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Árboles y Rizomas Vol.

V, Nº 2 (Julio-Diciembre, 2023): 76-93


Universidad de Santiago de Chile, ISSN 0719-9805
https://doi.org/10.35588/ayr.v5i2.6483

Paisajes semióticos de protesta y recontextualización de memorias


históricas durante la revuelta social chilena (2019-2020)1
Semiotic landscapes of protest and recontextualization of historical memories
during the Chilean social uprising (2019-2020)

Camila Cárdenas-Neira2 y Carolina Pérez-Arredondo3

Resumen
Este artículo aborda la construcción de paisajes semióticos alrededor de dos plazas del centro y sur del país,
durante la revuelta social del 18 de octubre de 2019 en Chile. Considerando aportes de la Sociolingüística
y los Estudios Críticos del Discurso, se identifican, describen y ejemplifican procesos de señalización de la
protesta en estos espacios urbanos a partir de un corpus de 125 fotografías. El análisis revela que esos
paisajes articulan referentes provenientes de la memoria histórica vinculada a la dictadura civil-militar
(1973-1990). Se destacan inscripciones alusivas a la represión estatal y subsecuentes violaciones a los
derechos humanos perpetradas por agentes policiales y militares, con las cuales se recontextualizaron
experiencias traumáticas transversales a ambos periodos históricos, relacionadas con la tortura y la violencia
sexual. Estas memorias fueron resignificadas por las generaciones actuales con una impronta liberadora y
combativa, empleando las murallas como canales de comunicación intergeneracional y negociación de
marcos interpretativos sobre el pasado reciente.
Palabras clave: paisajes semióticos, señalización de la protesta, memorias históricas, revuelta social, Chile.
Abstract
This article addresses the construction of semiotic landscapes around two city squares in the central and
southern regions of the country, during the Chilean social uprising that began on October 18, 2019. Drawing
on insights from Sociolinguistics and Critical Discourse Studies, it identifies, describes, and exemplifies
some processes of protest signage developed in these urban spaces based on a corpus of 125 photographs.
The analysis reveals that these landscapes lead to references from historical memory that are linked to the
civil-military dictatorship (1973-1990); particularly salient are inscriptions alluding to state repression and
subsequent human rights violations perpetrated during the uprising by police and military agents. These
inscriptions recontextualize traumatic experiences that permeate both historical periods, such as torture and
sexual violence. However, these memories were reinterpreted by current generations with a liberating and
combative imprint. They utilized walls as channels for intergenerational communication and the negotiation
of interpreting frames about the recent past.
Keywords: semiotic landscapes, protest signage, historical memories, social uprising, Chile.

1
Este artículo se desprende de una investigación mayor financiada por el Proyecto Fondecyt de Iniciación N° 11200446
de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo de Chile (ANID).
2
Dra. en Traducción y Ciencias del Lenguaje, Instituto de Comunicación Social, UACh, Chile. Correo:
camila.cardenas@uach.cl. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1842-7200
3
Dra. en Lingüística, Instituto de Ciencias de la Educación, UOH, Chile. Correo: carolina.pereza@uoh.cl. ORCID:
https://orcid.org/0000-0002-1543-0797

Recibido: 23-11-2023 Aceptado: 12-12-2023


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Paisajes semióticos de protesta y recontextualización de memorias históricas durante la revuelta
social chilena (2019-2020)
Camila Cárdenas-Neira y Carolina Pérez-Arredondo

