resultado que hay que
explicar. Tal es, a nuestro parecer, el sentido concreto de lo
que Kant, para caracterizar la explicación causal, denominaba
«analogía de la experiencia>>, es decir, un paralelismo estrecho
entre la construcción o producción causales y la construcción
deductiva o racional.
Se ve claramente entonces lo poco fundado que está el miedo
de Meyerson al matematismo, siendo evidente que existen ob-
jetos y que aqui reside la única «ruptura» entre lo matemático
y lo fisico: Pero como estos objetos, desde el punto de vista
causal, se trasforman en operadores en pleno sentido del tér-
mino, no hay ninguna razón para limitar sus acciones «ex-
plicables» a simples desplazamientos en el espacio. Nada les
impide combinarse en formas isomorfas al álgebra, al cálculo
de probabilidades, al análisis, etc. 13, e incluso a la lógica.
Aqui interviene la segunda ruptura que ha planteado Meyer-
son y que por lo demás se ha visto obligado a atenuar (entre
I.R. o E.S. y C.P.) cuando se ha asomado más de cerca a los
progresos de la logística: la ruptura entre lo matemático, con-
cebido erróneamente como esencialmente cualitativo, y lo
lógico, concebido como cualitativo. Pero hasta el final (C.P.),

13. Pero a condición, y estes es el papel del modelo, de precisar


«en qué sentido» se toman los objetos para efectuar estas «operaciones».

122
Meyerson ha querido mantener al menos esta oposición entre
la lógica en comprensión y el conjunto de las teorías extensio-
nales, matemáticas o lógicas, y ello con el propósito de con-
servar la primada de los juicios predicativos, indispensables
para su conceptualismo. Hemos visto en el parágrafo 2 (de
1 a 3) las lagunas que habian resultado a partir de aqui en sus
concepciones, y por lo tanto no tenemos que volver a ello.
Pero si se caracteriza la causalidad, como acabamos de inten-
tarlo, por una atribución de las operaciones en general, y no
simplemente de la mera identidad, a los objetos, es evidente
que estas rupturas entre lo lógico y lo matemático o entre la
comprensión y la extensión no tiene ya razón de ser y que la
causalidad, indefinidamente enriquecida, podrá adoptar cual-
quier forma con tal de que conduzca a la necesidad y a la sa-
turación (condiciones suficientes).
3. Lo que acabamos de ver, a propósito del primer mo-
tivo central de Meyerson (miedo al matematismo), es sufi-
ciente para aproximar la causalidad y la operación lógico-
matemática. El examen de su segunda motivación principal
(continuidad entre la causalidad cualitativa precientífica y las
formas científicas de explicación) nos va a llevar a las relacio-
nes entre la causalidad v la acción.
Además, para juzg~r una teoria tan preformista como la
de la identidad en el tiempo es de gran interés conocer su con-
texto y analizar sus motivos. Ahora bien, si el pensamiento
dialéctico se caracteriza por las dos nociones cardinales de to-
talidad y desarrollo, se puede considerar sin duda a Meyerson
como el más antidialéctico de los autores contemporáneos.
Ciertamente se remite continuamente a Hegel, pero para en-
contrar en él un ensayo grandioso y desgraciado 14 de deduc-
ción integral: es decir, la imagen misma de la «razón>) tal como
la ve Meyerson en su antinomia constante (y sin buscar nunca
interacción y después «superación>)) entre la tesis de la deduc-
ción y la antítesis de la resistencia de lo diverso. Pero, en el
detalle de las nociones del universal concreto (totalidades) y
de la interpretación del devenir (desarrollo), Meyerson no se
toma en serio a Hegel ni un solo instante.
14. «La enormidad del fracaso de Hegel» (E.S., parágrafo 169).
123
En el terreno mismo de la historia de las ciencias, que es el
suyo, Meyerson lo sabe todo, lo ha visto todo, no ignora nin-
gún rincón de las ciencias griegas, árabes, medievales y moder-
nas, pero, sin que aquí, lo mismo que en otras partes, se le
pase por la cabeza el problema del desarrollo que ni siquiera
plantea: conoce todas las filiaciones históricas, pero no extrae
de ellas la menor hipótesis de trasformación genética (que seria
aquí histórico-genética). Sólo la teoria de la relatividad le ha
conducido a levantar una esquina de este velo, pero como
veremos (en 4) para extraer de aquí una hipótesis de desarrollo
a contrapelo. En cuanto al resto de las doctrinas salta de un
siglo a otro y de un dominio a otro como si la historia no fuera
más que una vasta colección de ilustraciones de la permanencia
de la razón humana. ·
Persuadido así de antemano de semejante «catolicidad de
los fundamentos de la razón» (E.S., p. 384: la obra termina con
una invocación a san Vicente de Lerins) es evidente que,
para definir estos fundamentos sólo necesitaba buscar lo que
es común a todas las formas de pensamiento ( quod ubique, quod
semper, quod ab omnibus ... ) y esto, por el método mismo de in-
vestigación, no podía ser sino la forma más pobre por ser la
más general: es decir, la identidad. Pero es peor aún: dado
este preformismo histórico sistemático, Meyerson ha hecho
retroceder la conciencia hasta a partir de formas precientificas
(y lo dice I.R. al final del prefacio de la segunda edición, p. 12),
de manera que en las ciencias se vuelven a encontrar las mismas
formas de pensamiento. Se nos responderá que nosotros lo
hacemos peor aún, al remontarnos hasta la ontogenía y el
niño: sin duda, pero para encontrar desarrollos. Si se ponen
en el mismo plano los cuatro elementos de Aristóteles o de
Hipócrates (lo seco, lo frío, etc.), la alquimia o el flogisto y las
conservaciones científicas así como la unidad de la materia
de los modernos (ver todo ei capítulo XII de I.R.) se encon-
trarán, seguramente, elementos comunes, pero a condición
de no distinguir ya la «identidad» característica de la virtud dor-
mitiva y la del movimiento inercial según Galileo y Descartes:
en efecto, en ambos casos lo que hay que explicar es atribuido a

124
un concepto de permanencia pero ¿se trata, sin embargo, de
la misma «identidad»?
Volvamos entonces a la acción y, partiendo de la hipótesis
contraria según la cual la propia identidad evoluciona, diri-
jamos nuestra atención al niño en el cual el desarrollo de la
razón se observa por atajos sorprendentes. En él encontra-
mos, desde luego, la identidad en el tiempo, pero sin que nos
veamos obligados a concluir que en eso consiste toda la causa-
lidad, ni siquiera que eso sea por sí solo causalidad. Recorde-
mos una o dos de sus etapas (que son mucho más complejas):

1) Tenemos en primer lugar la construcción del objeto permanente,


cuando se trata de un sólido «indeformable». Esta construcción está com-
pleta hacia los 12-18 meses, pero, lejos de ser debida a la mera percepción,
como piensa Meyerson por reconstrucción especulativa (l. R., p. 401-
406 ss), en realidad sólo comienza después de unos meses tras un estadio
sin objetos y un estadio en el que el objeto es buscado no por donde acaba
de vérsele desaparecer (bajo una pantalla) sino por donde ha sido encon-
trado la primera vez. Es pues la acción, y no la percepción sola, la que
conduce al objeto y ello a través de una coordinación de los desplazamien-
tos (el grupo práctico de los desplazamientos de Poincaré pero que no es
a priori sino que también se construye).
2) La identidad del objeto sólido e indeformable es generalizada a
continuación a todo el medio entorno con sus diversos avatares. Pero pase-
mos a un segundo caso: el del objeto en crecimiento, como una hierba que
crece y, para abreviar la experiencia, tomemos un cristal de ferrocianuro
de potasio que en un ácido produce en pocos minutos una bella arbores-
cencia que denominaremos «alga». Nuestro colaborador Voyat presen-
ta este crecimiento a los niños de 4-5 a 7-8 años y les pide en primer
lugar que dibujen las etapas A, B, etc., del crecimiento de un alga, des-
pués les pide que ordenen los dibujos en el orden cronológico A->-B->-C ...
->-G. La cuestión consiste entonces en saber si es «la misma alga» de un
extremo a otro. A los 7-8 años no existe ya problema, pero los sujetos
más jóvenes lo niegan: Bes «la misma» que A o G la misma que F, pero
F «no es la misma» que A. Se pide a continuación al sujeto que dibuje
su propio cuerpo cuando era bebé, después cuando era más mayor, etc., en
una serie A-F o A-G; aquí no hay ninguna duda: «es el mismo, soy yo».
Se piden los mismos dibujos con respecto al experimentador: «es el mismo,
es usted». Se vuelve al alga: ¡No es la misma de A a F o a G!
3) Se vuelve, pero con otros sujetos, a los interrogatorios sobre el
movimiento transitivo de los que hemos tratado en el parágrafo 1. El
niño A lanza una bola B contra otra bola C y se le pregunta si es el mismo
movimiento (utilizando su propio vocabulario que puede ser individual)
el que pasa de A a B y de B a C. Se plantean las mismas cuestiones utili-

125
zando para A un propulsor cualquiera (martillo suspendido por el mango
y que describe un arco de 45°, etc.). En el caso de que A sea el propio
cuerpo, no hay ningún problema: es «el mismo» movimiento, mientras
que en el otro caso esto puede ser negado o poco seguro para los sujetos
más jóvenes.

