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Relatos de un ex-preso político

Pedro PAPUTSAKIS Flores

Tarija - Bolivia
(2020)
EL PRECIO DE LA LIBERTAD
Adrián Oliva Alcázar
Gobernador del Departamento de Tarija
Edgar Fernando Guzmán Jáuregui
Secretario Departamental de Desarrollo Humano
Nelvín Acosta Tapia
Director de Gestión Cultural y Patrimonio
Autor
Pedro Paputsakis Flores

Diseño y Diagramación
Ideas Positivas
2ª edición, Agosto 2020
© Gobierno Autónomo Departamental de Tarija
Dirección Departamental de Gestión Cultural y Patrimonio
Impreso en Ideas Positivas
C. Suipacha #156 zona Las Panosas
Tarija - Bolivia
Depósito Legal Nº: 4-1-2340-10
ISBN:
Impreso en Bolivia - Printed in Bolivia
Todos los derechos reservados, Esta publicación no puede ser reproducida ni en el todo
ni en sus partes, ni registrada en (o transmitida por) un sistema de recuperación de infor-
mación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico,
magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito
de GADT y el autor.
AGRADECIMIENTO

Que las páginas y relatos de este libro sirvan para rendir un sincero ho-
menaje a los hombres y mujeres de Bolivia, en especial a la juventud que
durante los gobiernos inconstitucionales o de facto, supieron comportarse
con gran heroísmo y lealtad, durante largos años de lucha por la reconquis-
ta de la democracia y la libertad
Quiero agradecer sinceramente a mi esposa Águeda Burgos de Paput-
sakis, por los interminables días y noches que dedicó a revisar ordenar,
corregir, sugerir la inclusión de algún pasaje que conocía y que no estaba
en los escritos que yo realicé. Que me dio el aliento para seguir adelante
en este empeño de relatar esta historia personal que me tocó vivir y por la
valentía con que soportó los momentos terribles de la represión del régi-
men de García Meza, porque en esos momentos tan dramáticos encontró
la calma y la tranquilidad para atender a mi pequeña hija Beatriz, que tenía
dos meses y medio de edad.
A mis hijas Beatriz, Patricia y Tatiana que me pidieron escribir este li-
bro; por el apoyo que me brindaron cada una en su momento, por el aliento
que a su vez me dieron para seguir en esta tarea y porque jamás me negaron

III
su concurso cuando les pedí que fueran a revisar los periódicos de la época,
en procura de información, todas a su manera y según sus especialidades
me ayudaron para que estas memorias salgan a la opinión pública.
A mi hijo Enver que, en los momentos más difíciles de mi vida, cuando
lo levanté en mis brazos en aquella oscura celda, me dio la fuerza para
seguir viviendo y a mi madre que me brindó aquel momento de felicidad
y que, nunca perdió la esperanza de volver a encontrarme con vida, en los
largos años de apresamiento, persecución y exilio.
A mis amigos, que cuando nos reuníamos por diferentes motivos, escu-
chaban con atención algunos pasajes de esta agitada etapa de mi vida y me
aconsejaban que debiera relatarlos para que estos hechos lamentables que
sucedieron en nuestra Patria, no queden en el olvido. No faltaron quienes
me ofrecieron su colaboración y su ayuda que yo siempre valoré.
A mi amigo Dr. Héctor Chávez que desde la lejana España me dio algu-
nas recomendaciones de acucioso lector y de amigo sincero.
A mi amigo y compañero en la fuga de Coati, Vico Villegas que me
ayudó a conseguir algunas de las fotos que ilustran este trabajo; a mi com-
pañero de fuga Sr. Epifanio Rodríguez un cochabambino de palabra, que
tenía en su poder algunas fotografías de los protagonistas de esta histórica
hazaña. No olvido la seriedad de su compromiso y su desinterés cuando le
solicite que me facilitara algunas para publicarlas en este libro.
Al pueblo de Tarija que me dio la oportunidad de servirle desde di-
ferentes organizaciones, como la Junta Vecinal del Barrio Abaroa, como
dirigente de la Central Obrera Departamental, como Ejecutivo de la Fede-
ración Universitaria Local (FUL), como fundador de FEJUVE; como Di-
rector del Comité Cívico, como Presidente del Consejo de Administración
de COSETT, como Diputado Nacional y como Senador Electo. Creo haber
servido a Tarija con dedicación y honradez.

El Autor

IV
ÍNDICE

Presentación............................................................................................... 1
Prólogo a la segunda edición..................................................................... 3
Las primeras noticias del golpe militar...................................................... 5
Compañerismo, resistencia y valentía........................................................ 9
Fusilamiento en la Plaza Luis de Fuentes................................................ 17
Mi madre.................................................................................................. 23
Algunos hechos importantes en dias tristes............................................. 25
De gira por las cárceles de La Paz........................................................... 31
La comida en el cuartel Bolívar............................................................... 37
La Isla del Diablo..................................................................................... 51
El trabajo en prisión................................................................................. 57
Los médicos en la Isla.............................................................................. 59
Recordando a mis padres......................................................................... 61
Reconocimiento del terreno y campo de acción...................................... 63
se reciben vientos de cambio................................................................... 67
análisis del posible escape....................................................................... 71
la idea de fuga empieza a tomar cuerpo y a organizarse.......................... 75
¡Ha caido Banzer, viva la libertad!........................................................... 83
Nuestra suerte en manos de un niño........................................................ 93
Nuestro ingreso al centro de yunguyo..................................................... 95
Desde lima a la isla de cuba................................................................... 101
Mi paso por albania................................................................................ 107
La vida clandestina en la república Argentina....................................... 111
La tortura en dependencias de la Policia Federal................................... 115
Los personajes del afiche....................................................................... 121
El ingreso a la cárcel de Villa Las Rosas............................................... 123
El Plan Cóndor....................................................................................... 127
Mi salida de la Argentina rumbo a Suecia............................................. 137
Una nueva vida en Suecia...................................................................... 141

V
La huelga de hambre en Bolivia............................................................ 145
Huelga de hambre en Suecia.................................................................. 149
Retorno a Bolivia................................................................................... 151
La fundación del FRI............................................................................. 155
Elecciones después de largos años de dictaduras militares................... 159
La primera mujer presidenta de Bolivia................................................. 163
Nuevo gobierno dictatorial..................................................................... 167
Los días en el cerro................................................................................ 171
De retorno a casa.................................................................................... 175
Rumbo a La Paz..................................................................................... 177
Salir de La Paz rumbo a la frontera peruana.......................................... 181
El encuentro con mi esposa y mi pequeña hija...................................... 187
Nuestro asilo en Suecia.......................................................................... 191
Nuestro retorno al país........................................................................... 195
Reconocimiento a los luchadores sociales de Bolivia........................... 197
ANEXOS............................................................................................... 199
Recortes de periódicos..................................................................... 201
Anexo 1............................................................................................ 203
Anexo 2............................................................................................ 204
Anexo 3............................................................................................ 205
Anexo 4............................................................................................ 206
Anexo 5............................................................................................ 207
Anexo 6............................................................................................ 208
Anexo 7............................................................................................ 209
Anexo 8............................................................................................ 211
Anexo 9............................................................................................ 212
Anexo 10.......................................................................................... 214
Anexo Fotográfico 1........................................................................ 216
Anexo Fotográfico 2........................................................................ 217
Anexo Fotográfico 3........................................................................ 231
Anexo Fotográfico 4........................................................................ 232
Anexo Fotográfico 5........................................................................ 233
Anexo Fotográfico 6........................................................................ 236
Opiniones y comentarios que merecen ser compartidos.................. 237
Bibliografía...................................................................................... 253

VI
PRESENTACIÓN

Realzar la cultura del Departamento de Tarija desde todos los ángu-


los, es un deber fundamental de todos y cada uno de nosotros los estantes
y habitantes de esta Gloriosa Tierra. El legado familiar y las tradiciones,
constituyen un elemento primordial de este realce que nos lleva a valorar
la herencia rica de nuestros ancestros que han constituido la historia tem-
prana de Tarija.
Nos encontramos en un momento de cambio trascendental en la cons-
trucción de un Nuevo Tiempo para Tarija, un nuevo tiempo de progreso y
desarrollo, donde necesariamente debemos nutrirnos de la cultura, de nues-
tras tradiciones y costumbres, para tener una visión amplia y objetiva del
futuro de nuestro Departamento, en aras de construir una realidad objetiva
que nos lleve al Departamento del Bienestar.
Pedro Paputsakis Flores, nos presenta hechos históricos inéditos que
fueron parte de la construcción de nuestro pueblo y al mismo tiempo nos
envuelve en sus vivencias llenas de emociones profundas.
Como gobernador del Departamento Autónomo de Tarija, felicito a
Pedro Paputsakis Flores por este emprendimiento literario, que sin duda
alguna será de mucho aporte para la construcción de una pequeña parte de
la memoria de Tarija.

Adrian Oliva Alcázar


GOBERNADOR DEL DEPARTAMENTO DE TARIJA

1
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Una vez agotada la primera edición del libro El Precio de la Libertad


que se puso en consideración de la opinión pública en octubre de 2010
hoy me permito entregar nuevamente esta historia de los hechos que han
ocurrido en Bolivia, referida a una historia personal que me ha tocado vi-
vir. Sin embargo, aclaro que esta segunda edición se refiere al mismo libro
que ha sido revisado, actualizado y enriquecido con algunos datos incor-
porados sobre los mismos acontecimientos, siempre con la esperanza que
pueda contribuir al esclarecimiento y por qué no al conocimiento de todo
lo que ha ocurrido en aquellas épocas duras de dictadura militar, cuando
no se admitía pensar diferente, cuando no se podía hablar, no se podía
adoptar ninguna posición política porque se era tildado de “extremista” y
cuando las personas que no comulgaban con el gobierno de turno, vivían
en completa incertidumbre. Épocas en la que los mejore hijos de la patria
eran perseguidos, encarcelados sin proceso o eran asesinados sin que na-
die explicara o investigara sobre tales crímenes que diariamente sucedían.
Es así que estudiantes, docentes universitarios, maestros, trabajadores mi-
neros, fabriles, gremiales, campesinos, profesionales, hombres y mujeres

3
soportaron la persecución, el apresamiento, el destierro y hasta la muerte.
Sin duda que los jóvenes han aportado apenas con un granito de arena, pero
con mucho esfuerzo y valentía, en el inmenso trabajo que significó la lucha
contra la tiranía y por la instauración de la democracia.
Los relatos contenidos en estas páginas, tienen el objetivo de no dejar
en el olvido e impunidad a aquellos gobernantes que provocaron tanto daño
contra el país y su gente; hechos que quedarán impresos en mi vida como
huellas indelebles, y en la vida cientos de bolivianos, que soportaron tanto
dolor y humillaciones, pero también los han constatado en la práctica, que
no hay poder que dure eternamente, y que si cometieron actos violatorios a
los derechos humanos tendrán que pagar tarde o temprano.
También es mi deseo infundir valor a las nuevas generaciones para que
sigan luchen siempre por la democracia y la libertad para no permitir que
nuevos tiranos que a nombre del pueblo y de la pobreza pretendan pisotear
los principios elementales del derecho y las libertades y garantías estable-
cidas en la Constitución Política del Estado.
Aprovecho para agradecer al Gobernador Adrián Oliva quien, a través
de la dirección de Cultura, han permitido que estas memorias nuevamente
salgan a luz, sin cuya ayuda no hubiera sido posible esta nueva edición.

El Autor

4
LAS PRIMERAS NOTICIAS
DEL GOLPE MILITAR

El gobierno del general Juan José Torres inició su gestión con un mar-
cado tono populista que escuchaba o atendía las aspiraciones del pueblo: se
respetaba la libertad de prensa, la libre opinión y expresión, el derecho de
los trabajadores a organizarse, el pueblo podía manifestarse de diferentes
formas, sin ser reprimido.
El General Torres fue un Presidente que trató de ayudar a los sectores
populares, pero al transcurrir unos 10 meses de su mandato, los mismos
sectores populares comenzaron a exigir al gobierno que avance más, a tra-
vés de medidas o políticas en favor de éstos. Este hecho produjo inestabili-
dad en las esferas más altas del gobierno y también causó preocupación en
la burguesía nacional e internacional, que empezó a tocar las puertas de los
cuarteles. Juan José Torres, quien ocupó la presidencia de la república en
1970 si bien contaba con el apoyo de un amplio sector popular y parte del
ejército se vio sometido a presiones por un lado del movimiento sindical y
de la derecha que se oponía a la izquierda sindical.
De esta manera, los sectores más reaccionarios de las fuerzas armadas
comenzaron a planear cómo poner fin al régimen del General J.J. Torres.
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Por su parte, los trabajadores de las minas estatales entraron en contacto


con otros sectores de trabajadores como los fabriles, gremiales agrupados
en la Central Obrera Boliviana COB, para dar lugar a la creación de la
Asamblea Popular que inauguró sus actividades el 16 de agosto de 1971,
como una respuesta a los preparativos golpistas. Esta asamblea buscaba
remplazar al parlamento boliviano, con un organismo igual que el Sóviet
Supremo instaurado después de la gran Revolución de Octubre cuando el
pueblo ruso en Asamblea decidía su destino.
Lógicamente que la Asamblea Popular Boliviana tenía otras caracte-
rísticas ya que sus decisiones podían o no ser aceptadas por el Presidente
de la República, sus decisiones no tenían un carácter coercitivo definitivo
ya que no contaba con el poder de un Ejército Popular que haga cumplir
dichas resoluciones. Sin embargo, los sectores radicales de la Izquierda
Trotskista, seguían presionando para que se tomen medidas más radicales.
En este clima de radicalización de las posiciones, se reunió un sector
de la población paceña en el Parlamento Nacional, donde eligieron como
delegados ante la Asamblea Popular a los principales dirigentes laborales.
Los dirigentes del interior del país tenían la misión de organizar en to-
dos los departamentos las respectivas Asambleas Populares a la cabeza de
las Centrales Obreras Departamentales. En esos momentos, en Tarija, yo
formaba parte del Directorio de la Central Obrera Departamental como Se-
cretario de Organización, cargo al que accedí en mi condición de delegado
de la FUL. Cumpliendo el mandato de nuestro máximo organismo la COB,
procedimos a organizar la Asamblea Popular en Tarija, principalmente con
el apoyo de la FUL, de los trabajadores fabriles, de los trabajadores de los
Ingenios Azucareros de Bermejo y de otras organizaciones de trabajadores
existentes en nuestro departamento.
El primer día de funcionamiento de la Asamblea Popular, transcurrió
con normalidad; el segundo día, cuando nos encontrábamos en la etapa de
la aprobación de credenciales, recibimos noticias inquietantes desde San-
ta Cruz, que aseguraban que se había producido un levantamiento militar
cuyo líder máximo era el Coronel Banzer, pero éste ya había sido tomado
preso por el gobierno y estaba siendo trasladado a ciudad de La Paz.
Como existía una fuerte resistencia al golpe militar, no había la segu-
ridad que los sectores golpistas logren su objetivo porque el pueblo res-

6
El precio de la libertad

paldaba al General Juan José Torres; sin embargo, la Asamblea Popular


empezó a funcionar en un clima de gran tensión que se tornaba cada vez
más denso, con características dramáticas, pues para probar que el pueblo
podía decidir su destino, se consiguieron algunas armas viejas como dos
ametralladoras rusos Brno que fueron colocadas al frente, en el palco del
salón de la COD, en la mesa donde se sentaban los que presidían la Asam-
blea, para que todos pudieran verlas y así demostrar que se tenía la fuerza
y las armas para defender lo que se había conseguido, respaldando al régi-
men de Juan José Torres.
Como seguían llegando más noticias desde la sede del gobierno so-
bre el golpe de Estado, se procedió a organizar la defensa por parte de la
Asamblea Popular. Fui nombrado responsable o encargado de organizar la
resistencia contra el golpe militar, por lo que tomamos contacto con algu-
nas instituciones tarijeñas. Por su parte, los golpistas también empezaron a
organizarse en torno a sectores fascistas de cada departamento.
Algunos grupos de la llamada Juventud Tarijeñista dieron respaldo pú-
blico al Golpe Militar, situación que a los dirigentes laborales no les preo-
cupaba, porque tenían la seguridad que el pueblo en torno a su Asamblea
Popular podría vencer a los fascistas que eran muy pocos, porque si la
lucha permanecía en el marco de los civiles fácilmente les podíamos ven-
cer, porque mientras los derechistas tenían el apoyo de algunas familias
conocidas, la Asamblea Popular tenían el apoyo del pueblo trabajador que
estaba cansado de tanta prepotencia de los grupos de poder que sembraban
el terror en la ciudad, enarbolando un falso regionalismo y cometiendo una
serie de atropellos contra la gente llegada del interior del país.