Introducción
El 18 de octubre de 2019, las jornadas de evasión masiva que esa semana lideraron las y los
estudiantes secundarios por el alza de la tarifa del metro en Santiago derivaron en una revuelta
social sin precedentes, que desveló una crisis total del modelo neoliberal instaurado durante la
dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) (Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021), cuyas
bases se hallan en la constitución política vigente desde 1980 (Aste, 2020). De allí que una de sus
consignas más populares, “El neoliberalismo nace y muere en Chile”, resonara simultáneamente
en las principales ciudades del país donde se produjeron, durante casi cinco meses consecutivos,
protestas multitudinarias que solo decayeron a mediados de marzo de 2020, cuando se
implementaron medidas de confinamiento por el COVID-19. En palabras de Salazar (2020), esta
revuelta social se erige como el “más grande y temible reventón social de toda la historia de Chile”
(p. 13), cuyo impacto más destacable consiste en haber forjado las condiciones político-culturales
requeridas para conducir dos procesos constituyentes, instalando la necesidad de alcanzar una
nueva constitución concebida en democracia (Alarcón-Silva & Cárdenas-Neira, en prensa).
Esta revuelta no constituye un hito excepcional, sino que se suma a otras insurrecciones a
nivel mundial, como las ocurridas en Hong-Kong, Francia, Bolivia, Estados Unidos o Colombia,
por mencionar algunas que, a su vez, se vieron influenciadas por los movimientos occupy del 2011
(Castells, 2019). Estas explosiones sociales emergen para resistir la desigualdad estructural que
reproducen los modelos neoliberales basados en la acumulación capitalista, lo cual redunda en el
sostenimiento de unas lógicas de mercantilización y privatización de derechos y bienes comunes
(Saavedra, 2020), y la subsecuente precarización de los sectores bajos y medios de la sociedad
(Somma et al., 2020).
En una línea similar, siguiendo a Somma (2017), se puede plantear que lo que se gesta en
Chile con esta revuelta es una modalidad de protesta modular (Tarrow, 2012), esto es, una protesta
flexible y adaptable a distintos grupos y demandas sin liderazgos visibles ni coordinación previa.
Este tipo de protesta se articula por fuera de los partidos políticos tradicionales, y se propaga
masivamente gracias al uso de las tecnologías y las redes sociales (Alarcón-Silva & Cárdenas-
Neira, 2021). En esta dirección, la revuelta responde teóricamente a la noción de disrupción de lo
cotidiano (Snow et al., 1998), pues cuando se gatillan estallidos de esta naturaleza las rutinas y los
supuestos que enmarcan a diario los intercambios y las creencias sociales se dinamitan
abruptamente, provocando cambios sociocognitivos de gran alcance en la ciudadanía movilizada
(Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021).
En este contexto, surge un marco interpretativo de injusticia (Benford & Snow, 2000)
basado en la sistemática segregación socioeconómica y la sensación de abuso por parte de los
grupos hegemónicos sobre la gente común (Somma et al., 2020). En el transcurso de las
movilizaciones, dicho marco se nutre de otro vinculado a la vulneración de derechos humanos por
parte de agentes policiales y militares, tal como constataron organismos nacionales e
internacionales a la luz de los numerosos casos de personas asesinadas y que sufrieron detenciones
arbitrarias, torturas, vejaciones sexuales y mutilaciones oculares (Cortés et al., 2020).
Así, el despliegue del movimiento social evidencia no solo la capacidad de instalar marcos
asociados a diagnósticos ampliamente compartidos, sino de configurar un repertorio contencioso
(Tilly, 2002) caracterizado por converger en y apropiarse de los espacios físicos y digitales para
coordinar, ejecutar y propagar tácticas de diversa índole, tales como concentraciones, marchas,
ocupaciones, barricadas, cacerolazos y performances (Alarcón-Silva & Cárdenas-Neira, 2021).

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Dichas tácticas se desarrollan, preferentemente, en las plazas y avenidas de los centros urbanos
devenidos en emplazamientos estratégicos de la contienda callejera, los cuales sufren
transformaciones radicales como resultado de las prácticas espaciales, políticas y comunicativas
que las y los manifestantes llevan a cabo en esos lugares (Martín Rojo, 2016a). De esta manera, los
sitios reapropiados se convierten en contraespacios en términos de Lefebvre (2013), cuyas
funciones originales son subvertidas por sus ocupantes a medida que construyen nuevas relaciones,
representaciones y significados en y sobre ellos (Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021).
Previamente, hemos propuesto que el uso del espacio público por parte los movimientos
sociales puede examinarse mediante un análisis interdisciplinar que permita averiguar cómo
distintos actores sociales y políticos experimentan, imaginan y resignifican la lucha política
(Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021; Pérez-Arredondo & Cárdenas-Neira, 2019). Para tal
efecto, el enfoque teórico-metodológico de los paisajes semióticos resulta especialmente idóneo
(Jaworski & Thurlow, 2010), porque contribuye a desvelar cómo los signos ubicados en sitios
específicos indexan identidades individuales y colectivas, estructuran diferentes niveles de
estratificación territorial y social, y visibilizan múltiples agencias y modos de pertenencia e
interacción grupal. Como veremos, se trata de una incursión novedosa dado que solo en los últimos
años este enfoque ha comenzado a adoptarse en escenarios de protesta (Martín Rojo, 2023), con el
objetivo de indagar en las acciones discursivas de personas que, a pie de calle, levantan las
movilizaciones a partir de la inscripción situada de sus reivindicaciones e ideales (Cárdenas-Neira
& Pérez-Arredondo, 2021).
En concreto, en este artículo buscamos analizar los paisajes semióticos creados durante la
revuelta social (2019-2020), con el propósito de identificar, describir y ejemplificar los procesos
de señalización de la protesta, en razón de los cuales se recuperan referentes de la memoria histórica
vinculada a la dictadura civil-militar (1973-1990). Esto implica abordar dichos paisajes como
espacios de rememoración dispuestos para la comunicación intergeneracional, en donde se
actualizan memorias traumáticas ligadas al pasado dictatorial, con el fin último de reivindicar un
principio de no repetición.