Meyerson no habria podido negar que estos hechos intere-


san a «SU>> causalidad y que sin embargo suponen la acción que
aparece así como una fuente válida de identidades relativas a la
sustancia y a la relación causal. Preguntemos ahora a los mismos
niños sobre el agua, el aire, los movimientos de los arroyos,
del viento o de las nubes, etc. Encontraremos todas las identi-
ficaciones que se quieran del tipo «virtud dormitiva»: el agua
avanza porque forma movimientos u olas, el viento sopla
porque los árboles se balancean (como un abanico), etc. Pero,
a partir del nivel en que comienzan (hacia los 7-8 años) las
operaciones lógico-aritméticas, encontraremos por el contra-
rio explícaciones operatorias, pór ejemplo, por composición
aditiva: un trozo de azúcar hace subir el nivel del agua de un
vaso porque ocupa su lugar o porque pesa sobre el agua;
una vez fundido el azúcar continuará allí en granos cada vez
más pequeños, finalmente indivisibles, y como cada uno de
ellos pesa un poco u ocupa un pequeño lugar su suma man-
tendrá al agua en su nivel.
El punto 2 de este parágrafo nos ha conducido a la hipó-
tesis de que la causalidad consistia en atribuir a los propios
objetos un mecanismo operatorio (en la medida, claro está, en
que uno pueda imaginarse su desarrollo esquemático) y la com-
posición aditiva de los «átomos>> de azúcar acaba de ofrecernos
un nuevo ejemplo de ella. Pero antes de proyectar así en lo
real las operaciones lógico-matemáticas, el sujeto proyecta,
como es natural, sus propias acciones. Por consiguiente una
de dos: o bien se trata de acciones que dependen del yo y que
dan lugar a nociones de forma psicomórfica (los árboles que
producen viento como un abanico que se agita, el agua que se
pone en movimiento, etc.) y las identificaciones serán del tipo
«virtud dormitiva>>; o bien se trata de acciones parcialmente
descentradas ya, sometidas al control de los hechos y que van
preparando las operaciones: en este caso las identificaciones son

126
cuasi-racionales, pero por etapas sucesivas. Ahora bien, mucho
nos tememos que los alquimistas que han proporcionado a
Meyerson ciertos modelos permanezcan bastante cerca de las
acciones de la primera categoría mientras que, por miedo a
tener que ampliar su dominio, ha despreciado las acciones de
la segunda categoría cuyo estudio psicológico le hubiera en-
señado tantas cosas sobre el desarrollo de la razón.
4) A propósito de este desarrollo, recordamos nuestra
sorpresa, cuando apareció D.R., al encontrar bajo la pluma
de este preformista integral que es Meyerson un capítulo en-
tero (XXIII) titulado «La evolución de la razón». Pero por des-
gracia no se trata de un desarrollo sino de un empobrecimiento
de esa razón que no tiene más remedio que sacrificar algunos de
sus conceptos tradicionales, es decir de una evolución a con-
trapelo.
En una palabra, «la razón abandona elementos que forma-
ban parte de ella» (D.R., parágrafo 244) y «la modificación
consiste en un verdadero empobrecimiento. Pues la razón no
se modifica sino abandonando los postulados que formulaba»
(!bid., p. 323). De hecho se trata naturalmente del tiempo utii-
versal y del espacio físico euclidiano. Sin embargo, si se deno-
mina «razón>}, como lo hace aquí Meyerson, no a la mera iden-
tidad, sino al conjunto de los conceptos que aparecen, en un
momento dado de la historia, como necesarios y casi aprio-
rísticos, es sorprendente que un historiador de las ciencias de
la categoría de Meyerson pueda interpretar tales situaciones en
el sentido de la mera amputación (cf. p. 323), sin ver en ella
ante todo, o en todo caso a la vez, un evidente enriquecimiento.
En primer lugar, por lo que se refiere, como dice Meyerson,
«a la razón geométrica exclusivamente}} (parágrafo 246), Eins-
tein no ha suprimido nada de lo adquirido sino que lo ha lo-
calizado en una determinada escala. En segundo lugar al coor-
dinar las medidas de diversos observadores, la teoría de la
relatividad ha proporcionado un instrumento de pensamiento
mucho más rico, al estar fundado en las covariaciones y reci-
procidades, que el de los invariantes y las identidades. Final-
mente, y por ello mismo (pero es esta solidaridad general de
las trasformaciones y las invariantes la que Meyerson no quiere

127
ver), la teoda de la relatividad ha aumentado considerablemente
el dominio de lo invariante ya que las relaciones esenciales
resultan en ella independientes de los sistemas de referencia
(que es sobre lo único que insiste Meyerson).
Meyerson nos dice que «la razón consiente el sacrificio exi-
gido» (D.R., parágrafo 243) porque es «el precio inevitable
de una conquista» (p. 322), pero la única conquista de la que
habla consiste en «someter una parcela de lo real que se le es-
capaba>> (p. 322): dicho de otra manera la conquista sólo se
refiere a la posesión de lo real y no por una construcción pro-
gresiva de nuevas formas racionales sino por identificación.
Tales son pues los contextos y los móviles que explican la
«identidad en el tiempo»: un preformismo integral inscrito de
antemano en el propio método de análisis y que ignora en la
razón todo desarrollo y toda estructura de totalidad a falta
de vínculos con la acción y con los sistemas operatorios.

4. La ley, la causa y las «cosas»

En principio nada está más claro que la opos1c1on de ley


y causa según Meyerson. La ley se limita a describir lo real en
sus propiedades múltiples y sólo consiste, por lo tanto, en po-
ner en relación estos diversos caracteres. La causa, por el
contrario, es apriodstica e introduce así, en la medida de lo
posible, las identidades en el tiempo. Por otra parte, «lo que
se conserva se trasforma en un sem (E.S., parágrafo 154) y la
causa implica la búsqueda de la «cosa» (E.S., capítulo I) o bien
su imaginación aun antes de haberla encontrado, mientras que
las leyes se atienen a los observables o «fenómenos» en sen-
tido estricto.
1) Así presentada, la oposición parece radical. Y de hecho
las tres principales manifestaciones de la causalidad no parece
que nos hagan salir de ella sino que por el contrario la acentúan.
La primera es el nacimiento del atomismo mucho antes de toda
posible experimentación: ahora bien, el atomismo es a la vez
una imaginación de «cosas» ocultas bajo los observables y

128
una reducción de todo cambio a uno solo que corresponde a
la única causalidad inteligible porque, para el atomismo his-
tórico, «no hay más cambio que el desplazamiento» (I.R.,
p. 483). La segunda es la constitución de los principios de
conservación, «la más importante manifestación de la causa-
lidad en las ciencias» (I.R., p. 490). El tercer grupo de resul-
tados de la causalidad lleva al extremo el contraste entre la
ley y la causa: es la eliminación del tiempo (ya que para la
causalidad meyersoniana hay identidad y no predicción o
trasformación en el tiempo), «la unificación de la materia es su
resultado último, la disolución de la materia en espacio; este
desvanecimiento completo de la realidad constituye evidente-
mente la concepción más opuesta a la de un mundo real, go-
bernado por leyes ineluctables» (I.R., p. 492).
La posición parece incluso tanto más completa cuanto que
a partir de la legalidad no se puede deducir ninguno de los
caracteres atribuidos a la causalidad. La ley describe un mundo
diverso y a partir de ella no se puede extraer lo idéntico.
Por su parte, «la sustancialidad no se puede deducir de la
legalidad» (I.R., p. 495).
Finalmente y sobre todo ¿cómo eliminar la multiplicidad de
las relaciones legales, conseguir la «reducción del mundo feno-
ménico al espacio, a la nada, reducción que ... priva de todo
sustrato a la dependencia matemática?» (I.R., p. 498).
Desde un punto de vista formal, la oposición de la ley y la
causa o las «cosas>> puede, al parecer, presentarse como sigue.
La expresión más general de una ley, de toda ley, es la fun-
ción matemática Y= f (x) que expresa en cada caso la diver-
sidad de las relaciones observables en su multiplicidad y com-
plejidad indefinidas. Además x «es o contiene, en el fondo,
(y siempre) la medida del tiempo, la única verdadera variable
independiente sometida a un crecimiento continuo» (I.R., p.
496). De aqui resulta que x «no podrá ya nunca volver a te-
ner su valor» y lo mismo sucederá con y: la función es pues
una forma universal de la ley pero que «en cuanto imagen del
mundo ... es incompleta por excesivamente laxa>> (ibid., p. 496).
La causalidad, por el contrario, no se expresará en el lenguaJe
matemático o cuantitativo de la función (desde el punto de