7
COMPAÑERISMO, RESISTENCIA
Y VALENTÍA

A la vez que se organizó la defensa de la Asamblea Popular y del régi-


men vigente, también los partidos políticos de izquierda se sumaron a la
defensa del gobierno del General Juan José Torres.
El Partido Comunista Marxista Leninista, encabezado por Oscar Za-
mora Medinaceli, también inició sus actividades de defensa; se reunió
el secretariado del partido aprobando sumarse a la defensa del régimen,
movilizando a todos sus cuadros para que asuman una actitud de defensa
cooperando con todas las organizaciones populares con las que tenía muy
buenas relaciones, la organización en células permitía comunicarnos rápi-
damente ya que sólo se avisaba al responsable de una célula y éste rápida-
mente comunicaba a los demás componentes, este sistema de organización
celular también nos sirvió para soportar la represión, todos los componen-
tes del partido sabían que tenían la obligación de guardar silencio un tiem-
po prudencial hasta permitir que el partido reorganice todo lo que podía
saber el compañero apresado para que la información que podía dar con la
tortura no resulte tan traumática.
Por ejemplo, yo conocía muchos nombres, pero una vez apresado y
Pedro PAPUTSAKIS Flores

sometido a interminables noches de torturas me mantuve firme evitando


que lograran arrancarme alguna declaración que pudiera perjudicar a algún
compañero o que pueda poner en riesgo los bienes del partido que fueron
confiados a mi cuidado, nada fue entregado ni vendido al enemigo.
Se organizó la guardia con los delegados de los trabajadores, con armas
de poca capacidad de fuego, como ser rifles, escopetas, distribuidos con
responsabilidades en diferentes puntos estratégicos de la ciudad como, por
ejemplo: la Prefectura, la Universidad, la Alcaldía, la Federación de Fa-
briles, la Central Obrera Departamental, etc.; sin embargo, en horas de la
noche se anunció que el ejército estaba saliendo de sus cuarteles rumbo a
la ciudad en apoyo a los grupos golpistas.
Mediante una operación planificada y organizada, los militares se co-
locaron a lo largo de la avenida Costanera o Las Américas y después las
escuadras entraban por cada una de las calles hacia el centro de la ciu-
dad, fuertemente armados con armas de grueso calibre como ser: morteros,
ametralladoras punto cincuenta, armas de guerra. Estas armas eran utiliza-
das no para defender las fronteras sino para asesinar a los que no estén de
lado del golpe militar.
La dirigencia de la Central Obrera tomó la decisión de retirarse orga-
nizadamente porque se veía que hacer frente a esta avalancha de las fuer-
zas fascistas era imposible. Por tal motivo, en algunas movilidades de la
universidad y otras puestas a nuestra disposición, desde la Federación de
Fabriles procedimos a retirarnos hacia la zona de Lourdes donde mi her-
mano Constantino tenía una ladrillera; llegamos al lugar unos 30 jóvenes
y luego de reunirnos tomamos la decisión que en el transcurso de la noche
fueran retornando hacia la ciudad de manera dispersa, mientras que junto a
mi hermano Constantino y Rómulo Domínguez, que era el otro Secretario
Ejecutivo de la Federación de Universitaria Local FUL, nos quedamos ahí
para analizar la situación y decidir qué hacer en esas circunstancias. No-
sotros éramos los dirigentes más identificados por los sectores golpistas.
Recibimos la noticia que la ciudad había sido tomada por los golpistas,
que apresaron a algunos dirigentes y que la universidad había sido tomada
con armas, pero que posteriormente se habían retirado los golpistas y que
los jóvenes universitarios estaban reclamando la presencia de sus dirigen-
tes y como nosotros éramos ejecutivos de la FUL, tomamos la decisión de

10
El precio de la libertad

volver a la ciudad a responder ante la asamblea universitaria que había sido


convocada.
Decidimos que mi hermano Constantino debía ir a la ciudad a traer una
movilidad (un taxi), mientras nosotros esperaríamos en la plaza de la Villa
Abaroa, que en esa época era una zona alejada del centro de la ciudad, para
abordar el mismo y asistir a la Asamblea Universitaria.
De ese modo llegamos por la Quebrada del Huaico (ahora desapareci-
da), hasta las inmediaciones de la Plaza de Villa Abaroa, esperamos un rato
allí, pero como no llegaba mi hermano entramos a la escuela José Manuel
Ávila; al cruzar la calle de la plaza de Villa Abaroa, algún mal vecino nos
vio y nos denunció ante las fuerzas represoras del ejército, que ya nos an-
daban buscando por toda la ciudad, porque éramos considerados elementos
muy peligrosos.
Mi hermano llegó con el automóvil y cuando nos preparábamos para
salir, cientos de militares uniformados entraron por el portón y rápidamen-
te nos rodearon, gritando desde los muros de cerramiento de la escuela,
intimándonos a rendirnos.
De esta manera fuimos apresados en la Escuelita de Villa Abaroa el 19
de Agosto de 1971. Con las manos en la nuca, con gran impotencia pero
con dignidad caminamos rodeados de militares apuntándonos con armas
de guerra, bajo las miradas conmovidas de los vecinos, durante nuestra
larga caminata desde la Escuela José Manuel Ávila de Villa Abaroa hasta la
Plaza Luis de Fuentes fuimos obligados a caminar a golpes, a culatazos y a
patadas por los “valientes” que con la fuerza de las armas, desde este punto
del país se sumaban a los aprestos golpistas. Como la ciudad estaba sitiada
por los militares fuertemente armados, la gente ya no podía expresar lo
que sentía. A nuestro paso los vecinos alertados por los disparos al aire
que hacían los golpistas salían de sus casas y corrían a las esquinas donde
se reunían cada vez más y más, pero cuando intentaban aproximarse para
vernos, los militares hacían disparos de sus armas con el fin de dispersar o
atemorizar a la gente. De esta manera, fuimos apresados y conducidos por
las calles.
Éramos tres jóvenes: Rómulo Domínguez, mi hermano Constantino
Paputsakis y yo, Pedro Paputsakis; en nuestro largo caminar, recibimos
muchas muestras de afecto y de apoyo moral a través de las miradas de la

11
Pedro PAPUTSAKIS Flores

gente que a veces se animaba a gritar: ¡Viva la democracia! ¡Viva el pue-


blo!, ¡Muera la dictadura!; sin embargo, estos gritos de repudio al golpe
militar eran respondidos con disparos al aire para amedrentar y atemorizar
al pueblo.
Cuando llegamos a la plaza principal, ésta estaba llena de militares
fuertemente armados. Al llegar a la esquina del Club Social, nos pararon
antes de ingresar a las oficinas del DOP (donde hoy funciona el Honorable
Concejo Municipal); allí, frente a los militares y la gente que se encontraba
reunida, como una muestra de la fuerza y poder de los golpistas, procedie-
ron a golpearnos y a ultrajarnos públicamente.
Éramos tres jóvenes desprotegidos, con las manos vacías en total esta-
do de indefensión física, no sólo por la debilidad por los golpes recibidos
desde el momento que fuimos apresados, sino por la amenaza de las armas
de guerra con las que nos apuntaban.
Sin duda que todos los golpistas se creían valientes, porque estaban
armados, porque tenía detrás todo un ejército y algunos jóvenes llamados
tarijeñistas, uno de ellos el conocido Gringo Limón se acercó y me dio una
patada en la canilla, a lo que yo reaccioné escupiéndole en la cara.
Si bien yo me encontraba en desventaja, privado de libertad y amena-
zado por un contingente de militares armados, fui capaz de mantener la
dignidad férrea que me legaron mis padres y mis antepasados; además,
porque estaba armado ideológicamente y no tenía miedo a las dificultades
ni a las armas, porque siempre nuestra lucha fue para lograr mejores con-
diciones de vida para los hombres y mujeres de la ciudad y del campo; lu-
char siempre por la libertad y la democracia para todos, para acabar con el
hambre y la miseria de las mayorías, pero sobre todo, acabar con el abuso
y la prepotencia que a diario se cometía contra el pueblo.
En esas circunstancias adversas en las que nos encontrábamos, golpea-
dos y humillados, yo consideraba que era apenas un accidente en el camino,
porque mi decisión seguía firme: seguir luchando ahora contra la dictadura
militar que aún no se había consolidado, ésta fue mi decisión y considero
que lo mismo ocurrió con mis compañeros: tomar con valentía los ultrajes
e infundir esperanza a nuestro pueblo para que no se vea derrotado y sobre
todo mostrar que sus dirigentes no estaban aniquilados o amedrentados,
sino que estaban firmes, pese a que estábamos ensangrentados, adoloridos
por los golpes recibidos.

12
El precio de la libertad

Si bien los golpistas tenían superioridad militar, ese momento era un


hecho eventual, porque en los departamentos de La Paz, Cochabamba,
Oruro y Potosí los mineros, dirigentes sindicales y el gobierno seguían
resistiendo y llamando a la resistencia contra el golpe militar.
Después de recibir tantos golpes de puñetes, patadas y culatazos, ba-
ñados en sangre, con la garganta seca, el corazón oprimido por el dolor
y la impotencia, aun qué hoy parezca un cuento nos hicieron dar vueltas
alrededor de la plaza Luis de Fuentes al trote con las manos en la nuca, a
fuerza de golpes y gritos, como queriendo mostrar su poderío y además
para escarmentar a los que intentaran levantar la voz, pero nosotros no
desmayamos, pese a los fuertes golpes de puño, a los culatazos, al dolor
por tanta violencia recibida.
A lo largo de estos hechos ocurridos pudimos palpar el odio, el rencor
que sentían los militares y los pocos civiles que los apoyaban, al hacer un
recorrido por el camino de mi memoria, hasta parecerían una exageración
estos recuerdos; sin embargo, son hechos que se dieron en nuestra sociedad
y todavía hoy, muchos tarijeños los recuerdan, porque fueron actos públi-
cos cometidos por miembros del Ejército Nacional y por civiles conocidos
en contra de tres jóvenes tarijeños. Después estos hechos se repitieron en
contra de miles de bolivianos y bolivianas que pensaban diferente.
El resentimiento y el odio expresado por personas que circunstancial-
mente se consideran con el poder en las manos, lejos de acobardarnos nos
daban fuerzas y nos mostraban lo justo que era nuestra lucha porque, como
decía antes, teníamos la firme decisión de soportar todos los vejámenes,
porque no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista, creíamos
que era posible que el pueblo reaccione y retome el poder para seguir con-
siguiendo justas reivindicaciones, porque creíamos en el cambio y está-
bamos dispuestos a dar la vida por ese cambio; además, las muestras de
solidaridad de la gente nos daban fuerzas para soportar todos los ultrajes.
Luego de estos actos de violencia pública cometidos contra nuestras
personas, nos metieron en improvisadas celdas del DOP (Departamento
de Orden Político), donde con más furia y saña que nunca, nos golpearon
con los puños hasta bañarnos en sangre, sin tener ya en esos ambientes, la
molestia de la gente que nos acompañaba por las calles. Allí la jauría ar-
mada actuó con mayor salvajismo sin que el pueblo pudiera clamar piedad

13
Pedro PAPUTSAKIS Flores

para esos tres seres humanos que estaban siendo ultrajados; sin embargo,
en ningún momento nos rendimos, simplemente decidimos aguantar las
consecuencias a las que estábamos expuestos por pensar en los cambios
sociales que necesitaba nuestro pueblo y sobre todo en la libertad de pen-
samiento.
Posteriormente, nos pusieron de plantón y nos golpearon con los fusi-
les. Entre aquellas personas que nos torturaban, pude identificar al Cnel.
Carlos Mena Burgos, Cnel. Carlos Montero, Cnel. Freddy Ortuño, Cnel.
Ramiro Ayo, el Mayor Hugo Toro que me dio un puñetazo de frente en la
nariz al momento de decir: -así que tú eres el extremista Paputsakis; estaba
también el Cnel. Bernardo Maldonado y otros que hoy ya no recuerdo,
pero que con gusto y sin piedad, descargaron toda su furia sobre nuestros
cuerpos ya desfallecientes por tantos golpes de puño y culatazos, además
de los atropellos a nuestra dignidad con palabras irreproducibles. Todo esto
lo hacían delante de los agentes del DOP algunos de los cuales, en la actua-
lidad, fungen de amigos pero que en el momento de la prueba se portaron
como vulgares cobardes.
Contra ellos, contra mis torturadores no he alimentado ningún afán de
odio, de resentimiento o de venganza, sino por mi infinita lealtad con la
verdad. A través de estas páginas, me permito hacer conocer estos hechos
para que nunca más se repitan.
Rómulo Domínguez, Constantino Paputsakis y yo fuimos los más mal-
tratados, tanto que cuando nos golpeaban con las culatas de las armas en
nuestro cuerpo, uno de los cabecillas de la juventud golpista de esa época,
el Gringo Limón, exclamó: -¡así no!, ¡así no! ¡A puñetes y a patadas sá-
quenles la mierda, pero así no les peguen! Después de decir estas palabras
fue sacado del lugar, (es bueno decir que años después estuvimos juntos
en la lucha por la Autonomía). Como resultado de tal agresión, Rómulo
Domínguez resultó con tres costillas rotas, mi hermano Constantino Paput-
sakis escupía sangre porque por los fuertes golpes y patadas recibidas en la
espalda le que generaron lesiones y afecciones pulmonares, mientras que
yo, pese a los fuertes golpes, sólo tenía hematomas y excoriaciones en todo
el cuerpo, no había un centímetro que no se encontrase verde o morado,
pero con la suerte de no tener ninguna lesión interna de gravedad.
En otros puntos de la ciudad también los que apoyaban al golpe mili-

14
El precio de la libertad

tar salieron a las calles con parlantes a llamar a la población para que se
revelen contra el gobierno del General Torres, como fue el caso de la Sra.
Aurora de Delgadillo que con un auto y un parlante recorría todas las calles
de la ciudad alentando a la población a liquidar a los extremistas.
La dictadura militar, que toma por la fuerza de las armas el control
del Gobierno el 21 de agosto de 1971, logró quitarnos todas las libertades
ciudadanas y conculcar los derechos fundamentales. Era común que se pi-
sotearan las leyes, se violaran los tratados internacionales sobre derechos
humanos, el asilo y el refugio, porque no se respetaba la Constitución Polí-
tica del Estado. La libertad no era algo con lo que se nacía sino algo por
lo que se moría.

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FUSILAMIENTO EN
LA PLAZA LUIS DE FUENTES

El gobierno nacional de J.J. Torres había develado los aprestos de un


golpe militar. El movimiento para derrocar al gobierno sería iniciado en
Santa Cruz, por lo que los organismos de seguridad practicaron varias de-
tenciones, entre los que se encontraba el Coronel Hugo Banzer Suárez1.
Nosotros nos encontrábamos presos en las dependencias del DOP; el
golpe aún no se había consolidado, puesto que seguían los enfrentamien-
tos en los departamentos que se habían sumado al golpe y fue allí cuando
el Coronel Hugo Toro se nos acercó y nos leyó un comunicado listo para
ser publicado en los medios de comunicación de circulación nacional. En
dicho comunicado los militares golpistas de Tarija daban al General Juan
José Torres un plazo hasta las 5 de la mañana del día 21 de agosto para

1 Ver recorte de periódico Presencia del 20 de agosto de 1971. ANEXO 1


Pedro PAPUTSAKIS Flores

que ponga en libertad al Coronel Banzer Suárez; caso contrario, decía el


comunicado, “los extremistas detenidos en Tarija serán fusilados en la pla-
za principal”. Los presos en ese momento éramos: Rómulo Domínguez,
Constantino Paputsakis, Herminio Guerrero, Ricardo Millán de la Oliva,
Carlos Pozo Valdez, Domingo Aguirre, Alberto Rivera Reharte (pulga),
Víctor Arequipa y mi persona Pedro Paputsakis Flores2.
Este comunicado difundido también por la radio, cayó como un balde
de agua fría sobre las cabezas de nuestros familiares que se trasladaron a la
plaza para permanecer en ella haciendo vigilia, para tratar de evitar nuestra
probable ejecución.
El fusilamiento era inminente, pasábamos ya nuestras ultimas horas
cuando el Obispo de la ciudad, Monseñor Juan Nicolai, nos visitó para dar-
nos la extrema unción, nos dijo que tuviéramos fe, que el señor perdonaría
todos nuestros pecados, que en el cielo encontraríamos la paz y la justicia
que no encontramos en la tierra, que perdonáramos a nuestros enemigos y
a los que nos hacen el mal y que vayamos tranquilos al más allá.
Para nuestra sorpresa El Gral. Torres, en respuesta a las terribles noti-
cias que llegaban de Tarija y de Radio Grigotá, en un breve mensaje a la
nación comunicó que para evitar hechos de sangre en la ciudad de Tarija
se dispone la libertad del Coronel Banzer, quien es liberado a las 3 de la
mañana en la ciudad de La Paz, donde había sido trasladado preso desde la
ciudad de Santa Cruz.
Los militares golpistas entraron en nuestra celda y nos dijeron: -comu-
nistas de mierda se salvaron porque a las 5 de la mañana los íbamos a
fusilar si no largaban a nuestro líder.
Estos hechos verdaderamente han ocurrido, son reales y forman parte
de la historia de Tarija: hace poco tiempo atrás, al revisar unos periódicos,
incrédulo pude constatar que en el periódico Presencia del domingo 22 de
Agosto de 1971, se había publicado una nota en la que se anunciaba que:
“Radio Nacional de Cochabamba a las 1 y 15 de esta madrugada retrans-