Marco teórico
Una visión expandida de los paisajes de protesta
Numerosos trabajos efectuados en campos diversos de las ciencias sociales, tales como la
sociología, la antropología, la geosemiótica, la sociolingüística y los estudios críticos del discurso,
han ayudado a dilucidar la relación intrínseca y complementaria que se establece entre la protesta
social, el espacio público y los discursos que allí se instalan. Estas investigaciones se han interesado
por explorar las condiciones históricas, políticas, económicas y socioculturales que explican por
qué un movimiento social surge dónde y cómo lo hace, así como por relevar las condiciones
materiales y simbólicas que confluyen en la confección, localización y diseminación de los signos
que comunican esta emergencia a la ciudadanía.
Siguiendo a Martín Rojo (2016b), cuando las y los manifestantes se apoderan de avenidas
o plazas por medio de marchas, concentraciones, acampadas, etc., intervienen progresivamente en
las áreas urbanas alterando no solo su aspecto, sino también su valor de uso. Así, grafitis, murales,
pancartas, afiches, entre otros signos de protesta, operan al mismo tiempo como mensajes tangibles
y como manifestaciones simbólicas de estos espacios, posibilitando su producción. Por lo tanto, no
hay unos espacios dados donde individuos o grupos llevan a cabo sus acciones demostrativas, más
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bien, esos espacios son el resultado de agencias e interacciones dinámicas, las cuales inciden en la
aparición de diversos tipos de textos que dan forma y diseñan la esfera pública (Lefebvre, 2013).
Desde este punto de vista, de acuerdo con Jaworski y Thurlow (2010), las prácticas espaciales,
sociales y discursivas son siempre co-equivalentes y co-construidas.
Esta relación entre los signos y los espacios donde se emplazan públicamente puede
rastrearse en la publicación seminal de Landry y Bourhis (1997) con la cual introducen la noción
de paisaje lingüístico (PL de ahora en adelante). Según estos autores, la presencia y el predominio
de una lengua en el espacio público da cuenta del poder demográfico e institucional relativo de un
grupo etnolingüístico sobre otros, evidenciando aspectos críticos de la situación sociolingüística
que los caracteriza. Por esta razón, los PL pueden revelar cuándo los grupos subordinados son
desplazados o incluso borrados de este espacio, mientras que los grupos hegemónicos gozan de
mayor visibilidad e influencia. De allí que los PL se configuren “mediante la intervención constante
de una multiplicidad de agentes, cuya actuación provoca una negociación continua sobre la
distribución de poderes en el espacio urbano” (Martín Rojo & Díaz de Frutos, 2014, p. 165).
En un comienzo, si bien las investigaciones que adoptan este enfoque se centran en el
carácter multilingüe de los PL, con los años este foco se extiende para abarcar la multiplicidad de
modos semióticos que confluyen en el proceso de significación del espacio público, de allí la
denominación más amplia de paisaje semiótico (Jaworski & Thurlow, 2010). De este modo, una
visión expandida de los PL implica considerarlos como conjuntos de textos verbales, imágenes,
objetos y seres humanos situados y expuestos en una esfera pública en permanente cambio
(Shohamy & Waksman, 2009). En esta línea, además de su naturaleza multilingüe y multimodal,
destaca su orientación ideológica y su fluidez o movilidad. En primer lugar, esto supone reconocer
que ningún espacio es neutro, sino que se constituye como una arena de disputa donde las personas
promulgan creencias, identidades, membresías y estatus en oposición. En segundo lugar, esta
concepción también conlleva aceptar que, en la actualidad, ningún espacio tiene fronteras fijas,
sino que estas se tornan difusas producto de las mediaciones que operan los dispositivos y las
plataformas digitales (Cárdenas-Neira, en prensa).
En escenarios de movilización social, es relevante observar cómo los PL se conforman a
partir de un flujo ascendente –de abajo hacia arriba- para reaccionar al poder del Estado y otros
agentes dominantes, como las élites empresariales y mediáticas (Ben-Rafael et al., 2010). En este
contexto, como indican Ben-Rafael et al. (2010), el estudio de los paisajes lingüísticos de protesta
(PLP de ahora en adelante) se preocupa por el rol que estos desempeñan como lugares de conflicto,
disenso y exclusión, donde el despliegue de artefactos escritos y visuales manifiesta las tensiones
ideológicas entre la hegemonía del capitalismo mundial y las reacciones de base de las
comunidades locales que luchan por la visibilidad, la justicia social y la supervivencia económica
y política. Como explica Martín Rojo (2016b), estos PLP exhiben las prácticas espaciales, políticas
y comunicativas con las que los actores movilizados transforman continuamente tanto los usos de
los sitios ocupados, como sus significados y representaciones compartidas.
Para operacionalizar el análisis de estos PLP acogemos la propuesta que Martín Rojo y Díaz
de Frutos (2014) elaboran en torno a los procesos de señalización de la protesta, los cuales están
atravesados por dos movimientos simultáneos sobre el espacio: a) la desterritorialización, que
involucra una refuncionalización de los lugares reapropiados para desmantelar relaciones e
interacciones asimétricas por unas comunitarias y horizontales; y b) la reterritorialización, que
supone la resignificación de prácticas y valores asociados a esos lugares por ideales y rituales
colectivos de inspiración prefigurativa o utópica. Estos procesos incluyen: 1) la individualización
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y personalización de los mensajes, que remiten a la producción de carteles sobre cualquier material
o soporte para expresar la individualidad de los manifestantes a través de la creatividad; 2) la
corporalización de los mensajes, que pone en primer plano el uso del cuerpo como superficie de
inscripción, destacando así la dimensión encarnada y performativa de las demandas o críticas que
portan; 3) la polifonía y la intertextualidad de los mensajes, que suelen imbricarse a los procesos
anteriores toda vez que múltiples voces y ecos de discursos pasados o actuales se recuperan en las
consignas de los(as) manifestantes; 4) la redenominación, que apunta a renombrar los sitios
recuperados para dotarlos de nuevos sentidos a nivel simbólico (para ser reimaginados) y material
(para ser rehabitados); 5) la hibridación lingüística, que comporta la utilización de dos o más
lenguas, ya sea para extender el alcance de los mensajes por fuera de las fronteras nacionales o
para reivindicar la presencia de grupos de hablantes minorizados, y; 6) la resemiotización y la
transmedialidad, que aluden a los fenómenos de transformación y transposición de significados
cuando los mensajes se trasladan de un contexto a otro, de una práctica social a otra o de un período
histórico a otro (Iedema, 2003), pero también cuando estos mensajes aparecen en medios y géneros
discursivos diferentes, típicamente cuando migran entre los entornos offline-online (Lemke, 2009).

