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El Precio de La Libertad ID20
El Precio de La Libertad ID20
Tarija - Bolivia
(2020)
EL PRECIO DE LA LIBERTAD
Adrián Oliva Alcázar
Gobernador del Departamento de Tarija
Edgar Fernando Guzmán Jáuregui
Secretario Departamental de Desarrollo Humano
Nelvín Acosta Tapia
Director de Gestión Cultural y Patrimonio
Autor
Pedro Paputsakis Flores
Diseño y Diagramación
Ideas Positivas
2ª edición, Agosto 2020
© Gobierno Autónomo Departamental de Tarija
Dirección Departamental de Gestión Cultural y Patrimonio
Impreso en Ideas Positivas
C. Suipacha #156 zona Las Panosas
Tarija - Bolivia
Depósito Legal Nº: 4-1-2340-10
ISBN:
Impreso en Bolivia - Printed in Bolivia
Todos los derechos reservados, Esta publicación no puede ser reproducida ni en el todo
ni en sus partes, ni registrada en (o transmitida por) un sistema de recuperación de infor-
mación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico,
magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito
de GADT y el autor.
AGRADECIMIENTO
Que las páginas y relatos de este libro sirvan para rendir un sincero ho-
menaje a los hombres y mujeres de Bolivia, en especial a la juventud que
durante los gobiernos inconstitucionales o de facto, supieron comportarse
con gran heroísmo y lealtad, durante largos años de lucha por la reconquis-
ta de la democracia y la libertad
Quiero agradecer sinceramente a mi esposa Águeda Burgos de Paput-
sakis, por los interminables días y noches que dedicó a revisar ordenar,
corregir, sugerir la inclusión de algún pasaje que conocía y que no estaba
en los escritos que yo realicé. Que me dio el aliento para seguir adelante
en este empeño de relatar esta historia personal que me tocó vivir y por la
valentía con que soportó los momentos terribles de la represión del régi-
men de García Meza, porque en esos momentos tan dramáticos encontró
la calma y la tranquilidad para atender a mi pequeña hija Beatriz, que tenía
dos meses y medio de edad.
A mis hijas Beatriz, Patricia y Tatiana que me pidieron escribir este li-
bro; por el apoyo que me brindaron cada una en su momento, por el aliento
que a su vez me dieron para seguir en esta tarea y porque jamás me negaron
III
su concurso cuando les pedí que fueran a revisar los periódicos de la época,
en procura de información, todas a su manera y según sus especialidades
me ayudaron para que estas memorias salgan a la opinión pública.
A mi hijo Enver que, en los momentos más difíciles de mi vida, cuando
lo levanté en mis brazos en aquella oscura celda, me dio la fuerza para
seguir viviendo y a mi madre que me brindó aquel momento de felicidad
y que, nunca perdió la esperanza de volver a encontrarme con vida, en los
largos años de apresamiento, persecución y exilio.
A mis amigos, que cuando nos reuníamos por diferentes motivos, escu-
chaban con atención algunos pasajes de esta agitada etapa de mi vida y me
aconsejaban que debiera relatarlos para que estos hechos lamentables que
sucedieron en nuestra Patria, no queden en el olvido. No faltaron quienes
me ofrecieron su colaboración y su ayuda que yo siempre valoré.
A mi amigo Dr. Héctor Chávez que desde la lejana España me dio algu-
nas recomendaciones de acucioso lector y de amigo sincero.
A mi amigo y compañero en la fuga de Coati, Vico Villegas que me
ayudó a conseguir algunas de las fotos que ilustran este trabajo; a mi com-
pañero de fuga Sr. Epifanio Rodríguez un cochabambino de palabra, que
tenía en su poder algunas fotografías de los protagonistas de esta histórica
hazaña. No olvido la seriedad de su compromiso y su desinterés cuando le
solicite que me facilitara algunas para publicarlas en este libro.
Al pueblo de Tarija que me dio la oportunidad de servirle desde di-
ferentes organizaciones, como la Junta Vecinal del Barrio Abaroa, como
dirigente de la Central Obrera Departamental, como Ejecutivo de la Fede-
ración Universitaria Local (FUL), como fundador de FEJUVE; como Di-
rector del Comité Cívico, como Presidente del Consejo de Administración
de COSETT, como Diputado Nacional y como Senador Electo. Creo haber
servido a Tarija con dedicación y honradez.
El Autor
IV
ÍNDICE
Presentación............................................................................................... 1
Prólogo a la segunda edición..................................................................... 3
Las primeras noticias del golpe militar...................................................... 5
Compañerismo, resistencia y valentía........................................................ 9
Fusilamiento en la Plaza Luis de Fuentes................................................ 17
Mi madre.................................................................................................. 23
Algunos hechos importantes en dias tristes............................................. 25
De gira por las cárceles de La Paz........................................................... 31
La comida en el cuartel Bolívar............................................................... 37
La Isla del Diablo..................................................................................... 51
El trabajo en prisión................................................................................. 57
Los médicos en la Isla.............................................................................. 59
Recordando a mis padres......................................................................... 61
Reconocimiento del terreno y campo de acción...................................... 63
se reciben vientos de cambio................................................................... 67
análisis del posible escape....................................................................... 71
la idea de fuga empieza a tomar cuerpo y a organizarse.......................... 75
¡Ha caido Banzer, viva la libertad!........................................................... 83
Nuestra suerte en manos de un niño........................................................ 93
Nuestro ingreso al centro de yunguyo..................................................... 95
Desde lima a la isla de cuba................................................................... 101
Mi paso por albania................................................................................ 107
La vida clandestina en la república Argentina....................................... 111
La tortura en dependencias de la Policia Federal................................... 115
Los personajes del afiche....................................................................... 121
El ingreso a la cárcel de Villa Las Rosas............................................... 123
El Plan Cóndor....................................................................................... 127
Mi salida de la Argentina rumbo a Suecia............................................. 137
Una nueva vida en Suecia...................................................................... 141
V
La huelga de hambre en Bolivia............................................................ 145
Huelga de hambre en Suecia.................................................................. 149
Retorno a Bolivia................................................................................... 151
La fundación del FRI............................................................................. 155
Elecciones después de largos años de dictaduras militares................... 159
La primera mujer presidenta de Bolivia................................................. 163
Nuevo gobierno dictatorial..................................................................... 167
Los días en el cerro................................................................................ 171
De retorno a casa.................................................................................... 175
Rumbo a La Paz..................................................................................... 177
Salir de La Paz rumbo a la frontera peruana.......................................... 181
El encuentro con mi esposa y mi pequeña hija...................................... 187
Nuestro asilo en Suecia.......................................................................... 191
Nuestro retorno al país........................................................................... 195
Reconocimiento a los luchadores sociales de Bolivia........................... 197
ANEXOS............................................................................................... 199
Recortes de periódicos..................................................................... 201
Anexo 1............................................................................................ 203
Anexo 2............................................................................................ 204
Anexo 3............................................................................................ 205
Anexo 4............................................................................................ 206
Anexo 5............................................................................................ 207
Anexo 6............................................................................................ 208
Anexo 7............................................................................................ 209
Anexo 8............................................................................................ 211
Anexo 9............................................................................................ 212
Anexo 10.......................................................................................... 214
Anexo Fotográfico 1........................................................................ 216
Anexo Fotográfico 2........................................................................ 217
Anexo Fotográfico 3........................................................................ 231
Anexo Fotográfico 4........................................................................ 232
Anexo Fotográfico 5........................................................................ 233
Anexo Fotográfico 6........................................................................ 236
Opiniones y comentarios que merecen ser compartidos.................. 237
Bibliografía...................................................................................... 253
VI
PRESENTACIÓN
1
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
3
soportaron la persecución, el apresamiento, el destierro y hasta la muerte.
Sin duda que los jóvenes han aportado apenas con un granito de arena, pero
con mucho esfuerzo y valentía, en el inmenso trabajo que significó la lucha
contra la tiranía y por la instauración de la democracia.
Los relatos contenidos en estas páginas, tienen el objetivo de no dejar
en el olvido e impunidad a aquellos gobernantes que provocaron tanto daño
contra el país y su gente; hechos que quedarán impresos en mi vida como
huellas indelebles, y en la vida cientos de bolivianos, que soportaron tanto
dolor y humillaciones, pero también los han constatado en la práctica, que
no hay poder que dure eternamente, y que si cometieron actos violatorios a
los derechos humanos tendrán que pagar tarde o temprano.
También es mi deseo infundir valor a las nuevas generaciones para que
sigan luchen siempre por la democracia y la libertad para no permitir que
nuevos tiranos que a nombre del pueblo y de la pobreza pretendan pisotear
los principios elementales del derecho y las libertades y garantías estable-
cidas en la Constitución Política del Estado.
Aprovecho para agradecer al Gobernador Adrián Oliva quien, a través
de la dirección de Cultura, han permitido que estas memorias nuevamente
salgan a luz, sin cuya ayuda no hubiera sido posible esta nueva edición.
El Autor
4
LAS PRIMERAS NOTICIAS
DEL GOLPE MILITAR
El gobierno del general Juan José Torres inició su gestión con un mar-
cado tono populista que escuchaba o atendía las aspiraciones del pueblo: se
respetaba la libertad de prensa, la libre opinión y expresión, el derecho de
los trabajadores a organizarse, el pueblo podía manifestarse de diferentes
formas, sin ser reprimido.
El General Torres fue un Presidente que trató de ayudar a los sectores
populares, pero al transcurrir unos 10 meses de su mandato, los mismos
sectores populares comenzaron a exigir al gobierno que avance más, a tra-
vés de medidas o políticas en favor de éstos. Este hecho produjo inestabili-
dad en las esferas más altas del gobierno y también causó preocupación en
la burguesía nacional e internacional, que empezó a tocar las puertas de los
cuarteles. Juan José Torres, quien ocupó la presidencia de la república en
1970 si bien contaba con el apoyo de un amplio sector popular y parte del
ejército se vio sometido a presiones por un lado del movimiento sindical y
de la derecha que se oponía a la izquierda sindical.
De esta manera, los sectores más reaccionarios de las fuerzas armadas
comenzaron a planear cómo poner fin al régimen del General J.J. Torres.
Pedro PAPUTSAKIS Flores
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El precio de la libertad
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COMPAÑERISMO, RESISTENCIA
Y VALENTÍA
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El precio de la libertad
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
para esos tres seres humanos que estaban siendo ultrajados; sin embargo,
en ningún momento nos rendimos, simplemente decidimos aguantar las
consecuencias a las que estábamos expuestos por pensar en los cambios
sociales que necesitaba nuestro pueblo y sobre todo en la libertad de pen-
samiento.
Posteriormente, nos pusieron de plantón y nos golpearon con los fusi-
les. Entre aquellas personas que nos torturaban, pude identificar al Cnel.
Carlos Mena Burgos, Cnel. Carlos Montero, Cnel. Freddy Ortuño, Cnel.
Ramiro Ayo, el Mayor Hugo Toro que me dio un puñetazo de frente en la
nariz al momento de decir: -así que tú eres el extremista Paputsakis; estaba
también el Cnel. Bernardo Maldonado y otros que hoy ya no recuerdo,
pero que con gusto y sin piedad, descargaron toda su furia sobre nuestros
cuerpos ya desfallecientes por tantos golpes de puño y culatazos, además
de los atropellos a nuestra dignidad con palabras irreproducibles. Todo esto
lo hacían delante de los agentes del DOP algunos de los cuales, en la actua-
lidad, fungen de amigos pero que en el momento de la prueba se portaron
como vulgares cobardes.
Contra ellos, contra mis torturadores no he alimentado ningún afán de
odio, de resentimiento o de venganza, sino por mi infinita lealtad con la
verdad. A través de estas páginas, me permito hacer conocer estos hechos
para que nunca más se repitan.
Rómulo Domínguez, Constantino Paputsakis y yo fuimos los más mal-
tratados, tanto que cuando nos golpeaban con las culatas de las armas en
nuestro cuerpo, uno de los cabecillas de la juventud golpista de esa época,
el Gringo Limón, exclamó: -¡así no!, ¡así no! ¡A puñetes y a patadas sá-
quenles la mierda, pero así no les peguen! Después de decir estas palabras
fue sacado del lugar, (es bueno decir que años después estuvimos juntos
en la lucha por la Autonomía). Como resultado de tal agresión, Rómulo
Domínguez resultó con tres costillas rotas, mi hermano Constantino Paput-
sakis escupía sangre porque por los fuertes golpes y patadas recibidas en la
espalda le que generaron lesiones y afecciones pulmonares, mientras que
yo, pese a los fuertes golpes, sólo tenía hematomas y excoriaciones en todo
el cuerpo, no había un centímetro que no se encontrase verde o morado,
pero con la suerte de no tener ninguna lesión interna de gravedad.
En otros puntos de la ciudad también los que apoyaban al golpe mili-
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El precio de la libertad
tar salieron a las calles con parlantes a llamar a la población para que se
revelen contra el gobierno del General Torres, como fue el caso de la Sra.
Aurora de Delgadillo que con un auto y un parlante recorría todas las calles
de la ciudad alentando a la población a liquidar a los extremistas.
La dictadura militar, que toma por la fuerza de las armas el control
del Gobierno el 21 de agosto de 1971, logró quitarnos todas las libertades
ciudadanas y conculcar los derechos fundamentales. Era común que se pi-
sotearan las leyes, se violaran los tratados internacionales sobre derechos
humanos, el asilo y el refugio, porque no se respetaba la Constitución Polí-
tica del Estado. La libertad no era algo con lo que se nacía sino algo por
lo que se moría.
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FUSILAMIENTO EN
LA PLAZA LUIS DE FUENTES
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El precio de la libertad
entregar algo que se me haya sido confiado, algo que esté bajo mi respon-
sabilidad. Sin duda que esta decisión fue resultado de la lealtad hacia mis
principios, hacia mis compañeros de lucha; que, pese a tanta infamia, no
denuncié a nadie ni entregué nada. Lógicamente esta mi actitud enfurecía
aún más a esos dictadores quienes, también emplearon como torturas psi-
cológicas, los intentos de fusilamiento.
Cierta noche me colocaron contra una vieja pared, tapado con una
frazada y a la orden de: -¡disparen! con el corazón oprimido, los puños
apretados y con una gran entereza y decisión pensaba que había llegado
el momento de dar la vida por la Libertad, y la democracia porque ya ha-
bía soportado todo, creí que estaba preparado para morir sabiendo que las
ideas no se matan y que los ideales que orientaban nuestra vida seguirían
presentes en las mentes de las nuevas generaciones: la libertad, la justicia
social, la democracia que tanto añoramos y por la que tanto habíamos lu-
chado durante tantos años; si bien no habíamos alcanzado nuestros objeti-
vos, no estaba en mi mente convertirme en delator, pese a las interminables
horas de tortura. En esos momentos pensaba que, tenía un hijo y que él se
encargaría de seguir los pasos de su padre, para cumplir el testamento no
escrito que le dejaba, que era el ejemplo.
El día era de encierro, la noche de tortura; en el cuartel estaba todo el
día encerrado para no ser visto; al parecer, según nos enteramos después,
tenían la intención de eliminarme porque me consideraban un enemigo
peligroso de las fuerzas armadas, porque a través de la FUL y la COD
denunciábamos los abusos que cometían en contra de la gente pobre, parti-
cularmente contra los campesinos cuyos animales eran robados para servir
en la mesa de algunos oficiales, quienes ordenaban a los soldados traer un
cordero, un cerdo para lo que les entregaban una piedra como dinero para
comprar.
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MI MADRE
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ALGUNOS HECHOS IMPORTANTES
EN DIAS TRISTES
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DE GIRA POR LAS CÁRCELES DE LA PAZ
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El precio de la libertad
hasta una movilidad que nos llevó hasta el Cuartel Bolívar, ubicado en El
Alto.