129
vista de la estrecha concepción de lo matemático según Me-
yerson) sino por la identidad cualitativa a = a y concretamente
en su forma óptima por el juicio predicativo (A es a) en que
Meyerson encuentra, como Antístenes, <<Una identidad real del
sujeto y el predicado» (C.P., p. XXI).
2. Pero estas oposiciones se atenúan un poco en el detalle
de los hechos y las teorias. En primer lugar está claro que las
leyes no tienen como objetivo describirnos relaciones variables
e indefinidamente particularizables, sino más bien relaciones ge-
nerales y constantes entre variables, y que la variación no con-
cierne más que a las propiedades de los términos x e y de la
función, mientras que la función o relación permanece inva-
riante e incluso de forma absoluta: las leyes no cambian con el
tiempo. Por lo tanto la ley, lo mismo que la causa, es una
búsqueda de parmanencia o de invariancia en el tiempo.
¿Es que hay entonces dos tipos de invariancias, la de las
relaciones o funciones que conciernen a la ley y la de los ob-
jetos, «cosas» o términos de las relaciones sobre los cuales se
ejerce la causa? Si pero, por un lado, ya hemos visto (párrafo
2, apartado 1) la dificultad central de la lógica de Meyerson:
en los juicios predicativos «A es a», «A es b», etc. cada predi-
cado es «idéntico» al sujeto, pero los predicados son múltiples,
a, b, e, etc. y no idénticos entre si; por lo tanto no se trata más
que de «coherencia», pero considerada como «necesaria», lo cual
equivale a introducir una lógica de las relaciones que no su-
pone ya la identidad y -podemos añadirlo ahora- que es de
la misma naturaleza que la de las leyes. Por otra parte es en
cierto modo paradójico decirnos que los términos de la rela-
ción o «cosas» sólo se conservan desde el punto de vista de
la «causa», pues la identificación, cuando queda separada de los
sistemas de trasformación con respecto a los cuales sigue sien-
do sin embargo, de hecho, inseparable, hace que esta conser-
vación termine en el desvanecimiento y la <<nada», mientras
que, en un sistema funcional de leyes, los términos subsisten
perfectamente, sin lo cual seria imposible toda matematización.
En segundo lugar las leyes no son solamente invariantes y
generales: tan pronto como se multiplican dan lugar a esfuer-
zos de sistematización por reducciones o combinaciones. Cuan-

130
do esta «deducción» de las leyes se ejerce sobre las relaciones
como tales y no sobre sus términos o «cosas», Meyerson no
considera que esto sea causalidad. Sin embargo, advierte con
razón que aun en autores de orientación netamente positivista,
como Sophie Germain o Goblot, esta sistematización aboca a la
necesidad (E.S. I., p. 81-85 y II, p. 222 s).
Carece de importancia que esta posición sea contraria al
«verdadero positivismo» (I, p. 83), ya que se trata de com-
prender lo que son las leyes y no «las leyes según Comte».
La única cuestión reside en establecer si esta necesidad es o no
una forma de causalidad. Ahora bien, Meyerson, utilizando un
razonamiento bastante sorprendente en él, nos explica que vin-
cular entre sí, en cuanto «necesarias lógicamente», unas propo-
siciones extraídas «del mundo fenoménico», es <<Una operación
condenada al fracaso», «porque la razón, como ya sebemos,
sólo puede proporcionar marcos vados» (E. S. II, p. 222-223).
Por lo tanto aquí olvida que esto es lo mismo que él hace por
medio de su «identificación>) y que la única y verdadera cues-
tión reside por consiguiente en establecer si la necesidad que
resulta de la coordinación deductiva de las leyes, (coordinación
debida naturalmente a la razón) se reduce o no a la identifi-
cación: en caso afirmativo existe «causa)) (al menos meyerso-
niana) desde la deducción de leyes unas a paritr de otras; en
el caso contrario hay que preguntarse si esta necesidad, más
amplia que la identidad, no es también una forma de causali-
dad, pero dando por supuesto que todavía queda por precisar
a partir de qué momento o, más exactamente, a partir de qué
formas de sistematización o deducción lo es.
Por lo tanto si la ley parece orientarse irremediablemente
en la dirección de las causas, el mismo Meyerson nos propor-
ciona, recíprocamente, algunos ejemplos en los que se ve cómo
la causalidad se inclina dulcemente aliado de la ley. Recorde-
mos que por regla general Meyerson permanece extraño a las
preocupaciones de totalidad o agrupamiento para hacer recaer
siempre la identidad o la identificación sobre «cosaS)) u obje-
tos aislados o sobre conceptos separados. Y ello no gratuita-
mente, porque tan pronto como hay sistema o totalidad hay
igualmente no sólo diversificación sino también y necesaria-

131
mente intervención de relaciones y por lo tanto de leyes. Ahora
bíen, hay una excepción explicita a esta actitud habitual de
Meyerson: es su comentario a la causalidad atomista. En efec-
to, son perfectamente conocidas las dos tendencias clásicas y
antagónicas del atomismo histórico (cuya relación, que cier-
tamente existe, no deja de estar muy alejada de la que se da en
la microfisica): o bíen las particularidades a explicar pueden ser
explicadas por diversas composiciones propias del agrupamien-
to en cuanto tal de los átomos, o bien se remite al átomo co-
mo elemento la propiedad macroscópica, tal como sucede en
la imaginación de los «átomos curvos» cuando todavía Lemery
«atribuye las cualidades especificas de los ácidos al hecho de
que (sus átomos) contienen partes puntiagudas» (I.R., p. 489).
Ahora bien, es evidente que la identificación pura, que es la
de las «teorías cualitativas» (p. 48 n.o 1) conduce a la segunda
solución. Pero, con una consecuencia altamente instructiva Me-
yerson declara: «evidentemente, al carácter específico, el quid
proprium de estas sustancias (en este caso cuerpos orgánicos)
se nos presenta como condicionado mucho menos por los ele-
mentos de que están compuestas que por su agrupamiento»
(I.R., p. 485). Ciertamente Meyerson repite sin cesar que esta
composición es espacial y equivale por lo tanto a «desplazar»
y a que en suma nunca se comprenda cómo las nuevas propie-
dades del todo emanan de la combinación de las partes. Lo
cual no quiere decir que para explicar cualquier cosa (desde los
esquemas de condensación y de rarefación de la escuela de Mí-
llet hasta los modelos geométricos de Kekulé y de la química
moderna) se recurra a la composición y no a la identificación pura
y simple, lo cual equivale a concebir la causalidad como una
construcción operatoria (atribuida a los propios objetos) y no
como una identidad por si sola (cf. parágrafo 3 en II). Pero, des-
de el punto de vista que nos interesa aquí, es evidente que al
pasar del átomo «cosa» al agrupamiento como estructura se pa-
sa del juicio predicativo al sistema de reacciones, lo cual, en la
perspectiva de Meyerson consiste en pasar de la causa a las
leyes: ahora bien, el atomismo es para él uno de los prototi-
pos fundamentales de la causalidad por identidad en el tiempo
y, si el poder explicativo de este atomismo depende del agru-

132
pamiento, es decir de la composición operatoria de las relacio-
nes y no ya de la preformación (de los caracteres a explicar)
en el propio elemento en cuanto «cosa», entonces es que aun
en las formas más puras de la causalidad meyersoniana se recu-
rre a una coordinación de leyes. Es inútil recordar que el atomis-
mo, en cuanto ha podido ser investigado en la escala inferior
(intraatómica o microfísica) se ha convertido inmediatamente en
un terreno de proliferación de leyes, o sea, como decía Bruns-
chvicg pensando quizá en el átomo meyersoniano, en un «ato-
mismo sin átomos».
3) Si el dualismo de la ley y la causa se refuerza o se ate-
núa según los pasajes o las obras de Meyerson, es porque,
dada su definición de la causalidad, tan pronto intenta demos-
trar la forma en que la producción de la novedad se explica
por una preformación como olvida casi completamente que es
la novedad la que constituye un problema, y entonces la cau-
salidad se confunde para él con la identidad pura y simple, y
de ahi surge en este caso una oposición radical con la ley que
versa sobre relaciones entre los diversos términos. Es impor-
tante por lo tanto recordar que lo que hay que explicar, inclu-
so en el terreno causal, es la producción de lo diverso y no la
identidad, la cual constituye el instrumento (uno de los instru-
mentos diremos nosotros, pero para Meyerson es el único) y
no el objeto de la explicación: en este caso ley y causa se apro-
ximan de nuevo. Es cierto que esta fluctuación en el pensa-
miento de Meyerson corresponde a veces a una fluctuación efec-
tiva observable en el hombre de ciencia que busca explicacio-
nes. El mejor ejemplo es quizá el de la genética en biología
contemporánea a pesar de que uno de sus problemas es el de
dar cuenta de las variaciones nuevas. Cuando tales variaciones
se producen y no parecen aleatorias (como lo son las mutacio-
nes no adaptativas), sino ligadas a ciertas condiciones regula-
res (como por ejemplo la producción de un anticuerpo frente
a un antígeno), la solución espontánea de la gran mayoria de
los biólogos contemporáneos consiste en atribuir esta novedad
a un gene o (como se dice hoy) a un grupo de genes, pero
preexistentes y cuya manifestación actual seria debida a una
selección. Semejante actitud verifica ciertamente, en parte, el