Una aproximación a los paisajes de protesta como espacios de rememoración


Siguiendo a Abas (2019), los PL pueden representar el pasado como una continuidad en el presente,
de tal manera que las y los creadores de signos participan activamente en el acto de reimaginar ese
pasado. Basándose en los PL que se configuran en las manifestaciones del Día de la Memoria por
la Verdad y la Justicia donde se recuerda a las víctimas de la dictadura argentina, Abas (2019)
explica que: a) si quienes crean estos signos son personas que vivieron los hechos traumáticos del
pasado, pueden generar conexiones personales con los paisajes que producen a partir de esos
recuerdos, pero b) si son personas que se acercan a tales hechos por vías no experienciales, sus
conexiones personales se manifiestan en discursos activistas con los cuales buscan reivindicar que
dicha historia no se repita.
Este planteamiento nos lleva a pensar, adoptando la visión expandida de los PL (Jaworski
& Thurlow, 2010; Shohamy & Waksman, 2009), en cómo los paisajes semióticos de protesta (PSP
de ahora en adelante) revelan la construcción de memorias históricas sobre el pasado dictatorial o,
más específicamente, su recontextualización. Como plantean Achugar y Oteíza (2014), apoyándose
en Bernstein (2000), la recontextualización es un proceso de decolocación y recolocación
multisemiótico a través del cual se reproduce la cultura y se transmiten o transforman ciertas
identidades e ideologías. Mediante dicho proceso, distintos agentes pueden legitimar discursos
hegemónicos sobre el pasado o bien proponer alternativas a dichos discursos, especialmente en
contextos donde todavía se disputa qué significa ese pasado. En tal dirección, estas autoras también
advierten que, en la actualidad, aún hay cuestionamientos sobre quién tiene derecho a formular una
narrativa que explique lo que pasó, esto es, si sus protagonistas o las nuevas generaciones.
En el campo de estudio de los PL se ha desarrollado una línea enfocada en la memoria y
los procesos de memorialización basados en el multilingüismo (Blackwood & Macalister, 2019).
Estas investigaciones se han centrado en el análisis de sitios de memoria tales como monumentos,
edificios históricos, museos, estatuas y placas, normalmente de carácter nacional, oficial o público,
aunque susceptibles de ser resistidos o desafiados (Woldemariam, 2016), sobre todo si estos
implican huellas de traumas y violencias. Sin embargo, todavía son escasas las investigaciones que

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han indagado en las memorias colectivas visibilizadas en escenarios de movilización social (Abas,
2019; Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021; Seloni & Sarfati, 2017).
En un sentido similar, trabajos provenientes de la geografía crítica han relevado la noción
de paisajes de la memoria (memoryscapes), la cual remite, según Rose-Redwood et al. (2022), a
conjuntos de objetos, prácticas e imaginarios que constituyen relacionalmente espacios-tiempos de
memorias. Como reportan estos autores y autoras, tales investigaciones parten del supuesto de que
en dichos paisajes se entretejen diferentes visiones del pasado que pugnan por legitimar un
determinado orden social y político, pero también que esos paisajes pueden ser tensionados para
cuestionar las narrativas del poder gobernante. En estos paisajes se lleva a cabo lo que Till (2012)
denomina trabajo de la memoria, que involucra algo más que la resistencia pasada o actual al statu
quo, como es la capacidad de actuar de maneras que pueden ser transformadoras y que están
arraigadas en las posibilidades del quehacer colectivo.
Por último, adoptando un punto de vista semiótico y basándose en el concepto de lugares
de la memoria acuñado en 1989 por el historiador Pierre Nora, French (2012) aborda cómo se
crean, recrean y disputan las memorias colectivas a través de la circulación facilitada por procesos
de entextualización y borrado que generan distintas cartografías de comunicabilidad, relevando los
mecanismos semióticos y discursivos mediante los cuales el pasado es selectivamente traído al
presente con fines estratégicos. French (2012) sostiene que las memorias colectivas “se localizan
en signos que circulan públicamente (…) a través de un entretejido complejo y simultáneo de
modalidades icónicas, indexicales y simbólicas de significación” (p. 340). Uno de los lugares de
memoria en los que esta autora se concentra son los paisajes, los cuales define, siguiendo a Foote
(1996), como “un sistema de signos (…) dispuesto para ampliar el alcance temporal y espacial de
la comunicación [que puede] transmitir significados en el futuro para contribuir a mantener [viva]
la memoria” (p. 33). Desde este punto de vista, French (2012) concibe las memorias colectivas
como “lugares semióticos, discursivos y espaciales de debate, contestación e impugnación” (p.
343), y entiende que estas pueden atravesar escalas de tiempo, campos sociales, países,
instituciones y géneros. En concordancia con lo anterior, Radstone y Schwarz (2010) sostienen que
la memoria es un medio que ofrece la oportunidad “no solo de reconstituir el yo, sino también de
crear un lenguaje político y público en virtud del cual las experiencias del pasado pueden
comunicarse a los demás” (p. 3). En el marco de nuestro estudio, asumiremos que dicha
comunicación es de carácter intergeneracional (Achugar, 2011), de modo tal que los PSP funcionan
como espacios de rememoración que actualizan memorias históricas, en su mayoría traumáticas,
ligadas al pasado dictatorial, con el fin último de reivindicar, como muestra Abas (2019), un
principio moral de no repetición.

