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Horacio Bojorge, S.J.

EN MI SED ME
DIERON
VINAGRE
La Civilización de la Acedia

1
ÍNDICE con enlaces

1.) LA ACEDIA: PECADO CAPITAL


1.1.) ¿Qué es la Acedia? Definiciones
1.2.) Tristeza, Envidia y Acedia
1.3.) ¿Es Posible la Acedia?
1.4.) Acedia = acidez , impiedad
1.5.) Sus Efectos

2.) LA ACEDIA EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS


2.1.) La Unción en Betania
2.2.) La Acedia de Mikal, Esposa de David El Via Crucis y la
Vuelta Ciclista La Respuesta de David a Mikal
2.3.) La Acedia de los Hijos de Jeconías
2.4.) El Menosprecio de un Profeta La Burla: Hija de la Acedia
Esaú menosprecia la Primogenitura
2.5.) Rehusar el Gozo y el Llanto
2.6.) El Clamor de las Piedras
2.7.) El Pecado de Caín Acedia en la Historia de Salvación
2.8.) El Pecado Original Apetito y Visión
2.9.) Dos Ayes Proféticos sobre la Acedia No Ver el Bien:
Acedia como Apercepción Llamar Mal al Bien: Acedia como
Dispercepción
2
2.10.) La Acedia como Ceguera La Idolatría como Ceguera
Ceguera del Pueblo Elegido Ceguera en el Nuevo Testamento
"Ciegos guías de ciegos"
"Esta Generación pide una Señal"
Mataron a los profetas "Despreciaron una Tierra envidiable"
(Salmo 105(106),24)
Jesús: Explorador y Testigo La Acedia de Pedro ante la Cruz

3.) ACEDIA Y MARTIRIO


3.1.) Acedia de los Perseguidores
3.2.) Acedia de los Perseguidos
3.3.) Acedia del Demonio

4.) LA CIVILIZACION DE LA ACEDIA


4.1.) El Abandono del Fervor Religioso
4.2.) La Honorable Apostasía
4.3.) De la Tristeza a la Aversión Fuerza Teófuga y Cosípeta
4.4.) El Combate de la Filantropía contra la Caridad Los Siglos
de la Acedia. La Civilización de la Acedia.
Acedia y Apostasía
4.5.) Los Empachados de Cristo Gozo y Consolación
4.6.) Las Campanas del Domingo
4.7.) Alrededor del Corpus y otras Procesiones Hoy y Aquí en
Luján Los Exploradores Eucarísticos
4.8.) Acedia y Persecución
4.9.) Acedia y Mass Media Lluvia ácida
3
4.10.) "No te Avergüences del Evangelio"
4.10.1 Burla y Menosprecio
4.10.2. La burla como persecución
4.10.3. La Irrisión se Opone a la Justicia
4.10.4 El que a Vosotros Desprecia a Mí me Desprecia
4.11.) Acedia Jurídica El Envilecimiento de la Conciencia
4.12.) Adiestramiento para la Acedia Versión Occidental
4.13.) Las "Broncas" en la Iglesia El Partido del Mundo
4.14.) Permanecer en el Amor Fraterno Vergüenza por el
Propio Pueblo ¿Pueblo Supersticioso o Pueblo Sacerdotal?
"Con Aspecto de Piedad, Niegan su Eficacia"
4.15.) La Corrosión del Lenguaje Creyente Beato. Devoto.
Fervor, Gozo, Virtud Caridad Limosna Católico, catolicismo
4.16.) La Corrosión de los Signos

5.) LA ACEDIA EN LA VIDA CONSAGRADA


5.1.) La Tentación de Acedia Ataca al Monje
5.3.) Cuadro Clínico de la Acedia Monástica
5.4.) Las Hijas de la Acedia
5.5.) Acedia en la Vida Religiosa Apostólica

6.) ACEDIA Y DESOLACION SEGUN SAN IGNACIO DE


LOYOLA
4
6.1.) Razones contra Gozo Escrúpulos
6.2.) Desolación contra Consolación
6.3.) Acedia en Ejercicios de Mes Sabor Agrio a Herodes Otros
ejemplos

7.) PNEUMODINAMICA DE LA ACEDIA


7.1.) Apercepción y Dispercepción Acedia y Pereza
7.2.) Los Dos Apetitos Antagónicos Los dos amores opuestos
La Rebelión de la Concupiscencia Causa y Efecto del Pecado
Original
7.3 ). Temor de Dios y Miedo a Dios Resistencia Universal
ante Lo Sagrado Temor o Miedo
7.4 ) El Gozo como Fuerza El Gozo del Señor es vuestra
Fortaleza El Amor echa afuera el Temor Mi Fuerza se Realiza
en la Debilidad Locura y Debilidad de Dios
7.5 ). Gozo y Virtudes Teologales El Gusto de Creer
Termómetro de las Virtudes
7.6.) Apéndice: El Problema de los Remedios Los Remedios:
Complejidad y Sencillez Las Recetas Tradicionales Remedio
obvio pero arduo .

CONCLUSION

5
1.) LA ACEDIA: PECADO CAPITAL

De la Acedia no se suele hablar. No se la enumera


habitualmente en la lista de los pecados capitales1. Algunos
Padres del desierto, en vez de hablar de pecados o vicios
capitales, hablan de pensamientos. Por ejemplo, Evagrio
Póntico, enumera ocho pensamientos. Con este nombre, estos
padres de la espiritualidad ponen de relieve que estos vicios, en
su origen, son tentaciones, o sea pensamientos; y que si no se
los resiste, acaban convirtiéndose en modos de pensar y de
vivir.
Cuando se acepta el pensamiento tentador, uno termina
viviendo como piensa y justificando su manera de vivir..
Difícilmente se encontrará su nombre fuera de los manuales o
de algunos diccionarios de moral o de espiritualidad2. Muchos
son los fieles, religiosos y catequistas incluidos, que nunca o
1
Los pecados capitales son hábitos viciosos. Es decir, malas maneras de ver, de sentir y de
pensar; malas maneras de actuar y de vivir. Los hábitos, buenos o malos, se adquieren por
repetición de actos. La repetición de actos malos se hace, por fin, hábito de actuar mal, y se le
llama vicio. El vicio da la facilidad y hasta el gusto de obrar mal. Por el contrario, la
repetición de actos buenos produce el hábito de obrar el bien que se llama virtud. Los pecados
capitales son vicios. Se llaman capitales porque son como cabeza de otros vicios y pecados.
Son hábitos malos que generan otros vicios y actos malos. Generalmente se enumeran siete
pecados capitales: soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula y pereza. Algunos enumeran la
tristeza, como pecado capital. La envidia es una tristeza por el bien ajeno como si fuera mal
propio. Y la acedia es la tristeza por el bien de Dios, como si fuera un mal y es pecado capital.
Así que la lista de los pecados capitales es variable en número y en nombres, según los autores
de la tradición católica. Pero por encima de las diferencias de detalle hay un acuerdo sustancial
de fondo.
2
Ni siquiera en todos. Por ejemplo: no hay artículo dedicado a la Acedia en el
Diccionario Enciclopédico de Teología Moral, de L. ROSSI - A. VALSECCHI (Ed. Paulinas,
Madrid, 19804) ni en el Nuevo Diccionario de Espiritualidad, de S. DE FIORES - R. GOFFI
(Ed. Paulinas, Madrid, 1983). Por otra parte estos diccionarios no dedican artículos a los
pecados o vicios capitales, ni en particular ni en general. Tampoco tratan de los pecados contra
la Caridad.

6
rarísima vez la oyeron nombrar y pocos sabrán ni podrán
explicar en qué consista.
Sin embargo, como veremos, la acedia sí que existe y
anda por ahí, aunque pocos sepan cómo se llama. Se la puede
encontrar en todas sus formas: en forma de tentación, de
pecado actual, de hábito extendido como una epidemia, y hasta
en forma de cultura con comportamientos y teorías propias que
se trasmiten por imitación o desde sus cátedras, populares o
académicas. Si bien se mira, puede describirse una verdadera y
propia civilización de la acedia.
La acedia existe pues en forma de semilla, de almácigo
y de montes. Crece y prospera con tanta mayor impunidad
cuanto que, a fuerza de haber dejado de verla se ha dejado de
saberla nombrar, señalar y reconocer. Parece conveniente,
pues, ocuparse de ella. En este primer capítulo comenzaremos
con las definiciones que se han dado de ella. Si al lector este
camino le resulta difícil o árido, le aconsejamos empezar por el
capítulo cuarto y seguir luego con el segundo, tercero, y los
demás.
1.1.) ¿Qué es la Acedia? Definiciones Una primera
idea de lo que es la Acedia nos la dan las definiciones, aunque
ellas solas no sean suficientes para un conocimiento cabal de su
realidad.

El Catecismo de la Iglesia Católica (=CIC) la nombra -


acentuando la í: acedía - entre los pecados contra el Amor a
Dios. Esos pecados contra la Caridad que enumera el
Catecismo son: 1) la indiferencia, 2) la ingratitud, 3) la tibieza,
4) la acedía y 5) el odio a Dios.
El Catecismo la define así: "La acedía o pereza
espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir
horror por el bien divino" (CIC 2094). Nuevamente, en otro
7
lugar, tratando de la oración, la enumera entre las tentaciones
del orante: "otra tentación a la que abre la puerta la presunción,
es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una
forma de aspereza o desabrimiento debidos a la pereza, al
relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la
negligencia del corazón.
`El espíritu está pronto pero la carne es débil' (Mateo
26,41)" (CIC 2733).
Por la naturaleza de la obra, el Catecismo no entra en
detalles acerca de la conexión que tienen entre sí estos cinco
pecados contra la Caridad. En realidad puede decirse que son
uno solo: acedia, en diferentes formas. La indiferencia, la
ingratitud y la tibieza son otras tantas formas de la acedia.
En cuanto al odio a Dios no es sino su culminación y
última consecuencia. De ahí que por ser fuente, causa y cabeza
de los otros cuatro, amén de muchos otros, la acedia sea
considerada pecado capital, y no así los demás3. Y aunque el
odio a Dios sea el mayor de estos y de todos los demás
pecados4, no se lo considera pecado capital, porque no es lo
primero que se verifica en la destrucción de la virtud sino lo
último, y no es causa sino consecuencia de los demás pecados5.
1.2.) Tristeza, Envidia y Acedia El Catecismo relaciona
la acedia con la pereza6. No se detiene a señalar su relación
con la envidia y la tristeza7. Sin embargo, la acedia es
3
Santo Tomás, Summa Theol., 2-2, q.35, art.4.
4
Summa Theol. 2-2, q.34, art. 3
5
Summa Theol. 2-2, q. 34, art. 5.
6
Como resulta obvio por el contexto, el Catecismo se refiere a la pereza para creer: para los
actos de piedad y de las virtudes teologales. En realidad, la pereza es un efecto, entre otros, de
la acedia o ceguera para el bien.
7
La tristeza se convierte en pecado por dos razones: cuando siendo tristeza por un mal, es
exagerada o excesiva; o cuando es tristeza por un bien, como es el caso de la envidia y la
acedia. La tristeza no es pecado cuando el motivo es justo y la tristeza es moderada, o sea
proporcionada con el mal que la ocasiona. En este caso la tristeza es justa e incluso virtuosa.
Y hasta se podría pecar por defecto, no entristeciéndose cuando hay motivo para ello.
8
propiamente una especie o una forma particular de la envidia.
En efecto, Santo Tomás de Aquino, que considera a la acedia
como pecado capital, la define como: tristeza por el bien divino
del que goza la caridad8. Y en otro lugar señala sus causas y
efectos: es una forma de la tristeza que hace al hombre tardo
para los actos espirituales que ocasionan fatiga física9.
La acedia se define acertadamente, por lo tanto, como
perteneciente al género de las tristezas y como una especie de
la envidia. ¿Qué la distingue de la envidia en general? Su
objeto. El objeto de la acedia no es - como el de la envidia -
cualquier bien genérico de la creatura, sino el bien del que se
goza la caridad. O sea el bien divino: Dios y los demás bienes
relacionados con El.
Nos importa mucho en este estudio establecer y
mantener la distinción entre envidia y acedia, por eso evitamos
usarlas como sinónimos, como suele hacerse en el uso común.
En nuestro estudio entendemos la envidia como un pecado
moral y la acedia como un pecado teologal, como la forma
teologal de le envidia.
Secundaria y derivadamente, la acedia se presenta, en la
práctica, como una pereza para las cosas relativas a Dios y a la
salvación, a la fe y demás virtudes teologales. Por lo cual,
acertadamente, el catecismo la propone, a los fines prácticos,
como pereza10.
8
Summa Theol. 2-2, q. 35, art. 2, c. Explicando, tras las huellas de S. Gregorio Magno, que
la acedia es tristeza por un bien, S. Tomás la define como envidia. Y señalando a qué gozo se
opone esta tristeza, o sea al gozo de la Caridad, muestra de qué manera se le opone la acedia a
la Caridad.
9
Summa Theol. 1, q. 63, art. 3, ad. 3m.
10
El Catecismo de la Iglesia Católica sigue en esto una línea de la tradición de
algunos Padres del monacato, que considera la acedia por sus efectos prácticos en la vida del
creyente, y en particular tal como se presenta, por ejemplo, muy llamativamente, en la vida
religiosa y monástica, donde el debilitamiento de la fe del monje conlleva el abandono de los
actos propios de su vida religiosa. Se presenta así como una pereza para los actos espirituales
interiores y exteriores. Siguiendo a los Padres del monacato, otros clásicos de la espiritualidad,
9
Sobre la tradición monástica y patrística, y las dos
líneas de interpretación de la acedia como pereza o como
tristeza, ver G. BARDY, Art.: Acedia, en Dictionnaire de
Spiritualité. Ascétique et Mystique T.I, cols 166-169; también
B. HONINGS, Art.: Acedia, en Diccionario de Espiritualidad
Dirigido por Ermanno Ancilli, Herder, Barcelona 1983, T.I,
Cols. 24-27 que concuerda con Bardy.
Sobre la Acedia Monástica volveremos en 5. y sobre
Acedia y Pereza en 7.1..
1.3.) ¿Es Posible la Acedia?
Tal como se presenta por sus definiciones, podrá
parecerle a alguno que la acedia pertenezca a ese tipo de
pecados que se suele dar por imposibles e inexistentes a fuerza
de absurdos, aberrantes o monstruosos. Por ejemplo el odio a
Dios, o la apostasía. Pero es que pertenece a la noción y a la
esencia del pecado, el hecho de que sea aberrante y
monstruoso, y de que, sin embargo, no sólo exista a pesar de
ser absurdo e inconcebible, sino que muchísimas veces ni
siquiera se lo advierta allí donde está a fuerza de considerarlo
como un hecho natural y obvio.
Por eso, conviene que después de ver su definición,
pasemos a describirla, ilustrarla con casos y ejemplos, señalarla
en los hechos y por fin tratar de comprender su fisiología
espiritual.
1.4.) Acedia = acidez , impiedad El nombre de la acedia
es figurado y metafórico. Encierra un cierto simbolismo que

la relacionan y explican también como pereza. Por ejemplo: el P. LA PUENTE S.J., en sus
Meditaciones, I,24. Así lo hacen también autores espirituales recientes como Francisco
Fernández Carvajal, La Tibieza, (Cuadernos Palabra 60) Ed. Palabra, Madrid 19788. Otra
línea de la tradición, representada por San Gregorio Magno y que Santo Tomás prefiere, la
relaciona principalmente con la tristeza y la envidia; y secundariamente con la pereza o tibieza,
la cual, en este caso, no es causa sino consecuencia, y por lo tanto no puede considerarse como
pecado "capital".

10
también, a modo de definición, ilustra acerca de su naturaleza.
La palabra castellana es heredera de un rico contenido
etimológico que orienta para comprender mejor su sentido Las
palabras latinas acer, acris, acre, aceo, acetum, acerbum, portan
los sentidos de tristeza, amargura, acidez y otras sensaciones
fuertes de los sentidos y del espíritu. Los estados de ánimo así
nombrados son opuestos al gozo, y las sensaciones aludidas
son opuestas a la dulzura.
La raíz griega de donde derivan los términos latinos es
kedeia: "Akedeia - ha observado un reseñista de la primera
edición de esta obra - es falta de cuidado, negligencia,
indiferencia, y akedia descuido, negligencia, indiferencia,
tristeza, pesar. Se refiere de modo particular - en los griegos -
al descuido de los muertos, insepultos, por lo cual no tenían
descanso. Es una negación de la kedeia, alianza, parentesco;
funeral, honras fúnebres. Es decir, son los cuidados que brotan
de la alianza, del parentesco, de la afinidad que brota de la
alianza matrimonial. Todo esto tiene grandes resonancias con
la relación nueva de parentesco con Dios que brota de la
alianza - el Goel, que ha estudiado Bojorge (11), de la alianza
nupcial que se sella con la encarnación del Verbo y su muerte y
resurrección, de la caridad como amistad con Dios, que se
funda en la communicatio del hombre y Dios y de la societas,
la unión que Dios nos dio con su hijo (12). El gozo de esta
kedéia es la caridad y mueve toda la vida desde tal relación
nueva con Dios. Lo persigue y destruye la acedia, en los
hombres y en la sociedad" (13).
Como puede verse los opuestos griegos kedeia-akedeia
recubren una área semejante a los pietas-impietas latino, y a
nuestro piedad-impiedad. La acedia - ya se verá - es opuesta y
combate las manifestaciones de la piedad religiosa. Según la
etimología latina acedia tiene que ver con acidez.

11
Es la acidez que resulta del avinagramiento de lo dulce.
Es decir, de la dulzura del Amor divino. Es la dulzura de la
caridad, la que, agriada, da lugar a la acedia. Ella se opone al
gozo de la caridad como por fermentación, por descomposición
y transformación en lo opuesto. A la atracción de lo dulce, se
opone la repugnancia por lo agriado.
Podría calificársela, igualmente y con igual propiedad,
de enfriamiento o entibiamiento. Como se dice en el
Apocalipsis acerca del extinguido primitivo fervor de la
comunidad eclesial: "tengo contra ti que has perdido tu amor de
antes" (Apoc. 2,4); "puesto que no eres frío ni caliente, voy a
vomitarte de mi boca" (Apoc. 3,16).
La relación simbólica entre lo ácido y lo frío era de
recibo en la antigüedad. En la antigua ciencia química y
medicinal se consideraba que "las cosas ácidas son frías" (14).
La acedia puede describirse, por lo tanto, ya sea como un
avinagramiento o agriamiento de la dulzura, ya sea como un
enfriamiento del fervor de la Caridad. Por eso no ha de
extrañar que haya autores que hayan preferido referirse a la
acedia en términos de tibieza (15).
Con esto hemos avanzado un paso más hacia la
comprensión de este vicio capital. Como decadencia de un
estado mejor, esta pérdida del gozo, de la dulzura y del fervor,
y su transformación en tristeza, avinagramiento o frialdad ante
los bienes divinos o espirituales, parece emparentar con la
apostasía o conducir a ella. Es, en muchos casos, un apartarse
de lo que antes se gustó y apreció, porque ahora, eso mismo,
disgusta, entristece o irrita. En este sentido, se puede decir que
la acedia supone una cierta ruptura entre el antes y el ahora de
la persona agriada y ácida. O una ruptura entre su estado ideal
y su estado decaído.
1.5.) Sus Efectos Al atacar la vitalidad de las relaciones
con Dios, la acedia conlleva consecuencias desastrosas para
12
toda la vida moral y espiritual. Disipa el tesoro de todas las
virtudes. La acedia se opone directamente a la caridad, pero
también a la esperanza, a la fortaleza, a la sabiduría y sobre
todo a la religión, a la devoción, al fervor, al amor de Dios y a
su gozo. Sus consecuencias se ilustran claramente por sus
efectos o, para usar la denominación de la teología medieval,
por sus hijas: la disipación, o sea un vagabundeo ilícito del
espíritu, la pusilanimidad, el torpor, el rencor, la malicia, o sea,
el odio a los bienes espirituales y la desesperación (16). Esta
corrupción de la piedad teologal, da lugar a la corrupción de
todas las formas de la piedad moral. También origina males en
la vida social y la convivencia, como es la detracción de los
buenos, la murmuración, la descalificación por medio de
burlas, críticas y hasta de calumnias.

13
2.) LA ACEDIA EN LAS SAGRADAS
ESCRITURAS
Las Sagradas Escrituras nos ofrecen una galería de
retratos de la acedia en todas sus formas, desde la indiferencia
al odio. Y nos dan también pistas para comprender su
naturaleza. Pistas que nos podrán orientar luego para
reconocerla en sus formas históricas y actuales, y podrán
encaminarnos para comprender su mecanismo espiritual. En
los casos clínicos bíblicos se aprende una semiología de la
acedia y también mucho acerca de su etiología (17).
2.1.) La Unción en Betania Este pasaje evangélico es un
ejemplo de acedia que bien puede considerarse arquetípico. En
él vemos en ejercicio al gozo de la caridad y cómo es atacado
por las razones aparentes de la oculta acedia.
Seis días antes de su Pasión, Jesús vino a Betania,
donde se encontraba su amigo Lázaro, a quien había resucitado
de entre los muertos. Le ofrecieron allí una cena. Marta servía
y Lázaro era uno de los que estaban con Jesús sentados a la
mesa. María, tomó una libra de perfume de nardo puro, muy
caro, y ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La
casa entera se llenó con el olor del perfume (Juan 12,1-3).
La caridad -según la define Santo Tomás de Aquino
(18)- es amor de amistad con Dios. El gesto de María
manifiesta el gozo de su caridad. Es un gesto gozoso y gratuito
que honra, en Jesús, al amigo divino: huésped, Maestro y
Señor. Ese gesto expresa, con una dádiva costosa, el aprecio
de María por Jesús y el gozo que ese aprecio le produce (19).
Pero - prosigue contando el evangelio - Judas Iscariote,
uno de los discípulos de Jesús, el que lo había de entregar, dijo:
"¿Por qué no se ha vendido ese perfume por trescientos
denarios y se ha dado a los pobres?" (Juan 12,4-5).
14
La objeción de Judas se opone hipócrita y
sofísticamente a la misericordia en nombre de la misericordia.
Al descalificar el gesto de María, descalifica su amor. Lo que
para María es expresión gozosa de su amor a Jesús, es para
Judas motivo de tristeza, mezclada de fastidio e irritación. El
que ya no comparte la amistad con Jesús, no puede compartir
los mismos sentimientos de la amistad.
Peor aún, tiene sentimientos contrarios: de acedia.
En el relato de este episodio que nos hacen Marcos y
Mateo, la reacción contra el gesto de María, es calificada de
indignación: "se indignaron". Ese es uno de los síntomas o
manifestaciones de la acedia: indignarse, irritarse por lo que es
motivo de gozo para los amigos de Dios (Marcos 14,3-9;
Mateo 26,6-13).
Al discípulo avinagrado, las muestras de amor a Jesús le
dan bronca. Si esa bronca quiere vestirse de ira santa,
disfrazándose con falsas razones, es para no evidenciarse y
guardar aún las apariencias; por puro cálculo hipócrita.
Hay en este detalle de la historia que nos cuenta el
evangelio, la revelación de una importantísima ley del
acontecer espiritual: el gozo de la caridad es atacado con
razones. Ley que rige también el acontecer cultural: el espíritu
del desamor es racionalista (20).
2.2.) La Acedia de Mikal, Esposa de David Vayamos
ahora al Antiguo Testamento y recordemos el pecado de Mikal,
hija de Saúl, esposa de David. Mikal se irritó viendo a David
bailar delante del Arca de la Alianza en la fiesta de la
Traslación. La danza de David era una manifestación del gozo
de la caridad. Y, por el contrario, la irritación de Mikal por la
devoción de David, era manifiesta acedia.

15
David trasladaba el Arca con grandes ceremonias y
fiestas populares. El Arca era el signo visible de la Presencia
del Señor en medio de su Pueblo. Leemos que:
"David y toda la casa de Israel bailaba delante del Señor
con todas sus fuerzas, cantando con cítaras, arpas, adufes,
castañuelas, panderetas y címbalos...David danzaba con todas
sus fuerzas delante del Señor, ceñido con un efod de lino
(=vestido sacerdotal). David y toda la casa de Israel subían el
Arca del Señor entre clamores y sonar de cuernos. Cuando el
Arca entró en la ciudad de David, Mikal, hija de Saúl, que
estaba mirando por la ventana, vio al Rey David saltando y
danzando ante el Señor y lo despreció en su corazón" (2
Samuel 6,l4-l6).
Y cuando se volvía David para bendecir al pueblo,
terminada la fiesta: "Mikal le salió al encuentro y le dijo:
'¡Cómo se ha cubierto de gloria hoy el Rey de Israel,
descubriéndose hoy ante las criadas de sus servidores como se
descubriría un cualquiera'!" (v.20)
Mikal, ciega para el sentido religioso y gozoso de la
acción de David, percibía la danza con una mirada profana y
exterior, despreciando lo que hubiera debido admirar y
compartir. Mikal no estaba de fiesta ni en la fiesta; miraba
desde arriba, por una ventana.
Tanto el hombre de Dios como el pueblo de Dios,
cuando celebra públicamente sus fiestas religiosas, se expone -
es decir: se muestra y se arriesga - al desprecio de los que
miran desde su ventana, desde su óptica exterior al fervor
religioso. A veces, esa burla y ese desprecio consigue
acobardar o avergonzar a algunos fieles.
El Via Crucis y la Vuelta Ciclista Pienso en una
experiencia recogida en Semana Santa en un pueblo del interior
del Uruguay. Al día siguiente del Via Crucis que habíamos
16
hecho recorriendo las calles en la noche del Viernes Santo, una
mujer me confiaba los sentimientos de vergüenza que la habían
asaltado durante el Via Crucis, debido a la actitud fría e
indiferente de los que nos ignoraban viéndonos pasar. En un
pueblo chico, sentirse ignorado por gente conocida, que
muestra avergonzarse de uno, es doblemente hiriente.
Esta mujer había percibido perfectamente la afectada
indiferencia de algunos frente al paso de los fieles en el Via
Crucis. Tanto más chocante, cuanto que en un pueblo chico,
cualquier acontecimiento es motivo para que la gente se
amontone en la vereda a observar con simpatía lo que pasa. Y
así, efectivamente, habíamos visto amontonarse junto al cordón
de la vereda de la misma plaza, por esos mismos días de la
Semana Santa, a los espectadores de la Vuelta Ciclista.
¿Cómo no iba a sentir esta sensible mujer de pueblo, la
diferencia de temperatura, viendo a los que se metían en el bar,
en el club, en la heladería, como si no estuvieran pasando tres
cuadras tupidas de fieles por la calle principal? Frente a
nosotros eran incapaces de la simple simpatía humana que
saben brindar como puebleros a todo lo humano. En pueblo
chico, donde no estar enterado queda mal, no darse por
enterado es ofensivo o descalificador.
Ante esta actitud de acedia, la tentación del creyente,
como en este caso, es la vergüenza. Pero David, hombre de
Dios, nos enseña con su ejemplo, la actitud de firmeza que ha
de tener el creyente, ignorando a los que lo ignoran.
La Respuesta de David a Mikal Respondió David a
Mikal: "Yo danzo en presencia del Señor [y no, como tú dices,
delante de las mujeres de mis servidores], y danzo ante El
porque El es el que me ha preferido a tu padre y a toda tu casa
para constituirme caudillo de Israel, el pueblo del Señor. Vive
el Señor, que yo danzaré ante El y me haré más despreciable
todavía; seré despreciable y vil a tus ojos, pero seré honrado
17
ante las criadas de que hablas". Y Mikal, hija de Saúl, no tuvo
ya hijos hasta el día de su muerte (vv. 21-23). David la
repudió.

2.3.) La Acedia de los Hijos de Jeconías Narra el Primer


Libro de Samuel (6,13-21) cómo el Arca fue devuelta por los
filisteos a los israelitas, para librarse del azote de la peste. Se
alegraron con el retorno del Arca los habitantes de Bet-
Shémesh. Excepto una familia, que fue por eso duramente
castigada.
He aquí otro ejemplo de lo que es acedia: ausencia de la
debida alegría a causa de la presencia de Dios; indiferencia.
Estaban los de Bet-Shémesh segando el trigo en el
valle, y alzando la vista vieron el Arca. El momento era
inoportuno, pues la siega era la ocupación más importante del
año, e interrumpirla para una fiesta era un gravísimo trastorno.
Sin embargo, los piadosos labriegos, al ver venir el
Arca se llenaron de alegría: "y fueron gozosos a su encuentro.
Al llegar la carreta al campo de Josué de Bet-Shémesh, se
detuvo. Había allí una gran piedra. Astillaron la madera de la
carreta y ofrecieron las vacas que venían tirando de ellas en
holocausto al Señor. Los levitas bajaron el Arca del Señor y el
cofre que estaba a su lado y que contenía los exvotos de oro
ofrecidos en desagravio por los filisteos y lo depositaron todo
sobre la gran piedra. Los de Bet-Shémes ofrecieron aquél día
holocaustos e hicieron sacrificios al Señor"
"Pero de entre los habitantes de Bet-Shémesh,los hijos
de Jeconías no se alegraron cuando vieron el Arca del Señor"
Es de presumir que los hijos de Jeconías lamentaron esa
llegada porque interrumpía la siega. La siega era en sí misma
una ocasión festiva (21). El fastidio por la aparición del Arca,
18
sugiere que la raíz de la acedia, suele estar, como en este caso,
en el conflicto de los intereses materiales con los religiosos.
A causa de la mezquindad del corazón de los hijos de
Jeconías castigó el Señor a setenta de sus hombres y el pueblo
hizo duelo porque el Señor los había castigado duramente.
2.4.) El Menosprecio de un Profeta Relacionado con el
desprecio hacia el fervor de David, y por lo tanto apropiado
para ejemplificar la acedia en forma de burla o menosprecio, es
el episodio que narra el Segundo Libro de los Reyes.
Cuenta que el profeta Eliseo iba subiendo por el camino
hacia Betel cuando unos niños pequeños salieron de la ciudad y
se burlaban de él, diciendo: "¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!".
Él se volvió, los vio y los maldijo en nombre del Señor.
Salieron entonces dos osos del bosque y destrozaron a cuarenta
y dos de ellos (2 Reyes 2,23-24)
El relato tiene, al parecer, una intención didáctica,
admonitoria, destinada a inculcar el respeto hacia los hombres
de Dios entre la gente menuda, la cual puede inclinarse, por
ligereza infantil, a quedarse festivamente en las posibles
extravagancias exteriores de los hombres de Dios y a incurrir
en la burla irrespetuosa. Como veremos (22), el menosprecio
de los profetas - que no siempre se queda en burlas - es algo
que Dios reprocha con frecuencia a su pueblo, y uno de los
temas de la diatriba de los profetas y de Jesús.
La acedia tiene sus raíces infantiles, puesto que también
desde niños hay piedad e impiedad, religión e irreligión, gozo
de la caridad o envidia. Hay por eso necesidad de educar,
cultivar y corregir el corazón de los niños. A ellos y a nosotros
les inculca este episodio que no hay que distraerse con los
lunares de la santidad; que los hombres de Dios, son hombres
de Dios, y que no hay que menospreciarlos ni reírse de ellos,
por más cómico o despreciable que nos resulte su aspecto.
19
Porque reparar en sus lunares y no ver su santidad, es ceguera y
necedad. Y esos dos osos han destrozado cruelmente a muchos
irreverentes.
La Burla: Hija de la Acedia La Sagrada Escritura
conoce esa forma de impiedad militante, que no es sólo cosa de
niños sino también de grandes: la burla.
Los burlones son los que en el Salmo primero se
llaman, en hebreo, letsím: "Dichoso el hombre que no camina
según el consejo de los impíos, que en la senda de los
pecadores no se detiene, que no se sienta en el corrillo de los
burlones" (Salmo 1,1).
La burla implica desconsideración, ligereza,
irreverencia. Es una expresión de menosprecio. Es injuriosa,
sobre todo cuando se la infiere a quien se debería honrar y
respetar.
En el reproche de Judas a María está ya implícita la
lógica del menos-precio que se irá manifestando durante la
Pasión: en la venta por treinta monedas, en las burlas de la
soldadesca. La burla nace del menosprecio y siembra más
menosprecio.
En el Antiguo Testamento, el Señor amenaza a su
pueblo con convertirlo en irrisión y en espectáculo del mundo:
"...los convertiré en espantajo para todos los reinos de la tierra:
maldición, pasmo, rechifla y oprobio entre todas las naciones a
donde los arroje, porque no oyeron las palabras que les envié
por mis siervos" (23) .
El pueblo elegido se lamenta de que a causa de sus
pecados, el Señor los ha entregado a la burla de sus enemigos:
"Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de
los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos
hacen muecas las naciones" (24) . Así es, por dar un ejemplo,

20
el caso del impío Nicanor, quien se burla de los sacerdotes y de
los ancianos y escupe el Templo (1 Macabeos 7,34).
En el Nuevo Testamento, la burla que padecen los
buenos cristianos, ya no es un castigo. Es participación en la
suerte de su Maestro, que fue burlado y escupido. La Carta a
los Hebreos enumera la burla a la par de los azotes entre los
sufrimientos de la persecución: "unos fueron torturados,
rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor;
otros soportaron burlas y azotes, y hasta cadenas y prisiones,
apedreados, torturados, aserrados, muertos a espada..."
(Hebreos 11,35-37).
Detrás de las burlas a personas, a sus nombres, a
palabras, signos y símbolos sagrados, hábitos religiosos,
objetos de culto, espacios sagrados, está la acedia: tristeza e
irritación por los bienes que se escarnece. Esa burla, hija de la
acedia, sigue acompañando hoy a la Iglesia como forma de
persecución, y es tan habitual que a muchos ya no les causa
extrañeza y pasa a menudo inadvertida hasta de las mismas
víctimas (25).
Esaú menosprecia la Primogenitura Cuenta la Escritura
(Génesis 25,29-34) cómo Esaú le vendió a su hermano Jacob la
primogenitura por un plato de guiso.
Es otro ejemplo clásico de acedia como menosprecio - y
consiguiente postergación y pérdida - de los bienes espirituales,
debido a la compulsión y a la urgencia de un apetito.
Esaú llegó hambriento del campo y Jacob aprovechó la
ocasión: "Véndeme ahora mismo tu primogenitura". Esaú
respondió: "¿Qué me importa la primogenitura?". Jacob lo
urgió para que se la vendiera con juramento: "Y él se lo juró,
vendiendo su primogenitura a Jacob. Jacob dio a Esaú pan y el
guiso de lentejas, y este comió y bebió, se levantó y se fue. Así

21
desdeñó Esaú la primogenitura", concluye melancólicamente el
relato.
Y ya que hablamos de acedia en el corazón de los
herederos de las Promesas e hijos de los Patriarcas, también los
hermanos de José menosprecian envidiosamente a su hermano,
ignorantes de que sería él quien los salvaría (Génesis 37-45).
2.5.) Rehusar el Gozo y el Llanto La acedia se opone al
gozo de la caridad y por lógica induce a gozarse y a alegrarse
por lo que entristece a la caridad. Los apetitos de la acedia y de
la caridad son contrarios, como los de la carne y el Espíritu
(26).
Puesto que la Caridad es amistad entre la creatura y
Dios, el amigo de Dios se alegra en el Bien que es Dios y
quiere que Dios sea reconocido y amado. El amigo comparte
los gozos y tristezas de su amigo.
La acedia impide precisamente esta participación y
comunión en los sentimientos de Dios. El texto que cito a
continuación, en el que Jesús les reprocha su indiferencia a los
que se han rehusado a compartir sus sentimientos, ilustra el rol
que juega la acedia en el drama evangélico:
"¿Con quién compararé a los hombres de esta
generación? ¿Y a quién se parecen? Se parecen a los
chiquillos que, sentados en la plaza, se gritan unos a otros
diciendo: Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, os
hemos entonado endechas, y no habéis llorado. Porque ha
venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y
decís: Demonio tiene. Ha venido el Hijo del Hombre, que
come y bebe, y decís: Ahí tenéis a un comilón y a un borracho,
amigo de publicanos y pecadores. Pero, la Sabiduría se ha
acreditado por todos sus hijos" (Lucas 7,3l-35)
La actitud de acedia como un "no" a la fiesta, la ilustran
las parábolas de los invitados al Banquete (27). En estas
22
parábolas queda claro cómo las preocupaciones de este mundo
ocultan el bien verdadero a los que les entregan el corazón.
Los invitados se excusan de la fiesta a causa de sus
ocupaciones, como los hijos de Jeconías en Bet-Shémesh (28).
Los hombres que siguen su apetitos carnales y no creen (= esta
generación"), descalifican a los que obran movidos por
impulsos y apetitos espirituales. No puede haber entre ellos
comunión de sentimientos: ni de gozos ni de tristezas. Por eso
pueden parecer insensatos los unos a los otros.
En la enseñanza de Jesús se puede espigar otros
ejemplos de esta distonía de sentimientos entre sus discípulos y
los que no lo son: "Un día en que los discípulos de Juan y los
fariseos ayunaban, vienen a decirle: ¿Por qué mientras los
discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus
discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Pueden acaso ayunar los
invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras
tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en
que les será arrebatado el novio, entonces ayunarán en aquél
día" (Marcos 2,18-20)

Las dos parábolas que siguen a este pasaje, la del


parche sobre el vestido viejo y la del vino nuevo en los odres
viejos, aluden a la necesidad de convertirse totalmente, para
poder entrar en comunión con los sentimientos de Jesús y sus
discípulos y poder comprender lo que hacen (Marcos 2,20-22).
Los gozos y los dolores de los discípulos son contrarios
e incompatibles con los del mundo, como los apetitos del
espíritu son contrarios a los de la carne (Gálatas 5,17). Por eso
dice Jesús a sus discípulos: "Yo os aseguro que lloraréis y os
lamentaréis y el mundo se alegrará" (Juan 16,20). En esta
oposición tiene su explicación la acedia. De ahí que Pablo nos
invite a tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús (29)
Miro en este instante a mi Jesús y me río del mundo entero con
23
El. Déjeme llorar entre sus brazos todo el día, mientras los
demás se ríen y se divierten, que poco me importa a mí llorar
mirando a la Alegría infinita, gustar la amargura junto a la
dulzura divina de Jesús. (p.160). Citas tomadas de: PURROY
Marino, Teresa de los Andes cuenta su vida, Ed.
Carmelo Teresiano, PP. Carmelitas, Santiago, Chile
l992,l92 pags. .
2.6.) El Clamor de las Piedras Los que al tiempo de la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén se escandalizaban por el
fervor popular que deberían haber compartido en vez de
reprobar, padecían de esta insensibilidad característica de la
acedia:
"Al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, la
multitud de sus discípulos, llenos de alegría, se pusieron a
alabar a Dios a voz en cuello, por todos los milagros que
habían visto. Decían:
Bendito el Rey que viene en nombre del Señor. Paz en
el cielo y gloria en las alturas.
Algunos fariseos que se encontraban entre la gente
dijeron a Jesús: Maestro, reprende a tus discípulos. Pero Jesús
les contestó: Yo les aseguro que si éstos callasen, las piedras
gritarían"
(Lucas l9,37-40)
San Lucas oye en la boca de la multitud de discípulos
que aclama a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén, palabras
que recuerdan a las que cantan los ángeles anunciando el
nacimiento a los pastores: "Paz en el cielo y gloria en las
alturas" (Lucas 19,38, ver 2,14). Los ángeles y los humildes
hablan, en un mismo idioma celestial, de los bienes que sólo
ellos pueden ver. Al niño lo anunciaron los ángeles, ahora al

24
Rey lo anuncian los pequeños. Allá los pastores creyeron, aquí
los doctores se indignan.
San Lucas - notémoslo aquí de paso - es celebrado
justamente como el evangelista de los pobres y sencillos, así
como del gozo y de la alegría del Espíritu Santo. Pero es
menos reconocido como el evangelista más sensible para la
acedia y que muestra una mayor aversión a este pecado. Es,
por ejemplo, el evangelista de los Ayes sobre los acediosos
(Lucas 6,24-26; 11,39-44). Y en el pasaje que hemos trascrito
antes, contrapone a la fe y al gozo de los discípulos, la protesta
indignada, malhumorada y sombría, característica de la acedia
y de la incredulidad militantes. El hijo mayor, en la parábola
del Hijo Pródigo, es otro ejemplo típico de la misma actitud
atrabiliaria (Lucas 15,25-
32).
Como se ve, a los acediosos, el júbilo de los buenos les
parece reprensible. El motivo de esta distonía emocional es
que no comparten su fe. Verdaderamente son opuestos el gozo
de los discípulos y la tristeza de los que no lo son, aunque le
digan Maestro. Este mismo esquema de comportamiento
volveremos a encontrarlo en la civilización de la acedia de la
que trataremos en el capítulo cuarto.

A esta transformación del corazón apunta, como es


sabido, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, surgida como
una respuesta a los siglos de la acedia. Un ejemplo cercano a
nosotros de esa disimilitud y oposición de sentimientos con el
mundo, es Teresa de los Andes. De los muchos ejemplos que
pueden espigarse en sus escritos, aducimos aquí algunos. En
ocasiones expresa su dolor por la acedia del mundo: "Me duele
en el alma ver que el Amor no es conocido" (p.150); "Es
martirio el que padezco al ver que corazones nobles y bien
25
nacidos, corazones capaces de amar el bien, no amen el Bien
Infinito e inmutable; que corazones agradecidos para las
criaturas, no lo sean con Aquél que los sustenta" (p. 134);
"Cuando pienso que hay tan pocas almas que lo aman, me da
una pena horrible" (p.137). Pero ese dolor no la priva del gozo
de la Caridad: "Vivir siempre muy alegres. Dios es alegría
infinita" (p. 137). De ahí que pueda enfrentar lúcidamente la
envidia del mundo: "Todavía me estoy riendo de lo que se
corre en el mundo de esta pobre carmelita. ¿Por qué quieren
enturbiar, mamacita, su felicidad, diciéndole que estoy triste,
que lloro, etc.? ¿Por qué el mundo pretende despertar a los
muertos para él, y encontrar en aquellos que viven en los
brazos de Jesús, tristezas? ¿No ve que es envidia del reposo,
de la paz, de la felicidad que inunda mi alma? ¡Cuán bien veo
que los que inventan semejante mentira no conocen lo que es
vivir en el cielo del Carmelo y lo que es la gracia de la
vocación! Además, si en mis cartas, mamacita, nota usted
alegría, felicidad. ¿Cómo puede creerme tan doble para
expresarle lo que no siento?
2.7.) El Pecado de Caín Habitualmente se considera el
pecado de Caín como un pecado de envidia hacia su hermano
Abel.
Y lo es. Pero no de envidia simplemente. Sino de
aquella especie de envidia que llamamos acedia.
Hay acedia en el Pecado de Caín (Génesis 4, 3-8).
Acedia respecto del bien de su hermano, cuya ofrenda fue
acepta a Dios. Pero también acedia, respecto de la
complacencia de Dios sobre la ofrenda de Abel. Si Caín
hubiese estado en actitud de amistad con Dios, se habría
alegrado por el beneplácito de su Amigo divino, porque el
verdadero amigo se alegra por las alegrías de su amigo.
Es verosímilmente por esa falta de amistad cordial, por
lo que dice el texto que: "el Señor no miró propicio a Caín y su
26
oblación". Si Caín hubiera buscado con su ofrenda
exclusivamente agradar a Dios, se habría alegrado con el gozo
divino, fuera por el motivo que fuese; y en el caso concreto,
con motivo de la ofrenda de su hermano. Caín no envidiaba en
Abel ningún bien profano, sino precisamente su condición de
amigo de Dios, de elegido y grato a Dios.
Lo que generalmente se llama envidia de Caín a su
hermano es, por lo tanto, propiamente acedia. Y esta precisión
hay que hacerla cada vez que encontramos envidia hacia un
hombre de Dios: profeta, justo o elegido, ya sea en las
Escrituras, ya sea en la historia o en la vida de la Iglesia.
Acedia en la Historia de Salvación San Clemente
romano en su Carta a los Corintios, para explicar el mal que
está aquejando a dicha comunidad eclesial, se remonta a trazar
un panorama de la acedia en la historia de la salvación,
comenzando justamente por el pecado de Caín (30). Parece
oportuno y provechoso insertar aquí ese recuento:
"Ya veis, hermanos, cómo los celos y la acedia
produjeron un fratricidio. A causa de la acedia, nuestro padre
Jacob tuvo que huir de la presencia de su hermano Esaú. La
acedia hizo que José fuera perseguido hasta punto de muerte y
llegara hasta la esclavitud. La acedia obligó a Moisés a huir de
la presencia de Faraón, rey de Egipto, al oír a uno de su misma
tribu: '¿Quién te ha constituído árbitro y juez entre nosotros?
¿Acaso quieres tú matarme a mí, como mataste ayer al
egipcio?'. Por la acedia, Aarón y María hubieron de acampar
fuera del campamento. La acedia hizo bajar vivos al Hades a
Datán y Abirón, por haberse rebelado contra el siervo de Dios,
Moisés.
Por acedia no sólo tuvo David que sufrir envidia de
parte de los extranjeros, sino que fue perseguido por Saúl, rey
de Israel" (31) .