2 Ver recorte de periódico Presencia del 21 de agosto de 1971. ANEXO 2

18
El precio de la libertad

mitió un mensaje procedente de Tarija que textualmente dice: -Si nuestro


líder el Cnel. Hugo Banzer Suárez, no nos habla en persona desde La Paz
a todo el país hasta la hora 5 de este domingo, en la plaza principal de
Tarija serán fusilados los extremistas rojos capturados y al mismo tiempo
fusilaremos a todo elemento de filiación comunista. Firma el mensaje el
Myr. Hugo Toro, a nombre del Estado Mayor de Tarija3.
El 21 de agosto de 1971, ya libre, el Coronel Hugo Banzer Suárez apo-
yado desde el exterior por Brasil y la Argentina y desde el interior por parte
del ejército y sectores reaccionarios principalmente de Santa Cruz, llevó a
cabo un golpe de estado civil-militar; Banzer anunciaba: -que actuaba en
nombre del nacionalismo cristiano, para expulsar del país al extremismo
utópico, acabar con un régimen anárquico y depredador y sustituir el caos
por el orden.
Este régimen se caracterizó por ser muy duro. En noviembre del mismo
año se estableció la pena de muerte; en junio de 1972 mediante un Decreto
Ley el gobierno autorizó la detención ilimitada y sin juicio por motivos
políticos; en el año 1974 todos los partidos, sindicatos y reuniones públicas
fueron prohibidas y en el mismo año se llevó a cabo la masacre de Tolata
en Cochabamba, donde varios campesinos fueron asesinados.
El Coronel ascendió a General siendo Presidente, expulsando de su go-
bierno a los civiles que aún quedaban, principalmente del MNR y de la
FSB, que junto con el Coronel Banzer dieron el golpe del 19 de agosto de
1971. De esta manera se transformó en un gobierno enteramente militar,
fue una de las más largas dictaduras en Bolivia.
Cuando ya se había constituido un nuevo gobierno, fui separado de los
demás presos políticos, me llevaron al cuartel del Regimiento Padilla, allí
fui encerrado en una habitación donde nuevamente fui sometido a los ul-
trajes más humillantes por parte de los militares sedientos de sangre. Se me
cortó el pelo (fui piloneado), desocuparon un cuarto que hasta mi llegada
funcionaba como peluquería y allí me encerraron; en ese cuarto vacío con

3 Ver recorte de periódico Presencia del 22 de agosto de 1971. ANEXO 3

19
Pedro PAPUTSAKIS Flores

piso de loza, no había nada, ni siquiera dónde sentarse, no se me permitía


salir ni al baño en el día, porque no querían que ni los soldados me vean.
En el día tenía que orinar en la misma pieza, en la noche cuando los
soldados se iban a sus cuadras después del parte de las 9 de la noche, recién
me sacaban para hacer mis necesidades en el campo raso, con la severa
advertencia que si trataba de escapar se me dispararía a matar.
Me encontraba totalmente ensangrentado, magullado, dolorido, con las
ropas desgarradas y duras por la sangre reseca. No tenía nada en la celda
donde descansar. En las noches llegaban los torturadores y después de en-
capucharme me sacaban del brazo para subirme a un jeep, donde cargaban
palas y picos provocando ruidos a propósito, para que me dé cuenta que
me llevaban a cavar mi propia tumba; esta era la otra forma de violencia
psicológica que utilizaban para hacerme hablar, para delatar a otros com-
pañeros de lucha.
Sólo al cabo de varios años, cuando se reconquistó la democracia, va-
rios soldados que en esa época “servían a la Patria” me dieron nombres
y me contaron que me llevaban donde se juntan el Rio Guadalquivir y la
Quebrada de El Monte, detrás del cuartel del batallón Chorolque, en esa
época reinaba una oscuridad total allí, donde procedían a torturarme al
igual que a otros presos, en esa gran playa donde no vivía nadie en esa
época (hoy todo eso está poblado), por más que gritara con todo el dolor
del alma no había nadie que pudiera escuchar los gritos.
Esos campos son los mudos testigos de tanta violencia, de tanta rabia,
lugares alejados donde se aprovechaba para pegarme y revolcarme a pa-
tadas o golpearme con la culata de la pistola en los huesos del pecho que
me producía dolores terribles e insoportables. El dolor era tan intenso que
llegó un momento en que grité: -¡Mátenme! ¡Mátenme!; más, en respuesta
me respondían con palabras irreproducibles y me decían ¡todavía se hace
el machito este carajo!, o me hacían echar dentro de una zanja que cavaban
los soldados; la tortura no paraba, echaban tierra sobre mi cuerpo, como
queriendo enterrarme vivo y a la vez me pedían nombres, querían hacerme
hablar, querían que entregue a mis compañeros. Me pedían que diga dónde
estaban las armas, donde estaba la documentación y cuáles eran las direc-
ciones de los demás compañeros.
Particularmente, había tomado la firme decisión de perecer antes de

20
El precio de la libertad

entregar algo que se me haya sido confiado, algo que esté bajo mi respon-
sabilidad. Sin duda que esta decisión fue resultado de la lealtad hacia mis
principios, hacia mis compañeros de lucha; que, pese a tanta infamia, no
denuncié a nadie ni entregué nada. Lógicamente esta mi actitud enfurecía
aún más a esos dictadores quienes, también emplearon como torturas psi-
cológicas, los intentos de fusilamiento.
Cierta noche me colocaron contra una vieja pared, tapado con una
frazada y a la orden de: -¡disparen! con el corazón oprimido, los puños
apretados y con una gran entereza y decisión pensaba que había llegado
el momento de dar la vida por la Libertad, y la democracia porque ya ha-
bía soportado todo, creí que estaba preparado para morir sabiendo que las
ideas no se matan y que los ideales que orientaban nuestra vida seguirían
presentes en las mentes de las nuevas generaciones: la libertad, la justicia
social, la democracia que tanto añoramos y por la que tanto habíamos lu-
chado durante tantos años; si bien no habíamos alcanzado nuestros objeti-
vos, no estaba en mi mente convertirme en delator, pese a las interminables
horas de tortura. En esos momentos pensaba que, tenía un hijo y que él se
encargaría de seguir los pasos de su padre, para cumplir el testamento no
escrito que le dejaba, que era el ejemplo.
El día era de encierro, la noche de tortura; en el cuartel estaba todo el
día encerrado para no ser visto; al parecer, según nos enteramos después,
tenían la intención de eliminarme porque me consideraban un enemigo
peligroso de las fuerzas armadas, porque a través de la FUL y la COD
denunciábamos los abusos que cometían en contra de la gente pobre, parti-
cularmente contra los campesinos cuyos animales eran robados para servir
en la mesa de algunos oficiales, quienes ordenaban a los soldados traer un
cordero, un cerdo para lo que les entregaban una piedra como dinero para
comprar.

21
MI MADRE

Después de varios días de encierro e incomunicación, una noche escu-


cho la voz del Teniente Freddy Ortuño, que me decía: -Pedro ha venido tu
mamá, te va hablar por detrás de la puerta. Escucho la voz de mi madre
que me decía: -hijo, ¿cómo estás? La voz de mi madre me llenó de paz y
tranquilidad, pero a la vez una honda emoción que me oprimía la garganta
y el corazón. Saqué fuerzas y le respondí: -estoy bien mamá, sentí la gran
angustia que a ella la embargaba y sus sollozos, porque es duro para cual-
quier madre o familiar saber que sus seres queridos se encuentran privados
de libertad y conculcados sus derechos humanos.
Mi madre desde afuera no podía ver el estado lamentable en que me
encontraba, producto de las sesiones de tortura. Pero luego de un momento
de espera, abrieron la puerta y mi madre entró, sollozando sin poder conte-
ner las lágrimas. Yo me encontraba en un lamentable estado, tenía el rostro
hinchado, mis ropas manchadas de sangre y totalmente desgarradas. Sin
embargo, en medio de la angustia una gran alegría asomó a mi rostro, mi
madre traía en sus brazos a mi pequeño hijo Enver, de apenas dos meses
de edad, él nació el 17 de junio de 1971. No pude contener tanta emoción,
Pedro PAPUTSAKIS Flores

tomé a mi hijito en mis brazos para acariciarle y besarle, me transmitía


tanta ternura que logró transformar esos momentos de sufrimiento en un
momento de tranquilidad y de paz.
La visita de mi madre fue muy importante, ella había constatado que,
pese a todo, yo me encontraba con vida, aunque estaba preso allí en el
cuartel.
Es necesario resaltar que el Teniente Ortuño fue la única persona que
permitió la visita de mi madre. Cuando yo hice el servicio militar él era
mi teniente, por eso cuando me dijo que mi madre me hablaría detrás de la
puerta le reconocí la voz y le pedí por favor que me permita verla y como
un gesto humanitario permitió que entrara a verme.
Aquí quiero hacer un alto en este relato para rendir un homenaje a mi
madre, que hoy ya no está entre nosotros, pero al igual que miles de ma-
dres bolivianas sufrió las consecuencias de la dura represión, porque sus
tres hijos sufrieron la persecución, el apresamiento sin proceso, la tortura
y el exilio. Ella nunca pudo comprender el porqué de tanto odio y rencor
de los nuevos gobernantes. Entre sollozos repetía: -si mis hijos son buenos,
no son ladrones, son trabajadores por qué les tratan así. Miles de madres
bolivianas sufrieron más o igual que mi madre. Esas heroínas anónimas lu-
chadoras por la democracia deambulaban por los cuarteles, por las cárceles
o por el Ministerio del Interior buscando a sus hijos o seres queridos.
Con el coraje que les daba su amor y su cariño supieron enfrentar a
los verdugos, muchas veces soportando humillaciones, gritos o desprecios,
con el único afán de saber el destino de sus familiares o en algunos casos
también para poder recoger el cuerpo sin vida de sus hijos y darles una
cristiana sepultura.
Gloria eterna a esas madres que, con lágrimas en los ojos, firmes mar-
charon para reclamar por los suyos, contribuyendo a lograr la libertad y la
democracia.

24
ALGUNOS HECHOS IMPORTANTES
EN DIAS TRISTES

Después de la visita de mi madre, a la noche siguiente llegó junto con


otro joven oficial, el Teniente Pajita Barrientos, después de saludarme me
dijo en un tono serio: -Mira Pedro, anoche hemos tenido una reunión de
la guarnición y los oficiales jóvenes nos hemos opuesto a que te maten,
porque no queremos derramamiento de sangre, en ese momento sentí un
fuerte impacto; mas, luego sentí un alivio.
Sólo con el transcurso del tiempo comprendí la verdadera dimensión
del problema por el que yo había atravesado: existió la real posibilidad de
ser ejecutado, por eso me mantenían casi oculto en el cuartel, durante el día
nadie, ni los soldados me veían, sólo en la noche me sacaban para llevarme
a torturar a otro lugar más alejado o para hacer mis necesidades biológicas.
Además, de manera general había la instrucción clara de no respetar los
derechos humanos de las personas que estábamos presas, lo que después se
convirtió en una práctica corriente durante todo el período de gobierno mi-
litar. La violación de la Constitución Política del Estado y de los Tratados
Internacionales era común. Los presos políticos podían estar meses y años
sin proceso, totalmente incomunicados y maltratados, sin tomar en cuen-
Pedro PAPUTSAKIS Flores

ta que inclusive durante las guerras internacionales se respetan a los pri-


sioneros. Varios compañeros que estaban presos con nosotros en distintas
cárceles en la Paz, eran sacados de sus celdas para después ser ejecutados.
Las horas pasaban lentamente encerrado en un pequeño cuarto oscuro
habilitado como celda, durante el día permanecía encerrado esperando que
pase el tiempo, pensando en lo que pasaba afuera, en mi familia, en lo que
concluiría esta situación y cuando llegaba la noche en medio del silencio, si
no era torturado, también la soledad se hacía más grande, porque tampoco
podía conciliar el sueño.
A veces dormía sobre un colchón, otras veces sobre el piso frío en pleno
invierno. Que durmiera sobre un colchón dependía del oficial de guardia,
porque como en toda institución, en el ejército también existían oficiales
buenos.
A las ocho de la mañana se producía el cambio de guardia, por lo que
todos los días entraban dos oficiales a mi celda: uno para entregarme y el
otro para recibirme como preso. Cuando el oficial era bueno, éste volvía
para hacerme colocar un colchón en el piso, como una gran concesión y
también en la noche hacía colocar un foco en el cuarto, que era bastante
oscuro; pero si al otro día le tocaba el turno a un oficial tirano, inmediata-
mente ordenaba sacar el colchón y sacar el foco. Entre uno de esos oficiales
tiranos recuerdo al Coronel Jorge Coca Flores, que con gran prepotencia
y “valentía” ordenaba este penoso trabajo a sus soldados, mientras decía:
-¡Estos comunistas no merecen que se les dé nada!
En el Regimiento Padilla me mantuvieron preso unos 15 días que fue-
ron interminables, luego llegó la orden para trasladarme a la cárcel de la
ciudad, pero antes de trasladarme, los oficiales se acomodaron alrededor de
unas gradas que había en el cuartel y al sacarme del cuarto convertido en
mi celda, me llevaron allá donde estaban reunidos los oficiales, ¿para qué?
para insultarme, para gritarme con palabras humillantes. Me recordaban
que como yo les había calificado de “militares brutos”, “que sólo sabían
utilizar la fuerza bruta contra el pueblo que les mantenía con el pago de
sus impuestos”, “Que robaban las ovejas de los campesinos”; claro que en
varias oportunidades, ante denuncias realizadas a la FUL, por hechos que
cometían ciertos militares que hacían quedar mal a su institución, como
miembros de la FUL había reaccionado ante esos abusos defendiendo el

26
El precio de la libertad

respeto de los derechos humanos; las denuncias se hacían a través de la


FUL, porque era una institución representativa que luchaba contra todo
tipo de abusos.
Los militares golpistas se instalaron cómodamente en unas gradas de
madera que había en el patio y querían que yo les dé una clase: cómo
debían tratar al pueblo, esto como reacción a los comunicados de la FUL
que difundíamos, siempre reclamando del mal trato y abuso que cometían
contra el pueblo trabajador. La cosa era en serio, porque colocaron hasta
pizarra y tiza en ese circo para que yo les enseñe cómo debían comportarse
con el pueblo.
Ahora cuando todo ha quedado en el pasado, estos hechos sólo nos
mueven a risa, pero claro que fueron en serio ya que incluso un oficial de
nombre Ramiro Ayo, con revolver en mano me quería obligar a que les
dé las clases; de no haber sido por la oportuna intervención del Coronel
Juan Pérez Tapia, comandante del Regimiento Padilla, las cosas hubieran
llegado a mayores.
Después de este incidente, nuevamente me llevaron a mi celda y más
tarde me trasladaron hasta las oficinas del DOP en la Plaza principal, don-
de me encontré con los demás compañeros: allí estaban Ricardo Millán,
Rómulo Domínguez, mi hermano Constantino Paputsakis, Alberto Rivera,
don Herminio Guerrero, Francisco Figueroa, y otros. Sólo al encontrarme
delante de mis compañeros de infortunio me sentí más tranquilo porque
podíamos conversar y compartir información.
En este centro de detención, los presos políticos teníamos la posibili-
dad de que nuestros familiares nos lleven comida y noticias en forma más
continua. Claro que mi alegría no duró mucho, ya que a los pocos días me
separaron de ellos, llevándome al segundo piso del edificio, donde hoy fun-
ciona la sala de sesiones del H. Concejo Municipal, colocaron a un costado
un banco de la plaza, separándolo con una mampara. Allí me mantenían
oculto durante todo el día, mientras los agentes seguían trabajando en el
resto de la oficina. Muchas veces pude ver pasar a muchos amigos, cerca de
mi lado o de la mampara, aunque ellos no me podían ver; por las noches me
llevaban donde estaba el resto de mis compañeros y mi hermano.
El estar aislado todo el día se recompensaba con mi traslado en las no-
ches, porque la tristeza se convertía en alegría al poder, en esas circunstan-

27
Pedro PAPUTSAKIS Flores

cias, charlar, intercambiar información y darnos ánimo mutuamente.