Metodología

El corpus fue obtenido en el marco de una investigación previa (Cárdenas-Neira & Pérez-
Arredondo, 2021) y corresponde a 625 fotografías tomadas por ambas autoras entre octubre de
2019 y febrero del 2020 en las ciudades de Santiago y Valdivia. Específicamente, estas fotografías
se hicieron en los centros urbanos que se convirtieron en los epicentros de las manifestaciones,
como la Plaza Baquedano en Santiago y la Plaza de la República en Valdivia, junto con sus
avenidas y calles aledañas. La recolección se efectuó los días en que participamos de las marchas
y concentraciones, y los días posteriores donde revisitamos estos lugares para enriquecer los
primeros registros. Prestamos atención a los monumentos, las fachadas de los edificios, las murallas
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contiguas y los cercos perimetrales, y también a las veredas, los letreros y las señales de tránsito.
Siguiendo la recomendación de Androutsopoulos (2014), procuramos abarcar secuencias
completas de signos y volver sobre aquellas más ricas para documentarlas con mayor detalle.
Después almacenamos las fotografías con un código identificador que contenía los datos de la
ciudad y la fecha de captura. Basándonos en el procedimiento sugerido por Barni y Bagna (2009),
también nos cercioramos de captar la siguiente información: locación (i.e., nombre y altura de la
calle), dominio (e.g., comercial, gubernamental, etc.), lugar (e.g., tiendas, bancos, museos, correos,
etc.), género discursivo (e.g., grafiti, mural, lienzo, cartel, afiche, etc.), modalidades semióticas
(i.e., signos predominantemente monomodales o multimodales) y lenguas (i.e., signos monolingües
o multilingües). Por último, revisamos todas las fotografías para seleccionar solo aquellas cuyos
mensajes remitieran a la dictadura civil-militar, conformando una muestra de 125 imágenes para
este estudio. Estas fueron analizadas para identificar los procesos de señalización de la protesta
propuestos por Martín Rojo y Díaz de Frutos (2014), cuya descripción ofrecimos en el marco
teórico, por lo que creamos grupos ad hoc para apreciar de mejor manera sus rasgos en común.

Análisis

La recuperación de la memoria histórica de la dictadura, en general, y el impacto de las violaciones


sistemáticas a los derechos humanos y de las políticas neoliberales sobre la mayoría de la
población, en particular, se erigen como elementos articuladores durante la revuelta social,
evidenciándose a través de todos los procesos de señalización de la protesta expuestos por Martín
Rojo y Díaz de Frutos (2014; ver también Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021), excepto el
de reordenamiento que no mencionamos aquí. Si bien hay prácticas de reordenamiento que evocan
experiencias transversales a la dictadura y la revuelta (e.g., la instalación de ollas comunes), estas
no se configuraron desde dicha memoria histórica, sino que atendieron necesidades inmediatas de
quienes protestaban sin cesar durante los primeros meses de movilizaciones. Hechos estos alcances,
a continuación, seleccionamos un número reducido de ejemplos representativos del corpus para
dar cuenta de los procesos que identificamos.

Individualización y personalización
Una de las características más sobresalientes durante la revuelta social fue el fuerte
cuestionamiento a la idea de una ciudadanía apática y desinteresada de su contexto político, la cual
permanece arraigada en el discurso público desde la década de los 90 (Oteíza & Pinuer, 2016).
Como se aprecia en el uso de todo tipo de carteles y otros recursos expresivos autogestionados, la
ciudadanía se erige como un colectivo consciente y crítico que rechaza abiertamente la represión
hacia las y los estudiantes secundarios y demás manifestantes que se suman en su defensa.

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Camila Cárdenas-Neira y Carolina Pérez-Arredondo

Figura 1. Procesos de individualización y personalización.

Fuente: Elaboración propia.