133
esquema meyersoniano. Pero, aun ateniéndonos a esta prefor-
mación, queda por explicar: 1) las acciones sucesivas de estos
genes a través de las mitosis, las recombinaciones, etc., y en
este caso, hay que tener muy en cuenta las relaciones legales y
explicar, como novedad, el paso de la potencialidad a la ac-
ción; 2) dar cuenta del éxito de la selección sin contentarse
con postularla por simple referencia verbal (que Bertalanffy
compara con un «molino de piedras tibetano»), sino por un
cálculo probabilista diferenciado (lo cual constituye un nuevo
modelo causal, del que hemos tratado en el parágrafo 3, apar-
tado 2). Por el contrario, los autores más enterados saben
muy bien que recurrir a la preformación no significa sino des-
plazar el problema y que subsiste el problema de explicar la
formación de genes nuevos, en un momento dado de la historia,
las trasformaciones del genema e incluso la de todo el sistema
genético (en el sentido de Darlington). Ahora bien, en el mo-
mento en que intervienen totalidades, es evidente que se trata
de combinar la legalidad (leyes del sistema) con la causalidad
(considerada aqui como necesidad interna y «coherencia» del
sistema en cuanto tal).
4) Asi, pues, la oposición entre la ley y la causa se desdi-
buja cada vez más hasta el punto de que parecen interdepen-
dientes en un sentido que nos queda por precisar. Meyerson,
naturalmente, no investiga esta solidaridad, pero a veces reco-
noce el embrollo porque, desde un punto de vista heuristico
«la investigación de la ley está incluida en la de la causa». En
efecto, todas las condiciones que nos impone la legalidad por
lo que respecta al tiempo y al espacio, las exige igualmente la
causalidad; a ellas añade ésta una exigencia más: la de la iden-
tidad del objeto en el tiempo; por consiguiente está claro que,
mientras exista vinculo legal, no se puede dudar en establecer
el vinculo causal; en cambio la existencia del primero es siem-
pre un paso en la via que conduce al segundo» (I.R., p. 40-41).
Llega incluso a reconocer el papel de la identificación en la
ley: «el principio de causalidad exige la aplicación al tiempo
de un postulado que, en el régimen de mera legalidad sólo se
aplica al espacio» (ibid., p. 132).

134
Estos pasajes son de gran interés y es muy lamentable que
hayan sido tan poco desarrollados después. Sugieren una es-
pecie de intersección entre la legalidad y la causalidad, cuya
parte común estada constituida por ese término misterioso:
«todas las condiciones que nos impone la legalidad por lo que
respecta al tiempo y al espacio», es decir, si es que lo entende-
mos bien, la identidad en el espacio y la conservación de las
relaciones en el tiempo (lo cual constituye el objetivo central
de las leyes funcionales); por consiguiente lo característico de
la legalidad seria solamente la diversidad de las variables entre
las que se establecen estas relaciones y lo característico de la
causalidad seguida siendo la conservación de los objetos en
el tiempo.
Pero, si es asi, ¿por qué limitarse entonces, para caracterizar
la causalidad, a lo que es especial de ella, es decir, a esa «identi-
dad del objeto en el tiempo» y no englobar lo que igualmente
le pertenece aunque lo comparta con la legalidad, es decir
como minimo la conservación de las relaciones? Ahora bien,
aunque es cierto que los pasajes citados pertenecen a I.R.,
que en nuestra opinión, sin embargo, es con mucho el mejor
de los escritos de Meyerson, toda la continuación de su obra
no hace más que acentuar las opiniones. Y sin embargo, el
final de la conclusión de I.R. vuelve sobre esta posible aper-
tura. Meyerson se pregunta alli, en primer lugar, si, de acuerdo
con G. Milhaud, Bergson y la escuela de Marburg, no podrian
extraerse las constantes a partir de las leyes mismas (I.R., p. 479-
480) y rechaza la idea en razón del «prestigio» de la explicación
mecánica o atómica, de la explicación per sustantiam... (p. 497)
y además,o por la tendencia a eliminar el tiempo» (p. 497-498).
Hay allí una argumentación ligeramente inquietante y que se
parece un poco a una petición de principio, pues ¿por qué
no podía haber: 1) muchos tipos de leyes de las cuales unas
(segundo principio de la termodinámica) se refieren cierta-
mente al tiempo y las otras (primer principio, o incluso el
principio de inercia) pueden hacer abstracción de él; y 2) mu-
chos tipos de explicación causal de las cuales unas (de Boltz-
mann a las explicaciones probabilisticas contemporáneas) se
refieren a las primeras de esas leyes y las otras llegan a utilizar

335
nociones de conservac1on pero situándolas siempre en siste-
mas de trasformaciones coherentes ·y necesarios? Después de
lo cual Meyerson se plantea el problema reciproco y se pre-
gunta si «el principio de legalidad se deducida del principio
de identidad, si sería una especie de resumen, de abreviatura
suya>> (I.T., p. 500). Y se da a sí mismo esta respuesta, más
sorprendente todavía: que la identidad «se nos presenta como
algo deseable, pero lejano, como un principio flexible que se
acomoda a las circunstancias, admite explicaciones, engendra
ilusiones. La legalidad, por el contrarío, es rigida... , no tiene
ninguna excepción» (I.R., p. 500). Nos parece inútil comentar
este texto que casi habríamos esperado encontrarlo invertido 15 ,
e incluso nos parece inútil recordar toda la gama de los tipos
de leyes que se escalonan desde el determinismo laplaciano a
las múltiples variedades de leyes probabilistas contemporáneas.
Lo que sin embargo sí que conviene advertir con el mayor
cuidado es el escrúpulo final que honra a Meyerson al término
de I.R. y que corrige un poco lo que precede: «Hay en nos-
otros como una secreta inclinación a creer en la unidad de
nuestro intelecto, inclinación que se encuentra en cierto modo
entorpecida por la dualidad del principio rector que hemos
admitido para nuestro pensamiento científico. No excluimos
pues, en absoluto, en este punto, la idea de unificación. Sin
embargo insistimos en el hecho de que, al menos en el hombre
contemporáneo, en la medida en que se aplica al conocimiento
de la realidad, debe considerarse que los dos principios funcio-
nan separadamente, aunque su acción se mezcle continua-
mente» (I.R., p. 500-501).
¿Cómo es posible que, después de estos planteamientos
tan lúcidos, el teórico de la identificación que aboca a la unidad
de la materia rechace la del espíritu científico? Esto es lo que
nos queda por investigar y para ello tenemos que examinar
todavía el único carácter específico de la causalidad meyer-
soniana, es decir, la existencia y la conservación de las «cosas»
por oposición a la de las relaciones, ya contenidas en la legalidad.

15. Porque desde el principio del apartado 5 veremos una cita según
la cual la ley igualmente no es más que «ideál», hipotética y aproximada.

13'6
5) Este concepto de la «cosa» o sustancia presenta, en
efecto, en Meyerson un aspecto particularmente paradójico ya
que se trata de «entidades» que se desvanecen a medida que se
las persigue, porque estas «cosas>> son tanto «fuerzas» o movi-
mientos como objetos propiamente dichos y sobre todo por-
que ese carácter ideal de la cosa no es especifico de ella sino
que igualmente se aplica a las propias leyes: «la ley es una
construcción ideal que expresa, no lo que sucede, sino lo que
sucedería si ciertas condiciones (más o menos irrealizables en
su plenitud) llegaran a ser establecidas: según la clasificación
de los lógicos no puede ser más que un juicio hipotético»
(E.S., I, p. 19). ¿Por qué oponer entonces continuamente la
«cosa» a la ley, o dicho en otros términos, los términos de las
relaciones, a esas mismas relaciones?
Y sin embargo, y ahi está lo esencial, Meyerson nunca
llega a decir que estos términos o «cosas» existan independien..::
temente de las relaciones legales. «Y sin duda sigue siendo
verdad que lo único que podemos conocer son relaciones».
Pero hay que precisar, restringir esta proposición dando por
supuesto que las únicas relaciones que podríamos conocer
realmente son aquellas en las cuales nosotros constituimos
uno de los términos» (E.S., I, p. 17). Si Meyerson se atiene a
las cosas es, pues, para mantener, en contra del positivismo,
que es imposible construir una ciencia objetiva sin una onto-
logía y que al elaborar las relaciones que constituyen las leyes
construimos también continuamente términos destinados a so-
portar esas relaciones, términos concebidos como exteriores
a nosotros e incluso (aunque abusivamente) como indepen-
dientes de nosotros.
Esto no quiere decir sin embargo que esta obsesión cons-
tante de Meyerson no siga siendo un poco misteriosa porque,
aun entre los positivistas, hay muy pocos que, como Mach
o Petzold, hayan querido reducir el fenómeno a puras sensa-
ciones. Pero lo que le interesa a Meyerson es que esta reducción
a las sensaciones, si los positivistas tuvieran el coraje de ir hasta
las últimas consecuencias de sus tesis, serían <<nna consecuencia
que los fundamentos de la teoría comtiana implican inelucta-
blemente» (E.S., I, p. 18). Desde luego aqui reside el meollo

137
del problema, pero sigue siendo sorprendente que, para luchar
contra una posible reducción a las sensaciones, que casi nadie
piensa en generalizar, sea necesario llegar a toda una oposición
entre la causa y la ley sin lograr encontrar como signo distin-
tivo de la causa más que una ontología de las «cosas» a la que
casi nadie se adhiere de hecho.