27
2.8.) El Pecado Original Después de haber dado
ejemplos de la acedia como distonía con el sentir y el
beneplácito divino, después de un análisis más afinado del mal
de Caín, y después de los ejemplos bíblicos de desafecto a los
elegidos de Dios que compendia Clemente romano, el lector
podrá ahora advertir más fácilmente cuánto de acedia tuvo el
Pecado Original.
Acedia tanto en el Tentador, como en Adán y Eva: "Por
acedia del Diablo entró la muerte en el mundo y la
experimentan los que le pertenecen" (Sabiduría 2,24).
La Serpiente es la primera que "tiende lazos a los justos
que la fastidian" (Sabiduría 2,12). Lo hace con Adán y Eva y
lo hará con Job (Job 1,1-22). Después de ella, la raza de sus
descendientes se airará de igual modo contra el justo y querrá
también ponerlo a prueba: "Es un reproche de nuestros
criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida
distinta de todas y sigue caminos extraños...sometámosle al
ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su
entereza" (Sabiduría 2,14-15.19).
El Tentador los indujo a acedia. Tristeza de no ser
como Dios, tristeza a causa del mandamiento, y de allí se
siguió la desobediencia. Así comenzaron: 1º) el desacuerdo
entre los apetitos y 2º) el trastorno de los sentidos,
característicos de la naturaleza caída.
Apetito y Visión En el relato bíblico de la caída se nos
enseña, en primer lugar, que el apetito gobierna la visión: "el
día en que comiereis, se os abrirán los ojos". Y en segundo
lugar, que la visión, a su vez, excita el apetito: "como viese la
mujer que era bueno para comer y apetecible a la vista".
El pecado ha modificado la manera de percibir. Ha
trastornado precisamente la capacidad de conocer el bien y el

28
mal: "entonces se les abrieron a entrambos los ojos y
conocieron que estaban desnudos" (Génesis 3,5-7).
Esta relación entre apetito y visión es fundamental para
comprender la naturaleza de la acedia. Ella nos orientará a la
hora de ocuparnos de la pneumodinámica de la acedia (Ver 7.).
La acedia, como tristeza por el bien, supone una ceguera para
percibirlo. Sólo la insensibilidad para el bien puede explicar la
aversión hacia él. Este mal implica pues, un trastorno de las
facultades.
2.9.) Dos Ayes Proféticos sobre la Acedia Nos ayudará
a avanzar en la comprensión de la naturaleza de la acedia,
recordar dos ayes proféticos referentes a ella.
El primer Ay que deseamos recordar es el de Jeremías:
"¡Maldito el hombre que confía en el hombre, y hace de
la carne su apoyo apartando del Señor su corazón! Es como el
tamarisco en el desierto de Arabá y no verá el bien cuando
venga" (Jeremías l7,5-6).
No Ver el Bien: Acedia como Apercepción "No verá el
bien cuando venga". He ahí la a-percepción del bien que
caracteriza la acedia. La tristeza por el bien del que se goza la
caridad, sólo es posible cuando no se ve ese bien o se lo ve
como un mal. El texto de Jeremías instruye sobre las causas de
esa ceguera (32).
Si el impío no ve el bien: "los rectos - por el contrario -
lo ven y se alegran, a la maldad se le tapa la boca" (Salmo
106,42).

Es propio de Dios el mostrar o hacer ver los bienes


salvíficos: "En tu luz vemos la luz" (Salmo

29
35,10); "Abreme Señor los ojos y contemplaré las
maravillas de tu voluntad" (Salmo 118, 18); "Al que sigue el
buen camino le haré ver la salvación de Dios" (Salmo 49,23).
Sin la ayuda de la gracia de Dios, ni los mismos
miembros del pueblo de Dios serían capaces de ver y reconocer
las grandes gestas de la salvación: "Habéis visto todo lo que
hizo el Señor a vuestros propios ojos en Egipto con Faraón, sus
siervos y todo su país: las grandes pruebas que tus mismos ojos
vieron, aquellas señales, aquellos grandes prodigios. Pero
hasta el día de hoy no os había dado el Señor corazón para
entender, ojos para ver, ni oídos para oir" (Deuteronomio 29,1-
3).
En cuanto a los bienes del Nuevo Testamento, Jesús
afirma que es necesario nacer de nuevo y de lo alto para "ver el
Reino" (Juan 3,3.5).
Llamar Mal al Bien: Acedia como Dispercepción El
otro Ay profético contra la acedia, se encuentra en el libro de
Isaías:
"¡Ay, los que llaman al mal bien y al bien mal; los que
dan la oscuridad por luz, y la luz por oscuridad; que dan lo
amargo por dulce y lo dulce por amargo! ¡Ay, los sabios a sus
propios ojos, y para sí mismos discretos!" (Isaías 5,20-21).
Entristecerse por el bien del que goza la caridad, como
hace la acedia, es dar por mal ese bien; es dar lo dulce por agrio
o por amargo, dar la luz por tinieblas. El texto de Isaías
describe el mecanismo perverso de la acedia y lo explica por la
soberbia que se guía por el propio juicio, sometido y
esclavizado por la pasión caída (33). Son los que, como dirá
San Pablo, aprisionan la verdad con la injusticia (Rom 1,18).
Esta confusión de bien por mal, este trastorno de la
percepción, puede llamarse dispercepción y es característica de
la acedia. Podría hablarse, en otras palabras, de falta de
30
discernimiento: "Vosotros que odiáis el bien y amáis el mal"
(Miqueas 3,2). "Justificar al malo y condenar al justo, ambas
cosas abomina el Señor" (Proverbios 17,15).
El alimento del niño mesiánico, y el del pueblo de los
tiempos mesiánicos será "cuajada y miel para que aprenda a
rehusar lo malo y elegir lo bueno" (Isaías 7,15-16; 22). La
cuajada agria y la miel dulce enseñan a distinguir los sabores
del bien y del mal: de la dulzura y el gozo de la caridad, y del
agriamiento de la acedia. Aquí también, los sabores adiestran
la visión.
La divina presencia que tiene lugar con la llegada del
Emmanuel, enseña al pueblo a discernir el bien y el mal.

2.10.) La Acedia como Ceguera La relación entre


apetito y visión, que establece la Sagrada Escritura, es
fundamental para comprender la naturaleza de la acedia. Los
dos ayes proféticos sobre la acedia que acabamos de recordar,
el de Jeremías y el de Isaías, se complementan para enseñarnos
cuál es la naturaleza de este mal. Primero como apercepción
del bien: "no verá el bien cuando venga". Y luego como
dispercepción: "dar el bien por mal y el mal por bien".
Trataremos a continuación de una serie de episodios y
temas bíblicos que ilustran la apercepción-dispercepción
características de la acedia: la idolatría de las naciones y del
pueblo elegido; la ceguera de los discípulos de Jesús; la
ceguera de los guías espirituales de Israel; el menosprecio y
rechazo de los profetas; el desprecio de la Tierra prometida, el
menosprecio del testimonio de Jesús, la acedia de Pedro frente
a la Cruz.

31
La Idolatría como Ceguera La ceguera para el bien, mal
común de la humanidad, como que es consecuencia del pecado
original, es la causa del pecado de idolatría, común a todas las
culturas vecinas del pueblo de Dios.
En ocasiones también incurre en idolatría el pueblo de
Dios, para cuyos miembros es una tentación perenne, como
lamentan Moisés y los Profetas.
La polémica contra la idolatría, los idólatras, los ídolos
y los fabricantes de ídolos, es un tema recurrente en la Sagrada
Escritura, desde el Pentateuco hasta los Sapienciales. Y
continúa en el Nuevo Testamento, en la predicación de Jesús y
de los Apóstoles.
La idolatría aparece tipificada, en una serie de textos
bíblicos, como apercepción: ceguera, insensibilidad,
embotamiento de los sentidos. Y también como dispercepción:
dureza del corazón, al cual, como órgano del discernimiento, le
corresponde distinguir el bien y el mal.
Los idólatras son tan insensibles - o casi - para percibir
el bien y el mal, o para discernir el uno del otro, como los
ídolos que se fabrican.
Isaías dice: "¡Escultores de ídolos! Todos ellos son
vacuidad; de nada sirven sus obras más estimadas; sus
servidores nada ven y nada saben, y por eso quedarán
abochornados (...) no saben ni entienden, sus ojos están
pegados y no ven; su corazón no comprende. No reflexionan,
no tienen ciencia ni entendimiento (...) A quien se apega a la
ceniza, su corazón engañoso lo extravía. No salvará su vida.
Nunca dirá: '¿Acaso lo que tengo en la mano es engañoso?'"
(Isaías 44,9.l8-l9a.20)
En esto, los sabios coinciden con los profetas. El autor
del libro de la Sabiduría pondera el enceguecimiento de los

32
egipcios idólatras y por eso mismo, enemigos del pueblo de
Dios:
"¡Insensatos todos en sumo grado y más infelices que el
alma de un niño (que no discierne el bien del mal), los
enemigos de tu pueblo que un día lo oprimieron! Como que
tuvieron por dioses a todos los ídolos de los gentiles que no
pueden valerse de sus ojos para ver, ni de su nariz para respirar,
ni de sus oídos para oír, ni de los dedos de sus manos para
tocar, y sus pies son torpes para andar" (Sabiduría 15,14-15).
También el Salmista considera que los idólatras son tan
ciegos e insensibles como la obra de sus manos: "Los ídolos de
ellos son plata y oro, obra de mano de hombre. Tienen boca y
no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, nariz y
no huelen. Tienen manos y no palpan, tienen pies y no
caminan, ni un solo susurro en su garganta. Como ellos serán
los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza" (Salmo
113b(115),4-8). Esta ceguera les impide ver la Gloria de Dios
y por eso preguntan: "¿Dónde está su Dios?" (v.2). Son ciegos
para la Omnipresencia, que es, en cambio, evidente para los
fieles: "nuestro Dios está en los cielos y en la tierra y hace todo
lo que El quiere" (v.3).
Algo más matizada y benévolamente juzga a los
idólatras el Sabio. El idólatra - dice - "vale ciertamente más
que los ídolos que adora: él, por un tiempo al menos, goza de
vida, ellos jamás"
(Sabiduría 15,17b).
Lo cual no impide que el sabio considere que es una
misma clase de ceguera la que llevaba a los impíos: 1º) a
ignorar al verdadero Dios, 2º) a adorar a los ídolos, 3º) a
perseguir al pueblo elegido y
4º) a desoír la voz del Dios que quería sacar a su pueblo
de Egipto. Eran tan ciegos para las obras de Dios como para
33
sus designios. Y esa ceguera, no sólo los privó de los grandes
y verdaderos bienes sino que los precipitó en la destrucción y
la ruina causada por tremendos castigos. Terrible mal, la
acedia.
Ceguera del Pueblo Elegido Desgraciadamente, Israel
no les va en zaga a las naciones cuando se enceguece detrás de
los ídolos.
En la Escritura se habla en los mismos términos de la
idolatría de los gentiles que de la del pueblo elegido: ceguera,
insensibilidad del corazón.
Aún previendo el endurecimiento del corazón y la
incredulidad de su pueblo, y sólo por fidelidad consigo, el
Señor les envía, a pesar de todo, a Isaías: "Ve y di a ese puebo;
'Escuchad bien, pero no entendáis; ved bien pero no
comprendáis. Haz torpe el corazón de ese pueblo y duros sus
oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos, y oiga
con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le
cure'" (Isaías 6,9-10).
Como se ve, el tema bíblico del corazón endurecido y el
corazón de piedra que Dios quiere transformar y cambiar en un
corazón nuevo, de carne, corre paralelo con el de la ceguera y
la insensiblidad de los sentidos y tiene que ver con la salvación
del mal de acedia. Es el mal del corazón insensible para el bien
verdadero e incapaz de conocer a Dios (34). Jeremías no
exceptúa al pueblo elegido de esa ceguera, semejante a la
idolatría de los paganos: "Pueblo necio y sin seso, tienen ojos y
no ven, oídos y no oyen" (Jeremías 5,21). Y a Ezequiel lo
compadece el Señor en estos términos: "Tú vives en medio de
una casa de rebeldía: tienen ojos para ver y no ven, oídos para
oír y no oyen" (Ezequiel 12,2).
El pueblo de la Alianza se había precipitado en la
idolatría desde sus más tempranos comienzos, apenas Moisés
34
tardó un poco en bajar del monte Sinaí con las tablas de la
alianza:
"Anda - le dijeron a Aarón - haznos un dios que vaya
delante de nosotros, ya que no sabemos qué ha sido de Moisés,
el hombre que nos sacó de Egipto" (Exodo 32,1). Terrible
ceguera y blasfemia, no ver en la salida de Egipto la obra de
Dios, sino la de "el hombre" Moisés. Y mayor atrocidad aún
atribuir al ídolo la salvación obrada por Dios: "Se han hecho un
becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido
sacrificios y han dicho: 'Este es tu dios, Israel, el que te ha
sacado de Egipto'"(Exodo 32,8).
Por lo tanto, hasta el pueblo elegido puede
enceguecerse para el bien y entristecerse por lo que debería ser
su alegría en la Alianza. Puede comportarse como un pueblo
de dura cerviz, que provoca la ira de Dios (Exodo 32,9).
No está libre de tentación de acedia ni siquiera el buen
Josué, cuando cela a Eldad y Medad porque profetizan, en vez
de alegrarse como Moisés (Números 11,26-29).
Aún en los casos en que el pueblo elegido ve mejor y
más que los paganos, la Escritura enseña que eso no se debe a
méritos o capacidades propias, sino porque el Señor le hace
capaz de ver: "Habéis visto todo lo que hizo el Señor a vuestros
propios ojos en Egipto con Faraón, sus siervos y todo su país:
las grandes pruebas que tus mismos ojos vieron, aquellas
señales, aquellos grandes prodigios. Pero hasta el día de hoy
no os había dado el Señor corazón para entender, ojos para ver,
ni oídos para oír" (Deuteronomio 29,1-3).
Conviene notar por último, antes de abandonar este
recorrido por los textos, y en vistas a los análisis sobre las
causas de la acedia que haremos más adelante, que lo que
precipita al pueblo elegido en la acedia suele ser o la
impaciencia o el miedo. Impaciencia en los sufrimientos de la
35
travesía por el desierto o miedo a sus enemigos. Las
privaciones borran la memoria de las gestas divinas de
liberación, debilitan su esperanza en las promesas de Dios, le
impiden ver las obras del Señor que lo acompañan, y esperar
que lo auxiliará contra sus enemigos, como le asegura.
Ceguera en el Nuevo Testamento Jesús entiende la
situación espiritual de sus discípulos como prolongación de la
incredulidad de Israel. Los sabe sometidos a las mismas
tentaciones y debilidades. Por eso los amonesta en el mismo
estilo y parecidos términos. Veamos un ejemplo.
En un momento en que se preocupan más de su pan que
del Reino, Jesús los ve en peligro de contagiarse de la
"levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes", y los
reprende así: "¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes?
¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente
embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?
¿No os acordáis de cuando partí cinco panes para cinco mil?"
(35) .
El hambre, que fue una celada fatal para Esaú y para la
generación del desierto, amenaza ahora con hacer caer a los
discípulos en su lazo.
Es que - como enseñaba Jesús - las preocupaciones de
esta vida ahogan la semilla de la Palabra sembrada en los
corazones (Marcos 4,19). Y, como explica ulteriormente San
Pablo: la avaricia, la codicia, el afán de los bienes de este
mundo, son como un pecado de idolatría (Colosenses 3,5): a
fuerza de perseguir los bienes materiales con afán desmedido,
hacen insensibles y ciegos para los bienes espirituales.
El Apóstol se hace eco de la diatriba bíblica contra los
idólatras, cuando les reprocha a los gentiles su ceguera e
insensibilidad para percibir al Creador a través del espectáculo
de las creaturas:
36
"En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo
contra la impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la
verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer,
está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo
invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su
divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo
conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron
gracias, antes bien se ofuscaron en vanos razonamientos y su
insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se
volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible por una representación en forma de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles" (36) .
Aquí también, la perversión de la visión está vinculada
con la perversión de los apetitos:
"Aprisionar la verdad con la injusticia", como dice el
Apóstol, es distorsionar la percepción del bien por la pasión y
el apetito desordenados. Y una vez aprisionada la verdad, ya
no es posible liberarse y se queda esclavizado y a merced de
los apetitos.
He aquí la misma doctrina, a la que aludimos antes,
acerca de la circularidad entre gusto y visión, entre
conocimiento y pasión, entre percepción y apetito, inteligencia
y voluntad. La ceguera de los ojos tiene que ver con las
pasiones del corazón.
Por no haber reconocido a Dios a través de las
creaturas, se desviaron sus apetitos y se pervirtieron:
"Por eso Dios los entregó a las apetencias de su
corazón, hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus
cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la
mentira, y adoraron y sirvieron a las creaturas en vez del
Creador (...) Por eso los entregó Dios a pasiones infames (...)
37
entrególos a su mente réproba" (Romanos 1,24-28).
Hemos citado largamente estos textos de Pablo, porque
ellos ofrecen una descripción del fenómeno de la acedia como
apercepción y dispercepción, así como de los pasos de su
proceso.
"Ciegos guías de ciegos"
No solamente los gentiles idólatras reciben el epíteto de
ciegos, también a los guías espirituales del pueblo elegido les
reprocha Jesús su ceguera: "Son ciegos que guían a ciegos. Y
si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo" (Mateo
15,14). Los discípulos - como hemos dicho - no están exentos
de incurrir en la misma insensibilidad y hacerse merecedores
del mismo juicio. A continuación del reproche a los escribas
Jesús, vuelto hacia Pedro lo amonesta: "¿También vosotros
estáis todavía sin inteligencia?" (15,16). Los discípulos tienen
que guardarse de la levadura de los escribas y fariseos, que es
la incredulidad y la hipocresía, porque les es igualmente fácil
incurrir en ellas. Por eso los ayes de Jesús, pueden tener
también algo de advertencia disuasoria para sus propios
discípulos:
"¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas! (...)
¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el
Santuario que hace sagrado el oro? (...) ¡Ciegos! ¿Qué es más
importante, la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? (...)
¡Guías ciegos que coláis el mosquito y os tragáis el camello!"
(Mateo 23,13-32; citamos los vv. 13.17.19.24).
"Esta Generación pide una Señal"
La ceguera de escribas y fariseos se pone singularmente
de manifiesto ante los signos y milagros que hace Jesús.
Dándolos por inexistentes, le piden alguna señal. Jesús
se niega a darles ninguna, excepto la que es El mismo: "Se
38
presentaron los fariseos y comenzaron a discutir con él,
pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba.
Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice:
'¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os
aseguro: No se le dará a esta generación ninguna señal'...Abrid
los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la
levadura de Herodes"
(Marcos 8,11-12.15).
A esta altura del relato evangélico de Marcos, Jesús ha
hecho innumerables curaciones y milagros.
Acaba de dar el signo de la segunda multiplicación de
los panes ante una multitud, como va a recordárselo a sus
discípulos un poco más adelante (8,19-20). Esa capacidad del
pueblo elegido para tentar a Dios, se mezcla, como una
levadura agria, con los prodigios del maná.
El salmista refiere las quejas y gemidos de Dios por esta
dureza de corazón de sus elegidos:
"Volvían una y otra vez a tentar a Dios, a exasperar al
Santo de Israel" (Salmo 77(78),41).
¿Cuál es pues la levadura (37) de la que los discípulos
deben guardarse?: es la actitud de los que piden signos en el
cielo, como resultado de su apercepción y ceguera para ver los
signos de Dios.
Los discípulos deben guardarse de esa misma actitud
agria.
No hay que pedirle a Dios que haga signos "en el cielo",
es decir visibles para nosotros y que podamos ver desde donde
nosotros estamos, sin movernos ni cambiar de posición ni de
lugar, o sea sin convertirnos. Somos nosotros, quienes
siguiendo a Jesús, tenemos que estar allí donde El hace sus
39
signos; como estaba la multitud que lo seguía en descampado y
asistió a la multiplicación de los panes. Ese es el gran signo
que han olvidado los discípulos hambrientos.
Tenemos que ser capaces de ver los signos que Dios
dio, sin que se los pidiéramos. Los que El soberanamente
quiere dar y allí donde a su divino arbitrio quiera darlos. Pero
pedírselos, es tentarlo y menospreciar los que ha dado.

Mataron a los profetas Los ayes sobre escribas y


fariseos concluyen con unas palabras de Jesús que ponen en
relación su incredulidad con la de sus antepasados: "Sois hijos
de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la
medida de vuestros padres!" (Mateo 23,31-32).

Es éste un tema de la predicación de Jesús que pone de


manifiesto otra faceta del pecado de acedia: la ceguera
hereditaria para reconocer a los mensajeros de Dios.
"Edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los
monumentos de los justos, y decís: 'Si nosotros hubiéramos
vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido
parte con ellos en la sangre de los profetas' con lo cual
atestiguáis que sois hijos de los que mataron a los profetas!
¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!
¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo vais a
escapar a la condenación de la Gehenna? Por eso, mirad: os
voy a enviar a vosotros profetas, sabios y escribas: a unos los
mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras
sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que
recaiga sobre vosotros toda la sangre de los justos derramada
sobre la tierra desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de
Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el
40
Santuario y el altar. Yo os aseguro que todo esto recaerá sobre
esta generación" (Mateo 23,30-36).
El mártir Esteban se hace eco de esta diatriba de Jesús.
Ella proviene del mismo celo caritativo por la corrección del
pueblo amado, de la misma fortaleza ante el martirio y de la
misma capacidad de perdonar que tuvo Jesús:
"¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos!
¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como fueron
vuestros padres así sois vosotros! ¿A qué profeta no
persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que
anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquél a quien
vosotros ahora habéis traicionado y asesinado, vosotros que
recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis
guardado" (Hechos 7,51-53).
"Despreciaron una Tierra envidiable" (Salmo
105(106),24)
El Salmo se refiere, con esta frase, al episodio narrado
en Números caps. 13-14 y en Deuteronomio
1,19-46. Lo comenta, y da en una pincelada su
significación espiritual, que es una acusación de acedia:
despreciar el bien. Recordemos el episodio.
El pueblo no se alegró con el bien de la Tierra
Prometida, que le pintaban Caleb y Josué, los buenos
exploradores, testigos fidedignos de la bondad de la tierra,
fieles a la verdad. El pueblo, en cambio, prefirió creer al
testimonio de los malos exploradores, testigos falsos porque
estaban enceguecidos por el miedo a los habitantes de la Tierra.
El miedo les hacía olvidar las promesas del Señor, desconfiar
de su asistencia, dudar de su amor y en consecuencia calumniar
acrimoniosamente la tierra.

41
Pero menospreciar la tierra de la Promesa, equivalía a
menospreciar al Señor que había prometido introducirlos en
ella para dársela en propiedad: "¿hasta cuándo me va a
despreciar este pueblo? ¿hasta cuándo van a desconfiar de mí,
con todas las señales que he hecho entre ellos?" (Números
13,11). "...Ninguno de los que han visto mi gloria y las
señales que he realizado en Egipto y en el desierto, que me han
puesto a prueba ya diez veces y no han escuchado mi voz, verá
la tierra que prometí con juramento a sus padres. No la verá
ninguno de los que me ha despreciado" (Números
14,22-23)
Los exploradores habían subido a explorar la tierra en
"el tiempo de las primeras uvas" (Num
13,20). Es decir el tiempo más hermoso y en el que la
fertilidad de la tierra que mana leche y miel lucía en el
esplendor de sus frutos: "una espléndida tierra, tierra de
torrentes y de fuentes, de aguas que brotan del abismo en los
valles y en las montañas, tierra de trigo y de cebada, de viñas,
higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel,
tierra donde el pan que comas no te será racionado y donde no
carecerás de nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de
cuyas montañas extraerás el bronce. Comerás hasta hartarte y
bendecirás al Señor tu Dios en esta espléndida tierra que te ha
dado" (Deuteronomio 8,7-10)
"Subieron pues, y exploraron el país, desde el desierto
de Sin hasta Rejob, a la entrada de Jamat.
Subieron por el Négueb y llegaron hasta Hebrón donde
residían los descendientes de Anaq.
Llegaron al valle de Eshkol (que significa racimo) y
cortaron allí un sarmiento con un racimo de uva que

42
trasportaron con una pértiga entre dos, y también granadas e
higos" (Números 13,20-23).
Los exploradores llevaban consigo la evidencia del
Bien de la Promesa, capaz de regocijar con su vista. Pero ellos
no los vieron.
"Tomaron en su mano los frutos del país, nos los
trajeron y nos comunicaron: 'Buena tierra es la que el Señor
nuestro Dios nos da'. Pero vosotros - les reprocha Moisés - os
negasteis a subir y os rebelasteis contra la orden del Señor
vuestro Dios. Y os pusisteis a murmurar en vuestras tiendas:
'Por el odio que nos tiene nos ha sacado el Señor de
Egipto, para entregarnos en manos de los amorreos y
destruirnos. ¿A dónde vamos a subir? Nuestros hermanos nos
han descorazonado al decir: 'es un pueblo más numeroso y más
alto que nosotros, las ciudades son grandes y sus murallas
llegan hasta el cielo. Y hasta gigantes hemos visto allí" (Deut.
1,25-28).
El pueblo estaba ciego no sólo para las obras de Dios,
sino para sus motivos: atribuía a odio las obras de amor;
confundía el plan de salvación con un plan de destrucción. Por
eso, debido a su incredulidad, raíz de acedia, se entristecía por
lo que debería alegrarse.
Moisés trató de alentarlos moviéndolos a creer en el
amor y en la asistencia de Dios: "Yo os dije:
`No os asustéis, no tengáis miedo de ellos. El Señor
vuestro Dios, que marcha delante de vosotros, combatirá por
vosotros, como visteis que lo hizo en Egipto, y en el desierto
donde has visto que el Señor tu Dios te llevaba como un
hombre lleva a su hijo, a todo lo largo de este camino que
habéis recorrido hasta llegar a este lugar. Pero ni aún así
confiasteis en el Señor vuestro Dios que era el que os precedía
en el camino y os buscaba lugar donde acampar, con el fuego
43
durante la noche para alumbrar el camino, y con la nube
durante el día" (Deut. 1,29-33).
A pesar de las muestras de amor y de asistencia divina
que el pueblo había visto - como le recordaba Moisés - se
mantenía ciego. ¿Cuál iba a ser el castigo?: "esta generación
incrédula, no verá la tierra prometida ni entrará en ella".
Su ceguera, su increduliad, su acedia, se harán
proverbiales. Los rabinos hablarán de ella como "la generación
del desierto" y la enumerarán en una misma lista con otras
generaciones impías: la generación del Diluvio y la generación
de Sodoma. Ninguna de esas generaciones, piensan los
maestros de Israel, heredarán la tierra, ni entrarán en el siglo
futuro: "El Señor oyó el rumor de vuestras palabras y en su
cólera juró así: 'Ni un solo hombre de esta generación perversa
verá la espléndida tierra que yo juré dar a vuestros padres,
excepto Caleb hijo de Yefunné'" (Deut. 1,34-36).
Jesús: Explorador y Testigo El diálogo de Jesús con
Nicodemo (Juan 3,1-21) presenta a Jesús como Explorador,
que viene a dar testimonio de la verdadera Tierra Prometida: el
Reino de Dios, que viene. El pasaje del evangelio según San
Juan está lleno de alusiones al episodio que tratan Números 13-
14 y Deuteronomio 1,19-46.
Jesús se presenta como testigo de lo invisible, sabiendo
de antemano que lo hace ante un pueblo rebelde que no ha
creído en otros testimonios acerca de lo visible: "En verdad, en
verdad te digo, nosotros hablamos de lo que sabemos y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis
nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la Tierra no creéis
¿cómo vais a creer si os digo cosas del Cielo? Nadie ha subido
al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre que
está en el Cielo" (Juan 3,11-13; ver Num 14,7-9).

44
En aquel entonces la generación incrédula no pudo ver
ni entrar en la Tierra Prometida y tuvo que venir una nueva
generación para verla y entrar en ella. Ahora, para ver el Reino
y entrar en él, es necesario nacer de nuevo, pertenecer a la
nueva generación bautismal, nacida del agua y del Espíritu
(Juan 3,3.5).
Jesús ve en la incredulidad contra la que él choca, la
prolongación de un mismo misterio. Jesús hablará de "esta
generación", no en sentido temporal cronológico, sino con el
mismo sentido acuñado por la escolástica rabínica:

"Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser


dice: ¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro:
no se dará a esta generación ninguna señal" (Marcos 8,12).
"Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta
generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se
avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con
los santos ángeles" (Marcos 8,38).
"¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con
vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros?" (Marcos
9,19).
"¿Con quién compararé a esta generación? Se parece a
los niños sentados en las plazas..." (Mateo
11,16).
"Esta generación", en boca de Jesús, se dice en el
sentido de raza; de descendencia rebelde de la serpiente
rebelde. Es la acedia hereditaria que hemos señalado antes
(38). Son los descendientes de los que quisieron apedrear a
Moisés y a los exploradores (Números 14,10; Exodo 17,4), de
los que se burlaban de Eliseo y de los que no recibieron a los

45
enviados de Dios. A ellos refiere Jesús la parábola de los
viñadores homicidas (Marcos 12,1-12).
La Acedia de Pedro ante la Cruz Por eso, cuando Pedro
se niega a recibir el testimonio de Jesús acerca del misterio de
la Cruz, se hace acreedor del nombre de Satanás, y en vez de
piedra fundamental se convierte en piedra de escándalo (Mateo
16,18), no sólo para los más pequeños (Marcos 9,42), sino para
Jesús mismo (Mateo 16,23).
También Pedro estaba ciego. Una vez curado de su mal
de acedia, el mismo Apóstol, "confirmará a sus hermanos"
(Lucas 22,31-32) y enseñará la bienaventuranza de la Cruz: "Si
sufrierais a causa de la justicia, dichosos vosotros (...) Ya que
Cristo padeció en la carne, armaos también vosotros de este
mismo pensamiento: quien padece en la carne, ha roto con el
pecado (...) No os extrañéis del fuego que ha prendido en
medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo
extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los
sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis
alborozados en la revelación de su gloria. Dichosos vosotros si
sois injuriados por el nombre de Cristo (...) si alguno tiene que
sufrir por ser cristiano, que no se avergüence, que glorifique a
Dios por llevar este nombre" (39) .
Esta es la fe de Pedro, la "piedra" fundamental de la
doctrina y de la parenesis martirial sobre el bautismo.
Pablo hablará, llorando, de los enemigos de la Cruz de
Cristo (Filipenses 3,17-19). La suya es una tristeza cristiana a
causa de la tristeza carnal. Para Pablo la gloria estará en la
Cruz de Cristo. En su perspectiva, cristiana, el horror a la
Cruz, el horror al martirio, el horror al sufrimiento por ser
cristiano, el horror a la bienaventuranza, es acedia.
Esta recorrida algo prolija por episodios y textos
bíblicos relativos a la acedia, pero muchos de ellos no referidos
46
por lo común explícitamente a ella, habrá servido - esperamos -
para familiarizar al lector con el ámbito de actitudes de espíritu
ejemplares y arquetípicas de la acedia. Servirá de orientación y
fundamento de lo que sigue.

Notas Del capítulo


11. Véanse nuestros estudios sobre el Go'el, el Dios-Pariente: Goel: Dios libera a
los suyos, en: RB 33(1971/1) Nº 139, pp. 8-12. Aspectos Bíblicos de la Teología
del Laicado. El Fiel Laico en el Horizonte de su Pertenencia. en: Laicado:
Comunión y Misión, H. Bojorge, J.A. Rovai, N.T. Auza, (Col. Teología) Ed.
Paulinas, Bs. As. [24 Nov.] 1989; (14x21cms; 228 págs); pp. 7-111. [Trabajo
presentado en la VIII Semana Nacional de Teología, de la Sociedad Argentina de
Teología, La Falda, Córdoba 1-4 Ag. 1988. Se publicó en Stromata en dos partes:
1988-1989] ver especialmente las pp. 50ss. Un trabajo más extenso sobre Goel: el
Dios Pariente en la Cultura bíblica está en prensa en la revista Stromata de 1998.
12. Cf. Santo Tomás, Summa Theol., 1-2, q.23, art.1
13. Dr. Alberto Sanguinetti Pbro. en su comentario a nuestro libro en Soleriana
(Montevideo), 22 (1997/1) Nº 7, p. 197-198.
14. Summa Theol. 2-2, q. 35, art. 1, c.
15. Francisco Fernéndez Carvajal, La Tibieza, Ed. Palabra, Madrid 19788
16. B. HONINGS. Art.: Acedia, en: Dicc. de Espiritualidad (Dir. Ermanno
ANCILLI) T.I, Col. 26.
17. A la semiología o descripción de los signos o síntomas de la acedia,
dedicaremos el capítulo cuarto; y a su etiología o investigación de sus causas, el
capítulo séptimo.
18. "La caridad es una amistad del hombre con Dios", Summa Theol. 2a. 2ae.
Q.23 Art.1, c
19. Aprecio, viene de precio, como caridad viene de caro. El amigo vale mucho
para uno. Y eso se expresa a veces con un don costoso.
20. Volveremos sobre esa ley, que formuló acertadamente San Ignacio de Loyola,
cuando tratemos del discernimiento ignaciano y la acedia (Ver 6.).
21. A la que aluden textos bíblicos como el Salmo l25(126),5-6.
22. En 2.10., Mataron a los Profetas.
23. Jeremías 29,18-19; ver 15,4-5; 18,16; 19,8
24. Salmo 43(44),14-15; 78(79),4; 79(80),7
47
25. Véase 3. y 4.10.
26. Gálatas 5,l7; Ver 7.2.
27. Mateo 22,1-14; ver 8,11-12; Lucas 14,16-24
28. Ver 2.3.
29. Filipenses 2,2.5.

30. Véase Daniel RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, BAC Madrid 1950, pp.
179ss. Ruiz Bueno traduce los términos griegos "zélos" y "fthonon", y a veces
"baskanía", indistintamente por "emulación", "celo" o "envidia", pero es claro que se
trata de casos de acedia. El texto citado a continuación está en O.c. p. 181.
31. Ad Corintios IV,7-13
32. El Bien que no ve el tamarisco en el desierto, es la lluvia. En el plano espiritual,
la lluvia significa las obras, los dones y la gracia de Dios, y particularmente los
bienes mesiánicos. El Padre de Jesús hace salir el sol, y hace llover sobre buenos y
malos (Mateo 5,45). Se trata del Rocío de lo Alto y del Sol de Justicia, nombres del
Mesías y de la Salvación mesiánica que él trae y ofrece indistintamente a todos los
hombres. Zacarías canta en el Benedictus: "Nos visitará el sol que nace de lo alto"
(Lucas 2,78).
33. Véase también Mateo 23,13; Lucas 7,31-35
34. Jeremías 24,7; 31,31-34; 32,39; Ezequiel 36,26-27; Salmo 50(51),12; ver
Jeremías 4,4; Oseas
2,22
35. Marcos 8,14-21; ver Mateo 15,16
36. Romanos 1,18-23; ver Salmo 105(106),20; Exodo 32
37. Por agria, la levadura vieja, no renovada en la Pascua como estaba prescrito, nos
habla de la acedia.

38. Véase: Mataron a los Profetas


39. 1ª Pedro 3,13; 4,1.12-14.16

48
3.) ACEDIA Y MARTIRIO

A partir de esta fe, se elabora la espiritualidad martirial


de los primeros siglos de la Iglesia, en la cual la acedia aparece
en un triple aspecto: 1) la causa del martirio es acedia en el
perseguidor; 2) el miedo al martirio es acedia en el cristiano
que lo teme; 3) el Demonio, por acedia, inspira y mueve a los
perseguidores; procura de todos modos corromper el juicio y
sentir de los mártires, hacerlos apostatar mediante los
tormentos y el temor a la muerte. Y, cuando no lo logra, trata
de impedir o postergar su martirio, para evitar su victoria.
3.1.) Acedia de los Perseguidores Veamos en primer
lugar algunos ejemplos de la acedia de los perseguidores,
quienes por dispercepción persiguen a los buenos como si
fueran malos.
A esa acedia o envidia, cuando es de parte del pueblo
elegido, las fuentes cristianas le dan el nombre de "celo". En el
Nuevo Testamento y en la literatura cristiana primitiva - como
por ejemplo la carta de San Clemente - tanto Jesús como sus
discípulos han sido perseguidos por los judíos "dia zelon": por
acedia (40).
Pilatos sabía que le habían entregado a Jesús "por
acedia" (41). San Justino se hace eco de esa convicción de la
Escritura y de la Tradición cristianas en el siguiente pasaje: "En
los libros de los profetas, hallamos anunciado de antemano,
que Jesús, nuestro Mesías, había de venir (...) había de ser
envidiado (= fthonouménon), no reconocido y crucificado"
(42) .
Los judíos "se llenan de acedia" viendo la multitud que
escucha a Pablo (Hechos 13,45). También "llenos de acedia"

49
se le oponen en Tesalónica y promueven una persecución
violenta (Hechos 17,5).
Pablo dirá en otro lugar que hay quienes predican a
Cristo "por acedia" y por afán de afligirlo y de oponérsele (43).
San Clemente romano, en su Carta a los Corintios, al
hacer su diagnóstico pastoral acerca de las causas de la división
de la iglesia en Corinto, afirma que se trata del mismo mal de
acedia a causa del cual fueron perseguidos Pedro, Pablo y, tras
sus huellas, innumerables cristianos:
"Por emulación y envidia (44) fueron perseguidos los
que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia y
sostuvieron combate hasta la muerte. Pongamos ante nuestros
ojos a los santos Apóstoles. A Pedro, quien por inicua
emulación, hubo de soportar no uno ni dos, sino muchos más
trabajos. Y después de dar así su testimonio, marchó al lugar
de la gloria que le era debido. Por la envidia y rivalidad mostró
Pablo el galardón de la paciencia. Por seis veces fue cargado
de cadenas; fue desterrado y apedreado; hecho heraldo de
Cristo en Oriente y Occidente, alcanzó la noble fama de su fe;
y después de haber enseñado a todo el mundo la justicia y de
haber llegado hasta el límite del Occidente y dado su
testimonio ante los príncipes, salió así de este mundo y marchó
al lugar santo, dejándonos el más alto dechado de paciencia.
"A estos hombres que llevaron una conducta de
santidad vino a agregarse una gran muchedumbre de escogidos,
los cuales, después de sufrir por envidia muchos ultrajes y
tormentos, se convirtieron entre nosotros en el más hermoso
ejemplo. Por envidia fueron perseguidas mujeres, nuevas
Danaidas y Circes, las cuales, después de sufrir tormentos
crueles y sacrílegos, se lanzaron a la firme carrera de la fe, y
ellas, débiles de cuerpo recibieron generoso galardón" (45) .

50
El judaísmo se opuso a los cristianos por intereses
religiosos y alegando motivos religiosos. Las primeras
resistencias que levantó en ambiente pagano tuvieron, en
cambio, motivos económicos.
Un arquetipo de esta acedia pagana por motivos
económicos es el episodio de los porquerizos de Gerasa
(Marcos 5,14-17). En Filipos los amos de la muchacha esclava
que les producía mucho dinero, alborotan la ciudad para
expulsar a Pablo, porque éste la había exorcizado y les había
arruinado su negocio (Hechos 16,16-24). La revuelta de los
orfebres en Éfeso se debe a que el cristianismo amenazaba la
venta de idolillos y los negocios dependientes del templo de
Artemisa. (Hechos 19,23-40).
Sólo más tarde, a partir de Nerón, la persecución a los
cristianos tuvo motivaciones político-
culturales bajo pretextos jurídicos. Pero siempre
subsiste el componente económico. Plinio el Joven, hacia el
año 112, escribe a Trajano:
"El contagio de esta superstición ha invadido no sólo las
ciudades sino también los campos; mas al parecer aún puede
detenerse y remediarse. Lo cierto es que como puede
fácilmente comprobarse, los templos, antes ya casi desolados,
han empezado a frecuentarse, y las solemnidades sagradas, por
largo tiempo interrumpidas, nuevamente se celebran, y que, en
fin, las carnes de las víctimas, para las que no se hallaba antes
sino un rarísimo comprador, tienen ahora excelente mercado"
(46) .
De parte de los paganos y de las autoridades imperiales,
la acedia se manifiesta ante la constancia de los mártires en la
profesión de su fe, la cual ellos confunden con rebeldía y
contumacia.

51
Así por ejemplo Plinio el Joven, no ve en la constancia
de aquellos cristianos ante su tribunal sino una pertinacia
inflexible, una rigidez, que debe ser castigada (47).
Cuando prenden al anciano obispo Policarpo, unos
paganos lo suben primero lisonjeramente a un carruaje, pero
ante su negativa a apostatar lo arrojan del carruaje en marcha y
lo arrastran al juez (48).
El emperador Marco Aurelio también juzga duramente
la firmeza de los mártires. Para él es pura obstinación, afán de
contradecir y de oponerse, alarde de teatralidad. Bajo su
gobierno, fueron torturados los mártires de Lyon, las actas de
cuyo martirio recoge Eusebio de Cesarea en su Historia
Eclesiástica. La pasión de estos mártires es un ejemplo de
cómo su constancia exasperaba a sus torturadores porque no
podían comprenderla y en vez de conmoverlos los impulsaba a
extremar las crueldades:
"Maturo y Santo, como si nada hubieran sufrido antes,
tuvieron que pasar otra vez en el anfiteatro por toda la escala de
torturas; o por mejor decir, como habían ya vencido a su
adversario en una serie de combates parciales, libraban ahora el
último sobre la corona misma. Restallaron pues, otra vez los
látigos sobre sus espaldas, tal como allí se acostumbra , fueron
arrastrados por las fieras, y sufrieron, en fin, cuanto una plebe
enfurecida ordenaba con su gritería, resonante de unas y otras
graderías. El último tormento fue el de la silla de hierro al
rojo, sobre la que dejaron carbonizarse sus cuerpos hasta llegar
a los espectadores el olor a carne quemada. Mas ni así se
calmaban, antes bien se ponían más frenéticos, empeñados en
vencer la paciencia de aquéllos. Mas ni con toda su rabia y
empeño lograron oír de labios de Santo otra palabra que la que
estuvo repitiendo desde que empezó a confesar su fe. Así,
pues, estos dos, como aún seguían con vida para mucho rato no
obstante el magno combate sostenido, fueron finalmente
52
degollados, hechos aquel día espectáculo para el mundo,
supliendo ellos solos todo el variado y extenso programa de
espectáculos que solían dar los gladiadores."
El tormento - como se ve - no tenía lugar privadamente,
en el cadalso de una cárcel, de una guarnición o de un tribunal,
sino en el estadio o anfiteatro, delante de la multitud. Prueba
de hasta qué punto se sentía la contumacia de los cristianos
como un desafío, y la lucha por doblegarla como un grandioso
y excitante espectáculo circense. El circo dio notoriedad
pública a la conducta cristiana. Fue un cruel género de
propaganda, pero propaganda al fin - como lo demostró la
historia- para la fe cristiana.
La acedia de los torturadores está clara: ceguera para el
bien y furia como si fuera un mal:
"Unos bramaban y rechinaban los dientes contra los
cadáveres, buscando tomar de ellos no sabemos qué otra
venganza peor; otros se reían y hacían chacota, al mismo
tiempo que exaltaban el poder de sus ídolos, atribuyéndoles el
castigo infligido a los cristianos. Otros, por fin, más
moderados y mostrando al parecer cierta compasión, nos
dirigían el mayor sarcasmo diciendo:
'¿Dónde está el Dios de esta gente y de qué les ha valido
una religión por la que no han vacilado en sufrir la muerte?'"
(49) .
El martirio se convertía así en una especie de sangrienta
competición deportiva entre la mansedumbre de los cristianos y
la violencia y crueldad de los que se empeñaban en doblegar su
fidelidad y hacerlos apostatar: el juez, los verdugos, la multitud
impía. Todos los tormentos imaginables se empleaban para
doblegarlos.