De la Figura 1 se desprende que el trauma de la dictadura es el principal catalizador de los


mensajes producidos por las y los manifestantes. Las fotografías de la izquierda aluden a la
repetición de dos hechos que retrotraen medidas propias del terrorismo de Estado, como la
presencia de militares en las calles y la implementación del toque de queda, mientras que las
fotografías de la derecha remiten, a grandes rasgos, a la herencia de la dictadura, presumiblemente
vinculada tanto a este actuar represivo como a la vigencia del modelo neoliberal.
En primer lugar, si bien la ciudadanía se posiciona críticamente frente a estas experiencias
históricas y recupera memorias asociadas a la violencia practicada por agentes estatales, llama la
atención que la referencia al miedo que esta provoca se objetiviza para distanciarse de él y
rechazarlo, rasgo que distingue a las nuevas generaciones de sus predecesoras. Como explica
Aguilera (2014), “los que tuvieron miedo fueron sus padres (…), por lo que al actuar políticamente
[los jóvenes] sobrepasan el miedo, se constituyen sin miedo de manera comparativa, lo cual se
traduce en esta diferencia generacional” (p. 198). En este sentido, las pancartas construyen
relaciones intertextuales entre este pasado traumático y su actualización en el presente, como se
deriva de la declaración de guerra que hiciera el entonces presidente Sebastián Piñera, a partir de
la cual se justifica el despliegue militar y la restricción al derecho de reunión y libre tránsito.
En segundo lugar, observamos que el humor se posiciona como una estrategia de
deslegitimación de la autoridad (Culpeper et al., 2017), con la cual no solo se pretende ridiculizar
al expresidente, sino que desafiar sus órdenes en materia de seguridad interior y subvertirlas para
reivindicar el derecho a la protesta que ejerce la ciudadanía. En este caso, por ejemplo, las viñetas
del humorista gráfico Malaimagen son recontextualizadas durante la marcha tanto para burlarse de
Piñera, como para asimilar su figura a la de Pinochet, en el entendido de que ambos operan como
dictadores para contener y castigar la movilización social. En suma, esta instancia de fan activismo
y polivocalidad pop (Brough & Shresthova, 2012; Milner, 2013) fomenta la propagación de

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discursos contrahegemónicos en el espacio público, en este caso, para reaccionar a la represión


desmesurada durante la revuelta y compararla con aquella que se hizo rutinaria durante la dictadura.

Corporalización y polifonía
Si bien las protestas constituyen en sí mismas una corporalización de la disputa ideológica sobre
quiénes tienen derecho a aparecer y ocupar el espacio público (Butler, 2015), los cuerpos de las y
los manifestantes también cumplen una función política que promueve la interpretación de signos
semióticos en torno a la acción colectiva, particularmente en estados de crisis (Butler, 2011). En
este escenario, hay distintas voces y discursos que las y los actores movilizados inscriben en sus
cuerpos para ser resignificados y/o negociados a través de su interacción con la materialidad del
entorno, los afectos y las representaciones sociales que circulan en dicho espacio (Stroud, 2016).

Figura 2. Procesos de corporalización y polifonía.

Fuente: Elaboración propia.

Como se aprecia en la Figura 2, las fotografías de la izquierda evidencian esta polifonía al


recontextualizar memorias históricas referidas al fin de la dictadura, específicamente a terminar
con las prácticas de tortura y desaparición forzada de detenidos políticos, estableciendo relaciones
intertextuales con dos consignas emblemáticas del periodo: “NO +”, que popularizara el colectivo
de arte CADA y se erigiera como una invitación a que cualquier persona completara el mensaje
con sus respectivas demandas en contra del régimen (Vicuña, 2021), y “¿Dónde están?”, que
popularizara la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos en búsqueda de verdad y
justicia (Ruiz, 2007). Con respecto al primer ejemplo, el torso desnudo de la manifestante también
puede vincularse a los casos de tortura sexual que, tanto durante la dictadura como en el transcurso
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de la revuelta social, denunciaron las mujeres víctimas de detenciones ilegales. Con respecto al
segundo ejemplo, aun cuando no se denunciaron desapariciones durante la revuelta, sí se
registraron casos de personas cuyos cuerpos aparecieron en extrañas circunstancias, como aquellos
que se encontraron calcinados en dependencias de empresas saqueadas e incendiadas (El
Mostrador, 2023). En este punto, cabe destacar que durante la revuelta se abrieron 8.508 causas
judiciales por violaciones a los derechos humanos, de las cuales 3.729 fueron cerradas sin
formalizaciones (Carvajal, 2023). De allí que esta memoria traumática se recuperara con tanta
fuerza en ese contexto.
Por su parte, en las fotografías de la derecha se parodian dos tipos de discurso público que
resultaron mediatizados durante la dictadura y fueron recontextualizados en los primeros meses de
la revuelta: uno alusivo a la televisión de la época y otro relativo a la famosa campaña que llamó a
votar “NO” en el Plebiscito de 1988. En el primer ejemplo, se combinan recursos escritos y visuales
para proponer un cuestionamiento a la ciudadanía sobre esta idea de repetición histórica y señalar
las tendencias en la cobertura periodística con la que se típicamente se enmarcan las jornadas de
movilizaciones, con el objetivo de infundir miedo e incentivar la inacción política, en tanto formas
de control social que son rechazadas por las y los manifestantes a partir de este ejercicio
intertextual. Desde esta perspectiva, se observa que la memoria histórica de la dictadura no solo se
recupera a propósito de la represión física que ejercen los agentes del Estado, sino que también a
propósito de las estrategias comunicacionales que los medios masivos emprenden para ocultar esta
represión y legitimar el statu quo mediante la creación de pánico moral (Cohen, 2011).
En una dirección similar, el segundo ejemplo recontextualiza uno de los versos más
populares del jingle de la campaña por el NO y lo resemiotiza añadiéndole un signo de
interrogación. Esta pregunta es respondida en el grafiti para confirmar que, en efecto, la alegría
nunca llegó, pues, al permanecer inalterable el modelo neoliberal instaurado en dictadura, las
promesas de desarrollo y movilidad social no se cumplieron para el grueso de la población (Somma,
2017). Adicionalmente, el emoji que acompaña el grafiti intensifica este cuestionamiento
explicitando un sentimiento de rabia e indignación. Esto es significativo porque, desde el poder
político hegemónico, históricamente se han deslegitimado las emociones negativas relacionándolas
con la irracionalidad, sobre todo cuando estas provienen de los movimientos sociales. Ante esto,
Macón (2013) asegura que el giro en la legitimación de los afectos permite interrogar la manera en
que el sistema patriarcal y heteronormativo entiende las emociones y procesa las experiencias
subjetivas individuales y colectivas, desdibujando la distinción entre lo privado y lo público.
Aunque las imágenes seleccionadas no lo reflejan, este foco en las emociones, en especial aquellas
referidas a la empatía y el cuidado mutuo, fueron ampliamente reivindicadas durante la revuelta.