Temerosos ingresamos al interior por un largo callejón, nos condujeron
hasta el tercer piso del edificio donde había 10 o 12 celdas, 6 a cada lado
con un pasillo de un metro de ancho con puertas de fierro, las celdas tenían
una mirilla en la parte superior que era abierta por los guardias desde afue-
ra, solo servían para poder mirar adentro. En la parte inferior estas puertas
tenían un rectángulo de 10 centímetros por 30 que servía para meter los
platos de comida. La celda era de 3 por 4 metros, no tenían inodoro, aun-
que sí tenía un lavamanos, celda especial para tener a los presos sin salir
por un largo tiempo o tiempo indeterminado. Se decía que era una prisión
militar, pero en aquel momento no había ninguno, solo presos políticos.
Al día siguiente fuimos trasladados a un ambiente grande, de unos 15 x
15 metros donde había muchos presos políticos de todo el país, nos dieron
un lugar donde extendimos nuestras frazadas sobre el piso. Ahí dormimos
varias noches hasta que nuestro querido sobrino Edwin Pérez Paputsachis,
con mucha dificultad nos hizo llegar unas “payasas” que fueron compradas
por nuestros familiares de La Paz.
Las payasas muy conocidas y usadas en las cárceles, eran colchones
de paja, hechos con tela de yute. Dormir sobre la payasa era mucho mejor
que dormir sobre loza fría en pleno invierno, como lo habíamos hecho los
primeros días de prisión.
En esta cárcel tuve la oportunidad de conocer a varios amigos; además,
nos encontramos con varios tarijeños que nos recibieron con mucho cariño,
ya que estaban enterados que estuvimos a punto de ser fusilados en la Plaza
el 20 de agosto, si el gobierno de J.J. Torres no ponía en libertad al Coronel
Banzer Suárez.
Tuve la suerte de conocer al capitán de policía José Gonzalo Reyes;
uno de los mártires de la democracia, asesinado por la dictadura militar
de García Meza el 15 de enero del 1981 en la Calle Harrington junto a un
prominente grupo de dirigentes del MIR cuando se encontraban en una re-
unión. Mi homenaje a estos mártires que ofrendaron sus vidas en su lucha
por reconquistar la libertad y la democracia.
En el cuartel Bolívar no nos torturaban, pero el trato era muy riguroso,
sólo nos sacaban una o dos horas al día para tomar sol y hacer nuestras
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
necesidades vitales; los baños estaban bastante lejos del lugar donde dor-
míamos y como había varios grupos de presos, teníamos que hacer turnos,
unos salían y otros entraban a las celdas.
En las noches, como baño usábamos un medio turril para orinar y todos
los días dicho turril era sacado por los mismos presos, bajar las gradas con
el turril para botar la orina acumulada era una tarea muy difícil que tenía-
mos que realizar.
Recuerdo que cierto día cuando bajábamos el turril con el compañe-
ro Ricardo Millán de la Oliva, nos encontramos en las gradas con el Co-
mandante del Regimiento Bolívar, Millán era conocido como cabo Millán
porque había hecho el servicio militar en ese Cuartel y había salido con
ese grado. Así se había presentado y de esa manera, todos le decían cabo
Millán. En esas circunstancias el Comandante le preguntó; -cabo Millán
¿cómo está? a lo que Millán respondió, -¡Firme en la lucha mi Comandan-
te, dispuesto a seguir luchando por la patria que se encuentra humillada
y ultrajada!, el Coronel lo miró y esbozo una sonrisa y siguió su camino.
Ricardo Millán de la Oliva, era un hombre muy interesante, él había sido
trasladado de Tarija donde vivía, trabajaba en la Caja de Seguridad Social,
era dirigente sindical de dicha institución y además era dirigente de la Cen-
tral Obrera Departamental.
Como un acto de repudio a su detención, Millán se dejó crecer la barba
y el pelo, además tenía puesto un sobretodo que no se lo sacaba nunca ni
para lavarlo. Los militares hasta sacaron una resolución para obligarle a
cortarse el pelo y la barba y para lavar su sobretodo. Esta resolución con-
sistía en no permitirle recibir visitas hasta que cumpliera con estas tres
tareas, pero como Millán no se cortaba la barba ni el pelo y menos lavaba
su ropa, el día de visitas no podía recibir a sus familiares o amigos. Es así
que Millán, que era un hombre alto y delgado, levantando y agitando las
manos, cuando vio que su hermana se estaba acercando al cuartel, se dio
mañas para gritarle a voz en cuello: -¡Hermana! ¡Ándate nomás! ¡Anda y
denuncia a la prensa que no me permiten verte y que están violando mis
derechos constitucionales!
Este fue un acto de protesta de mucha valentía, porque casi nadie se
animaba a hablar inclusive en voz alta por la respuesta bruta que pudieran
dar los captores. En el caso de nuestro amigo Millán, las represalias no tar-
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LA COMIDA EN EL CUARTEL BOLIVAR
El almuerzo de todos los días era lagua de harina de maíz, sin carne, una
comida mala en toda la extensión de la palabra. Creo que ahora la comida
ha mejorado un poco en los cuarteles, ojalá que así sea.
La vida en el cuartel era dura, éramos tratados dentro de un régimen mi-
litar, como se trataba también a los soldados de aquella época, que recibían
por desayuno un jarro de sultana, que es la cáscara del café, lo que es un
desecho que se desecha en cualquier otro lugar.
Pero no todo era malo, porque por lo menos teníamos la posibilidad de
conversar, intercambiar criterios sobre diferentes temas, aunque podíamos
también discutir y disentir con compañeros de prisión de otros partidos
políticos, que por ese mismo hecho tenían visiones diferentes a tiempo de
analizar la realidad del país o la forma de plantear la solución a los pro-
blemas. Cada quien sentía que tenía la razón sobre el camino que debería
tomar la revolución boliviana, a veces se adoptaban posiciones inclusive
sectarias, sin reflexionar sobre la realidad concreta por la que atravesába-
mos, sin tomar en cuenta la imperiosa necesidad de unirnos todos en torno
a un solo objetivo común.
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El precio de la libertad
nosotros éramos los culpables para que nuestro país esté en la situación
lamentable en la que se encontraba. Luego mandó a los compañeros de la
lista, a traer sus cosas.
Sentí un alivio por todos los compañeros de la lista, porque si era el
propósito matarles, no hubiera sido necesario que llevaran sus cosas, pen-
samos que se trataba de un traslado a otro centro de detención.
En la temida lista estaba el periodista Ronald Grever y dos compañeros
muy conocidos por nosotros, un amigo tarijeño de muchos años, Emilio
Alé (hijo), con su esposa y compañera Nancy Olguín (ahora médica de
profesión). Eran una pareja de revolucionarios a quienes la dictadura había
tratado de quebrar, pero se toparon con una sólida formación política e
ideológica, ejemplar por su comportamiento. Meses después nuevamente
nos encontramos en otra prisión, en Achocalla donde yo también fui tras-
ladado tiempo después.
Cuando se fue el ministro Selich, nos trasladaron de nuevo a nuestra
celda donde se produjo un estallido de alegría general ya que estos compa-
ñeros que estaban en Madidi, con su actitud valiente, le habían propinado
un duro golpe al gobierno, demostrando ante el mundo que la dictadura
no era invencible, que podía ser derrotada si obrábamos con coraje, con
decisión e inteligencia, pero, lo más importante, si nos manteníamos uni-
dos todos. Nos dormimos sedientos de saber más sobre la fuga, pero para
enterarnos tuvimos que esperar el día de visitas, cuando los familiares de
los compañeros nos trajeran mayores noticias al respecto. A los pocos días
nos enteramos con más detalles sobre dicha fuga.
Madidi es una zona en medio de la selva paceña, allí se encontraban
algunos compañeros presos políticos que habían sido llevados a este lugar
y que la única manera de poder salir de este lugar era por vía aérea, de la
misma manera como habían sido llevados. El avión llegaba sólo una vez al
mes con provisiones para los presos y los guardias que se encontraban en
este lugar malsano.
Entre los compañeros que se encontraban en Madidi se encontraba un
Capitán de Ejército de apellido Montalvo quien convenció a los soldados
que los custodiaban para que cuando llegue el avión les ayuden a tomarlo y
así fue, el avión llegó y los compañeros lo tomaron reduciendo a los guar-
dias que venían en el avión, éstos fueron bajados del avión y subieron los
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humanos, habían compañeras mujeres en las celdas que estaban detrás del
lugar donde estábamos nosotros y que pese a estar tan cerca no las podía-
mos ver, pero cuando teníamos la oportunidad de estar con ellas nos conta-
ban de los vejámenes de que eran objeto y que muchas de ellas eran viola-
das por los esbirros del Ministerio del Interior; otras tantas preferían vivir
en celdas junto con nosotros para no correr el riesgo de ser abusadas como
era el caso de la Dra. Rhina Tapia, una prestigiosa médica cochabambina
que vivía en nuestra celda protegida por todos nosotros. Claro está que no
podíamos proteger a todas las compañeras, porque el espacio de las celdas
era pequeño y los guardias tampoco lo permitían.
La vida en Achocalla era más llevadera que en el Cuartel Bolívar ya
que además de estar todo el día con las celdas abiertas, de poder conversar
con los compañeros y de tener noticias más frescas por la frecuencia de las
visitas, podíamos también cocinar en nuestras celdas, donde teníamos pe-
queñas cocinillas llevadas por familiares de los compañeros que eran de la
Paz o por algunos partidos políticos que no se olvidaron de sus militantes.
Como yo era del sur del país, mis familiares tenían menos posibilidades de
visitarnos o enviarnos encomiendas que en varios casos fueron intercepta-
das por los agentes de seguridad.
Por suerte, en la prisión, los lazos de amistad y de solidaridad se hacen
más fuertes; siempre entre todos los compañeros de celda se compartía lo
poco o mucho que cada uno recibía. Yo recuerdo que en la celda oficié de
cocinero para compensar con mi trabajo la falta de mi aporte en alimentos.
Nunca fui discriminado o tratado de manera diferente, existía mucha soli-
daridad en todo momento entre los compañeros.
Cuando se veía a un compañero deprimido se le hablaba sobre la situa-
ción difícil por la que estamos atravesando, pero con la firme convicción
de que nuestro sacrificio no sería en vano y que nuestro encarcelamiento
era la respuesta que daba el gobierno de turno y su entorno a un pueblo
hambriento que reclamaba el derecho de vivir mejor. Era necesario tomar
conciencia que nuestro sacrificio significaba un gran aporte para la libera-
ción del pueblo boliviano que siempre había sido humillado, maltratado
por los diferentes gobiernos de turno, por lo que debíamos ser fuertes para
que la dictadura no logre su propósito de quebrar a los que en ese momento
encabezaban la lucha reivindicativa.
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el día cuando por fin el camión se detuvo, todos sacamos la cabeza de en-
tre las frazadas para mirar dónde nos encontrábamos y grande fue nuestra
sorpresa al vernos rodeados de militares fuertemente armados. Se había
armado un gran operativo militar, había soldados por todos lados portan-
do armas grueso calibre listas para ser usadas, hasta tenían ametralladoras
punto 50 emplazadas estratégicamente listas para entrar en acción.
Nos ordenaron bajar del camión y dirigirnos hasta el cuartel que estaba
ubicado al frente. Los compañeros que conocían el lugar dijeron que está-
bamos en Tiquina.
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LA ISLA DEL DIABLO
si las mismas con seguridad serían abiertas por los agentes, para conocer
nuestras intimidades.
Ante ese nuevo panorama, me puse a pensar en el futuro incierto que
me esperaba junto a mis compañeros. Alguna vez había leído que la Isla de
Coati conocida también como la Isla del Diablo, durante el florecimiento
de la época del Imperio Incaico era el lugar donde estaban las mujeres más
bellas elegidas por el inca, como sus eventuales compañeras recordaba que
también leí que las ruinas que se encontraban estaban en total abandono,
sus riquezas fueron saqueadas constantemente por los campesinos del lu-
gar quienes utilizaban en la construcción de sus casas hasta las piedras
perfectamente labradas que eran parte de los palacios construidos en la
época del florecimiento de dicho Imperio. Pero también que tenía una ne-
gra reputación porque había sido una cárcel para delincuentes comunes y
después sirvió como prisión política.
En diferentes libros se cuentan historias espeluznantes de cómo eran
“fondeados” los delincuentes que se portaban mal y otros cuantos habían
muerto al tratar de escapar de dicha Isla que tenía la fama de ser una prisión
inexpugnable.
La orden tajante para subir a las lanchas me sacó de mis pensamientos
para enfrentarme con la dura realidad: vigilados por los soldados armados
y prestos a disparar, teníamos que seguir el viaje. Subimos a una lancha a
motor de propiedad de la naval y empezamos a navegar por el Lago Titica-
ca rumbo a la Isla de Coati. La lancha, en su veloz carrera, rompía las aguas
y dejaba una estela formada por las aguas desparramadas.
Todos los compañeros, taciturnos nos mirábamos sin poder predecir
que nos deparaba el destino más adelante, mirábamos a nuestro alrededor y
sólo podíamos ver agua por todos lados; mas sólo se podía divisar a lo lejos
casitas pequeñas que habíamos dejado atrás, en la población de Tiquina.
Después de navegar unas 2 horas o más comenzamos a ver a lo lejos una
especie de hongo en medio del agua, alguien dijo que era la Isla de Coati,
cuando nos acercamos más, pudimos distinguir unas pequeñas casitas en-
clavadas en medio del cerro donde vivían unas 11 familias de campesinos
del lugar. Después la lancha se fue acercando más y más hasta atracar en
un improvisado muelle que utilizaban los campesinos.
Eran las 4 de la tarde de un 25 de mayo del 1972, nos ordenaron bajar.
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cias y una o dos frazadas no hubieran tenido en qué dormir. Las celdas que
albergaban entre 30 o 40 personas, eran cerradas en las noches quedando
sin ventilación.
En la celda que me tocó sobrevivir tuvimos que acomodarnos en el piso
20 compañeros a un lado y 20 al otro lado chocando pie con pie. Como
yo tenía dos frazadas, una la extendía en el suelo y con la otra me tapaba.
Estábamos alumbrados por mecheros que echaban mucho humo negro, por
lo que al otro día nuestras narices amanecían llenas de hollín.
Como los cuartos no contaban con servicio alguno, teníamos que orinar
en las ya famosas latas de manteca que eran colocadas en un rincón y al
que le tocaba dormir al otro extremo, en la noche oscura tenía que recorrer
todo el cuarto despertando a los demás compañeros, sea porque le pisaba
los pies o porque se chocaba con ellos, pero había que acostumbrarse a esa
vida humillante.
Pasaban los días, continuaban llegando compañeros de todas las prisio-
nes y nos traían diferentes y nuevas noticias de lo que pasaba en cada una
de ellas.
Tres días después de nuestra llegada a la isla, trajeron a unos compañe-
ros que estaban con nosotros en Achocalla, quienes nos contaron que la no-
che que nos sacaron volvieron los agentes y procedieron a trasladar a otros
compañeros entre ellos al Dr. Roberto Alvarado quien por recomendación
médica no debía ser trasladado a lugares más altos ya que tenía problemas
cardiacos muy serios. Aquella noche, sin hacer caso a esta recomendación,
lo trasladaron al DIC de Viacha que está cerca de la población del mismo
nombre, población que está ubicada en una pampa inmensa en pleno alti-
plano paceño. Después de este traslado el Dr. Roberto Alvarado se puso
muy mal y por más que llamaron a la puerta pidiendo auxilio, los agentes
se negaron a abrir la puerta y el Dr. Roberto Alvarado murió de un ataque al
corazón ante la impotencia de los compañeros y sin que se le preste auxilio
médico por parte de los carceleros.
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El precio de la libertad
55
EL TRABAJO EN PRISIÓN
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LOS MÉDICOS EN LA ISLA
estar preso y además con dolor es algo por demás molesto, algo que afecta
aún más la tranquilidad del paciente y de todo el grupo. Este hecho también
nos sirvió para hacernos reflexionar sobre la posibilidad real de que alguno
de nosotros se pudiera enfermar o si se pondría mal de algo más grave,
porque no había ninguna posibilidad de esperar ayuda médica en estas pri-
siones habilitadas tan precariamente y a la ligera por el régimen fascista,
que no tenía ningún respeto por la vida, por la salud de los demás. Esta
vez, el incidente sobre el dolor de la muela de un compañero terminó bien.