53
En Lyon la acedia, convertida en odio se extendió a las
santas costumbres cristianas y a los contenidos de la fe. Tanto
para evitar que los cristianos pudieran recoger amorosamente
los cuerpos de sus mártires, como para oponerse a la
resurrección en la que los mártires creían y por la cual eran
capaces de sufrir la muerte, los perseguidores quemaron a sus
víctimas y arrojaron sus cenizas al río, pensando en su ingenuo
materialismo que con eso aniquilaban la esperanza cristiana:
"Así pues, los cuerpos de los mártires, sometidos a todo
género de ultrajes (dejados insepultos, arrojados a los perros)
permanecieron seis días a cielo raso, y luego, quemados y
reducidos a cenizas fueron arrojadas éstas en un montón al río
Ródano, que corre allí cerca, con la deliberada intención de que
no quedara rastro de ellos sobre la tierra: 'que no les quede,
decían los paganos, ni esperanza de resucitar, pues fundados en
esa esperanza tratan de introducir entre nosotros una religión
extranjera y nueva y desprecian los tormentos, dispuestos a
morir y aún a morir alegremente. Vamos a ver ahora si
resucitan y si su Dios puede socorrerlos y sacarlos de nuestras
manos'."
Este trágico malentendido de los incrédulos ante los
creyentes recuerda el conciliábulo de los impíos en el libro de
la Sabiduría: "Sometámosle al ultraje y al tormento para
conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una
muerte afrentosa, pues según él, Dios le visitará" (Sab.2,20).
Burla a los mártires La acedia de los perseguidores no
se manifestaba solamente como crueldad y odio. A la
violencia se sumaba, y se mezclaba con ella, la burla y el
menosprecio. Es famoso el graffitto romano del Palatino, del
siglo III, que representa a un hombre adorando a un crucificado
con cabeza de burro y la leyenda explicativa: "Alexamenos
adora a su Dios". Teófilo de Antioquía escribe: "En cuanto a
reírte de mí, llamándome cristiano, no sabes lo que dices (...)
54
nosotros nos llamamos cristianos [es decir: "ungidos"] porque
nos ungimos con el perfume de Dios" (50).
Los compañeros del judío Trifón se ríen una y otra vez
de los argumentos de Justino: "Soltaron entonces nuevamente
la carcajada los compañeros de Trifón, y se pusieron a gritar
descortesmente." Justino, dignamente, amenaza con irse,
interrumpiendo el diálogo, pero cede a las instancias de Trifón:
"Con tal de que no se alboroten tus compañeros, y no se
conduzcan tan descortesmente. Si quieren, que escuchen en
silencio" (51).
Uno de los motivos del menosprecio hacia los
cristianos, como es sabido, eran las calumnias que corrían
acerca de ellos entre los paganos. Esas calumnias tenían su
origen en malinterpretaciones de los sacramentos y costumbres
cristianas. El misterio de la Eucaristía - por ejemplo - dio lugar
a la acusación de antropofagia. La costumbre de llamarse
hermanos, a la acusación de incesto.
Justino interpela al judío Trifón y a sus compañeros,
preguntándoles si también ellos creen de los cristianos lo
mismo que los paganos: "¿Hay alguna cosa más que nos
reprochéis, amigos, o sólo se trata de que no vivimos conforme
a vuestra ley, ni circuncidamos nuestra carne, como vuestros
antepasados, ni guardamos los sábados como vosotros? ¿O es
que también nuestra vida y nuestra moral es objeto de
calumnias entre vosotros? Quiero decir, si es que también
vosotros creéis que nos comemos a los hombres, y que,
después del banquete, apagadas las luces, nos revolcamos en
ilícitas uniones" (52).
El texto de Justino reviste especial interés porque
resume los motivos de la acedia anticristiana entre judíos y
paganos. Calumnias de este tipo motivaban y justificaban el
odio público y las crueldades populares contra los cristianos, a
quienes, desde el rescripto neroniano, se los acusaba del crimen
55
de "odium generis humani". Algo así como de "enemigos del
hombre".
Justino, como vimos, argumenta afirmando que los
cristianos son ungidos y por eso perfumados con un perfume
divino. Por esta unción con el óleo de Cristo, San Pablo les
llama a los cristianos "buen olor de Cristo". San Agustín alega
esta expresión paulina cuando comenta el combate de los
mártires. Pero nos interesa destacar aquí en qué sentido lo
hace: mostrando cómo ese aroma de la virtud cristiana pone en
evidencia la acedia de los perseguidores: "Somos buen olor de
Cristo en todo lugar (...) siempre somos buen aroma; para unos
olor de vida para la vida, y para otros, olor de muerte para la
muerte. Este perfume da vigor a los que aman y mata a los que
no ven (53). En efecto, si los santos no resplandeciesen, no
aparecería la envidia de los impíos. El olor de los santos
comenzó a sufrir persecución; pero, al igual que los frascos de
perfume, cuanto más los rompían, tanto más se difundía su
aroma" (54).
La Acedia de Herodes Bien puede considerarse la
acedia de Herodes como un ejemplo arquetípico de acedia
persecutoria (Mateo 2,1-18). En el relato de Mateo no se nos
dice explícitamente que Herodes quería matar al niño Mesías
por considerarlo su rival. Era innecesario decirlo por obvio.
Herodes es, pues, un arquetipo evangélico de las
motivaciones de la envidia anticristiana en el corazón de los
poderosos de este mundo,los cuales tiesnen su gloria en el
poder, el honor y el dinero. Ven la gloria del Mesías como una
amenaza para su propia gloria. Herodes en vez de alegrarse
con la llegada del Deseado de los justos de Israel: "se turbó"
(2,3) y luego, al verse burlado por los Magos "se enfureció
terriblemente y mandó matar a todos los niños de Belén y de
toda su comarca, de dos años para abajo" (2,16).

56
A lo largo de su historia, la Iglesia volverá una y otra
vez a tener que enfrentar el recelo y la emulación de los
poderosos de este mundo: de los emperadores romanos, de los
reyes absolutistas, de los estados ilustrados, racionalistas,
liberales, totalitarios (55).
3.2.) Acedia de los Perseguidos Padecen también acedia
los cristianos que no aceptan el martirio - ya sea para sí, ya sea
para otros -
y "se avergüenzan" de la Cruz de Cristo, del combate de
los mártires, o de los sufrimientos que ellos mismos han de
abrazar para ser verdaderos discípulos y alcanzar la vida eterna.
La literatura cristiana confortatoria comienza ya con las
enseñanzas de Jesús mismo (56). Los Santos Padres, Ignacio
de Antioquía, Justino, Orígenes, Tertuliano, San Cipriano, y
otros escritores eclesiásticos como Prudencio, han dejado
escritos con enseñanzas sobre el martirio.
Aunque la perspectiva del martirio siempre es temible,
y la pastoral del martirio puedan hacerla competentemente sólo
los que tienen pasta para padecerlo, la doctrina es clara y
aceptada en la Iglesia. Y no necesitamos demostrar que el
temor al martirio sólo pueda provenir de nuestra ceguera y
acedia (57).
A este propósito pueden traerse aquí las palabras del
mártir Ignacio de Antioquía cuando ruega a los romanos que no
traten de intervenir para impedir su martirio. Ignacio califica
esa mal entendida piedad como un acto de acedia:
"Perdonadme: yo sé lo que me conviene. Ahora
empiezo a ser discípulo. Que ninguna cosa, visible ni invisible,
se me oponga por acedia, a que yo alcance a Jesucristo. Fuego
y cruz, y manadas de fieras, quebrantamientos de mis huesos,
descoyuntamientos de miembros, trituraciones de todo mi
cuerpo, tormentos atroces del diablo, vengan sobre mí, a
57
condición sólo de que yo alcance a Jesucristo. De nada me
aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este
siglo. Para mí es mejor morir en Jesucristo que ser rey hasta
los términos de la tierra (...) Perdonadme hermanos: no me
impidáis vivir; no os empeñéis en que yo muera; no entreguéis
al mundo a quien no anhela sino ser de Dios; no me tratéis de
engañar con lo terreno. Dejadme contemplar la luz pura.
Llegado allí, seré de verdad hombre. Permitidme ser imitador
de la pasión de mi Dios. Si alguno lo tiene dentro de sí, que
comprenda lo que yo quiero y, si sabe lo que a mí me apremia,
que tenga lástima de mí" (58).
El mártir considera el martirio contra toda apariencia
humana:
"Estar cerca de la espada es estar cerca de Dios, y
encontrarse en medio de las fieras es encontrarse en medio de
Dios. Lo único que hace falta es que ello sea en nombre de
Jesucristo" (59) .
Y eso no es fácil. Ignacio confiesa que debe luchar -
valga la redundancia - contra la acedia que lo asedia:
"En realidad, altos son mis pensamientos en Dios; pero
he tenido que moderarme a mí mismo, para no perecer por
vanagloria. Porque ahora tengo mayores motivos de temer y
necesito no prestar atención a los que me engrandecen. A la
verdad los que me alaban es como si me azotasen. Cierto que
deseo sufrir el martirio; pero no sé si soy digno de ello. Porque
mi acedia (=zélos) no la ven los demás, pero tanto más me
combate a mí. Necesito pues de la mansedumbre en la cual se
desbarata al príncipe de este mundo" (60).
La única explicación de que alguien pueda buscar el
martirio como Ignacio, a pesar de la tentación de acedia, es que
una fe muy grande y un amor apasionado por Jesucristo
determinan su manera de ver y de pensar, imponiéndose sobre
58
la óptica contraria: "Trigo soy de Dios, y por los dientes de las
fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio
pan de Cristo (...) Si lograre sufrir el martirio, quedaré liberto
de Jesucristo y resucitaré libre en El. Y ahora es cuando
aprendo, encadenado como estoy, a no tener deseo alguno"
(61) .
La doctrina tradicional sobre el martirio, no es
invención de teólogos teorizantes, ni pastores edificantes o
rigoristas. Fue formulada por los mismos mártires y abonada
por el testimonio de su vida y muerte.
Y bien, esa doctrina es terminante. San Ignacio de
Antioquía la enseña: cuando el mártir desea sufrir su martirio,
empeñarse en impedírselo es acedia, y equivale a hacerle el
juego al diablo. Las Actas de los Mártires abundan en
ejemplos que abonan lo dicho.
3.3.) Acedia del Demonio El Príncipe de este mundo es
el tercer personaje que interviene en el martirio. En realidad es
él el principal antagonista de los mártires. Es él el que inspira
y azuza a los perseguidores. Él, el que pretende "corromper el
pensamiento y el sentir" del cristiano; y el que, cuando no ha
logrado hacer apostatar al cristiano, previendo el triunfo del
mártir, trata de impedir o de postergar la hora del martirio (62).
El poeta cristiano Aurelio Prudencio se hace eco en sus
obras de la doctrina común en la Iglesia de los primeros siglos
acerca de la envidia del demonio y de su rol en las
persecuciones. Para Prudencio, la historia de la salvación, no
sólo en las situaciones de martirio sino también en las luchas
de la vida ordinaria del cristiano, es una serie de
confrontaciones entre la envidia destructiva del demonio y la
gracia salvadora de Dios.

59
En su obra Peristéfanon (63) el combate de los mártires
reactualiza la victoria que alcanzó Cristo, mediante su pasión y
resurrección, sobre la envidia del demonio.
Los diversos martirios que Prudencio celebra en los
himnos del Peristéfanon, son modelos que el poeta destaca para
inspirar y animar a los cristianos del común, que están
empeñados en el combate de la vida cristiana: modelos que han
de inspirarlos para vivir una vida virtuosa, ennoblecida, digna
de redimidos que rechazan las tentaciones.
En Peristéfanon 13, Cipriano aparece deseando el
martirio, que le abriría las puertas del Paraíso, y manifiesta su
temor de que la envidia de Satanás disuada al juez y le arrebate
la gloria. Prudencio usa una expresión tradicional en la Iglesia
de su época, para referirse a la envidia de Satanás: la envidia
del tirano, o la envidia tiránica. Para Prudencio y para la
Iglesia de su época, el demonio era el más cruel y osado de los
tiranos. En su obra Hamartigenia, en la que trata del origen del
pecado, Prudencio presenta la caída original como una
revolución de Satanás contra la legítima autoridad divina.
Induciendo a Adán a pecar, el Enemigo usurpó el poder de
Dios sobre el hombre y el poder del hombre sobre la creación,
e instaló su tiranía. En cuanto las autoridades romanas
oprimían y perseguían injustamente al pueblo de Dios,
actuaban como tiranos, inspirados por la envidia del Tirano.
Comentando el martirio de San Cipriano, San Agustín
afirma que el demonio hablaba por la boca del juez sin que éste
comprendiera lo que estaba diciendo. En efecto, el juez trataba
de impedir la muerte de Cipriano, con lo que impedía su
coronación (64).
En atención a los fieles a los que quiere confortar y
edificar, Prudencio presenta a Cipriano como ejemplo de
fidelidad a las promesas del bautismo y de firmeza en no
volverse atrás hacia la vida supersticiosa y pecadora de su
60
pasado pagano. La envidia tiránica, cobrando forma de
clemencia acediosa, pretende precisamente eso, hacerlo volver
atrás. Pero Cipriano quiere dar ejemplo de fortaleza a toda su
grey y Jesús le concede la gracia de convertirse en un
conductor de mártires (dux cruoris); en un maestro de la
espiritualidad martirial, creíble y autorizado porque practicó lo
que predicaba.
Era ésta una segunda motivación que tenía la envidia de
Satanás para postergar y eludir su martirio.
El martirio de Cipriano no sólo le abría al mismo obispo
las puertas del cielo, sino que dejaba un ejemplo influyente y
un modelo de conducta virtuosa para las generaciones
venideras de creyentes.
Siguiendo el ejemplo de Cipriano, muchos cristianos
comunes vencerían las tentaciones de la carne con las que el
tirano envidioso trata de encadenarlos a este mundo efímero.
En Peristéfanon 7, Prudencio, a raíz del martirio del
obispo Quirinio, subraya que el martirio es una gracia que hay
que implorar a Dios, pues el demonio trata de impedirla cuando
ve al mártir decidido a morir.
Prudencio expone esta doctrina no sólo en atención a
las situaciones de martirio, sino en atención a la lucha de los
fieles en su vida ordinaria, mostrándoles que tanto el martirio
como los heroísmos que exige la vida cristiana, han de
comprenderse enmarcándolos en el vasto contexto de la
historia bíblica de la salvación, en cuyo origen está la envidia
satánica, la cual sigue operando en sus tentaciones.
Otro autor en el que encontramos testimoniada la acedia
del demonio como protagonista de la persecución y el martirio
es San Justino. Este les reprocha a los paganos el injusto trato
que infieren a los cristianos y lo atribuye a instigación de los
demonios, en estos términos: "nosotros hacemos profesión de
61
no cometer injusticia alguna y de no admitir opiniones impías,
pero vosotros no lo tenéis en cuenta, y movidos de irracional
pasión y azuzados por perversos demonios, nos castigáis sin
proceso alguno y sin sentir por ello remordimiento" (65) .
En el Acta del martirio de Policarpo leemos que es el
diablo quien instigaba a los que "sentados a su lado, con
taimado e insistente discurso, trataban de arrancarle alguna
palabra sacrílega, y así le decían: '¿Qué mal hay en decir:
¡Señor César! y sacrificar?' Y todo lo demás que por
instigación del diablo se suele en estos casos sugerir" (66) .
En el martirio de Perpetua y Felicidad leemos: "contra
estas mujeres preparó el diablo una vaca bravísima, comprada
expresamente contra la costumbre".
En las visiones que tiene Perpetua en la prisión, se ve a
sí misma en lucha contra el demonio, que se le muestra en
forma de dragón (67) o en forma de un gladiador egipcio, al
que ella vence, transformada en gladiador varón y asistida por
un misterioso "lanista" o entrenador de gladiadores que parece
ser Cristo: "Le tomé la cabeza y cayó de bruces, entonces le
pisé la cabeza. El pueblo prorrumpió en vítores y mis
partidarios entonaron un himno. Yo me acerqué al lanista y
recibí el ramo de premio. El me besó y me dijo: Hija, la paz
sea contigo. Y me dirigí radiante hacia la puerta Sanavivaria o
de los vivos, y en aquel momento me desperté. Entendí
entonces que mi combate no había de ser tanto contra las fieras,
cuanto contra el diablo; pero estaba segura que la victoria
estaba de mi parte" (68) .
Perpetua superó también otras pruebas del Maligno: las
de los afectos del corazón humano. Pruebas estas mucho más
crueles y dolorosas, y por las que podía agigantarse, para un
corazón femenino, la tentación de entristecerse por su martirio:
desprenderse de su hijo de pecho, desoír las súplicas
desgarradoras de su padre, permaneciendo inflexible ante sus
62
clamores desesperados. Perpetua era la hija predilecta de su
padre. Este era un cristiano débil que no comprendía ni quería
saber nada de martirio y a quien la persecución, arrebatándole
con el mismo zarpazo a la esposa y los hijos, iba a dejar solo y
desesperado. Como dice Perpetua dolorida y pensativamente:
"era el único que no iba a alegrarse". Pero ella cargaba sobre sí
también ese dolor de su progenitor, y el que le producía la
imposibilidad de ceder para consolarlo; pasando así por
insensible, desamorada o despiadada, ante el autor de sus días.
No poder doblegarse a esos ruegos fue quizás mucho más duro
para Perpetua que desoír las amenazas y superar los tormentos
de los enemigos (69).
La muerte por la espada le llegó a Perpetua cuando ya
había mortificado y ofrecido a Cristo el sacrificio de sus
mayores afectos, a Quien, puesta a prueba por el Demonio,
había demostrado amar más que a los suyos; más que a su
esposo, que a su padre y a su hijo.
Es clarísimo, pues, para los mártires, que la lucha, su
lucha, no es "contra hombres" (Efesios 6,12); sino contra las
potestades demoníacas. O como prefiere llamarlas Ignacio de
Antioquía: el príncipe de este mundo.
El martirio se prorroga a menudo, por obra del
demonio, porque éste teme su derrota. Por eso, es el mártir
mismo el que, lejos de huirla, sale al encuentro de la muerte
como a una victoria.
La mártir Felicitas, ruega para que se adelante el parto
de su hijo y poder así obviar el impedimento legal que no le
permite participar en el martirio con su amiga Perpetua y sus
demás compañeros (70). El Señor atiende sus oraciones y se
sirve adelantar su parto al octavo mes.
De Perpetua, leemos que: "ella misma llevó a la propia
garganta la diestra vacilante del gladiador novato. Tal vez
63
mujer tan grandiosa no hubiera podido ser muerta de otro
modo, como quien era temida del espíritu inmundo, si ella
misma no lo hubiera querido" (71) . A esa altura del martirio,
la muerte de la santa era una derrota para el enemigo. Y lo fue
la decisión de Perpetua de aceptarla tan animosa y
decididamente.
Ya vimos cómo Ignacio de Antioquía previene a los
fieles de Roma para que no impidan su martirio convirtiéndose
en aliados del demonio que se lo quiere impedir, ya sea
haciendo que lo rechace por acedia, ya sea que acepte ser
sustraído por los buenos oficios de otros, ya sea evitando que
las fieras lo despedacen o postergándolo de cualquier otro
modo:
"El príncipe de este mundo está decidido a arrebatarme
y corromper mi pensamiento y mi sentir, dirigido todo a Dios.
¡Que nadie pues, de los aquí presentes le vaya a ayudar; poneos
más bien de mi parte, es decir de parte de Dios. No tengáis a
Jesucristo en la boca y luego codiciéis el mundo.
Que no more entre vosotros ninguna clase de envidia
[=baskanía]" (72) .
También es el mismo demonio quien impide que se
recojan las reliquias del mártir para honrarlas con amor: "El
diablo, que siempre es enemigo de los justos, como viera la
fuerza del martirio y la grandeza de la pasión, su vida entera
irreprensible y el mérito aún mayor de su muerte, excogitó el
modo para que no pudieran retirar los nuestros el cuerpo del
mártir, por más que había muchos que deseaban tener parte en
sus santos despojos" (73) .

64
Notas del capítulo
40. Los nombres que se le dan en griego a la acedia son: zelos, fthonon, y
algunas veces baskanía
41. Mateo 27,18; Marcos 15,10; ver Juan 11,47-48
42. San Justino, Apología 1ª, 31,7, en: Daniel RUIZ BUENO, Padres
Apologistas Griegos (S.II), BAC, Madrid l954, cita en pág. 215.
43. "Es cierto que algunos predican a Cristo por envidia y rivalidad; mas
hay también otros que lo hacen con buena intención; éstos por amor, conscientes de
que yo estoy puesto para defender el Evangelio; aquéllos, por rivalidad, no con puras
intenciones, creyendo aumentar la tribulación de mis cadenas. Pero ¿y qué? Al fin
y al cabo, hipócrita o sinceramente Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá
alegrándome" (Filipenses 1,15-19).
44. En griego = dia zelon kai fthonon.
45. San Clemente, a los Corintios V,2-VI,2.
46. Plinio, Epistulae L. X,96
47. "Si confesaban ser cristianos los volvía a interrogar segunda y tercera
vez con amenaza de suplicios. A los que persistían, los mandé ejecutar. Pues fuera
lo que fuere lo que confesaban, lo que no ofrecía duda es que su pertinacia y
obstinación inflexible tenía que ser castigada" (O. y L. cit.)
48. Martirio de San Policarpo VIII, en: Actas de los Mártires, (ed. Daniel
RUIZ BUENO, BAC Madrid 1950) p. 270-271
49. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica V,1,60. Véase Daniel RUIZ
BUENO, Actas de los Mártires p.152.
50. El contexto de la cita merece reproducirse íntegro como ejemplo de
cómo se respondía a la burla como persecución: "En cuanto a reírte de mí,
llamándome cristiano, no sabes lo que dices. En primer lugar, porque, siendo
cristiano lo mismo que ungido, lo ungido es agradable y provechoso, y en modo
alguno digno de risa. Porque ¿qué nave puede ser provechosa y salvarse si no se la
unge primero? ¿Qué casa o qué torre es de bella forma o provechosa, si no se la
unge? ¿Qué hombre al entrar en el mundo o al ir al combate no se unge con aceite?
¿Qué obra o qué ornato puede tener bella apariencia, si no se la unge y abrillanta?
En fin, el aire y toda la tierra bajo el cielo está en cierto modo ungida por la luz y el
viento. ¿Y tú no quieres ser ungido por el óleo de Dios? Pues nosotros nos
llamamos cristianos porque nos ungimos con el óleo de Dios" Los tres Libros a
Autólico, L.1º, 12; en: Daniel RUIZ BUENO, Padres Apologistas Griegos (S.II), p.
779.
51. Diálogo con Trifón, 9,2; Padres Apologistas griegos, Ed. cit. p.316
52. Diálogo con Trifón, 10,1; Edic. cit. p. 317.
65
53. Como ya hemos notado, pero conviene insistir, de la palabra latina
"invidentes" usada aquí por San Agustín, derivan el latino "invidia" y el castellano
"envidia".
54. "Odor iste vegetat diligentes, necat invidentes. Si enim non esset
claritudo sanctorum, invidia non surgeret impiorum (...) quanto amplius
frangebantur, tanto amplius odor diffundebatur" S.
Agustín, Sermón 273, El Culto a los Mártires, Martirio de Fructuoso,
Augurio y Eulogio (O.C. Ed.
BAC T. XXV p.7-8). S. Agustín aplica 2 Corintios 2,14-16.
55. Ver 4.4. y 4.11
56. Ya nos hemos referido antes a la expresión avergonzarse como
término técnico de la parenesis martirial: Marcos 8,38; ver Mateo 10,33; 2 Timoteo
1,7-8.12-13; Hebreos 10,32-39. En el Discurso de despedida en la Ultima Cena,
Jesús conforta a sus discípulos y los prepara para padecer: "en el mundo tendréis
tribulación, pero: ¡ánimo! yo he vencido al mundo" (Juan l6,33).
57. Tomás Moro, para confortarse a sí mismo mientras aguardaba y se
preparaba al martirio en la Torre de Londres, escribió su: Diálogo de la Fortaleza
con la Tribulación, por el que merecería ser más famoso que por su Utopía. La tesis
central de este clásico de la literatura del sufrimiento, a todas luces disonante para
los oídos de nuestra acedia, es que las tribulaciones son tan necesarias para la
salvación que sin ellas es imposible salvarse.
58. Ad Romanos 5,3-6,3.
59. Ad Trallanos IV,2.
60. Ad Trallanos IV, 1-2.
61. Ad Romanos 4,1.3
62. Véase John PETRUCCIONE The Persecutor's Envy and the Martyr's
Death in Peristephanon 13 and 7. en: Sacris Erudiri 32,2 (1991) pp. 69-93. Este
artículo nos inspiró para este numeral y lo utilizamos ampliamente.
63. Peristéfanon, quiere decir en griego, literalmente: "Acerca de la
Corona", es decir, la corona del martirio considerada como corona del triunfador.
64. S. Agustín, Sermón 309,5 (PL 38,1412).
65. San Justino, Apología 1ª, 5,1; en: Daniel RUIZ BUENO, Padres
Apologistas Griegos(S.II), BAC, Madrid 1954, cita en p. 186.
66. O.c. VIII.
67. Comenta San Agustín: "Pisado fue, pues, el dragón con pie casto y
planta vencedora, cuando apareció aquella empinada escalera, por la que la
bienaventurada Perpetua había de llegar a Dios"
66
(Sermón CCLXXX, PL 38, 1.280-85).
68. Martirio de Santa Perpetua, Felicidad y Compañeros, X; D. RUIZ
BUENO p. 430.
69. "Mi padre, consumido de pena, se cercó a mí con la intención de
derribarme, y me dijo:
Compadécete, hija mía, de mis canas; compadécete de tu padre, si es que
merezco ser llamado por ti con el nombre de padre. Si con estas manos te he llevado
hasta esa flor de tu edad, si te he preferido a todos tus hermanos, no me entregues al
oprobio de los hombres. Mira a tus hermanos, mira a tu madre y a tu tía materna;
mira a tu hijito, que no ha de poder sobrevivirte. Depón tus ánimos, no nos aniquiles
a todos, pues ninguno de nosotros podrá hablar libremente si a ti te pasa algo. Así
hablaba como padre, llevado de su piedad, mientras me besaba las manos y se
arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya su hija, sino su señora. Y yo
estaba transida de dolor por él, pues era el único de toda mi familia que no había de
alegrarse de mi martirio (...) Otro día (...) apareció mi padre con mi hijito en brazos,
y me arrrancó del estrado suplicándome: Compadécete del niño chiquito. Y el
procurador Hilariano (...) dijo: Ten compasión de las canas de tu padre, ten
consideración de la tierna edad del niño. Sacrifica por la salud de los emperadores.
Y yo respondí:
No sacrifico. (...) Y como mi padre se mantenía firme en su intento de
derribarme, Hilariano dio orden de que se le echara de allí, y aún le dieron de palos.
Yo sentí los golpes a mi padre como si a mí misma me hubieran apaleado. Así me
dolí también por su infortunada vejez (...) Como el niño estaba acostumbrado a
tomarme el pecho y estar conmmigo en la cárcel, envié al diácono Pomponio a
reclamárselo a mi padre. Pero mi padre no lo quiso entregar, y por quererlo así
Dios, ni el niño echó ya de menos los pechos ni yo sentí más hervor en ellos" (Acta
del Martirio de Perpetua, Felicidad y Compañeros, V, (O.c. p. 424-426).
70. Por ley, no podía ser ejecutada en ese estado.
71. Martirio de Perpetua, Felicidad y Compañeros XXI; D. RUIZ
BUENO, p.439.
72. Ad Romanos 7,1-2.
73. Martirio de Perpetua, Felicidad y Compañeros XIV.

67
4.) LA CIVILIZACION DE LA ACEDIA

Después de habernos referido a las enseñanzas sobre la


acedia que se desprenden de la Sagrada Escritura y de la
experiencia del martirio, corresponde ahora describir diversas
formas de este mal espiritual, tal como se ha dado y se da en
nuestro tiempo y entre nosotros. Ya tuvimos ocasión antes, a
propósito de algunos pasajes bíblicos - como por ejemplo el de
Mikal en la traslación del Arca - de referirnos, por adelantado,
a fenómenos de acedia tomados de nuestra actual experiencia.
4.1.) El Abandono del Fervor Religioso Dijimos cómo
la dulzura del amor a Dios puede agriarse y el fervor enfriarse.

Esto es algo que sabemos, tanto en teoría como por


experiencia, sobre todo los religiosos. Y digo sobre todo
nosotros, porque es sobre todo a nosotros que se nos ha
advertido de ese peligro ya desde el noviciado, cuando por lo
común nos parecía una posibilidad más bien teórica; pero
también, porque es sobre todo a nosotros que nos pasa el
enfriarnos, y agriársenos el vino de la caridad, a pesar de todas
las advertencias. A Santa Teresa le pasó; y en sus escritos se
puede ir a ver la descripción de su crisis espiritual, que fue una
crisis de acedia (74).
Sin saber cómo ni por qué - esto es cosa que vamos a
tratar de comprender y explicar en el capítulo séptimo - por una
lenta e insensible transformación espiritual, lo que un día
resultaba dulce y fuente de dulzura, lo que encendía en calor de
devoción, lo que hacía fácil pagar los costos de vivir según
Dios, termina haciéndose tedioso, insoportable. Entonces, si
no se supera la prueba, perseverando en la noche, se puede
involucionar y regresar del espíritu a la carne.
68
Entonces se descalifica lo vivido para justificar lo que
se vive. Se justifica - racionalizándola - la ruptura de la
conciencia con su historia anterior (75).
Junto con lo vivido se descalifica a los autores, libros y
maestros espirituales, que iluminaron y nutrieron un día el
fuego de los entusiasmos y los fervores de la conversión. Se
queman, real o figuradamente, libros, notas y diarios
espirituales; algunas veces con asco, y en ocasiones hasta con
saña; otras veces con vergüenza por aquel tiempo en que
sinceramente se buscaba a Dios; a menudo por simple pérdida
del interés y deslizamiento en la indiferencia.
La vida sacramental, que fue fuerza y alimento para
andar alegres por el camino de Dios y los rumbos de sus
promesas, se convierte en una obligación y una carga. Cuando
se puede, como es el caso de los laicos, se la abandona.
Cuando no se puede, como suele ser el caso de los religiosos,
por lo general más atados por compromisos institucionales, se
la mantiene formalmente: "este pueblo me honra con los labios
pero su corazón está lejos de mí" (Isaías 29,13). O
refunfuñando, como murmuraban los israelitas en el desierto:
"estamos hartos de este manjar miserable" (Números
21,5).
A semejanza del pueblo de Israel que "se impacientó
por el camino" (Números 21,4), se abandona el de las virtudes
teologales y se rumbea por otros, de vuelta a Egipto y a los
consuelos que dan las creaturas.
Este fenómeno no es exclusivo de la vida religiosa (76).
Se da en todos los ámbitos de la vida eclesial, en todos los
cuales, sin excepción, es dable observar procesos de regresión
espiritual, en sentido contrario al de la conversión.
Después de haberse convertido de la embriaguez de las
creaturas y del mundo y haberse vuelto hacia Dios, se retorna
69
de Dios hacia la mundanidad. Como lo lamentaba ya el apóstol
en la comunidad primitiva:
"Más les valiera no haber conocido el camino de la
justicia que, una vez conocido,volverse atrás del santo precepto
que les fue trasmitido. Les ha sucedido lo de aquel Proverbio
(26,11) tan cierto: el perro vuelve a su vómito' y `la puerca
lavada, a revolcarse en el barro'" (2ª Pedro 2,22).
El retorno al mundo y la apostasía son a veces claros y
ruidosos. Otras veces, en cambio, lo mundano se reencuentra y
se instala dentro del ámbito eclesial o congregacional, y es
ahora allí donde se busca el vano honor, el poder y hasta el
lucro. En estos casos, la apostasía puede seguir recubriéndose
con las formas de la religiosidad.
En ese mundo de apariencia intraeclesiástica, donde las
etiquetas de la piedad siguen usándose para encubrir la
búsqueda de sí mismos y los negociados de los propios
intereses en vez de los de Cristo, se ha perdido el gozo de la
gracia. Por eso prospera allí la acedia de quienes se
ensombrecen ante los gozos auténticos de la caridad, como ante
un reproche a su falsía. En lugar del gozo de la gracia puede
encontrarse entonces, como sucedáneos, unos fervores y unos
entusiasmos pelagianos, en la realización de los propios planes
y propósitos.
Y cuando se extinguen hasta estos fuegos fatuos de
fervores humanos entre las últimas cenizas del amor divino que
ya no quema el corazón, y dado que éste necesita algún calor,
se le proporciona el de las emociones - que ojalá sean siempre
inocentes - de la industria del entretenimiento. Da pena ver a
religiosos - y porqué no, también a los cristianos, destinados
por vocación bautismal a fermentar el mundo - en
contemplación ante la televisión como ante un sagrario (77).

70
4.2.) La Honorable Apostasía "No se trata de apostasías
alocadas" decía Dimas Antuña, describiendo el abandono o el
descuido práctico de las virtudes teologales en la vida de
muchos "buenos cristianos". A veces la acedia es una
melancólica renuncia a los gozos de la caridad, para refugiarse,
quizás con desesperanzadas o desesperadas añoranzas, en la
práctica honrada de las virtudes morales y humanas. Para eso -
observaba agudamente Antuña - no se necesita el
Bautismo, y los paganos supieron escalar dignamente, sin él,
altas cumbres morales (78).
Cuando se ha agriado el mosto de las virtudes
teologales, hay una forma de compensar el desconsuelo y la
desesperanza resultantes del alejamiento de lo divino, que
consiste en volcarse a la búsqueda de la grandeza de lo
humano.
La acedia es tristeza opuesta al gozo de la caridad, pero
no se opone a otros gozos. Antes al contrario, impulsa a
volverse, por compensación, hacia otros; como son la
afabilidad, la elevación y la nobleza del trato, la generosidad, el
culto de las amistades, de los vínculos familiares o sociales, la
beneficencia, las actividades generosas y altruistas, la cultura
literaria y artística, el culto del trabajo o de la profesión.
Cuando se cultiva las virtudes humanas en lugar de las
teologales, volcando en ellas todas las energías del alma, hasta
parece que se las hace florecer más que entre los creyentes. Y,
si se hace de ellas motivo de gloria, se las cultiva con fervor
religioso.
Pero no hay que dejarse deslumbrar incautamente por el
brillo de las virtudes humanas cuando éstas se nutren de la
savia restada a las teologales (79).
Cuando el hombre ha perdido de vista la bondad de
Dios y busca consuelo en la contemplación de su propia
71
bondad, logrará quizás extremarse en el cultivo y el logro de
metas morales, aventajando en apariencia en eso incluso a
muchos creyentes, pero su esfuerzo moral está secretamente
viciado en su raíz por la autocomplacencia y, no raras veces,
por el menosprecio hacia la fe de los creyentes. No estamos
lejos de la autojustificación por las obras de la ley, contra la
que Pablo luchó siempre tan ardientemente y que vuelve a
introducirse por la puerta de atrás.
4.3.) De la Tristeza a la Aversión La acedia va animada
por la doble dinámica que define al pecado: Aversio a Deo et
conversio ad creaturas: apartarse de Dios y volverse a las cosas
(80).
Fuerza Teófuga y Cosípeta Hay que reconocer, con
todo, que ir a refugiarse en el consuelo de las virtudes morales
y humanas cuando se han abandonado las teologales, no es la
peor forma de fuga hacia las cosas. Dice Santo Tomás, citando
a Aristóteles: "nadie puede permanecer largo tiempo en la
tristeza, sin delectación".
Y comentando estas palabras del Filósofo, continúa: "es
necesario que de la tristeza se origine alguna otra cosa. Y esto
puede suceder de dos maneras: la primera, alejándose el
hombre de las cosas que lo contristan [llamémosle la fuerza
teófuga de la acedia], y la otra, pasando a otras cosas en las que
se deleita [llamémosle la fuerza cosípeta de la acedia]. Como
es el caso de aquellos que no pueden gozarse en las
delectaciones espirituales y por eso se entregan a las
corporales" (81).
Por una lógica interna, la pérdida del gozo de Dios, que
tiene su fuente en la fe, tiende a dejar al hombre a merced de
los apetitos y placeres naturales. En la "rodada cuesta abajo"
que origina la fuerza cosípeta de la acedia, hay muchos niveles
y escalones. Y el que nos ha ocupado no es el más bajo.

72
En cuanto a la fuerza teófuga, tiende, como vimos, a
convertirse en teófoba. Es decir, a convertirse de tristeza en
odio a Dios. Santo Tomás, sobre las huellas de Aristóteles,
explica convincentemente la mecánica de dichas pasiones en
estos términos: "así como de la delectación se origina el amor,
así de la tristeza el odio. Porque así como somos movidos a
amar lo que nos deleita, en cuanto que por eso mismo lo
consideramos bajo la razón de bien, igualmente nos inclinamos
a odiar las cosas que nos contristan, en cuanto por este
concepto las consideramos malas" (82).

Siendo la acedia tristeza por el bien de Dios, y por todos


los bienes espirituales derivados y conexos con dicho bien,
esos bienes, en cuanto que entristecen, terminan por hacerse
odiosos como veremos comprobado por múltiples hechos de
experiencia.
4.4.) El Combate de la Filantropía contra la Caridad Del
odio contra Dios y contra el nombre católico nació la
impugnación de la Caridad en nombre de la Filantropía.
La reducción de las Virtudes Teologales a su versión
secularizada, operada por la Ilustración racionalista, apuntaba a
"aplastar a la infame", o sea a la Iglesia Católica. La acedia
alcanzaba así -
en ese movimiento histórico, primero religioso (la
Reforma), luego cultural (la Ilustración racionalista) y por fin
político (la Revolución Francesa y el Terror) - su culminación
lógica en el odio. Por odio se pretendió la sustitución de todo
lo católico, la ruptura con el pasado y la Tradición, la
aniquilación de la Iglesia, sin retroceder ante la eliminación
selectiva de cabezas o el etnocidio. Se sustituyó el almanaque
y el culto; la fe por la razón, la caridad por la fraternidad, la

73
esperanza por las utopías sociales y se intentó terminar con la
era cristiana.
Los mitos dieciochescos reaparecieron en el siglo
diecinueve con ligeras variantes. A la Fraternidad como
sucedáneo de la Caridad vino a sustituirse la Filantropía.
La fuga desde Dios hacia la humano se convirtió en
dogma y en sistema de racionalistas y librepensadores,
herederos de la saña anticatólica de raíz protestante y tronco
jansenista.
El mito del Progreso legitimó el etnocidio de las
poblaciones católicas, consideradas bárbaras y atrasadas (83).
El catolicismo y el clero fueron considerados como
causas del retraso y la barbarie de esos pueblos.
Con estos esquemas dogmáticos pensaron en el Río de
la Plata un Domingo Sarmiento y un José Pedro Varela,
voceros de una clase de doctores, sacerdotes y levitas de la
nueva religión del Progreso. Fue Razón contra Fe, Filantropía
contra Caridad, Progreso contra Esperanza (84).
La sustitución de la trilogía de las virtudes teologales
por una trilogía de virtudes humanas, cambió al Dios Trino y
Uno de la Revelación, primero por el Dios de la Razón deísta y
luego, desembozadamente, por los naturalismos crasos, los
panteísmos, los materialismos. Era a la cultura entera, a la
civilización de Occidente, a la que se pretendía - y se logró en
gran medida - apartar de Dios y reconducir a las cosas. Siglo
tras siglo, desde el XVIII hasta el nuestro, la acedia no cejó de
corroer los bienes de que se goza la caridad, con una constancia
sobrehumana y por lo tanto no fácilmente explicable por
factores puramente intrahistóricos.
Se ha de ponderar que cuando decimos: "bienes de los
que goza la caridad" no se trata de abstracciones. Esos bienes,
74
no fueron simplemente ideas, ni siquiera instituciones
eclesiásticas.
Fueron personas: hombres, familias, pueblos católicos,
naciones católicas, portadoras de un modo de ver la vida, de
una cultura, de una fe, de convicciones propias, y de un modo
propio de concebir la existencia. El martirio alcanzó así,
durante esos siglos, dimensiones de etnocidio.
Los Siglos de la Acedia. La Civilización de la Acedia.
Serían nombres adecuados para darle a esa época, que
habitualmente llamamos edad Moderna, en una Historia de la
Virtudes Teologales que todavía está por hacerse.
No se entenderá cabalmente nuestro presente y las
formas anónimas de que se reviste actualmente la acedia, a
menos de examinar lo sucedido realmente en la historia con las
virtudes teologales, y en particular con el gozo católico de la
Caridad.
Romano Guardini ha diagnosticado sagazmente la
actitud hipócrita que él llama el fraude de la Edad Moderna:
"aquella doblez, que consistió en negar de una parte la doctrina
y el orden cristiano de la vida, mientras se reivindicaba de la
otra para sí la paternidad de los resultados humano-culturales
de esa doctrina y de ese orden. Esto hizo que el cristiano se
sintiera inseguro en sus relaciones con la Edad Moderna: por
todas partes encontraba en ellas ideas y valores cuyo abolengo
cristiano era manifiesto, y que, sin embargo, eran presentadas
como pertenecientes al patrimonio común. En todas partes
tropezaba con elementos del patrimonio cristiano, que, sin
embargo, eran esgrimidos contra él" (85).
El nombre de la Edad Moderna parece denotar esa
condición modal de oponerse al catolicismo, que la caracteriza.
El anticatolicismo moderno imita los modos cristianos para
combatir lo cristiano; desde la Reforma protestante misma,
75
invocó principios de cuño cristiano e introdujo modalidades
cristianas para oponerse a lo cristiano y abolirlo. Fue, como lo
señala Guardini, una época que se opuso al cristianismo por
impostura (86).
Ante esta hipocresía de la Edad Moderna, Guardini
reclama: "Es preciso que el incrédulo salga de la niebla de la
secularización, que renuncie al beneficio abusivo de negar la
Revelación, apropiándose sin embargo de los valores y
energías desarrolladas por ella; es preciso que ponga en
práctica seriamente la existencia sin Cristo y sin el Dios
revelado por El, y que tenga la experiencia de lo que eso
significa" (87).
Nosotros agregaríamos que sería conveniente y quizás
necesario para que se pudieran abrir los ojos de algunos, que
los gobernantes ateos de pueblos creyentes hiciesen de una
buena vez la experiencia de tener que gobernar masas
totalmente descristianizadas. Pues históricamente les fue fácil
imponerse despóticamente a poblaciones católicas dóciles,
acostumbradas a respetar la autoridad, lo que les permitió
aprovecharse de sus reservas morales al mismo tiempo que
hacían todo lo posible para destruir las fuentes y las raíces de
esas reservas. Les fue muy fácil deshumanizar a la vez que se
apoyaban en las reservas de humanidad acumuladas por siglos
de fe. Guardini previno que "se va a desarrollar un nuevo
paganismo, pero de naturaleza distinta que el primero" (....) "si
el hombre actual se hace pagano, lo será en un sentido
totalmente diferente al del hombre del tiempo anterior a
Cristo". Asistiremos entonces a "una tentativa no sólo de
colocar la existencia en contradicción con la Revelación
Cristiana, sino de basarla en fundamentos independientes de la
misma y totalmente secularizados (...) La edad futura tomará en
serio aquellos aspectos en que se opone al Cristianismo.

76
Hará ver que los valores cristianos secularizados no son
sino sentimentalismos, y el ambiente será transparente: lleno de
hostilidad y peligro, pero puro y sincero" (88).
Sería necesario - como lo ha hecho Guardini con éste -
advertir y reparar también en otros hechos históricos
silenciados y tenazmente ignorados, a pesar de que rompen los
ojos, para comprender que la acedia, la aversión y finalmente el
odio, fueron el resorte de movimientos religiosos, culturales y
políticos, cuyas consecuencias continúan haciéndose sentir en
nuestros días. Debido a la tiranía del pensamiento que instauró
la Civilización de la acedia, hasta la misma memoria histórica
ha quedado distorsionada y cercenada. Hay hechos que no se
considera de buen gusto recordar y que sólo es posible volver a
traer a la memoria a riesgo de ser descalificado. Hay también
evaluaciones que están proscritas. Hay, por fin, una historia
oficial contada por la acedia.
De poco ha valido que los grandes mitos modernos - del
Progreso, de la Filantropía, del Hombre naturalmente bueno,
del Estado bienhechor, de la Libertad de Pensamiento, Prensa y
Comercio, de la Sociedad justa, libre y sin clases, de las Leyes
del Mercado (89) - hayan ido siendo desmentidos
sarcásticamente y de manera cruel por las guerras mundiales
calientes o frías, la ruina social de los pueblos colonizados, los
totalitarismos de estado más brutales y embrutecedores de las
sojuzgadas naciones, las persecuciones religiosas más
sangrientas o taimadas y tenaces (90).
De poco ha valido, ante la fragilidad de la memoria de
muchos y ante la penetración de la acedia en las academias
históricas, que los horrores vistos en los últimos siglos, dieran
el mentís más formal al optimismo antirreligioso y a las
ideologías del progreso nacidas de la acedia y del odio a Dios.

77
Aún no se han reconocido las verdaderas raíces del
fenómeno que ha sumido a Occidente, y desde él al mundo, en
una lluvia ácida: una lluvia de acedia.
Sería tarea y misión de algún historiador creyente
ofrecernos una comprensión profética del rol que la acedia jugó
como motor de la historia en los siglos de la Modernidad hasta
nuestro días. Quedaría en evidencia lo que hemos tratado de
esbozar aquí: que la acedia no es sólo una fuerza negativa en el
ámbito individual, del alma del hombre frente a Dios, sino un
espíritu que se ha mostrado históricamente como generador de
filosofías, políticas, legislaciones, revoluciones, culturas y
conductas; y que lamentablemente ha inspirado persecuciones
a las poblaciones católicas, con guerras, deportaciones,
liquidaciones, empobrecimiento y extinción por medios socio
económicos, como son las medidas de política habitacional y
demográfica. Un conato de etnocidio semejante al sufrido en
Egipto por Israel, que - por lo visto - era prefiguración del que
había de padecer la Iglesia.
Acedia y Apostasía Consecuencia de los factores
metahistóricos que han dominado estos últimos siglos del
segundo milenio, ha sido la gran Apostasía.
Las persecuciones siempre produjeron apostasías. Y la
persecución en gran escala la produjo en gran escala. Es dentro
de esa gran apostasía histórica donde han de enmarcarse las
apostasías individuales para poder comprenderlas en vistas a
encararlas pastoralmente. Y es - pienso - en ese marco, en que
serán sopesadas por el Señor en el Juicio.
A menos de integrar entre los instrumentos intelectuales
de comprensión de la historia las categorías teológicas - acedia,
persecución, apostasía - las interpretaciones históricas de los
creyentes, y muy particularmente las de los teólogos, seguirán
girando en círculos, o resbalando por la superficie, sin
encontrar rumbo cierto; sin penetrar en la comprensión
78
espiritual de fenómenos que, sin embargo, rompen los ojos
(91).
Pongamos por ejemplo la tirria inexplicable de estados
y gobiernos contra sus propias naciones católicas; la tristeza,
vergüenza o fastidio de los gobernantes por el catolicismo de
sus gobernados; los ingentes esfuerzos por combatir la fe
católica de los pueblos, como si la fe fuera fuente de todos los
males y atrasos; o la indiferencia y la abstención de todo
estímulo o protección jurídica de este bien de la Humanidad
(92).
Esas indiferencias o tristezas por bienes que deberían
alegrar, son acedia. Espontáneamente acude a la memoria el
ejemplo de los diarios de viajeros protestantes a través de
países católicos, como España o América española, que
miraron a estos pueblos desde afuera y fustigaron sus
costumbres desde sus prejuicios anticatólicos. Si en ellos esos
prejuicios son comprensibles, lo son menos en gobernantes que
mamaron en pechos de piadosas criollas católicas. Sin el
conocimiento de la acedia y de la lluvia ácida, nos hubiera
resultado del todo incomprensible la verdadera entidad
espiritual y religiosa de estos hechos.
4.5.) Los Empachados de Cristo Como me los definió
con frase certera una religiosa,son otro tipo humano que padece
de acedia.
Son con frecuencia exalumnos de colegios católicos.
Provienen a menudo de familias señaladas en la piedad.
Suelen excusarse de no practicar ni ir a Misa los domingos, con
el slogan: "ya me obligaron a ir a Misa para el resto de mi
vida".
Puede decirse a veces, en su descargo, que son fruto de
una cierta forma de violencia religiosa, por imposición de las
formas exteriores de la piedad, desentendiéndose de la
79
motivación interior. Pero el fenómeno merece atención y
análisis, para comprender que se trata de acedia.
No pecaron de acedia cuando se los obligaba, pero sí
ahora. En efecto, como nota Santo Tomás: "si uno se entristece
de que alguien le obligue a hacer obras de virtud a las que no
está obligado [por ejemplo asistir a la misa diaria del colegio],
no peca de acedia", pero sí "cuando se contrista de las que debe
hacer por Dios", como es ir a alegrarse con los demás cristianos
"de la Resurrección de su Salvador y de los demás bienes de la
salvación" (93).
Como incapacidad de alegrarse en, con y por Dios, la
acedia es la causa de que no se le vea sentido a la práctica
dominical. Santo Tomás observa que: "La acedia contraría el
precepto de la santificación del Domingo, en el cual, en cuanto
es precepto moral, se manda el descanso de la mente en Dios, y
a la cual santificación del Domingo se opone la tristeza de la
mente acerca del bien divino" (94).