Existía gran solidaridad entre los presos, entre los que recuerdo por
ejemplo a don Herminio Guerrero, un hombre valiente ligado al autotrans-
porte, que había participado como miembro del Comité de Huelga del Co-
mité Cívico, razón por la que fue detenido y tratado al igual que nosotros,
como “extremista”. Sin embargo, con ese temple de hombre trabajador y
honesto, nos daba ánimo a los jóvenes, apoyo moral sin duda muy impor-
tante. Al igual que otros compañeros de infortunio nos daba fuerzas para
poder soportar momentos tan difíciles. También intervenía oportunamente
cuando los torturadores trataban de humillarnos en medio de ese clima
tenso que se vivía en las oficinas del DOP.
Sea de día o de noche, a cada momento llegaban detenidos, a algunos
les tomaban sus declaraciones y después les ponían en libertad, otros se
quedaban a hacernos compañía. De la misma manera, los activistas del
golpe entraban y salían profiriendo amenazas contra todos los detenidos.
Después de unos días, los presos políticos fuimos enviados a la cárcel
pública, que funcionaba al lado, sobre la calle Sucre, donde realmente la
cosa del trato cambió, porque, aunque nos daban el trato similar a los pre-
sos comunes, era realmente un alivio después de haber estado sometido a
un régimen de terror, totalmente incomunicados y a expensas de las deci-
siones que pudieran tomar nuestros captores.
Allí tuvimos la ocasión de conocer a varios de los presos comunes que
se encontraban cumpliendo condena por delitos muy graves; conocí, por
ejemplo, a un preso que tenía como sobrenombre “Pechito” quien estaba
detenido por haber asesinado a su madre y a su padre, todo el día andaba
con un cuchillo.
El “Pechito”, realmente infundía temor por sus reacciones propias de
una persona con problemas mentales; su conducta no era de una persona
normal, tampoco podía hablar bien, pero allí estaba junto a personas que
habían cometido todo tipo de delitos y también fue nuestro compañero de
prisión.
No todo era negativo, porque, así como atravesamos por momentos
tan terribles, también pasamos por momentos buenos, momentos gratos.
Cierto día nos llamaron a todos los presos políticos al primer patio de la
cárcel pública, donde nos encontramos con una gratísima sorpresa al ver

28
El precio de la libertad

a un amigo muy querido por nosotros; se trataba de un gran intérprete del


Chapaco Alzao: Gilberto Castellanos (Chanca), con una bandeja llena de
empanadas que nos ofrecía a todos, él no era un hombre ligado a la iz-
quierda, pero en esos momentos tan dramáticos, tuvo ese gesto de grandeza
para con sus amigos, sin tomar en cuenta las consecuencias que le podrían
acarrear, porque un gesto de nobleza de esta naturaleza para con los “ex-
tremistas” era muy arriesgado, tomando en cuenta que varias personas en
el resto del país, fueron perseguidas y encarceladas por cosas mucho más
simples. Con su carácter jovial, nos daba ánimos y nos decía: -No se preo-
cupen muchachos ya van a salir.
Así fueron pasando los días en compañía de nuestros compañeros los
presos comunes y los presos políticos. Un día nos avisaron a Rómulo Do-
mínguez, Constantino Paputsakis y a mí que seríamos trasladados a la
ciudad de La Paz, por lo que debíamos avisar a nuestros familiares para
que nos traigan ropa. Lógicamente que esta noticia nos afectó a todos y
comenzamos a hacer las especulaciones más variadas sobre la suerte que
correríamos. La Paz era una ciudad extraña para nosotros, fría, sin parien-
tes cercanos y con difíciles problemas de comunicación.
En aquella época, para comunicarse telefónicamente había que esperar
que haga buen tiempo, los caminos estaban una calamidad y si a esto le
añadimos nuestra condición de presos políticos, realmente no podíamos
imaginar la suerte que correríamos.

29
DE GIRA POR LAS CÁRCELES DE LA PAZ

El día 21 de septiembre después de estar presos más de un mes en Tari-


ja, nos llevaron enmanillados al aeropuerto, allí estaba el avión Fokker que
nos llevaría a la ciudad de La Paz, con escala con la Ciudad de Sucre. El
operativo policial desplegado en todo el aeropuerto fue impactante, como
si se tratara de peligrosos delincuentes, como en las películas; sin embargo,
sólo se trataba de tres jóvenes que cometieron el delito de luchar siempre
por la justicia social, la libertad, el respeto de las personas y sobre todo por
buscar mejores condiciones de vida para nuestro pueblo. Jamás cometimos
ningún delito, ningún acto de terrorismo, sólo pensábamos diferente que
los verdugos de turno.
El operativo era de tal magnitud que asustó a todos los pasajeros, por-
que recuerdo que un señor Seper Meyer se bajó del avión, pedía que se
nos amarre para poder viajar ya que la guardia que nos llevaría le parecía
insuficiente. Pese a todo nos subieron al avión, allí nos encontramos con
los señores Dr. Edgar Ortiz Lema y el Lic. Jaime Antonio Castellanos, que
iban también a La Paz con diferentes motivos, ellos fueron posesionados
como Rector y Vicerrector de la Universidad Autónoma Juan Misael Sara-
Pedro PAPUTSAKIS Flores

cho4, que estaba intervenida, mientras los dirigentes universitarios estába-


mos convertidos en presos o perseguidos políticos.
Cuando el avión partió sentí una pena inmensa al dejar a nuestra queri-
da Tarija, con sus techos polvorientos y sus calles sencillas, la mayoría de
tierra, pero era nuestra.
El avión hizo una escala técnica en la ciudad de Sucre, donde entre
los pasajeros subió el Coronel Mario Vargas que era uno de los cabecillas
del golpe ya que después ocupó varios cargos importantes en el gobierno
dictatorial del Coronel Banzer, dirigiéndose a nosotros con voz severa nos
dijo: -¡Ya han hablado todo? ¡y si no lo hicieron, en la Paz van a cantar
todo! estas palabras nos preocuparon bastante ya que venían de un oficial
de alta graduación. El avión levantó vuelo rumbo a la ciudad de la Paz.
Minutos más tarde el hijo del Coronel Vargas se acercó hasta nuestros
asientos para entregarnos una botella de Coca Cola con su mirada tierna de
niño inocente, el vuelo continuó y llegamos a la ciudad de La Paz.
Mi madre, incansable mujer luchadora, ya había buscado algunos con-
tactos en La Paz; tomó contacto con una prima; hija de un primo de mi pa-
dre con quien llegó desde Grecia pero con quien perdió contacto, sabíamos
que estaban en la Paz pero no teníamos ninguna comunicación; mi madre
buscó contactarse y lo consiguió. Al bajar del avión, Constantino y yo tuvi-
mos la suerte de conocer a un sobrino que nos esperaba en el Aeropuerto,
un jovenzuelo de nombre Edwin Pérez Paputsachis, que tenía la misión de
ver dónde nos llevaban, ya que teníamos temor que nos hagan desaparecer
en el camino. A él le entregamos nuestras “cosas de valor”: reloj y algunos
cuantos pesos que puso en nuestras manos nuestra madre al momento de
partir. La entrega sin duda fue un pretexto para que después él nos lo lleve
o nos devuelva una vez ubicados en algún penal.
Edwin Pérez era apenas un niño, valiente y decidido, que fue un apoyo
invalorable. Era el único nexo que teníamos con nuestros familiares.
Después de bajar del avión, los represores bien armados nos condujeron

4 Ver recorte de periódico Presencia del 25 de agosto de 1971. ANEXO 4

32
El precio de la libertad

hasta una movilidad que nos llevó hasta el Cuartel Bolívar, ubicado en El
Alto.
Temerosos ingresamos al interior por un largo callejón, nos condujeron
hasta el tercer piso del edificio donde había 10 o 12 celdas, 6 a cada lado
con un pasillo de un metro de ancho con puertas de fierro, las celdas tenían
una mirilla en la parte superior que era abierta por los guardias desde afue-
ra, solo servían para poder mirar adentro. En la parte inferior estas puertas
tenían un rectángulo de 10 centímetros por 30 que servía para meter los
platos de comida. La celda era de 3 por 4 metros, no tenían inodoro, aun-
que sí tenía un lavamanos, celda especial para tener a los presos sin salir
por un largo tiempo o tiempo indeterminado. Se decía que era una prisión
militar, pero en aquel momento no había ninguno, solo presos políticos.
Al día siguiente fuimos trasladados a un ambiente grande, de unos 15 x
15 metros donde había muchos presos políticos de todo el país, nos dieron
un lugar donde extendimos nuestras frazadas sobre el piso. Ahí dormimos
varias noches hasta que nuestro querido sobrino Edwin Pérez Paputsachis,
con mucha dificultad nos hizo llegar unas “payasas” que fueron compradas
por nuestros familiares de La Paz.
Las payasas muy conocidas y usadas en las cárceles, eran colchones
de paja, hechos con tela de yute. Dormir sobre la payasa era mucho mejor
que dormir sobre loza fría en pleno invierno, como lo habíamos hecho los
primeros días de prisión.
En esta cárcel tuve la oportunidad de conocer a varios amigos; además,
nos encontramos con varios tarijeños que nos recibieron con mucho cariño,
ya que estaban enterados que estuvimos a punto de ser fusilados en la Plaza
el 20 de agosto, si el gobierno de J.J. Torres no ponía en libertad al Coronel
Banzer Suárez.
Tuve la suerte de conocer al capitán de policía José Gonzalo Reyes;
uno de los mártires de la democracia, asesinado por la dictadura militar
de García Meza el 15 de enero del 1981 en la Calle Harrington junto a un
prominente grupo de dirigentes del MIR cuando se encontraban en una re-
unión. Mi homenaje a estos mártires que ofrendaron sus vidas en su lucha
por reconquistar la libertad y la democracia.
En el cuartel Bolívar no nos torturaban, pero el trato era muy riguroso,
sólo nos sacaban una o dos horas al día para tomar sol y hacer nuestras

33
Pedro PAPUTSAKIS Flores

necesidades vitales; los baños estaban bastante lejos del lugar donde dor-
míamos y como había varios grupos de presos, teníamos que hacer turnos,
unos salían y otros entraban a las celdas.
En las noches, como baño usábamos un medio turril para orinar y todos
los días dicho turril era sacado por los mismos presos, bajar las gradas con
el turril para botar la orina acumulada era una tarea muy difícil que tenía-
mos que realizar.
Recuerdo que cierto día cuando bajábamos el turril con el compañe-
ro Ricardo Millán de la Oliva, nos encontramos en las gradas con el Co-
mandante del Regimiento Bolívar, Millán era conocido como cabo Millán
porque había hecho el servicio militar en ese Cuartel y había salido con
ese grado. Así se había presentado y de esa manera, todos le decían cabo
Millán. En esas circunstancias el Comandante le preguntó; -cabo Millán
¿cómo está? a lo que Millán respondió, -¡Firme en la lucha mi Comandan-
te, dispuesto a seguir luchando por la patria que se encuentra humillada
y ultrajada!, el Coronel lo miró y esbozo una sonrisa y siguió su camino.
Ricardo Millán de la Oliva, era un hombre muy interesante, él había sido
trasladado de Tarija donde vivía, trabajaba en la Caja de Seguridad Social,
era dirigente sindical de dicha institución y además era dirigente de la Cen-
tral Obrera Departamental.
Como un acto de repudio a su detención, Millán se dejó crecer la barba
y el pelo, además tenía puesto un sobretodo que no se lo sacaba nunca ni
para lavarlo. Los militares hasta sacaron una resolución para obligarle a
cortarse el pelo y la barba y para lavar su sobretodo. Esta resolución con-
sistía en no permitirle recibir visitas hasta que cumpliera con estas tres
tareas, pero como Millán no se cortaba la barba ni el pelo y menos lavaba
su ropa, el día de visitas no podía recibir a sus familiares o amigos. Es así
que Millán, que era un hombre alto y delgado, levantando y agitando las
manos, cuando vio que su hermana se estaba acercando al cuartel, se dio
mañas para gritarle a voz en cuello: -¡Hermana! ¡Ándate nomás! ¡Anda y
denuncia a la prensa que no me permiten verte y que están violando mis
derechos constitucionales!
Este fue un acto de protesta de mucha valentía, porque casi nadie se
animaba a hablar inclusive en voz alta por la respuesta bruta que pudieran
dar los captores. En el caso de nuestro amigo Millán, las represalias no tar-

34
El precio de la libertad

daban en llegar, fue encerrado en las celdas de castigo, en total aislamiento


por varios días.
Es de destacar que este gesto nos sirvió a todos porque nos permitió
ver que podíamos alzar la voz y protestar inclusive desde la misma cárcel.
Nuestra vida en la cárcel transcurría y casi todos los días nuevos com-
pañeros llegaban desde diferentes lugares del país. Un día llegó de Tarija,
Panchito Figueroa, un hombre que había llegado a ser secretario ejecutivo
de la COB gracias a su gran decisión de trabajar por los demás, lo encerra-
ron en nuestra celda y esto nos permitió recibir noticias frescas de nuestra
querida Tarija. Nos pasábamos horas enteras charlando de nuestros amigos
comunes, después en las noches con la luz de una vela, nos poníamos a ju-
gar cartas. En la celda no había luz, ni siquiera eso había en estos cuarteles
del ejército.
Un día mirando desde la ventana de la improvisada celda que se en-
contraba en el tercer piso, en el patio del cuartel descubrí la figura de un
hombre muy querido por mi persona: era don Edgar Ávila Echazú, un co-
nocido hombre de letras, de reconocida trayectoria en Tarija, quien había
publicado varios libros; sin embargo, la dictadura que había conculcado
todas las libertades y los derechos fundamentales, no podía permitir que
un hombre de ideas avanzadas pudiera seguir caminando por la calle. Don
Edgar, como yo lo llamaba, era Alcalde Municipal de Tarija, había sido
apresado y después trasladado a la sede de gobierno en calidad de preso
político y lógicamente también como “extremista”.
Busqué la forma para hablar con Edgar ya que él salía a tomar sol con
otro grupo, hasta que por fin nos encontramos, nos contó de la brutal repre-
sión que se ejercitaba en Tarija, nos dio detalles de algunas personas que
habían sido detenidas. Logramos charlar en varias oportunidades cuando
teníamos la suerte de salir al patio a la misma hora.
La brutal dictadura no respetaba a nadie, ni quiera a los escritores, a los
destacados profesionales, docentes universitarios, maestros, etc.
Edgar Ávila era un hombre tranquilo, pero firme en sus posiciones; por
ejemplo, cuando era H. Alcalde Municipal de Tarija, realizó varias gestio-
nes para mejorar la pobre economía del Municipio, gestionó ante la CAF
un préstamo para la compra de un frigorífico-matadero, además conside-
raba importante industrializar los derivados de la carne, pensaba que la

35
Pedro PAPUTSAKIS Flores

ganadería encerraba un rubro económico importante en el Chaco pero que


lamentablemente no recibía el apoyo suficiente del Banco Agrícola de Bo-
livia, pensaba que la industria anexa al matadero permitiría comercializar
el cuero curtido en mejores condiciones, tomando en cuenta que la coram-
bre era el sostén de la economía de la comuna. Había realizado importantes
convenios con la Universidad Juan Misael Saracho para llevar adelante un
taller popular de artesanías a fin de incorporar a la gente en una ocupación
productiva de gran alcance, con la posibilidad de conseguir financiamiento
de la Corporación Boliviana de Fomento para fortalecer futuras labores;
esta y otras obras estaba empeñado en conseguir. Cuando viajaba a la sede
de gobierno realizaba declaraciones que muestran ese compromiso por Ta-
rija. He visto un titular que decía “Alcalde de Tarija hace un llamado cla-
moroso: Los Dignatarios de Estado deben visitar ese aislado Departamen-
to” y así empezaba la nota: -hago un llamado clamoroso a los dignatarios
de Estado y otras altas autoridades para que visiten Tarija cuando se trate
de analizar pequeños y grandes problemas. Tarija está aislada del resto
del país por el deficiente sistema de comunicación. Para comprender en
toda su magnitud los problemas, es necesario discutirlos y solucionarlos
en Tarija y no desde un escritorio cómodamente.
Edgar Ávila siempre fue un hombre tranquilo, ejemplar esposo y padre
de familia, estaba casado con una conocida y meritoria maestra, directora
de un importante establecimiento de nuestro medio, la profesora Maritza
Navajas. Sin duda que este hecho ha afectado profundamente a toda su
familia.