Un día nos anunciaron que venía una comisión de la Cruz Roja Interna-
cional a ver las condiciones de nuestra detención. Esta noticia nos alegró
mucho ya que ésta era una institución muy respetable y que regularmente
nos había estado visitando en las diferentes prisiones en las que nos encon-
trábamos y era evidente la mejoría el trato y la comida; además, en la co-
misión traían a los médicos que nos revisaban y nos daban medicamentos,
frazadas que tanta falta nos hacían. Por otra parte, para los compañeros que
estaban gravemente enfermos, tramitaban su liberación tal como sucedió
con mi hermano Constantino que fue puesto en libertad por gestiones de la
Cruz Roja Internacional ya que su estado de salud era por demás lamenta-
ble fruto de los golpes recibidos en Tarija.
Esta institución prestó una valiosa colaboración en esos momentos tan
tristes para nuestra patria. Ayudó a salvar muchas vidas, porque a los que
estaban registrados por esta institución no podían hacerlos desaparecer tan
fácilmente, ya que siempre había esa posibilidad porque en esos momentos
no se respetaban los derechos humanos ni las garantías de las personas,
peor aún de los presos políticos.
Muchos compañeros aprovechaban la llegada de la Cruz Roja para ha-
cer llegar sus quejas y para mostrar las condiciones de su detención, claro
que siempre estaban presentes los agentes de la represión, escuchando los
reclamos para después informar a sus superiores y aplicar las represalias
contra los que hacían llegar sus reclamos.
Gracias a la Cruz Roja, en cierto momento, llegué a tener una de las
mejores camas de la prisión, cocí mis sábanas con retazos de las bolsas o
telas de las encomiendas que recibían mis compañeros y logré tener mu-
chas frazadas donadas periódicamente por la Cruz Roja.
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RECORDANDO A MIS PADRES
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RECONOCIMIENTO DEL TERRENO Y
CAMPO DE ACCIÓN
dos por los presos que estaban en anteriores oportunidades hacía unos 20
o 30 años atrás. Los eucaliptos eran cortados con un hacha que teníamos
en la cocina, que después nos serviría como un arma fundamental en el
momento de producirse la fuga.
La vida en la Isla era tranquila, por semanas no llegaban agentes o auto-
ridades del Ministerio del Interior para traer o llevar más presos. Al margen
de los episodios relatados, una vez que logramos el permiso para salir de la
prisión, también pasábamos el tiempo en la playa a la orilla del lago leyen-
do libros que nos podíamos prestar de los demás compañeros o charlando
con algún amigo en los lugares de descanso que habíamos construido con
las piedras de la orilla del lago.
Ese lugar de descanso consistía en una pirca o muro de piedras sobre-
puestas una sobre de otra, construida alrededor de un espacio de 4x5 me-
tros y uno de altura para protegernos del viento frío que soplaba del lago.
Como sacamos las piedras de la playa para hacer el muro, nos quedaba un
espacio sólo de arena, bastante agradable donde podíamos acostarnos.
Cuando el lago se agitaba formaba unas olas grandes de cuatro a cinco
metros, lo que también agitaba a las gaviotas que revoloteaban cerca de la
orilla en busca de algunos pececillos que podían ser arrojados por las olas
hacía la orilla. Nosotros también buscábamos piedras que eran arrojadas
por las olas con una serie de animalitos petrificados en su interior.
La comunicación con nuestras familias fue un desastre ya que no pu-
dimos ver a nuestros seres queridos durante el tiempo que estuvimos en la
Isla y no sólo verlos, sino que no sabíamos nada de ellos. No recibíamos
cartas y la posibilidad de que nos visiten era imposible, esto afectaba nues-
tro ánimo, razón por la que muchos compañeros que sufrían depresiones
terribles recibían la intervención de los compañeros médicos para sacarles
de ese estado depresivo en el que se encontraban.
En honor a la verdad, la comida siempre fue mala en todas las prisiones,
pero los familiares ayudaban, con las encomiendas que mandaban o las
provisiones que llevaban los días de visitas, a que los presos políticos se
mantengan, evitando así el quebrantamiento de su salud.
La alimentación en la isla se agravó, el hambre era tanto que una vez los
campesinos le pidieron a uno de los agentes que matara a su perro porque
este animal se había mal acostumbrado y comenzó a atacar a las ovejas. El
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El precio de la libertad
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SE RECIBEN VIENTOS DE CAMBIO
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El precio de la libertad
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ANÁLISIS DEL POSIBLE ESCAPE
fuga. Nos pusimos a trabajar con mucho entusiasmo y mucha reserva para
que este plan salga adelante. Como tarea me encomendaron, hablar con el
teniente Trujillo, tomando en cuenta que yo era amigo de él; yo debía tan-
tearle la posibilidad de escaparnos y de preguntarle si él se podría escapar
junto con nosotros.
En una de esas tardes que estábamos charlando en nuestro lugar de des-
canso, cerca del lago le dije: -¡Che, Germán, que tal si nos escapamos, vos
nos puedes ayudar!, sabes que este régimen está totalmente desprestigia-
do, ha cometido muchos crímenes, vos como un hombre de la policía po-
días dignificar a tu institución que también está siendo enlodada; como un
hombre joven debes colocarte al lado de tu pueblo y en un eventual cambio
de gobierno no nos olvidaremos de tu gran ayuda. Con la voz firme él me
respondió: -mira Pedro, yo estoy de acuerdo que ustedes se fuguen, yo les
puedo ayudar en lo que sea, pero yo no quiero irme de mi país. Me volví
a reunir con el Dr. Camacho y don Jorge Sattori para comentarles sobre
mi conversación con el teniente Trujillo, a lo que me dijeron: -Pedro, ¿no
crees que hemos metido la pata al avisarle al teniente de nuestro plan?,
yo les respondí que yo no le había manifestado de mi charla con ellos,
sino que obedecía a un plan determinado. Quedamos que debíamos seguir
en nuestra tarea de entusiasmar a más compañeros para que tomen parte
activa en la fuga, pero que al hacerlo debemos tener mucho cuidado, que
antes de hablar de la fuga debíamos explorar qué es lo que pensaban sobre
la posibilidad de escapar, de la misma manera, quedamos en hablar en el
seno de nuestros partidos, para saber quiénes están de acuerdo con fugarse.
Recuerdo que mi partido realizó una reunión en la Isla, en la que un
compañero de apellido Guarachi, cuando se le comunicó la intención de
escaparnos, nos acusó de estar llevando a una muerte segura a los com-
pañeros, que éramos unos irresponsables, que la fuga iba a fracasar. Los
camaradas Eusebio Gironda y Vico Villegas le respondieron a Guarachi,
que lo que pasaba es que él tenía miedo y que debía dejar que los que quie-
ran escapar lo hagan, que no era de revolucionarios quedarse felices en la
cárcel, esperando que el enemigo les dé la libertad.
Los preparativos de la fuga siguieron adelante, la idea seguía maduran-
do en la mente de todos los compañeros del FRA quienes se reunían para
recoger más información.
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El precio de la libertad
La vida en la Isla seguía su rutina, la cual era rota algunos días por las
grandes olas del agitado lago, cuyo espectáculo nos dejaba absortos, con-
templando las cristalinas aguas que arrastraban hasta la playa las algas o el
vuelo de las gaviotas que con gran bullicio buscaban peces o moluscos que
les brindaba el inmenso lago.
Todo este paisaje formaba un conjunto maravilloso que nos brindaba
la naturaleza y que a la vez era el lugar de nuestro cautiverio, donde yo
permanecía nostálgico recordando a mis familiares en Tarija, a mi herma-
no Constantino que se encontraba muy delicado de salud y de quien me
habían separado en Achocalla, a los amigos y tantas otras cosas hermosas
de mi tierra, sus campos floridos en la misma época del año, su clima y su
gente. Recuerdo aquella frase muy cierta: “uno no sabe lo que tiene hasta
que lo pierde”.
Un día cualquiera de los muchos que pasamos en la Isla, me llegó la
nostalgia de querer ver la luna, porque ya estábamos más de seis meses
presos en la isla, tiempo en el que no podía ver la luna porque nos encerra-
ban temprano y porque nuestras celdas no tenían ventanas, me invadió un
deseo grande de poder contemplar la luna y así sucedía con todas aquellas
cosas a las que no les había prestado atención en mi vida en libertad, estan-
do en la cárcel adquirían su verdadera dimensión e importancia.
En una nueva reunión con don Jorge Sattori y con el Dr. Alfonso Cama-
cho, me pidieron que hablará nuevamente con el Teniente Trujillo acerca
de la fuga y de su importante participación, además de pedirle que nos
consiga, en su próximo viaje a la ciudad de La Paz, dos cacerinas llenas
de balas, porque teníamos el temor que cuando tomáramos la gobernación
las armas éstas estuvieran vacías y los agentes con las armas con balas nos
pudieran liquidar a todos. También queríamos que nos averigüe si había
agentes acantonados en Sampaya, población que está al frente de la Isla,
por el temor o miedo de que una vez producida la fuga lleguemos a dicha
población donde nos estén esperando los agentes, los policías y/o el ejérci-
to parapetados y fuertemente armados como siempre. El Teniente Trujillo
me dijo que había decidido no tomar parte en la fuga y que le avise la fecha
de la acción, para que él pida permiso antes, para irse a La Paz; se compro-
metió, además, traer las dos cacerinas en su próximo viaje y de averiguar
en La Paz si había gente destinada en Sampaya, también me entregaría la
lista de los “buzos”.
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
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LA IDEA DE FUGA EMPIEZA A TOMAR
CUERPO Y A ORGANIZARSE
Se organizarían 6 comandos:
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El precio de la libertad
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
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El precio de la libertad
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
cerinas que nos entregó el Teniente. Con la mirada, atenta a la forma cómo
revolvían nuestras cosas, entre nuestras ropas, buscando alguna prueba que
pueda corroborar las sospechas de fuga, vivimos momentos tensos. No sa-
bíamos que es lo que sabía el Coronel y por qué había ordenado la revisión
justo el día que tenía que realizarse la fuga. Es que algo se había filtrado.
Después nos enteramos que el Coronel sólo sospechaba que algo pla-
neábamos, pero no sabía nada del plan; eso nos tranquilizó un poco, ya
que por fin sabíamos cuál había sido el motivo de la sospecha del Coronel;
sólo se debía a que había visto charlando a varios dirigentes de diferentes
partidos, lo que no era normal, pues algunos de ellos eran muy sectarios y
no era frecuente verlos conversar entre ellos.
Una vez terminada la inspección y como no habían encontrado nada,
los agentes se retiraron a sus lugares habituales y nosotros nos quedamos
a seguir planificando la fuga. Llegamos a la conclusión que era necesario,
como primer paso, sacar de la cabeza del Coronel la idea de que nosotros
teníamos la intención de escaparnos. Por esta razón, con el compañero Eu-
sebio Gironda acordamos y planeamos cómo ir al otro día a rezar a la casa
de los campesinos porque era el día de los difuntos.
En este importante día, las familias tienen la costumbre de poner la
mesa con masas, dulces y refrescos para entregar a los niños que rezan para
las almas de sus seres queridos. Para disipar toda duda, fuimos a hablar con
el Coronel a quien le pedimos permiso para poder ir a visitar a las casas de
los campesinos a rezar; ante este pedido el Coronel nos dio el permiso con
mucho gusto y nos recomendó que no estemos pensando en escapar ya que
según él había escuchado que pronto nos liberarían a todos. Nosotros, de
manera convincente le dijimos al Coronel que no teníamos ni la más míni-
ma intención de escapar, porque no habíamos hecho nada y que teníamos
la esperanza de que el gobierno se dé cuenta y nos ponga en libertad.
También otros compañeros convencieron al Coronel de la necesidad
que ese día tan grande para nuestro pueblo lo festejemos todos juntos, que
podríamos jugar un partido de fútbol entre los policías, agentes (o tiras) y
los presos, que en vez de estar pensando en el enfrentamiento entre noso-
tros pensemos en cómo llevarnos mejor. Al Coronel le pareció muy bien
jugar un partido de fútbol y que nos pongamos de acuerdo para que en la
tarde se lleve a cabo el partido. Con Eusebio Gironda y otros compañeros
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El precio de la libertad
fuimos a las casas de los campesinos a traer masas en nuestras bolsas, algu-
nos compañeros realmente sabían rezar y hasta cantar muy bien, mientras
que otros apenas movían la boca, simulando rezar. Pese a todo, los campe-
sinos con esa bondad infinita y su fe puesta en sus almas queridas, también
se sintieron contentos que nosotros les acompañemos en el momento en
que ellos rendían homenaje a sus seres queridos.
Al promediar la una de la tarde volvimos de las casas de los campesi-
nos ubicadas en la falda del cerro que rodeaba la prisión. Todos estaban
comiendo; a los que estaban en el plan de fuga les comentamos de nuestra
charla con el Coronel, a todos les pareció fantástico lo del partido de fútbol
porque íbamos a tener una ventaja, ya que, de los 26 tiras, 11 estarían en la
cancha sin armas y nuestros jugadores en el momento indicado se lanzarían
sobre ellos para reducirlos y obligarlos a obedecer.
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¡HA CAIDO BANZER, VIVA LA LIBERTAD!
barra, aplaudían con entusiasmo a favor del equipo de los presos políticos.
Los encargados de tomar la Gobernación: Camacho, Gironda, Mondaca,
Villegas, Arce y Alvarado se sentaron al lado de la puerta y después en fila
india entraron a la gobernación sin que nadie se dé cuenta, porque todos
estaban distraídos con el partido. Sólo los comandos que estaban organi-
zados estaban atentos a los movimientos del resto de los confabulados. El
grupo de la cocina, tenía que tomar el lugar en que habría más resistencia
ya que en este lugar, al lado de la cocina, estaban las armas de los policías y
éstos permanecían en el área durante el día. Sattori, Ojopi, Caldera, Hondo,
Albarracín, Lino Chacón y yo, encargados de tomar esta sección entramos
decididos, Don Raúl Ojopi alzó el hacha y con ese instrumento tenía para-
lizado contra la pared a un agente con los ojos desorbitados y con una cara
de angustia que no me olvidaré jamás; otro compañero alzó el machete
para intimar a otro agente.
El compañero Jorge Sattori, abrió la puerta de una fuerte patada del
dormitorio de los tiras, ubicada al lado de la cocina; Francisco Caldera y
yo nos abalanzamos sobre un agente que trataba de despertar después que
sintió el golpe de la puerta. Este agente tenía la particularidad que era un
hombre sumamente grande, pero ante la superioridad numérica no pudo
hacer nada, lo redujimos y le dijimos que se quede tranquilo.
Reunimos las armas y salimos corriendo a repartirlas entre los demás
presos: En ese momento el Coronel salía también de la gobernación con un
cuchillo en el cuello sostenido por la mano firme de Rolando Mondaca con
el apoyo de los demás compañeros alrededor suyo.
Un compañero grito, -¡¡Ha caído Banzer!! ¡Viva la libertad! Ante este
grito, los presos que estaban jugando el partido se abalanzaron sobre los
tiras, quienes, sujetados por el cuello, no atinaron a hacer resistencia, sobre
todo al ver a su gobernador reducido y a los presos con armas.
El gobernador fue obligado a pedir a su gente que se rinda, -por esto me
van a procesar, dijo con voz entrecortada… pero no tengo otra salida,…
entonces se dirigió a sus policías diciendo: -¡Por favor les pido a los guar-
dias que dejen sus armas, no ofrezcan resistencia, debemos evitar el derra-
mamiento de sangre, todo se va a arreglar! Todos obedecieron menos los
que estaban de centinelas en los puestos altos en el cerro, que no entendían
lo que pasaba; sin embargo, al ver movimientos extraños, a presos mane-
84
El precio de la libertad
jando armas, las jugadores atrapados por el cuello, los guardias se posicio-
naron detrás de sus trincheras como para disparar, pero Gregory Arce, que
portaba una sub ametralladora Brno, disparó una ráfaga en dirección de los
centinelas quienes abandonaron su posición de combate y tiraron las armas
como si les quemaran las manos; los otros centinelas también se rindieron.