Los católicos que no van a Misa por acedia - porque no


es la acedia el único motivo de la inasistencia - son creyentes
tristes o tristes creyentes, en cuanto están privados del gozo de
la caridad. Lo cual no significa negar que puedan ser gente
muy sana y divertida por otros motivos y en otros sentidos.
La inasistencia dominical de los católicos es un
problema pastoral de primera magnitud, y la acedia que la
causa es de larga data. Me ha tocado conocer catequistas que
no iban a Misa los domingos y párrocos que los consideraban
buenos catequistas. Nadie ignora que durante mucho tiempo se
les dijo a los jóvenes que sólo había obligación de ir a Misa "si
uno lo sentía". Pero no se les enseñaba -posiblemente por crasa
ignorancia o crasa inadvertencia - que "no sentirlo" pudiese ser
acedia, una tentación que aparta del amor a Dios. Ni se les
80
enseñaba tampoco, que consentir la tentación de acedia,
pudiese ser un pecado contra el amor a Dios. No se les
enseñaba, en suma, a cumplir el primero y tercero de los
mandamientos. Lo cual no es friolera.
Hay que reconocer - es verdad - que las Misas
dominicales no siempre ni en todas partes relucen con el brillo
festivo del gozo de la Caridad. A veces una predicación algo -
o muy - jansenista, un moralismo y legalismo que culpabiliza a
los asistentes, descargando sobre ellos el reproche que merecen
los ausentes o los que nunca vienen, ensombrecen "la fiesta de
Dios". Otras veces, como si no le bastara a la fiesta con ser
fiesta y manifestar el gozo, se instrumenta la Eucaristía para
otros fines, como buscándole sentido y justificación en alguna
utilidad. Hay que reconocer también, que algunas
manifestaciones de gozo - gritonas, estentóreas,
grandilocuentes o declamatorias, echando mano a músicas
profanas con letra religiosa, o a instrumentos que hablan más a
la sensibilidad que al espíritu - manifiestan un tipo de gozo que
no es exactamente aquél que nace de las virtudes teologales,
sino más bien una cierta excitación, entre extática y orgiástica,
parecida a las que provocan las sectas, con sus manipulaciones
y extorsiones deshonestas del sentimiento religioso.
Gozo y Consolación La Liturgia católica enseña a
distinguir entre gozo espiritual y consolación sensible. La
consolación sensible brota del gozo, pero no necesariamente.
Ni es misión de la ceremonia litúrgica mover a consolación
sensible de los fieles ni procurarla. En la celebración litúrgica
puede - y debe poder -expresarse la multitud creyente en la
unidad de la fe y la caridad, pero en la multiplicidad de
situaciones existenciales: espirituales, anímicas y emocionales.
De ahí - como enseñaba Romano Guardini en su "Espíritu de la
Liturgia" - la necesidad, sabiamente reconocida y acatada por
el rito romano, de mantener una gran sobriedad emotiva, y

81
expresar, sin notable conmoción, las verdades capaces de
conmover a quien se abra y las acoja.
En efecto, el conmoverse corre por cuenta del fiel, y de
la acción del Espíritu Santo en cada alma.
Sería injusto imponerle a la liturgia - ni pre ni
postconciliar - la misión, ni cargarla con la responsabilidad o
con la culpa, del entristecimiento o avinagramiento de la
Caridad en amplios sectores del pueblo católico. Pero su
inasistencia a Misa arguye de la pujanza del mal de acedia.
Habrá que reconocer deficiencias en el nivel festivo de
las celebraciones dominicales; habrá que reconocer quizás su
mayor o menor extensión y generalización; se podrá reconocer
la parte que en la acedia del pueblo pueda haber tenido la
acedia intracultual, o sea: la de la comunidad cultual y la del
mismo celebrante. Pero lo que nos interesaba aquí, era
diagnosticar como mal de acedia una de las principales causas,
ya que no la única, del conocido síndrome de abstencionismo
dominical o "apostasía del domingo".
Hechos los descargos y los descuentos, dadas muchas
posibles explicaciones, el hecho pastoral está ahí. Y sin
diagnóstico no hay tratamiento. Reconocerlo como acedia,
permite orientarse en la elección de los remedios (95).
Algunos apóstatas del domingo, amparándose en una
alegada probidad moral, de cuya carencia acusan a los que van
a Misa, no sin cierta autosatisfacción y autocomplacencia
soberbiona, se muestran agriados y desconformes con todo lo
que tiene que ver con la misa dominical: liturgia, cantos,
predicación, y con el mismo pueblo fiel, al que miran con un
cierto asco y al que fácilmente descalifican moralmente, o
motejan. Falsas razones, que esconden, o no les permiten ver
incluso a ellos mismos, sus verdaderos motivos. Mejor dicho,
los verdaderos impedimentos, para encontrarse, no con la misa,
82
sino con el gozo del amor de Dios, que habita, mal que les
pese, entre esos fieles a los que no logran abrazar gozosamente
en su corazón con caridad de hermanos. San Pablo era muy
clarividente respecto de las limitaciones de los miembros de la
Iglesia, pero no se entristecía ácidamente, sino que se alegraba
de que Dios hubiera elegido lo que no era nada a los ojos del
mundo y de que brillase la gracia de la divina elección sobre
tanta humana fragilidad.
4.6.) Las Campanas del Domingo Las campanas han
sido secularmente medio de expresión de los gozos y de los
duelos de la comunidad creyente. Que es tanto como decir los
gozos y las tristezas de la caridad.
No es de asombrarse que al acedioso, que se rehusa
precisamente al gozo y al llanto de la Iglesia, le moleste el
toque de las campanas del templo vecino. Lo que hay detrás de
sus reclamos, no es molestia por un ruido, sino por la
manifestación de los sentimientos de la fe. No se molestará ni
promoverá quejas o denuncias, por escapes libres, motos,
buses, jets, altoparlantes ni discotecas.
Lo asombroso es que a algunos les haya bastado el
reclamo de esas almas agrias para que, sin discernir los
verdaderos motivos espirituales de la protesta, y con tanta
facilidad que raya en ligereza, hayan reducido a silencio las
campanas.
Han dado satisfacción a la acedia, pensando quizás que
era un deber de buena vecindad o hasta un asunto de derechos
humanos. Pero lo han hecho a costa de los derechos de los
fieles, y sin reparar en sus sentimientos. Esta insensibilidad no
sólo no excusa de culpa, la agrava. Porque esa ceguera para el
bien de los fieles ¿no arguye un cierto grado de indiferencia y
de complicidad con los motivos de la acedia? En efecto, los
derechos de los fieles que han sido pasados por alto y
postergados, son los de la Iglesia, y en último término los de
83
Dios. La equidad exigiría dar a cada uno lo suyo con igual
sensibilidad para las razones de la acedia que para las de la
caridad. Y no parece que el silencio de las campanas, donde se
ha impuesto, haya resultado de un juicio ecuánime.
Hablando de los malvados, enemigos de los justos, dice
el libro de la Sabiduría: "ellos eran insoportables para sí
mismos...todo los aterrorizaba y los helaba de espanto..hasta el
silbido del viento y el canto de los pajaritos en la enramada"
(Sabiduría 17,17-20)
Sería triste que el terror de los malvados impusiera
silencio a los pajaritos. Y más triste que los pajaritos se
aviniesen a quedarse callados por ceder al capricho tiránico de
los avinagrados y a sus falsas razones. Como le pasó al
zorzalito de la fábula de Castellani, ante la crítica del gorrión.
4.7.) Alrededor del Corpus y otras Procesiones "Yo me
acuerdo y se me derrama el alma por dentro, cómo iba entre los
gritos de júbilo y alabanza de la muchedumbre festiva" (Salmo
42,5)
Me digo lo del salmo, recordando las procesiones del
Corpus Christi en mi juventud, cuando pasábamos alegres por
la avenida l8 de Julio, la arteria principal de Montevideo. Una
procesión que en tiempos heroicos había salido a la calle
desafiando los gritos y las pedradas de los enemigos de la fe
católica. En mis años mozos, todavía se dejaban ver algunos
signos de aquella violencia.
Al llegar a l8 y Yaguarón, pasábamos cantando ante los
postigos cerrados del diario El Día. Por supuesto, el diario no
podía enterarse así de nuestro paso. Al día siguiente no lo
mencionaba en su edición. A pesar de su deber profesional de
informar, sus periodistas ignoraban una muchedumbre de miles
de personas, donde desfilaban con sus estandartes todas las
parroquias y organizaciones parroquiales, sus cofradías, los
84
colegios católicos, algunos de ellos con sus bandas, la escuela
de enfermeras católicas, los scouts, formados detrás del clero y
de los religiosos, encabezados todos por el obispo, revestido de
pluvial y humeral suntuosísimo, bajo el palio que llevaban los
venerables prohombres del catolicismo uruguayo, miembros de
la Archicofradía del Santísimo Sacramento, quienes lo
escoltaban como un grupo de Apóstoles. Entre una nube de
incienso, el obispo avanzaba, abrazado al Santísimo contra su
pecho (96).
Ese día, cada año, intencionada coincidencia, tenía
lugar el clásico de fútbol en el estadio Centenario. Y
naturalmente tanto El Diario de esa tarde, como El Día, al día
siguiente, se ocupaban del estadio e ignoraban la procesión. El
clásico de fútbol servía de coartada para que los diarios
pudiesen hablar de otra cosa. Eramos la mayoría ignorada.
¿No es éste un fenómeno verdaderamente extraño y
asombroso? ¿A quién podía asustar o molestar aquella
multitud pacífica y gozosa? ¿Qué oscuras tristezas - o terrores
- removía su paso en aquellos corazones enfermos que se
asustaban de los himnos cristianos como del canto de los
pajaritos en la enramada? ¿Nos ignoraban o se escondían de
nosotros?
Hoy y Aquí en Luján Nos ignoraban de la misma
manera que se quiere ignorar hoy, por citar un ejemplo actual,
al millón de jóvenes que peregrina a pie a Luján. Alguien hay
que organiza, aún hoy, porque eso no se organiza solo ni
casualmente, la venida de Madonna y de Michel Jackson para
ese mismo 8 de Octubre, como pude observar, estando en
Argentina, en l993. Alguien dirige aún hoy, el manejo
minimizante y superficial de la cobertura informativa sobre ese
acontecimiento, a través de los medios de comunicación. Un
millón de jóvenes a pie, caminando decenas de kilómetros, no
se puede pasar a la página cincuenta y tres del tabloide, como
85
estilan hacerlo, si no hay algún pretexto; algo con qué ocupar la
primera página y las páginas centrales.
Además de arrumbada en las páginas de trastienda del
tabloide, la noticia resbala por encima del significado, lo
trivializa. Ciego para el acontecimiento espiritual, el periodista
parliparla sobre los puestos sanitarios y las ampollas en los pies
de los peregrinos. De modo que aún ocupándose del hecho, lo
ignora con una mirada profana, no quiere verlo y oculta o
descuenta su verdadera entidad.
Mira desde afuera y sin ver, sin querer ver, como Mikal
desde su ventana. Y al no contar lo que es, cuenta lo que no es.
Los Exploradores Eucarísticos Hemos recordado en su
lugar lo sucedido en el desierto con la recusación del
testimonio de los exploradores, y lo vimos repetirse en el
rechazo del testimonio de Jesús. Esos episodios son
arquetípicos de la acedia de todos los siglos. Sirven para
entender lo que sigue ocurriendo con las obras del Resucitado
en su Iglesia y a través de su Iglesia; en sus fieles y por el
ministerio de sus fieles.
Sin fe es imposible ver las obras del Resucitado y
alegrarse de su acción. Peor aún: sin fe, es posible permanecer
insensible o llegar hasta a empeñarse en combatir, como si
fueran males, los bienes de la gracia, los carismas y los dones
del Espíritu; oponerse a las obras de Dios; ponerse a pedir
signos sin ver los que rompen los ojos y decir NO a las fiestas
de Dios.
Y quiero dar un ejemplo concreto. Recuerdo el tiempo
de mi adolescencia, por allá por el final de la década de los 40
y comienzos de los 50. En esos años de mi conversión, los
fieles católicos, durante la Misa, y sobre todo después de la
Comunión, se sumían, arrodillados y con el rostro entre las
manos, en una fervorosa y profunda acción de gracias. Todo
86
su porte daba testimonio. Desde que volvían de la barandilla
del comulgatorio, con los brazos cruzados sobre el pecho y la
cabeza baja, o con las manos juntas delante del rostro
inclinado; hasta que se hincaban en el reclinatorio o en el piso,
en algún rincón del templo. Eran testimonios vivientes de un
íntimo diálogo de fe y de oración con el Señor. Era posible
"ver" al Señor hablando con ellos. Durante unos minutos se
transfiguraban, convertidos en verdaderos ostensorios
vivientes. Templos. Testigos mudos de su gloria interior. En
ellos se hacía visible la comunión del cielo y de la tierra, del
hombre y Dios (97).
Considero hoy, que aquél era un verdadero y auténtico
"pentecostalismo" católico avant la lettre.
En aquellos cenáculos, yo veía arder las llamas del
amor divino, en los rostros iluminados y encendidos por el
fervor, sobre las cabezas inclinadas de la asamblea eucarística,
silenciosa y orante, a la vez reverente y recatada. Pienso que el
movimiento pentecostal que vino después, nació de la nostalgia
de aquel perdido camino del fervor. Y aún hoy no comprendo
por qué ni cómo se pudo, y aún se puede, acusar de
"sacramentalismo" a ese rico pasado eucarístico.
En los años durante los cuales se extinguió aquel
fenómeno, yo ya no estaba entre los fieles del templo. Había
ingresado en la vida religiosa y mi formación me llevó de un
país a otro. No pude por lo tanto presenciar ni observar
directamente el proceso de cambio. Tampoco comprendía lo
que iba sucediendo, porque yo mismo estaba envuelto en las
marejadas y los cambios. Fue sólo años después de la
instalación del frío y de la creciente pérdida de la reverencia,
que por obra de la misericordia, se me abrieron los ojos y
comencé a preguntarme acerca del hecho y de sus causas.
La abolición de los reclinatorios en algunos templos y
otros lugares, a veces contrariando los hábitos de oración que
87
estaban aún extendidos entre muchos fieles, me han puesto a
pensar. He encontrado sacerdotes - me viene a la memoria
entre varios un afable párroco holandés - de trato amable y
hasta exquisito, humanamente acogedores, cuya única arista
dura, y a veces acerada, daba contra los fervores de los
humildes. ¿Acaso el celo por retirar los reclinatorios viene de
un secreto temor de que puedan volver aquellos extinguidos
extáticos eucarísticos?
Considero que aquellos eran, sin embargo, nuestros
exploradores eucarísticos. Exploradores de la gloria de la
Presencia oculta bajo las especies.
Con su porte exterior, por más chocante que hoy resulte
a los que llevamos el alma calada hasta los tuétanos por la
llovizna cultural de la acedia, mostraban el Bien de la Tierra
Interior, el Bien celestial, en el que entran y pueden contemplar
los nacidos de lo alto. En ellos resonaba la voz del viento del
Espíritu, que es audible, pero no se sabe de dónde viene ni a
dónde va.
Me pregunto, no sin cierto temor, si a nuestra
"generación", en sentido histórico y teológico, no se le aplicará
también el reproche del Salmo - no sólo por éste, sino por
tantos otros pecados de acedia
-: "Despreciaron una tierra envidiable" (Salmo
105(106),24). "Vosotros no recibisteis el testimonio acerca de
mí que daban mis exploradores eucarísticos, embriagados con
el vino de Eshkol".
Hoy no sólo se han perdido formas del fervor sino
también de la reverencia. Alguien podría pensar que se trate de
una mayor confianza, cercanía y familiaridad con Dios y por lo
tanto de un progreso.
Pero la cercanía de Dios no se experimenta a costa de
su distancia y su grandeza. La familiaridad verdadera tutela el
88
respeto; y la comunión se espanta de la profanación. Es un real
problema pastoral ese deslizamiento insensible que conduce a
muchos a tomar en vano, ya no sólo el Santo Nombre, sino
también el Santo Cuerpo y Sangre: "menospreciaron una tierra
envidiable".
Me ha tocado observar recientemente, desde un
confesonario, el retorno de los fieles a sus lugares después de la
comunión. Y como no quiero juzgar que se haya extinguido en
tantos el fuego de antaño, pienso que hoy, para adorar, bajan a
su corazón como a una catacumba, mientras su porte exterior
da cobertura a la obligada clandestinidad de Dios en esta
cultura de la lluvia ácida, que gotea ya hasta dentro de nuestros
templos.
La aversión hacia las muestras exteriores y sensibles de
la devoción, de la consolación y del fervor, es una de las
formas actuales de la acedia sociocultural, instalada incluso
entre muchos dentro de la Iglesia. Se siente rechazo por las
manifestaciones exteriores de la virtud de religión, por las
exteriorizaciones del fervor o la devoción: en el rostro, en la
voz, en la actitud o postura corporal, en el tono del predicador,
en el velo de la mujer suprimido a pesar de la autoridad paulina
y dos mil años de uso (98).

Hay en muchos ambientes católicos un embargo social


para las manifestaciones exteriores, sensibles y emocionales de
la fe. Y en cuanto esto significa un rechazo de la
manifestación testimonial de una experiencia no sólo interior,
sino "total" y que quiere expresarse en "todo el hombre", la
considero en estrecho paralelo religioso con el descrédito de
los exploradores de la tierra prometida, y del testimonio de
Jesucristo acerca de "las cosas del cielo" (Juan 3,12-13).

89
Se desestima y descalifica esas manifestaciones de
fervor. Sin embargo, ellas son "signos" de Dios que no se
quiere ver, al mismo tiempo que se pide otros signos, allí
donde uno caprichosamente desearía verlos (Marcos 8,11-15).
Hoy se exige de Dios otros signos y de los fieles otros
testimonios.
Y en esto, no en otra cosa, radica el fenómeno de la
secularización.
4.8.) Acedia y Persecución ¿También es acedia esta
tristeza o indignación viendo al pueblo de Dios? Claro que sí.
El bien espiritual de que se entristece la acedia, es Dios mismo,
pero también las personas que le están de cualquier manera
relacionadas, puesto que lo visibilizan.
Tales son por ejemplo las personas creyentes, piadosas
o religiosas. Tales los predicadores, que inducen con su
predicación o con su ejemplo (como es el caso precisamente
del humilde pueblo fiel), a los bienes espirituales (99).
El pueblo católico es el portador de las gracias de Dios,
de los dones del Espíritu Santo y de las Virtudes teologales y
cristianas. En cuanto obra de Dios, la Iglesia, pueblo de Dios,
es signo al que se contradice. Su imagen pública muchas veces
se presenta enturbiada, intencionalmente deformada.
Acedia e Imaginario Católico Existe una correlación
muy estrecha entre la secularización y determinada imagen del
mundo (o Weltbild), en oposición a otras imágenes del mundo
posibles, entre ellas la católica, cuyo arte sacro, al igual que
todas las demás dimensiones de su Mundo Imaginario, vienen a
quedar expuestas eo ipso al ciclón de la confrontación cultural
(100).
En el proceso de secularización convergen, en su
oposición al imaginario católico, corrientes aparentemente tan
dispares y opuestas como el materialismo antiteísta y el
90
extremo trascendentalismo espiritual teísta. El proyecto de
desmitologización, tan afín al nuevo Weltbild secularista, es de
raíz protestante.
Bultman emprende precisamente su proyecto de
desmitologización con el afán pastoral de compatibilizar el
Weltbild creyente con el del Hombre de Hoy (101).
Dado que las imágenes sagradas (102) reflejan
concretamente el imaginario creyente, ambos corren pareja
suerte. Movidos e inspirados por el Espíritu Santo,
estimulados por el magisterio, confirmados por el amén de los
fieles; incomprendidos por los de afuera, acusados de idolatría,
sometidos a detorsiones que los profanan o ridiculizan;
considerados abusivamente como del dominio público y
desprotegidos de los más mínimos amparos legales de que
disfruta cualquier propiedad intelectual, son llevados y traídos
por todas las corrientes e intereses no eclesiales o
antieclesiales, con todos los fines, desde los comerciales a los
antirreligiosos; simplemente torpes, o bien malévolos y hostiles
(103) Agresiones semejantes se contienen en otros films como
"El Pájaro canta hasta morir" que se aplica a demoler la imagen
del sacerdote, el obispo y el cardenal, contaminándola en la
imaginación. . La ingeniería de la imagen los une, mediante
asociaciones negativas, al terror en los thrillers, o a lo satánico
en algunos conjuntos de rock, o a la perversión sexual y el
impudor. La imagen sagrada y su imaginario quedan así
expuestos a quedar apretados en la pinza de la agresión y el
menosprecio por un lado, y la vergüenza y la autocensura por
el otro.
Estos hechos sociales y culturales muestran que las
imágenes y el imaginario creyente son también, como bienes
de los que se goza la caridad, objeto de la acedia y blanco de la
persecución proveniente del proyecto secularizador (104)
Soneira reafirma lo dicho con la siguiente cita: "Los estudios
91
de Martin, Fenn, mis colegas y yo, claramente demuestran que
la laicización no es un proceso mecánico imputable a fuerzas
impersonales y abstractas. Es, por un lado, llevada a cabo por
gente y por grupos que manifiestan que quieren laicizar la
sociedad y sus subestructuras. Pero por otro lado, estudios
sobre profesionalización del bloque católico de la Iglesia en
Bélgica y Holanda, dejan en claro que ciertas categorías
(sociales) también, si no de manera explícita, están
secularizando (laicizing) a los bloques católicos y cristianos.
Una vez que aceptamos que la secularización, como un proceso
de laicización, es el resultado de grupos opuestos de intereses,
entonces el resultado es claramente un proceso no lineal." (K.
DOBBELAERE "Secularization: A Multi-dimensional
Concept" en Current Sociology, 29(l981)2, pp. 68-69).
Soneira concluye: "O sea que el proceso de seuclarización no
es un proceso necesario y lineal, sino más bien dialéctico,
producto de actores, personas y grupos, con intereses concretos
contradictorios. Por lo tanto, procesos de desecularización y
resecularización son también concebibles" (L.cit.). .
y Mass Media Los medios de comunicación de masas,
que ignoran y menosprecian habitual y notoriamente al pueblo
creyente, portador de la cultura del amor, y destinado a ser el
protagonista en la construcción de la civilización del amor, son
a menudo agentes de una anticultura del amor. Y en la misma
medida en que hay en ellos tristeza por el bien de Dios, o por
las obras de Dios, hay en ellos acedia y obran movidos por ella.
Pero no sólo padecen de acedia sino que además la
siembran. ¿Cómo? De muchas maneras. Ante todo
provocando a vergüenza a los "pequeños que creen en mí"
(105). Alejando además, a muchos, de la Iglesia, porque les
siembran de prejuicios el camino hacia ella.
Este es el género de escándalos (= piedras de tropiezo)
que ponen en el camino del seguimiento de Jesús, los que,
92
según él mismo declara, merecen, por eso mismo, ser arrojados
al fondo del mar, con una piedra de molino atada al cuello
(106).
Los Mass Media, no sólo ignoran por lo general el bien
allí donde está, no sólo impiden reconocerlo, sino que
contribuyen a oscurecer el juicio sobre el bien y el mal (Isaías
5,20).
Esto lo producen magnificando el espectáculo del mal
en el mundo, abrumando el corazón de los pequeños y de los
débiles y provocando en ellos la tristeza y la desesperanza.
No sólo no se interesan por la virtud, ni la destacan: a
menudo la declaran positivamente aburrida y no interesante.
Con sus sensacionalismos y sus preferencias, magnifican la
calamidad natural, el crimen nefando o macabro. Silencian el
bien y gritan el mal. En las telenovelas, seriales y videos, se
glorifica los siete pecados capitales, haciendo de ellos un
espectáculo deleitable. Pero no se hace lo mismo con la
verdadera hermosura moral de las virtudes. No digamos ya de
las virtudes teologales, pero ni de las morales y humanas, que
constituyen la verdadera hermosura y dignidad de la persona,
según la simple y recta norma de una razón natural.
No son fácilmente excusables quienes son profesionales
y conocen bien lo que es la psicopolítica y la psicología social.
Lluvia ácida El inerme consumidor de los Mass Media,
recibe así una visión distorsionada y a veces pervertida, de la
realidad del mundo. Los Medios que lo informan,
escamoteándole la visión del bien, le confiscan a menudo su
capacidad de observación y de juicio, le enjuagan la memoria
con un torrente de información. El hombre está cada vez más
sobreinformado y cada vez menos enterado.
Por otro lado, la industria del entretenimiento le ofrece
la posibilidad de la distracción perpetua, con perpetuo olvido
93
de los sentidos últimos y de sus responsabilidades inmediatas.
La acedia escamotea el recuerdo de Dios, fin último del
hombre, así como la conciencia de que la dignidad del hombre
reposa en, y dimana de, su condición de creatura, y que por lo
mismo se realiza en su relación con su Creador, y en el asumir
sus responsabilidades respecto de las demás creaturas (107)
Pero no sólo la prensa invade el tiempo dominical. Las ofertas
de la industria del espectáculo, que es superfluo elencar,
rivalizan ese día en conquistar el tiempo de grandes y chicos. .

Los grandes ocultadores actuales del bien verdadero, los


grandes propagadores de acedia, son comparables por eso a una
lluvia ácida que se precipita permanentemente sobre la
Humanidad.
Pero no se ha de extrañar, si se tiene en cuenta que el
Dios que se revela en Cristo, ha elegido revelarse de tal modo
que contraríe la soberbia del hombre, y consiguientemente lo
entristezca, ya que los signos y los bienes que le ofrece,
contrarían o no satisfacen sus apetitos.
Una pastoral de la acedia no puede excusarse de un
enfrentamiento con los Mass Media y con los hábitos de
consumo de prensa y radiotelevisión de fieles y no creyentes.
4.10.) "No te Avergüences del Evangelio"
Como se desprende de lo que venimos dibujando a
grandes rasgos, la acedia reviste en nuestros días dimensiones
culturales y puede llamarse en cierto sentido mal du siècle, o
puesto que abarca ya varios siglos de historia, mal des siècles.
Ella está implicada en el fenómeno de la persecución,
que Jesucristo anunciaba como infaltable a su Iglesia y que
toma en cada época formas propias. En la nuestra, la

94
persecución toma formas que venimos tratando de señalar, muy
propias y particulares.
En otros tiempos "cuando se atacaba la religión se la
atacaba como una cosa seria. Pero el siglo XVIII la atacó con
la risa. La risa pasó de los filósofos a los cortesanos; de las
academias a los salones; subió las gradas del trono; y se la vio
en los labios del sacerdote; tomó asiento en el santuario del
hogar doméstico, entre la madre y los hijos. ¡Y de qué, pues,
gran Dios! ¿de qué se reían todos? ¡Se reían de Jesucristo y
del Evangelio!" (108).
4.10.1 Burla y Menosprecio La burla y el menosprecio -
que como se ve no son de ahora - logran confundir a algunas
conciencias creyentes, inquietándolas, como si aquello que en
ellos es gracia y don de Dios, como por ejemplo su pertenencia
eclesial, sus actos exteriores de piedad, de oración y de culto,
fuesen algo torpe, malo o deshonroso de lo que debieran
ruborizarse (109) "En otros tiempos el mundo se escandalizaba
del cristianismo - ¡cosa que tiene sentido! - pero ahora que al
mundo se le ha metido en la cabeza que es cristiano y que se ha
apropiado del cristianismo, sin notar para nada la posibilidad
del escándalo, ahora, naturalmente, el mundo se escandaliza del
verdadero cristiano.
No cabe duda que será muy difícil salir de semejante
engaño. (...) El mundo sigue escandalizándose del cristiano
verdadero, sólo que ahora, generalmente, la pasión del
escándalo ya no es tan desenfrenada que pretenda exterminar al
cristiano verdadero. [Permítasenos advertir aquí, que
Kierkegaard se refiere al exterminio al modo del Imperio
romano. Porque hoy, como hemos dicho, existen otras formas
taimadas y ocultas de etnocidio que apuntan igualmente al
exterminio por medios de políticas económicas y culturales].
Esta es una cosa bien explicable. En aquellos tiempos en que
el mundo estaba convencido de que no era cristiano, había algo
95
por qué luchar, algo en que jugárselo todo, a vida o muerte.
Pero ahora que el mundo, de forma engreída y tranquilona, está
convencido de que es cristiano, ahora, naturalmente, la
exageración del cristiano verdadero, sólo es algo para tomarlo a
la risa. La confusión, evidentemente es mucho más terrible que
en los primeros tiempos del cristianismo. Desde luego,
entonces era terrible, pero había sentido en que el mundo
luchase a vida o muerte contra el cristianismo. En cambio
ahora ¿no es algo lindante con la insensatez, esa sonrisa
levemente sarcástica que tiene que soportar el verdadero
cristiano de parte del actual irenismo superior de nuestro
mundo convencidamente cristiano?" S. Kierkegaard, Las
Obras del Amor, I, p. 336-337. .
Esas burlas apuntan a provocar la vergüenza y el rubor
acerca de aquello por lo que precisamente merecerían ser
honrados y respetados, porque constituye en ellos la fuente de
su dignidad y de su grandeza: su elección divina, su vocación,
y su misión.
Debido a esas burlas y menosprecios, manifestados en
forma de fría indiferencia, de afectada ignorancia, o de positivo
escarnio, derisión o contumelia, se enturbia en algunos
católicos la gloria de la propia pertenencia. Hasta el punto de
que algunos pueden sentir la tentación de negar, disimular o
hasta abandonar una pertenencia eclesial que es fuente de
bochorno. La burla alcanza de este modo su objetivo,
provocando un gravísimo daño. Hace tropezar a los pequeños
en el seguimiento del camino de Cristo. Los aparta del pueblo
de reyes, profético y sacerdotal, con menosprecio de la propia
elección, vocación y misión divina.
Este crimen lo llamó Jesús: "escandalizar a los
pequeños que creen en mí" (Marcos 9,42 y paralelos), y lo
juzgó digno - como hemos dicho - de un durísimo castigo.
Pablo tuvo que exhortar a Timoteo - nada menos - a no
96
avergonzarse del evangelio, ni de las cadenas de San Pablo (2
Timoteo
1,8.12). Avergonzarse, o lo que se conoce como
"respeto humano" (110), es un término técnico de la teología
cristiana del martirio, casi sinónimo de apostatar. El Evangelio
lo remonta a la enseñanza de Jesús:
"El que se avergüence de mí y de mis palabras, en esta
generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se
avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con
los santos ángeles" (Marcos 8,38)
La persecución, en cualquiera de sus múltiples formas,
ha sido siempre causa de apostasía; también lo ha sido en sus
formas de irrisión, de burla, de menosprecio o de ignorancia
afectada. Más todavía cuando esas burlas son tenaces,
generalizadas, sistemáticas, y continuas, como sucede con las
que se convierten en hábitos culturales y cristalizan en
costumbres y tradiciones sociales (111). Ante ellas la protesta
cristiana, digna y mansa, pero infatigable, firme y clarividente,
es un deber indeclinable.
4.10.2. La burla como persecución La burla, como
dijimos antes (112), sigue acompañando hoy a la Iglesia como
bienaventuranza dolorosa y como forma de persecución.
Pensamos en el manoseo irreverente del hábito religioso
por parte de agencias de publicidad en sus avisos publicitarios;
en la distorsión de la imagen sacerdotal o de las religiosas en
telenovelas que la manosean y ensucian, en shows o videoclips
blasfemos que hacen de la profanación una industria y de la
ofensa de la sensibilidad de los creyentes un negocio.

Afín a este mismo fenómeno espiritual, por otro


extremo que sólo en apariencia le es opuesto, están las
97
asociaciones negativas de los símbolos, objetos y personas
sagradas en espectáculos del género de terror.
Esta industria no se detiene ni siquiera ante la
profanación pornográfica y perversa. Detrás de esa
manipulación destructora del imaginario creyente, a la que nos
hemos referido (ver 3.7.), están la acedia y el odio: primero la
tristeza y luego la bronca contra Dios, contra los creyentes y lo
que ellos aman y consideran sagrado.
Como escalón previo al odio, la acedia prepara la
persecución sangrienta. En efecto: la burla y el menosprecio,
como descalificación social, son precursores de la sangre y son
verdadera persecución.
Entre todas las formas de persecución, quizás sea la
burla la más cobarde e innoble. Sin embargo, desde el Viernes
Santo hasta el fin de los tiempos acompaña y rodea a la Cruz,
al Crucificado y a su Iglesia: "peregrina entre las persecuciones
del mundo y los consuelos de Dios" (113).
4.10.3. La Irrisión se Opone a la Justicia La justicia es
dar a cada uno lo que le es debido. A cada uno se le debe un
cierto grado o forma de respeto, honor y consideración, tanto
en el trato interpersonal como en el social. El respeto y el
honor debidos, son asunto de justicia.
En justicia, debemos los creyentes, la alabanza, la
adoración y la glorificación al Dios creador y salvador. En
justicia se debe a los progenitores el respeto y la honra. A todo
ser humano se le debe el respeto que merece su condición
humana, independientemente de sus méritos o deméritos
personales. Respeto merecen el padre por ser padre, la madre
por ser madre. Y respeto merece la virtud, y aún simplemente
las canas. Respeto se debe a las autoridades, y también
merecen el suyo los más humildes y desamparados. Cada uno

98
merece honor y respeto, aunque todos en diversa forma, pues a
cada uno se le debe el propio.
A cualquiera de ellos que se les escamotee el honor y el
respeto debidos, se le infiere injuria, es decir: se le hace
injusticia. La irrisión y toda otra manera de escamotear el
debido honor y respeto, son pues actos contrarios a la justicia.
Son pecados contra la justicia.
Se debe respeto al Pueblo de Dios. Por muchos
motivos. El primero y principal, por ser obra de Dios mismo.
Por eso, toda burla, ignorancia afectada o cualquier otra forma
de discriminación que le escamotea el debido reconocimiento,
es injusticia que se le hace. Tanto más grave injuria cuanto
mayor es el respeto que se le debe y el escarnio que se le
infiere. Pero es también injuria que se hace al mismo Señor
ignorando y escarneciendo su obra.
Pero aún quien no crea y por lo tanto no reconozca el
carácter divino de su dignidad, le debe por lo menos el mismo
respeto que a cualquier otra convicción religiosa. Y parecería
que es justamente con los católicos con los que hay patente de
libre corso para la irrisión.
En este tiempo en que tanto se habla de los derechos
humanos y de la justicia, parece olvidado el derecho al honor y
al respeto, y parece perdida la conciencia moral en lo que toca
al pecado de derisión y contumelia (114).
Piénsese en el manoseo del hábito de la religiosa y de
su imagen, entrañable para los fieles creyentes, de virgen
consagrada a Cristo, en telenovelas como "La extraña dama" o
"Con pecado concebida", o en Videos como "Cambio de
hábitos", imitado luego por la publicidad de un producto
cosmético. La empresa Benetton, por ejemplo, mostró en
inmensos affiches la imagen de un joven sacerdote de sotana
negra besándose con una monja de hábito blanco. Y podía
99
verlas el Papa en alguna de sus visitas, desde el emplazamiento
del altar. Más recientemente aún, la empresa Volkswagen ha
abusado del cuadro de la Ultima Cena de Leonardo da Vinci
para promocionar una marca de autor. Bajo la imagen, se le
hace decir a Nuestro Señor: 'Amigos míos, regocijémonos,
pues ha nacido un nuevo Golf'. Felizmente, esta vez, el
Episcopado de Francia ha reaccionado en defensa de la
sensibilidad de los fieles. Los obispos desean que se abra de
una vez por todas un debate público para establecer que no es
adecuado el uso de temas religiosos con fines puramente
comerciales y lucrativos. Los responsables de la agencia
publicitaria DDB, André Bouchard y Jean-
Denis Pallain, admitieron que al idear la campaña eran
conscientes de que los avisos podían resultar chocantes para los
creyentes, pero quisieron apelar igualmente al sentido del
humor de la gente. El portavoz del Episcopado francés replicó
que con esta campaña, los responsables 'se apropian de un
ppatrimonio simbólico que hace a la esencia más íntima de
millones de creyentes. Es inadmisible, sostuvo, que la empresa
lo haga 'no con un interés artístico sino con fines puramente
comerciales' (115). Nosotros anhelamos que se reserven los
símbolos religiosos exclusivamente a sus fines específicamente
religiosos y se los considere propiedad religiosa, es decir
sagrada, de los creyentes.
4.10.4 El que a Vosotros Desprecia a Mí me Desprecia
En el juicio final de las naciones paganas (Mateo 25, 31-46), se
dice que éstas serán juzgadas por su actitud misericorde o
inmisericorde respecto de los "hermanitos míos más
pequeños".
Se trata de los discípulos de Jesús.
Sería innecesario tener que decirlo y menos aún tener
que argumentarlo y probarlo con textos, si la exégesis
racionalista y kantiana, no hubiera reinterpretado
100
filantrópicamente este texto, escamoteando así su naturaleza
cristocéntrica y eclesiológica; y si esta interpretación no se
hubiese divulgado después - por desgracia - hasta hacerse
predominante, y hasta ser recibida incluso entre los
predicadores y hasta entre algunos exegetas y teólogos
católicos.
Son numerosos los textos evangélicos que enseñan esta
ley de solidaridad e identificación entre Jesús y los que creen
en El. En ellos Jesús se refiere a sus discípulos con el título de
"pequeños". He aquí algunos tomados del mismo Mateo:
"Quien a vosotros recibe a mí me recibe, y quien me
recibe a mí, recibe a Aquél que me ha enviado...y todo aquél
que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos
pequeños por ser discípulo, os aseguro que no perderá su
recompensa" (Mateo 10,40.42).
"Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los
niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (...) quien se haga
pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los
Cielos (...) y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a
mí me recibe. Pero el que escandalice a uno de estos pequeños
que creen en mí (...) guardaos de menospreciar a uno de estos
pequeños (...) no es voluntad de vuestro Padre celestial que se
pierda uno solo de estos pequeños" (Mateo 18, 3-
6.10.14).
Esta ley de identificación nos enseña acerca del misterio
de la acedia y de cómo, lo que se hace contra los amados de
Dios, va dirigido contra Dios. "Las afrentas con que te
afrentan caen sobre mí" confesaba el salmista (Salmo 68,10).
Los enemigos de Dios dicen del justo: "su sola presencia nos es
insufrible" (Sabiduría 2,14).
La acedia tiene por objeto a Dios y a todo lo que tiene
relación con El, los hombres con él vinculados, su lenguaje, los
101
signos, símbolos y acciones simbólicas que expresan esa
relación.
Por el contrario, la Caridad honra a Dios en sus
creaturas, especialmente en sus amigos: "Tus amigos son por
mí muy honrados, Señor" (Salmo 138,17)
4.11.) Acedia Jurídica La indiferencia por el bien ha
invadido también la órbita jurídica de nuestra cultura. El
derecho es celoso en amparar los bienes económicos como si
fueran sagrados. Pero no toma en cuenta para ampararlos, los
bienes sagrados. Parece que en estos asuntos el derecho se lava
las manos como Pilatos.
Los hombres, pero particularmente los católicos, están
hoy desamparados jurídicamente ante el abuso de sus símbolos
sagrados, los cuales pueden ser escarnecidos, burlados,
profanados públicamente con total impunidad. Pueden usarse
en publicidad o en la industria del espectáculo como si fueran
cosas del dominio público.
El orden legal vigente ampara la propiedad intelectual y
las marcas comerciales. No hace mucho, la Compañía Walt
Disney demandó a los organizadores del Oscar porque usaron
la figura de Blanca Nieves sin su autorización. El personaje
creado por Walt Disney es propiedad de la Compañía y su uso
le pertenece. Es un derecho en el que lo protege la ley.
Pues bien, Blanca Nieves goza de mayor protección
legal que un Crucifijo o que las personas mismas de Cristo y de
María (116). Las imágenes sagradas de los católicos no están
protegidas, no ya contra su uso, sino contra cualquier abuso.
Se puede abusar de ellas para todos los fines imaginables y los
católicos no tienen ninguna forma de oponerse y reclamar por
caminos legales.
Se puede abusar del nombre de la Virgen como nombre
de artista de una Vedette porno. Se puede hacer propaganda de
102
un fiambre, presentando risible y burlescamente el sacramento
y al ministro de la penitencia. Se puede presentar una marca de
reloj con una parodia de la resurrección. Se puede presentar un
cosmético usurpando el hábito de las religiosas. La figura
misma del sacerdote y de la religiosa son llevadas y traídas,
manoseando esas imágenes en telenovelas irreverentes. Con
los nombres de nuestros dogmas de fe y los artículos del Credo
se hace lo mismo (117). Habitualmente los símbolos sagrados
católicos se asocian con imágenes terroríficas en el género de
terror.
No hay amparo legal para este grupo humano cuyas
imágenes son así manipuladas y destruídas por la más moderna
y sofisticada ingeniería de la imagen, puesta al servicio de la
acedia. No hay amparo legal para los sentimientos de los fieles
así agredidos en su imaginario creyente. Y no estamos
hablando de países musulmanes sino de países como Italia,
España y Argentina, donde hay mayorías católicas ultrajadas
por minorías despóticas.
El Envilecimiento de la Conciencia Esta impunidad
para el manoseo y para el insulto, trae como consecuencia
lamentable, el acostumbramiento de un pueblo entero a ser
objeto de persecución burlesca. La irreverencia crónica, el no
ser respetado perpetuamente, el no ser considerado ni tenido en
cuenta, introyectado y convertido en hábito, acaba embotando
el sentido del propio respeto y dignidad. El pueblo termina por
considerarse en verdad inferior y ridículo, en verdad indigno y
nulo.
En esa situación, que es la actual, hay muchos fieles
que, habituados al escarnio, habiendo perdido además el
sentido de la sacralidad de sus símbolos y de la reverencia que
ellos y los demás les deben, víctimas de estas acciones
psicopolíticas, han perdido también la autoestima. Ya no son
capaces de estremecerse con las profanaciones. Peor aún,
103
llegan a celebrar, también ellos, los inventos blasfemos del
corro de los burlones; festejan las humoradas que se hacen a su
propia costa; a costa del pueblo santo y de su Dios.
Esa pérdida de la autoestima y del sentido de la propia
dignidad, es ya una forma de la pérdida de la fe, del
debilitamiento de su sentido de pertenencia eclesial. Es
insensibilidad para un mal, y por lo tanto, como toda forma de
apercepción del bien, como toda forma de dispercepción, tiene
algo de acedia y es incoación de la apostasía.
En efecto: algunos creyentes, imaginando que así
lograrán evitar las burlas de la acedia, toman distancia de la
Iglesia y se suman al coro del mundo hostil. Asumen la
autodenigración como forma de elegancia, de distinción; como
sello o blasón de libertad de espíritu.
La lucha por el reconocimiento de los derechos de Dios
es irrenunciable. Y también lo es la lucha por el
reconocimiento de los derechos de la conciencia creyente a la
propiedad de sus símbolos, de sus signos, de sus cantos y
melodías (118), de sus imágenes sagradas, de su mundo
imaginario. Y consiguientemente a la protección legal de esos
bienes contra los abusos de la industria de la persecución.
Los símbolos religiosos cristianos pertenecen al pueblo
de Dios, a la Iglesia, porque los ha producido. Y el pueblo
creyente tiene derecho a ser amparado en el respeto a su
propiedad espiritual, que es de orden muy superior a la
intelectual y a la económica.
El orden jurídico y legal vigente desconoce el derecho
del creyente a ser respetado en esa esfera religiosa. Es esta una
laguna lamentable - por otra parte más artificial que natural - de
la actual situación jurídica, que lo deja inerme ante las
mencionadas formas de agresión. A esta situación de
desamparo que acabamos de describir, y que es otra faceta más
104
de la cultura y de la civilización de la acedia, creo que puede
llamársela con justicia: acedia jurídica.
4.12.) Adiestramiento para la Acedia En nuestros
tiempos muchos creyentes han tenido poderosos motivos para
lamentar serlo. Los poderes de este mundo no le han hecho
fácil la vida.
El comunismo soviético empleó el conductismo de
Pavlof para cambiar el modo de pensar y la conducta de los
creyentes, e invertir su apreciación del bien y el mal.
En los procesos que en los regímenes comunistas
llevaban a cabo los tribunales del pueblo, se procuraba arrancar
la autoacusación mediante halagos o amenazas. En cuanto
apuntaban a arrancar la confesión de que había sido malo todo
cuanto el creyente antes reputara bueno, estos procesos
procuraban inducir la acedia y provocar la apostasía. El solo
hecho de estar en la mira del aparato policíaco comunista y de
sus crueles métodos disuasorios, eran motivos suficientes para
que más de un creyente estuviera tentado de lamentarse de su
fe.
Con el fin de lograr el "arrepentimiento" (una verdadera
y propia re-conversión o apostasía), se aplicaron los lavados de
cerebro, basados en los reflejos condicionados, como
modificadores de la conducta. Dicho prontamente, se castigaba
al creyente hasta disuadirlo, o se lo mandaba a morir al
Archipiélago Gulag, como lo bautizó A. Soljenitsin. Se re-
adiestraba al creyente, para recuperarlo y convertirlo en un
buen ciudadano soviético.