36
LA COMIDA EN EL CUARTEL BOLIVAR

El almuerzo de todos los días era lagua de harina de maíz, sin carne, una
comida mala en toda la extensión de la palabra. Creo que ahora la comida
ha mejorado un poco en los cuarteles, ojalá que así sea.
La vida en el cuartel era dura, éramos tratados dentro de un régimen mi-
litar, como se trataba también a los soldados de aquella época, que recibían
por desayuno un jarro de sultana, que es la cáscara del café, lo que es un
desecho que se desecha en cualquier otro lugar.
Pero no todo era malo, porque por lo menos teníamos la posibilidad de
conversar, intercambiar criterios sobre diferentes temas, aunque podíamos
también discutir y disentir con compañeros de prisión de otros partidos
políticos, que por ese mismo hecho tenían visiones diferentes a tiempo de
analizar la realidad del país o la forma de plantear la solución a los pro-
blemas. Cada quien sentía que tenía la razón sobre el camino que debería
tomar la revolución boliviana, a veces se adoptaban posiciones inclusive
sectarias, sin reflexionar sobre la realidad concreta por la que atravesába-
mos, sin tomar en cuenta la imperiosa necesidad de unirnos todos en torno
a un solo objetivo común.
Pedro PAPUTSAKIS Flores

En las noches jugábamos cartas y dados para pasar el tiempo y algunos


compañeros contaban chistes para alegrar la larga y triste noche, llena de
recuerdos de nuestros seres queridos.
Así transcurría la vida monótona en el cuartel Bolívar, día tras día sin
muchas novedades, solo los días de visitas había muchas novedades ya
que hacíamos un intercambio de noticias que traían los familiares, esta
tranquilidad fue rota.
El día 2 de noviembre de 1971, amaneció el cuartel con doble guardia,
no se permitía a nadie salir al patio a tomar sol. Nuevamente comenzaron
las especulaciones, unos decían que se había producido un golpe de estado
contra el ya General Banzer quien había salido del país, “Que el nuevo go-
bierno ordenaría nuestra libertad”, los más optimistas decían que “íbamos
a salir de la prisión con banda de música”.
Casi todos se mostraban contentos, pero los presos políticos de mayor
trayectoria estaban serios, no creían en los comentarios, pues sabían que
cualquier acontecimiento nuevo traería consecuencias para los compañe-
ros.
Y así sucedió, al promediar la media mañana todos los presos fuimos
sacados de las cuadras al patio con la seria advertencia de no hacer ningún
movimiento en falso porque los soldados fuertemente armados tenían ór-
denes de disparar a matar. Nos hicieron formar en el patio rodeados por los
soldados en posición de combate, con sus armas en apronte, los oficiales
del regimiento ayudaban a ordenar la fila. Se podía sentir el nerviosismo
que había en las fuerzas represoras. Después, el Comandante del regimien-
to nos dijo que el Ministro del Interior, el Cnel. Andrés Selich quería hablar
con nosotros. El Ministro, rodeado de varios guardaespaldas entró apresu-
radamente y se dirigió a nosotros diciendo: -El día de ayer los extremistas
que estaban en Madidi tomaron la prisión y se fugaron; por cada naciona-
lista que muera, morirán 10 extremistas.
Comenzó a leer una lista de 10 compañeros. Cundió pánico porque pen-
sábamos que estaríamos en la lista y por la actitud de los soldados, tuve
la sensación de un fusilamiento en el acto; la vida de un revolucionario no
valía nada en esos tiempos. Pero por suerte, después de escuchar un discur-
so de corte fascista, como queriendo restregar en nuestra cara, decía que se
estaban sacrificando por la patria y que iban a sacar a Bolivia adelante. Que

38
El precio de la libertad

nosotros éramos los culpables para que nuestro país esté en la situación
lamentable en la que se encontraba. Luego mandó a los compañeros de la
lista, a traer sus cosas.
Sentí un alivio por todos los compañeros de la lista, porque si era el
propósito matarles, no hubiera sido necesario que llevaran sus cosas, pen-
samos que se trataba de un traslado a otro centro de detención.
En la temida lista estaba el periodista Ronald Grever y dos compañeros
muy conocidos por nosotros, un amigo tarijeño de muchos años, Emilio
Alé (hijo), con su esposa y compañera Nancy Olguín (ahora médica de
profesión). Eran una pareja de revolucionarios a quienes la dictadura había
tratado de quebrar, pero se toparon con una sólida formación política e
ideológica, ejemplar por su comportamiento. Meses después nuevamente
nos encontramos en otra prisión, en Achocalla donde yo también fui tras-
ladado tiempo después.
Cuando se fue el ministro Selich, nos trasladaron de nuevo a nuestra
celda donde se produjo un estallido de alegría general ya que estos compa-
ñeros que estaban en Madidi, con su actitud valiente, le habían propinado
un duro golpe al gobierno, demostrando ante el mundo que la dictadura
no era invencible, que podía ser derrotada si obrábamos con coraje, con
decisión e inteligencia, pero, lo más importante, si nos manteníamos uni-
dos todos. Nos dormimos sedientos de saber más sobre la fuga, pero para
enterarnos tuvimos que esperar el día de visitas, cuando los familiares de
los compañeros nos trajeran mayores noticias al respecto. A los pocos días
nos enteramos con más detalles sobre dicha fuga.
Madidi es una zona en medio de la selva paceña, allí se encontraban
algunos compañeros presos políticos que habían sido llevados a este lugar
y que la única manera de poder salir de este lugar era por vía aérea, de la
misma manera como habían sido llevados. El avión llegaba sólo una vez al
mes con provisiones para los presos y los guardias que se encontraban en
este lugar malsano.
Entre los compañeros que se encontraban en Madidi se encontraba un
Capitán de Ejército de apellido Montalvo quien convenció a los soldados
que los custodiaban para que cuando llegue el avión les ayuden a tomarlo y
así fue, el avión llegó y los compañeros lo tomaron reduciendo a los guar-
dias que venían en el avión, éstos fueron bajados del avión y subieron los

39
Pedro PAPUTSAKIS Flores

compañeros presos y los soldados que colaboraron, luego levantaron vuelo


rumbo al Perú para después seguir hacia Chile donde hallaron refugio del
gobierno del entonces Presidente Salvador Allende que les brindó asilo
político. Este hecho histórico fue de un profundo significado político y un
duro golpe para la dictadura que en ese momento oprimía a nuestro pueblo.
Pero a partir de ese momento, se endurecieron las medidas de seguri-
dad; para nosotros el trato fue más duro, redoblaron la vigilancia y a los
presos considerados más peligrosos, nos trasladaron a las celdas pequeñas
donde nos tuvieron encerrados. Los primeros días en cada celda estábamos
5 o 6 compañeros. Yo estuve con Ricardo Millán de la Oliva, Francisco Fi-
gueroa, mi hermano Constantino Paputsakis, el Dr. Oscar Andia y Andrés
Vedia. La mayoría éramos de Tarija y teníamos mucho para contar.
En el día pasábamos el tiempo trabajando haciendo anillos, aros y colla-
res de cuernos de vaca, bien pulidos quedaban muy bonitos y después los
vendíamos a las visitas para podernos comprar cigarros y otras cosas que
necesitábamos. Los del interior del país estábamos en desventaja, porque
no podíamos recibir dinero de los familiares, porque cuando nos manda-
ban en sobres, eran sustraídos por los guardias de seguridad, que revisaban
todo lo que recibíamos.
En las celdas del lado estaban presas compañeras mujeres, entre las que
recuerdo a la señora Bonadona, madre de los hermanos Bonadona que fue-
ron muertos en la guerrilla de Teoponte, también se encontraba la señora
Erika de Arroyo, sin duda dos mujeres valientes que en más de una oportu-
nidad pusieron en su lugar a los militares que pretendían humillarlas, pero
ellas con una personalidad imponente les decían todo lo que pensaban de
ellos y del daño que le estaban causando al país con su actitud despótica.
La señora Bonadona que era una persona mayor y que había templado
su carácter al soportar la inmensa pena de perder a sus dos hijos en con-
diciones dramáticas en la guerrilla de Teoponte, nos aconsejaba como una
madre a sus hijos, -no hay que ceder ni un milímetro ante estos militares,
-no hay que permitir que nos traten mal, -debemos responderles todas sus
ofensas, -todo esto va a pasar, nada es eterno, nos decía. Realmente nos
sentíamos protegidos porque estábamos seguros que ella no permitiría que
se nos trate mal, al menos delante de ella.
Así iban pasando los días en esas celdas y pese a estar ya varios meses,

40
El precio de la libertad

la posibilidad de poder salir libres se iba desvaneciendo. Yo, al igual que


los demás no teníamos ningún proceso, pero estábamos acusados de ser ex-
tremistas, terroristas, comunistas, etc., aunque no se nos acusaba de actos
de terrorismo. La posibilidad de escapar también era muy lejana, era impo-
sible porque la celda tenía una puerta de hierro y había otras dos puertas de
hierro en la salida principal; además, estábamos en el cuarto piso y como
única salida había una grada y al final estaba la guardia.
Pero en estas circunstancias difíciles, había un espacio o un momento
para divertirnos a costa de los demás; así, por ejemplo, cuando llegaban
y eran ingresados otros compañeros presos, nos poníamos a gritar para
hacerles escuchar: -¡agua por favor! ¡Agüita por favor!, ¿Sigue Ovando
de Presidente? preguntábamos a los recién llegados (Ovando había sido
presidente antes de J.J. Torres). Nuestras expresiones eran de una forma
tan lastimera para hacer creer a los nuevos compañeros que estábamos ya
muchos años en prisión. Lógicamente que las celdas eran tan tenebrosas
que hacían pensar que uno no iba a salir jamás de ese lugar. Después de
hacerles pasar un susto por largo rato les decíamos que solo era un chiste
y reíamos juntos de las bromas tan pesadas que se nos ocurrían. Además,
ya con más seriedad, les poníamos al tanto de cómo deberían comportarse,
cómo funcionaba la prisión y por su parte ellos nos contaban nuevos he-
chos o noticias de afuera.
Poco a poco la vigilancia fue disminuyendo, los guardias nos hablaban
con más confianza, nosotros también comenzamos a reclamar por mayores
libertades, conseguimos que se nos permita salir nuevamente al patio para
tomar sol y para poder caminar, jugar voleibol, y conversar con los demás
compañeros.
La Cruz Roja nos visitaba de vez en cuando, nos llevaba algunos me-
dicamentos y frazadas para todos los presos. En esa época no había la
Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas que se creó,
después del golpe militar de Chile que provocó el derrocamiento del Pre-
sidente Allende, para proteger la vida de las personas que eran perseguidas
constituyéndose en un valioso aporte en toda América Latina que estaba
azotada por una serie de golpes de estado de corte fascista. Sin embargo,
la Cruz Roja fue muy oportuna y era lo único que teníamos, sobre todo los
presos que no éramos de La Paz.

41
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Así llegó la Navidad de 1971 y el año Nuevo, fiestas que pasamos en


las pequeñas celdas, le pedimos al comandante que esa noche se abran las
puertas de nuestras celdas para poder pasar juntos al menos entre todos los
del sector ya que las dos puertas de hierro no se abrían, por ser este lugar
de máxima seguridad, pero nuestra petición no fue escuchada, por lo que
tuvimos que pasar las fiestas del fin del año agarrados de los barrotes de las
puertas de hierro de nuestras celdas.
A principios de febrero, ya cansados de tantos meses de encierro, or-
ganizamos una huelga de los presos políticos de todos los centros peniten-
ciarios del país, reclamando un proceso justo ya que nos encontrábamos
más de 5 meses detenidos sin proceso. Nuestra intención fue presionar a
la dictadura para que tome alguna medida ya que según la constitución en
vigencia nadie podía estar detenido por más de 48 horas y para nosotros era
muy importante poner en evidencia este aspecto ante los organismos inter-
nacionales. Logramos hacer un acuerdo entre todos los presos políticos: no
suspender la huelga, aunque nos trasladen a otro centro de reclusión por-
que sabíamos que en cuanto empecemos la huelga iban a tomar represalias
y quedamos que la huelga continuaría independientemente del lugar en que
nos encontremos presos.
Así, la huelga de hambre estalló en todos los recintos carcelarios del
país y las represalias no se dejaron esperar porque en la noche nos trasla-
daron a varios compañeros a otros centros de reclusión. Yo fui trasladado
a Achocalla, en medio de un gran dolor, porque me separaban de mi her-
mano Constantino.
A partir de ese momento mi preocupación aumentó por la suerte de mi
hermano a quien ya no vería, ya no estaría a mi lado para apoyarnos, sobre
todo porque él se encontraba sumamente delicado de salud.
A mi llegada a Achocalla me destinaron una celda de 4 x 5 donde esta-
ban detenidos cinco presos políticos, entre ellos se encontraba el Dr. Jorge
Alderete un prominente miembro de la dirección del MNR de Izquierda, el
Dr. Roberto Alvarado que era un prestigioso catedrático de la Universidad
San Francisco Javier de Sucre y miembro del Comité Central del Partido
Comunista de Bolivia (línea pro-soviética), el Dr. Soria, un médico cardió-
logo muy prestigioso; también estaba Don Roberto, trabajador bancario de
la ciudad de La Paz.

42
El precio de la libertad

La huelga de hambre que fue la causa de nuestro traslado fue suspen-


dida después de 5 días, concluyendo con la firma de un compromiso para
revisar cada uno de los casos, cosa que nunca sucedió.
La prisión de Achocalla era una construcción que estaba destinada a
ser una estación de tren que por alguna razón quedo abandonada y fue
habilitada para que sirva de prisión. Estaba ubicada en la falda de un cerro
cerca de la población de Achocalla en el camino entre la Paz y Achocalla,
a unos 500 metros de la casa de hacienda, donde también se tenían pre-
sos a otros compañeros, a los supuestamente llamados “los más peligros”,
como un médico recién egresado llamado Roberto Sánchez, Ejecutivo de
la FUL de La Paz y dirigente del ELN, a él lo mantenían encadenado en un
sillón, pese a tener una herida de bala en la pierna, estaba completamente
incomunicado, no se le permitía salir a tomar sol ni recibir ninguna visita.
Sus necesidades biológicas tenían que hacerlas en una lata de manteca. De
este trato inhumano nos enteramos por los compañeros que eran llevados a
hacer pan en el horno que había en la casa de hacienda. Por falta de aten-
ción médica se le gangrenó la pierna y después fue asesinado, pero se dio
la información que había muerto en un enfrentamiento.
Qué drama nos tocó vivir sobre todo a los jóvenes de aquella época
de la dictadura, valiosos bolivianos dejaron sus vidas en aquellas cárceles
para conseguir la democracia que hoy tiene el pueblo de Bolivia.
En la prisión de Achocalla la vida trascurría sin mayores problemas,
mi nueva rutina era levantarme en las mañanas para formar y escuchar la
lectura de la lista de presos. Podíamos tomar sol en un pequeño patio que
había en esta prisión porque las puertas de la celda estaban abiertas y po-
díamos entrar y salir de ellas durante el día. Una gran pared que había en el
pie del cerro impedía cualquier posibilidad de fuga y los guardias que eran
agentes civiles del Ministerio del Interior, estaban vigilantes apostados en
lugares estratégicos con sus armas listas para disparar.
Por medio del cerro se veía que pasaba la carretera que iba de la Paz a
Achocalla, algunos días pasaban los jugadores de los clubes Bolívar y del
club The Strongest para su concentración en Achocalla antes de partidos
importantes. Los jugadores al pasar nos saludaban con sus banderas y no-
sotros tomábamos esa actitud como una señal de adhesión a nuestra causa.
En esta prisión también se cometían graves delitos contra los derechos

43
Pedro PAPUTSAKIS Flores

humanos, habían compañeras mujeres en las celdas que estaban detrás del
lugar donde estábamos nosotros y que pese a estar tan cerca no las podía-
mos ver, pero cuando teníamos la oportunidad de estar con ellas nos conta-
ban de los vejámenes de que eran objeto y que muchas de ellas eran viola-
das por los esbirros del Ministerio del Interior; otras tantas preferían vivir
en celdas junto con nosotros para no correr el riesgo de ser abusadas como
era el caso de la Dra. Rhina Tapia, una prestigiosa médica cochabambina
que vivía en nuestra celda protegida por todos nosotros. Claro está que no
podíamos proteger a todas las compañeras, porque el espacio de las celdas
era pequeño y los guardias tampoco lo permitían.
La vida en Achocalla era más llevadera que en el Cuartel Bolívar ya
que además de estar todo el día con las celdas abiertas, de poder conversar
con los compañeros y de tener noticias más frescas por la frecuencia de las
visitas, podíamos también cocinar en nuestras celdas, donde teníamos pe-
queñas cocinillas llevadas por familiares de los compañeros que eran de la
Paz o por algunos partidos políticos que no se olvidaron de sus militantes.
Como yo era del sur del país, mis familiares tenían menos posibilidades de
visitarnos o enviarnos encomiendas que en varios casos fueron intercepta-
das por los agentes de seguridad.
Por suerte, en la prisión, los lazos de amistad y de solidaridad se hacen
más fuertes; siempre entre todos los compañeros de celda se compartía lo
poco o mucho que cada uno recibía. Yo recuerdo que en la celda oficié de
cocinero para compensar con mi trabajo la falta de mi aporte en alimentos.
Nunca fui discriminado o tratado de manera diferente, existía mucha soli-
daridad en todo momento entre los compañeros.
Cuando se veía a un compañero deprimido se le hablaba sobre la situa-
ción difícil por la que estamos atravesando, pero con la firme convicción
de que nuestro sacrificio no sería en vano y que nuestro encarcelamiento
era la respuesta que daba el gobierno de turno y su entorno a un pueblo
hambriento que reclamaba el derecho de vivir mejor. Era necesario tomar
conciencia que nuestro sacrificio significaba un gran aporte para la libera-
ción del pueblo boliviano que siempre había sido humillado, maltratado
por los diferentes gobiernos de turno, por lo que debíamos ser fuertes para
que la dictadura no logre su propósito de quebrar a los que en ese momento
encabezaban la lucha reivindicativa.