Los campesinos alertados por los disparos salieron a ver qué sucedía;
dos de ellos comenzaron a correr por la falda del cerro en dirección a las
lanchas, Eusebio Gironda y yo al darnos cuenta de esta situación comen-
zamos a correr por el camino, intentando hacerlos parar amenazándoles
con nuestras armas; uno de los campesinos se detuvo al escuchar los pri-
meros gritos y Gironda se quedó apuntándole con su arma, el otro siguió
corriendo y como no obedecía la voz de pararse, me vi obligado a tomar
posición de tiro con un fusil mauser, tomé la decisión de disparar, porque
este campesino era el dueño de la lancha a motor y si lograba escapar podía
dar parte a la naval de Copacabana que los presos habían tomado la Isla,
desbaratar la fuga y poner en riesgo nuestra propia vida. Apunté decidido,
pero justo en el momento en que estaba a punto de apretar el disparador del
máuser, el campesino se acurruco detrás de unos arbustos y se quedó quie-
to, mientras yo seguía corriendo junto con el compañero Eusebio Gironda
hasta tomar posesión de las lanchas. Detrás nuestro llegaron los miembros
de la comisión encargada de tomar las lanchas; luego de regañarles por la
tardanza y el peligro en el que nos vimos expuestos, les pedimos que ten-
gan mucho cuidado, ya que existían campesinos que tenían la intención de
tomar las lanchas para dar parte a la naval en Copacabana.
Inmediatamente volvimos hasta la prisión; los compañeros de la co-
misión encargada de tomar el control de la radio ya lo habían hecho, la
trajeron con más el motor de energía eléctrica y tiraron al lago el motor y
la radio. Los demás compañeros del grupo armado.
Hicieron formar a todos los presos para preguntarles si querían fugarse
con nosotros; a los que estuvieran de acuerdo se les invitó a dar un paso
adelante. Grande fue la sorpresa cuando todos los presos dieron un paso
adelante incluidos los buzos, esos personajes convertidos en delatores,
quienes eran presos, pero dejando de lado sus principios se habían puesto
al servicio de sus verdugos; éstos no merecían que se les dé la oportunidad
de irse con nosotros, por este motivo se seleccionó a los buzos y fueron
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
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El precio de la libertad
lanchas a motor, pero cuando se tomó el muelle sólo había una; además ya
no éramos treinta los presos que teníamos que fugar, ahora éramos setenta
y dos; las lanchas a vela no nos garantizaban que todos llegáramos a salvo,
por lo que se resolvió tomar la segunda opción que era ir hasta Sampaya y
seguir a pie hasta Copacabana y de ahí seguir a Yunguyo en el Perú.
La segunda opción ponía en riesgo la unidad del grupo de fugados,
porque el grupo armado podía haber tomado la decisión de ir hasta Julia-
ca por el lago, sin tener que caminar tan larga distancia. Sin embargo, el
compañero Jorge Sattori fue el que más argumentó para tomar la ruta por
Sampaya, aunque resultó trágico para él, como veremos más adelante.
La discusión llevó mucho tiempo al grupo para tomar la decisión, mien-
tras el lago comenzó a agitarse como lo hacía algunas tardes; por fin, cuan-
do todos estuvieron de acuerdo en desechar la idea de ir por Juliaca, se
decidió tomar la ruta hacia Sampaya, que estaba al frente de la Isla, en
territorio boliviano, sólo de esta manera podíamos llevar a todos los com-
pañeros, claro que esta decisión nos obligaba a recorrer una larga caminata
hasta llegar a Yunguyo en el Perú.
Cuando nos quisimos embarcar, los campesinos se negaron a acompa-
ñarnos argumentando que el lago estaba muy agitado, que no garantizaban
que podamos llegar con vida al otro lado, nos recomendaron esperar hasta
que esa corriente de viento pase y que una vez que se calme el lago, recién
podríamos embarcarnos. Efectivamente el lago estaba muy agitado y for-
maba unas olas de más de cinco metros de altura. Estábamos desesperados
por irnos, pero aventurarnos a lanzarnos al lago en esas circunstancias hu-
biera sido un suicidio.
La espera había provocado angustia y desesperación en algunos compa-
ñeros que querían embarcarse sin tomar en cuenta lo agitado que estaba el
lago; la situación era tan desesperante que tuvimos que amenazar incluso
con disparar si alguien tomaba la decisión de irse por su cuenta. Estuvimos
esperando desde las cuatro de la tarde hasta las siete de la noche, cuando el
lago se calmó, entonces se dio a todos la orden de embarcar, los compañe-
ros que portábamos armas debíamos ir en la lancha a motor, para controlar
a lo largo del viaje. Los demás compañeros que no habían tomado parte en
la toma, debían abordar las pequeñas lanchitas.
En la lancha a motor subimos 24 compañeros más el Coronel Burgoa
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
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El precio de la libertad
escapar. Luego se fue a alcanzar a los demás compañeros que se iban rápi-
damente subiendo la colina.
Estando solo, me di la vuelta y vi atrás que el Coronel estaba parado en
la oscuridad; al parecer tenía la intención de aprovechar el pánico y pasar
inadvertido, llamé a algunos compañeros que todavía quedaban para vigi-
larlo, acudieron a mi llamado Jorge Sattori, Rolando Mondaca, Francisco
Caldera, Fidel Castro, este último compañero era un colonizador al que
tomaron preso por llamarse igual que el presidente de Cuba. Ya en la cárcel
se identificó con las posiciones de izquierda.
Nos dividimos en grupos para emprender la larga caminata rumbo a
Yunguyo entre nosotros estaban el Dr. Max Menacho y Raúl Ojopi, des-
pués de charlar un momento emprendimos la marcha ocho compañeros
que custodiamos al Coronel.
A partir de este momento hasta llegar a Yunguyo solo relataré lo que
ocurrió a estas nueve personas, porque los demás se fueron en otros grupos.
La caminata se hacía muy dificultosa porque en nuestro grupo no había
ningún guía o campesino que nos señale por lo menos el rumbo que debía-
mos seguir. El Coronel hacia su parte tratando de obstaculizar la caminata,
se caía, decía que no veía, trataba de desorientarnos más de lo que ya está-
bamos, hasta que un momento de furia de mi parte lo arrinconé contra una
piedra grande apuntándole con mi arma le dije: -¡usted tiene que saber, que
si nos descubren usted será el que muera primero, porque desde hace rato
que viene tratando de perjudicar nuestra marcha y no estamos dispuestos
a seguir en este ritmo!, -Por favor no me hagan nada, voy a caminar. Des-
de ese momento comenzó a caminar más rápido.
La cuesta era muy empinada y en la noche oscura no lográbamos en-
contrar ningún camino por donde sea más fácil caminar; teníamos que ha-
cerlo casi a tientas por las partes menos empinadas y de esa manera logra-
mos llegar a la cima del cerro. Desde allí se podía ver el reflejo del agua
del lago; comenzamos a caminar por la punta del cerro en la dirección que
creíamos era la correcta, era media noche y seguíamos viendo el reflejo del
lago no lográbamos alejarnos del lago y comenzamos a preocuparnos, el
Coronel ya estaba mal y resultaba un estorbo en nuestra marcha. Alguien
sugirió que debíamos deshacernos de él; realizamos una improvisada re-
unión y sometimos al voto lo que debíamos hacer con el Coronel. De los
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
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El precio de la libertad
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NUESTRA SUERTE EN MANOS
DE UN NIÑO
Nuestro guía, nos condujo por el mismo rumbo que seguíamos antes
de dirigirnos a la casita del cerro. Caminamos una hora, hasta encontrar el
camino carretero que va al santuario de Copacabana; ya de día, seguimos
por el camino ancho cuando al dar vueltas una curva a unos doscientos
metros divisamos a dos hombres parados al lado del camino bien cambia-
dos, tenían la apariencia de ser agentes del Ministerio; ante esa situación
nos paramos e intercambiamos palabras con el Dr. Menacho para ver qué
hacer; no nos quedó otra alternativa que preparar nuestras armas y seguir
caminando a enfrentar el peligro, ya no había otra cosa que hacer; cuando
estábamos cerca de ellos los saludamos y seguimos nuestro camino miran-
do de reojo cada uno de sus movimientos, nos preguntábamos que hacían
dos hombres bien cambiados en el camino; llegamos a la conclusión que
seguían festejando el día de todos los santos.
El sol ya estaba alto, serían las ocho y media de la mañana, nuestro
pequeño guía nos indicó que debíamos abandonar el camino carretero para
irnos por unos pequeños senderos para poder pasar por una orilla del san-
tuario de Copacabana para evitar ser vistos por la gente; seguimos nuestra
Pedro PAPUTSAKIS Flores
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NUESTRO INGRESO AL CENTRO
DE YUNGUYO
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El precio de la libertad
que algunos compañeros llevaban sobre sus espaldas a los compañeros que
tardaban en reaccionar por el mal del sorojchi; otros compañeros se saca-
ban sus calzados para prestar a los que estaban mal de los pies.
Poco a poco iban llegando los compañeros que faltaban y contaban sus
propias historias; algunos compañeros se habían desviado tanto de la ruta
por la que caminaban que habían llegado a otros pueblos fronterizos del
Perú y desde allí fueron traídos por la policía peruana hasta el lugar de
encuentro en Yunguyo; mientras tanto seguíamos recibiendo la solidaridad
del pueblo.
Al día siguiente, vale decir el 4 de noviembre, el Alcalde del pueblo
nos invitó empanadas con cerveza, que no probábamos desde hacía mucho
tiempo, lo que nos vino muy bien y disfrutamos mucho.
Además del Alcalde, vino también el Cónsul boliviano a averiguar que
habíamos hecho con el Coronel; sobre el particular, nos pusimos de acuer-
do con el Dr. Menacho de no decir nada, porque teníamos temor que el
Coronel, pese a haberle dejado con frazadas para que se proteja del frío,
hubiera pasado por algo malo y el gobierno de Bolivia podría pedir la extra-
dición de los responsables. Además, el Cónsul boliviano comenzó a querer
reclamarnos del por qué nos habíamos escapado dando una mala imagen
del país, -la gente va a pensar que Bolivia es una cárcel nos decía, a lo que
nosotros le respondimos que evidentemente los fascistas bolivianos habían
convertido a nuestro país en un inmenso campo de concentración como
en Alemania, en los tiempos de Hitler. - Bueno, nos dijo, -ustedes sabrán
lo que hacen, porque el mundo es ancho y ajeno refiriéndose al título de
una novela de Ciro Alegría, pero inmediatamente le respondimos con toda
la fuerza que da la juventud: -evidentemente el mundo es ancho pero no
ajeno sino nuestro, de los jóvenes, porque pensábamos que los jóvenes de-
bíamos dirigir el destino de nuestro pueblo; hoy todo esto parece una cosa
tan lejana, ya que los intereses de los gobiernos de turno y las empresas
trasnacionales dictan las políticas para nuestro pueblo tan sometido a los
dictámenes de otros gobiernos extranjeros.
El Cónsul boliviano se fue muy contrariado por las respuestas recibi-
das, pero nos dejó una preocupación muy grande al Dr. Menacho y a mí:
¿Cuál sería la suerte del Coronel Burgoa que no aparecía? Empezamos a
imaginar que había sucedido lo peor, pero por suerte el cónsul nuevamente
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
nos visitó al día siguiente para avisarnos que el Coronel ya había sido en-
contrado y que estaba bien, que no debíamos preocuparnos.
Mientras pasaban los días, empezó a correr el rumor que el gobierno
boliviano estaba pidiendo al gobierno peruano la extradición de todos los
presos políticos fugados de la Isla de Coati, lo que originó gran incertidum-
bre y preocupación, tomando en cuenta el odio y la reacción contra nuestra
fuga, por las repercusiones internacionales y las denuncias que habíamos
realizado mediante los medios de comunicación y sobre todo por los vejá-
menes de que eran objeto nuestros compañeros recapturados.
En ese momento ya nos habíamos enterado de la recaptura de los cinco
compañeros y que habían sido llevados hasta la cancha de Copacabana
donde habían sido amarrados en los arcos para ser torturados; de no haber
sido por la oportuna intervención de los habitantes de Copacabana que se
agruparon y comenzaron a protestar, tal vez la suerte de los compañeros
hubiera sido otra. Porque como no podían ocultar la vergüenza que pasa-
ron los agentes del Ministerio del Interior, querían vengarse de la hazaña
que habíamos realizado, sin ninguna ayuda de afuera, o del exterior como
quería dar a entender el gobierno boliviano.
Para tapar esa vergüenza, el gobierno y los organismos de seguridad
organizaron la mentira a través de comunicados y declaraciones por los
medios de comunicación en los que se afirmaba que la fuga fue preparada
con la participación del gobierno cubano, cosa que fue negada oportuna-
mente por todos los ex-presos de la Isla de Coati que ya se encontraban en
libertad para poder decir su verdad.
Los compañeros continuaron llegando de uno en uno. Los últimos com-
pañeros en llegar después de tres días fueron Rolando Mondaca, Francisco
Caldera y Fidel Castro que formaban parte de nuestro grupo de ocho que
conducíamos como rehén al Coronel Burgoa. Resulta que cuando se ade-
lantaron, se habían perdido al desviarse de la ruta y salieron a un lugar
lejano de Yunguyo. Después nos explicaron que tuvieron que caminar sólo
en las noches porque en el día tenían que esconderse para no ser vistos por
la gente. Los otros tres compañeros de nuestro grupo Sattori, Ojopi y Peji,
habían sido recapturados.
Logramos llegar al Perú sesenta y siete compañeros, más los cinco
que fueron recapturados, logramos escapar de la prisión de la isla de Coati
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DESDE LIMA A LA ISLA DE CUBA
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El precio de la libertad
por los golpes recibidos y por su delicado de estado de salud, fue puesto
en libertad, gracias al apoyo recibido de la Cruz Roja Internacional. A la
vez que pensaba en mi familia, también suponía que estarían sufriendo
sin saber cómo ni donde me encontraba, ya que las noticias llegaban a
Bolivia, siempre controladas por el gobierno y otras veces no decían nada;
además, como yo provenía de Tarija, era más difícil recibir noticias. Sé que
mi madre en varias oportunidades había deambulado por varios despachos
y oficinas de La Paz para saber de mi suerte, pero nunca pudo verme. De
mi esposa e hijo no recibí ninguna noticia; desde que salí de Tarija en sep-
tiembre de 1971 no tuve ningún contacto con mi familia, infinidad de ideas
y recuerdos rondaban por mi cabeza y no encontraba ninguna respuesta.
Por fin se detuvo el bus, llegamos a una casa muy grande, tenía un
inmenso jardín, piscina y todas las comodidades, los ambientes alcanza-
ban para alojar a los 67 compañeros que habíamos escapado de Coati y
llegado a la Isla. Al día siguiente, cuando dieron la noticia de nuestro arri-
bo a La Habana, en Bolivia se decían que esta era una prueba con la que
el gobierno demostraba que el gobierno cubano había tomado parte en la
fuga; repetían hasta el cansancio que los cubanos habían preparado todo,
publicaban comunicados oficiales con el único afán de hacer ver que la
participación extranjera había sido determinante en nuestra fuga. Noticias
totalmente alejadas de la verdad porque en nuestra fuga no hubo ningún
apoyo y menos participación externa, ni de los cubanos ni de los partidos
políticos de izquierda, ni siquiera de nuestros partidos o de alguno de los
partidos políticos bolivianos11.