No a todos era necesario enviarlos a prisión. Porque no


todos eran pertinaces y recalcitrantes. Los procesos del
tribunal del pueblo eran públicos porque tenían una finalidad
de disuasión colectiva.
105
Eran una amenaza para todo buen entendedor. No
importa qué lejos estuviese el creyente medroso, así estuviese
más allá de los mares, igualmente se lo intimidaba. Los
procesos, locales, tenían efectos mundiales. Como sucediera
otrora con la guillotina, hasta donde llegaba la noticia se
expandía el terror.
Los estímulos condicionantes empleados por la ciencia
del lavado de cerebros, se fueron sofisticando y se hicieron más
universales y de amplio espectro. Se comenzó a usar estímulos
menos violentos que los procesos y las prisiones.
La aprobación o la desaprobación, el halago cultural o
editorial para el escritor que empleaba el discurso conveniente,
o el silenciamiento. Se premiaba la autocrítica "espontánea" de
los católicos, hasta que se fue convirtiendo en moda aplaudida
y premiada, prestigiante, el decir todo mal de sí mismos.
Grandes editoriales, semanarios, periódicos, libros,
sirvieron a la finalidad de un gigantesco operativo de brain-
washing, para modificar la opinión pública católica, e imponer
a los católicos una conciencia culpable; para lograr la confesión
y autoacusación en gran escala; para que deploraran lo que
habían sido y declararan que su pasado había sido global y
radicalmente malo; para que rompieran con ese pasado, lo cual
equivalía a romper con la obra de Dios en dos mil años de
Iglesia.
Se inducía así una declaración de acedia y menosprecio
no ya individual y privada, sino que afectaba la conciencia
colectiva de la Iglesia (119) suceda los que están empeñados en
acusarla, y al acecho de sus confesiones para usarlas en su
contra. Esas torcidas espectativas y esas manipulaciones, no
crean precisamente las condiciones de libertad y dignidad que
exige la confesión. Condiciones y espacios que sí se aseguran,
dentro de la Iglesia, a los arrepentidos, de cuya confesión de
culpa ésta no saca ninguna ventaja, de ninguna índole..
106
En otros tiempos, relativamente más felices, ocurría que
algún que otro creyente envidiara, más o menos ocultamente, la
suerte de los infieles, porque - por ejemplo - no tenían que
guardar los mandamientos y demás obligaciones de la vida
cristiana. Claro acto de acedia, o sea de tristeza por el bien
propio; y, en este caso, por el bien de ese camino de sabiduría
que son las Diez Palabras.
Pero en comparación con eso, la calamidad que
descargó en este siglo sobre los católicos, los presionó a
maldecir de sí mismos y los acusó de gravísimos cargos, como
enemigos de la Humanidad y del bien común, sólo parece
comparable a la acusación neroniana. Aunque por lo masivo y
artero de sus métodos, quizás no tenga igual en el pasado.
Tatiana Goricheva experimentó en carne propia lo que
puso por título a uno de sus libros "Hablar de Dios resulta
peligroso". Bien pudo decir, sencillamente, que era peligroso
el mero hecho de creer en Dios (120).
La peligrosidad de la condición creyente, no la disimuló
Jesús a sus discípulos, y ha de ser siempre parte esencial de la
instrucción catequística. De lo contrario, la persecución,
tomando impreparados, desprevenidos e ignorantes a los fieles,
los precipita más fácilmente en el escándalo de verse
rechazados de una manera inexplicable; rechazo cuya
significación espiritual - faltos de la debida instrucción - no
pueden comprender. Por los caminos de ese escándalo de la
cruz, dan, sin capacidad de resistencia, en una fácil apostasía.
Tanto más fácil, cuanto que no se los ha instruído tampoco
sobre la gravedad de este pecado contra la fe (121). Quizás la
generalización de la apostasía que presenciamos en nuestros
días (122) Es a esos fenómenos, a los que tradicionalmente se
los denominó, en el lenguaje de la fe, con el nombre de
apostasía. Y en ese sentido tradicional usamos la palabra,
conscientes de que existe alrededor de ella, como de otras
107
tantas del vocabulario creyente, un tabú que inhibe de
utilizarla. , se deba a esas lagunas en nuestros programas de
instrucción catequística. Toda catequesis debería recalcar e
insistir en que seguir a Cristo es algo peligroso: "¡Ten cuidado
de no empezar en seguida lo que has oído, a no ser que
verdaderamente tu seriedad estribe en querer de veras negarte a
ti mismo!" (123) .
Si advertir estas cosas no es tan necesario en regímenes
totalitarios anticristianos, donde al catecúmeno le resulta obvio
y archiconocido, lo es ciertamente en las engañosas situaciones
del mundo occidental, al que todavía, de vez en cuando,
aunque hoy con menos frecuencia que en otros tiempos, le da
por llamarse cristiano.
Versión Occidental En la prosecución de los mismos
fines, aunque con medios más refinados, la impiedad
occidental, no le fue en zaga a la oriental, la cual no era, al fin
y al cabo, sino una hija suya de carácter más cruento.
A este propósito, hablando en Harvard, A. Soljenitsin
describía en estos términos la artera versión occidental de la
censura soviética:
"El Occidente, que no posee censura, opera sin embargo
una selección puntillosa al separar las ideas de moda de las que
no lo son: y aún cuando estas últimas no se apagan por la
fuerza de una prohibición, no pueden expresarse
verdaderamente ni en la prensa periódica, ni en el libro, ni por
la enseñanza universitaria. El espíritu de vuestros
investigadores es libre jurídicamente, pero está investido por
todas partes por la moda"
Este régimen de censura por silenciamiento y
publicidad dirigida, promueve desde afuera pero en forma que
se hace sentir también - ¡y cómo! - dentro de la Iglesia,
mediante los medios e instituciones culturales de los que se
108
vale el stablishment, la versión occidental de la autoacusación
católica.
Así se puso de moda, predominantemente entre los
cuadros intelectualizados del catolicismo, la autocrítica a
ultranza, autodenigradora y autodemoledora. La meta de esta
autocrítica es selectiva.
No se trata, como en el mundo comunista, de liquidar,
sino de reorientar, "purificando" a la Iglesia de lo que se
considera "incompatible con el mundo de hoy"; o en lenguaje
bultmanniano "incompatible con la moderna Weltanschauung".
Pero en el fondo se trata de lo mismo. En ambos
mundos, cada uno con sus métodos propios, lo que se busca es
la "reeducación", o sea una cierta domesticación de la Iglesia.
Se trata sólo de versiones diferentes de un mismo sueño. La
versión occidental del sueño marxista que aspira a las Iglesias
católicas nacionales, domesticadas por el César, es una Iglesia
"del mundo", dócil a los poderes políticos mundiales.
La nueva actitud, complaciente con el César y dura con
el Papa, se ha extendido dentro de la Iglesia. He aquí cómo la
ha descrito el Cardenal Ratzinger:
"A este autoanálisis flagelador, practicado por muchos
contra la propia Iglesia católica, se unía una disposición poco
menos que angustiosa a aceptar con absoluta seriedad todo el
arsenal de las acusaciones contra la Iglesia, sin excluir una
sola. Y esto significaba, al mismo tiempo, un cuidadoso
esfuerzo por no volver a incurrir en nuevas culpas ante los
otros, por aprender de ellos, y hasta donde ello fuere posible,
por no buscar ni ver en ellos sino los aspectos positivos. Esta
radicalización de la fundamental exigencia bíblica de la
conversión y del amor al prójimo, desembocó en la inseguridad
de la propia identidad, que se estaba cuestionando por doquier,
pero sobre todo, en la profunda ruptura respecto de la propia
109
historia, cuyas páginas se antojaban totalmente salpicadas de
suciedad, de suerte que se hacía de todo punto impresincible un
comienzo radicalmente nuevo"
Las palabras del Card. Ratzinger, describen una actitud
de acedia: una disposición a dar por malos,
indiscriminadamente, todos los bienes propios, y a declarar
bueno todo lo ajeno.
Falsa e indiscreta humildad. Si bien la consideración de
los propios defectos ayuda para evitar el engreimiento y
dispone a la humildad, el despreciar los dones de Dios que uno
posee, el ignorarlos o negarlos, el avergonzarse de ellos ante
los hombres como si fuesen males, el ocultarlos por evitar ser
motejados de arrogantes...todo eso no es humildad, sino falsa
humildad, ingratitud y acedia (124).
A tan deplorable situación llegan algunos creyentes por
no tener bien claro que - como ya lo prevenía Jesús mismo -
"no se puede servir a dos señores". No es posible tener
contentos a Dios y al Mundo.
Al cristiano que vive en el mundo occidental hay que
desengañarlo con palabras como las de Kierkegaard: "Cuando
en este mundo un hombre se decida a cumplir, aunque fuera del
modo más modesto, el deber de permanecer en deuda de mutua
caridad, tendrá que enfrentarse irremediablemente con la
dificultad definitiva y entrar en combate con la oposición
mundana (...)
¡Ah, el mundo piensa muy poco o nada en Dios! A esto
se debe el que no pueda por menos de interpretar al revés toda
forma de vida cuyo pensamiento más esencial y constante sea
cabalmente el pensamiento de Dios" (125) . Leo Moulin, un
ateo y agnóstico, insospechable de parcialidad procatólica, dice
en este mismo sentido, con la autoridad que le da su condición
de catedrático de historia: "Haced caso a este viejo incrédulo
110
que sabe lo que dice: la obra maestra de la propaganda
anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo
en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la
inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. A
fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han
conseguido convenceros de que sois los responsables de todos
o casi todos los males del mundo. Os han paralizado en la
autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de lo que ha
ocupado vuestro lugar.
"Feministas, homosexuales, tercermundialistas y
tercermundistas, pacifistas, representantes de todas las
minorías, contestatarios y descontentos de cualquier ralea,
científicos, humanistas, filósofos, ecologistas, defensores de los
animales, moralistas laicos: Habéis permitido que todos os
pasaran cuentas, a menudo falseadas, sin discutir. No ha
habido problema, error o sufrimiento histórico que no se os
haya imputado. Y vosotros, casi siempre ignorantes de vuestro
pasado, habéis acabado por creerlo, hasta el punto de
respaldarlos. En cambio, yo (agnóstico, pero también un
historiador que trata de ser objetivo) os digo que debéis
reaccionar en nombre de la verdad. De hecho, a menudo es
cierto. Pero si en algún caso lo es, también es cierto que, tras
un balance de veinte siglos de cristianismo, las luces
prevalecen ampliamente sobre las tinieblas. Luego, ¿por qué
no pedís cuentas a quienes os las piden a vosotros? ¿Acaso han
sido mejores los resultados de los que han venido después?
¿Desde qué púlpitos escucháis contritos ciertos sermones?"
(126).
Se ha de observar, por fin, que dado que en el
ensañamiento autoflagelador y en la autoacusación sistemática
ante los tribunales del mundo, hay una conducta de acedia,
negadora del bien divino y de sus bienes derivados, el concepto
de acedia es fundamental para encarar la cura pastoral de estas

111
conductas compulsivas de autodenigración. Y debido a que
son inducidas mediante manipulaciones y estímulos
propagandísticos ocultos - se los ha llamado Hidden
Persuaders: Persuasores Ocultos -
de los cuales las víctimas no son del todo conscientes,
se ha de ser cautos en pronunciarse precipitadamente sobre el
grado de reponsabilidad moral de los que han sido sometidos a
tales lavados de cerebro culturales. Pero no se debe subvalorar
el daño objetivo que infieren y se infieren.
4.13.) Las "Broncas" en la Iglesia El tema de las
compulsiones autoflageladoras, inducidas desde afuera de la
Iglesia por los poderes de este mundo, nos lleva como de la
mano a ciertas formas de acedia intraeclesiales.
Se hace difícil elencar exhaustivamente la variedad de
formas en que existe la acedia de unos fieles contra otros fieles;
es decir entre fieles, dentro mismo de la Iglesia.
El mal es tan antiguo como la Iglesia misma. Pero no
se lo reconoce ni se lo diagnostica, en nuestros días, con la
misma sagaz clarividencia pastoral de un Clemente romano :
"Dióseos toda gloria y dilatación y vino a cumplirse lo
que está escrito: 'Comió y bebió y se dilató y engordó y
recalcitró el amado' (Deuteronomio 32,15). De ahí nacieron
emulaciones y envidia, contienda y partidos, persecución y
desorden, guerra y cautividad. Así se levantaron los "sin honor
contra los honrados", los sin gloria contra los gloriosos, los
insensatos contra los sensatos, los jóvenes contra los ancianos.
La justicia y la paz huyeron lejos de vosotros, por haber
abandonado cada uno el temor de Dios y dejar que se
debilitaran los ojos de la fe en El. Ya no caminábais según las
ordenaciones de sus mandamientos ni llevábais una conducta
conforme a Cristo, sino que cada cual se extravió por las
sendas de las pasiones de su corazón malvado, habiendo
112
concebido dentro de vosotros una acedia injusta e impía" (127)
.
Tampoco hoy, es oro todo lo que reluce, en lo que
alguno, desprevenidamente, pudiera tomar como corrección
fraterna, o como "crítica que viene del amor", o algún otro,
dolosamente, pretendiera hacer pasar por tales. Aún en los
casos en que los fieles se señalan, unos a otros, defectos reales
e indiscutibles, hay a menudo, de contrabando, una secreta
alegría de tener algo qué señalar, o una intención
descalificadora en el hecho de buscarlos y señalarlos.
Otras veces, en el corregir al otro, hay un tácito alegato
en pro de la propia justicia. Consciente o inconscientemente se
descalifica al otro para calificarse a sí mismo. Ya sea ante los
propios ojos, ya sea, con mayor frecuencia, ante la mirada del
mundo, al que se mira de reojo, esperando su aprobación.
El modo de corregir de San Clemente no es éste. En su
sabiduría y caridad pastoral, San Clemente no se coloca a sí
mismo fuera de los males que corrige. Por eso es digno de ser
tomado como maestro en su modo de corregir: "Todo esto,
carísimos, os lo escribimos no sólo para amonestaros a
vosotros, sino también para recordárnoslo a nosotros mismos,
pues hemos bajado a la arena y tenemos delante el mismo
combate" (128) .
¿Dónde están hoy - en cambio - los elogios al ser
creyente? ¿Dónde los elogios al pueblo católico?
La misma palabra católico va en camino de convertirse
en nombre que avergüenza.
Se enciende fácilmente dentro, azuzado alegremente
desde afuera, con la misma leña de la autoflagelación, un "todo
contra todos" intraeclesial. La autoacusación no es acusación
de sí mismo, sino de los demás católicos. La declaración de las
culpas "propias" es en realidad a veces acusación de culpas
113
ajenas. Se hace examen repartiendo culpas y golpeando pechos
ajenos. Se "evalúa", pero a los demás: los fieles a sus
sacerdotes, los sacerdotes a sus fieles, el obispo a todos y todos
al obispo. Los reproches suben y bajan y se entrecruzan en
todas direcciones, sin respetar ni al Papa.
La acusación, la irritación, la burla, la vergüenza, la
malquerencia, la descalificación. Y, si es posible, todo
ventilado en público y agitado golosamente por la Prensa y los
Medios.
Lo que decía ya San Pablo a sus Gálatas sigue teniendo
hoy particular vigencia: "Si os mordéis y os devoráis
mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros!"
(Gálatas 5,15). Cuando se deja de mirar el bien que Dios obra
y de gozarse en él, la acedia abre la puerta a la
autocontemplación, a la necesidad de autojustificarse por las
propias obras, a la discusión por el bien a realizar, o por el bien
no realizado (129).
El Partido del Mundo La persecución que viene desde
fuera de la Iglesia, siempre agravó las divisiones
intraeclesiales.
Así lo enseña la experiencia histórica bimilenaria de la
Iglesia. La persecución, no sólo produjo mártires, también
produjo apóstatas. No sólo produjo solidaridad y
consolidación de la comunión, también produjo
desentendimientos, divisiones y partidos. No sólo fue ocasión
de que brillara la caridad de unos, fue también causa del
enfriamiento de la caridad de otros. No sólo alimentó
fidelidades, también indujo a traiciones.
Pablo, en sus Cartas Pastorales, escritas cuando ya se
había desatado la persecución por parte del Imperio romano,
advierte contra: "La enfermedad de las disputas y contiendas de
palabras, de donde proceden las envidias, discordias,
114
maledicencias, sospechas malignas, discusiones sin fin" (1
Timoteo 6,4-5) "Discusiones necias y estúpidas que engendran
altercados" (2 Timoteo 2,23; ver Tito 3,9-11). Por lo visto, la
persecución no suscitaba en todos la solidaridad y la cohesión,
sino todo lo contrario en muchos.
Las discusiones producen, pues, según lo muestra tanto
la historia como la experiencia, división y partidos. Y como
consecuencia de la fragmentación de la comunidad, se disgrega
la asamblea. La Carta a los Hebreos atestigua el abandono de
la asamblea (Hebreos 10,25), en un contexto de persecución,
apostasías y divisiones (130). Y la experiencia contemporánea
del catolicismo, en países comunistas como Polonia o China,
ilustra y confirma, con ejemplos de historia reciente, las
enseñanzas de la historia antigua.
La deserción de las asambleas litúrgicas es otro síntoma
del mismo mal. Y puede iluminarnos para comprender mejor
las causas del ausentismo dominical: el enfriamiento de la
caridad; la pérdida del gozo de estar juntos. Es que en tiempos
de persecución parece prudente tomar distancia de los
perseguidos.
A nadie le gusta la hostilidad del mundo ni la
persecución. La irritación del mundo contra los fieles termina
causando irritación entre los fieles. Algunos, queriendo
evitarla, piensan equivocadamente que podrán bienquistarse al
mundo dándole razón y cediendo a los pretextos de los críticos
y de los perseguidores. Surge así un "partido del mundo", que
aspira a la asimilación, y a través del cual la persecución se
introyecta en la comunidad misma, con formas intraeclesiales
de mundanidad mental, con diversidad de criterios y con
críticas a los demás. Críticas que defienden puntos de vista
mundanos con razones cristianas. Por eso, esta tentación del
mundo internalizado, y defendido con etiquetas y

115
argumentaciones "cristianas", es singularmente pérfida y
engañosa.
Almas bienintencionadas, al ver que el mundo se
escandaliza de la fe y de la vida creyente, sueñan con quitar el
escándalo. Y se irritan contra lo que les parece rigidez en los
que se apegan a sus fidelidades, como causantes de la
persecución. Sin embargo el escándalo es inherente a la
situación del cristiano en el mundo (131).
Romano Guardini ha captado y descrito, como vimos
antes, en su libro El Ocaso de la Edad Moderna, el mecanismo
mundano - pero internalizado por el "catolicismo crítico" - de
oponerse al catolicismo en nombre de alguno de los propios
valores cristianos. Jugar el cristianismo contra el catolicismo,
contra la Iglesia. Oponer la parte al todo. La razón a la
realidad. Mecanismo descalificador que nos hace recordar al
que impugnaba la misericordia en nombre de la misericordia.
En este contexto surgen las discusiones nocivas a que
alude San Pablo y de las que tenemos huellas en la restante
literatura cristiana primitiva. Qué hacer, hasta dónde ceder, si
readmitir o no a los lapsi (los que habían apostatado en la
prueba), bajo qué condiciones. El tratado de San Cipriano
sobre la Persecución es un ejemplo de esta situación de
perplejidad eclesial, en el que la persecución proyecta sombras
de irritación dentro de la Iglesia y acusaciones mutuas de
rigorismo o laxismo.
4.14.) Permanecer en el Amor Fraterno Vergüenza por
el Propio Pueblo Las persecuciones del mundo, las burlas y
menosprecios, consiguen que algunos creyentes se
avergüencen del pueblo católico al que pertenecen. Se enfría
así el gozo que la caridad encuentra en los hermanos por la
misma fe - alegría que canta el salmista: "Ved qué paz y qué
alegría convivir los hermanos unidos" (Salmo 132,1) - y
sobreviene la acedia.
116
Es algo feo, como avergonzarse de los propios padres.
Suele suceder que la fe que se recibió en un ambiente humilde,
o de personas muy humildes, ya no prestigia más al promovido
intelectual, social y económicamente.
Desde la altura a la que lo catapulta su nueva
autoestima mundana, se avergüenza y reniega de los pobres de
Yahvé de los que recibió la fe, así como también de esa misma
fe, que él identifica con su abyección. Se avergüenza de la tía
María que le enseñó a persignarse, le explicó el crucifijo y le
anunció, cuando era niño, las creencias que ahora esconde en el
desván.
Dado que esos humildes son fieles - y son capaces de
permanecer fieles precisamente porque son humildes - son
conservadores. Fastidiosamente conservadores. Se empeñan,
aferrados a sus fidelidades, en conservar cosas que resultan
anticuadas e irritantes a los ojos del mundo del progreso.
Cosas que los promovidos piensan que hay que olvidar.
Tratan pues, a veces, de aggiornar, reeducar y promover
a los fieles humildes. O, en el mejor de los casos, los explican
y justifican como una variante popular de lo católico:
catolicismo o religiosidad popular.
Ríos de tinta "culta" han corrido para tratar de hacer
potable y permitir tragar la oblea de lo que se dio en llamar con
esos nombres para defenderlo de quienes simple y llanamente
querían liquidar el fenómeno. En ese sentido hay que
reconocer mérito notorio a los que defendieron desde la
teología pastoral, al pueblo creyente de los santuarios, el agua
bendita, las velas, las imágenes y lo s sacramentales. Porque
donde no existió esa defensa o bien fue débil, la acedia
secularista arrasó sin piedad con todo o casi todo.
En realidad, lo que se ha dado en llamar religiosidad
popular o catolicismo popular, no es una forma inferior de
117
catolicismo, sino que es el catolicismo verdadero, tal como lo
ha conservado y lo vive el pueblo de Dios que es la Iglesia. Y,
por el contrario: lo que sí es una subespecie degradada, o una
forma algo sincrética de catolicismo, es esa que podría llamarse
religiosidad intelectual.
Es esa una forma de catolicismo que, si se analiza
atentamente, reedita hoy fenómenos teñidos de gnosticismo,
maniqueísmo, racionalismo, jansenismo y otros prejuicios
anticatólicos, de origen protestante e ilustrado. Una forma de
catolicismo en la que se han desdibujado, diluído y perdido,
rasgos específicamente católicos, que sí se conservan
precisamente entre el humilde pueblo fiel.
El catolicismo intelectualizado es de tendencia
iconoclasta, racionalista, enemigo de signos, símbolos y
sacramentales, puritano y enemigo del gozo popular. Tiene
tintes maniqueos, por su menosprecio de lo sensible, lo
corpóreo y lo material, cuando se trata de fe; ya que fuera del
ámbito religioso no opone mayores objeciones contra cuerpo,
sentidos, dinero y materia.
Abundan en su actitud, en su pensamiento y
expresiones, lo que San Ignacio de Loyola llamaría "razones
aparentes, sutilezas y asiduas falacias", con las que hielan, en el
corazón del pueblo fiel, la alegría y el gozo que viene de Dios.
Creo que lo que sigue ayudará a comprender hasta qué
punto se equivocan en su mirada sobre el pueblo creyente.
¿Pueblo Supersticioso o Pueblo Sacerdotal?
El pueblo fiel acude a sus santuarios a pedir bautismo
para sus hijos tanto como trabajo, pan, salud, ayuda en
situaciones económicas y afectivas, laborales y familiares.
Todo, en fin, lo que toca a sus vidas humanas. Viven todo esto
religiosamente y creyentemente. Ellos no han tenido que
esperar ni al Concilio Vaticano II, ni a la Christifideles Laici,
118
para hacer lo que Dios les manda y la Iglesia les enseña:
"consagrar las realidades temporales". En eso de tomar
amorosa, religiosa y obedientemente la tierra, el trabajo, la
mujer y los hijos, son como Abraham.
Sin embargo ¿quién no ha escuchado la acusación de
que la suya es una religiosidad interesada, materialista,
comercial, mágica, mezclada de supersticiones e impurezas? Y
curiosamente, en boca de quienes, por otro lado reclaman la
promoción del laicado y reivindican para él la vocación de
consagrar las realidades temporales. Quizás este doble
discurso se explique porque, desconformes con el laicado que
hay, aspiran a otro que se sueñan a su imagen y semejanza.
Concediendo que haya impurezas en esta religiosidad
de los pobres, no serán ciertamente de origen filosófico, ni
ilustrado, ni -menos que menos - maniqueas.

Por el contrario, en los altivos y despectivos reproches


que se les hacen, sí que hay regustos de herejías: maniqueo-
cátara (="la materia es mala"); o luterana (="la naturaleza
humana está totalmente corrompida"); o de un espiritualismo
desencarnado, muy del gusto de la aristrocracia jansenista
(="pureza de ángeles y soberbia de demonios"). En fin,
sabores todo menos que católicos.
En el airón altivo y la razón aparente, en el dedo
acusador contra la plebs sancta, se traiciona un mismo aire de
familia con Aquél que "acusa a nuestros hermanos delante de
Dios día y noche"
(Apocalipsis 12,10). El mismo aire familiar que tiene la
antes citada especie de los que fustigan a "esos que van a
Misa", como si cualquiera fuera mejor que ellos por el solo
hecho de no ir. El mismo aire de los que se tienen o se dan a sí
mismos por la aristocracia moral autojustificada, y se apartan,
119
para no mancharse, de una comunión con gentes condenables y
de nefasta reputación.
Estos críticos practican, sin advertirlo, una curiosa
forma de autoexcomunión por motivos de virtud.
Son ellos mismos quienes se apartan de la comunión y
pertenencia: "Salieron de entre nosotros porque no eran de los
nuestros, si hubieran sido de los nuestros habrían permanecido
entre nosotros" (1 Juan 2,19). "Pues este es el mensaje que
habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros.
No como Caín que, siendo del Maligno, mató a su
hermano...todo el que aborrece a su hermano es un asesino" (1
Juan 3,11-12.15)
Prohibidísimo pues, enajenar acediosamente el corazón
contra la plebs sancta y aborrecer a los hermanos en la fe. Pues
de ellos habla Juan.
Después han venido los interesados en sacar patente de
corso contra los hermanos en la fe, y han embrollado la palabra
"hermano" entendiéndola - como hemos visto - en brumoso
sentido filantrópico. Pero en esto: "apartan sus oídos de la
verdad" (2 Timoteo 4,4).
"Con Aspecto de Piedad, Niegan su Eficacia"
En la historia de la Iglesia, los que menospreciaron a los
fieles "del común", en nombre de una fe mejor y más ilustrada,
se llamaron a sí mismos gnósticos. Diríamos hoy: ilustrados,
instruidos, poseedores del conocimiento y la ciencia de Dios.
San Pablo arroja sobre ellos acusaciones graves,
afirmando que se mueven por motivos de codicia, que son
fautores de desastres en muchas familias, y que van halagando
las pasiones de mujerzuelas.
Cualidades nada recomendables para reconocerles
liderazgo ni magisterio moral o religioso. Pablo pone en
120
guardia a Timoteo contra ellos diciendo: "siendo más amantes
de los placeres que de Dios, tendrán la apariencia de la piedad,
pero desmentirán su eficacia" (2 Timoteo 3,5).
He aquí, en dos pinceladas, un retrato espiritual que es
una radiografía. Estos hombres no aman el gozo de la caridad,
el gozo de Dios: son más amantes de los placeres que de Dios.
Su piedad, por lo tanto, es fachada. Es sólo apariencia
hipócrita, que conviene a sus fines terrenos. Pero de hecho se
oponen a los efectos de la verdadera piedad, los descalifican,
los desdicen y hacen con ellos todo lo que la acedia les dicta.
Porque son, como lo muestra la radiografía paulina, acediosos
disfrazados de devoción, capaces de sorprender la buena fe de
Timoteo.
La pintura corresponde a los gnósticos. Gente a quienes
sus conocimientos - reales o fingidos - y su labia en temas
religiosos, les da apariencia de devoción y de entendidos en las
cosas de Dios. Pero ellos llevan el agua espiritual a su molino.
El perfil espiritual del gnóstico es el del "mago" Simón,
personaje arquetípico que dio nombre al pecado de simonía
(Hechos 8,9-24). Ellos buscan sus intereses y no los de Cristo
(Filipenses 2,21). Ananías y Safira, a su manera, inauguran un
abuso del mismo estilo, queriendo traer a Dios a sus fines
(Hechos 5,1-11). Y esta actitud espiritual es la misma que
Jesús reprobaba en los escribas, quienes recababan honores y
ganancia de su saber religioso (Marcos 12,38-40).
Los gnósticos se gloriaban de su ciencia. Pero la suya
era una ciencia sin caridad, conocimiento sin amor. En su
ejemplo brilla el mecanismo de la acedia: menosprecian a los
simples fieles, a quienes consideran ignorantes. Son ciegos
para la fidelidad y la caridad que hay en ellos sin tanto alarde
de teologías. Gnosis es acedia, es ciencia que extingue el gozo
de la caridad. Al estilo de las razones de Judas.

121
Conocimiento sin amor es el fenómeno demoníaco por
excelencia. En el Evangelio, los demonios son los primeros en
reconocer y proclamar a gritos que Jesús es el Hijo de Dios.
Pero eso no los alegra, sino que los entristece y los hace
temblar (Marcos 1,23; 3,11; 5,7; Santiago 2,19).
4.15.) La Corrosión del Lenguaje Creyente Es un hecho
en que se repara poco, pero al que bien vale la pena atender,
para comprender sus causas, entenderlo y ubicarlo.
¿Por qué las palabras más hermosas y dignas del
lenguaje creyente, precisamente las que designan las realidades
más bellas y santas relativas al amor a Dios y al prójimo, es
decir a la Caridad, están como manchadas y profanadas?
Beato y beatitud, devoción y devoto, fervor, gozo,
caridad, limosna, misericordia, virtud, tradición, católico...
Beato. Devoto.
Las palabras beato y devoto, por una asociación
despectiva y descalificadora: "viejas beatas, viejas devotas", se
usa justamente para denigrar a un grupo humano digno de todo
honor, entre otros motivos porque brilla en él el don y la gracia
de la perseverancia en la fe (CIC 162), y de la fidelidad a través
de las pruebas de toda una vida. Y como si eso fuera poco,
tienen con frecuencia el carisma de la oración, el espíritu de
intercesión, el don de piedad, la virtud de la religión.
¿Dónde está el motivo para despreciar esos dones y
obras de Dios en sus fieles humildes? ¿Qué importancia tienen
estos pequeños, estos pobres de Yavé, para que merezcan ser
tenidos en cuenta para descalificarlos cuando sería suficiente
ignorarlos? ¿Qué motivo sino la acedia puede trastocar así en
motivo de desprecio lo que debería ser motivo de aprecio?
¿Qué crimen tan grave puede hallarse en estas almas, para
descalificar tan grandes dones del Señor? ¿O por qué la

122
falsedad de algunas, puede dar motivo a descalificar a tantas?
Por acedia.
La acedia se impone al gozo de la caridad, y hace
prevalecer la calumnia y el desdoro sobre esta categoría del
pueblo fiel.
Hay que advertir, entender y cortar este abuso del
lenguaje, con firmeza y justa indignación.
Fervor, Gozo, Virtud También se da entre los fieles, y
aunque parezca absurdo especialmente entre los religiosos, el
desprestigio del fervor, del gozo y de la virtud. El desprestigio
tanto de las palabras como de las realidades que ellas nombran.
Porque el desprestigio de las palabras proviene del desprecio
de las realidades, y no viceversa. Es la mente la que mancha el
lenguaje; la acedia la que lo corroe y aherrumbra. Es necesario
vigilar y rechazar el uso de las palabras en su falsa y viciosa
acepción: virtud por gazmoñería o tontería. Hay que rechazar
su desviación irónica.
Las palabras santas y nobles, empiezan a usarse en
sentido perverso, significándolo con un sonsonete, y así
comienza el proceso de su corrupción. Y lo que inicia la
acedia malévola, continúa usándolo el desprevenido. Hay, en
esto, descuidos culpables. Debemos sabernos y ser,
responsables del uso del idioma. Porque el uso del lenguaje no
es neutro sino eficaz. En su uso se realiza la virtud de la
veracidad. Y esta virtud aborrece denigrar con los términos
propios de la alabanza.
Aunque la perversión de las palabras provenga de la
perversión de los juicios, es verdad que una vez pervertidas las
palabras, ellas arrastran y llevan detrás de sí, sembrándola, la
perversión de la opinión y del juicio. Y de la perversión del
juicio es de donde manan, como de mala fuente, todas las
injusticias.
123
Caridad La palabra Caridad es otra de las víctimas
ilustres. Su corrupción tiene su raíz en el rechazo acedioso de
la Caridad. La acedia se entristece por el orden de la Caridad,
que es el recto orden o jerarquía de los amores, y lo rechaza.
La Caridad es "Amor a Dios sobre todas las cosas y de
las creaturas por amor a Dios" (CIC 2093).
La acedia propone, por el contrario, que es mejor amar
al otro por sí mismo que amarlo por Dios. Y el acedioso quiere
ser amado por sí mismo, no por amor a Dios. Se impugna la
Caridad como un amor indirecto, de segunda. Esta
impugnación reposa sobre un gran error o sobre una gran
distracción, y en todo caso sobre una gran ignorancia de la
Verdad sobre el amor.
Lo que se presenta como una defensa del derecho a ser
amado por uno mismo, sin relación a su Creador o Salvador,
es, en realidad, desentenderse del orden de la Creación y de la
Redención, y por ese camino, desentenderse de un hecho de fe:
que el Amor de Dios es fuente y garantía de todos los amores,
y que, por serlo los fundamenta, los posibilita y los rige.
La Caridad es el amor a la creatura, más fiel a lo que
ella es; es el amor más veraz y fiel a su verdad.
Porque la creatura es relación a su Creador y Salvador.
Ignorar esa relación es ignorar su verdad. La creatura viene de
Dios, va a Dios, ha sido comprada y rescatada por la sangre de
Cristo. ¿Quién puede pensar que la ama respetando su verdad,
si aspira a la vez a ignorar sus relaciones constitutivas con su
Creador y Salvador? El que rechaza esas relaciones como
motivos de amor, no sólo se pone al margen de la caridad, sino
que está ya al margen de la fe; no sólo está lejos del buen amor,
sino lejos de la verdad.
Pretender amar a los demás por sí mismos, sin tener en
cuenta su verdad de creatura redimida, no sólo no es amarlos
124
mejor, sino es, en realidad, odiar lo que son y rechazar su
auténtico bien, que es su relación con Dios.
Ya hemos visto que el descrédito y el menosprecio de la
Caridad tiene sus raíces culturales. Nos hemos ocupado del
combate histórico entre la Caridad y la Filantropía (Véase 4.4.).
Se quiso oponer a la Caridad la Filantropía, como amor del
Hombre al Hombre por sí mismo, sin referencia a su relación
con Dios, ignorada o negada en forma más o menos explícita.
Pero si amar es querer el bien de alguien: ¿cómo se puede
pretender que se lo ama si uno se desentiende de su mayor bien
que es Dios?
La respuesta a esta pregunta pondrá de manifiesto hasta
qué punto la oposición a la Caridad en nombre de la Filantropía
provino de la acedia, que considera malo al bien de la creatura.
El culto de la Filantropía reposa sobre el fundamento de la
negación de Dios como bien del Hombre.
El enturbiamiento y el desprestigio de la palabra
Caridad tiene su origen histórico en esas impugnaciones.
Limosna Una degeneración semejante ha sufrido el uso
de la palabra limosna. Hoy es sinónimo de "dádiva
humillante". Pero sólo puede llegar a entenderse así esta
hermosa palabra, si antes se ha malentendido y malpracticado
la hermosa realidad que ella designa según la tradición.
Limosna, del griego eleemosyne, quiere decir
"misericordia". Eleemosyne es la palabra griega con que los
Setenta, tradujeron el término hebreo Tsedakáh, que quiere
decir justicia. En hebreo no andan lejos los conceptos de
justicia y misericordia, como que son atributos divinos.
La limosna cristiana, como misericordia, es fruto de la
Caridad. La doctrina tradicional enumera tres frutos de la
Caridad: paz, gozo y misericordia. Mal puede dar humillando
el que ama y se apiada.
125
Pero además, en la misericordia se realiza la plenitud de
la justicia, porque en ella da lo que no es debido quien no lo
debe, no ya por obligación, sino por liberalidad amorosa y
caritativa. En la caridad se realiza la plenitud de lo debido,
como dice Pablo: "con nadie tengáis otra deuda que la del
mutuo amor" (Romanos 13,8).
La limosna es, pues, sinónimo de misericordia y por lo
tanto abarca el mismo amplio espectro de obras que la
misericordia: espirituales y corporales. Un amplio espectro de
formas de salir al encuentro de las necesidades del prójimo
para auxiliarlo. La Caridad es la que aproxima, aprojima, hace
prójimos a los que, si no fuera por consideración al amor que
Dios les tiene, no nos sentiríamos ni obligados, ni movidos a
compadecer ni socorrer.
Hay tantas formas de limosna o misericordia como hay
necesidades humanas que socorrer. El Catecismo de la Iglesia
Católica enumera: Instruir, aconsejar, consolar, confortar,
perdonar, sufrir con paciencia, dar de comer, dar techo, vestir
al desnudo, visitar a los enfermos y presos, enterrar a los
muertos (CIC 2447). En la lista tradicional, tal como se
encuentra en la Summa de Santo Tomás, se enumeran las
corporales: dar de comer al hambriento, de beber al sediento,
vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar al enfermo,
redimir al cautivo y enterrar a los muertos; y las espirituales:
enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita,
consolar al triste, corregir al equivocado, perdonar las injurias,
sufrir pacientemente las adversidades y orar por todos (132).
La eleemosyne o limosna es, pues, más que una
determinada obra, una actitud del corazón ante el prójimo, que
no es ciega ni insensible, sino que ve su necesidad y trata de
ponerle remedio. Es la perfección de la justicia cristiana, como
lo enseña Jesucristo: "Bienaventurados los misericordiosos"

126
(Mateo 5,7), poniendo como ejemplo la conducta
misericordiosa del Padre (Lucas 6,36). Y como lo enseña
también Juan Pablo II en su Encíclica Dives in Misericordia
(=Rico en Misericordia). Se trata nada menos que de la justicia
cristiana en cuanto debe exceder a la de los escribas y de los
paganos (Mateo 5,20.46-47), incluyendo el amor a los
enemigos.
La devaluación de esta palabra toca por lo tanto al
corazón mismo del ser cristiano y priva al lenguaje creyente de
un vocablo esencial para expresarse a sí mismo en lo que tiene
de más propio y diferencial. ¿Cómo no deplorar esta obra de la
acedia que desacredita las virtudes teologales y las hace
despreciables y por fin odiosas?

Hay que reconocer que no habría corrupción del


lenguaje cristiano si no hubiera corrupción de la vida cristiana.
La corrupción del lenguaje es consecuencia del pecado. Ese es
un hecho evidente. No es tan sabido en cambio el rol que
desempeña la acedia en ese deterioro de los instrumentos de
expresión.
Católico, catolicismo Los términos 'católico,
catolicismo, Iglesia católica' tienden cada vez más a evitarse y
a ser reemplazadas por 'cristiano' y otras formas más o menos
circunlocutorias, aún dentro de la Iglesia católica y por parte de
sus líderes. Para la ideología liberal, según la cual todas las
religiones son iguales y con mayor razón son iguales todas las
iglesias cristianas, la sustitución de 'católico' por 'cristiano',
fija, en el uso del idioma, la tesis de la indiferencia religiosa, y
contribuye a difuminar lo propio y diferencialmente católico.
Lo específico católico se reduce por subsumción en lo genérico
cristiano. Y si esto se diluye todavía en lo 'occidental-
cristiano', la muerte o desaparición lingüística se ha
consumado. Pero a esta tendencia lingüística más propia de las
127
mentalidades y hábitos mentales liberales, se suma otra, más
propia de la vertiente ideológica de izquierda. Esta, preferencia
reservar el uso de los términos católico-a, catolicismo, Iglesia
católica, para los caso en que se señalan los 'abusos católicos' y
todas las leyendas negras de la historia de la Iglesia, como
precisamente opuestos a los principios y la conducta cristiana.
Por este camino, la palabra 'católico-
a' terminará por irse cargando, en un futuro, como ha
ido sucediendo con otros términos, de connotaciones negativas.
El liberalismo practicó sobre todo durante el siglo pasado, la
sustitución de sentido de lo 'católico' por lo reaccionario,
oscurantista, opuesto a la ciencia y al progreso. Y hoy, los
autores 'postmodernos' vuelven a hacerlo.
El desprestigio de este grupo de palabras tiene serias
consecuencias para el sentido de identidad de los católicos,
porque son los términos que designan directamente su
identidad, su ser diferencial.
Hemos dado una serie de ejemplos, pero uno puede
preguntarse: ¿qué palabra hay que no haya sido manchada en el
vocabulario de la comunidad creyente? O, como deploraba el
Concilio Vaticano I ya en el siglo pasado ¿qué nombre de los
venerables misterios de nuestra fe no es profanado con sentidos
ajenos y aún contrarios al propio?
Resulta que tenemos un lenguaje pero que no podemos
usarlo libremente, porque se ha desdorado y manchado tanto,
que a menudo nos autocensuramos, apelamos a circunloquios,
echamos mano de términos del lenguaje común ( decimos amor
en vez de Caridad, por ejemplo), o tenemos que volver a
explicar una y otra vez el sentido y la definición correcta de
cada término.
Afortunadamente, no faltan nunca en la Iglesia los
modelos y ejemplos vivos, que basta señalar, para remitir a las
128
acepciones vivientes del lenguaje de la fe. Porque así como la
corrupción del lenguaje cristiano es efecto del pecado, su
purificación es obra de la santidad, que nunca falta en la
Iglesia. Y el remedio al mal que aquí nos ha ocupado, no es
tanto una tarea escolar o académica, ni siquiera doctrinal y
catequística, cuanto un asunto de santidad.
4.16.) La Corrosión de los Signos El lenguaje creyente
no consta solamente de palabras, sino también de signos,
símbolos, imágenes, acciones simbólicas o ritos, mediante los
cuales los fieles se expresan ante Dios y se comunican entre sí.
La fe, la esperanza y la caridad hacia Dios, se expresan
exteriormente en mil formas de adoración, de alabanza y de
acción de gracias. Es lógico que la acedia se entristezca
también con ese tipo de exteriorizaciones del gozo de la
Caridad, tradicionales en la Iglesia católica. Y en efecto ha
sucedido así a lo largo de la historia de la Iglesia.
La Reforma Protestante recapituló en gran parte lo que
se había impugnado tantas veces a lo largo de siglos. San
Ignacio de Loyola elenca, en sus Reglas para Sentir con la
Iglesia (133), los bienes impugnados, saliendo al paso de una
dolencia ácida que ganaba en su época dimensiones sociales,
culturales y políticas.

En sus reglas, San Ignacio aconseja alabar las prácticas


sacramentales, cultuales, rituales y devocionales del pueblo fiel
católico. Son de alabar la confesión y comunión frecuentes, el
oir misa a menudo, los cantos, salmos y largas oraciones en los
templos y fuera de ellos, los rezos, cantos del Oficio Divino, la
vida consagrada en religión con votos de obediencia, castidad y
pobreza, la veneración de reliquias de santos y el invocarlos
como intercesores, visitas y estaciones de iglesias,
peregrinaciones, indulgencias, candelas encendidas, ayunos y
129
abstinencias, penitencias interiores y exteriores, ornamentos y
edificios de iglesias, imágenes de santos y del Señor, preceptos
de la Iglesia, etcétera.
Lo que la Reforma impugnó primero desde dentro y
luego desde afuera, lo internalizaron más tarde de nuevo las
tendencias jansenistas en la Iglesia, continuando sus
impugnaciones desde adentro. De ahí que la lista de San
Ignacio no haya perdido significación con el paso del tiempo,
porque las mismas cosas siguen siendo impugnadas hoy, y
sigue siendo hoy bueno el alabarlas.
También hoy es conveniente y aconsejable alabar
imágenes en los templos; reclinatorios para que puedan
arrodillarse los fieles por devoción; agua bendita en las pilas en
los templos y en casa de los fieles; alabar el ornato de los
templos, el cultivo del sentido de lo sagrado y de su expresión
incluso física; el respeto del silencio dentro de los templos;
alabar hábitos religiosos y veste clerical, velo de las religiosas
y mantillas o velos de las mujeres dentro del templo; alabar
música, cantos e instrumentos sagrados; alabar venerables
tradiciones y memoria de los que nos precedieron en la fe,
como son monumentos, placas conmemorativas, aniversarios
recordatorios, conservación de sus escritos y documentos, que
expresan la caridad con los que fueron y gratitud al Señor por
ellos.
Alabar en fin todo aquello en lo que se goza la Caridad.