44
El precio de la libertad

Cierto día, un compañero de nombre Remy Rosales protagonizó su fuga


personal; en compañía de su novia logró confundirse con las visitas y se
salió abrazado a ella, por las mismas narices de los guardias que se dieron
cuenta recién a la hora de formar para llamar la lista. Claro que nosotros
nos dimos cuenta de inmediato, pero nadie dijo nada, nadie hizo siquiera
un ademán para delatar; mas, al contrario, festejábamos que un compañero
haya logrado zafarse de las garras de los verdugos. Pero esta hazaña provo-
có la furia de los guardias que inmediatamente comunicaron al Ministerio
del Interior sobre la falta de un preso.
Al día siguiente, al promediar las 9 de la mañana llegaron en varias
movilidades, los comisionados del temible Ministerio del Interior encabe-
zados por Guido Benavides, quien tenía un alto cargo. Inmediatamente la
comisión comenzó a indagar cómo pudo un preso desaparecer de la vista
de todos, sin el menor rasgo de violencia. Los guardias no sabían cómo
explicar el descuido que había tenido para dejar escapar a un preso, por lo
que fácilmente encontraron una forma fácil de justificar su ineficiencia. Por
salvar su responsabilidad dijeron algo que comprometió a mi persona, dije-
ron que yo era un indisciplinado que no quería salir a formar, que siempre
les estaba causando problemas.
Guido Benavides ordenó que me sancionen. Me mandó a llamar para
que me presente al lugar donde la comisión se encontraba, detrás de la
cárcel; Guido Benavides, enfurecido me increpó e hizo colocar a todos sus
agentes que llegaron de la Paz en círculo, colocándome al centro, comen-
zaron a patearme de todos lados, yo no sabía qué hacer ni de quien cuidar-
me. Siguieron pateándome, descargando su odio porque un compañero se
había escapado.
Lamentablemente a cambio de la libertad de un compañero me tocó re-
cibir el castigo a mí; seguidamente Guido Benavides ordenó que me quiten
los zapatos con la clara intención de darme una patada cuando me agaché,
pero por suerte yo tenía los zapatos sin amarrar así que me los saqué sin
mayor problema, después ordenó que me lleven a la casa de hacienda des-
calzo, con la orden clara de que, si trato de escapar, me disparen a matar.
La casa de la hacienda estaba a unos 500 metros de la cárcel, tuve que
caminar descalzo por medio de las piedras; una vez en la casa de hacienda
me encerraron en un cuarto grande con piso de cemento, estaba totalmente

45
Pedro PAPUTSAKIS Flores

vació, no había nada y yo me encontraba con los pies descalzos. El frío


empezó a entrarme por los pies, sentí como nunca el intenso frío de los
andes nevados. Era el medio día.
Aproximadamente a las 4 de la tarde, llegaron algunos de los verdugos
a amenazarme, me dijeron que en la noche volverían para que yo hable
todo lo que no había hablado, si no me iban a pasar a mejor vida.
Yo realmente estaba muy preocupado porque ese lugar era de muy mala
reputación; ahí lo habían matado al compañero Roberto Sánchez, cuyas
condiciones de encierro fueron infrahumanas.
En la tarde, ya no había forma de soportar o evitar que el frío entrara
por mis pies; lo único que podía hacer era caminar y caminar, pero igual
sentía frío. Cuando llegó la noche todo se complicó porque ya no podía ver
en la oscuridad, puesto que estos cuartos no tenían iluminación; continuaba
caminando y para no chocar con la pared extendía el brazo hacia adelante.
También empecé a sentir hambre, porque estaba sin comer desde la ma-
ñana, además de sentir la preocupación por el retorno de los matones que
vendrían a cumplir sus amenazas.
Las horas fueron interminables, como interminable fue el frío; que cada
vez era más insoportable, de rato en rato me sentaba acurrucado en una
esquina sobre un pequeño trozo de madera que había encontrado. Trataba
casi vanamente de encontrar el calor entre mis brazos, más luego nueva-
mente tenía que caminar y caminar.
De pronto, a eso de las tres de la mañana sentí un ruido cerca de la
puerta, pensé en lo peor, cuando la puerta se abrió sentí una opresión en
mi pecho, pero por suerte eran unos agentes de la cárcel que traían mis za-
patos. Me enteré que mis compañeros presos, después de tanto rogar a los
agentes, lograron convencerlos para que me devuelvan mis zapatos.
Los agentes me dieron tranquilidad cuando me dijeron que si en la ma-
ñana no venían agentes (matones) del Ministerio, me llevarían de nuevo
junto con mis compañeros. Y así sucedió, al promediar las diez de la maña-
na me llevaron de retorno a la cárcel de Achocalla, donde fui recibido con
aplausos y con muestras de cariño.
Así terminó este incidente: un compañero libre y yo con el cuerpo ma-
gullado y las canillas verdes por los golpes del día anterior, pero igual me
alegraba porque un compañero gozaba de su libertad, aunque yo nada tuve
que ver con su fuga.

46
El precio de la libertad

La vida en Achocalla seguía su curso; todos tenían sus preocupaciones


y tratábamos de llevarnos de la mejor manera. Recuerdo que un día vinie-
ron a llevar, con todas sus cosas a Daniel Arroyo, un compañero dirigente
cooperativista minero que había ayudado a rescatar a los sobrevivientes de
la guerrilla de Teoponte durante el gobierno del General Alfredo Ovando.
Él y un grupo de trabajadores cooperativitas mineros habían tomado con-
tacto con los sobrevivientes de la guerrilla para ponerlos en manos de una
comisión de la iglesia católica. Al parecer, por este hecho nunca le perdo-
naron y que habían determinado que había llegado la hora de hacer pagar
a este compañero por haber salvado la vida de un puñado de bolivianos en
las selvas de Teoponte. Desde ese día, el compañero Daniel Arroyo nunca
más fue encontrado y hoy conforma en la lista de los 70 desaparecidos
durante la dictadura del General Banzer Suárez.
Este hecho y muchos otros que nos tocó vivir a cada uno de los presos
políticos nos hacen ver que estuvimos muy cerca de la muerte, porque
los que dirigían el Ministerio del Interior no tenían límites; en sus manos
estaba la suerte de muchos compatriotas y la vida de las personas no valía
nada para esos tiranos.
Y así fueron pasando los días y los meses, hasta que llegó el mes de
mayo del 1972; ya habían pasado más de 9 meses de cautiverio.
Una tarde nuevamente llegaron a Achocalla los matones del Ministe-
rio del Interior encabezados esta vez por el tarijeño Cnel. Carlos Mena
Burgos, junto a Coquito, Danny Cuentas y otro cuyo nombre no recuerdo,
conocidos como el “trío de la muerte”.
Comenzaron a pasear o inspeccionar por todos los ambientes de la cár-
cel ante la mirada de preocupación de los presos. Yo me paré al lado de la
ventana con la intención de hablar con el Cnel. Mena, que era mi conocido,
ya que en Tarija cuando yo era chico, mi familia había vivido como inquili-
nos en la casa de sus padres, por lo que siempre habíamos conservado una
buena relación con su familia y con él cuando llegaba de vacaciones.
Cuando estuvo cerca le dije: -hola Carlos, a lo que me contestó: -¿cómo
estás Pedro?, -estoy mal, llevo más de 9 meses preso y no sé por qué me tie-
nen aquí, él me respondió: -tú sabes bien por qué estás aquí, pero vamos a
ver cómo te ayudo, por tu mamá. Después se subió a su movilidad y se fue
y yo me quedé pensando en que consistiría su ayuda. Esa tarde en Achoca-

47
Pedro PAPUTSAKIS Flores

lla no se hablaba de otra cosa que, de la visita de los jerarcas de la repre-


sión, llegó la noche y nos encerraron en nuestras celdas y seguíamos ana-
lizando el motivo de esa visita hasta que nos dormimos. Nuestros sueños
duraron poco, porque al promediar la 1 de la madrugada nos despertaron
y comenzaron a leer una lista de presos que debían formar con sus cosas.
Muy pronto escuché mi nombre: -¡Pedro Paputsakis… con sus cosas!,
también fueron llamados otros compañeros considerados “muy peligro-
sos” por los fascistas.
A unos 6 presos nos hicieron subir a una movilidad, un jeep Toyota,
fuertemente custodiado nos condujo hacia la ciudad de la Paz; en el trayec-
to hacíamos muchas conjeturas, hasta llegamos a pensar que nos pondrían
en libertad, porque todos los compañeros para ser liberados siempre eran
llevados primero a la ciudad de La Paz.
Yo, ilusamente, hasta llegué a pensar por un momento, que tal vez de-
bido a la llegada de Mena a la prisión se había compadecido de mi madre
como me dijo y me estaba ayudando para que me liberen, pero rápidamen-
te desperté de ese sueño, cuando miraba a los que me acompañaban y sabía
que estos compañeros eran considerados “peligrosos” para el régimen.
Los agentes que nos custodiaban en el jeep, nos preguntaban en tono
burlón con qué nos estábamos soñando cuando ellos llegaron, estas pre-
guntas solo aumentaban nuestras esperanzas y ansias de libertad.
Una vez en la ciudad de La Paz, la movilidad se dirigió hasta las de-
pendencias del DOP, al lado del Parlamento. Allí nos hicieron bajar de la
movilidad para subir a un camión que estaba estacionado cerca del DOP;
en el camión había otros compañeros y desde las celdas del DOP sacaron a
otros a quienes también ordenaron subir al camión.
El camión partió, dirigiéndose nuevamente hacia El Alto, los que antes
habíamos bajado de El Alto no entendíamos qué es lo que pasaba. Empeza-
ron las especulaciones, unos decían que nos estaban llevando al Perú, otros
que nos estaban llevando de nuevo al cuartel Bolívar, los más conocedores
decían que era al Perú y que nos iban a entregar los pasaportes en la fron-
tera mientras el camión, seguía su camino por las inmensas pampas del
altiplano, bajo el intenso frío que penetraba hasta los huesos.
Pese al esfuerzo para adivinar, no lográbamos orientarnos hacia dónde
nos estaban llevando. Al promediar las 6 de la mañana ya estaba aclarando

48
El precio de la libertad

el día cuando por fin el camión se detuvo, todos sacamos la cabeza de en-
tre las frazadas para mirar dónde nos encontrábamos y grande fue nuestra
sorpresa al vernos rodeados de militares fuertemente armados. Se había
armado un gran operativo militar, había soldados por todos lados portan-
do armas grueso calibre listas para ser usadas, hasta tenían ametralladoras
punto 50 emplazadas estratégicamente listas para entrar en acción.
Nos ordenaron bajar del camión y dirigirnos hasta el cuartel que estaba
ubicado al frente. Los compañeros que conocían el lugar dijeron que está-
bamos en Tiquina.

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LA ISLA DEL DIABLO

Bajo un fuerte control militar nos ordenaron entrar al cuartel de Tiqui-


na, allí nos dijeron: - ¡Señores ustedes serán llevados a la Isla de Coati y
este será el último contacto que tendrán con la civilización!, ¡Si quieren
escribir cartas a sus familiares háganlo, nosotros se las haremos llegar!
Nos miramos entre todos, ninguno había adivinado cuál sería nuestro des-
tino, pero estábamos allí frente al lago Titicaca (frontera entre Bolivia y
el Perú) y no terminábamos de comprender por qué este trato tan hostil
hacia nosotros, si ya habíamos estado tantos meses presos sin ningún tipo
de proceso.
Algunos compañeros conmovidos por tanta injusticia, hasta derrama-
ron algunas lágrimas de impotencia, más luego se pusieron a escribir unas
líneas a sus familiares. Como yo tenía a mi familia en Tarija, con la que
prácticamente había perdido contacto, porque nunca me habían dejado
verla ni me entregaron carta alguna ni encomienda, pese a que mi madre
deambuló por todas las cárceles de Bolivia buscándonos a mi hermano
Constantino y a mí, pensé entonces que, si desde Viacha y Achocalla ya
no tenía comunicación, de nada serviría perder tiempo escribiendo cartas,
Pedro PAPUTSAKIS Flores

si las mismas con seguridad serían abiertas por los agentes, para conocer
nuestras intimidades.
Ante ese nuevo panorama, me puse a pensar en el futuro incierto que
me esperaba junto a mis compañeros. Alguna vez había leído que la Isla de
Coati conocida también como la Isla del Diablo, durante el florecimiento
de la época del Imperio Incaico era el lugar donde estaban las mujeres más
bellas elegidas por el inca, como sus eventuales compañeras recordaba que
también leí que las ruinas que se encontraban estaban en total abandono,
sus riquezas fueron saqueadas constantemente por los campesinos del lu-
gar quienes utilizaban en la construcción de sus casas hasta las piedras
perfectamente labradas que eran parte de los palacios construidos en la
época del florecimiento de dicho Imperio. Pero también que tenía una ne-
gra reputación porque había sido una cárcel para delincuentes comunes y
después sirvió como prisión política.
En diferentes libros se cuentan historias espeluznantes de cómo eran
“fondeados” los delincuentes que se portaban mal y otros cuantos habían
muerto al tratar de escapar de dicha Isla que tenía la fama de ser una prisión
inexpugnable.
La orden tajante para subir a las lanchas me sacó de mis pensamientos
para enfrentarme con la dura realidad: vigilados por los soldados armados
y prestos a disparar, teníamos que seguir el viaje. Subimos a una lancha a
motor de propiedad de la naval y empezamos a navegar por el Lago Titica-
ca rumbo a la Isla de Coati. La lancha, en su veloz carrera, rompía las aguas
y dejaba una estela formada por las aguas desparramadas.
Todos los compañeros, taciturnos nos mirábamos sin poder predecir
que nos deparaba el destino más adelante, mirábamos a nuestro alrededor y
sólo podíamos ver agua por todos lados; mas sólo se podía divisar a lo lejos
casitas pequeñas que habíamos dejado atrás, en la población de Tiquina.
Después de navegar unas 2 horas o más comenzamos a ver a lo lejos una
especie de hongo en medio del agua, alguien dijo que era la Isla de Coati,
cuando nos acercamos más, pudimos distinguir unas pequeñas casitas en-
clavadas en medio del cerro donde vivían unas 11 familias de campesinos
del lugar. Después la lancha se fue acercando más y más hasta atracar en
un improvisado muelle que utilizaban los campesinos.
Eran las 4 de la tarde de un 25 de mayo del 1972, nos ordenaron bajar.

52
El precio de la libertad

Recuerdo este día, porque se conmemoraba el aniversario del Departamen-


to de Chuquisaca y se recuerda el aniversario del primer grito libertario
de América Latina; ese mismo día, un grupo de prisioneros políticos está-
bamos reinaugurando la prisión de Coati. Este hecho me hizo reflexionar
aún más sobre la importancia de la libertad y cuan antigua era la lucha del
pueblo boliviano por lograrla.
Una vez en tierra, los militares nos condujeron hasta un lugar donde
había unos 5 cuartos colocados en línea recta, la construcción era de adobe
de unos 6 x 4 metros, sin ventanas. Cada cuarto tenía su puerta de entrada
y no había comunicación entre los demás cuartos, ni tenía patio. La parte
delantera o el frente de dichas construcciones estaba cerrado con alambre
de púas, existiendo apenas un metro de distancia entre dicho cerramiento
con la pared.
Con nuestras pertenencias en mano, que no eran muchas, (yo apenas
llevaba un bolsón de esos que usan las señoras para el mercado el que con-
tenía todas mis cosas,) junto a mis compañeros, entramos a unos cuartos
malolientes por la falta de ventilación pues no tenían ninguna ventana ni
salida a ningún patio, solo teníamos al frente un metro de distancia entre
la pared de la celda y el cerco de alambres de púas, que había sido acon-
dicionado para nuestra llegada, todas las precauciones para evitar cual-
quier posibilidad de fuga que ya era difícil por la cantidad de agua que nos
separaba de tierra firme. Sólo en esos momentos nos dimos cuenta que
aquella cárcel había sobrepasado todos los límites de seguridad que tenían
cualquier cárcel de Bolivia, ni siquiera las cárceles de la Alemania nazi,
estaban construidas en condiciones tan infrahumanas como éstas.
Al frente de este recinto había una cancha de fútbol, una pequeña es-
cuelita y el lago en su inmensidad, que se lo podía ver por todos lados. La
mirada de los agentes del Ministerio del Interior estaba atenta y sus rostros
tensos esperando que cometamos algún error para intervenir. Entre esos
rostros tensos, vi el rostro del tarijeño Víctor Ledezma antiguo amigo mío,
con quien me saludé a través de los alambres de púa y me alegró verlo,
aunque sea del otro lado de la alambrada; al menos era un rostro conocido.
La situación en las noches se complicaba porque las celdas completa-
mente vacías no brindaban ninguna condición para los presos que había-
mos sido trasladados. De no haber llevado cada preso sus pocas pertenen-

53
Pedro PAPUTSAKIS Flores

cias y una o dos frazadas no hubieran tenido en qué dormir. Las celdas que
albergaban entre 30 o 40 personas, eran cerradas en las noches quedando
sin ventilación.
En la celda que me tocó sobrevivir tuvimos que acomodarnos en el piso
20 compañeros a un lado y 20 al otro lado chocando pie con pie. Como
yo tenía dos frazadas, una la extendía en el suelo y con la otra me tapaba.
Estábamos alumbrados por mecheros que echaban mucho humo negro, por
lo que al otro día nuestras narices amanecían llenas de hollín.
Como los cuartos no contaban con servicio alguno, teníamos que orinar
en las ya famosas latas de manteca que eran colocadas en un rincón y al
que le tocaba dormir al otro extremo, en la noche oscura tenía que recorrer
todo el cuarto despertando a los demás compañeros, sea porque le pisaba
los pies o porque se chocaba con ellos, pero había que acostumbrarse a esa
vida humillante.
Pasaban los días, continuaban llegando compañeros de todas las prisio-
nes y nos traían diferentes y nuevas noticias de lo que pasaba en cada una
de ellas.
Tres días después de nuestra llegada a la isla, trajeron a unos compañe-
ros que estaban con nosotros en Achocalla, quienes nos contaron que la no-
che que nos sacaron volvieron los agentes y procedieron a trasladar a otros
compañeros entre ellos al Dr. Roberto Alvarado quien por recomendación
médica no debía ser trasladado a lugares más altos ya que tenía problemas
cardiacos muy serios. Aquella noche, sin hacer caso a esta recomendación,
lo trasladaron al DIC de Viacha que está cerca de la población del mismo
nombre, población que está ubicada en una pampa inmensa en pleno alti-
plano paceño. Después de este traslado el Dr. Roberto Alvarado se puso
muy mal y por más que llamaron a la puerta pidiendo auxilio, los agentes
se negaron a abrir la puerta y el Dr. Roberto Alvarado murió de un ataque al
corazón ante la impotencia de los compañeros y sin que se le preste auxilio
médico por parte de los carceleros.