En Cuba, la prensa nacional e internacional nos hacía entrevistas, nos
preguntaban de todo; nosotros, por nuestra parte, denunciamos al régimen
boliviano por su política anti nacional, también dijimos que se había con-
vertido a nuestro país en un inmenso campo de concentración donde miles
de bolivianos permanecían detenidos, presos en las distintas cárceles, sin
un proceso justo, sin ejercitar el derecho a la defensa, sin mandamiento u
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
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El precio de la libertad
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MI PASO POR ALBANIA
país a seguir luchando por nuestro pueblo; se decidió que algunos camara-
das volvieran por la Argentina, otros por el Brasil, Perú y Chile, por donde
deberíamos entrar clandestinamente a nuestros lugares de origen o a otro
departamento que se podía elegir, yo decidí entrar por la Argentina, donde
tenía a mis hermanos, puesto que en los periódicos se publicaban las listas
de los ciudadanos que no podían retornar a Bolivia y en esas listas estaba
mi nombre12.
En el año 1975, llegué a la ciudad de Salta, República Argentina, donde
vivía mi hermano Constantino, quien después de haber sido puesto en li-
bertad por su delicado estado de salud y al apoyo recibido por la Cruz Roja
Internacional allí había logrado refugiarse con toda su familia.
Constantino mi entrañable hermano mayor, un hombre de una fortaleza
inquebrantable, quien desempeñaba las funciones de Director del Instituto
Tecnológico de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho de Tarija
cuando fue apresado, gracias a la gran iniciativa y esa fortaleza sobre todo
espiritual, había empezado casi de nuevo en aquella linda ciudad de Salta.
Trabajando muy duro había logrado montar un taller de servicios electróni-
cos que le permitía vivir dignamente y que día tras día iba creciendo.
De esta manera yo encontré un gran apoyo en mi hermano y su familia,
razón por la que me quedé en Salta, hasta ver las posibilidades de ingresar
a Bolivia ya que en Pampa Blanca – Argentina, se montó un control severo
que hacía imposible pasar inadvertido, lo mejor era esperar pensando siem-
pre ingresar a mi país en el momento oportuno.
Como yo era también técnico electrónico, me dediqué a trabajar en el
taller de electrónica de mi hermano, el trabajo en el taller permitía ganarme
la vida y seguir viviendo sin desmayar en la lucha; a la vez que trabajaba,
tomé contacto con algunos compañeros bolivianos que se encontraban en
Salta en calidad de exiliados como el caso del Lic. Manuel Cuevas Agui-
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El precio de la libertad
lera, quien vivía allí con toda su familia, su esposa Sara y sus hijos que
todavía eran pequeños: Ricardo, Sarita, Manuel y Pilar.
El Lic. Manuel Cuevas hoy fallecido, cuando fue apresado era docen-
te, Decano y candidato a Rector por nuestro frente Universitario, el FAU,
de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho de Tarija; fue un gran
compañero y muy solidario con todos, su casa en Tarija fue siempre el
lugar donde nos reuníamos; fue junto a él que yo me inicie en la actividad
política y en la lucha por la defensa de los intereses de Tarija. En la Univer-
sidad, junto a muchos jóvenes, hoy destacados profesionales, aprendimos
a querer a nuestra tierra muchas veces nos tomaron presos, durante los
gobiernos militares de Barrientos Ortuño y de Ovando Candia.
Don Manuel Cuevas, como yo lo llamaba con cariño y respeto, era Li-
cenciado en economía. Una vez restablecida la democracia en Bolivia, fue
designado Ministro de Energía e Hidrocarburos durante el Gobierno Cons-
titucional de la Sra. Lidia Gueiler Tejada y fue designado por voto popular
Senador de la República en varias gestiones.
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LA VIDA CLANDESTINA EN
LA REPUBLICA ARGENTINA
La vida para los políticos en la Argentina era muy dura, razón por la que
tenía que vivir casi en la clandestinidad, sin asistir a ningún lugar público
por temor a las redadas, porque no contaba con permiso de residencia ni de
trabajo; pero como tenía que comer todos los días, era necesario también
trabajar todos los días. Durante esas épocas no existían organizaciones de
derechos humanos y si había alguna, era muy poco lo que se podía hacer.
La ayuda económica era nula, si bien mi hermano me ayudaba en lo que
podía, no podía darme para todos mis gastos extras; además, mi formación
no me permitía vivir sin trabajar.
Muy rara vez nos encontrábamos con los compañeros bolivianos que
vivían en Salta y cuando lo hacíamos nos poníamos a comentar la situación
de nuestro país con la esperanza de que la cosa cambie y podamos volver
a nuestra tierra querida.
En una de esas reuniones conocí a Carlos Decker Molina, un desta-
cado periodista boliviano que posteriormente fue asilado por el gobierno
de Suecia, trabajó y aún trabaja en Radio Suecia en Estocolmo junto a su
hermano el periodista Iván.
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El precio de la libertad
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LA TORTURA EN DEPENDENCIAS
DE LA POLICIA FEDERAL
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El precio de la libertad
el día anterior.
Al término del interrogatorio y como no habían obtenido ninguna infor-
mación, mis captores me hicieron sentar en una silla, me enmanillaron en
ella, luego me metieron dentro de un pequeño armario donde apenas podía
entrar la silla y yo sentado en ella, allí me dejaron con la puerta del arma-
rio casi cerrada, apenas con una pequeña abertura para que entre aire, por
donde se podía divisar la parte de afuera, de modo que pude confirmar que
evidentemente me encontraba en las dependencias de la Policía Federal.
Así permanecí enmanillado, durmiendo sentado en una silla con las ma-
nos atrás, esposado. Cuando quería ir al baño tenía que pedir al policía que
me custodiaba que por favor me lleve al baño y me saque las esposas para
que pueda hacer mis necesidades biológicas, después me volvían a meter a
mi armario, donde pasé encerrado, sentado y enmanillado quince días con
sus noches.
Algunos días tenía la suerte de ver desde la ranura de mi armario con-
vertido en celda, a otros compañeros bolivianos que habían sido detenidos,
entre los que reconocí a mi amigo Carlos Decker Molina; los otros que no
conocía, después fueron mis amigos. A ellos los sacaban a barrer y limpiar
el piso de las oficinas cosa que yo deseaba hacer, a fin de librarme de las
esposas y dejar el armario, hasta que, por fin, durante el día me permitían
salir al patio de las instalaciones de la Policía Federal, pero en la noche
nuevamente era esposado y metido en el armario.
Cierto día estando en el patio, un policía que estaba tomando sol, me
miró y yo también le miré de frente, por lo que reaccionó con tanto odio y
me dijo: -¡Qué me miras hijo de puta! ¡Comunista de mierda!, ¡yo te mata-
ría ahorita, luego te metería en un turril, te llenaría de cemento y te tiraría
al dique Cabra Corral, sino que estos no me dejan! y con un ademán de su
cabeza señalaba la oficina del Jefe de la Federal. Este pasaje me hizo com-
prender el gran odio, la prepotencia y ensañamiento que había en las fuer-
zas de seguridad argentina contra un determinado sector de la población
que no pensaba como esos oficiales que se ofrecían para matar a sangre
fría. Estos sujetos son los que posteriormente mataron a miles de jóvenes
argentinos y entre ellos a muchos bolivianos, en la llamada guerra sucia.
Durante el tiempo de mi apresamiento, mi familia, permanentemente
se presentaba en las oficinas de la Policía Federal buscándome, hasta que
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LOS PERSONAJES DEL AFICHE
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EL INGRESO A LA CÁRCEL
DE VILLA LAS ROSAS
Ya dentro de la cárcel Villa Las Rosas, los tres bolivianos, Carlos Dec-
ker, Moreno y yo fuimos ingresados junto con otros presos comunes.
Primero, como recibimiento, nos hicieron formar y nos dieron una re-
verenda llamada de atención; nos dijeron que nosotros éramos lo peor de
la sociedad y que ellos estaban para corregir nuestros defectos y que te-
níamos que obedecer sus órdenes; nos dijeron que debíamos dirigirnos a
ellos siempre poniendo por delante la palabra SEÑOR…, aclarando tam-
bién que con los reincidentes serán más duros, como así también con los
narcotraficantes, pero como nosotros no éramos ni lo uno ni lo otro, nos
quedamos tranquilos; sin embargo, después fuimos los más maltratados
como explicaré más adelante.
Después de la bienvenida nos ordenaron desvestirnos completamente
con el pretexto que nos íbamos a duchar, pero inmediatamente nos or-
denaron hacer ejercicios como en el cuartel: correr de un lado para otro,
hacer cuclillas, nos gritaban con palabras groseras y fuertes, nos hacían el
teléfono que consistía en golpearnos en los oídos con las dos palmas de las
manos al mismo tiempo, lo que nos producía un dolor muy fuerte. Por este
Pedro PAPUTSAKIS Flores
golpe a mí me perforaron el tímpano del oído derecho que más adelante los
médicos suecos me repararon.
En la cárcel de Villa Las Rosas los guardias eran sumamente enérgicos,
no permitían que les miremos a la cara, así nos obligaron a trotar y nos gol-
peaban con una tabla cuando nos quedábamos un poco rezagados; después
nos hicieron forman en fila india, una vez alineados, comenzaron a pasar-
nos una maleta muy pesada, que al parecer tenia piedras en su interior, con
esta maleta teníamos que hacer 20 flexiones y luego pasarla al compañero
del lado sin bajarla al piso o hacerla caer.
Los guardias gritaban, decían que era el contrabando en alusión a mu-
chos presos que estaban allí por contrabandistas; a mi lado estaba mi que-
rido amigo periodista Carlos Decker, era de constitución delgada y no tenía
la costumbre de tales ejercicios.
Cuando yo pasé la maleta a Carlos, después de haber hecho mis 20
flexiones, él al recibirla se dobló y comenzó a proferir unos gritos espan-
tosos que nos asustó a todos, incluyendo a los guardias que corrieron en su
ayuda. Se quejaba de un calambre que tenía en su pierna, los guardias lo
sacaron de la fila por lo que ya no hizo más ejercicio; nosotros seguimos
un rato más con los ejercicios y después nos mandaron a la ducha de agua
fría para posteriormente repartirnos ropa de preso, sábanas y frazadas. En
nuestra desgracia todavía sacábamos fuerzas para divertirnos haciéndonos
chistes con esos trajes rayados.
Los policías levantaron un acta de todas las cosas que dejamos al in-
gresar a la cárcel: ropa, anillos, relojes, cadenas, etc.; después nos hicieron
ingresar a una celda grande donde había unos 30 presos comunes, quienes
ya estaban durmiendo porque ya era más de las 11 de la noche. Los catres
estaban todos ocupados, algunos con dos personas; los tres bolivianos que
éramos presos políticos tuvimos que acomodarnos en el suelo debajo de
las camas, soportar el interrogatorio de los presos comunes que se dieron
cuenta que no éramos argentinos por nuestro acento. Nos preguntaban que
hacíamos en la Argentina y nosotros no queríamos decir que éramos políti-
cos por temor a las represalias; les respondimos que estábamos presos por
diferentes causas uno dijo por contrabando, otro por robo y así pasamos
la noche casi sin dormir por los ruidos extraños que se sentían, ya que los
catres sonaban de la misma forma que cuando una pareja hace el amor. Al
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El precio de la libertad
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EL PLAN CÓNDOR
mí hasta las cosas más simples: por dónde caminar, dónde sentarme y qué
dirección tomar.
Ver el movimiento de la gente en la calle me hacía recordar los momen-
tos felices que pasé en libertad cuando estuve en La Habana después de
escapar de la isla de Coati. De pronto la movilidad se detuvo sacándome de
mis recuerdos, estábamos frente al edificio de la Policía Federal, me orde-
naron bajar y rápidamente me llevaron directamente a las oficinas del Jefe,
como si estuviéramos llegando tarde a algún acontecimiento importante.
Tocaron la puerta de la oficina por donde apareció la figura del Comisario
Levi, que era el jefe de la Policía Federal, nos hizo pasar y una vez adentro,
nos presentó a las personas que se encontraban sentadas ante una mesa de
reuniones: eran dos individuos de piel cobriza quienes, por la manera de
vestir, tenían la apariencia de ser bolivianos.
Me invitaron a sentar y al mismo tiempo el comisario Levi nos dijo a
todos: -les dejo solos para que puedan conversar. Yo todavía no entendía
lo que pasaba y que hacían esos dos hombres en las oficinas de la Policía
Federal Argentina en la Provincia de Salta. Miles de pensamientos pasaron
por mi mente en ese instante: “habrán venido a llevarme a Bolivia”, ansia-
ba que sea así, puesto que las cárceles bolivianas si bien eran más preca-
rias, pero eran mucho más humanas, hasta el mismo trato de los guardias es
diferente, porque el trato de los guardias argentinos era despectivo, abusivo
y prepotente.
-¡Señor Paputsakis, soy el Capitán Alberto Rojas y él es el agente Ma-
nuel Romero!, dijo uno de ellos, -Nos manda el señor Presidente, General
Hugo Banzer Suárez, quien se encuentra muy preocupado por la suerte de
todos ustedes y quiere que todos los bolivianos que están fuera del país
vuelvan a la patria… Me quedé sorprendido por tanta hipocresía de estos
verdugos del pueblo boliviano que con la política represiva y sistemática
que impusieron a partir del 21 de agosto del 1971 obligaron a miles de
compatriotas a abandonar su país buscando la frontera más cercana para
poder salvar sus vidas.
Pero, pronunciar dichas palabras sin sonrojarse, decir que están preocu-
pados por nuestra suerte, era algo que no esperaba. Me aguante de reírme
en sus caras por tanta desfachatez y mentira, pero yo sabía también que
hasta los nombres que me dieron seguramente no eran verdaderos, pero
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MI SALIDA DE LA ARGENTINA
RUMBO A SUECIA
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UNA NUEVA VIDA EN SUECIA
para los niños, áreas verdes muy bien mantenidas, llenas de plantas y de
flores y zonas de parqueos para las movilidades.
A cada uno de los refugiados nos entregaron un departamento total-
mente amoblado con todas las comodidades, la heladera estaba llena de
provisiones para toda la semana. La situación había cambiado totalmente,
de la inseguridad, de la zozobra pasé a gozar de total seguridad, de la inco-
modidad, de una vida clandestina y de privación de libertad pasé a gozar
de una vida libre y digna. Me puse muy contento por el trato que nos dis-
pensaban nuestros anfitriones a todos los refugiados, pese a que ni siquiera
nos conocían.
La primera semana nos realizaron todos los exámenes médicos per-
tinentes; todos los refugiados que llegamos esos días fuimos puestos en
cuarentena hasta que terminen nuestros análisis y se compruebe que no
éramos portadores de ningún mal que pudiera contagiar al pueblo sueco.
Según nuestros análisis y estudios, también fuimos sometidos a tratamien-
to. Yo fui operado del oído, puesto que por el golpe o el llamado “teléfo-
no”, medida de tortura, que recibí mi primer día en la cárcel de Salta, me
habían perforado el tímpano. Cuando me operaron recuerdo la admiración
que mostraban los médicos suecos, porque al parecer jamás habían visto
perforación tan grande. El tímpano de mi oído fue reconstruido y por suer-
te recuperé totalmente el sentido gracias a tan importante operación.
Después me puse en la tarea de aprender el idioma sueco; a todos nos
dieron la oportunidad de aprender el idioma que no era muy sencillo que
digamos, pero las profesoras y profesores eran tan buenos que logré apren-
der el idioma para manejar en mi vida fuera del campamento. De lunes a
viernes de 8 a 12 en las mañanas y de 2 a 6 en las tardes pasábamos clases;
el día sábado y el domingo nos dedicábamos a salir a conocer los alrededo-
res que para nosotros todo era novedad.
Después tuve la oportunidad de conocer al pueblo sueco a través de
algunos amigos; entre las múltiples cualidades se distinguían por ser muy
trabajadores, además que no les gusta la mentira, ni hablar mucho, es gente
muy buena; no mal intencionada y muy solidaria con los extranjeros.