130
Notas
74. De la acedia en la vida religiosa y particularmente en la monástica y
contemplativa, nos ocuparemos en el capítulo 5. Aquí nos referimos a la acedia
entre los religiosos en el contexto amplio, de la acedia en común, entre religiosos o
laicos.
75. Esta obturación y obduración de la conciencia es un mecanismo que
los Padres comparan con lo que hicieron los filisteos rellenando de tierra los pozos
que cavara el patriarca Jacob: "Cuando Dios creó al hombre, puso en él un germen
divino, una especie de facultad más viva y luminosa que una chispa, para iluminar el
alma y permitirle discernir entre el bien y el mal. Es lo que llamamos conciencia,
que no es sino la ley natural. Ella está representada - según los Padres - por los
pozos que cavó Jacob y que los filisteos llenaron de tierra" (Génesis 26,15-18).
Doroteo de Gaza, Conferencias,(Ed. Fernando Rivas OSB, Bs.As. Ecuam 1990) 3ª
Conferencia: La Conciencia; p.25.
76. San Bernardo explica que los laicos ni siquiera suelen darse cuenta de
este vicio porque están distraídos en las cosas del mundo: "Este vicio veja y aflige
sobre todo a los religiosos, porque son raros los seglares que se den cuenta si eso es
vicio. Puesto que están tan atados al mundo, que apenas pueden comprender el
nombre de un vicio espiritual como éste, aunque se cuente entre los siete capitales.
Sin embargo es este vicio de acedia el que les causa esa especie de pesadez de alma
que hace que les parezcan insípidos y extremadamente aburridos todos los ejercicios
espirituales".
De Passione Domini sive Vitis mystica, 66, PL. 184, 579 y 674.
77. De la acedia en la vida religiosa activa nos ocupamos en 5.5.
78. "(...) No se trata aquí de apostasías alocadas ni de vicios que degraden
(...) El que se desentiende así de las virtudes teologales no tiene porqué ceder, por
eso, en las virtudes morales y políticas.
Estas virtudes son muchas, y duras, y saben entablar con lucidez su juego
sin entrañas. Formaron el esplendor del mundo antiguo y aún pueden poner
perfectamente de pie a un hombre en la Historia.(...) ¿Y para esto, Señores, ha
muerto Cristo en la Cruz? ¿Para esto el Verbo se hizo carne?
(...) ¿Para que después del bautismo, entre equilibrios y distingos vivamos
como paganos, sin fe y sin esperanza, invocando tradiciones de hombres y con una
estructura, un vocabulario, una especie de airón amenazante y hueco de pretendidas
"ideas" cristianas? No nos bastaba caer en el pecado y caemos en las virtudes. No
nos bastaba la inmundicia y el desorden, y, para profanar la Encarnación de Cristo
hemos descubierto el orden. Creyentes sin fe, cristianos sin Cristo, Señores, ¿dónde
está nuestro bautismo?" Dimas ANTUÑA, Discurso en Honor de San Juan de la
Cruz en el IV Centenario de su Nacimiento en: El Testimonio, Ed. San Rafael,
Bs.As. l945, texto citado, en p.149.

131
79. Soren Kierkagaard husmeó ese enrarecimiento de lo cristiano con
apariencia cristiana, característico de ciertos, así llamados, filántropos: "El que se ha
engañado a sí mismo respecto de lo eterno, quizás opine, mediante una extraña
contradicción, que es compasivo con alguno que otro de los miserablemente
engañados. Mas si examinas atentamente sus discursos consoladores y su sabiduría
pretendidamente salutífera, entonces reconocerás por sus frutos qué clase de amor es
el suyo: en la amarga burla, el cortante racionalismo, el ponzoñoso espíritu de
sospecha, la mordiente frialdad del endurecimiento. Es decir, estos son los frutos
que demuestran que allí dentro, no hay ninguna caridad" (Soren KIERKEGAARD,
La Obras del Amor, Ed. Guadarrama, Madrid l965, Primera Parte p.48).
80. Digo volverse a las cosas y no a las creaturas, para expresar más
claramente el apartarse de Dios. Quien se volviese a las creaturas, considerándolas
todavía creaturas, es decir vinculadas y subordinadas a su Creador, en la medida en
que Lo siguiese tomando en cuenta como tal, no se estaría apartando de El. La
lógica cruda y consecuente de la negación de Dios, reduce las creaturas a cosas,
prescindiendo de su relación creatural constituyente.
81. Summa Theol. II-IIae. Q.35, Art. 4, ad 2m.
82. Summa Theol. II-IIae. Q.34, Art. 6, c.
83. La destrucción de los treinta y cuatro pueblos guaraníes es quizás uno
de los ejemplos más claros de la saña arrasadora de la acedia. Primero entregados a
los portugueses y desmantelados por fin, sólo la envidia, la tristeza por el bien,
puede explicar su ruina, y concomitantemente, la expulsión de los jesuitas y la
extinción de la Compañía de Jesús.
84. Vaya un ejemplo: Porque un jesuita predicó en un templo que "la
filantropía es la moneda falsa de la caridad" fueron expulsados los jesuitas del
Uruguay durante la presidencia de Pereyra, a mitad del siglo XIX. La homilía del
jesuita tuvo lugar en la ceremonia de votos de una religiosa de la Caridad del
Huerto, en la Capilla del Hospital de Caridad (hoy Maciel). La expulsión se debió a
presiones de grupos que por otra parte se consideraban adalides de la libertad de
pensamiento, de expresión y de prensa, los cuales alegaban que la predicación del
jesuita "perturbaba la paz pública".
85. Romano GUARDINI, El Ocaso de la Edad Moderna Ed.
Guadarrama, Madrid 1958, p. 138.
86. Esa característica recuerda la del Anti-Cristo, ese personaje
misterioso, individual y colectivo, que parece designar al mismo tiempo a un tipo de
hombre y al líder que ese grupo humano suscita, que se opone y combate a Cristo
haciéndose pasar por él.
87. O.c. p.139.
88. O.c. pp. 139-144. En esto, el pronóstico de Guardini coincide con el
que antes hiciera Kierkegaard.

132
89. Todo con mayúscula, como corresponde a los nombres de las
divinidades del moderno Panteón, en los Siglos de las Siglas.
90. A propósito de las frecuentemente olvidadas persecuciones a los
católicos: piénsese en la suerte de los campesinados católicos bajo los príncipes
protestantes en Alemania, Inglaterra e Irlanda.
Piénsese en la destrucción de las reducciones guaraníticas por la corte
borbónica. Piénsese en la suerte de los católicos en Francia bajo el jansenismo, la
Revolución y el Terror. Piénsese en el Líbano, en el genocidio armenio, en México
durante las dictaduras anticatólicas, en España, en las largas purgas y persecuciones
durante más de medio siglo de Unión Soviética y en sus satélites, tras la cortina de
hierro y tras la cortina de bambú.
91. Los ojos de la fe, entiéndase bien.
92. Ese fenómeno ha sido particularmente observable en América Latina,
donde se ha denominado atinadamente con el nombre de "Ateísmo Estructural" la
imposición de constituciones ateas, de cuño liberal o racionalista, sobre naciones
católicas. Instituciones, formas políticas, estructuras y ordenamientos jurídicos
impuestos a contrapelo del alma de estas naciones y pueblos. En la raíz de esa
violencia está la incapacidad de ver el bien de que estos pueblos y naciones católicos
son portadores; la de potenciarlos, para su benéfica expansión y crecimiento; la de
ayudar a purificarlos de lo que pueda necesitar de corrección, en vez de tomar de
ello pretexto para abolirlo lisa y llanamente.
93. Summa Theol. 2a. 2ae. Q.35, Art.2, ad 2m.
94. Summa Theol. II-IIae. Q.35, Art. 3, Ad 1m.
95. Ya el autor de la Carta a los Hebreos tuvo que enfrentarse con el
síndrome del ausentismo de las asambleas y diagnosticó las causas del fenómeno y
su naturaleza de pecado contra la comunión: 10,24-25.
96. En aquellos años, la procesión no era tan exigua y deshilachada como
ahora. Marchábamos por decenas de cuadras tupidas de fieles y una multitud estaba
también agolpada en las veredas. Me intriga saber si la acedia, que hoy parece
apagada alrededor de nuestro Corpus, no reverdecería si la procesión recobrara su
primitivo fervor y vigor. He oído descalificar como "triunfalista" a la procesión, al
catolicismo de aquellos años, al Himno Christus Vincit, etc. Y este es un ejemplo
típico más que se puede ofrecer, de los argumentos que produce la ceguera de la
acedia, al mejor estilo de los argumentos de Judas. Confieso que me turbaron el
juicio en un tiempo, pero ya no más.
Amén de que, como lo ha hecho notar agudamente alguien, el Christus
Vincit fue sustituído por el Nosotros Venceremos, y de que en las numerosas
evaluaciones actuales no faltan aspiraciones triunfalistas, aunque no siempre
coronadas por éxitos comparables a las obras del Señor con nosotros en aquellos
tiempos.

133
97. No recuerdo haber advertido en aquel tiempo que nadie ocultara su
fervor, ni se irritara con el fervor ajeno. Aunque no excluyo que en mi admiración
adolescente por aquellos extáticos, fuera ciego para posibles acedias hacia ellos. Yo
tenía la impresión de que aquello era bien visto y considerado en la Iglesia. Y aún
sigo creyendo que lo era.
98. Digo "uso" por no decir "de tradición" que es palabra desacreditada
también por tirrias y abusos.
99. Santo Tomás, Summa Theol. II-IIae. Q.35, Art. 4, c.
100. Nos hemos ocupado de la situación del imaginario creyente en: "El
ícono y las imágenes sagradas en la nueva evangelización" Stromata 48(l992)
pp.183ss. a propósito del libro del P.
Alfredo Saénz "El ícono. Esplendor de lo Sagrado". Retomamos aquí
aspectos de lo allí dicho.
101. Sobre la coincidencia de posiciones tan opuestas en apariencia como
el espiritualismo barthiano y la secularización véase: Cándido POZO, "Teología
Humanista y Crisis actual en la Iglesia", en: J. DANIÉLOU - C. POZO, "Iglesia y
Secularización" (BAC-Minor, Madrid, l971, pp.61-85).
102. Me refiero, cuando digo imágenes, no sólo a las imágenes destinadas
al culto o devocionales, sino como se ve acontinuación por el contexto, a todas las
imágenes en sentido amplio, abarcando toda la dimensión simbólica del imaginario
creyente: lenguaje, liturgia, arquitectura, símbolos, personas...
103. Valga un ejemplo: En los films "El Padrino" 1,2 y 3, se barajan en un
mismo mazo las fiestas, los signos sagrados y los sacramentos de la Iglesia católica,
con las maquinaciones y crímenes mafiosos. Durante la procesión patronal y
aprovechando el ruido de la cohetería, el aún joven Padrino, comete su primer
asesinato contra el extorsionista. En la fiesta del casamiento de su hija se "arreglan"
diversos asuntos en el tribunal mafioso. La fiesta del Bautismo del nieto es una
secuencia que monta un collage sacrílego, del baño de agua bautismal con el baño de
sangre de la vendetta mafiosa. Antítesis sacrílega entre el sacramento del perdón y
la consumación de la venganza. Y así, por el estilo, desfilan las menciones de los
demás sacramentos, sin que falte uno, contaminados con los crímenes de la mafia.
En los tres films se subraya que la familia mafiosa es católica y queda flotando el
equívoco o la sugerencia de que la familia católica es mafiosa, o mafiogénica.
104. Es sabido que la secularización no es un proceso anónimo e
ineluctable, sino el resultado de presiones y acciones concretas de personas y
grupos. Así lo ha mostrado Abelardo Jorge SONEIRA siguiendo a K.
DOBBELAERE y otros: "la secularización no es producto de fuerzas impersonales y
abstractas (por ejemplo la ´racionalización´, el ´proceso educativo´, la
´industrialización´, etc.) sino de individuos y grupos concretos que la promueven"
(A.J. SONEIRA, "El Proceso de secularización", en Cuadernos del CLAEH,
Montevideo, 45-46, 13(l988)1-2, pp. 209-221, cita en p. 220).

134
4.9.) Acedia
105. Marcos 9,42; Mateo 18,6; Lucas 17,1.
106. El fondo del mar, es el lugar bíblico donde han de ir los enemigos de
Dios (Génesis 6,5-
8.13.17; Exodo 15,3-5; Jonás 2; Miqueas 7,19; Marcos 9,42) y a donde
efectivamente son arrojados por la oración confiada de los creyentes (Marcos 11,23).
107. Tómese por ejemplo en consideración la prensa dominical. Ese día,
todos los diarios sirven un tomo abultado de páginas con innumerables suplementos,
cuya lectura insumiría fácilmente varias horas del domingo, compitiendo con el que
se pudiera dedicar ese día a una vivencia cristiana y creyente del domingo, en el
reposo y la alegría de la Resurrección, con la asistencia a Misa, la convivencia
familiar, la lectura de la Escritura, la meditación, la oración y otras tantas
actividades creyentes. Pero no sólo eso: esos suplementos son portadores de
contenidos mundanos, eróticos, económicos, que tiñen inevitablemente el ánimo de
sus desprevenidos lectores y los distraen y alejan de las metas espirituales a donde la
Iglesia pretende conducir a sus fieles en Domingo.
108. P. Lacordaire, O.P. Sermón del 14-02-1841 en la Catedral de Nôtre
Dame de Paris, con motivo de la restauración de la Orden de Predicadores en
Francia. Y el predicador continúa: "¿Qué hará Dios? [...] Dios podía dejarla
perecer, como dejó perecer tantos otros pueblos por las faltas que habían cometido.
No quiso hacerlo; y resolvió salvarla por una expiación tan magnífica como grande
había sido su crimen. La dignidad real estaba envilecida: Dios le devolvió su
majestad llevándola al cadalso. La nobleza estaba envilecida: Dios le devolvió su
dignidad llevándola al destierro. El clero estaba envilecido: Dios le devolvió el
respeto y la admiración de los pueblos, permitiendo que fuese despojado y muriese
en la miseria...".
109. Ya Soren Kierkegaard observaba en su tiempo racionalista el
fenómeno de la sorna ante el creyente que se toma su fe en serio. Kierkegaard nos
ha dejado un análisis, digno de recordar y de ser meditado, de las causas del
fenómeno. A pesar del tiempo trascurrido y de la diversidad de las circunstancias,
algunas reflexiones de este autor nos ayudan a comprender hechos y situaciones que
se siguen dando hoy en muchos lugares:
110. Tomo un ejemplo de la vida y escritos de Teresa de los Andes, que
muestra hasta qué punto en una sociedad que podía reputarse cristiana y católica,
una joven, cuando pretendían tomarse en serio su fe, sentía la oposición del mundo y
la tentación del respeto humano. Dice Teresa de los Andes:

"Todos los días hago mi meditación y veo cuán grande ayuda es para
santificarse. Es el espejo del alma ¡Cuánto se conoce en ella a sí misma! La
dificultad es el respeto humano: que me vean meditando y me digan beata" (Purroy,
l982 p.48).
135
111. Por ejemplo el tenaz prejuicio y oposición a la vida contemplativa y
las acerbas críticas contra ella, aun en medios "católicos". Vaya este otro ejemplo
tomado de los escritos de Teresa de los Andes: "Tengo pena, pues siempre que le
pido plata a mi papá me dice que no tiene. ¿Qué irá a hacer cuando me tenga que
dar la dote para ser carmelita? Creo que no va a querer dejarme ir. Veo tanta
hostilidad contra ellas..."(O.c. p.70). "El fin de la carmelita me entusiasma (...)
Cuántos tachan su vida de inútil. (...) así como a Cristo no lo conoció el mundo, a
ella tampoco la conoce". (O.c.
p.106).
112. Véase: 2.4. La Burla: Hija de la Acedia.
113. Cf. Lumen Gentium Nº 8; la Constitucion del Concilio Vat. II, cita
aquí a San Agustín, La Ciudad de Dios XVIII,52,2.
114. Summa Theol. 2-2, q.72; q. 158, a.7.
115. Diario Clarín, Buenos Aires 05-02-1998, p. 29.
116. Recuérdense los filmes: Jesucristo Superstar, La última tentación de
Cristo, Je vous salue Marie, Jesús de Montréal. Emmanuelle, un film perverso,
inauguró el uso sacrílego del nombre mesiánico que continúa hoy una revista
pornográfica.
117. "Con pecado concebida", es el título escarnecedor de una telenovela.
118. Las melodías gregorianas, por ejemplo, que, olvidadas por muchos
creyentes han sido rescatadas por videoclips para profanarlas.
119. La Iglesia no teme confesar sus pecados y sus culpas. Lo hizo en el
Vaticano II. Y con motivo del Tercer Milenio cristiano, el Papa nos invita a
reconocer las culpas históricas cometidas por creyentes, para tomar distancia de ellas
y evitarlas. Pero ese reconocimiento se emite y se ha de emitir, libremente y sin
compulsiones ni manipulaciones psíquicas. Y, sobre todo, el acto de emitirlo, no
invalida a la Iglesia por una globalización del mal y de la culpa, como buscan que
120. Coincidiendo con ella decía Kierkegaard: "El cristianismo es en el
sentido divino el bien supremo; y por lo mismo es a la par en el sentido humano un
bien extremadamente peligroso" (Las Obras del Amor, I, p. 332). Y no lo decía en
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, sino en la sociedad luterana
dinamarquesa, convencida de ser cristiana.
121. Detrás de esta omisión de la catequesis es detectable un
debilitamiento general de la conciencia eclesial acerca de estos asuntos. Esa pérdida
de advertencia, redunda en un cierto descuido no sólo en el área de la catequesis,
sino en el de la pastoral y, sobre todo, en el de la disciplina eclesial, sacramental y
canónica. La práctica de la disciplina eclesial actual es muy lene, por no decir
remisa u omisa, respecto de los crímenes de apostasía. Los fieles que se van a las
sectas son readmitidos con una simple confesión sacramental, sin condiciones de

136
abjuración pública para un pecado que fue público y con escándalo e injuria del
Señor y de los demás fieles. En esto, la caridad con el penitente, no va acompañada
de la necesaria y discreta caridad con la comunidad creyente. En la apostasía hay un
componente de justicia, en primer lugar con el Señor, públicamente ofendido, y
luego con su Cuerpo Místico. Esa injuria pública exige pública reparación. Las
formas actuales de perdón barato merecerían algún comentario de San Cipriano, y
pienso que no precisamente aprobatorio ni elogioso. Cuando es Dios el ofendido, el
perdón no se debe regalar sin satisfacción.
Eso sería no sólo justicia sino también misericordia pastoral, pues ayudaría
a crear conciencia entre los fieles. Y esa conciencia sería a la vez defensiva y
difusiva.
122. Hay quien no ve apostasía. Sin embargo, vemos salir legiones de
alumnos de nuestros colegios y, promoción tras promoción, apartarse de la práctica
sacramental, de las virtudes teologales y de la vida cristiana. Vemos a muchos fieles
engrosar las filas de las sectas o promiscuar su pertenencia católica con pertenencias
incompatibles, sin mayores remordimientos ni conciencia de pecado.
Vemos sacerdotes abandonar el ministerio y a religiosos ser infieles a sus
votos.
123. S. Kierkegaard, Las Obras del Amor, I, p. 330. A este propósito
abunda Kierkegaard: "El cristianismo sólo se puede ensalzar teniendo mucho
cuidado de que en cada afirmación quede incesantemente señalado el peligro que
comporta, a saber, cómo lo cristiano es locura y escándalo para la concepción
meramente humana (...) Exactamente como Cristo (...) cuando les predecía a sus
Apóstoles a su debido tiempo que serían perseguidos en su nombre y los que los
mataran, considerarían que con ello prestaban un servicio a Dios" (O.c. p. 333.).
124. Quién no recuerda casos de evangelizadores inhibidos de predicar la
Verdad revelada por temor de incurrir en la pretensión de "ser los poseedores de la
verdad". Como si fuera mérito propio ser depositario de la gracia de la Revelación.
Ya se ve en qué castración apostólica termina una concepción pelagiana de cuyo
horizonte desaparece la noción de la gracia.
125. Las Obras del Amor, I, p.337.
126. Vittorio Messori, Leyendas Negras de la Iglesia, Planeta, Barcelona
19974, p.17-18.
127. Carta a los Corintios III,1-4.
128. 1ª Corintios VII,1.
129. Vale la pena detenernos a observar la relación que existe entre el
olvido de la gracia y la recaída en la ley, que Pablo le reprocha a los Gálatas, con la
proliferación de la discordia, conflictos y divisiones entre ellos. Donde se atiende a
la gracia, la mirada de todos está dirigida a Dios, y a lo que Dios hace con nosotros.
Donde se atiende a lo que hemos de hacer los hombres, comienzan las discusiones.
137
La primacía de la gracia asegura la concordia. Cuando el primado lo tiene la
justificación que viene de nuestras obras, nos dividimos por el juicio sobre las
mismas. La obediencia de todos al proyecto y plan de Dios, une. Los planes y
proyectos humanos, aún bienintencionados, aún tan santos como la ley misma,
dividen.
130. Léase Hebreos 10,23-39.
131. "Cuando el cristianismo vino al mundo no necesitaba - y sin embargo
lo hizo - subrayar que él entrañaba un escándalo, pues esto lo vió sin ninguna
dificultad aquel mundo escandalizado. En cambio ahora que el mundo se ha hecho
cristiano, ahora, sobre todo, es necesario que el mismo cristianismo haga hincapié en
el escándalo. Ahora que el cristianismo caído se ha desposado con la razón humana,
ahora que el cristianismo y la razón se tutean, ahora, sobre todo, es necesario que el
mismo cristianismo haga hincapié en el escándalo que representa (...) ¡Ay de aquél
que se sintió capaz de comprender el misterio de la Redención, sin notar para nada la
posibilidad del escándalo!
(...) ¡Ay de todos estos mayordomos infieles que se sientan a escribir
pruebas falsas y pretenden ganarse así amigos para el cristianismo y para ellos
mismos, precisamente tachando del cristianismo la posibilidad del escándalo y
suscribiendo en su nombre insensateces sin cuento! ¡Oh erudición tristemente
desperdiciada!" (S. Kierkegaard, Las Obras del Amor, I, pp. 333,334,335).
132. Summa Theol. II-IIae, Q.32, Art.2.
133. Ejercicios Espirituales 352-370.

138
5.) LA ACEDIA EN LA VIDA
CONSAGRADA

Conviene tratar aparte de cómo se presenta la acedia en


la vida monacal y religiosa. Dado que allí se busca la
perfección de la Caridad, la tentación de acedia puede
agudizarse, exasperarse y revestir formas paroxísticas
específicas. Numerosos maestros espirituales nos han dejado
descripciones tanto de la tentación como del mal de acedia en
la vida consagrada, así como enseñanzas y doctrina acerca de
los modos de lucha y los remedios.
5.1.) La Tentación de Acedia Ataca al Monje Veamos
aquí algo de lo que nos dicen sobre la acedia los Padres del
monacato.
Casiano, Evagrio Póntico y otros Padres del desierto,
ponen la acedia en relación con ciertas horas del día. Esto se
explica teniendo en cuenta los efectos físicos de los ayunos
monacales y del clima del desierto, el consiguiente
debilitamiento físico, la languidez, que predispone a la tristeza
o a la irritabilidad contra la vida monástica. "Por eso - explica
Santo Tomás - los que ayunan hasta el mediodía, cuando
comienzan a sentirse faltos de alimentos y afectados por el
calor del sol, son atacados más vivamente por la acedia" (134).
Casiano observa que: "principalmente hacia la hora
sexta - la hora de la siesta - la acedia tienta al monje,
acometiéndolo en tiempo marcado, como la fiebre palúdica,
produciendo en su alma paciente los accesos más agudos a
horas fijas y determinadas" (135).
El mismo Casiano considera que: "los eremitas y
monjes solitarios son más combatidos por la acedia, y que es
un enemigo más tenaz y frecuente de los que viven en el
139
desierto" (136). Y en otro lugar, describe a la acedia como
"ansiedad de corazón o tedio" (137). Es ésta una denominación
interesante y a tener en cuenta, porque nos permite comprender
cuánto hay de acedia en lo que llamamos aburrimiento, ya sea
dentro como fuera de la vida religiosa.

Casiano considera - por último -que una causa de la


acedia es la falta de aprecio por los bienes recibidos de Dios, lo
cual, además de ser una ingratitud, es causa de envidia y
acedia. Es necesario apreciar los bienes de Dios en los demás,
pero no menos los que uno mismo ha recibido. Negarlos o
ignorarlos es falsa humildad y raíz de tantos males del espíritu.
La ingratitud - que como se recordará es uno de los pecados
contra la Caridad que enumera el Catecismo de la Iglesia
Católica, y es una de las formas o de las consecuencias de la
acedia - quita la alabanza a Dios, la alegría al alma y por fin la
salud al cuerpo.5.2.) Tristeza por el Bien Divino San Gregorio
considera la acedia como tristeza (138). La distingue de otras
formas de tristeza, y entre ellas, de la envidia (139). Distinción
que es un gran avance en la sabiduría espiritual y pastoral de
nuestra tradición y que será provechoso recuperar.
San Gregorio enseña que la malicia de la acedia le viene
de ser "tristeza por el bien de Dios y por los bienes espirituales
que están relacionados con el bien que es Dios" (140).
A este trastocamiento que lleva a entristecerse por el
bien divino, subyace una perversión de la percepción y del
juicio creyente, una aprehensión de lo bueno como malo y de
lo malo como bueno (141).
5.3.) Cuadro Clínico de la Acedia Monástica Veamos la
descripción de la acedia que hace Evagrio Póntico al describir
los "Ocho Pensamientos":

140
"El demonio de la acedia, al que también se le llama
demonio del mediodía o demonio meridiano, es el más pesado
y duro de sobrellevar de todos (es decir de los pecados
capitales o pensamientos que atacan al monje y de los que
viene hablando). Ataca desde dos horas antes del mediodía y
asalta al alma hasta dos horas después del mediodía.
Primero produce la sensación de que el sol se hubiese
detenido o avanzase muy lentamente y de que el día tuviese
cincuenta horas (¡el tiempo no pasa nunca!).
Luego lo obliga a andar asomándose por las ventanas,
lo empuja fuera de su cuarto para observar la posición del sol,
para ver si falta mucho para la hora de nona (o sea tres horas
después del mediodía, hora de comer en los monasterios de
entonces en la región); o para ver si no anda por ahí alguno con
quien conversar (y pasar el tiempo encontrando algún consuelo
y distracción con las creaturas, que alivie el vacío interior y la
ansiedad, el tedio o aburrimiento).
Además le inspira una viva aversión hacia el lugar
donde está (el monasterio); por su estado de vida; por el trabajo
(su oficio y cargo en el monasterio). Le inspira la idea de que
la caridad ha desaparecido (Dios y su amor se han desvanecido;
ninguno me quiere); que no hay nadie que lo pueda consolar
(aislamiento interior, dificultad de comunicación, falta de
esperanza de poder salir de la desolación que disuade de
comunicarla al Padre espiritual o al Abad).
Si por casualidad ha sucedido en esos días que alguien
lo haya entristecido, el demonio se vale de eso para aumentar
su aversión. Le hace desear estar en otro lugar (en el mundo, o
en otro monasterio, en cualquier lado menos aquí), donde se
imagina ilusoriamente que podrá encontrar (allí sí) con más
facilidad lo que aquí necesita y no encuentra (por ejemplo la
devoción, el fervor y el consuelo divinos); donde podrá tener
un oficio menos penoso, más entretenido o más provechoso.
141
Razona que servir a Dios no es cuestión de lugar,
porque está escrito que a Dios se le puede servir en todas partes
(Ver Juan 4,21-26); pero no piensa ¿por qué entonces no aquí?
Se añade a esto el recuerdo de sus parientes y de su vida
anterior; le hace imaginar lo larga que será su vida (¡si un día
tarda tanto en pasar!), poniéndole por delante de los ojos las
fatigas de la vida ascética. Mueve, como quien dice, todos los
resortes para que abandone la lucha ascética (abandone su
vocación) (142). La descripción de Casiano coincide con la de
Evagrio (143).
Este demonio no es seguido por otro, como pasa con los
demás. Después de esta lucha, suceden, en el alma que vence,
un estado de paz y una alegría inefables". Buen consejo final,
que mueve a esperanza al así tentado (144).

¿Pero qué sucede si el monje no soporta tan duro


embate? ¿Qué pasa cuando la ola de la tentación da con una
voluntad endeble, en vez de dar contra una decisión dura como
una roca?
San Isidoro de Sevilla se ocupa de la tibieza de los
monjes en estos términos que pintan el deterioro de una
voluntad revenida: "Quienes no practican la profesión
monástica con intención inflexible, cuanto con más flojedad se
dirigen a conseguir el amor sobrenatural, tanto con mayor
propensión se inclinan nuevamente al amor mundano. Porque
la profesión que no es perfecta, vuelve a los deseos de la vida
presente, en los cuales, por más que de hecho no se vea atado
el monje, pero ya se ata con amor de pensamiento. Porque el
ánimo que considera dulce a esta vida, está lejos de Dios. Y
alguien así no sabe qué es lo que debe apetecer de los bienes
superiores, ni qué es lo que ha de huir en los bienes inferiores"
(145).
142
Muchos de estos "desearían volar a la gracia de Dios,
pero luego temen carecer de los gustos mundanos.
Ciertamente, el amor de Cristo los atrae, pero la codicia del
siglo los retrae, de modo que se olvidan de los votos que han
pronunciado porque están aprisionados por los vanos
contentamientos" (146). Así sucede que se incurra por fin en
culpa allí mismo donde se había comenzado con tanto mérito,
porque "quien ha prometido renunciar al siglo, se hace reo de
transgresión si cambió de voluntad; y así se hacen dignos de
ser severamente castigados en el juicio divino los que
menospreciaron cumplir de hecho lo que en su profesión
prometieron" (147). Se trata en efecto de un cierto
menosprecio del amor recibido, al trocarlo por el amor a las
creaturas.
San Isidoro ve detrás de esto la acción del enemigo:
"Con muchas argucias de consejos, pone el diablo asechanzas
para que, quienes tenían hecho voto de estar contentos con
poco y con escaseces, adquieran muchísimas cosas" (148).
5.4.) Las Hijas de la Acedia El texto de Evagrio Póntico
que leímos antes, muestra claramente cómo de un estado de
espíritu nacen diversos pensamientos e impulsos. El tentado
por la acedia, ha perdido la memoria de los consuelos divinos,
tiene la voluntad debilitada por la tristeza y la ansiedad, su
percepción del tiempo y de las relaciones está alterada y su
inteligencia y juicio embotados. Se siente atormentado por la
pérdida de vista del Bien divino y tentado de ir a buscar
consuelo en las creaturas. Está ansioso, hastiado, y no
encuentra satisfacción ni en su trabajo, ni en sus hermanos, ni
en el lugar donde vive. Su alma está, como la describe San
Ignacio de Loyola: "toda perezosa, tibia y triste".
Esta realidad la expresan autores espirituales
refiriéndose a los efectos de la acedia como a las hijas de la

143
acedia, designando así los pecados y males múltiples que nacen
de ella:
San Isidoro de Sevilla dice que de la acedia nacen siete
vicios:
1) la ociosidad (=pereza)
2) la somnolencia (=pereza)
3) la importunidad de la mente (distracciones)
4) la inquietud del cuerpo (ansiedad)
5) la inestabilidad (inconstancia)
6) la verbosidad (locuacidad) y
7) la curiosidad (149).
Parece que San Isidoro atiende en esta lista a los
impedimentos que la acedia pone para la oración, y los
defectos que produce en ella. En cambio, parece que San
Gregorio, en la lista de hijas de la acedia que sigue, atiende a
efectos más generales.
Según San Gregorio, las hijas de la acedia son seis:
1) la malicia
2) el rencor (contra los justos, contra los fervorosos, el
que predica, el que lo aconseja o lo dirige espiritualmente)
3) la pusilanimidad (falta de ánimo y coraje para resistir
la tentación y luchar)
4) la desesperación (falta de confianza en la ayuda de la
gracia, o de que se pueda con ella vencer la tentación o superar
la desolación)
5) pesadez en cuanto a los preceptos (pereza: para
santificar las fiestas, porque no logra alegrarse en el Señor; o

144
bien para guardar los ayunos y abstinencias; o simple y
llanamente dificultad en guardar los mandamientos)
6) divagación de la mente en cosas ilícitas (150).
Si se compara estas listas con el retrato del monje
aburrido, perezoso y tentado de acedia que nos pintó Evagrio,
puede comprobarse que son el resultado de una atenta
observación y sistematización de la experiencia espiritual.
Nótese por fin, que la acedia se agudiza por las
privaciones y el ayuno, es decir por la mortificación de los
apetitos corporales, lo cual desata el conflicto de estos apetitos
contra los del espíritu que les son contrarios (Gálatas 5,17).
Esta es la lucha del monje.
5.5.) Acedia en la Vida Religiosa Apostólica Además
de la acedia monástica, ya bien descrita por los Padres del
Desierto, hay muchas otras formas de acedia que hacen sus
estragos sin que se las reconozca, porque no se las ha descrito
en sus formas variantes. Los Padres del desierto nos han
dejado una precisa descripción de cómo la acedia ataca al
monje, pero se engañaría quien pensase que sólo a los monjes
los acecha ese mal y que ataque a todo el mundo sólo con esos
síntomas.
En la vida monástica la acedia se observa en
condiciones de laboratorio. Sin embargo, no es tentación
exclusiva de religiosos contemplativos y monjes de clausura.
Con algunos rasgos diferenciales puede observarse en la vida
de todos los religiosos y demás creyentes. Pero la tentación de
acedia se presenta mucho más intensa y violentamente cuando
el alma se propone avanzar por el camino de la Caridad, como
es el caso de los religiosos, que aspiran a la perfección.
En los religiosos de vida activa la tentación de acedia se
disimula a veces bajo las formas de su actividad apostólica, que
extremada y transformada en activismo, conduce al abandono
145
de la oración y a una efusión pelagiana en la acción, como si de
ella fuese a provenir el fruto espiritual.
Las Virtudes Teologales pueden languidecer en el alma
del apóstol, cuando éste se pone a sí mismo o se busca a sí
mismo en la acción apostólica, olvidándose de la gracia-eficaz
para confiar en la eficacia de su acción propia; o lo que es más
grave, desviando la acción apostólica de sus fines últimos hacia
sus propios fines.
En la acción apostólica se puede buscar uno a sí mismo.
Puede buscar el éxito en las propias tareas apostólicas, la
consideración, el reconocimiento y el respeto, en una palabra,
no tanto ni en primer lugar la gloria y santificación del Nombre
del Padre cuanto el propio buen nombre y prestigio.
Entre los religiosos de vida activa, donde la acción es
importante, puede buscarse la dominación y es más fácil
aspirar al mando bajo apariencia de bien, ilusionándose en que
bajo el propio mando se hará más bien y mejor.
Por fin, como las obras apostólicas implican muchas
veces el uso de cuantiosos bienes económicos y materiales,
puede cobijarse de este modo, fácil e inadvertidamente, la
codicia y el deseo del lucro en el corazón de los religiosos
activos, no sólo en individuos aislados, sino incluso a nivel
congregacional.

Por todas estas puertas, los religiosos de vida activa


pueden volver a instalarse en el mundo que habían dejado.
Como dijimos antes, pero parece oportuno reiterarlo aquí: lo
mundano se reencuentra y se reinstala en el ámbito
congregacional, y es ahora allí donde se busca el lucro, el vano
honor y el poder. En ese mundo que conserva una apariencia
eclesiástica, se sigue usando las etiquetas de la piedad para
encubrir la búsqueda de sí mismos y los negociados de los
146
propios intereses en vez de los de Cristo, pero en él ha
desaparecido el gozo de la gracia. Prospera allí la acedia que
se ensombrece ante los gozos auténticos de la caridad, como
ante un reproche a su falsía.
Unos fervores y unos entusiasmos pelagianos, en la
realización de los propios planes y propósitos, son los
sucedáneos del consuelo de la gracia.
Y cuando se extinguen hasta estos fuegos fatuos de
fervores humanos entre las últimas cenizas del amor divino que
ya no quema el corazón, y dado que éste necesita algún calor,
se le proporciona el de las emociones - que ojalá sean siempre
inocentes - de la industria del entretenimiento. Da pena ver a
religiosos llamados a ser agentes de la Civilización del Amor,
convertidos en espectadores pasivos, absortos en la
contemplación del espectáculo de este Mundo, en éxtasis ante
la televisión como ante un sagrario (151).

147
6.) ACEDIA Y DESOLACION SEGUN
SAN IGNACIO DE LOYOLA
6.1.) Razones contra Gozo Dice San Ignacio de Loyola
que es propio de Dios y de sus Angeles, en sus mociones, dar
verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y
turbación inducida por el enemigo. Y que lo propio del
enemigo es tratar de turbar y entristecer al alma, militando
contra las alegrías y gozo de la Caridad. Esta regla de
discernimiento, sin nombrarla, de hecho describe la acedia
como fenómeno espiritual.
San Ignacio observa que el instrumento del cual se vale
el enemigo de la caridad para sembrar tristeza y turbación en el
alma consolada, es de orden racional: razones aparentes,
sutilezas y engaños repetidos. He aquí el texto de la regla
ignaciana de discernimiento a que nos referimos:
"Propio es de Dios y de sus Angeles en sus mociones
dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y
turbación que el enemigo induce, del cual es propio militar
contra la tal alegría, trayendo razones aparentes, sutilezas y
asiduas falacias" (153) .
Lo que San Ignacio describe en esta regla, es
precisamente el ataque de la acedia contra la caridad en su
forma más refinada. Ignacio observó y hace notar en sus reglas
de discernimiento, que el arma del enemigo contra el gozo, es
de orden intelectual: la razón, los pensamientos; y que esos
pensamientos serán tanto más peligrosos y engañosos, cuanto
más apariencia de verdad y de bien tengan.
Un ejemplo arquetípico que ilustra la mecánica de esta
tentación es la escena de la Unción en Betania (ver 2.1.).
Hemos visto cómo Judas se opone al gozo de la misericordia
en nombre de la misericordia y con argumentos de
148
misericordia. Su desamor es fecundo en encontrar razones y
pretextos contra el amor, y es hábil en revestirlos de apariencia
honorable. En realidad no tiene otra cosa que oponerle sino
razones. Razones de la hipocresía que son sólo excusas.
Donde el enemigo encuentra gozo de la caridad, acude
con su jarro de vinagre ideológico.
San Ignacio ha descrito en su Regla una ley del
acontecer espiritual que se comprueba, además, tanto en la
experiencia de los Ejercicios Espirituales como de la vida
corriente: a la inspiración inicial se le opone casi
inmediatamente un "pero", una objeción; al buen deseo le
asalta una duda, una pregunta, o simplemente una acusación
descalificadora; al llamado de Dios, razones y objeciones;
"Señor, soy un muchacho, no sé hablar" (Jeremías 1,7-9, ver
Exodo 4,1.10-11; Isaías
6,5).
Escrúpulos Otra ofensiva de esta misma índole contra el
gozo de la Caridad son los escrúpulos (154), cuya naturaleza es
la misma: un pensamiento que milita contra el gozo del alma
justa:
"Si ve (el enemigo) que un alma justa no consiente en sí
pecado mortal ni venial ni apariencia alguna de pecado
deliberado, entonces el enemigo, cuando no puede hacerla caer
en cosa que parezca pecado, procura (por lo menos) hacerle
poner pecado donde no hay pecado, así como en una palabra o
pensamiento mínimo" (155) .
Ya se deja ver la condición sádica de la acedia del
enemigo y su ensañamiento contra el gozo de la Caridad.
Los escrúpulos - enseña San Ignacio - por un tiempo,
aprovechan al alma. Pero hay almas a las que los escrúpulos,
convirtiéndoles el gozo de la gracia en tormentos de ley,
149
pueden disuadirlas del camino del fervor de la caridad y la
amistad con Dios. El tormento de los escrúpulos puede llegar a
hacer odiosa la amistad de Dios y precipitar al alma en la
acedia, o alejarla del camino ascético y hacerla volver a
derramarse en las cosas.
Esta doctrina ignaciana de discernimiento es necesaria
para preservar el gozo de la caridad, y la caridad misma, contra
los ataques abiertos o embozados. Los pensamientos y razones
aparentes que se presentan al alma como buenos y santos, son
sin embargo los que, cuando han fracasado los demás medios,
saca a relucir el enemigo del gozo, para emplear contra él sus
armas más sofisticadas y temibles (156). Contra las razones
con apariencia de bien y de verdad, el gozo siempre tiene, de
antemano, la discusión perdida. Porque en toda discusión
siempre es el gozo quien "se va al pozo".
Se sigue que en la vida espiritual, hay que proteger el
gozo y el consuelo de la caridad contra las razones aparentes,
contra los espíritus discutidores, perfeccionistas,
impugnadores, suspicaces (los maestros de la sospecha),
escépticos o simplemente distractivos. Como se protege el
buen vino del contacto con el aire para que no se avinagre.
6.2.) Desolación contra Consolación En sus Reglas de
Discernimiento (157), San Ignacio describe los efectos de la
Gracia en el alma, con el nombre de consolación. Y llama
desolación a lo contrario. Por la descripción que hace de "lo
contrario", es reconocible la tentación de acedia.
Al describir la consolación, san Ignacio la homologa
con las tres virtudes teologales: "llamo - dice -finalmente
consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda
alegría interior que llama y atrae a las cosas celestiales y a la
propia salud de su alma, aquietándola y pacificándola en su
Criador y Señor" (158) .

150
San Ignacio notó la relación especular entre gozo y
virtudes teologales, así como la existencia de sus contrarios,
cuyo primado detenta la acedia.
La primera serie de Reglas de Discernimiento trata de la
desolación, y contiene, en efecto:
1) una breve pero clarísima descripción de la acedia,
que Ignacio define por oposición a la consolación (159).
2) prescripciones de remedios contra ella (160) 8ª
Regla: "El que está en desolación, trabaje en estar en paciencia,
que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que
será pronto consolado(...)" (EE 321).
3) explicación de sus causas (161).
La segunda serie de Reglas de discernimiento se ocupa
de formas más sutiles de la acedia:
1) previene contra razones contrarias al gozo (162)
2) enseña cómo defenderse de los fulgores engañosos y
los fuegos fatuos de gozos que no son los de la caridad sino
consolaciones aparentes, que han de distinguirse de las
verdaderas (163) Se debe atender mucho al discurso de los
pensamientos (...) y si en el discurso de los pensamientos que
trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena
que la que el alma tenía propuesta antes hacer, o la enflaquece
o inquieta o conturba al alma quitándole su paz, tranquilidad y
quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu"
(EE 333)..

Veamos un ejemplo que muestra cómo desde un estado


de auténtica consolación puede pasarse insensiblemente a otro,
falso, que termina en el disgusto. Relata una religiosa:

151
" A terminar de despegarme del mundo había
contribuido la visita de diez días que hice a mi casa al terminar
el postulantado y antes de ingresar al Noviciado. Durante todo
el año del postulantado había extrañado mi casa, mi ciudad,
mis amigos. Fui pensando que diez días iban a ser pocos para
reencontrarme con todos y con todo. Sin embargo, una vez en
casa, tres o cuatro días fueron suficientes para sentirme como
pez fuera del agua: me molestaba el televisor prendido todo el
día, el equipo de música de mis hermanas, la trivialidad de mis
amigos, y por sobre todo, la ausencia del Santísimo para
quedarme un rato con El, a cualquier hora del día. Aquellos
diez días se me hicieron eternos y volví al Noviciado con
grandes deseos: `con grande ánimo y liberalidad'. Durante un
tiempo todo fue hermoso. Los Ejercicios previos al ingreso a
la nueva etapa de formación me habían encendido en fervor, y
no había cosa que no fuera para mí motivo de gozo. Sentía que
"en El era, me movía y existía". Sin embargo, poco a poco, sin
saber cómo ni cuándo comenzó, empecé a sentir que su
Presencia me asfixiaba. Ese estar en El que tanto gozo me
había causado, de pronto se transformó en cárcel. Mirara
donde mirara, hiciera lo que hiciera, en todo estaba Dios. Era
como un aire enrarecido que, a la vez, me cerraba las puertas
para `otros aires'. Era demasiado Dios. Me sentí saturada de
El. En ningún momento sentí un rechazo abierto hacia su
Presencia, sólo quería un poco menos".
La tentación de acedia, no advertida o consentida,
puede instalar al alma en un estado permanente de acedia. Y
aunque por inadvertencia no hubiese culpa en ello, habría grave
daño del sujeto y se impedirían grandes bienes. La desolación
sentida y no resistida, peor aún si aceptada, precipita a la larga
o a la corta en el avinagramiento, que puede terminar siendo
culpable, y a veces puede llegar, a la postre, a perseguir
militantemente al gozo. La oposición de la desolación y de la

152
falsa consolación, a la consolación, reflejan la oposición de la
acedia al gozo de la caridad.
Por eso, la Contemplación para alcanzar Amor (164), es
el mejor antídoto contra la acedia, a estar a las recetas de
Casiano, que vimos antes (165), y a las de San Benito y de
Santo Tomás a la que nos referiremos más adelante (166).
6.3.) Acedia en Ejercicios de Mes Durante el Mes de
Ejercicios no es raro que - aparte de las desolaciones comunes
y por eso más fácilmente reconocibles - sobrevengan mociones
de acedia que a veces no se sabe reconocer como tales. Por lo
cual conviene estar alerta para cuando se presenten.
Una ejercitante refiere al que le da los ejercicios que en
la meditación del descenso de Cristo a los Infiernos, le ha
venido un sentimiento de tristeza al contemplar cómo el Señor
va al rescate de Adán:
"Estaba leyendo la segunda lectura del Oficio del
Sábado Santo, como preparación para la contemplación del
descenso de Jesús a los Infiernos. Es un texto de una antigua
Homilía sobre el Santo y Grandioso Sábado. Durante toda la
lectura me había emocionado mucho. Antes de comenzarla, ya
estaba muy agradecida y enfervorizada en el Señor, con
imágenes bien vivas y con la consolación propia de la tercera
semana. Pero al llegar al paso de la lectura donde Cristo,
tomándolo a Adán de la mano, lo levanta, y le dice: "Despierta
tú que duermes", y sobre todo al llegar al lugar donde le dice:
"tienes preparado un trono de querubines.." me asaltó una
tristeza fuerte de que a Adán le dieran esa gloria después de su
caída. Inmediatamente me dí cuenta de este sentimiento y le
dije al Señor: "Señor, no quiero este pensamiento, no quiero
pensar esto", pero el pensamiento no me dejaba. Hasta que lo
escribí para contarle la moción al director de Ejercicios.