¡Gloria eterna al compañero Dr. Roberto Alvarado y a todos los hom-


bres y mujeres valientes que entregaron sus vidas luchando por la libertad,
la democracia y por mejores condiciones de vida para el pueblo boliviano!

54
El precio de la libertad

Esta noticia nos causó mucho pesar y lamentamos la pérdida de un


importante profesional, hombre íntegro que creía en la revolución, en el
cambio.
Como parte de la rutina, procedimos a organizarnos, nombramos a
nuestros delegados por celda con el fin de que nos represente ante el go-
bernador para poder conseguir algunas mejoras por lo menos en el trato.
De esta manera, nuestros representantes consiguieron arrancarle algunas
concesiones al gobernador, como que nos permitan salir de la alambrada
para poder ir hasta la orilla del lago, pero solo en el área de unos 300 me-
tros. Después estaban los guardias que no nos permitían avanzar un poco
más, ésta fue una gran concesión por parte de la gobernación. A partir de
ese momento nuestra rutina era la siguiente: salir en la mañana, formar y
numerarnos para ver si no faltaba nadie, tomar el desayuno que consistía en
un jarro de sultana y un pan fabricado por los propios presos. Más tarde, se
nos permitía ir a la orilla del lago, para distraernos, nos poníamos a buscar
piedras que contenían en sus interiores animales petrificados e ir coleccio-
nándolos. A veces yo me echaba a la orilla del lago y me dejaba llevar por
las nubes en la inmensidad del cielo o me quedaba mirando el vuelo de
las gaviotas deseando convertirme en un ave para poder volar y dejar esa
maldita prisión. Pero tenía que despertar a la realidad; a la 12 nos llamaban
para comer una comida muy mala, hecha con un poco de carne de llama y
un poco de harina, generalmente la carne tenía triquina, cuyas presas eran
del tamaño de la mitad de una caja de fósforos y todavía había que rogar
para nos toque ese pedazo de carne. En la tarde a las 5, nos servían el té que
era lo mismo de siempre: un jarro de sultana y un pan. Después teníamos
que regresar a nuestras celdas sin ventilación, sin ventanas y sin luz, a ese
incómodo espacio formado por cuatro paredes y un techo donde teníamos
que hacer nuestras necesidades en una lata de manteca, para sacar a botar
al día siguiente, porque nadie podía salir durante la noche.

55
EL TRABAJO EN PRISIÓN

Algunos días en la Isla nos sacaban a trabajar para la prisión, nuestro


trabajo consistía en subir cada día 5 adobes hasta la punta del cerro, donde
estaban construyendo una caseta para la radio. Los adobes tenían que lle-
gar sanos hasta la cima porque cuando se rompía en el trayecto teníamos
que volver a subir otro sano.
Subir adobes era un trabajo duro porque el cerro era muy empinado,
pero llevar un adobe pesado sobre los hombros bajo el control o super-
visión de un agente abusivo que amenazaba meter bala a cualquiera que
pretenda faltar a su autoridad, era mucho peor. Este agente se esforzaba por
parecer inteligente, pero en realidad era sólo un agente gritón, bruto e ig-
norante, de origen camba. Era prepotente y malo, le gustaba vestirse como
vaquero, con las pistolas al cinto y un sombrero de cowboy, nos miraba con
total desprecio. Para demostrar su valentía, todos los días practicaba tiro
matando gaviotas.
Teníamos un compañero, delgado y pequeño, pero de un gran carácter
que, como todos, siempre llegaba a la punta totalmente agotado y agitado,
su apellido era Arratia. Cierto día, cuando ya había llegado con tanto es-
Pedro PAPUTSAKIS Flores

fuerzo a la meta, al estar bajando su adobe al suelo, éste se le partió y como


el camba estaba atento, le dijo: -¡tienes que traer otro adobe! a lo que el
compañero Arratia que ya estaba cansado de la prepotencia con la que se
nos trataba, lo miro fijamente y le dijo: -mira camba hijo de puta, si quieres
meter bala mete, se desabotonó la camisa y se abrió el pecho: -¡mete bala!
¡Mete bala hijo de puta!, le gritó con tono desafiante y decidido a morir.
Nosotros que mirábamos la escena atónitos por semejante reacción, pensá-
bamos que el camba reaccionaría y mataría en el acto al compañero, pero
se quedó paralizado por la firmeza demostrada por un pequeño hombre,
pero con un valor y una dignidad de gigante. El bravucón no podía creer lo
que pasaba y no hizo nada. Pero fue a dar parte al Gobernador.
El compañero Arratia fue castigado en una celda de aislamiento, donde
pasó un mes encerrado y solo, pero la actitud del agente bravucón y cow-
boyesco así terminó.
En otra oportunidad llegó de visita a la prisión el Comandante de la
Naval con dos escuadras de soldados, porque el gobernador de la prisión
el Coronel Burgoa se había quejado que nosotros nos portábamos mal y no
queríamos hacer caso.
Primero nos hicieron formar, luego nos ordenaron dar vueltas la cancha
al trote y con las manos en la nuca. La primera vuelta la dimos bien pero
cuando nos ordenaron dar otra vuelta, el compañero Jorge Sattori se negó
y con voz firme dijo: - ¡Comandante, nosotros somos presos políticos!
¡No somos sus soldados, por lo tanto, me niego a seguir trotando! Al ver
la conducta firme de Sattori todos nos paramos en actitud desafiante, dis-
puestos a sufrir cualquier represalia. El Comandante, al vernos decididos
abandonó la idea de seguir haciéndonos trotar y ordenó que rompamos fi-
las, cada uno volvió a sus actividades cotidianas y así seguía transcurriendo
la vida en la Isla de Coati.

58
LOS MÉDICOS EN LA ISLA

Recuerdo que un día le dolía la muela a un compañero y no había forma


de calmar su dolor, como teníamos un dentista entre los presos, le fuimos
a hablar al doctor Max Menacho, para ver si podía sacarle la muela al
compañero. El doctor dijo: -yo le saco la muela, no hay problema, pero
¿con qué instrumentos?, nos pusimos a pensar y llegamos a la triste rea-
lidad, no había nada con qué sacar una muela. Lo único que conseguimos
fue un clavo grande, de unas cuatro pulgadas, para hacer de palanca y un
alicate que nos prestamos de un campesino. El clavo tuvo que ser afinado
en una piedra para sacarle la punta, con estos dos instrumentos el doctor
nos pidió que hagamos un fuego para desinfectar los instrumentos, después
sentamos al compañero enfermo en el piso y entre cuatro compañeros que
parecíamos ser los más fornidos, lo sujetamos fuertemente; el doctor pro-
cedió a realizar su trabajo: sacar la muela. El compañero se movía de un
lado para otro, tratando de zafarse por lo que tuvimos que pedir ayuda a
otros compañeros.
Después de un rato de forcejeo vimos con alegría en manos del doctor,
la muela que tanto tormento causaba a nuestro amigo y compañero, porque
Pedro PAPUTSAKIS Flores

estar preso y además con dolor es algo por demás molesto, algo que afecta
aún más la tranquilidad del paciente y de todo el grupo. Este hecho también
nos sirvió para hacernos reflexionar sobre la posibilidad real de que alguno
de nosotros se pudiera enfermar o si se pondría mal de algo más grave,
porque no había ninguna posibilidad de esperar ayuda médica en estas pri-
siones habilitadas tan precariamente y a la ligera por el régimen fascista,
que no tenía ningún respeto por la vida, por la salud de los demás. Esta
vez, el incidente sobre el dolor de la muela de un compañero terminó bien.
Un día nos anunciaron que venía una comisión de la Cruz Roja Interna-
cional a ver las condiciones de nuestra detención. Esta noticia nos alegró
mucho ya que ésta era una institución muy respetable y que regularmente
nos había estado visitando en las diferentes prisiones en las que nos encon-
trábamos y era evidente la mejoría el trato y la comida; además, en la co-
misión traían a los médicos que nos revisaban y nos daban medicamentos,
frazadas que tanta falta nos hacían. Por otra parte, para los compañeros que
estaban gravemente enfermos, tramitaban su liberación tal como sucedió
con mi hermano Constantino que fue puesto en libertad por gestiones de la
Cruz Roja Internacional ya que su estado de salud era por demás lamenta-
ble fruto de los golpes recibidos en Tarija.
Esta institución prestó una valiosa colaboración en esos momentos tan
tristes para nuestra patria. Ayudó a salvar muchas vidas, porque a los que
estaban registrados por esta institución no podían hacerlos desaparecer tan
fácilmente, ya que siempre había esa posibilidad porque en esos momentos
no se respetaban los derechos humanos ni las garantías de las personas,
peor aún de los presos políticos.
Muchos compañeros aprovechaban la llegada de la Cruz Roja para ha-
cer llegar sus quejas y para mostrar las condiciones de su detención, claro
que siempre estaban presentes los agentes de la represión, escuchando los
reclamos para después informar a sus superiores y aplicar las represalias
contra los que hacían llegar sus reclamos.
Gracias a la Cruz Roja, en cierto momento, llegué a tener una de las
mejores camas de la prisión, cocí mis sábanas con retazos de las bolsas o
telas de las encomiendas que recibían mis compañeros y logré tener mu-
chas frazadas donadas periódicamente por la Cruz Roja.

60
RECORDANDO A MIS PADRES

Recordando otro pasaje de mi vida en la Isla de Coati, viene a mi me-


moria el 29 de junio del 1972, día de mi cumpleaños. Yo nací en Tarija, hijo
de don Constantino Paputsakis Kóraka, quien llegó de Grecia por Buenos
Aires, República Argentina en el año 1920, para luego pasar a Bolivia. Se
avecindó en Vitichi, Potosí, para trasladarse definitivamente a Tarija donde
se casó con mi madre, la señora Benigna Flores Vaca.
Mi padre, fue un hombre bueno, dedicado al comercio, nunca usó la
violencia; lamentablemente, cuando nosotros los hermanos habíamos sido
apresados, él ya había fallecido, por eso fue sólo mi madre la que deambuló
buscándonos por las cárceles del país. Por eso pensé primero en mi madre,
esa mujer muy trabajadora, quien con seguridad ese día despertó pensando
en mi cumpleaños, ya que ella también cumplía años el mismo día. La vi
en mis pensamientos sentada en su cama rezando por nosotros, sus hijos
queridos, sin saber siquiera dónde estábamos.
Aquel día, allá en medio del lago, esta vez me tocó cumplir 25 años de
vida, confinado en una de las prisiones más temidas de Bolivia por “mi
pasado tenebroso”.
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Pese a que el día de mi cumpleaños era uno más de mi vida, me desper-


té muy triste por no tener noticias de mi familia, además de encontrarme
viviendo en condiciones donde nos faltaba todo, donde no había casi nada.
Este día era muy recordado en mi familia porque cumplíamos el mismo
día mi madre y yo, recuerdo que ese día se mataba la gallina más linda, el
gallo más grande o el chancho más gordo, se pasaba en familia momentos
muy lindos, todos estos momentos vinieron a mi mente, me apenó mucho
estar lejos de mi familia.
En la tarde me fui hasta donde estaba horneando el pandero, también
era un preso político y le dije: -Che regálame un pan, me miro y me dijo:
-con todo gusto lo haría, pero ellos, refiriéndose a los guardias -me entre-
gan contando, así que no pude conseguir un pedazo de pan al cumplir mis
25 años de vida. Ya vendrán tiempos mejores, pensé.

62
RECONOCIMIENTO DEL TERRENO Y
CAMPO DE ACCIÓN

Algunas veces éramos sacados de la prisión en grupos de cinco presos


para llevarnos a cortar leña al otro lado de la Isla. En nuestro recorrido
aprovechábamos para reconocer el terreno donde nos encontrábamos, para
ver las lanchas de los campesinos que estaban a unos mil metros de donde
estaba el área donde nos podíamos mover normalmente, de donde no po-
díamos ver las lanchas. Salir a cortar leña era una buena oportunidad para
explorar el lugar e inclusive pensar en una posibilidad de fuga, porque
para nadie es un secreto que la idea de la fuga siempre estuvo y estará en
la mente de todo preso político o común en Bolivia o en cualquier lugar
del mundo.
Pudimos enterarnos del número de lanchas que habían, cuántas eran a
motor y cuántas a remo, la distancia que había que recorrer desde la prisión
hasta el lugar donde se encontraban las lanchas, cuántas familias vivían en
la zona, a qué se dedicaban, etc., toda esta información la fuimos almace-
nando para utilizarla en el momento oportuno, si fuera necesario.
La leña que íbamos a recoger la obteníamos cortando algunos eucalip-
tos, que según nos contaban los campesinos del lugar, habían sido planta-
Pedro PAPUTSAKIS Flores

dos por los presos que estaban en anteriores oportunidades hacía unos 20
o 30 años atrás. Los eucaliptos eran cortados con un hacha que teníamos
en la cocina, que después nos serviría como un arma fundamental en el
momento de producirse la fuga.
La vida en la Isla era tranquila, por semanas no llegaban agentes o auto-
ridades del Ministerio del Interior para traer o llevar más presos. Al margen
de los episodios relatados, una vez que logramos el permiso para salir de la
prisión, también pasábamos el tiempo en la playa a la orilla del lago leyen-
do libros que nos podíamos prestar de los demás compañeros o charlando
con algún amigo en los lugares de descanso que habíamos construido con
las piedras de la orilla del lago.
Ese lugar de descanso consistía en una pirca o muro de piedras sobre-
puestas una sobre de otra, construida alrededor de un espacio de 4x5 me-
tros y uno de altura para protegernos del viento frío que soplaba del lago.
Como sacamos las piedras de la playa para hacer el muro, nos quedaba un
espacio sólo de arena, bastante agradable donde podíamos acostarnos.
Cuando el lago se agitaba formaba unas olas grandes de cuatro a cinco
metros, lo que también agitaba a las gaviotas que revoloteaban cerca de la
orilla en busca de algunos pececillos que podían ser arrojados por las olas
hacía la orilla. Nosotros también buscábamos piedras que eran arrojadas
por las olas con una serie de animalitos petrificados en su interior.
La comunicación con nuestras familias fue un desastre ya que no pu-
dimos ver a nuestros seres queridos durante el tiempo que estuvimos en la
Isla y no sólo verlos, sino que no sabíamos nada de ellos. No recibíamos
cartas y la posibilidad de que nos visiten era imposible, esto afectaba nues-
tro ánimo, razón por la que muchos compañeros que sufrían depresiones
terribles recibían la intervención de los compañeros médicos para sacarles
de ese estado depresivo en el que se encontraban.
En honor a la verdad, la comida siempre fue mala en todas las prisiones,
pero los familiares ayudaban, con las encomiendas que mandaban o las
provisiones que llevaban los días de visitas, a que los presos políticos se
mantengan, evitando así el quebrantamiento de su salud.
La alimentación en la isla se agravó, el hambre era tanto que una vez los
campesinos le pidieron a uno de los agentes que matara a su perro porque
este animal se había mal acostumbrado y comenzó a atacar a las ovejas. El

64
El precio de la libertad

agente cumplió el encargo y mató al perro; un compañero de nacionalidad


chilena que también estaba preso en la Isla le pidió al campesino que le
regale el perro muerto, lo llevo a la orilla del lago y sin perder la calma
comenzó a sacar el cuero y las vísceras al animal, lo saló y lo puso en una
lata de hornear pan, lo metió al horno y a la hora y media tenía un excelente
asado de perro.
El chileno invitó a sus amigos más apreciados, yo también fui uno de
esos invitados; la verdad que era tanto el deseo de comer carne que no pude
rechazar tal invitación, nos servimos un buen pedazo y al rato nos pusimos
a comentar y hacer chistes respeto a que la carne de perro no había sido
tan mala.
Nuestro compañero chileno de nombre René Francisco Monardez, era
un hombre muy habiloso sabía cocinar, hacer pan especial, era muy servi-
cial, de esta manera consiguió ganarse la confianza de los agentes, cierto
día se escapó de prisión en la Isla, aprovechando la confianza de los agen-
tes, ya que trabajaba en la cocina y podía salir en las noches. Una noche
se fue a hasta el lugar donde estaban las lanchas, se subió a una, empezó
a remar y logró cruzar el lago hasta Sampaya y de ahí siguió a pie hasta el
Santuario de Copacabana, pero como estaba tan cansado, se sentó a des-
cansar en la puerta de la Iglesia, pensando que ya se encontraba fuera del
alcance de los agentes del gobierno.
En la isla los agentes se habían dado cuenta de su desaparición, por lo
que comenzaron la búsqueda; sin decir nada al resto de los presos políticos
se trasladaron hasta Copacabana y lo encontraron en la puerta de la iglesia
dormido, por lo que fue muy fácil su recaptura.
Según nos contó el audaz “chileno cansado”, creyendo que ya había lo-
grado su libertad, se sentó muy confiado a descansar un rato, pero el sueño
lo venció y cuando despertó se encontró con la cara de sus verdugos, que
lo trajeron de vuelta a la Isla.
Desde ese día de ser cocinero y hombre de confianza de los agentes, el
chileno pasó a ser un preso político más, con mucha hambre, pero con una
gran práctica en el remo, quien nos dio datos importantes sobre los obstá-
culos existentes en el camino hasta llegar a Copacabana.