A los 3 meses de estar viviendo en Suecia me avisaron que llegaba un
amigo mío de la Argentina, se trataba de Carlos Decker. Como no podía ser
de otra manera, fui a la estación de Alvesta a esperarle y ponerle al tanto de
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El precio de la libertad
las novedades y de las condiciones que le esperaban en esta tierra tan ge-
nerosa, que nos había acogido con tanto cariño, además de recibir noticias
de mi familia en la Argentina.
Como Carlos era periodista, tenía una visión muy amplia de lo que es-
taba pasando en Latinoamérica. ¡Qué emoción al vernos! Nos abrazamos
como si fueran años que no nos hubiéramos visto, él me dijo: -qué lindo
ver una cara conocida por estos lados. Realmente hay momentos en la
vida que cuando uno está lejos de la patria, siente el deseo de ver una cara
conocida, no importando si es amigo o no, pero la alegría es mayor cuando
se trata de un amigo con quien se ha compartido momentos de infortunio.
Esa noche caía una tormenta de nieve, en la estación corría un viento
frío, miré la cara de Carlos que me interrogaba con la mirada preguntán-
dome donde habíamos ido a parar, pero yo con una sonrisa le dije: -no te
preocupes todo saldrá bien, este es un lugar hermoso, lástima que hayas
tardado tanto en venir, cuando en toda Europa está entrando con fuerza el
invierno, pero no te pongas triste, que en tu departamento estarás calienti-
to porque todas las casas en este país tienen calefacción.
Carlos Decker es un buen amigo y compañero que soportó con dignidad
todos los vejámenes de la dictadura, poniendo siempre en alto la valentía
y el comportamiento leal que caracterizó a miles de hombres y mujeres re-
volucionarios que en el momento de la verdad se portaron firmes, no como
algunos cobardes que se ponían a llorar delante de sus verdugos, causando
risa e ironía de estos siniestros personajes.
Después de estar en Alvesta durante 6 meses aprendiendo el idioma,
cada uno elegía el nuevo destino para vivir; yo elegí la ciudad de Gotem-
burgo, porque en ella vivían otros compañeros bolivianos, Carlos Decker
se fue a vivir a Estocolmo para ver la posibilidad de trabajar en radio Sue-
cia, cosa que logró algún tiempo después.
Con todos los compatriotas en Gotemburgo comenzamos a organizar-
nos para ver cómo podíamos ayudar a nuestro pueblo que seguía luchando
contra la dictadura; además, para mantenernos unidos y compartir la infor-
mación que nos pueda llegar desde nuestro país.
Entre los refugiados políticos no todo era armonía y unión sino tam-
bién teníamos nuestras profundas diferencias políticas partidarias, sobre
la forma de interpretar la realidad del país, sobre la forma de recuperar la
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
democracia, por lo que existía una gran discusión y hasta a veces sectaris-
mo secante entre los refugiados. Muchas veces olvidando que el enemigo
principal no estaba entre nosotros, algunos ponían mucho entusiasmo en la
profundización de las diferencias ideológicas. Lejos de ver el lado positivo
de algunos compañeros, se agradaban los defectos, se intentaba disminuir
sus cualidades, sin comprender que la división era lo que más afectaba a
nuestra patria y el error que se cometía era trasladar las diferencias que
se tenía en Bolivia al lugar de exilio. Pasaba lo mismo que en la prisión
donde todos nos manteníamos en nuestras trincheras sin ceder ni siquiera
un milímetro, a veces sin tomar en cuenta nuestra condición de prisioneros
de un solo enemigo, como era el gobierno de Banzer. Sin embargo, debo
reconocer que la fuga de Coati se dio gracias a la unidad, porque en ella
participaron todos los partidos políticos que se encontraban en la isla. Este
acto de unidad debería servir de ejemplo para comprender que sólo unidos
podremos hacer las cosas bien, o dar golpes certeros al enemigo, consi-
guiendo victorias para el pueblo boliviano.
En la ciudad de Gotemburgo había una gran actividad política orga-
nizada por la colonia boliviana, desde charlas sobre la realidad del país y
eventos culturales para difundir nuestra cultura y el folclore de todas las
regiones de Bolivia; la mayoría de los compañeros logramos que se les en-
viara trajes típicos de cada una de las regiones para hacer conocer nuestra
forma original de vestir. También realizamos actos de protesta y denuncia
contra el régimen de Banzer; actos que se realizaban en coordinación con
los compañeros trabajadores y activistas suecos y latinoamericanos.
Allí nos llamaba la atención que la policía no reprimía, pero sí custo-
diaba los actos de protesta para evitar que se cometieran alteraciones del
orden público; en ese caso sí actuaban haciendo uso de los medios que
tenían a su disposición como sus bastones anti disturbios, como cualquier
policía latinoamericano.
144
LA HUELGA DE HAMBRE EN BOLIVIA
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El precio de la libertad
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
de arbitrariedades.
Después de la gran huelga se habían conseguido ciertas libertades para
poder reclamar y denunciar todo lo que sucedía en Bolivia. Nosotros, en
la distancia, estábamos enterados de todo lo que ocurría gracias a la reper-
cusión internacional y por las noticias difundidas por diferentes medios de
prensa.
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HUELGA DE HAMBRE EN SUECIA
en una Iglesia Protestante. Desde luego que tuvimos que hacer muchas
gestiones para que los habitantes suecos comprendan el porqué de nuestra
protesta.
Cuando pasamos tres o cuatro días sin comer, los suecos nos pedían por
favor que suspendamos esta medida de autoflagelación, pero nosotros
no cedimos por ninguna razón; sólo cuando recibimos noticias de Bolivia,
que el gobierno había cedido ante la huelga general y cuando las mujeres
huelguistas suspendieron la extrema medida después de estar al borde de la
muerte, en ese momento nosotros en Suecia también suspendimos nuestra
huelga, después de leer los cables de prensa que nos traían las autoridades.
Con esta gran medida de presión, el pueblo boliviano había logrado
doblarle la mano a la dictadura. Nuestra alegría fue inmensa al enterarnos
que todo había terminado, que a partir de este momento y que después de
haber vivido bajo la persecución, el apresamiento y el exilio, los bolivianos
podíamos retornar a nuestros hogares, a nuestra querida Bolivia.
En mi caso, después de casi siete años de permanecer preso en distintas
cárceles y cuarteles del país y deambular por todo el mundo como un paria,
recién tenía la oportunidad de volver a mí querida Tarija, volver a ver a mis
familiares y amigos.
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RETORNO A BOLIVIA
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El precio de la libertad
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
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LA FUNDACIÓN DEL FRI
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El precio de la libertad
Pereda Asbún, razón por la cual fui detenido y despojado de todas las pa-
peletas de votación que yo llevaba conmigo y que eran papeletas del FRI,
de color rojo.
Pese a que la corte electoral había sido nombrada a dedo por el gobier-
no, ésta intervino en mi favor, para que me pusieran en libertad; pero, no
me devolvieron las papeletas. Sin embargo, en el momento de mi deten-
ción, yo no tenía en mi poder todas las papeletas, el resto que las tenía ocul-
tas en otro lugar, y de esta manera pudimos continuar con nuestra campaña.
En aquella época cada partido político que participaba en el acto eleccio-
nario tenía que proveer a cada recinto electoral de sus papeletas, ya que no
existía aún la papeleta única multicolor y multisigno que en la actualidad
el Órgano Electoral Plurinacional OEP utiliza.
El día de la elección, junto con otros compañeros íbamos dejando en los
diferentes recintos electorales, la papeleta roja, pero estos recintos electora-
les, estaban llenos sólo de la papeleta color verde del candidato oficialista.
Los agentes del gobierno y los partidarios del Candidato Pereda Asbún
se daban a la tarea de retirar las papeletas de los otros partidos políticos,
con el propósito de obligar a la gente a meter al sobre la única papeleta
que existía. Por este motivo nosotros teníamos que lanzar por todo el piso
del recinto electoral las Papeletas del FRI para por lo menos dificultarles
la tarea. De esa manera logramos sacar una buena cantidad de votos para
nuestros candidatos; sin embargo, el fraude fue de tal magnitud que los
resultados no eran creíbles.
Los organismos internacionales, los partidos políticos y las organiza-
ciones sindicales presionaron al gobierno de Banzer para anular las elec-
ciones. El 18 de julio del 1978 las elecciones generales fueron anuladas,
provocando la furia del General Juan Pereda Asbún, quien dos días después
dio un golpe militar, destituyendo al General Banzer.
La noche del golpe militar de Pereda Asbún, mi domicilio nuevamente
fue allanado por militares y una gran cantidad de soldados que trataban
de apresarme con la fuerza de las armas. Primero golpearon fuertemente
la puerta de calle, lo que me dio tiempo para escapar por el techo aprove-
chando la oscuridad de la noche. Deslizándome por el techo llegué a la
pared medianera de nuestra vecina, grande fue mi sorpresa al escuchar una
voz del otro lado de la pared que me decía: -Pedro, aquí está la escalera, y
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Pedro PAPUTSAKIS Flores
era evidente la escalera estaba puesta para que yo pudiera bajar del techo y
evitar que me apresaran. Se trataba de nuestra vecina doña Elena Fernán-
dez, una mujer sencilla de mi barrio que evitó que esa noche me apresaran.
Desde estas páginas vaya mi profundo agradecimiento y reconocimiento
a tan valiente mujer, que al igual que miles de hombres y mujeres anóni-
mos, contribuyeron con la libertad de las personas y la recuperación de la
democracia.
El General Pereda Asbún estuvo en el Palacio quemado por algo de tres
meses, el 24 de noviembre de 1978 dejó el gobierno tras un golpe militar
encabezado por el General David Padilla y desde esa fecha Pereda se retiró
de la vida política y se fue a vivir fuera del país.
Pereda Asbún dejó la presidencia tras haber encabezado un gobierno
intrascendente tanto por el tiempo de duración como por la incapacidad
para delinear políticas en beneficio del pueblo.
El gobierno del General Padilla fue un gobierno que no reprimió a los
sectores populares, mantuvo las libertades, sobre todo de opinión y expre-
sión. El gobierno de Padilla, quiso acercarse a los trabajadores, pero los
sectores ultra izquierdistas no permitían, porque en esas épocas los milita-
res eran sinónimo de dictadura, de prepotencia y de abuso.
El mérito del gobierno del General Padilla fue convocar a elecciones
generales, práctica que estaba olvidada desde el gobierno del General Ba-
rrientos que asumió la presidencia en el año 1964 mediante un golpe mili-
tar sangriento que derrocó al Dr. Víctor Paz Estensoro.
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ELECCIONES DESPUÉS DE LARGOS AÑOS
DE DICTADURAS MILITARES
las diferencias entre las dos candidaturas cada día se ponían más difíciles;
los insultos de un lado y del otro eran cada vez de mayor calibre; los ru-
mores de un golpe de estado por parte de los militares eran también más
frecuentes. Corrían muchos rumores sobre la compra de votos, las nego-
ciaciones en los pasillos, etc., hasta que el Dr. Víctor Paz Estensoro, con
el fin de evitar el empantanamiento y resolver el tema, hizo comunicar a
su brigada parlamentaria que debían votar por el Dr. Walter Guevara Arce,
quien como Presidente del Senado había conseguido apoyo de algunos Di-
putados de la UDP que era el frente que aglutinaba a varios partidos que
llevaron como candidato al Dr. Hernán Siles Suazo.
Después de esta votación ya pactada, fue designado como Presidente
Constitucional Interino el Dr. Walter Guevara Arce, nacido en Cochabam-
ba en el año 1912 de profesión abogado, fue fundador del MNR e ideólogo
de ese partido junto con Víctor Paz Estensoro, Hernán Siles Suazo y Juan
Lechín Oquendo. Fueron los hombres más influyentes del MNR, desde
la Revolución de 1952; sin embargo, después, cada uno fundó su propio
partido, el MNR que se quedó a la cabeza del Dr. Víctor Paz Estensoro, el
MNRI de Hernán Siles Suazo, el PRIN de Juan Lechín Oquendo y el PRA
de Walter Guevara Arce. Los cuatro fueron políticos muy influyentes en la
vida del país.
El gobierno del Dr. Guevara Arce tuvo una corta duración; antes de
cumplir los tres meses de gobierno, se dio un nuevo golpe de estado el 1
de noviembre de 1979, encabezado por el Coronel Alberto Natusch Busch.
Las tropas militares fuertemente armadas salieron a las calles a enfren-
tarse una vez más con el pueblo desarmado que como única arma tenía el
coraje. Yo me encontraba en la ciudad de La Paz desarrollando mis activi-
dades como Diputado, cuando se produjo el golpe de estado.
Los militares rodearon la Plaza Murillo con Tanques y armas de guerra.
La Plaza parecía un campo de batalla, donde se iba a desarrollar un intenso
combate, pero las armas estaban de un solo lado. Se producían enfrenta-
mientos en las calles donde caían valientes luchadores de la democracia,
jóvenes que trataban valientemente de evitar que el régimen se consolidara.
En aquella oportunidad se produjeron decenas de muertos, casi llegan a
100, aunque no se conocen las cifras exactas de los muertos por defender
la democracia.
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El precio de la libertad
En Tarija, mi esposa Águeda había sido apresada el primer día del gol-
pe, pero por suerte en la noche fue puesta en libertad. Ella ya no era diri-
gente universitaria, había egresado de la Carrera de Derecho y se encon-
traba embarazada de apenas tres meses; sin embargo, esto no contó para
los militares.
En La Paz, los Diputados tratábamos de llegar al Parlamento porque
habíamos sido citados por la Sra. Lidia Gueiler Tejada, Presidenta de la
Cámara de Diputados para tomar las medidas para defender la Democra-
cia desde nuestros curules. En sesión de Congreso rodeados por tanques
de guerra nos reunimos y recibimos el informe de nuestra Presidenta que
el Coronel Natusch había ofrecido mantener en vigencia las cámaras de
Diputados y de Senadores, con la condición que le reconozcamos como
gobierno; de lo contrario, amenazaba cerrar el Poder Legislativo.
En una reunión histórica, pese a encontrarnos los parlamentarios rodea-
dos de militares fuertemente armados, entonamos de pie el Himno Nacio-
nal y luego aprobamos la resolución de RECHAZAR el ofrecimiento del
Coronel golpista, a quien se le invitó a dejar el Palacio de Gobierno para
evitar más derramamiento de sangre. Este hecho histórico, tal vez no reco-
gido aún por los historiadores, se constituye en uno de los momentos más
dignos que tuvo el Parlamento Boliviano al rechazar el ofrecimiento de un
General que basaba su poder en las armas y se atrevía a poner condiciones
a los que habíamos sido elegido por el voto popular.
Pero como el gobierno golpista no se consolidaba, además de encon-
trarse seriamente cuestionado desde dentro y fuera del país, se posibilita-
ron negociaciones entre la Central Obrera Boliviana, las Fuerzas Armadas
y el Parlamento Nacional para salir de esta crisis a la que habían conducido
los que ambicionaban el poder.
Después de largos días de negociaciones y como los militares no acep-
taban el retorno del Dr. Walter Guevara Arce como Presidente, en su lu-
gar planteaban la formación de un gobierno civil militar, propuesta que
también fue rechazada de manera contundente y digna por el Parlamento.
Hasta que, por fin, se llegó al acuerdo que se nombraría a la Presidenta
de la Cámara de Diputados, como Presidenta Constitucional Interina, en
estricta sucesión constitucional y con el mandato de convocar a elecciones
generales.
161
Pedro PAPUTSAKIS Flores
162
LA PRIMERA MUJER PRESIDENTA
DE BOLIVIA
La señora Lidia Gueiler Tejada desde joven fue una mujer destaca y
luchadora dentro de su partido el MNR: encabezó una huelga de hambre
en el año 1951 cuando se anularon las elecciones que daba como ganador
al Dr. Víctor Paz Estensoro, fue Diputada Nacional por varios periodos y
tuvo una destacada actuación en el primer gobierno del MNR.