153
Sobre esto me venían sentimientos de vergüenza y
mociones para que no lo contara. A lo que respondí con un
propósito firme: "No, Señor, yo lo contaré". Y al instante se
me pasó aquella moción de tristeza y me volvió el fervor
anterior."
Sabor Agrio a Herodes Reporto aquí la experiencia de
otro ejercitante, que me contó un director de ejercicios de mes,
porque refleja sugestivamente la acedia como sensación de
agrio.
El caso es el siguiente. Un ejercitante, en la aplicación
de sentidos sobre el misterio de la adoración de los Magos,
gustaba la personalidad de Herodes como un dulce que se ha
fermentado ligeramente y está agriado. Es obvio que el pecado
de Herodes - como dijimos antes: 3.1. - es un pecado de
acedia, porque se entristece por lo que los ángeles anuncian
como un gozo y era efectivamente la realización de la gran
esperanza mesiánica del pueblo de Dios. Es llamativo que el
ejercitante "gustara" esta acedia y la hipocresía conexa, con ese
sabor agrio. El ejercitante estaba repitiendo la experiencia
primitiva de los cristianos, que encontraron ácido ese pecado.
Otros ejemplos Durante los Ejercicios de Mes se
alcanza un grado de concentración y atención espiritual muy
grande, que permite advertir y reconocer movimientos
interiores que pasarían inadvertidos en la vida cotidiana.
He aquí algunos ejemplos más de movimientos de
acedia advertidos en Ejercicios de Mes y reconocidos como
tales por el ejercitante.
Primer ejemplo:
"Estaba rezando la Liturgia de las Horas. Al leer la
segunda lectura del Oficio de Lecturas, que era un texto de San
Agustín, me sobrevino un marcado sentimiento de fastidio
cuando confiesa haberse abrazado al único Mediador Jesús, y
154
haber encontrado en El el medio para acercarse a la Luz y al
Alimento que veía tan inalcanzables. Rechacé ese sentimiento
por reconocerlo como tentación, oponiéndole una segunda
lectura del pasaje, animada con sentimientos de alegría y
gratitud".
Segundo ejemplo:
"Durante el día me vino al pensamiento la pregunta
acerca de si María había podido tener tentaciones. Hablándolo
con el director, éste me dijo que no necesariamente la Virgen
María hubiese debido tener tentaciones. Más tarde, en ese día,
mientras rezaba el Rosario, se me vino a la mente lo
conversado con el Padre director de Ejercicios. En un
momento dado, no fue un pensamiento, tampoco un
sentimiento, ni siquiera una frase interior: fue como una mirada
que me invitaba a mirar despectivamente a María Virgen
(mirada "acediosa"), con un despecho mezcla de envidia ("¿por
qué Ella?") y de desvalorización ("¡así cualquiera!). Cuando
me percaté de ello, miré a María con todo el amor, gratitud y
admiración que pude encontrar en mi corazón, y los alimenté el
tiempo que quedaba del Rosario, terminándolo con un canto en
su honor".
A la luz de estos ejemplos y de los que vimos en el
capitulo anterior, se reconocerá qué frecuentes y qué poco
advertidos son los movimientos de acedia que se producen en
el alma de los consagrados.
Y qué daños individuales y comunitarios, no sólo como
pérdida del fervor sino hasta de la fe, pueden producir si no se
los advierte y rechaza con prontitud y decisión. Aún cuando,
por inadvertencia, la tentación no se convierta en pecado, tiene
igualmente efectos devastadores para las gracias recibidas.
Bien dice San Ignacio que "la desolación es contraria a la
desolación" y procura destruirla.

155
Se comprende también cuánto bien se impide en la
Iglesia por el desconocimiento de este mal.

Notas
134. Summa Theol. Q.35 Art.1 ad 2m.
135. De Institutione Monastica X,1.
136. De Inst. Coenobiorum X,1.
137. O.c. X,1.
138. Más que como pereza. Véase lo dicho en nota 5.
139. Recuérdese que - como hemos dicho en 1.2.- en primer lugar, la
acedia se distingue de la tristeza común porque el objeto de la acedia no es un mal,
sino un bien. Y en esto coincide con la envidia. En segundo lugar, se distingue de
la envidia porque el bien del que se entristece la acedia es el bien divino, en tanto
que la envidia se entristece de bienes creados y de las creaturas.
140. Morales XXXI,17.
141. A este propósito enseña Diadoco de Foticea: "El auténtico
conocimiento consiste en discernir sin error el bien del mal. Cuando esto se logra,
entonces el camino de la justicia, que conduce el alma hacia Dios, sol de justicia,
introduce a aquella misma alma en la luz infinita del conocimiento, de modo que, en
adelante, va ya segura en pos de la Caridad" Sobre la Perfección Espiritual c.6.
(PG 65,1169). Véase también lo dicho antes en 2.9.
142. Nótense los rasgos de este cuadro que sugieren la tentación de pereza
y explican que a la acedia se la haya podido presentar, sobre todo en la espiritualidad
monacal, también con ese nombre.
143. Casiano dedica al tema el libro X de sus Institutiones Coenobiorum.
Allí leemos esta descripción: "Cuando esta enfermedad se ha apoderado de la pobre
alma, engendra en ella horror por el lugar, fastidio por la celda, desdén y desprecio
por los hermanos que viven con él o están lejos, considerándolos negligentes o poco
espirituales. Ella lo torna perezoso y cobarde para todo el trabajo que realiza en el
interior de su celda; no le permite permanecer en ella, ni aplicarse a la lectura. Se
lamenta a menudo de no progresar nada en el largo tiempo que habita allí y de no
producir ningún fruto espiritual mientras que permanezca unido a la comunidad. Se
queja, suspira y se lamenta de encontrarse vacío de todo provecho espiritual e inútil
en el lugar en que reside, mientras que podría gobernar a otros y hacer el bien a
muchos, aquí a nadie ha edificado y ninguno ha aprovechado su enseñanza y

156
doctrina. Ensalza los monasterios distantes y alejados y los describe como si fueran
más apropiados al progreso y más favorables para la salvación" (Trad.: Ana Gabriela
Casalá OSB).

144. Tomado de M.A. Fiorito, S.J., Buscar y hallar la Voluntad de Dios,


Ed. Diego de Torres, Bs.As. 1988, T.I, p.237-238. de donde he trascrito libremente
con aclaraciones.
145. Liber Sententiarum III, c.XIX, 856.
146. L.c. 866.
147. L.c. 868.
148. L.c. 872.
149. De Sum. Bon. II,37.
150. Morales XXXI,17.
151. Ver 4.1.
153. Ejercicios Espirituales = EE 329.
154. San Ignacio trata de ellos en Ejercicios, en las Notas para sentir
Escrúpulos (EE 345-351).
155. EE 349.
156. EE 332.
157. EE 313-336.
158. EE 316.
159. "Llamo desolación todo lo contrario de la tercera regla: Así como
oscuridad del alma, turbación en ella, moción a cosas bajas y terrenas, inquietud de
varias agitaciones y tentaciones moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor,
hallándose toda perezosa, tibia, triste, y como separada de su Criador y Señor.
Porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los
pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que
salen de la desolación." (4ª Regla, EE 317).
160. 5ª Regla: "En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar
firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente
a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente
consolación (...)" (EE 318). 6ª Regla: "Dado que en la desolación no debemos
mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha mudarse contra la misma
desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar,
y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia" (EE 319). 7ª
Regla: "El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba en
157
sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del
enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda(...)" (EE 320).
161. 9ª Regla: "Tres causas principales hay por las que nos hallamos
desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios
espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la
segunda por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio
y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias; la tercera para
darnos verdadera noticia y conocimiento que no es de nosotros traer o tener
devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas
que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no
pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana,
atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación"
(EE 322).
162. Es la primera regla de la segunda serie (EE 329) que hemos trascrito
más arriba en 6.1. La segunda Regla de la primera serie coincide con ésta en señalar
que "en las personas que van de bien en mejor subiendo (...) propio es del mal
espíritu morder, entristecer y poner impedimentos inquietando con falsas razones
(...)" (EE 315). Es el estilo de las razones de Judas contra María en la Unción en
Betania (ver 2.1.).
163. El ángel malo puede consolar al alma para traerla a su dañada
intención y malicia (EE 331). Es propio del ángel malo que se disfraza de ángel de
luz (...) traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal alma justa, y después,
poco a poco procura salirse trayendo al alma a sus engaños encubiertos y perversas
intenciones (EE 332).
164. EE 230-237. En esta contemplación con que termina el Mes de
Ejercicios, San Ignacio invita al Ejercitante a considerar los beneficios y gracias de
creación y redención, mirar cómo Dios habita y trabaja para él en las creaturas,
considerar por fin cómo Dios es la fuente de todos los bienes de los que él goza y es
partícipe. Y dado que el amor ha de ser comunicación recíproca de bienes entre los
que se aman, San Ignacio invita al ejercitante a darse todo a Dios: "Tomad Señor y
recibid..."
165. Ver 5.1.
166. Ver 7.6.

158
6.) ACEDIA Y DESOLACION SEGUN
SAN IGNACIO DE LOYOLA

6.1.) Razones contra Gozo Dice San Ignacio de Loyola


que es propio de Dios y de sus Angeles, en sus mociones, dar
verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y
turbación inducida por el enemigo. Y que lo propio del
enemigo es tratar de turbar y entristecer al alma, militando
contra las alegrías y gozo de la Caridad. Esta regla de
discernimiento, sin nombrarla, de hecho describe la acedia
como fenómeno espiritual.

San Ignacio observa que el instrumento del cual se vale


el enemigo de la caridad para sembrar tristeza y turbación en el
alma consolada, es de orden racional: razones aparentes,
sutilezas y engaños repetidos. He aquí el texto de la regla
ignaciana de discernimiento a que nos referimos:
"Propio es de Dios y de sus Angeles en sus mociones
dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y
turbación que el enemigo induce, del cual es propio militar
contra la tal alegría, trayendo razones aparentes, sutilezas y
asiduas falacias" (153) .
Lo que San Ignacio describe en esta regla, es
precisamente el ataque de la acedia contra la caridad en su
forma más refinada. Ignacio observó y hace notar en sus reglas
de discernimiento, que el arma del enemigo contra el gozo, es
de orden intelectual: la razón, los pensamientos; y que esos
pensamientos serán tanto más peligrosos y engañosos, cuanto
más apariencia de verdad y de bien tengan.

159
Un ejemplo arquetípico que ilustra la mecánica de esta
tentación es la escena de la Unción en Betania (ver 2.1.).
Hemos visto cómo Judas se opone al gozo de la misericordia
en nombre de la misericordia y con argumentos de
misericordia. Su desamor es fecundo en encontrar razones y
pretextos contra el amor, y es hábil en revestirlos de apariencia
honorable. En realidad no tiene otra cosa que oponerle sino
razones. Razones de la hipocresía que son sólo excusas.
Donde el enemigo encuentra gozo de la caridad, acude
con su jarro de vinagre ideológico.
San Ignacio ha descrito en su Regla una ley del
acontecer espiritual que se comprueba, además, tanto en la
experiencia de los Ejercicios Espirituales como de la vida
corriente: a la inspiración inicial se le opone casi
inmediatamente un "pero", una objeción; al buen deseo le
asalta una duda, una pregunta, o simplemente una acusación
descalificadora; al llamado de Dios, razones y objeciones;
"Señor, soy un muchacho, no sé hablar" (Jeremías 1,7-9, ver
Exodo 4,1.10-11; Isaías 6,5).
Escrúpulos Otra ofensiva de esta misma índole contra el
gozo de la Caridad son los escrúpulos (154), cuya naturaleza es
la misma: un pensamiento que milita contra el gozo del alma
justa:
"Si ve (el enemigo) que un alma justa no consiente en sí
pecado mortal ni venial ni apariencia alguna de pecado
deliberado, entonces el enemigo, cuando no puede hacerla caer
en cosa que parezca pecado, procura (por lo menos) hacerle
poner pecado donde no hay pecado, así como en una palabra o
pensamiento mínimo" (155) .
Ya se deja ver la condición sádica de la acedia del
enemigo y su ensañamiento contra el gozo de la Caridad.

160
Los escrúpulos - enseña San Ignacio - por un tiempo,
aprovechan al alma. Pero hay almas a las que los escrúpulos,
convirtiéndoles el gozo de la gracia en tormentos de ley,
pueden disuadirlas del camino del fervor de la caridad y la
amistad con Dios. El tormento de los escrúpulos puede llegar a
hacer odiosa la amistad de Dios y precipitar al alma en la
acedia, o alejarla del camino ascético y hacerla volver a
derramarse en las cosas.
Esta doctrina ignaciana de discernimiento es necesaria
para preservar el gozo de la caridad, y la caridad misma, contra
los ataques abiertos o embozados. Los pensamientos y razones
aparentes que se presentan al alma como buenos y santos, son
sin embargo los que, cuando han fracasado los demás medios,
saca a relucir el enemigo del gozo, para emplear contra él sus
armas más sofisticadas y temibles (156). Contra las razones
con apariencia de bien y de verdad, el gozo siempre tiene, de
antemano, la discusión perdida. Porque en toda discusión
siempre es el gozo quien "se va al pozo".
Se sigue que en la vida espiritual, hay que proteger el
gozo y el consuelo de la caridad contra las razones aparentes,
contra los espíritus discutidores, perfeccionistas,
impugnadores, suspicaces (los maestros de la sospecha),
escépticos o simplemente distractivos. Como se protege el
buen vino del contacto con el aire para que no se avinagre.

6.2.) Desolación contra Consolación En sus Reglas de


Discernimiento (157), San Ignacio describe los efectos de la
Gracia en el alma, con el nombre de consolación. Y llama
desolación a lo contrario. Por la descripción que hace de "lo
contrario", es reconocible la tentación de acedia.
Al describir la consolación, san Ignacio la homologa
con las tres virtudes teologales: "llamo - dice -finalmente
161
consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda
alegría interior que llama y atrae a las cosas celestiales y a la
propia salud de su alma, aquietándola y pacificándola en su
Criador y Señor" (158) .
San Ignacio notó la relación especular entre gozo y
virtudes teologales, así como la existencia de sus contrarios,
cuyo primado detenta la acedia.
La primera serie de Reglas de Discernimiento trata de la
desolación, y contiene, en efecto:
1) una breve pero clarísima descripción de la acedia,
que Ignacio define por oposición a la consolación (159).
2) prescripciones de remedios contra ella (160) 8ª
Regla: "El que está en desolación, trabaje en estar en paciencia,
que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que
será pronto consolado(...)" (EE 321).
3) explicación de sus causas (161).
La segunda serie de Reglas de discernimiento se ocupa
de formas más sutiles de la acedia:
1) previene contra razones contrarias al gozo (162)
2) enseña cómo defenderse de los fulgores engañosos y
los fuegos fatuos de gozos que no son los de la caridad sino
consolaciones aparentes, que han de distinguirse de las
verdaderas (163) Se debe atender mucho al discurso de los
pensamientos (...) y si en el discurso de los pensamientos que
trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena
que la que el alma tenía propuesta antes hacer, o la enflaquece
o inquieta o conturba al alma quitándole su paz, tranquilidad y
quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu"
(EE 333)..

162
Veamos un ejemplo que muestra cómo desde un estado
de auténtica consolación puede pasarse insensiblemente a otro,
falso, que termina en el disgusto. Relata una religiosa:
" A terminar de despegarme del mundo había
contribuido la visita de diez días que hice a mi casa al terminar
el postulantado y antes de ingresar al Noviciado. Durante todo
el año del postulantado había extrañado mi casa, mi ciudad,
mis amigos. Fui pensando que diez días iban a ser pocos para
reencontrarme con todos y con todo. Sin embargo, una vez en
casa, tres o cuatro días fueron suficientes para sentirme como
pez fuera del agua: me molestaba el televisor prendido todo el
día, el equipo de música de mis hermanas, la trivialidad de mis
amigos, y por sobre todo, la ausencia del Santísimo para
quedarme un rato con El, a cualquier hora del día. Aquellos
diez días se me hicieron eternos y volví al Noviciado con
grandes deseos: `con grande ánimo y liberalidad'. Durante un
tiempo todo fue hermoso. Los Ejercicios previos al ingreso a
la nueva etapa de formación me habían encendido en fervor, y
no había cosa que no fuera para mí motivo de gozo. Sentía que
"en El era, me movía y existía". Sin embargo, poco a poco, sin
saber cómo ni cuándo comenzó, empecé a sentir que su
Presencia me asfixiaba. Ese estar en El que tanto gozo me
había causado, de pronto se transformó en cárcel. Mirara
donde mirara, hiciera lo que hiciera, en todo estaba Dios. Era
como un aire enrarecido que, a la vez, me cerraba las puertas
para `otros aires'. Era demasiado Dios. Me sentí saturada de
El. En ningún momento sentí un rechazo abierto hacia su
Presencia, sólo quería un poco menos".
La tentación de acedia, no advertida o consentida,
puede instalar al alma en un estado permanente de acedia. Y
aunque por inadvertencia no hubiese culpa en ello, habría grave
daño del sujeto y se impedirían grandes bienes. La desolación
sentida y no resistida, peor aún si aceptada, precipita a la larga

163
o a la corta en el avinagramiento, que puede terminar siendo
culpable, y a veces puede llegar, a la postre, a perseguir
militantemente al gozo. La oposición de la desolación y de la
falsa consolación, a la consolación, reflejan la oposición de la
acedia al gozo de la caridad.
Por eso, la Contemplación para alcanzar Amor (164), es
el mejor antídoto contra la acedia, a estar a las recetas de
Casiano, que vimos antes (165), y a las de San Benito y de
Santo Tomás a la que nos referiremos más adelante (166).
6.3.) Acedia en Ejercicios de Mes Durante el Mes de
Ejercicios no es raro que - aparte de las desolaciones comunes
y por eso más fácilmente reconocibles - sobrevengan mociones
de acedia que a veces no se sabe reconocer como tales. Por lo
cual conviene estar alerta para cuando se presenten.
Una ejercitante refiere al que le da los ejercicios que en
la meditación del descenso de Cristo a los Infiernos, le ha
venido un sentimiento de tristeza al contemplar cómo el Señor
va al rescate de Adán:
"Estaba leyendo la segunda lectura del Oficio del
Sábado Santo, como preparación para la contemplación del
descenso de Jesús a los Infiernos. Es un texto de una antigua
Homilía sobre el Santo y Grandioso Sábado. Durante toda la
lectura me había emocionado mucho. Antes de comenzarla, ya
estaba muy agradecida y enfervorizada en el Señor, con
imágenes bien vivas y con la consolación propia de la tercera
semana. Pero al llegar al paso de la lectura donde Cristo,
tomándolo a Adán de la mano, lo levanta, y le dice: "Despierta
tú que duermes", y sobre todo al llegar al lugar donde le dice:
"tienes preparado un trono de querubines.." me asaltó una
tristeza fuerte de que a Adán le dieran esa gloria después de su
caída. Inmediatamente me dí cuenta de este sentimiento y le
dije al Señor: "Señor, no quiero este pensamiento, no quiero

164
pensar esto", pero el pensamiento no me dejaba. Hasta que lo
escribí para contarle la moción al director de Ejercicios.
Sobre esto me venían sentimientos de vergüenza y
mociones para que no lo contara. A lo que respondí con un
propósito firme: "No, Señor, yo lo contaré". Y al instante se
me pasó aquella moción de tristeza y me volvió el fervor
anterior."
Sabor Agrio a Herodes Reporto aquí la experiencia de
otro ejercitante, que me contó un director de ejercicios de mes,
porque refleja sugestivamente la acedia como sensación de
agrio.
El caso es el siguiente. Un ejercitante, en la aplicación
de sentidos sobre el misterio de la adoración de los Magos,
gustaba la personalidad de Herodes como un dulce que se ha
fermentado ligeramente y está agriado. Es obvio que el pecado
de Herodes - como dijimos antes: 3.1. - es un pecado de
acedia, porque se entristece por lo que los ángeles anuncian
como un gozo y era efectivamente la realización de la gran
esperanza mesiánica del pueblo de Dios. Es llamativo que el
ejercitante "gustara" esta acedia y la hipocresía conexa, con ese
sabor agrio. El ejercitante estaba repitiendo la experiencia
primitiva de los cristianos, que encontraron ácido ese pecado.
Otros ejemplos Durante los Ejercicios de Mes se
alcanza un grado de concentración y atención espiritual muy
grande, que permite advertir y reconocer movimientos
interiores que pasarían inadvertidos en la vida cotidiana.
He aquí algunos ejemplos más de movimientos de
acedia advertidos en Ejercicios de Mes y reconocidos como
tales por el ejercitante.
Primer ejemplo:

165
"Estaba rezando la Liturgia de las Horas. Al leer la
segunda lectura del Oficio de Lecturas, que era un texto de San
Agustín, me sobrevino un marcado sentimiento de fastidio
cuando confiesa haberse abrazado al único Mediador Jesús, y
haber encontrado en El el medio para acercarse a la Luz y al
Alimento que veía tan inalcanzables. Rechacé ese sentimiento
por reconocerlo como tentación, oponiéndole una segunda
lectura del pasaje, animada con sentimientos de alegría y
gratitud".

Segundo ejemplo:
"Durante el día me vino al pensamiento la pregunta
acerca de si María había podido tener tentaciones. Hablándolo
con el director, éste me dijo que no necesariamente la Virgen
María hubiese debido tener tentaciones. Más tarde, en ese día,
mientras rezaba el Rosario, se me vino a la mente lo
conversado con el Padre director de Ejercicios. En un
momento dado, no fue un pensamiento, tampoco un
sentimiento, ni siquiera una frase interior: fue como una mirada
que me invitaba a mirar despectivamente a María Virgen
(mirada "acediosa"), con un despecho mezcla de envidia ("¿por
qué Ella?") y de desvalorización ("¡así cualquiera!). Cuando
me percaté de ello, miré a María con todo el amor, gratitud y
admiración que pude encontrar en mi corazón, y los alimenté el
tiempo que quedaba del Rosario, terminándolo con un canto en
su honor".
A la luz de estos ejemplos y de los que vimos en el
capitulo anterior, se reconocerá qué frecuentes y qué poco
advertidos son los movimientos de acedia que se producen en
el alma de los consagrados.
Y qué daños individuales y comunitarios, no sólo como
pérdida del fervor sino hasta de la fe, pueden producir si no se
166
los advierte y rechaza con prontitud y decisión. Aún cuando,
por inadvertencia, la tentación no se convierta en pecado, tiene
igualmente efectos devastadores para las gracias recibidas.
Bien dice San Ignacio que "la desolación es contraria a la
desolación" y procura destruirla.
Se comprende también cuánto bien se impide en la
Iglesia por el desconocimiento de este mal.

Notas del capítulo


153. Ejercicios Espirituales = EE 329.
154. San Ignacio trata de ellos en Ejercicios, en las Notas para sentir
Escrúpulos (EE 345-351).
155. EE 349.
156. EE 332.
157. EE 313-336.
158. EE 316.
159. "Llamo desolación todo lo contrario de la tercera regla: Así como
oscuridad del alma, turbación en ella, moción a cosas bajas y terrenas, inquietud de
varias agitaciones y tentaciones moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor,
hallándose toda perezosa, tibia, triste, y como separada de su Criador y Señor.
Porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los
pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que
salen de la desolación." (4ª Regla, EE 317).
160. 5ª Regla: "En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar
firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente
a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente
consolación (...)" (EE 318). 6ª Regla: "Dado que en la desolación no debemos
mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha mudarse contra la misma
desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar,
y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia" (EE 319). 7ª
Regla: "El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba en
167
sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del
enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda(...)" (EE 320).
161. 9ª Regla: "Tres causas principales hay por las que nos hallamos
desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios
espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la
segunda por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio
y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias; la tercera para
darnos verdadera noticia y conocimiento que no es de nosotros traer o tener
devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas
que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no
pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana,
atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación"
(EE 322).
162. Es la primera regla de la segunda serie (EE 329) que hemos trascrito
más arriba en 6.1. La segunda Regla de la primera serie coincide con ésta en señalar
que "en las personas que van de bien en mejor subiendo (...) propio es del mal
espíritu morder, entristecer y poner impedimentos inquietando con falsas razones
(...)" (EE 315). Es el estilo de las razones de Judas contra María en la Unción en
Betania (ver 2.1.).
163. El ángel malo puede consolar al alma para traerla a su dañada
intención y malicia (EE 331). Es propio del ángel malo que se disfraza de ángel de
luz (...) traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal alma justa, y después,
poco a poco procura salirse trayendo al alma a sus engaños encubiertos y perversas
intenciones (EE 332).
164. EE 230-237. En esta contemplación con que termina el Mes de
Ejercicios, San Ignacio invita al Ejercitante a considerar los beneficios y gracias de
creación y redención, mirar cómo Dios habita y trabaja para él en las creaturas,
considerar por fin cómo Dios es la fuente de todos los bienes de los que él goza y es
partícipe. Y dado que el amor ha de ser comunicación recíproca de bienes entre los
que se aman, San Ignacio invita al ejercitante a darse todo a Dios: "Tomad Señor y
recibid..."
165. Ver 5.1.
166. Ver 7.6.

168
7.) PNEUMODINAMICA DE LA
ACEDIA

Después de describir el fenómeno de la acedia llega el


momento de hacer un esfuerzo por comprenderlo; por
investigar las causas de este hecho espiritualmente tan extraño;
y por explicar la "mecánica" de esta disfunción espiritual.
Llamo pneumodinámica de la acedia a esta exploración de las
fuerzas espirituales y psicológicas implicadas en la acedia, por
analogía con el capítulo de las ciencias físicas llamado
dinámica, que se ocupa del estudio de las fuerzas naturales.
¿Cómo es posible que alguien se entristezca por el bien
de Dios?
Lo que parece imposible y absurdo en teoría, hemos
visto que es una notoria realidad de experiencia. Tratemos
pues de mostrar cómo es posible lo que parecería imposible.
7.1.) Apercepción y Dispercepción La acedia se
presenta, ya lo adelantábamos en 2.9., como una a-percepción
y una dis-percepción del bien. Apercepción porque no se
percibe el bien. Dispercepción, porque se lo percibe como un
mal.
Como distorsión de la percepción del bien, se trata en
primer lugar de un problema de la función cognoscitiva. Un
problema del conocimiento del bien y del mal. La acedia
supone, pues, en primera instancia de análisis, una corrupción
de la inteligencia. Como toda envidia, la acedia es una forma
de "invidencia", o sea de imposibilidad de ver el bien.
Si nos preguntamos ahora cuál es la razón o la causa de
esa corrupción de la inteligencia, nos encontraremos con un

169
apetito. O sea con un factor volitivo que perturba la
percepción. El bien no se puede ver porque no se lo quiere ver.
Pero si seguimos preguntando acerca de la causa de la
perturbación de ese apetito, volvemos a encontrar otra vez una
apercepción o dispercepción previa. La visión determina el
apetito. A su vez, el apetito determina la visión. No se quiere
ver porque no se ve bien.
Observamos así una circularidad de inteligencia-
voluntad-inteligencia. Conocimiento-amor-conocimiento. O
para decirlo en términos bíblicos: visión-sabor-visión; mirar-
gustar-ver. No se conoce bien sino lo que se ama. Y no se
ama lo que no se conoce.
La visión perturba el apetito y el apetito perturba la
visión.
La perturbación del apetito puede deberse a diversas
causas:

1) Un deseo vehemente, como el hambre de Esaú.


2) Un temor, como el de los Israelitas a los pueblos que
ocupaban la Tierra Prometida.
3) La dilación en la satisfacción del deseo de Dios,
vivida como frustración, especialmente entre los que, como el
monje, más intensamente buscan a Dios.
4) La indolencia o pereza para creer, puesto que la fe es
la que permite la visión del bien, como en los que se sienten
llamados a una vocación pero no acogen con fe la llamada.
Acedia y Pereza Es este el lugar propicio para abrir un
paréntesis donde tratemos de la pereza, ya que tradicionalmente
se la ha considerado tan cercana a la acedia, que se la da por
hija suya o se las define como sinónimas o equivalentes (167).
170
La voluntad perezosa no quiere mover a la inteligencia
a creer para conocer el bien verdadero y la orienta hacia otros
bienes. Así se conectan acedia y pereza; indiferencia o tibieza
para amar, e indolencia para conocer al Dios infinitamente
amable.
¿La consecuencia?: efusión en las cosas. La voluntad
perezosa mueve a la inteligencia hacia los objetos que no debe
y la desvía de aquellos que debería conocer. La pereza, pues,
inicialmente, no inhibe toda actividad, sino que comienza
trocando una actividad debida por otra indebida.
Es como el niño que se agota jugando en lugar de hacer
los deberes; hasta que cae rendido de fatiga por hacer lo que no
habría debido, y es incapaz ya de hacer lo que hubiera debido.
O como el joven que va y viene sobre el trueno de su moto
pero no tiene a dónde huir para no estar donde debería.
La imagen proverbial del perezoso es la del apático
dormilón. Pero esa es sólo la fase terminal de su dolencia. Por
lo común el perezoso comienza hiperactivo antes de terminar
deprimido. Es un ansioso que pasa de la conmoción a la apatía,
de la agitación al agotamiento.
Porque la pereza, contra lo que sugiere
equivocadamente la opinión común, no consiste en no hacer
nada. Consiste en no hacer lo debido. El perezoso puede
obligarse a mil ocupaciones no obligatorias con tal de no
cumplir con su obligación.
¿Pero qué pasa cuando el perezoso no quiere cumplir
con sus deberes y obligaciones supremas; cuando no quiere
poner los actos de fe, esperanza y caridad; cuando se niega al
ejercicio de las virtudes teologales?
Al rehuir ocuparse de los bienes últimos y supremos
que dan el sentido último a su existencia, es como el caminante

171
que se desentiende de la meta a donde debe llegar y se va por
todos los desvíos.
O como el que se pierde en el desierto y termina
girando en círculos hasta que cae exhausto sin haber llegado a
ninguna parte.
Huye primero del sentido. Pero esa huída de lo esencial
lo aboca a tener que vivir luego huyendo del sinsentido.
¿Cómo? ¿hacia dónde? Hacia los sentidos provisorios; hacia
alguna actividad que lo entretenga, que lo ayude a encontrar
siempre nuevas escapatorias al asedio del aburrimiento,
entreteniéndolo con algún minúsculo sentido inmediato: el
baile de una noche, el paseo, el bar, el club, el hobby, la
novela...y tantas otras formas de "evasión", como
acertadamente se les dice.
Sentidos forzosamente provisorios, puesto que el
perezoso huye de los últimos y definitivos, de los permanentes
y eternos. Y dado que los no-últimos muy pronto lo dejan o él
los deja, tarde o temprano, fatalmente, vuelve a quedar a
merced de la invasión del sinsentido: del tedio, la náusea, el
aburrimiento, en una lucha desigual y perdida de antemano con
ese mar que lo inunda, y en la que se agita hasta que se agota.
¿Cómo puede llegar, si no, el perezoso a hablar de
"matar el tiempo"? ¿Cómo puede el tiempo convertírsele en un
enemigo, hasta el punto de tener que matarlo? El tiempo del
perezoso es el tiempo de Cronos, el dios cruel que devora a sus
hijos, porque los engendra en un tiempo que no está abierto a la
eternidad. Un tiempo meta de sí mismo que, como el
Ouroboros, es como una serpiente que se devora la cola. Y el
Hijo de Cronos se convierte en parricida.
Dado que sólo las virtudes teologales, llenan de
eternidad el tiempo y lo vivifican con vida eterna, y dado que
la acedia ciega a su víctima para esos bienes y la pereza le
172
impide mirarlos, ambas clausuran su corazón para el encuentro
con Dios.
Observábamos antes la circularidad de inteligencia-
voluntad-inteligencia; conocimiento-amor-conocimiento;
visión-sabor-visión; mirar-gustar-ver.
Encontramos aquí una circularidad correspondiente y
equivalente: acedia-pereza-acedia-pereza. Hay una
retroalimentación de ambos pecados capitales. Este hecho nos
explica por qué en la tradición se encuentra definida la acedia
como una cierta forma de pereza.
7.2.) Los Dos Apetitos Antagónicos "Si vivís según el
Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne.
Pues la carne tiene apetitos contrarios al espíritu, y el espíritu
tiene apetitos contrarios a la carne, como que son entre sí
antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisiérais" (Gálatas
5,16-17).
Siendo antagónicos el espíritu y la carne, son
antagónicos también los quereres o sea los apetitos de uno y
otra.
Los apetitos se especifican por su objeto: son distintos
cuando tienen objetos distintos, y son opuestos cuando tienen
objetos opuestos.
Los dos apetitos de los que habla San Pablo, son
antagónicos porque tienen objetos contrarios entre sí, como
muestra el contexto próximo y de toda la carta: El apetito
espiritual tiene como objeto la gloria de Cristo, de la Cruz y de
la gracia; mientras que el apetito carnal tiene como objeto la
gloria vana, que viene de la carne, de la circuncisión, de las
obras de la ley. De esos apetitos por bienes diversos, resultan
también obras - o sea conductas, formas de vida - distintas y
opuestas: las obras de la carne y las obras del espíritu (Gálatas
5,18-23).
173
Para Pablo, las expresiones vivir según el Espíritu
(vv.16.25) y pertenecer a Cristo (v.24), son equivalentes: "Los
que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus
pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu,
obremos según el Espíritu. No busquemos la gloria vana
provocándonos los unos a los otros y envidiándonos
mutuamente" (Gálatas 5,24-26).
La vida cristiana supone por lo tanto, en la visión de
Pablo, una opción por un bien por encima de otro bien; y
supone, consecuentemente, la opción por un apetito en contra
del otro; de una conducta, unas obras y una vida, en contra de
las opuestas. La opción por un apetito en contra de otro,
significa la mortificación de un apetito por el otro, de un deseo
por otro mejor. Pablo ve así la ley de la Cruz, inserta en la
existencia cristiana.
La vida cristiana presupone una opción previa a toda
otra elección y que es fuente de todas las demás: entre la carne
y el espíritu. Y esa opción ha de ser mantenida y realizada en
obras o conductas que la ratifiquen. De lo contrario queda
evacuada y como anulada.
Los dos amores opuestos Encontramos la misma
oposición dramática en la doctrina del Apóstol Juan. Sólo que
aquí no se habla de apetitos sino de amores opuestos: "No
améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al
mundo el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que
hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la vanagloria de las riquezas - no
viene del Padre sino del mundo" (1ª Juan 2,15-16).
Nótese cómo también en San Juan, el amor del mundo
se desglosa en apetitos, que Juan llama concupiscencias, las
cuales apuntan a una gloria vana, igual que en la visión
paulina.

174
También en la visión de Juan, los amores son opuestos
porque tienen objetos opuestos. La oposición está en que los
bienes que son objeto del amor mundano son pasajeros,
mientras que los bienes objeto de la caridad son permanentes:
"el mundo y sus concupiscencias pasan, pero quien cumple la
voluntad de Dios permanece para siempre" (v.17). Los objetos,
unos transitorios y otros perennes, son los que confieren
transitoriedad o perennidad a sus correspondientes amores, y
en consecuencia al sujeto que ama. Dios hace perenne al que
lo ama confiriéndole la comunión con su vida eterna (1ª Juan
1,1-3; 5,13).
Los bienes pasajeros son, por eso mismo, prescindibles
y en algunos casos prescindendos. Dios, en cambio, es el Bien
imprescindible y el amor a Dios debe gobernar los demás
amores. Pero para el hombre caído, el Bien divino es por eso
un Bien arduo, difícil de alcanzar. La dificultad en alcanzarlo
puede ocupar de tal manera la atención, que se pierda de vista
el Bien por mirar la dificultad. Entonces lo arduo del Bien es
percibido como un mal.
La Rebelión de la Concupiscencia Hay que advertir
bien, que los bienes pasajeros no son - de suyo y según el orden
primitivo de la creación, anterior al pecado original - ni
irreconciliables ni opuestos al bien permanente ni a la
comunión de las creaturas con el Creador. En la visión
creyente, en efecto, el bien de las creaturas proviene del
Creador y ha de servir a la comunión con El.
Es la oposición e irreconciliación de los apetitos del
hombre herido por el pecado, la que proyecta su
irreconciliación y su antagonismo sobre esos bienes. Es la
oposición de los apetitos de la carne a los del espíritu -
consecuencia del pecado original - la que produce gozos y
tristezas, paces e iras, deseos y temores opuestos entre sí,
respecto de unos bienes u otros.
175
Cuando el bien de Dios aparece como privando - o
amenazando privar - de sus bienes propios al apetito carnal y
mundano, entonces, ese bien es tenido por mal, y sobreviene la
acedia, la tristeza, la ira y hasta el odio.
Dado que a veces el amor a Dios imperará la renuncia a
bienes prescindibles, esa renuncia implica una mortificación de
los apetitos concupiscentes y la consiguiente tristeza o ira de
dichos apetitos.
Esa mortificación del apetito carnal por el espiritual, o
del amor mundano y sus concupiscencias por el amor divino,
es la que, por excitación de lo irascible del apetito carnal
mortificado, inclina a considerar al Bien divino como causa de
la privación de un bien, o sea como causa de un mal. Y esto
explica la acedia, permitiéndonos entenderla como una tristeza
de los apetitos de la concupiscencia, ante aquél Bien que los
priva de hecho, o puede privarlos, de sus bienes específicos.
En realidad, no son los bienes los opuestos entre sí, sino
los apetitos. El fundamento de la incompatibilidad de los
apetitos contrarios no es la inconmensurabilidad de sus
respectivos bienes, unos transitorios y otros duraderos, sino el
hecho de que tanto los unos como los otros no son realmente
conocidos y apreciados en su bondad si no es por la fe. Sólo la
vida en el Espíritu, que presta su real consistencia a los bienes
eternos, puede subordinarle los efímeros y sacrificárselos si es
necesario. De modo que la oposición radical, no es la que
pudiera ponerse entre los bienes, o la que puede experimentarse
entre los apetitos, sino la que existe entre percepción creyente y
la percepción incrédula, entre la percepción espiritual y la
percepción carnal.
Y esa percepción y evaluación creyente de los bienes,
tiene también a los propios apetitos y a sus respectivas
solicitaciones, como objeto bueno o malo, y elige o desecha
uno u otro de esos apetitos, en cuanto quiere y consiente en
176
querer con el uno y no quiere y se niega a querer con el otro.De
modo que el cristiano toma posición ante sus propios quereres,
como buenos o malos, como bienes o males.
La mortificación es la virtud cristiana por la cual se
acepta la crucificción de un apetito en aras del otro, como estilo
de vida. San Juan ve en esa capacidad de la fe para hacer morir
los apetitos contrarios, la verdadera victoria del creyente, su
participación en la victoria del crucificado.
Así se explica el surgimiento de la vida monástica como
el propósito de llevar la mortificación y la renuncia a un grado
heroico, en un estilo de vida donde se radicalizan las virtudes
teologales. Las privaciones ascéticas mueven a disgusto, a
tristeza y por último a ira, contra los bienes espirituales en cuya
búsqueda se embarcara el monje en su aventura ascética.
Donde el deseo espiritual se radicaliza, también se agudiza la
resistencia y la tentación de acedia, que - como vimos - da
lugar al duro combate del monje.
Así también se explica - por el contrario - la acedia con
que el pecador rechaza los diez mandamientos y se entristece
por la voluntad divina como obstáculo que se opone a la
realización de sus deseos.
Así - por último - se explica por qué la civilización de la
acedia, enemiga de la Cruz, se opone a la Iglesia y a la
revelación cristiana, la cual pone límites a la voluntad del
Hombre, sometiéndola a la voluntad divina, a ejemplo de
Cristo.
Causa y Efecto del Pecado Original El estado de
irreconciliación de la carne con el espíritu, que es como hemos
visto el punto de inserción de la acedia en el organismo
espiritual de la vida cristiana, es consecuencia del pecado
original. Diríamos que es "la" consecuencia más propia de
dicho pecado. Por lo cual bien merece la acedia ser
177
considerada como la consecuencia más característica del
pecado original y como una prueba y argumento del mismo.
Los Santos Padres al referirse al archipecado del Angel
malo, se dividen al explicarlo, los unos como soberbia y los
otros como envidia (168). La acedia - que es envidia o sea
tristeza por el Bien que es Dios, y que implica la soberbia de
afirmar el querer propio contra la Voluntad divina - es el mejor
de los nombres para el pecado del Angel malo, del cual deriva
luego el de nuestros protoparientes. Así lo define el libro de la
Sabiduría: "Por acedia del diablo entró la muerte en el mundo y
la experimentan (tanto la acedia como la muerte) los que le
pertenecen" (Sabiduría 2,24; ver también 6,23 y 7,13). Así lo
interpreta muy tempranamente Clemente Papa y tras él Justino
y Teófilo de Antioquía. San Ireneo ha sido llamado 'el
arquitecto de la doctrina sobre la envidia primigenia del diablo'.
A partir del s. III la teología patrística se bifurca. Los padres
occidentales, Tertuliano y Cipriano mantienen
fundamentalmente la doctrina tradicional plasmada en Ireneo.
La escuela Alejandrina se aparta de la doctrina ireneana. A
partir de entonces la teoría de la envidia primigenia del diablo
pierde terreno progresivamente hasta desaparecer. La inflexión
comienza con Orígenes y prosigue con Clemente alejandrino.
Según Orígenes, el pecado del diablo fue la soberbia. Basilio,
Gregorio Nazianceno, jerónimo, Agustín, harán triunfar
definitivamente la teoría origenista del pecado diabólico como
soberbia y sepultarán la doctrina tradicional culminada en
Ireneo (169).
La acedia es, por lo tanto, efecto y causa del pecado
original. Y sin esta categoría teológica no es posible hacer
buena teología de la historia ni buena teología espiritual; y es
difícil acertar en el diagnóstico pastoral o en la cura de almas,
en la dirección espiritual o en el discernimiento y por ende en
el buen gobierno de sí mismo y de los demás.

178
El Pecado Original - ha escrito Juan Pablo II - "es
verdaderamente la clave para interpretar la realidad. El Pecado
Original no es sólo una violación de una voluntad positiva de
Dios, sino también, y sobre todo, de la motivación que está
detrás. La cual tiende a abolir la paternidad (de Dios),
destruyendo sus rayos que penetran en el mundo creado,
poniendo en duda la verdad de Dios, que es Amor, y dejando la
sola conciencia de amo y de esclavo. Así, el Señor aparece
como celoso de su poder sobre el mundo y sobre el hombre; en
consecuencia, el hombre se siente inducido a la lucha contra
Dios. Análogamente a cualquier otra época de la historia, el
hombre esclavizado se ve empujado a tomar posiciones en
contra del amo que lo tenía esclavizado" (170) .
Ese fue el drama de los siglos de la acedia. Y quizás el
drama de los siglos tout court. Porque refiriéndose a toda otra
época de la historia, el Papa nos remite a la resistencia del
hombre a lo sagrado. Este no es sólo un dato teológico, sino
también un hecho de experiencia universal, descrito por la
ciencia de las religiones. Como fenómeno universal conviene
decir algo de él a continuación.

7.3 ). Temor de Dios y Miedo a Dios Resistencia


Universal ante Lo Sagrado Lo sagrado es ambivalente, a la vez
atrae y repele al hombre, quien manifiesta ante lo sagrado una
tendencia contradictoria. "Por un lado - dice Mircea Eliade -
trata de asegurarse y de incrementar su propia realidad
mediante un contacto lo más fructuoso posible con las
hierofanías y cratofanías; por otro, teme perder definitivamente
esa `realidad', al integrarse en un plano ontológico superior a su
condición profana; aún deseando superarla, no puede
abandonarlo todo. La ambivalencia de la actitud del hombre
frente a lo sagrado no se nos manifiesta sólo en el caso de las
hierofanías y cratofanías negativas (miedo a los muertos, a los
179
espíritus, a todo lo `maculado'), sino también en las formas
religiosas más desarrolladas. Incluso una teofanía como la que
revelan los místicos cristianos inspira a la mayoría de las
personas atracción, pero también repulsión (cualquiera que sea
el nombre que a esa repulsión se dé: odio, desprecio, temor,
ignorancia voluntaria, sarcasmo, etc.)" (171).
Mircea Eliade observa que en el corazón mismo de la
experiencia religiosa encontramos la tendencia contraria y
apunta la resistencia a lo sagrado: "La actitud ambivalente del
hombre ante algo sagrado que a la vez le atrae y le repele, que
es benéfico y peligroso, se explica no sólo por la estructura
ambivalente de lo sagrado en sí mismo, sino también por las
reacciones naturales del hombre ante esa realidad trascendente
que le atrae y le aterra con igual violencia. Esta resistencia se
acentúa aún más cuando el hombre se encuentra totalmente
solicitado por lo sagrado, cuando se ve llamado a tomar la
decisión suprema: abrazar plena y definitivamente los valores
sagrados o mantenerse frente a ellos en una actitud equívoca"
(172). Es, como hemos visto el caso de la vida monacal, o el
de las encrucijadas de la conversión o el pecado.
Eliade retoma aquí las tesis de Rudolf Otto, en su obra
Lo Sagrado, donde ha señalado y descrito el efecto fascinante y
atemorizador a la vez, que ejerce lo divino sobre el hombre.
Sin embargo, la resistencia ante lo sagrado es
ambivalente. Y acerca de este fenómeno, la teología bíblica
tiene más para enseñarnos y para precisar.
Temor o Miedo El Temor de Dios, es para la Escritura,
el comienzo de la sabiduría (Salmo 110,10). Pero para el autor
sagrado, este temor no es sinónimo de miedo, sino más bien de
respeto.
El que respeta a Dios afirma que Dios es bueno en su
grandeza. Si teme algo de El, es el justo castigo de su propia
180
maldad. El temor de Dios es por lo tanto la afirmación del
Bueno como bueno y de lo malo (en mí mismo) como malo.
Es, por eso, comienzo de la sabiduría y condición previa y
necesaria del amor a Dios. Nadie ama lo que no respeta.
El respeto ( del latín re-spectus, derivado a su vez del
verbo re-spicere = mirar dos veces) es la mirada atenta, la
consideración correcta que mira y advierte, reconociéndolo, al
que tiene delante.
En el caso de Dios, es alguien inconmensurablemente
superior y distante, a pesar de todo lo que pueda acercarse por
su bondadosa condescendencia.