Así pues, para comprender aquí a Meyerson, tenemos que volver a


las notas del parágrafo 1 e intentar representarnos el espíritu de un quí-
mico que, como él, se va a consagrar a la epistemología. Cuando un ma-
temático como Poincaré o tantos otros se entregan a este tipo de inves-
tigaciones, no experimentan ninguna inquietud al ocuparse ocasional-
mente de las actividades del sujeto, porque para ellos las acciones del
sujeto se traducen en operaciones y por consiguiente son integrables sin
más en el sistema de sus preocupaciones. Cuando un biólogo, como
Lorenz o Rensch, se interesa en la epistemología, ve en el sujeto una
prolongación del organismo y no encuentra razones de inquietud al con-
ceder una parte a este sujeto en la elaboración de los conocimientos.
Un físico en la misma situación ve en el sujeto a un observador como
cualquier otro o incluso a un experimentador como él y si, como hace
Planck, advierte que la ciencia se aleja cada vez más del antropomorfismo,
puede considerar que hay en ello una paradoja al no disociar suficiente-
mente la acción y la sensación pero la aparente paradoja no llegará a ser
sin embargo el centro de sus mediataciones epistemológicas. Por el con-
trario, un químico de comienzos de este siglo era mucho más realista y
sus trabajos sólo se llevaban a cabo a escalas que no eran ni microfisicas
ni relativistas en las que hay que integrar dentro de los procesos estudiados
las actividades del observador. Además estaba mucho más cerca de lo
cualitativo y había pocas cosas en las situaciones químicas que le recorda-
ran el papel de la operaciones y sus vínculos con la acción. Si se orienta
ba hacia la construcción de una epistemología, su preocupación principal
era -sobre todo si había comenzado en un ambiente positivista como el
que Meyerson nos dice que conoció- debilitar su dominio separándolo
radicalmente de lo que podría estorbarle, es decir, de toda «subjetividad».

Esto es, nos parece, lo que tenemos que admitir si queremos


comprender esa especie de obsesión que experimenta Meyer-
son con respecto al peligro subjetivista y su constante decisión
de no ocuparse más de lo real y la razón. Dando así la espalda
a toda psicología, por método y, más aún, por una especie de
aspiración vital inherente a su epistemología de químico, Me-
yerson no se ha dado cuenta, a pesar de insistir continuamente
en la ontología propia del sentido común y en esa comunidad

138
de naturaleza entre el sentido común y la propia ciencia, de que
su drama epistemológico de la lucha contra el subjetivismo
era el drama de todo sujeto viviente y pensante y sobre todo
el drama de todo sujeto en desarrollo. Entre el sujeto epis-
témico, sede de la «razón» e instrumento de conocimiento de
lo «real» y el sujeto egocéntrico o el «ym> en el sentido psico-
lógico cuyas acciones son todas incomunicables, no hay rup-
tura estática sino que el segundo conduce al primero por un
proceso fundamental de descentración, factor al mismo tiempo
de la elaboración de la razón y de la objetividad en el conoci-
miento de las cosas. Asi pues, y gradas precisamente al prin-
cipal mecanismo de desarrollo, el yo es descartado en bene-
ficio del «sujeto», la sensación o percepción es subordinada a
la acción y las acciones concretas son a su vez coordinadas se-
gún un funcionamiento general a partir del cual se extraen las
operaciones. Esta psicologia, bastante contraria en su inspi-
ración al parcelamiento con el que se contenta Meyerson,
permite entonces «superar» su dicotomia de la razón y lo real
situando sus rafees comunes en un dinamismo que permite
evitar muchas oposiciones artificiales. Esto es lo que nos queda
por demostrar.

S. Legalidad, causalidad y estructuras operatorias de conjunto

Hasta ahora sólo hemos insistido sobre las dificultades del


causalismo meyersoniano. Ha llegado el momento, para con-
cluir, de mostrar lo que puede y debe ser retenido de esta he-
rencia y cómo, inspirándonos a la vez en las dificultades seña-
ladas y las aberturas no retenidas pero abiertas por el mismo
Meyerson, se puede esbozar una concepción de la causalidad
fiel a las partes fuertes del sistema, pero que supere en sentido
dialéctico las oposiciones a las que él ha querido atenerse.
El punto central que hay que retener es la exigencia de la
causalidad y, por consiguiente, la distinción entre esta causa-
lidad y la legalidad. Pero, como el mismo Meyerson insiste a
menudo, con frecuencia y en diversos autores se manifiesta una
tendencia a considerar a una explicación causal como satis-

139
factoría cuando logra conferir un carácter necesario y suficiente
a un sistema deductivo o modelo cuyos elementos están com-
puestos de leyes. Esta necesidad engloba naturalmente una parte
de identidad en el tiempo pero va más allá. Por consiguiente
nos proponemos examinar lo que proporcionaría una inter-
pretación de la causalidad fundada sobre esta necesidad sufi-
ciente y no ya sobre la mera identidad, e investigar si ella seria
capaz de salvaguardar la distinción entre ley y causa.
En segundo lugar es evidente que, de las tesis de Meyerson,
hay que retener la existencia del objeto como irreductible al
sujeto. Pero también aqui, y por el mero hecho de que el ob-
jeto es constantemente construido o reconstruido por la razón
y no está dado a titulo de puro fenómeno, conviene investigar
en qué se trasforma esta existencia del objeto una vez admitido
que el conocimiento no parte de él ni del sujeto sino de las
interacciones entre ambos; y una vez admitido, además, que
estas interacciones son tejidas por la acción antes de ser domi-
nadas por las operaciones.
En tercer lugar, del rechazo meyersoniano de un panmate-
matismo, hay que retener naturalmente que el objeto existe
y que la demarcación entre la fisica y las matemáticas hay que
buscarla en el papel de la experiencia. Pero esto no implica para
nada la oposición de lo cualitativo y de la cantidad o del jui-
cio predicativo y las relaciones a las que se puede reducir,
etcétera. Se sigue que puede existir un paralelismo estrecho
entre la causalidad y las operaciones lógico-matemáticas pero
todavia hay que precisar en qué sentido, si la primera es atri-
buida a dos objetos mientras que las segundas siguen siendo
formales.
1) Reconsideremos en primer lugar la cuestión central
de la distinción de las causas y las leyes y comencemos por su-
poner -cosa que puede parecer una curiosa manera de justi-
ficar la causalidad- que las ciencias, lo mismo que la acción
o la percepción, no alcanzan jamás, en cuanto relaciones di-
rectamente observables, más que leyes o elementos de leyes
(relaciones repetibles y generalizables). Puesto que lo carac-
teristico de una ley es su generalidad, aun el principio de iner-
cia no es en primer término más que una ley y, si adquiere una

140
función de causalidad (sin que por otra parte nunca sea, ha-
blando estrictamente, una expresión inmediata de la causali-
dad, como quiere Meyerson basándose en su carácter de iden-
tidad parcial), es porque pronto o tarde queda revestido por un
atributo de necesidad: ahora bien, esta necesidad está lejos de
ser algo dado desde el principio, como lo prueba el que Aris-
tóteles creyera absurda la conservación de un movimiento
rectilíneo y uniforme, y sólo se adquiere en función de un
sistema, combinando por ejemplo la inercia con la aceleración
o con la «fuerza» centrífuga; si en el plano horizontal el movi-
miento rectilíneo y uniforme es considerado como necesario,
ello sucede en virtud de descomposiciones que son entonces
relativas a composiciones anteriores.

En el terreno del atomismo lo único que se alcanza directamente son


leyes. Considerado en si mismo, el átomo (el de los griegos, etc.), es in-
divisible, impenetrable, etc., y esto son leyes. Considerado en su agrupa-
miento, esto sigue estando claro y, a partir de la microfísica, el átomo sigue
siendo siempre un sistema de leyes. Pero si el atomismo constituye un
modelo de explicación causal, sólo lo es en virtud de una u otra de estas
leyes como tales : es porque su composición permite la construcción de
una estructura de conjunto y porque esta estructura es, en el caso de los
átomos precientificos, de una notable simplicidad operatoria (composi-
ción aditiva) que hace necesaria y suficiente a tal estructura.
En el terreno de la acción, cuando el niño llega, muy joven todavía,
a comprender la transmisión de un impulso y una conservación relativa
del movimiento transmitido, lo que hay ahi son leyes y, si se sirve de ellas
como explicación causal, será siempre en el interior de un sistema que
sirve para componer lo que pierde el agente (la bola activa, etc.) y lo que
gana el paciente. La «percepción de la causalidad» en las experiencias de
Michotte, sólo proporciona igualmente, tras las experiencias del sujeto,
una serie de leyes (sucesiones, posiciones, velocidad, etc.) y la causalidad,
aun en este plano perceptivo, sólo aparece como una «resultante» (muy
rápida, e incluso perceptiva, pero a base de composición) del conjunto
de las relaciones percibidas (no se ve pasar nada del agente al paciente,
pero, si se nos permite la expresión, se ve que «algo ha pasado»).