Fue también fundadora del FRI, como personalidad independiente y
dirigente de UMBO, Unión de Mujeres de Bolivia, organización que luchó
por las libertades democráticas y la libertad de los perseguidos y presos
políticos, durante los largos años del régimen de Banzer Suárez. Como pre-
sidenta de la Nación desde el primer momento, tuvo que enfrentar al grupo
más radical de derecha de las Fuerzas Armadas, que de cualquier manera
quería apropiarse del poder, manteniendo como General del Alto Mando
Militar a Luis García Meza.
El gobierno de la Sra. Lidia Gueiler fue un gobierno débil, no tenía res-
paldo de la COB ni del Parlamento, que fue el que le encomendó el man-
dato, tuvo que refugiarse en el MNR-Alianza que estaba conformado por
el MNR, FRI y el PDC. A la vez, trataba de quedar bien con los sectores
Pedro PAPUTSAKIS Flores
164
El precio de la libertad
chos otros crímenes que quedaron en la impunidad, así como aquellos que
lanzaron una granada de mano en una manifestación de simpatizantes de la
UDP donde murieron dos personas.
En este clima de incertidumbre se llevaron a cabo las elecciones de ju-
nio del 1980, pero a los pocos días de que la Corte Nacional Electoral diera
a conocer oficialmente los resultados de las Elecciones Generales y cuando
ya estaba conformado el nuevo Parlamento Nacional, el 17 de julio, se
produce un cruento golpe de Estado encabezado por Luís García Meza con
la clara intención de impedir la posesión del Dr. Hernán Siles Suazo como
Presidente Constitucional de la República y del Lic. Jaime Paz Zamora
como su Vicepresidente, quien se encontraba internado en una clínica de
los Estados Unidos gravemente herido por las quemaduras producidas en
el accidente de aviación. El Dr. Siles fue claro ganador de las elecciones,
razón por la que los militares golpistas se apresuraron a tomar el poder por
la fuerza.
165
NUEVO GOBIERNO DICTATORIAL
168
El precio de la libertad
169
Pedro PAPUTSAKIS Flores
170
LOS DÍAS EN EL CERRO
Una vez instalados en la cueva del cerro, logramos que el joven campe-
sino vaya a la casa de mi familia y a su vez mis familiares tomen contacto
con los familiares del Senador Oscar Zamora. Así logramos tener provisio-
nes, un pequeño anafre a kerosene para cocinar sin que produzca humo que
nos pueda delatar. En las noches solíamos salir a hacer ejercicios para estar
preparados para cualquier circunstancia: hacíamos ejercicios, subíamos a
la cima del cerro, trotábamos por todo el terreno, realizábamos caminatas
incluso hasta cerca de la ciudad y nos daba mucha nostalgia de no estar
con nuestra familia; pero esa era la situación y no podíamos cambiar estos
hechos. Ahora, al recordar hasta nos parecen aventuras mal contadas pero
la realidad es terrible cuando se sabe que la vida corre peligro, que la fa-
milia está totalmente desmembrada, cada cual, cuidando su integridad y
seguridad personal, que por un pequeño error se puede sufrir consecuen-
cias fatales.
Yo sabía que el Senador Zamora era el principal buscado y que la dicta-
dura narcotraficante tenía mucho interés en capturarle y, por lógica conse-
cuencia, no iban a dejar testigos si nos encontraban juntos. Nos enteramos
Pedro PAPUTSAKIS Flores
172
El precio de la libertad
173
DE RETORNO A CASA
176
RUMBO A LA PAZ
178
El precio de la libertad
Yacuiba donde tenía a sus papás y desde allí tomar el tren hacia Santa Cruz
y de Santa Cruz volar hacia la ciudad de La Paz.
Después de estar unos días en la casa de mi sobrina Vilma Pérez, en La
Paz, el Senador me envió un mensaje mediante un contacto que teníamos.
Me indicaba que debía prepararme para salir del país, porque ya no había
seguridad, la gente estaba muy atemorizada y además se la instaba a delatar
a los “extremistas”. Pero como Águeda aún no llegaba, mandé el mensaje
que no me iría. Nuevamente en la tarde me visitó el contacto para indicar-
me que debíamos salir del país hacia el Perú. Al día siguiente, a las 5 de
la mañana fui recogido en una movilidad por un amigo, nuestro contacto,
para luego pasar a recoger al Senador. Al encontrarnos nos dimos un fuerte
abrazo y emprendimos el viaje en un auto pequeño que nos llevaría hasta
cerca de la frontera con el Perú.
179
SALIR DE LA PAZ RUMBO A
LA FRONTERA PERUANA
182
El precio de la libertad
en mi vida había conocido un camino tan malo con tantos hoyos que pro-
ducían barquinazos muy fuertes, pese a que yo había caminado por tantos
caminos malos. La camioneta iba a paso de tortuga, no se podía emprender
velocidad. El Senador Zamora me dice: -qué hemos hecho para tener que
sufrir tanto, creo que prefería que me tome preso García Meza. El hecho
que para que un experimentado hombre que vivió tantos años en la clan-
destinidad, acostumbrado a los sacrificios, la cosa estaba tan grave que me
hizo pensar que nuestro único delito era pensar diferente.
Seguimos el viaje y cuando estaba amaneciendo llegamos por fin a Des-
aguadero. Nos bajamos de la camioneta con mucha dificultad, teníamos los
pies cansados y con ampollas de la caminata del día anterior; sin embargo,
fue un alivio enorme estar libre de esa camisa de fuerza que se había con-
vertido la camioneta. Nos compramos unas gorras y unas gafas para que
los compatriotas que pasen la frontera no nos reconozcan. Mi acompañante
me dijo que fuéramos a comer una sopa de pescado, pues era preparada
muy rica. Teníamos tanta hambre que sentimos aún más rica la sopa, ade-
más de ser un buen reconstituyente.
Después de comer nuestra sopa nos fuimos a buscar un taxi que nos
lleve hasta Lima. Encontramos un chofer a quien le hablamos claro, le
dijimos que nosotros éramos perseguidos políticos y si podía llevarnos
hasta Lima. Nos dijo que sí y quedamos en un precio que no recuerdo
pero que en todo caso no era mucho. Nos dijo que deberíamos cambiarnos
de nombre y aprendernos un número de documento que tenga más de 10
dígitos porque en los controles solo preguntan el número de documento.
Pero cuando estábamos por partir se acerca una señora con su hija, una
muchacha muy simpática, la señora le pide al chofer si las podía llevar. El
chofer consulta con nosotros y el Senador contesta que no había ningún
problema. Además, sería mejor así para no despertar ninguna sospecha. El
chofer nos recomendó que no habláramos porque se nos reconocería por
el acento. Comenzamos el viaje y contestábamos las preguntas de nuestras
compañeras de viaje con monosílabos. Viajamos unos 30 ó 40 kilómetros
hasta llegar al primer control que tenía un nombre muy conocido para no-
sotros porque ahí había tenido una victoria el Mariscal de Cepita como se
le conocía al Mariscal Andrés de Santa Cruz. La tranca estaba abierta por
lo que pensábamos que iba ser muy sencillo pasar. El oficial que estaba de
183
Pedro PAPUTSAKIS Flores
turno nos hizo parar y se acercó a mirar a la señorita que estaba adelante y
le pidió documentos, creo que fue un pretexto para entablar conversación
con ella. Después de charlar un rato se va a la parte de atrás y nos pide
la documentación a nosotros para demostrar que pide documentación a
todos. Ante esta situación sin salida, el Senador me dice bájate y se pone
a hacerle unos encargos al taxista, hasta le entrega un papel. Después se
acerca al oficial y le explica nuestra situación. Le dice: -Yo soy el Senador
Oscar Zamora y él es el Diputado Paputsakis, estamos perseguidos como
políticos. El Teniente nos explica que según los Tratados Internacionales
deberíamos habernos presentado en el puesto fronterizo más próximo a
nuestro país. Le explicamos que para nosotros era muy peligroso ya que
el Senador Zamora era un hombre muy buscado por el régimen y que su
vida corría peligro. En el puesto de control había una radio y consultó con
sus superiores y le ordenaron que nos tenga retenidos en dicho puesto de
control. Por su parte el taxista ya había cumplido con el encargo, porque la
Universidad de Puno denunció inmediatamente de nuestro apresamiento y
a su vez denunciaron ante la prensa internacional nuestra detención: La ex
presidenta Sra. Lidia Gueiler Tejada que fue derrocada por los golpistas,
desde Francia pidió nuestra Libertad. Nuestra detención en el Perú se con-
virtió en una noticia mundial lo que nos favoreció porque todos pedían al
gobierno peruano que garantice nuestra vida y que nos brinde asilo político
para evitar que nos devuelvan a Bolivia.
Después de cuatro días de mantenernos en el puesto de control de Cepi-
ta en el Perú, el Teniente que por instrucciones superiores se hizo cargo de
nuestra custodia, no se separaba de nosotros para nada, nos hizo conocer
que había recibido instrucciones del gobierno peruano para que nos tras-
ladara a la ciudad de Puno y que se nos había brindado el asilo político
correspondiente.
De esta manera nos trasladamos a la Ciudad de Puno y el Teniente nos
dijo que él también estaba viajando a Lima. En Puno, nos alojamos en un
hotel y lo raro de todo es que el Teniente también se alojó en el mismo ho-
tel, lo que nos llamó mucho la atención, por lo que le preguntamos por qué
estaba siempre con nosotros o es que estábamos detenidos. Él negó estos
extremos y de esta manera ya no volvimos a ver nunca más al Teniente.
De Puno teníamos que trasladarnos a la ciudad de Lima a donde que-
184
El precio de la libertad
ríamos llegar para poder ponernos en contacto con los organismos interna-
cionales como Embajadas, la oficina de las Naciones Unidas etc. Llegamos
al lugar donde venden pasajes y lastimosamente en ninguno de los buses
había dos pasajes juntos. Por lo tanto, tuvimos que comprar pasajes en
diferentes buses y que salían en horarios diferentes. El Senador Zamora se
fue en el bus que salía primero, después de dos horas salí con dirección a
Lima. Después de viajar por más de 24 horas, llegué a Lima donde yo no
tenía ninguna dirección, ningún amigo donde llegar, sin embargo, yo pen-
saba que cuando llegue a Lima vería como arreglármelas, yo no conocía
aquella ciudad. Pero cuando estaba bajando del bus me encontré con el
Senador Zamora que me estaba esperando. Luego de saludarnos me llevó a
la casa del Dr. Barrantes, un hombre muy conocido en el Perú, fue Alcalde
de Lima y candidato a presidente de su país. Después de unos días nos
separamos, cada uno se acomodó como pudo.
185
EL ENCUENTRO CON MI ESPOSA
Y MI PEQUEÑA HIJA
188
El precio de la libertad
189
Pedro PAPUTSAKIS Flores
país. Entonces nos ofreció la casa que había alquilado en una playa llama-
da San Bartolo que estaba a unos 30 minutos de Lima. Los alquileres ya
habían sido pagados por adelantado.
Este ofrecimiento nos vino como anillo al dedo ya que nuestra situación
era muy tirante e incómoda. De esta manera decidimos trasladarnos a las
playas del Pacífico en San Bartolo. Nuestro amigo Miquicho decidió acom-
pañarnos y de esta manera nos fuimos los cuatro a vivir y comer mejor.
Como habíamos comprado la pequeña hornilla a corriente para preparar
nuestra comida y disponer de agua hervida para la preparación de leche
para nuestra hija, en San Bartolo comíamos mucho pescado, ya que los
pescadores del lugar salían a pescar y vendían pescado fresco y barato en
la misma playa. De esta manera nuestra vida se desarrollaba en una forma
tranquila. El lugar era muy bonito, salíamos a pasear por el malecón todas
las tardes, bajábamos a la playa a zambullirnos en el mar. Pasábamos horas
enteras mirando a los surfistas que aprovechaban la fuerza de las olas para
juguetear en el agua con sus tablas, o mirando el hermoso atardecer cuando
el sol se perdía en el mismo mar.
En San Bartolo recibimos como nuestros huéspedes a Oscar y Ember
Zamora, hijos del Senador Oscar Zamora, dos adolescentes que nos ayu-
daban a recoger cholgas de la playa, además de pasarla bien en el mar, en
las noches salíamos a pasear y jugar futbolín en esta hermosa población
turística, a orillas del Océano Pacífico.
Después de pasar un tiempo, más despreocupados, en la fecha indicada
volvimos a la Embajada sueca en Lima para averiguar sobre los trámites;
me dieron la gran alegría al comunicarme que teníamos visa y que po-
díamos viajar a Suecia, bajo la protección del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas.
De esta manera nos preparamos para viajar, recibimos los pasajes para
viajar en la línea aérea Lufthansa. Nos apenó dejar a nuestro amigo Miqui-
cho con quien hicimos una buena amistad, pero le prometimos que haría-
mos las gestiones en Suecia para que él también pueda viajar.
Partimos el 21 de enero de 1981 rumbo a Estocolmo, Suecia.
190
NUESTRO ASILO EN SUECIA
192
El precio de la libertad
Decker con quienes ya había estado antes. También nosotros fuimos a Go-
temburgo a visitar a mis amigos que se habían quedado a vivir en aquella
ciudad y a Norrkôping donde vivía mi amigo Cliver Zardan y su familia.
Al término del curso, en el mes de octubre recibimos nuestros certifica-
dos correspondientes y entonces debíamos elegir la ciudad de Suecia a la
que quisiéramos ir a vivir. Nosotros elegimos Estocolmo, capital de Suecia.
La ciudad de Estocolmo nos cautivó, por la gran cantidad de áreas ver-
des y parques, bosques, una red impresionante de vías o carriles para bi-
cicletas y una arraigada cultura por la limpieza. Estocolmo integraba en la
práctica el medio ambiente en sus planes de urbanismo, porque hasta los
perros tenían o tienen parques donde son llevados a pasear.
El invierno era crudo, pero todas las casas, centros educativos, tiendas,
buses, trenes o el metro tienen calefacción; por lo tanto, no se sufre mucho.
Cuando pasa el invierno, cuando desparece la nieve, aparecen las flores y
plantas que adornan los parques, plazas y áreas verdes.
Estocolmo se destaca por lo señorial de su efigie, la limpieza de sus ca-
lles y aguas, la variedad de estilos y espacios y por estar compuesta por un
conjunto de islas que otorgan una especial singularidad a la capital sueca.
Una vez instalados en nuestro departamento, mi esposa Águeda ingresó
a la Universidad de Estocolmo a estudiar el idioma sueco y yo ingresé a
estudiar una carrera técnica de electricidad que era lo que siempre hice en
mi vida.
A Estocolmo también llegó mi querido amigo Carlos Rojas, su esposa
Jeannette, nos encontramos con Humberto Vásquez Viaña, un gran amigo y
camarada de lucha. Luego llegó Raúl Rivas (Rulo) su esposa, con quienes
ya estuvimos en Surahammar.
La vida se hizo más llevadera con los amigos y por las actividades de
estudio que realizábamos. Así nuestra vida transcurría con toda normalidad
y sin sobresaltos; vivíamos en un departamento bien amoblado.
Pese a que teníamos todas las comodidades en Suecia, nuestra mente
estaba permanentemente en nuestro país y particularmente en Tarija. Cons-
tantemente seguíamos las noticias de Bolivia, a través de un periódico que
recibíamos y sobre todo de los reportes que me proporcionaba mi amigo
Carlos Decker que trabajaba en radio Suecia, un noticiero en español. Por
lo tanto, yo estaba al día con las noticias que se sucedía en nuestro país,
193
Pedro PAPUTSAKIS Flores
194
NUESTRO RETORNO AL PAÍS
196
RECONOCIMIENTO A LOS LUCHADORES
SOCIALES DE BOLIVIA
198
ANEXOS
RECORTES DE PERIÓDICOS
ANEXO 1
203
ANEXO 2
204
ANEXO 3
205
ANEXO 4
206
ANEXO 5
207
ANEXO 6
208
ANEXO 7
209
210
ANEXO 8
211
ANEXO 9
212
213
ANEXO 10
214
215
ANEXO FOTOGRÁFICO 1
216
ANEXO FOTOGRÁFICO 2
Bajando del avión que nos llevó desde Lima – Perú hasta el Ae-
ropuerto José Martí dela Habana – Cuba; de arriba hacia aba-
jo: Vico Villegas, Florentino Aguilar Castro, Diógenes Huarachi
Zárate.