El respeto a Dios, es por lo tanto también consideración


y reverencia. Es, como le gusta decir a San Ignacio de Loyola:
acatamiento.
El temor de Dios es algo interno al amor, es temor de
ofender, temor de no ser o de no hacerse digno de la
condescendencia de que se es objeto. Es temor "filial" como
explican los Santos Padres:
el temor que tiene el buen hijo de disgustar a su Padre. Lo
distinguen así del temor "servil", o miedo del esclavo ante su
amo. Este temor servil, tampoco es desdeñable cuando se trata
de disuadir al pecador del pecado que lo domina, y es útil
donde falta el temor filial.
El miedo a Dios, en cambio, supone que alguien (que se
estima bueno a sí mismo) considera que Dios puede dañarlo.
Tiene por eso miedo a Dios. Considera que Dios no es bueno
sino malo; si no malo necesariamente en sí mismo, al menos
para sí.
Este miedo es opuesto al temor de Dios. Porque si del
temor nace - y en él se funda - la Caridad, en el miedo hay
181
tristeza por ser Dios quien es. De este miedo a Dios sólo puede
brotar el odio a Dios.
"Los demonios - dice Santiago 2,19 - creen pero
tiemblan".
El conocimiento demoníaco excluye el amor, mientras
que el amor - como veremos enseguida -exorciza el miedo (1ª
Juan 4,18).
7.4 ) El Gozo como Fuerza Puesto que la acedia se
opone al gozo de la caridad, conviene considerar cuáles son los
efectos previsibles de su neutralización por parte de la tristeza
que se le opone.
El Gozo del Señor es vuestra Fortaleza "El gozo del
Señor es vuestra fortaleza, no estéis tristes" (Nehemías 8,5).
La frase es del sacerdote Esdras el día en que leyó la Ley de
Moisés ante el pueblo en la plaza que estaba frente a la Puerta
del Agua, en Jerusalén, durante la Fiesta de los Tabernáculos
restaurada. Se trata del gozo resultante de escuchar la Palabra
de Dios y de creer en ella, del gozo de la fe y el amor a Dios.
Por su parte, Jesús, en la última cena y para fortalecer a
sus discípulos de cara a la prueba de la Pasión y a las futuras
persecuciones, habla de un gozo suyo y de sus discípulos: "Os
he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros y
vuestro gozo sea pleno" (Juan 15,11).
Son las Palabras de Jesús las que están destinadas ahora
a ser fuente de gozo para sus discípulos, como lo eran en
tiempo de Esdras las de la Ley para el pueblo. Por el contexto,
se ve claramente que el gozo de Jesús es el que proviene de su
amor al Padre, y que el gozo de los discípulos es el que
provendrá de su amor a Jesús y de ellos entre sí. Se trata pues
claramente en este pasaje, del gozo de la Caridad al que se
opone la acedia. El contexto de anuncio de tribulaciones y
pruebas, sugiere la misma misteriosa vinculación entre gozo y
182
fortaleza: "vuestra tristeza se convertirá en gozo" (16,20). La
frase nos recuerda el género paradójico de las
bienaventuranzas. Hay una misteriosa pero íntima vinculación
entre este gozo y la paciencia en las tribulaciones. El amor da
fuerza para sufrir incluso la ingratitud: "todo lo soporta, todo lo
perdona...(1 Cor 13,7).
La historia de Sansón (Jueces 13-16), ilustra con su
fondo y su forma, lo que decimos. En el episodio del enjambre
de abejas y el panal de miel que Sansón encuentra en el
cadáver del león, y en la adivinanza que Sansón propone a los
filisteos inspirándose en este hecho, se reflejan los temas de la
dulzura y la fuerza. Tanto la fuerza del amor de Sansón por
Dalila, como la del vigor físico de Sansón, que forman la trama
de esta historia.
El héroe es débil por su pasión hacia Dalila y fuerte por
su amor al pueblo de Dios: "Del que come salió comida y del
fuerte salió dulzura"(Jueces 14,14). "¿Qué hay más dulce que
la miel y qué más fuerte que el león?" (14,18). La debilidad de
Sansón por amor hacia una enemiga ingrata y traicionera,
refleja a su manera el drama del amor de Dios. La misma que
lo devora, lo hace vivir.
Sansón es fuerte en su debilidad, por fidelidad a la
ingrata, como Dios. El mismo nombre de Sansón, Shimshon,
derivado de "Sol" (en hebreo = Shémesh), sugiere a la vez la
dulzura y la fuerza del sol, además de sugerir una asociación
mesiánica. El corazón de Sansón es fiel a su pueblo y fiel a la
enemiga y los amores contrapuestos no se contrarrestan en él.
Dulzura de la miel y fuerza para el combatiente fatigado
encontramos también en el episodio de Jonatán, quien exhausto
del combate, y habiendo hallado un panal abandonado: "alargó
la punta de la vara que tenía en la mano, la metió en el panal y
después llevó la mano a la boca y se le iluminaron los ojos" (1
Samuel 14,27). La fatiga de la lucha enturbia la visión del
183
bien. La dulzura de la victoria, después de dispersados los
enemigos - abejas que abandonaron el panal - devuelve la
visión y el goce del bien.
El Cantar de los cantares, celebra también
conjuntamente la dulzura (Cantar 5.10-11.16; 7,7-10) y la
fuerza del amor divino, más fuerte que la muerte (Cantar 8,6)
capaz de soportarlo todo (1 Cor 13,7d).
El gozo de la Caridad es uno de los frutos del Espíritu
Santo. Si es dable establecer la correspondencia del gozo, fruto
del Espíritu, con alguno de los dones del Espíritu Santo
enumerados en Isaías 11,2s., nos inclinaremos, aleccionados
por estas páginas bíblicas, a relacionarlo con el don de
fortaleza. Y efectivamente, el Catecismo de la Iglesia Católica
enumera gozo y fortaleza, íntimamente unidos, entre los dones
y frutos del Espíritu Santo (CIC 1830-1832).
El Amor echa afuera el Temor "El amor perfecto
expulsa el temor", dice San Juan, con una expresión griega: éxo
bállei, que tiene retintines de exorcismo (1 Juan 4,18). El amor
produce un gozo que expulsa el temor y por lo tanto la tristeza,
ya que ambos, temor y tristeza, se dan por presencia de un mal
o ausencia de un bien.
¿Por qué el amor expulsa el temor? Porque: "el temor
mira al castigo" y quien todavía mira al castigo y teme, "no ha
llegado a la plenitud del amor".
El amor nace de la visión del bien. El temor de la
perspectiva de un mal (=el castigo), que proviene de otro mal
(=mi pecado). El que ama y el que teme están atendiendo a dos
cosas diversas: el que ama atiende y considera al Dios amable;
el que teme está mirando a su propio pecado y al castigo que
merece. Cuando la mirada está puesta en Dios y fija en él por
el amor perfecto, ya no se mira a sí mismo y por lo tanto

184
tampoco al castigo. Y así se entiende por qué "el amor
perfecto echa afuera al temor".
Amor y temor reposan pues sobre dos miradas diversas,
sobre la atención a dos objetos formales diversos. Y de esas
dos miradas provienen dos fuerzas opuestas: un amor y un
temor opuestos entre sí, un gozo y una tristeza opuestos.
Como tristeza opuesta al gozo, la acedia enerva la
fuerza divina en el alma creyente. No sólo mina su capacidad
de hacer el bien, sino que también corroe su capacidad de
oponerse al mal y la paciencia para sufrirlo.
Mi Fuerza se Realiza en la Debilidad "Virtus in
infirmitate perficitur" dice San Pablo (2 Corintios 12,9). Virtus
significa en latín vigor, fuerza. Se trata naturalmente aquí, no
de la fuerza física, sino de la fortaleza para obrar el bien. El
vigor del creyente es un vigor espiritual. Y ese es el sentido
original de la palabra latina virtus, y de la castellana virtud: la
capacidad de hacer el bien. El amor sufriente, crucificado,
muestra la grandeza de su fuerza precisamente en la debilidad,
manteniéndose pacientemente adherido al bien a pesar del mal.
La fuerza de la caridad es la fuerza del amor sufriente.
Un amor que da fuerza para luchar y para padecer por el bien.
El cáliz de la Pasión que el Señor acepta en su agonía,
simboliza la comunión con la voluntad de su Padre: por un lado
como comida (= "Mi comida es hacer la voluntad de mi
Padre"); por otro lado como bebida ("El Cáliz que me ha dado
mi Padre ¿no lo he de beber?"); y por fin como una cierta
embriaguez de esa voluntad, que acepta la del Padre "en lugar
del gozo que se le proponía" y habiendo "soportado la cruz sin
miedo a la ignominia", por lo cual "está sentado a la derecha
del trono de Dios" (Hebreos 12,2).
Es posible considerar la Agonía del Huerto como un
combate o una lucha - en griego: agón - entre dos gozos
185
opuestos y dos tristezas opuestas. Por un lado el gozo del amor
al Padre, que se complace en hacer su voluntad. Por otro lado
el gozo, que se le propone, de un reino de este mundo (Lucas
4,6; Juan 6,15). Por un lado la tristeza del alma humana
ante la muerte; por otro lado la tristeza por el pecado (Lucas
19,41ss; Marcos 11,17) como rechazo y menosprecio al Padre;
y la tristeza del corazón del Hijo que prefiere la muerte a
contristar él también al Padre.
Al gozo que se le proponía, opuso Jesús un gozo
superior. En ese conflicto de ambos gozos nace el drama de la
acedia en el corazón de los hombres. El dilema es, entonces,
mortificación, paciencia o acedia. Y el antídoto de la acedia:
fortaleza y gozo de la Caridad.
Jesús, sacó la fuerza - en su debilidad - de la
embriaguez del Cáliz de su Amor al Padre, y de su misericordia
por la muchedumbre humana necesitada de rescate.
Locura y Debilidad de Dios Para entender la
psicogénesis de la acedia, hay que tener en cuenta las
antinomias o paradojas en las que es maestro san Pablo: "la
locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y
la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1
Corintios 1,25).
La fuerza no viene de las palabras, sino de Dios. Estas
locuras del lenguaje sólo puede permitírselas quien somete el
lenguaje al ministerio del anuncio; sin poner su confianza en la
fuerza persuasiva del discurso, porque confía gozoso en la
virtus de la Caridad:
"No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste,
crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y
tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada
de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron
una demostración del Espíritu y del Poder para que vuestra fe
186
se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de
Dios" (1 Corintios 2,2-5).
Nada de retórica, nada de dialéctica, nada de adulación,
o halagos, nada de captación de la benevolencia, nada de
amenazas, nada de manipulación psicológica, nada de
demagogia de las pasiones, nada de cálculo político ni de
human relations. Lo que brilló a los ojos de los Corintios en la
locura de Pablo fue la locura de Dios mismo a través de su
Apóstol. En la humillación de Pablo, es la humillación de un
Dios suplicante la que se muestra con una evidencia
sobrehumana.
"Dejaos reconciliar con Dios". Esta es la fuerza de la
predicación de Pablo, a la que no sirven sino que estorban los
vigores retóricos o dialécticos. Es la fuerza de la gratuita oferta
y del vehemente ruego de reconciliación, de los cuales Pablo se
sabe, y se muestra, ministro y dispensador:
"Todo proviene de Dios que nos reconcilió consigo por
Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque
en Cristo [en la insensatez y debilidad, en la injusticia de su
Cruz], estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no
tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino
poniendo en nuestros labios la palabra de la reconciliación.
Somos pues embajadores de Cristo, como si Dios os suplicara
por medio de nosotros: en nombre de Cristo os suplicamos:
¡reconciliaos con Dios!. A quien no conoció pecado, le hizo
pecado, por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de
Dios en él" (2 Corintios 5,18-21)
Pablo se presentó así, apóstol humillado de un Dios que
se humilla ante el hombre suplicándole la reconciliación y
haciéndose culpable a sí mismo en su Hijo, para ganar el amor
de los culpables a costa del inocente. ¿Cuál puede ser la fuerza
de semejante locura?

187
Ante un Dios así calla el temor al castigo y puede nacer
y llegar a su perfección el amor cristiano: la Agapé (1 Juan
4,18), el Camino Mejor (1 Corintios 12,31).
Verdaderamente parece necio y ridículo un Dios así.
Parece sólo apto para engendrar acedia entre los hombres de un
mundo fundado en el zarpazo de la prepotencia, la imposición
del poderoso, en la astucia retórica y dialéctica, en la retorsión
del lenguaje para adulaciones o intimidaciones sofísticas, o - en
el mejor de los casos - en la justicia del talión sin sombra de
perdón o misericordia.
Una humanidad predispuesta a imaginarse dioses
patrones, dictadores, que esclavizan a los hombres y rivalizan
con ellos.
Pero el corazón de los Corintios se rindió ante este
Dios, perfil divino absolutamente inédito en la interminable
galería de las imaginaciones humanas acerca de la divinidad,
que lleva, en su propia disimilitud con todo lo que el alma de
hombre alguno sería capaz de imaginar e inventar, una cierta
garantía de sobrehumana y divina verdad. Ellos eran gente de
un mundo donde lo divino ya se había hecho vulgar, comercial,
industrial, político, turístico y doméstico. Pablo les traía la
oferta de un Dios tan absolutamente a contrapelo de todos los
que habían fabricado o domesticado ellos mismos, que no
tenía, por fin, apariencia humana sino realmente sobrehumana
y divina. Un Dios que sólo podía ser creído a fuerza de
inimaginable e inverosímil.
Y ante ese Dios, débil por amor, gracias a la fuerza de
ese Espíritu Santo que suplica comunión y reconciliación sin
tomar en cuenta las trasgresiones, los Corintios encontraron por
fin el gusto de creer.
7.5 ). Gozo y Virtudes Teologales El Gusto de Creer
Hay un gusto, o sea un gozo en conocer y reconocer al Dios
188
verdadero y en aceptarlo por la fe. La inteligencia del hombre
está creada para conocer a Dios y cuando lo encuentra lo
reconoce con fruición como a su objeto adecuado; como la
persona a cuyo conocimiento está destinado por creación. La
inteligencia del hombre está creada para posibilitar ese
encuentro en el que consiste la felicidad del hombre.
El gusto de creer, pertenece al del gozo de la caridad.
Es su comienzo o incoación. Pero es una gracia. Lo que brota
espontáneamente de la caída naturaleza humana, del corazón
humano herido por el pecado, cuando se lo confronta con la
oferta de la fe cristiana, es más bien la indiferencia, la
incomprensión, el disgusto, la aversión al Dios crucificado: la
acedia, capaz de convertir a Pedro, piedra fundamental de la
Iglesia, en piedra de tropiezo para Jesús y los demás discípulos
(Mateo16,18.23).
"Para dar la respuesta de la fe, es necesaria la gracia de
Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior
del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre
los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer
la verdad" (173) .
Termómetro de las Virtudes El gozo es fruto de la
Caridad. Por lo tanto es indicio de la existencia y de la salud
de esta virtud teologal. Pero la Caridad supone la Fe y la
Esperanza, de modo que cualquier defecto de ellas debilita la
Caridad.
Resulta así que el gozo - junto con la paz y la
misericordia - es como un test de la salud espiritual y del vigor
de las virtudes teologales. Es como un termómetro en el que
repercute el ejercicio de esas virtudes.
Si se desea imitar el cauce pastoral paulino, hay que
poner por delante las virtudes teologales y por lo tanto el gozo
específico que de ellas dimana. La pastoral paulina es
189
gaudiocéntrica porque está centrada en las virtudes teologales,
como fundamento y fuente de las demás virtudes cristianas.
¿Hay que aclarar que el gozo de las virtudes teologales
no es como los gozos mundanos? No todo gozo bullicioso o
bullanguero, no todo gozo sensible, refleja el estado real del
alma. Quizás no haya mejor reflejo sensible de lo que ese gozo
produce en el hombre, pacificándolo, que el canto gregoriano y
la música sacra.
Es un gozo que no se pierde en medio de las
tribulaciones y las pruebas, sino que en ellas es fuente de
fuerza. Un gozo que está en lo profundo de los corazones
abatidos y de los que sufren todo lo que las bienaventuranzas
prenuncian.

En el Concilio Vaticano II, la Iglesia manifestó su


conciencia de sí misma con aquella frase de San Agustín que
refleja esta aparente paradoja: "La Iglesia peregrina entre las
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" (Lumen
Gentium 8).
La espiritualidad ignaciana, de la que nos hemos
ocupado (6.), ofrece los elementos para una pastoral
gaudiocéntrica. En dicha espiritualidad, la doctrina de
consolación y deso lación se ha convertido en un camino
sapiencial para liberarse de los afectos desordenados y goces
falsos, y una vez liberados de ellos, elegir según Dios,
buscando y hallando el beneplácito divino en la ordenación de
la propia vida. Esto es guiarse en todo por la búsqueda de la
complacencia y el gozo de Dios.

7.6.) Apéndice: El Problema de los Remedios El tema


de los remedios para la acedia no entraba dentro de los límites
190
que habíamos fijado inicialmente a este ensayo. No era nuestro
propósito tratar de ellos expresamente. Algunos pasajes de
nuestra exposición aluden a ellos. Por ejemplo al recordar la
doctrina de Casiano, Isidoro, Benito, Tomás de Aquino e
Ignacio de Loyola. Pero un amable lector del manuscrito
encontró decepcionante y hasta negativo que "después de
hablar tanto sobre un mal, no se tratase expresamente acerca de
sus remedios".
Para complacerlo, agregué un párrafo breve, en el que
recordaba los remedios que ofrecen Casiano, San Benito, Santo
Tomás y San Ignacio de Loyola, remitiéndome a los lugares
del ensayo donde se habla de ellos.
Ese párrafo le pareció después demasiado exiguo a otro
lector, quien halló llamativo "que habiendo dado tanta
importancia y centralidad al tema de la acedia, se dedicasen
solamente diez líneas - y apenas nominalmente - a su remedio",
y que "dada la amplitud de la exposición del tema, se esperaría
que se deben ofrecer líneas o pautas de reeducación
suficientemente explicitadas".
Yo no había considerado insuficientes esas líneas, en
parte porque estaba y sigo persuadido de la validez, de la
utilidad y la suficiencia de esos remedios tradicionales, que al
lector le parecieron exiguos y nominales. Y en parte también
porque, desde mi óptica de autor, familiarizado y conforme con
los límites autoimpuestos a mi escrito, que no aspiraba a ser un
tratado sino modestamente un ensayo, y más allá de considerar
suficientes para un ensayo las referencias a los remedios
diseminadas en él, me seguía sintiendo satisfecho y optimista
con la virtud curativa de la descripción misma del mal.
Confianza que contribuía a alimentar en mí la experiencia de
otros lectores de este trabajo.
Debo decir que no termina de imponérseme la lógica
según la cual quien conoce y sabe describir un mal, deba por
191
eso forzosamente conocer y exponer también sus remedios. El
que hace algo bueno no se obliga por eso a hacerlo todo o a
hacer lo mejor. Se puede conocer el virus y la etiología de una
enfermedad, pero carecer de la vacuna. No tengo rubor en
confesar que había limitado el objeto de mi ensayo a disertar
sobre el mal, creyendo hacer con eso sólo, algo de provecho.
Y porque no tenía elaboradas ni la doctrina ni las razones
acerca de su tratamiento. Gracias al deseo de estos lectores, he
tenido la oportunidad de ponerme a reflexionar, más a fondo y
con mayor detención, aunque siempre como ensayista, sobre
este "problema" - porque vaya si lo es - de los remedios o del
tratamiento del mal de acedia.
Tampoco termina de convencerme, como le parecía al
primer lector arriba citado, que sea "negativo" hablar
extensamente de un mal. Como dijo el Arcipreste de Talavera:
"si el mal no fuere sentido, el bien no sería conocido" (174) .
El solo hecho de llamar la atención sobre un mal inadvertido,
es ya de por sí algo positivo. La experiencia de otros lectores
del manuscrito de este estudio, me convence de que señalarles
este mal del que padecían, o del cual vivían rodeados y en
algunos casos acosados, y cuya verdadera índole ignoraban, fue
de por sí beneficioso por el mero hecho de comprenderlos en
su exacta naturaleza y saber nombrarlos. El demonio de la
acedia se exorciza ya con reconocerlo e imperándolo por su
nombre.
Cualquier médico o enfermero entenderá que un buen
diagnóstico es la mitad de la curación, aunque el diagnóstico
no sea todavía, de suyo, un acto terapéutico. Y no creo que a
un médico se le ocurriría reprocharle al clínico su diagnóstico
por no ser, también, terapéutico; ni porque diagnostique un mal
incurable o del que se ignora el remedio. Toda diagnosis tiene
un valor intrínseco positivo si es acertada.

192
Pero he aquí que sucede, además, que en psicología y
en psicoanálisis, cuando el paciente reconoce las causas y los
orígenes de sus síntomas, no sólo puede decirse que ese
reconocimiento contribuye a curar su neurosis, sino que se
afirma que por eso mismo se logra la curación. Quizás este
ejemplo pueda sugerir de qué modo la sola presentación de la
acedia que hemos hecho, le puede servir ya de remedio en gran
medida, sin necesidad de disertar aparte sobre sus remedios.
En los asuntos del alma y del espíritu, la sola anagnórisis del
mal es ya su terapéutica.
Hechas estas puntualizaciones, agradezco todavía el
reclamo de esos benévolos lectores, que me ha dado la
oportunidad de abundar aquí en precisiones y en la elucidación
de asuntos que están en juego al abordar el problema del
tratamiento o de los remedios de la acedia. En atención a su
deseo, que considero puede ser el de otros muchos lectores de
este libro, he reunido la información dispersa a lo largo de mi
ensayo dentro del marco de estas reflexiones sobre el referido
problema.
Los Remedios: Complejidad y Sencillez En realidad,
tienen razón nuestros amables y críticos lectores: el problema
de cómo remediar la acedia exigiría ser tratado extensa,
profunda y minuciosamente. Tal es su importancia y tal su
complejidad. Sería deseable tratarlo con similar extensión a la
dedicada a disertar sobre el mal mismo. Difícilmente se podría
darle en menos espacio un tratamiento condigno y satisfactorio.
Habría que tratarlo diferenciadamente en los distintos
niveles en que la acedia se presenta: a nivel de tentación, de
pecado actual e individual, de vicio capital, de mal social, de
cultura y de civilización. Habría que tratarlo a nivel de
doctrina y de teología dogmática, en cuanto que implica una
determinada concepción de la vida cristiana; a nivel de teología
espiritual, de dirección espiritual y cura de almas; a nivel de
193
liturgia, de pastoral social, de acción cultural, de
evangelización y de acción misionera; a nivel de gobierno
eclesiástico y congregacional. En fin, a todos los niveles en los
que la acedia incide se encuentra y se manifiesta. Concedo que
todo esto excede mi capacidad.
Puesto que la acedia tiene dimensiones de civilización,
el remedio a los vicios de una civilización debe investir
dimensiones de civilización. El tratamiento de la acedia en los
individuos exige tener en cuenta la incidencia que tiene en su
mal la pandemia cultural y civilizacional en la que están
inmersos. La acedia no sólo reclama una terapéutica, pide una
higiene, una profilaxis y una epidemiología.
Hablando del remedio para la Civilización de la Acedia,
pensamos espontáneamente en la Civilización del Amor, que
vienen reclamando proféticamente los Papas, desde Pablo VI,
pero que, con otros nombres, lucharon por instaurar sus
antecesores desde Pío IX, que yo sepa. De esta Civilización
del Amor habría que disertar aparte y largamente, para no dejar
insatisfechos a los que reclaman recetas de acción inmediata
para aquí y ahora. Además habría que disipar el equívoco que
se alberga en muchas cabezas que, cuando oyen hablar de
Civilización del Amor, entienden Civilización de la
Filantropía, en vez de entender que se trata de la Civilización
de la Caridad.
Siendo la acedia lo opuesto al gozo de la Caridad,
merecería la pena que alguien, capaz de hacerlo, hiciese un
tratado sobre la Caridad enfocado a la pastoral de la acedia.
Pero quizás, eso no sería necesario. Bastaría con impostar la
pastoral sobre el cultivo preferencial y prioritario de las
virtudes teologales. Automáticamente se estaría contribuyendo
así a remediar la acedia en todos sus niveles.
No es otra cosa la que, por otra parte, proponen tanto la
tradición como la nueva evangelización. Ni otra cosa la que
194
propone el Papa en su Carta sobre el Tercer Milenio (175). Ni
otra la que propone San Ignacio al ejercitante en sus Ejercicios.
¿Habrá pues que pensar en remediar la acedia, o más
bien en cultivar y preservar la gracia de la Caridad allí donde
Dios la ha puesto y nos ha encargado cultivarla? El mejor
remedio es conservar el don de la salud. Así, el mejor remedio
contra la acedia es conservar la gracia de la Caridad.
Presiento que entran en juego aquí dos concepciones de
la existencia cristiana.
Según una de esas dos concepciones, Dios ya ha hecho
lo principal y nosotros hemos de ser fieles servidores y
ministros de lo que El hizo, viviendo de tal manera que
conservemos en nosotros los dones recibidos en ese comienzo
y origen divinos. La originalidad de la vida cristiana, está en
ser fieles al origen. La novedad se concede como gracia a esa
fidelidad. Si no perdemos lo que Dios nos ha dado y
conservamos lo que ha obrado en nosotros, la lámpara
encendida del bautismo y la túnica blanca, entonces nos
hacemos acreedores a recibir lo que Dios nos promete. El
cristiano está así inmerso en el actuar de Dios. Por la fidelidad
al pasado divino, se nos entrega el presente y el futuro divinos.
Lo nuestro es ser fieles. Esta es la visión que se desprende de
los escritos de San Juan, con su insistencia en el permaneced, y
también la de Pablo, Pedro y muy en especial de la Carta a los
Hebreos. Nuestra libertad se ejercita en ese servicio de
fidelidad a lo que Dios ha hecho, hace y hará.
En la otra visión, lo que Dios hace o ha hecho se da por
supuesto, y de lo que hará se habla poco. Y en eso mismo se
muestra la poca o relativa importancia existencial y práctica
que se le da. Parecería que lo que Dios ha hecho es sólo
capacitarnos y echarnos a andar para que hagamos lo que
decidamos hacer, lo cual es, por lo menos en la estimación
práctica, lo principal: lo que debemos hacer. Con un énfasis
195
algo legal en lo del debemos. No es ésta la impostación de la
vida cristiana más propicia al cultivo y la preservación del gozo
de la Caridad.
El discurso acerca de la gracia de la Caridad, centra la
atención donde debe estar: en el Autor del bien, en la acción
divina en y con nosotros, y en los gozos y consuelos
verdaderos que deben ser atesorados, preservados y cultivados.
Y a los que se debe responder generosamente.
El discurso acerca de los remedios - en cambio -
encierra el riesgo de volver a centrar la atención en la acción
humana del pastor, como médico o reeducador, perdiendo de
vista, por darla por supuesta, la parte de Dios en todo esto.
Reconociendo, pues, toda la complejidad del tema de
los remedios de la acedia, hay que reconocer también, sin
embargo, que el principio curativo es muy simple: el remedio
contra la acedia es el gozo y los consuelos de la Caridad. A
todos los niveles: al de la tentación, del pecado, del vicio
capital, al de la cultura y de la civilización. Y el médico o
agente principal de la curación, es Dios.
La curación de la acedia, no viene tanto "desde abajo"
cuanto "desde arriba".
Si estas consideraciones que venimos haciendo se
sopesan, se hará evidente cómo al hablar del mal,
simultáneamente apuntábamos y contribuíamos ya a su
remedio. Por ejemplo, cómo al hablar de la pastoral de las
Virtudes Teologales y de la pastoral gaudiocéntrica (176),
señalábamos pistas de sanación, o si se prefiere hablar así: de
reeducación. Toda evangelización consiste en educar en las
Virtudes Teologales: enseña a creer, a esperar los verdaderos
bienes, a amar a Dios y al prójimo por Dios. Y enseña a
encontrar en esto los verdaderos gozos y consuelos,
prefiriéndolos a cualquier otro que se ofrezca.
196
Al describir la complejidad de un mal de dimensiones
culturales y civilizacionales, despejábamos de entrada la
ilusión de que para el mal de acedia, a cualquiera de sus
niveles, pudiese existir tratamientos humanos, remedios de
acción automática o recetas caseras de sencilla aplicación,
como para suscitar engañosas esperanzas de que los pastores
pudiéramos arreglarnos en esto por nosotros mismos y sin
Dios. No existen los filtros mágicos que pudieran aplicar
aprendices de brujo en una pastoral exitista, cortoplacista,
eficacista y pelagiana. Esa sería una pastoral trágicamente
portadora de acedia, que propagaría el contagio de lo que aspira
a curar.
La Civilización de la Caridad, como la Jerusalén
Celeste, desciende de lo Alto (Apoc. 21,10). Antes que obra
humana es gracia posibilitante. Al igual que el Reino de Dios,
es cosa que se pide, antes que cosa que se construye a lo Babel.
Sólo los que piden estas cosas porque las saben imposibles e
inalcanzables por sí mismos, están en condiciones de ser
capacitados para obrar y contribuir eficazmente en su
realización como dóciles servidores y ministros de los impulsos
divinos.
Cambiar la Humanidad es obra sobrehumana, que sólo
la Iglesia puede acometer porque a ella le ha sido encomendada
junto con los medios de gracia necesarios para llevarla a
término; y que sólo a la Iglesia le es dado verificar
parcialmente en sí misma, como modelo de una Humanidad
redimida, realizándola en sus santos cuando viven el gozo de la
Caridad. En ese sentido la Iglesia es remedio de la Civilización
de la Acedia y semilla de la Civilización de la Caridad.
Escuela donde se aprende a vivir los gozos y los consuelos de
la Caridad, irradiándola desde su liturgia hacia sus demás
dimensiones. El remedio de la acedia del mundo pasa por la
preservación del tesoro de gozo y de consuelo de la Caridad

197
que el Señor derrama en el corazón de los fieles. La Iglesia es
la administradora y guardiana maternal de ese tesoro que Dios
le confía, para salar, iluminar y fermentar el mundo. La
depositaria del Gaudium et Spes es la que puede remediar el
Luctus et Angor del mundo. Y en su liturgia hace presente una
isla de eternidad en el tiempo.
La Caridad, remedio de la acedia, es, pues, gracia: ya
sea en la Iglesia, en el alma, en la cultura o en la Civilización.
De ahí que el remedio contra la acedia sea específico y
diferente, no manipulable, no planificable, indomeñable. No
aplicable con criterios de eficacia puramente racional, natural y
humana. Fácil de nombrar, difícil de aplicar.
Antes de que nosotros describiéramos la acedia, ya
estaba Dios ocupado en remediarla. Lo nuestro sería darnos
cuenta de eso y secundarlo.
La doctrina sobre la Gracia nos persuade de que la
Civilización de la Caridad, o sea el remedio de la acedia, es
algo que pertenece más al orden de las cosas que se piden, que
al de aquellas que el hombre puede aplicar y dosificar por sí
mismo. A nivel teórico-dogmático, la Civilización de la
Caridad, como remedio a la acedia, reivindica los postulados
de la doctrina ortodoxa sobre la gracia, opuestos a la visión
eficacista y pelagiana que es madre de la acedia. Mientras que
la Caridad tiene su gozo en la gratuidad de los dones y gracias
divinas, el eficacismo pelagiano y kantiano se niega a alegrarse
con nada que no sea fruto del propio esfuerzo, planificable y
evaluable. A la pastoral de la gracia-eficaz, concebida como
un ministerio o sea como un servicio subordinado a la gracia
divina, se opone un concepto de pastoral de la eficacia-humana
a cuyo servicio debería ponerse y acudir la ayuda divina.
A nivel doctrinal, el remedio a la acedia pasa, pues, por
la inversión de aquella óptica a la que da lugar una cultura
exitista, eficacista; cultura de los planes y de la evaluación de
198
los logros, que traspone al plano espiritual o pastoral los
métodos propios del mundo empresarial, desentiendose de los
factores no cuantificables, no planificables ni evaluables como
son las gracias, los dones y los consuelos. La óptica doctrinal
correcta y católica, enfatiza por el contrario la Gracia: lo que
Dios obra, inflamando en su amor, consolando y pacificando al
alma en su Señor y Creador, lo cual no es naturalmente ni
previsible, ni planificable, no se sujeta a cronogramas, ni se
deja evaluar de otra manera que por el discernimiento
espiritual.
Soñar en remedios eficacistas para la acedia, u
ofrecerlos a quien tales pidiese, equivaldría a querer curar la
acedia con más acedia, agravando el mal y extendiéndolo en
vez de curarlo. Pero en este caso no vige la ley de homeopatía:
el pecado no puede curarse con más pecado, ni el mal con más
mal, ni el desorden con más desorden.
Las Recetas Tradicionales ¿Habremos de aguardar
entonces a que Dios instaure una nueva Civilización para
encarar la pastoral de la acedia? De ninguna manera. Es
necesario echar mano con confianza a las recetas tradicionales
que nos ofrecen acreditados maestros, algunos de ellos
fundadores de escuelas de espiritualidad. Esas son las mismas
recetas con que la Iglesia fermentó el mundo y la civilizació n
antigua. La fe les reconoce eficacia y confía en ellas, no por su
sencillez, sino porque son el canal por donde escurre el torrente
de la gracia divina.
Casiano, como vimos, proponía la gratitud por los
bienes divinos como remedio para la acedia (177). Enseña que
la acedia viene de la ingratitud, más propiamente: consiste en
la ingratitud por los beneficios recibidos, por las gracias y
consuelos. Se ha de corregir el menosprecio con el aprecio.
Así de sencillo. Casiano recomienda resistir con
energía la tentación de acedia: "enseña la experiencia que con
199
el ataque de la acedia no se ha de condescender, ni se ha de
huir, sino que se lo ha de vencer resistiéndolo" (178).
San Benito, en un logion de laconicidad monástica que
no excede una línea, prescribe en su Regla:
"No anteponer nada al amor de Cristo". Este consejo va
en la línea terapéutica de la higiene y la profilaxis: conserva
como un tesoro la Caridad que se te ha dado, guarda la gracia,
no permitas que invadan tu corazón amores que desalojen la
Caridad, no aprecies los goces terrenos más que los divinos, no
sea que se te conviertan en tristeza por Dios.
En la misma dirección amonesta San Isidoro de Sevilla,
como vimos también antes (179), poniendo en guardia contra la
tibieza, contra el volverse atrás, abandonando el amor primero.
San Gregorio Magno aconseja: "el vicio de acedia, o
sea el tedio del corazón, se expulsa pensando siempre en los
bienes celestiales. La mente que se ocupa en la consideración
de bienes que tanto alegran y regocijan, no se puede aburrir de
ninguna manera" (180) Aquí aparece en el ambiente monástico
el trabajo orante o la oración durante el trabajo. La
"contemplación en la acción" que propondrá San Ignacio de
Loyola tiene aquí sus raíces, pero es posible en la vida laical. .
Santo Tomás, sobre las huellas de Casiano, considera
que la causa de la acedia es no apreciar o menospreciar los
bienes que le vienen a uno de Dios (181). Y en consecuencia
propone como remedio el pensar y meditar en los bienes
espirituales (182). Se trata evidentemente de una meditación
creyente, de un ejercicio de la fe. El descubrimiento de los
bienes que ve la fe, está entre los motivos del gozo de creer. Es
la fe informada por la caridad la que conforta y consuela,
pacifica y hace bueno.
San Ignacio de Loyola pone en primer plano de su
doctrina espiritual el aprecio y el cultivo de la consolación, que
200
es el gozo de la caridad en todas sus formas. Sus reglas de
discernimiento describen las diversas formas consolatorias de
la Caridad. Esto es particularmente útil. La sola palabra gozo -
en efecto - no siempre basta para comprender a qué variedad y
complejidad de fenómenos espirituales concretos se alude con
ella y a cuáles - correlativamente - se opone la acedia. San
Ignacio adiestra para reconocer las distintas formas de la
consolación, y para recibirlas en el corazón, amparándolas
contra los ataques de la desolación o del desorden.
San Ignacio enseña también, en sus reglas de
discernimiento a guardarse de la acedia que acosa en forma de
tentación (183). Coincidentemente con Casiano, recomienda
resistir virilmene el ataque de la acedia. Se ha de resistir a la
desolación y hacer todo lo contrario de lo que sugiere que
hagamos (184).
Por fin, su Contemplación para alcanzar Amor, al final
de sus Ejercicios Espirituales se revela -según vimos - como el
antídoto específico contra el mal de acedia; como un ejercicio
de perseverancia en el bien, a la vez que como la forma más
indicada de fomentar una vida gozosa y consolada por la
Caridad (185).
Un autor moderno propone: "Los remedios contra una
tan insidiosa enfermedad espiritual son el espíritu de
penitencia, que mantiene despierta, lista y pronta al alma para
el servicio de Dios y fiel en la observancia tanto cristiana como
religiosa; una justa medida en el trabajo, porque previene el
tedio en las prácticas de piedad y la náusea por las cosas
divinas; la meditación y la lectura espiritual cotidianas, la
práctica frecuente de los sacramentos de la confesión y de la
eucaristía; y finalmente, una predicación iluminada o una
reflexión de los novísimos, porque estos adquieren en la
existencia gris del hombre con acedia, una eficacia particular y
saludable" (186).
201
Remedio obvio pero arduo Aunque el remedio sea
simple y sencillo, lo difícil y problemático es su aplicación.
Que un acedioso apetezca conformarse con los gozos y los
consuelos que vienen de la consideración de las gracias y
bienes recibidos, es algo tan milagroso como la conversión de
un pecador. Diríamos que es como convencer a una
adolescente anoréxica de que ha de comer. Para ella, una cosa
tan sencilla sería su salvación. Pero eso es precisamente lo que
ella aborrece. Poco adelantamos con saber el remedio si no
sabemos cómo despertar su apetito. Y es precisamente el
apetito espiritual del acedioso lo que está enfermo y habría que
revertir.
Ese ha sido tradicionalmente el problema llamado de la
"perseverancia", tanto del creyente en su fe, como del que ha
sido llamado en su vocación, o del ejercitante en las gracias
recibidas en Ejercicios.
El pronóstico que puede darse acerca de las
posibilidades de curación del mal de acedia, es reservado. El
autor de la Carta a los Hebreos - por ejemplo - no se muestra
optimista acerca de la posibilidad de que los anoréxicos de
Dios vuelvan a recuperar su perdido apetito: "Por lo que se
refiere a los que una vez han sido iluminados, que saborearon
el don celestial, que se hicieron partícipes del Espíritu Santo y
gustaron la dulzura de la palabra de Dios y los prodigios del
mundo futuro, pero luego cayeron en la apostasía, es imposible
volverlos a renovar por el arrepentimiento; ellos crucifican de
nuevo por su cuenta al Hijo de Dios y lo exponen a la burla
pública" (Hebreos 6,4-6)
No es fácil que quien una vez declaró menos importante
la consolación y el gozo que antes gustara, y quien a pesar de
haberla gustado se volvió a derramar en las cosas, cambie su
corazón para volver a dar la prioridad a lo que desestimó. Ahí
radica toda la dificultad de aplicar el remedio a quien le
202
produce arcadas. Porque lo que para remedio de nuestro mal la
tradición unánimemente receta, es el aprecio y la búsqueda del
gozo y del consuelo espirituales. Pero eso es precisamente lo
que, como hemos visto, ya no alegra, o alegra menos, o
entristece y hasta enfurece al acedioso. Y como en medicina
espiritual, es el paciente el único que puede dejarse aplicar por
Dios el remedio, no está en la mano del director espiritual o del
pastor, aplicar el remedio de la conversión a quien no quiera
convertirse.

Notas del capítulo


167. Véase 1.1.; 1.2. y 5.2. Sobre este asunto véase el citado artículo de
G. Bardy, Acedia en Dict.
de Spir. Asc. et Mystique T.I, cols 166-169.
168. Véase: Isidro Ma. Sans, La Envidia primigenia del Diablo según la
Patrística Primitiva (Estudios Onienses, Serie III Vol. VI) Ed. Fax, Madrid 1963.
169. Isidro Ma. Sans, O.c. pp. 135-137.
170. Cruzando el Umbral de la Esperanza, Barcelona l994, p. 221.
171. M. Eliade, Tratado de Historia de las Religiones, Trad. cast.:
Cristiandad, Madrid l974, T.I, pp.
41-42.
172. O.c. T.II, p.251-252.
173. Const. Dei Verbum 5, CIC 153; la última frase es del Concilio
Arausicano II.
174. Y agregaba: "decir mal del malo, loanza es del bueno" Alfonso
Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera, Corbacho, Prólogo.
175. El Papa propone insistir en el trienio 1997-1999 en las Virtudes
Teologales correspondientes a las tres Divinas Personas. En el año l997, Año del
Hijo, se insistirá en la Fe; en el año 1998, año del Espíritu Santo, se insistirá en la
Esperanza; y en el año 1999, año del Padre, se insistirá en la Caridad. Juan Pablo II,
Tertio Milennio Adveniente Nº 40-51.

203
176. Ver 7.5.
177. Ver 5.1.
178. De Inst. Coenobit. L. 10.
179. Ver 5.3.
180. Comm. in 1 Regum 5,9; PL. 79, 364. Todos los autores espirituales
coinciden en insistir en la actividad del espíritu y la oración constantes. Santa
Melania le preguntó a una eremita llamada Alejandra: "¿Cómo puedes soportar la
acedia que produce el aislamiento y la soledad, puesto que no ves a nadie?" y la
reclusa le respondió: "Desde que amanece hasta la hora de nona, oro sin cesar
mientras hilo el lino. El resto del tiempo, repaso en mi espíritu la historia de los
patriarcas, los profetas, los apóstoles y los mártires. Después de comer mi pan,
espero las horas que restan perseverando fielmente y pronta para aceptar el fin con
una esperanza gozosa" PALLADIO, Hist.
Laus., 5,3.
181. Summa Theol. 2a. 2ae. Q.35, Art.1, ad 3m.
182. Summa Theol. lugar citado ad 4m.
183. Ver 6.2.
184. Es lo que Ignacio llama "agere contra" o hacer el "oppositum per
diametrum" = lo diametralmente opuesto (EE 325).
185. Ver 6.2. Esta forma de contemplación, puede convertirse en una
forma de oración durante la acción. San Ignacio la propone a los jesuitas, que han
de ser contemplativos en la acción. Pero esta forma de oración se adapta muy bien a
las exigencias de la vida laical.
186. V. HONINGS, Art.: Acedia, en Dicc. de Espiritualidad ( Dir.
Ermanno Ancilli) T.I, Col. 26.

204
CONCLUSION

"Al acercarse Jesús a Jerusalén y al ver la ciudad, lloró


sobre ella diciendo: `¡Si también tú conocieras en este día el
mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Porque
vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de
empalizadas y te cercarán y te apretarán por todas partes, y te
estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de
ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has
conocido el tiempo de tu visita'" (Lucas 19,41-44).
Lamentando la incapacidad de Jerusalén para percibir la
visita de Dios, Jesús llora sobre la acedia de la ciudad santa.
No se sabe bien lo que es la acedia, hasta que no se
pondera este llanto del Salvador sobre el drama y el
inescrutable misterio de la apercepción y la dispercepción del
bien.
El drama de la acedia es el drama de Jesús, y el misterio
de la acedia lo conduce a la muerte.
Los improperios que canta la Iglesia el Viernes Santo
interpretan ajustadamente los sentimientos del Salvador sobre
un pueblo que no reconoce los beneficios, peor aún, los toma a
mal y los retribuye con ofensas: "Pueblo mío ¿Qué te hice o en
qué te he faltado? ¡Responde! Te arranqué del Egipto, tú me
diste una cruz...Te exalté con honor y poder sobre tus
enemigos; pero tú me clavaste alzándome en una cruz". El
lamento de Jesús es el lamento por la acedia. Podría decirse
que la acedia es "el pecado". La acedia es el mal del que debe
ser liberado principalmente y en primer lugar, el género
humano.
"Uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la
empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de
205
beber" (Mateo 27,48). Se cumplía en Jesús lo del Salmo: "En
mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre"
(Salmo 68,22).
"Una viña tenía mi amigo en una colina fértil...y esperó
que diese uvas dulces pero le dio uvas agrias" (Isaías 5,1s).
La profecía de Isaías sobre la viña ingrata que da
vinagre en lugar del dulce vino del festín de bodas, se cumple
en la pasión de Jesús. La sed del crucificado es la sed de Dios
que solicita el amor del hombre y que recibe en cambio, burla,
descalificación, rechazo o por lo menos evasivas, dilaciones,
excusas, o contraofertas "razonables".
Es el drama de Dios, exponerse a recibir lo agrio en
trueque por lo dulce. Aunque esto parezca inverosímil, la
Pasión muestra que no lo es. Y dado que "lo que fué eso será y
lo que se hizo se seguirá haciendo" (Eclesiastés 1,9), la acedia
sigue existiendo, aunque nos hayamos olvidado de su nombre y
ya no sepamos señalarla donde ella está.

206

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