En una palabra, las relaciones dadas, en la medida en que


son aislables, no son más que legales, y sería enteramente vano,
en el terreno de estas relaciones observables, repartirlas en le-
gales y causales. De ahi que los fisicos (este hecho es muy
significativo y a menudo ha sido invocado erróneamente como

141
un argumento contra la causalidad) sólo raramente hablen de
«causas»: lo único que observan son leyes, aunque también
intenten explicarlas causalmente e incluso aunque -y tal
parece ser el caso- sea con frecuencia la búsqueda de explica-
ción causal la que conduce al descubrimiento de estas leyes.
Si esto es asi, tanto más fácil resultará (y no es una para-
doja) discernir a partir de qué punto comienza la causalidad:
es a partir del momento en que un sistema de leyes adquiere
un carácter de necesidad en cuanto sistema. Esta precisión es,
por otra parte evidente, ya que una ley nunca es necesaria por
sí misma: es más o menos general, cosa completamente dife-
rente. Para que haya necesidad se requiere, por lo tanto, que
haya sistema y por consiguiente deducción. Y sobre este punto
de la importancia de la deducción coincidimos con Meyerson.
Pero ¿de qué deducción se trata y a partir de qué momento
es «suficiente>>? Si una ley, cuyo dominio es relativamente par-
ticular, es englobada después en una ley más general, se puede
ciertamente deducir la primera ley a partir de la segunda.
Pero esta deducción no añadirá ninguna necesidad a la prime-
ra, a no ser bajo una forma hipotética: «Si la segunda ley se
verifica, entonces la primera es necesaria», lo cual no constituye
sino un minimo progreso. La razón es que semejante deducción
sigue siendo, por decirlo así, inclusiva o silogística y no lleva
consigo ninguna estructura eficaz de composición salvo por
esa trasferencia de verdad de lo más general a lo más particu-
lar englobado de antemano. Las condiciones de la deducción
no son, por consiguiente, suficientes.
Por el contrario, en el momento en que la composición
deductiva no sea ya simplemente silogística sino que conduzca
a estructuras suceptibles de encerrarse en si mismas, la nece-
sidad que se adhiere al cierre de la estructura constituye
entonces el principio de la explicación causal de las leyes así
agrupadas, pues este cierre proporciona las condiciones ne-
cesarias y suficientes. Uno de los ejemplos más claros de estas
estructuras explicativas es el de los grupos de trasformaciones
en que una trasformación cualquiera del grupo permanece siem-
pre en el interior del sistema por ser el resultado de la compo-
sición de dos elementos o trasformaciones que pertenecen ya

142
al sistema y porque esta composición es a la vez reversible y
asociativa. Advirtamos ante todo que la reversibilidad del
grupo no se reduce en modo alguno a la identidad, porque la
operación inversa T -1 anula la operación directa T sin con-
fundirse con ella, y porque la operación llamada a veces idén-
tica o elemento neutro O ó 1 (en general E) no es una identi-
dad aislable, sino un producto de composiciones T. T -1 = E,
o T .E = T. Las composiciones del grupo son pues al mismo
tiempo productoras de novedades diversas y necesarias, mien-
tras que el sistema está cerrado sobre si mismo. En consecuencia,
según el criterio que acabamos de proponer para la causalidad,
resulta que una deducción que se apoya en una estructura de
grupo adquiere un valor de explicación causal, puesto que per-
mite comprender la novedad a la vez en cuanto producción
y en cuanto necesaria a partir de condiciones suficientes. Por
ejemplo, dado el problema de explicar por qué una fuerza
adopta la dirección AD, la explicación consiste en que, si esta
fuerza es la suma vectorial de otras dos direcciones AB y AC,
la dirección AD corresponde a la diagonal del paralelogramo,
cuyos lados son AB y AC: en cuanto constatación general,
la relación entre AD y AB + AC no pasa de ser legal, pero se
trasforma en causal si el paralelogramo de fuerzas es deducido
sobre la base de su estructura de grupo.
Antes de proseguir, advirtamos el hecho de que no todo
grupo utilizado en Hsica comporta sin más una significación
causal. La razón evidente reside en que el grupo puede o bien (1)
referirse solamente a las operaciones del sujeto (el Hsico),
y en este caso sólo permitirá la previsión de observables y se
limitará a la legalidad, o bien (3) puede ser «atribuido» (y no
solamente «aplicado») a los propios objetos y sólo en este caso
será causal. Como ejemplo de la primera categoria se puede
citar el grupo PCT de la microfisica contemporánea, en que
P = la paridad (inversión en espejo), C = la carga (trasforma-
ción de una partícula en antipartkulas) y T = la inversión en
el tiempo. Ninguna de estas trasformaciones es realizable H-
sicamente, pero puede serlo en el pensamiento de tal manera
que el grupo permite entonces todo tipo de previsiones (su-
poniéndose, naturalmente, que los valores en juego estén todos

143
estrictamente determinados a nivel físico y que sólo las «tras-
formaciones» son aquí imaginadas y no constatadas). Por el con-
trario en el caso del paralelogramo de fuerzas, el grupo es atri-
buido y no solamente aplicado a los propios objetos en el sen-
tido de que la composición de las fuerzas es efectivamente
interior al sistema de fuerzas en cuanto tales, y no imaginado
como esquema de cálculo. Un caso intermedio (2) entre estos
dos extremos será aquel en que el experimentador modifica
materialmente las variables y en el que estas modificaciones,
que no serían producidas sin su presencia, obedecen a una
estructura de grupo (añadir o quitar x, aumentar o disminuir,
etcétera). Por lo demás, entre este último caso (2 ó intermedio)
y el caso en que el grupo es interior a los propios aconteci-
mientos (3), pueden existir todo tipo de transiciones: por
ejemplo, el grupo de Lorenz puede referirse solamente a ob-
servadores a distancia unos de otro (lo que constituiría el caso
2 ó intermedio) o ser inmanente a un mismo sistema ma-
terial.
Dicho esto, la forma más simple de las «trasformaciones»
inherentes a un grupo puede no consistir más que en meros
desplazamientos. Tal es la situación que ha explotado Meyer-
son para justificar su concepto de identíficación, alegando el
hecho de que un móvil permanece idéntico a sí mismo en el
curso del desplazamiento y que el espacio en cuanto tal no lo
modifica. Pero antes de concluir que las explicaciones por el
desplazamiento o por las figuras espaciales en general verifican
la proposición de que la causalidad se reduce a una «identidad
en el tiempo» o a una identidad del objeto en el tiempo, con-
viene hacer dos reservas, ambas fundamentales.
a) La primera es que la identidad por sí sola, es decir, en
cuanto tal identidad, no es en modo alguno explicativa. Dis-
tingamos a este respecto el objetivo de la explicación y su
instrumento. Por lo que respecta al objetivo, lo que hay que
explicar es lo diverso y lo nuevo, no lo idéntico: cuando Ke-
kulé, por ejemplo, «explica», dice Meyerson (E.S., I, p. 296),
el número de las isomerías del grupo bencénico por las pro-
piedades de una figura de hexágono y hace así «triunfar defini-
tivamente las concepciones estructurales», se trata en realidad
~~====:::_~

1 ,~~~~~~! !c~~9~~
0
144
de «explicar el número concreto de isomerías y no el hecho de
que los átomos de benceno permanezcan idénticos a si mismos
en su agrupamiento específico». Por otra parte, por lo que res-
pecta al instrumento de la explicación, este instrumento no se
reduce en modo alguno a un desplazamiento o a una posición
aislados, sino que se refiere, como dice el propio Meyerson,
a la «estructura», es decir, a la composición en cuanto tal de
los desplazamientos y posiciones.
b) Ahora bien, en el caso concreto de los desplazamientos
esta composición es altamente explicativa porque es al mismo
tiempo productora de lo diverso, en cuanto que puede com-
binar desplazamientos o posiciones de todas las formas posi-
bles, y rigurosa en cuanto que comporta una necesidad intrín-
seca. Pero es evidente que aquí la necesidad no se reduce a la
identidad, ya que hay producción de lo diverso: nuevamente
depende, y de forma estricta, de la estructura de «grupo» que
presentan los desplazamientos. La identidad del móvil a lo
largo del desplazamiento no es sino una invariante de grupo
y la naturaleza necesaria de las composiciones de desplazamien-
tos o posición no se deriva de esta invariante en cuanto tal,
sino de las composiciones inherentes al grupo y a sus innume-
rables subgrupos. Asi, pues, sería enteramente arbitrario des-
componer cada situación, como hace Meyerson, hablando de
identificaciones parciales y atribuyendo a lo «real» las diversas
variedades de desplazamientos y posiciones y sólo la identidad
a la «razóm>. Las invariantes o los elementos neutros (desplaza-
mientos nulos) son aqui, como en todo grupo, solidarios
e indisociables de las trasformaciones o composiciones múlti-
ples y lo que constituye el principio de esta causalidad espacial
tan explotada por Meyerson (aunque en un sentido estrecho
que disminuye continuamente su importancia) es la necesidad
del sistema total y no la identidad.
Por supuesto que cada una de estas trasformaciones o rela-
ciones aislables o aisladas del sistema no consisten más que
en una ley. Diremos incluso que lo mismo sucede con la .pro-
pia identidad A = A (permanencia del objeto) o a = a. (iden-
tidad de una posición o desplazamiento nulo), porque s1empre
se ha llamado a la identidad «ley» lógica y no «causa», aun