217
Subiendo al bus en el Aeropuerto de La Habana, para ser trasladados
al centro de la ciudad, a una casa donde viviríamos por 30 días. Mi-
rando de frente Jano Mejía.
218
En el Aeropuerto José Martí, el Estado Mayor del
FRA, explicando con un mapa de la región a los perio-
distas donde se encuentra la Isla de Coati. De izquier-
da a derecha: Froilán Paredes, Alfonso Camacho Peña
y Max Menacho Velasco; atrás: Pedro Paputsakis.
219
El Estado Mayor del FRA. De izquierda a derecha: Fernando Alvarado
Jacobs, Froilán Aguilar Paredes, Alfonso Camacho Peña y el Dr. Max Me-
nacho Velasco.
220
Epifanio Rodríguez Núñez, el que me prestó con buena voluntad sus fo-
tografías.
221
De izquierda y derecha: Eusebio Gironda Cabrera, Walter Ramírez
Hurtado, Mario Guevara Rodríguez y Mario Salinas Jaldín.
222
De izquierda a derecha: Carlos Rojas Salazar y Víctor Plaza Salvatierra.
223
Vidal Tirado Velásquez profesor dirigente del magisterio de La Paz.
224
Edgar Rivero Delgado, estudiante cochabambino.
De izquierda a
derecha: Dionisio
Huañapaco y Alfre-
do Alcón, dirigentes
campesinos denun-
ciando las torturas a
la prensa cubana.
225
Parados: Dionisio
Huañapaco, Alfredo
Alcón y Paulino
Benítez Torrico.
Sentados: Pedro
Paputsakis Flores y
Vico Villegas.
226
Gregorio Arce, estudiante.
227
En el Aeropuerto José Martí en La Habana, Vico Villegas conversando con la
madre de los guerrilleros Coco Peredo e Inti Peredo L.
228
Fernando Alvarado Jacobs en el Aeropuerto José Martí con la Sra. Mi-
reya Echazú, viuda del guerrillero Coco Peredo L.
229
230
Los 67 fugados de Coati a su llegada al Aeropuerto José Martí, La Habana – Cuba.
ANEXO FOTOGRÁFICO 3
231
ANEXO FOTOGRÁFICO 4
232
ANEXO FOTOGRÁFICO 5
233
234
235
ANEXO FOTOGRÁFICO 6
236
OPINIONES Y COMENTARIOS QUE
MERECEN SER COMPARTIDOS
UN SENTIMIENTO LLAMADO LIBERTAD17
239
Al ser un testimonio; el personaje principal es el mismo autor y poco a
poco aparecen aquellos que en este tiempo eran prisioneros, torturadores,
vigilantes, familiares y otros de acuerdo a la circunstancia a relatar, estos
personajes – pudiendo llamarlos secundarios – tienen nombre y apellidos
y algunos dieron muestras de total intolerancia ante el poder circunstancial
con que contaban, asimismo han causado situaciones del terror y de horror.
El autor da muestras de grandeza cuando desecha el odio, en su senti-
miento, ante sus torturadores, a pesar de ser objeto de innumerables abusos
y vejámenes que le cometieron y causaron bastante dolor. Solamente se
declara defensor de la verdad y por ello sus nombres son publicados.
El testimonio en sus relatos, a pesar de lógicas carencias literarias, es
cautivante por la descripción de los escenarios y los hechos sucedidos;
además, para los incrédulos, la constatación de los hechos a través de imá-
genes y recortes periodísticos presentados.
Podemos resumir el libro de Pedro Paputsakis Flores como hechos y
personajes reales sucedidos en la última parte del siglo XX en nuestro es-
pacio territorial latino americano, por supuesto mezclados con injusticias,
por medio de abusos, persecuciones, encarcelamientos y exilios, que cual-
quier momento se pueden repetir y debemos estar conscientes de aquello
para no permitirlo.
Subsiste en estos días, en el imaginario colectivo, que a la libertad ya
la conquistamos, que la misma tiene rostro de mujer, que se la representa
con túnica blanca y un gorro frigio, que además lleva una antorcha como
símbolo y por último que es parte de los símbolos cívicos nacionales re-
publicanos. En nuestra geografía suramericana asociamos el concepto de
libertad con la independencia del yugo colonial y en verdad que estamos
equivocados, eso nos lo recuerda con precisión el “Precio de la libertad”.
Concluimos que después de las luchas con lanzas, espadas y arcabuces,
la libertad no tiene dueño, ni época y es la aspiración permanente del ser
humano.
Ayer nos pudieron someter por armas precarias y hoy lo pueden hacer
con elementos nucleares, incluso poniendo en riesgo la subsistencia de la
humanidad. Hoy pueden intentar someternos por la economía, por la polí-
tica, o por la falta del más común de los alimentos, también por el líquido
elemento que es el agua. Siempre existirán los que se creen dueños y dicen
240
llamarse gobernadores, guías o ayatolas y para ello debemos estar muy
atentos.
Volviendo a los relatos del libro, al autor personaje lo tienen de “gira”
por las cárceles de la ciudad de La Paz y posteriormente es llevado a una
isla en el lago Titicaca, apodada como la isla del diablo, más propiamente
la Isla de Coati, preparada para territorio de reclusión, inexpugnable según
las autoridades de ese entonces.
Desde ese lugar se manifiesta un hecho histórico sin precedentes a fa-
vor de la libertad. Setenta y dos presos políticos fugaron masivamente sin
derramar sangre alguna y setenta y siete llegaron al Perú, recuperando su
propia dignidad y asentando un duro golpe a los dictadores, o dueños de
la libertad.
El relato de la fuga de la Isla de Coati se realiza con todo detalle, des-
de la organización hasta la misma ejecución. Podemos rescatar la unidad
política en la diversidad ideológica y esa es una enseñanza para el futuro.
Pueden coexistir varias identidades políticas en torno a un objetivo y así
sucedió porque se trataba de la libertad.
Existen otros relatos sobre la actividad política, sobre la creación de un
partido político, sobre gobernantes, y legisladores sobre nuevos exilios y
nuevos retornos, que valen la pena conocerlos.
“El precio de la libertad” es un libro que merece ser leído porque nos
recuerda la importancia de la lucha por la libertad y que esta aspiración
humana cuesta conquistarla y preservarla. Es banal decir que tenemos li-
bertad cuando es amenazada la dignidad; por ello, aunque los conceptos
rimen muy bien, deben considerarse inseparables para cada habitante de
nuestro planeta.
Gracias “Pedrito” por compartir un testimonio personal que nos quiebra
el alma por tanta injusticia y nos alerta para cuidad el futuro.
241
La Paz, 21 de marzo de 2011
Señor:
Pedro Paputsakis Flores
Tarija. -
242
Por: Héctor Chávez La Faye
Mi querido Pedro:
243
sión, de los jóvenes universitarios que éramos en esos tiempos, a la confor-
mación de la Bolivia democrática moderna y prospera, objetivo al que no
renunciamos, aunque a veces parezca que vamos de retro o chuecos o más
retorcidos que viborita chis chis chis.
En cuanto a la narrativa, quiero decirte, y no porque te tenga cariño que,
si te tengo, sino porque es la verdad, que uno se acerca al relato con la sen-
sación y la confianza de meterse en la tertulia de los amigos. Has logrado
que leyendo te “escuchemos”, con el suspense intacto desde el principio
hasta el final, independiente que de vez en cuando des una vueltita sobre
tus talones, lo que para mérito tuyo deja bien clarito que no te alquilaste la
pluma de nadie.
Un abrazo Pedro, para ti y para Águeda, tan unidos en la vida como en
esta aventura…. de relatarla, digo.
244
Por: Edith Agar Quisbert
Estimado Pedro:
Hasta pronto.
245
El Precio de la Libertad
246
lución” tiene otros contenidos con los que uno puede o no estar de acuerdo.
Los tiempos han cambiado, la bipolaridad ha desaparecido y estamos, que-
riendo o sin querer, inmersos en la globalización con todo lo que supone
política – económica y culturalmente.
Por eso el libro de Pedro es importante. Una ayuda memoria que re-
cuerda la historia grande a través de contar su propia historia, además con
un lenguaje sin pretensiones y con la sinceridad del padre o el abuelo que
relata su historia a su prole para que no olviden que la libertad de hoy es
el sacrificio, la muerte, la prisión, la tortura y el exilio de ayer. Y la con-
clusión es simple, la libertad es también responsabilidad y hoy se trata de
eso, de ser responsables en la conservación y ensanchamiento de la libertad
porque el precio que pagó la generación de Pedro Paputsakis ha sido eleva-
do a veces demasiado alto.
247
Por: Edgar Ávila Echazú
Cartuja de Erquis – mayo de 2011
248
mente en todas las cárceles de Bolivia y, como si fuera poco, en una de muy
triste rememoración de salta. Y lo hizo porque, aparte de su convicción
política, estaba sustentado espiritualmente y físicamente por las virtudes
que hemos heredado de nuestros lejanos ancestros españoles: la entereza,
gentileza, la hospitalidad y la honorabilidad – y, gracias a todos los dioses,
nuestro humor, nuestra creatividad y modestia.
En las charlas que tuvimos durante los largos días de la cautividad, me
enteré que el padre de Pedro fue un griego que llego a Bolivia en la década
de 1920.
Según huyendo de la tiranía turca sañudamente discriminatoria, propia
de todo régimen totalitario. Aquí se había ocupado de varios negocios que
asimismo lo llevaba a otras ciudades del norte. No me lo digo, pero supon-
go que él y sus hermanos quedaron huérfanos muy niños. Así que la madre,
doña Benigna Flores Vaca tuvo que cuidar a sus hijos con admirable cariño
y sacrificio materiales. De ahí el inmenso amor filial que Pedrito le tenía.
Y aquí cabe mencionar que yo me convertí involuntariamente en per-
seguidor de Pedro, desde el golpe de agosto de 1971. Los dos estuvimos
en las mismas prisiones: el DIC de Tarija, el DOC de La Paz, el cuartel de
Viacha – donde resistimos las hacinaciones con los demás presos en unas
improvisadas celdas que no eran sino unas enormes bodegas de la Fábrica
de Cerveza de Huari, en un edificio de unos cuatro pisos de pura piedra y
sin ventanas, a no ser los huecos de las que debieron ser amplios ventana-
les. En tal edificación no existía el verano, sino tan solo el frio y los vientos
de soledad del Altiplano. Nuestros vigilantes nos permitían, muy gentil-
mente, bajar al patio de losas y tierra para asolearnos con el muy cálido sol
altiplanito, y también para liberarnos de nuestras necesidades mayores en
unos wáteres comunitarios, porque los usábamos conjuntamente con las
mujeres presas.
Esas condiciones cambiaron en algo cuando nos trasladaron a Achoca-
lla, primero a Pedro y luego, a mí. En esa hondonada por lo menos podías
ver árboles,
Yerbas y una pequeña vertiente; y allá abajo, la niebla de La Paz. Vivía-
mos en unos cuartuchos, tres que decían pertenecieron a una estación del
ferrocarril La Paz – Oruro.
En una de las celdas estuvieron un tiempo algunas personalidades: el
249
Dr. Felipe Iñiguez, rector de la Universidad de Oruro, un Dr. Melgar de la
del Beni, y otros profesionales de todos los colores políticos, pero todos
enemigos o cuestionadores del gobierno banzerista. Dado que algunos de
nuestros vigilantes y sicarios, dados a las chacotas a cuenta nuestra, ha-
bían violado a unas pobres chicas presas, convencimos a la Dra. Rhina
Tapia para que nos acompañara en nuestro cubil. Y como ella de buen hu-
mor, en las noches menudeaban las risotadas y también unas lecturas que
pretendían ser de difusión ideológica; pero con Pedro y un extrañísimo
y corajudo personaje Ricardo Millán, nosotros pues, más nos dedicamos
a las remembranzas de Tarija y sus cuentos……. Pero, me estoy yendo
por las ramas e inmiscuyendo en el hermoso relato de Pedro Paputsakis:
“El Precio de la Libertad”. Un libro escrito con una sencillez y veracidad
únicas, que felizmente no preciso de ningún adorno literario, y que, por su
propia gravitación testimonial es un orgullo, precisamente de nuestra lite-
ratura. En sus páginas, los que las lean quedaran asombrados comprobando
hasta que extremos de valor, Pedro soporto las torturas más despiadadas
y canallescas y los malos tratos que daban cuenta de la irracionalidad y
del sadismo negador de la condición humana de quienes ejercían el poder
ominoso de esos tiempos. ¿Qué más que respeto y sumo cariño se puede
tener a quien sufrió todo eso, sin revelar ni un ápice lo que sus torturadores
le exigían?
250
Por: Jaime Paz Zamora
El Picacho junio de 2019
251
la calle Harrington. Y de ahí en un salto cuántico a la Isla de Coati, la isla
prisión en el Lago Titicaca y nosotros entonces clandestinos en la ciudad de
La Paz escuchando en silencio la noticia de presos políticos que se fugan de
la Isla Coati lo que nos hizo vibrar de emoción y nos carga las pilas.
Mucho más tarde, ya de Presidente estando en el encuentro presiden-
cial con el Presidente del Perú Alan García en el Barco Ollanta anclado
precisamente entre la Isla del Sol y la de la Luna es decir Coati no pude en
medio de ese impresionante paisaje dejar de pensar en Pedrito y en todos
los presos políticos que fugaron de la isla y medir a vuelo de pájaro con la
vista, la distancia hacia tierra firme que tuvieron que recorrer navegando
en precarias embarcaciones. Y ya en tierra firme pensando refugiarse en el
Chile de Allende terminan en Cuba en un avión que Fidel Castro impacta-
do por el acontecimiento envió para recogerlos.
En cuba viene la reconexión con su Partido y el jefe del mismo Oscar
Zamora Medinaceli “Motete” y el itinerario de Pedro continua de Cuba
hacia Albania y de Albania a China de ahí a Argentina como refugiado de
donde amenazado por el terror del militarismo argentino termina en Sue-
cia. Itinerario de resistencia y de combate Tarija, La Paz, Viacha, Acho-
calla, Coati, Perú, Cuba, Albania, China, Argentina y Suecia. Todo este
extraordinario itinerario cuajado en el libro “El precio de la Libertad” de
vivencias de todo tipo, de circunstancias increíbles, incertidumbres, espe-
ranzas, ilusiones.
Ya como cerrando el camino que al mismo tiempo se abre es el retorno
a la a Bolivia épica de la instauración democrática del ´82 con el primer
gobierno democrático de la UDP. En un pequeño capitulo al final de su
libro Pedro transcribe “hoy nos encontramos disfrutando la libertad que
nos proporciona la democracia, mi hija Beatriz es toda una mujer que ha
obtenido su título de economista a los 21 años de edad y hará su maestría.
Además, he tenido con mi esposa Águeda dos hijas más Patricia y Tatiana”
para finalmente referirse a su hijo mayor Enver que vive con su familia en
Suecia. Se despide con una tranquilidad de espíritu como diciendo misión
cumplida. Pensé entonces en el Diario de Campaña de un soldado de la
guerra de la independencia Tambor Santos Vargas, cuando señalaba “una
vez que fueren triunfantes mis ideas, me volví al monte a trabajar”.
Felicidades Pedrito y gracias por tu extraordinario testimonio.
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BIBLIOGRAFÍA
PRESENCIA, Periódico de circulación nacional del:
• 20 de agosto de 1971
• 21 de agosto de 1971
• 22 de agosto de 1971
• 25 de agosto de 1971
• 04 de noviembre de 1972
• 05 de noviembre de 1972
• 06 de noviembre de 1972
• 07 de noviembre de 1972
• 22 de diciembre de 1977
• 8 de febrero de 1972
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