Redenominación e intertextualidad
Los procesos de redenominación más frecuentes durante el estallido social corresponden al cambio
de nombres de plazas y calles, ya sea para resignificar estos lugares como producto de la conquista
colectiva o para despojarlos de su impronta colonial o patriarcal (Cárdenas-Neira & Pérez-
Arredondo, 2021). Las prácticas de redenominación ligadas a la memoria histórica de la dictadura
no fueron documentadas en el corpus, pero sí se detectaron algunos ejemplos que circularon en
redes sociales, en los cuales se evidencian estrategias de reorganización y adición de significados
(Van Leeuwen, 2008) para subvertir el poder hegemónico que opera en el nombramiento original.

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Figura 3. Procesos de redenominación e intertextualidad.

Fuente: Señaléticas de calle (Ortega, 2019); Fotografía (Elaboración propia, 2019).

Como se aprecia en la Figura 3, las dos primeras fotografías apelan al rol del Ejército como
brazo represivo del Estado durante la dictadura y la revuelta social. En ambos casos, se añaden
adjetivos para visibilizar la impunidad con la que sus agentes vulneran los derechos humanos en
contextos de crisis sociopolíticas. En este proceso, se desafían las representaciones asociadas al
nombramiento original y se crean nuevas representaciones por parte de las y los manifestantes que
realizan la redenominación, en este caso, para deslegitimar a la fuerza militar y culpabilizarla de
estos crímenes. Este marco de diagnóstico con el que se responsabiliza a un enemigo común
(Benford & Snow, 2000) resuena fuertemente entre la ciudadanía, como se observa a partir de la
recontextualización de estas imágenes desde el espacio público al espacio digital. Asimismo, un
ejemplo relacionado con esta práctica de redenominación lo encontramos en la performance
feminista liderada por el colectivo Las Tesis (Pérez-Arredondo & Cárdenas-Neira, 2021), que se
ejecutó por primera vez el 25 de noviembre de 2019, donde los adjetivos “asesino” y “violador”
referidos a las instituciones patriarcales son destacados reforzando este tipo de deslegitimación.
Como hemos visto, esta circulación de discursos contrahegemónicos suele ser el resultado
de ejercicios intertextuales presentes en otros ejemplos del corpus. Así se refleja en la tercera
fotografía, la cual da cuenta de una cadena intertextual (Lemke, 1995) en virtud de la cual se
recontextualizan y resemiotizan referencias al cantautor Víctor Jara. En concreto, la canción “El
derecho de vivir en paz” es sucesivamente reapropiada en múltiples géneros, soportes y
materialidades, a medida que se reivindica como una consigna con la que las y los manifestantes
reaccionan a la represión de la que son objeto. Lo anterior se explica debido al conocimiento
generalizado que las personas comparten en torno a la muerte del cantautor, quien estuvo detenido
en el Estadio Chile y fue brutalmente torturado y asesinado a manos de los militares pocos días
después del Golpe de Estado en 1973. Por lo tanto, durante la revuelta su figura se erige como un
símbolo de resistencia y su canción interpreta varias de las demandas que impulsan las
movilizaciones, como aquellas asociadas a la dignidad de la ciudadanía, la cual se ha visto
mermada por el impacto de las políticas neoliberales implementadas durante la dictadura.

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Camila Cárdenas-Neira y Carolina Pérez-Arredondo

Hibridación lingüística
A pesar de que este proceso no fue ampliamente visible en el espacio público, se utiliza
estratégicamente para conectar experiencias relativas a la violación de derechos humanos en ambos
periodos históricos. Como se desprende de la Figura 4, el uso del inglés como lingua franca cumple
una función intensificadora, en tanto apunta a comunicar estas prácticas sistemáticas a la opinión
internacional. A su vez, estos mensajes establecen una relación intersemiótica con las imágenes
que testifican la represión policial y las manos rojas que emulan la sangre derramada de las y los
manifestantes heridos y asesinados.

Figura 4. Procesos de hibridación lingüística.

Fuente: Elaboración propia (2019).