145
refiriéndose a su contenido. Pero la explicación o la causalidad
aparecen tan pronto como esta trasformación o posición es
deducida del sistema en cuanto tal, es decir, de la totalidad
operatoria en su necesidad intrinseca, por más que esta tota-
lidad sea «atribuida» y no solamente «aplicada» a los objetos
mismos: ahora bien, tal es el caso, evidentemente, cuando se
trata de desplazamientos o posiciones físicos y no formal-
mente asumidos.
Por supuesto, igualmente, que la estructura de grupo no es
la única que ofrece tales servicios. Pueden utilizarse o pueden
concebirse muchas otras (en concreto las estructuras probabi-
listicas); volveremos sobre ello en el apartado 3 a propósito
de la idea de función.
2. Ocupémonos del segundo de los problemas distin-
guidos al comienzo de este parágrafo 5: el de la existencia de
los objetos o «cosas», una vez admitido que no estamos ya en
presencia de una dicotomía simple entre lo «real» y la «razóm>
y que entre ambos existe un tercer término completamente
esencial también para la causalidad que es la acción del sujeto
sobre los objetos. Ahora bien, el conocimiento no parte ni
del objeto como tal (experiencias, etc.) ni del sujeto como
tal (sensación, o más aún, «razóm>), sino de un complejo indi-
sociable de interacciones entre el objeto y el sujeto, propor-
cionado por la acción: en efecto, el sujeto sólo conoce su es-
fuerzo por vía proprioceptiva a partir de las resistencias del
objeto (contrariamente a la teoria del esfuerzo de Maine de
Biran) y sólo conoce el objeto en función de la acción: de ahí
un círculo genético (contrariamente también a las concepciones
de Maíne de Biran, según las cuales la distinción del yo y el
no-yo era «primitiva») que tiene una cierta importancia epis-
temológica, ya que conduce a una doble construcción siempre
correlativa en las dos direcciones de la exteriorización y la
interiorización.
La dirección de interiorización es, ante todo, la de la inte-
riorización propiamente dicha de las acciones materíales en
acciones representadas y la abstracción reflexiva a partir de es-
tas acciones materiales o ínteriorízadas: de ahí la construcción
de las propias «operaciones», y sobre todo de las operaciones

146
lógico-matemáticas extraídas de las formas más generales de
las coordinaciones de acciones. Así, pero a través de numerosas
etapas relativamente fáciles de distínguir, se constituye la «ra-
ZÓID> en su núcleo operatorio cuyos vínculos con la acción
parecen hoy indiscutibles.
La dirección de exteriorización se manifiesta, por otra
parte, en forma de una objetividad creciente por delimitaciones
sucesivas de lo que hace referencia a las «cosas» y lo que sigue
haciendo referencia al yo: aquí es donde se pone de mani-
fiesto el proceso fundamental de descentración al que ya he
hecho alusión al final del parágrafo 4. Pero esta objetivación
se traduce bajo dos formas a su vez correlativas, una de las
cuales se remite a la construcción de los objetos propiamente
dichos, mientras la otra lo hace a la de sus relaciones en cuanto
causalidad y legalidad.
Queda claro así que el problema de la dicotomía meyer-
soniana de la «razón» y lo «real» se plantea en términos no ya
absolutos sino relativos al desarrollo, ya que en cada nivel de
éste nos encontramos en presencia de nuevas etapas de la cons-
trucción de lo real y de la razón, teniendo que buscar en la
acción el origen común de ambas formas de conocimiento. De
ahí tres tipos de cuestiones que vamos a examinar o reexaminar
brevemente a titulo de conclusión: a) la de las relaciones
entre la acción o las operaciones y la construcción de los ob-
jetos o «cosas»; b) la de las relaciones entre la causalidad y
la legalidad por lo que respecta a la posible génesis de una a
partir de otra en la perspectiva de la acción y las operaciones;
y e) la de las relaciones de la acción, y sobre todo de las ope-
raciones, con las diversas formas de causalidad y de legalidad.
Dejaremos para el punto 3 el problema e) y aquí sólo trata-
remos el problema de a) y b):
a) Meyerson insiste continuamente en la parte que juega
la «razóm> en la elaboración de los objetos y las «cosas» hasta el
punto de que un buen número de estas últimas no son la mayor
parte de las veces más que conceptos hipostasiados en lo real.
En modo alguno pensamos contradecirle en este punto, que es
verificable en todos los niveles del desarrollo, incluido el de la
inteligencia sensorio-motriz en que todavía no hay conceptos

147
en sentido propio sino que éstos están precedidos y anunciados
por «esquemas». Pero como en este caso se trata de esquemas
de acciones y estas últimas, bajo formas elementales o bajo
formas renovadas, siguen actuando durante todas las fases pre-
operatorias y precientíficas en general del pensamiento, es evi-
dente que en esta elaboración continua de «cosas» por cola-
boración o interacción entre el dato fenoménico y las activi-
dades del sujeto, la acción juega un papel considerable en el
seno de esta misma ontología exigida por el conocimiento en
su conquista de la realidad y no se limita en modo alguno a
establecer o prever relaciones sin un sustrato que se refiera a
«seres».
b) Una vez restablecido el papel de la acción (pese a Me-
yerson, pero dentro de la lógica de su sistema), en paralelismo
con lo que ya hemos visto en el parágrafo 1 por lo que res-
pecta a su naturaleza «productora» y no solamente anticipa-
dora, resulta ya posible replantear el problema propuesto al
final de I.R. en cuanto a las relaciones no lógicas, sino de fi-
liación genética entre la causalidad y la legalidad. Aunque sin
«excluir absolutamente» (I.R.; p. 50) la idea de que sea la in-
vestigación de las causas la que implica a la de las leyes, Meyer-
son no la adopta, sin embargo, pues piensa en «el hombre
contemporáneo», es decir, en el adulto normal de cultura cien-
tífica, lo cual quiere decir que tiene sus reservas por lo que
respecta a las fases incoativas del saber. Ahora bien, aquí
es donde un poco de psicología y sobre todo un análisis no
restrictivo de la acción parece que pueden ofrecernos una
respuesta decisiva. Entre la hipótesis de que la causalidad deriva
de la legalidad y la hipótesis inversa hay -a pesar de las reser-
vas de Meyerson con respecto a todo tipo de dialéctica- un
tertium que se impone y que «supera» a ambas: y es que, en la
lógica de lo que hemos visto en 1 y en el propio contexto de
todas las conductas características de los niveles sensorio-
motores y de los comienzos de la representación, ambas in-
vestigaciones, la de la causa y de la ley, van constantemente
a la par y se apoyan continuamente una en otra, por el mero
hecho de que actuar equivale a producir tanto como a prever
y porque es imposible producir sin utilizar relaciones más o

148
menos estables y que comporten un minimum de generaliza-
ción.

Desde la edad de tres o cuatro meses vemos cómo el bebé se entrega


a acciones causales tales como tirar de un cordón colgado del techo de
la cuna para echar abajo los objetos suspendidos de tal techo (hemos
publicado un estudio detallado de esto 16 y, si bien es cierto que en ello
hay una forma de causalidad, también lo es que en la espera del movimien-
to de los objetos, etc., hay un conjunto de relaciones legales, aunque per-
manezcan incomprendidas todas las condiciones de contacto espacial,
de sucesión, etc. Igualmente, desde los comienzos de la representación,
los «porqués» de los niños se refieren tanto a las causas como a las rela-
ciones, etc. Ahora bien, en estos ejemplos elementales no nos encontramos
en modo alguno ante dos casilleros separados : no hay por un lado la
previsión y por otro la producción, o por un lado relaciones y por otro
un intento de comprensión. Por el contrario, lo mismo aquí que en todas
partes la relación entre la conexión legal y la investigación causal es una
relación de parte a todo, o de elemento a sistema, es decir, que las rela-
ciones dadas o descubiertas nunca son más que relaciones legales mientras
que su coordinación o composición son causales en la medida en que
son atribuidas a los objetos e implican ese sentimiento tan precoz de que
el resultado «debe ser» lo que es o lo que parece.

3. Para terminar, nos queda plantear el gran problema de


las relaciones entre la causalidad y las operaciones lógico-
matemáticas, desde la hipótesis constantemente defendida en
lo que precede de que hay que buscar su origen común en la
acción. Hablar de origen común es quizá demasiado fuerte, a
no ser que se haga a titulo global y contentándose con una
referencia a la «acción en general». De hecho parece que la
dualidad (no la ruptura) entre lo físico y lo lógico-matemático
es bastante primitiva y bastante sensible ya al nivel de la acción
porque en la acción hay que distinguir dos términos o dos
aspectos: las acciones particulares o especializadas tales como
empujar, tirar, llevar, etc., que son origen de conocimiento
fisico o de causalidad y las coordinaciones generales entre estas
acciones tales como el orden (la utilización de medios pre-
cede a la llegada al objetivo, etc.), el encajamiento (de un sub-
esquema en un esquema, etc.), la correspondencia, la ínter-