Además, estas denuncias se contraponen a la deslegitimación de la protesta social que


efectúan los medios nacionales, toda vez que estas acciones represivas son invisibilizadas en el
discurso hegemónico de los propios medios y las autoridades políticas. Por consiguiente, al igual
que en la dictadura, estos mensajes apelan a que sean los medios extranjeros los que visibilicen
cómo se violan los derechos humanos en Chile. La premisa subyacente, tanto en el pasado como
en el presente, es la existencia de un apagón informativo que se traduce en formas de censura,
intervencionismo y manipulación.

Resemiotización y transmedialidad
Como hemos revisado hasta aquí, las inscripciones en el espacio público revelan una memoria
histórica vinculada a la violencia de Estado ejercida durante la dictadura, que se actualiza sobre
todo en los dos primeros meses de la revuelta social. Particularmente en Santiago, una de las
denuncias que adquirió mayor notoriedad fue la que aseguraba que la comisaría ubicada en la
estación de metro Baquedano era utilizada como centro de tortura por carabineros. Si bien esta
acusación fue desestimada a nivel institucional, la ciudadanía le dio credibilidad y, en el transcurso
de las protestas, las y los manifestantes intervinieron continuamente este lugar y lo repletaron de
consignas alusivas al pasado dictatorial.

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Figura 5. Procesos de resemiotización y transmedialidad.

Fuente: Elaboración propia (2019).

Como se observa en Figura 5, una de las consignas más reiteradas fue “Combinación a
1973”, juego de palabras según el cual el metro no conduce a otra estación, sino que a otro periodo
histórico donde suceden las mismas vulneraciones a los derechos humanos que en la actualidad.
En el primer ejemplo, esta consigna es reforzada por otros mensajes, tales como “Estado asesino”,
“aquí se mata gente” y “x los caídxs”, con los cuales no solo se resignifica el valor original de este
espacio, sino que se le ataca material y simbólicamente para condenar los crímenes que alberga y
a sus responsables. En el segundo ejemplo, la consigna principal es recontextualizada y
resemiotizada al convertirse en una pancarta que la manifestante lleva a una concentración en la
redenominada Plaza Dignidad, ubicada a un costado de la estación Baquedano. A su vez, esta
pancarta consiste en la reproducción de un diseño digital que se propagó por redes sociales, por lo
que también da cuenta de un ejercicio de transmedialidad que sitúa esta consigna, simultáneamente,
en los entornos online y offline, dando pie a nuevas reapropiaciones.

Discusión y conclusión
Los PSP que recuperan memorias históricas de la dictadura durante la revuelta social tienden a
legitimar la movilización ciudadana y a evaluar las prácticas represivas del Estado desde un juicio
moral (Van Leeuwen, 2008). En virtud de este marco, los mensajes de las y los manifestantes
establecen de manera sostenida relaciones intertextuales e interdiscursivas con memorias
traumáticas asociadas a la violación de los derechos humanos por parte de agentes militares y

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policiales, pero también vinculadas al legado de un modelo neoliberal que mercantiliza sus
derechos sociales fundamentales y los bienes comunes necesarios para su subsistencia, así como a
la complicidad de las elites políticas y mediáticas que ocultan estos abusos para reproducir el statu
quo. Por todo lo anterior, los paisajes analizados revelan la continuidad del pasado en el presente
(Abas, 2019), al tiempo que permiten la identificación de los actores movilizados como miembros
de un endogrupo confrontado a un enemigo común, a quien se le condena por acometer –una y
otra vez- esta clase de vulneraciones con total impunidad.
Asimismo, las memorias que son recontextualizadas resultan, simultáneamente,
resignificadas por las nuevas generaciones con una impronta combativa y liberadora, dado que no
solo se posicionan críticamente cuando efectúan esta evaluación moral, sino que explotan
estrategias de contestación más transgresoras y creativas para mejorar el poder de encuadre de sus
discursos activistas. En este sentido, los procesos de señalización de la protesta abordados
evidencian la existencia de unos patrones de significación compartidos, a partir de los cuales los y
las manifestantes reapropian unas pautas implícitas al momento de optar, combinar y ensamblar
los recursos multimodales con los que construyen e inscriben sus mensajes (Cárdenas-Neira &
Pérez-Arredondo, 2021).
En suma, estos PSP operan tanto una visibilización como una impugnación transversal de
aquellas prácticas hegemónicas que son deslegitimadas moralmente durante la revuelta social,
reivindicando un principio de no repetición o “nunca más”, que pone en primer plano el papel de
la comunicación intergeneracional para reconocer y reconstruir la historia reciente (Achugar,
2011). En otras palabras, las estrategias de despolitización de la memoria traumática del país e
invisibilización del conflicto en pos de la reconciliación nacional (Lira, 2013; Oteíza & Pinuer,
2016) son subvertidas a través de tales paisajes, en tanto estos activan ejercicios de rememoración
colectiva con los cuales se desestabiliza el control sobre las narrativas oficiales interesadas en
mantener dicho pasado en una “caja cerrada” a la que no se debe regresar (Oteíza, 2014; Oteíza &
Pinuer, 2013). Así, cuando las y los manifestantes retrotraen ese pasado y exponen algunos de sus
trazos públicamente, disputan los marcos de interpretación dominantes para comprender lo que
significa esta historia en la actualidad.

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