16. Ver La construction du réel chez l'enfant.

149
sección, etc. ; ahora bien, estas coordinaciones generales o co-
munes son el origen de relaciones y de futuras operaciones
lógico-matemáticas. Lo cual no quiere decir que los orígenes
sensorio-motores de estas operaciones y las primeras acciones
causales no están mucho más próximos unos a otros en el ni-
vel de la acción material y de los comienzos del pensamiento
que en los niveles superiores: dicho de otra manera, se trata en
realidad de una diferenciación progresiva de lo lógico-mate-
mático y lo fisico y causal a partir de un origen común o poco
diferenciado, y tal situación supone naturalmente la existencia
de interacciones o coordinaciones cuya naturaleza trataremos
de precisar para concluir.
En Meyerson lo «real» en su diversidad fenoménica se tra-
duce por la proliferación de leyes, la «razón» se expresa por una
lógica, principalmente predicativa, y la causalidad, lo mismo
que las «cosas», constituye un mixto elaborado por la razón
e hipostasiado bajo las leyes. A esta posición inicial se le añadió
más tarde una teoría de las operaciones lógico-matemáticas que
hace de ellas otro mixto reciproco del que caracteriza a la cau-
salidad, pero que tiene la función de servir al establecimiento
de leyes, mientras que la causalidad por identificación seguida
siendo esencialmente cualitativa aunque participe del mismo
principio del que hace gala el rigor matemático.
Hay dos paradojas que dependen respectivamente de la
oposición artificial entre lo idéntico y lo diverso. En pri-
mer lugar éstos caracterizan dos dominios cuyas propiedades
son consideradas incompatibles ya que uno es racional y el
otro irracional: ahora bien, paradójicamente no pueden sub-
sistir el uno sin el otro. En efecto, la razón necesita lo real
para poder funcionar, ya que, según Meyerson, su papel no
consiste en repetir simplemente A = A sino en identificar lo
diverso. Redprocamente lo real exige una elaboración de la
identidad ya que, sin una conservación, no podria realizarse
ninguna de sus trasformaciones. Igualmente, en el plano de las
matemáticas, éstas hacen referencia a lo diverso, pues, según
Meyerson, lo que da cuenta de su fecundidad es aquello que
toman prestado de lo real. Pero recíprocamente, esta forma
particular de lo diverso no podría conducir a nada sin una cons-

150
tante intervención de la identidad para asegurar el rigor de los
razonamientos. Tanto si nos volvemos hacia lo «real>> como si
lo hacemos hacia la «razóm> en cuanto tal, ni uno ni otra lo-
gran, pues, entrar en acción sin una intima unión de esos con-
trarios, que son lo idéntico y lo diverso.
Hay más aún. La segunda paradoja inherente a las tesis
meyersonianas es que esa operación necesaria llega hasta a dar
origen a dos mixtos o hipóstasis pero en sentido inverso,
de tal manera que es la causalidad la que hereda la identidad
propia de la razón mientras que las operaciones lógico-mate-
máticas reciben en el reparto la diversidad característica ex-
clusivamente de lo real. En efecto, por una parte la razón es
proyectada sobre lo real y alli desemboca en la construcción,
en relación con las cosas, de esos dos mixtos a base de identi-
dad que son el objeto y la causalidad. Pero, por otra parte, las
«cosas» penetran en la razón y la fecundan hasta engendrar
el carácter de productividad propio de las operaciones mate-
máticas. Hay pues aqui algo más que un matrimonio entre los
antagonistas del principio: hay auténtica generación, pero
bajo dos formas entrecruzadas que se apoyan mutuamente.
La solución que proponemos consiste, por lo tanto, natu-
ralmente, en levantar acta de estas reconciliaciones pero ate-
nuando las oposiciones iniciales hasta concebir lo real y la
razón como elementos que colaboran mutuamente desde el
principio: ahora bien, esto ya se da en el seno de la propia
acción, como acabamos de recordar. En otras palabras, lo
idéntico y lo diverso no tiene nada de contradictorio, ya que
toda acción, tanto de lo real como de la razón es al mismo
tiempo trasformación y conservación. Se puede pues restituir
a la causalidad su significación de «producción>> en lugar de
condenarla a la mera identidad en cuanto hija ilegitima de la
razón: en efecto, ya no hay contradicción entre producción y
conservación. Es legitimo incluso reconocer a las operaciones
su rigor sin sospechar de ellas una descendencia bastarda a
partir de lo real. En una palabra, el fruto de estas reconcilia-
ciones es el reconocimiento de un estrecho parentesco entre la
producción causal y la producción operatoria: nosotros sus-
tituiremos el sorprendente juego del escondite que Meyerson

151
admite entre la «causalidad-identidad» debida a la razón y la
«operación-diversidad» debida a lo real por la hipótesis de una
colaboración progresiva entre estos dos tipos de producción
objetivamente análogos pero que emanan el primero de la
realidad fisica y el segundo de las actividades racionales. Ello
no quita, sin embargo, que esta colaboración entre la causalidad
propia del objeto y las operaciones propias del sujeto, com-
porte nuevamente la existencia de mixtos, a la manera de las
hipóstasis de Meyerson, pero se las puede considerar más
simplemente como aproximaciones sucesivas en las interac-
ciones cada vez más estrechas entre la razón y lo real.
Así pues, una vez admitido que la causalidad expresa las
trasformaciones de lo real mientras que las operaciones tradu-
cen las de una estructura racional, sigue siendo cierto que para
alcanzar la primera el sujeto necesita pasar por la mediación
de las segundas. De aquí la existencia de dos mixtos o hipós-
tasis sucesivos pero debidos ambos, por una parte, a la acti-
vidad operatoria del sujeto y, por otra, a las respuestas de los
objetos a través del canal de la experiencia. La primera aproxi-
mación es el conjunto de las operaciones «aplicadas» por el
sujeto a los objetos y que constituyen las funciones o relacio-
nes legales : en este caso el contenido de estas aplicaciones es
proporcionado por los objetos pero en la medida en que éstos
están ya enmarcados por medidas u otras operaciones del su-
jeto, y la forma se debe a estas últimas. La segunda aproxima-
ción es el conjunto de las operaciones «atribuidas» a los ob-
jetos y que consisten, por supuesto, en trasformaciones opera-
torias debidas a las estructuras del sujeto pero puestas en co-
rrespondencia con las trasformaciones causales de lo real, no
observables en cuanto tales sino únicamente deducidas a partir
de los observables. Estamos aquí muy cerca de la primera
hipóstasis de Meyerson pero con dos diferencias fundamen-
tales: una consiste en que no se trata ya únicamente de iden-
tidades sino de trasformaciones y observaciones combinadas;
la otra consiste en que lo real conserva un papel tan activo como
el sujeto ya que aquello es lo que decide a fin de cuentas la elec-
ción que hay que efectuar en el seno de los modelos propuestos
por éste.

152
Con más prects10n, nuestra hipótesis sobre la causalidad
como estructuras operatorias atribuidas a los objetos (lo cual
significa al mismo tiempo que tales estructuras existen bajo una
u otra forma en los propios objetos, pero que sólo son com-
prendidas en correspondencia con las del sujeto) no es entera-
mente diferente a la concepción de Meyerson en este punto
central, pero a condición de fundir en una sola sus dos hipós-
tasis, la primera de las cuales proporcionada las conserva-
ciones y la segunda las trasformaciones, y a condición de ad-
mitir para ambas, una vez reunidas, una continua interacción
constitutiva en los dos sentidos simultáneos de una proyección
de la razón sobre lo real y de una respuesta de lo real a las asi-
milaciones así intentadas.
En efecto, a pesar del papel que de esta manera se devuelve a
las operaciones del sujeto en la constitución de la causalidad;
no hay ya en ello una interpretación idealista, ya que estas
operaciones se vinculan en todo caso a lo real, pero a través
de las acciones y del propio organismo, y no solamente por la
presión de la experiencia. Lo que le falta a la doctrina de Me-
yerson a este respecto, lo mismo que, por otra parte, a la de
Brunschvicg, es una epistemología biológica que pondría en
conexión las estructuras físicas con las de las matemáticas.
Pero como esta conexión permanece en el interior del sujeto
por la mediación del organismo, no se trata tampoco de un
simple materialismo, ya que las operaciones, por sus construc-
ciones continuas alcanzan lo intemporal y el universo infinito
de los posibles que desborda por todas partes a lo real.
Pero ante todo, la oposición esencial entre la solución pro-
puesta y la de Meyerson consiste en que nos libra de la exigen-
cia ruinosa de una preformación de los conocimientos. Reducir
la razón a un mero proceso de identificación es, en efecto,
condenarse a prohibirle toda construcción, a no ser que eche
mano de lo real y de una forma desprovista de rigor, y recí-
procamente es mutilar lo real negando a su causalidad el poder
de «producir» cualquier cosa. El enorme mérito de Meyerson
consiste en haber demostrado con toda su lucidez y su animosa
obstinación a qué consecuencias conduce esta concepción:
a negar la necesidad deductiva de las matemáticas (el otro

153
término de la alternativa habria sido considerarlas como tau-
tológicas pero privándolas entonces de su fecundidad) y ha-
cer ininteligibles las trasformaciones de lo real, pues sólo serian
racionales las conservaciones. Lo propio del constructivismo,
por el contrario, es que, al reconciliar lo real y la inteligencia
del sujeto, les confiere un estatuto común conforme a lo que
nos enseña la experiencia: que ambos producen continua-
mente novedades, el primero por el desarrollo temporal de
su causalidad, y la segunda por el juego de las abstracciones
reflexivas que conducen a continuas reorganizaciones opera-
torias, es decir, a una superposición indefinida de operaciones
efectuadas sobre otras operaciones. Y como estos dos tipos
de construcciones comienzan desde la acción y hunden sus
rafees en la vida misma del organismo, no resulta tan sorpren-
dente que se pongan mutuamente de acuerdo, cada vez más,
a lo largo del desarrollo del pensamiento cientifico.

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