65
SE RECIBEN VIENTOS DE CAMBIO

Un día recibimos la noticia de que habían cambiado al Comandante


de Seguridad. El gobernador nos hizo formar para presentarnos al nuevo
comandante y escuchar las palabras de siempre: - tengo la mejor intención
de tener buenas relaciones con todos los detenidos, - es mi deseo que todos
se porten bien para no tener que castigar a nadie, cosas por el estilo y al
final dijo algo que me interesó, -yo soy de Tarija, ¿hay algún tarijeño entre
ustedes?, - sí, dije, levantando la mano muy contento y fui a encontrarme
con mi paisano. Grande fue mi sorpresa al encontrarme con un amigo de
infancia: Germán Trujillo; en Tarija vivíamos en el mismo barrio y cuan-
do chicos jugamos juntos, muchos años después nos separamos cuando
él se fue a estudiar a la Academia de Policía. Yo estaba volviendo a verlo
después de unos 12 años más o menos. Desde ese día, con frecuencia,
charlábamos recordando de nuestra querida Tarija, comentando de nues-
tros amigos comunes y hasta a veces nos bañábamos en las frías aguas del
lago Titicaca. Él solía ir hasta mi lugar de descanso en la orilla del lago
y era tanta la confianza que dejaba su revólver entre sus ropas cuando se
bañaba y jamás falté a esa confianza depositada en mí. Así fue renaciendo
la amistad que una vez tuvimos cuando niños.
Pedro PAPUTSAKIS Flores

El tema político en el país seguía su desarrollo, corría el mes de sep-


tiembre de 1972, los compañeros en el exterior comenzaron a estructurar
una oposición desde el exilio donde estaban casi todos los partidos de iz-
quierda y los opositores al régimen, todos unidos para derrotar la tiranía
que oprimía a nuestro pueblo. De esa reunión de partidos se organizó el
FRA, Frente Revolucionario Anti imperialista, también renació la esperan-
za para nosotros, de que termine nuestra prisión ya que por fin la izquierda
se había unido en torno a un objetivo que no era otro que derrotar a la
dictadura.
Con las pequeñas radios que teníamos algunos compañeros, podíamos
escuchar principalmente Radio Panamericana que daba las noticias más
creíbles e imparciales.
Nos enteramos de la lucha que libraban los diferentes sectores de la
población, como los trabajadores mineros, fabriles, universitarios, amas de
casa; en realidad, todo el pueblo de Bolivia.
Y como no podía ser de otra madera, en la prisión de la Isla de Coati
también se procedió a formar el FRA, los diferentes partidos procedieron
a nombrar sus delegados: por el PC-ML se nombró al compañero Froilán
Aguilar Paredes, por el PCB línea Moscú al compañero Jorge Sattori, por
el MIR al Dr. Camacho en una primera etapa, el ELN no participó porque
no se tenía mucha confianza en estos compañeros porque según se decía
“habían hablado mucho cuando fueron apresados”.
El FRA fue una organización muy importante que nos permitió coor-
dinar acciones en diferentes frentes; de lo contrario, cada partido habría
elaborado su propio plan de fuga. Se daba el caso que a veces se filtraba un
plan de fuga y cada partido creía que era su plan; sin embargo, resultaba
que era el plan de otro partido.
Pese a estar presos, cada uno mantenía sus diferencias ideológicas: así,
por ejemplo, un militante del partido Comunista línea Pekín miraba con
desprecio a un militante del partido Comunista línea Moscú y viceversa y
así sucedía con los diferentes partidos. Por esta razón el FRA resultó ser
una importante alternativa de unidad y una esperanza para alcanzar mejor
los objetivos mediante la previa coordinación de acciones a desarrollar.
En los primeros días de octubre escuchando en radio Panamericana una
entrevista con el Ministro del Interior, Cnel. Mario Adett Zamora, los pe-

68
El precio de la libertad

riodistas le preguntaron sobre la posibilidad de una amnistía para los pre-


sos políticos del país, dijo que sí, que había esa posibilidad, que se estaba
estudiando caso por caso y que esto tendría lugar en el mes de diciembre,
para las fiestas de fin de año. Pero cuando el periodista le preguntó si en
este estudio estaban incluidos los presos de la Isla de Coati, el ministro res-
pondió rápidamente: -en Coati están los peores y peligrosos delincuentes
subversivos del país…para ellos no hay ninguna posibilidad de amnistía.
Esta respuesta tajante del ministro nos hizo reflexionar a muchos com-
pañeros que abrigábamos la esperanza de que en Navidad podía haber una
amnistía para todos, puesto que ya estábamos presos cerca de un año y
medio, y que, como un gesto de reconciliación, el gobierno podía dictar
la amnistía, pero la respuesta echaba por tierra todas esas esperanzas y
nos indicaba el camino correcto a seguir: debíamos buscar la libertad por
nuestras propias manos.
Hasta escribimos una carta al Presidente de la República pidiendo la li-
bertad, la que no fue tomada en cuenta5. En esta carta le pedíamos también
que de no concedernos la libertad nos someta a un proceso justo con jueces
imparciales ya que no podíamos estar presos por más de año y medio sin
que se nos tome una declaración por un juez competente y dentro de la
jurisdicción donde se produjo el supuesto delito.

5 Ver recorte de periódico Diario del 8 de febrero de 1972. ANEXO 5

69
ANÁLISIS DEL POSIBLE ESCAPE

La noticia escuchada por la radio se difundió por toda la Isla y se podía


ver en el rostro de cada uno de los presos políticos la desesperanza e impo-
tencia por tan largo calvario.
Tan terrible situación, hizo que empezáramos a madurar con más serie-
dad la idea de una fuga masiva. Todos los compañeros estaban de acuerdo
con fugarnos, pero alguien tenía que hacer el plan.
Los dirigentes del FRA también analizaron la situación y se pusieron
a diseñar un plan de fuga: lo primero que vieron fue con quiénes se po-
día contar y así comenzaron las consultas. Yo estaba informado por varias
partes: primero por el delegado de mi partido el PCB-ML, por el Dr. Ca-
macho y por Sattori que eran los dirigentes del FRA, con quienes, pese a
ser de diferentes partidos, nos llevábamos muy bien y con quienes siempre
estábamos charlando, analizando las diferentes coyunturas; creo, además,
que me respetaban porque sabían que había sido cruelmente torturado en
Tarija y tenían la seguridad que yo nunca transaría con el enemigo y menos
delataría a ningún compañero.
Llegamos a la conclusión que la única forma para salir libres era la
Pedro PAPUTSAKIS Flores

fuga. Nos pusimos a trabajar con mucho entusiasmo y mucha reserva para
que este plan salga adelante. Como tarea me encomendaron, hablar con el
teniente Trujillo, tomando en cuenta que yo era amigo de él; yo debía tan-
tearle la posibilidad de escaparnos y de preguntarle si él se podría escapar
junto con nosotros.
En una de esas tardes que estábamos charlando en nuestro lugar de des-
canso, cerca del lago le dije: -¡Che, Germán, que tal si nos escapamos, vos
nos puedes ayudar!, sabes que este régimen está totalmente desprestigia-
do, ha cometido muchos crímenes, vos como un hombre de la policía po-
días dignificar a tu institución que también está siendo enlodada; como un
hombre joven debes colocarte al lado de tu pueblo y en un eventual cambio
de gobierno no nos olvidaremos de tu gran ayuda. Con la voz firme él me
respondió: -mira Pedro, yo estoy de acuerdo que ustedes se fuguen, yo les
puedo ayudar en lo que sea, pero yo no quiero irme de mi país. Me volví
a reunir con el Dr. Camacho y don Jorge Sattori para comentarles sobre
mi conversación con el teniente Trujillo, a lo que me dijeron: -Pedro, ¿no
crees que hemos metido la pata al avisarle al teniente de nuestro plan?,
yo les respondí que yo no le había manifestado de mi charla con ellos,
sino que obedecía a un plan determinado. Quedamos que debíamos seguir
en nuestra tarea de entusiasmar a más compañeros para que tomen parte
activa en la fuga, pero que al hacerlo debemos tener mucho cuidado, que
antes de hablar de la fuga debíamos explorar qué es lo que pensaban sobre
la posibilidad de escapar, de la misma manera, quedamos en hablar en el
seno de nuestros partidos, para saber quiénes están de acuerdo con fugarse.
Recuerdo que mi partido realizó una reunión en la Isla, en la que un
compañero de apellido Guarachi, cuando se le comunicó la intención de
escaparnos, nos acusó de estar llevando a una muerte segura a los com-
pañeros, que éramos unos irresponsables, que la fuga iba a fracasar. Los
camaradas Eusebio Gironda y Vico Villegas le respondieron a Guarachi,
que lo que pasaba es que él tenía miedo y que debía dejar que los que quie-
ran escapar lo hagan, que no era de revolucionarios quedarse felices en la
cárcel, esperando que el enemigo les dé la libertad.
Los preparativos de la fuga siguieron adelante, la idea seguía maduran-
do en la mente de todos los compañeros del FRA quienes se reunían para
recoger más información.

72
El precio de la libertad

La vida en la Isla seguía su rutina, la cual era rota algunos días por las
grandes olas del agitado lago, cuyo espectáculo nos dejaba absortos, con-
templando las cristalinas aguas que arrastraban hasta la playa las algas o el
vuelo de las gaviotas que con gran bullicio buscaban peces o moluscos que
les brindaba el inmenso lago.
Todo este paisaje formaba un conjunto maravilloso que nos brindaba
la naturaleza y que a la vez era el lugar de nuestro cautiverio, donde yo
permanecía nostálgico recordando a mis familiares en Tarija, a mi herma-
no Constantino que se encontraba muy delicado de salud y de quien me
habían separado en Achocalla, a los amigos y tantas otras cosas hermosas
de mi tierra, sus campos floridos en la misma época del año, su clima y su
gente. Recuerdo aquella frase muy cierta: “uno no sabe lo que tiene hasta
que lo pierde”.
Un día cualquiera de los muchos que pasamos en la Isla, me llegó la
nostalgia de querer ver la luna, porque ya estábamos más de seis meses
presos en la isla, tiempo en el que no podía ver la luna porque nos encerra-
ban temprano y porque nuestras celdas no tenían ventanas, me invadió un
deseo grande de poder contemplar la luna y así sucedía con todas aquellas
cosas a las que no les había prestado atención en mi vida en libertad, estan-
do en la cárcel adquirían su verdadera dimensión e importancia.
En una nueva reunión con don Jorge Sattori y con el Dr. Alfonso Cama-
cho, me pidieron que hablará nuevamente con el Teniente Trujillo acerca
de la fuga y de su importante participación, además de pedirle que nos
consiga, en su próximo viaje a la ciudad de La Paz, dos cacerinas llenas
de balas, porque teníamos el temor que cuando tomáramos la gobernación
las armas éstas estuvieran vacías y los agentes con las armas con balas nos
pudieran liquidar a todos. También queríamos que nos averigüe si había
agentes acantonados en Sampaya, población que está al frente de la Isla,
por el temor o miedo de que una vez producida la fuga lleguemos a dicha
población donde nos estén esperando los agentes, los policías y/o el ejérci-
to parapetados y fuertemente armados como siempre. El Teniente Trujillo
me dijo que había decidido no tomar parte en la fuga y que le avise la fecha
de la acción, para que él pida permiso antes, para irse a La Paz; se compro-
metió, además, traer las dos cacerinas en su próximo viaje y de averiguar
en La Paz si había gente destinada en Sampaya, también me entregaría la
lista de los “buzos”.

73
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Esta importante noticia la comuniqué a don Jorge Sattori y al Dr. Al-


fonso Camacho quienes luego también hablaron con el teniente para tratar
de animarle a que se fugara con nosotros, le ofrecieron conseguir alguna
beca para estudiar en Chile o para que se vaya a la Unión Soviética, pero el
teniente se mantuvo en su posición inicial.
En la ciudad de La Paz y en todo el país el clima político estaba muy
agitado puesto que se anunciaba por parte del gobierno la necesidad de
tomar medidas en el campo económico ya que la situación estaba muy crí-
tica. Los sectores laborales anunciaban acciones de hecho si el gobierno se
atrevía a obedecer los dictámenes del Fondo Monetario Internacional que
recomendaba la toma de medidas, como ser el cambio de la relación con
el dólar ya que el peso boliviano estaba sobrevalorado en relación al dólar;
ambos bandos anunciaban y se preparaban para el enfrentamiento.

74
LA IDEA DE FUGA EMPIEZA A TOMAR
CUERPO Y A ORGANIZARSE

El FRA había decidido el día y la hora de la fuga, tomando en cuenta


la situación política que estaba muy delicada, el pueblo protestaba, el
gobierno no se decidía a tomar las medidas recomendadas por el Fondo
Monetario Internacional, contrarias al interés nacional se estimaba que
podíamos aprovechar este momento de confusión política, ya que nosotros
no podíamos quedarnos con las manos cruzadas, el plan fue fijado para ser
ejecutado el 1 de noviembre de 1972 como un respaldo a nuestro pueblo y
para conmemorar el aniversario de la fuga de Madidi del pasado año.
El teniente fue a La Paz y tal como se había comprometido me entregó
las dos cacerinas. Me informó que en Sampaya no había nada de qué temer
y que él se iría a La Paz unos 3 días antes de los acontecimientos, para que
no lo relacionen con la fuga.
La fecha estaba decidida, le informé que la fuga se produciría el 1º de
Noviembre y que él debía irse antes para no comprometerse, nos despe-
dimos con un fuerte abrazo, me deseó mucha suerte para mí y para todos
los compañeros, dos días antes de la fuga lo vimos subirse al bote que lo
llevaría a La Paz.
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Se organizarían 6 comandos:

1. COMANDO ENCARGADO DE TOMAR LA GOBERNACION Y


AL GOBERNADOR: Estaría integrado por el Dr. Alfonso Camacho,
Dr. Eusebio Gironda, Rolando Mondaca, Vico Villegas, Gregory Arce
y Fernando Alvarado. Su misión consistiría en entrar a la gobernación,
tomar preso al gobernador con un cuchillo, apropiarse de las armas y
obligar al gobernador a salir a pedir a los agentes que no ofrezcan resis-
tencia.
2. COMANDO ENCARGADO DE TOMAR LA COCINA Y LAS
ARMAS: Integrado por Jorge Sattori, Pedro Paputsakis, Julio Cesar
Hondo, Francisco Caldera, Humberto Albarracín, Raúl Ojopi y Lino
Octavio Chacón.
Este comando estaría encargado de tomar la cocina más las armas; se
consideraba que en este lugar iba a haber resistencia por parte de los
agentes ya que, estarían muchos guardias juntos y la mayoría de las
armas estaban en este lugar, porque en un cuarto trasero estaba la des-
pensa y en el otro el dormitorio de los guardias.
3. COMANDO ENCARGADO DE TOMAR EL DORMITORIO DE
LOS AGENTES: Integrado por el Prof. Walter Ramírez, Dr. Max Me-
nacho, Eduardo Jaimes. Este comando sería el encargado de tomar el
dormitorio de los agentes que estaba separado de la gobernación y de la
cocina, cerca de las celdas en la parte alta. Tomaría presos a todos los
agentes que se encuentren en ese lugar más las armas que se encuen-
tren.
4. COMANDO ENCARGADO DE TOMAR LAS LANCHAS: Inte-
grado por el Prof. Alejandro Torrejón, Carlos Hurtado, Carmelo Janco.
Sería el encargado de tomar las lanchas que estaban ubicadas bastante
lejos del lugar donde nos encontramos todos los días. Una vez tomadas
las lanchas no debían permitir que nadie suba a ellas, ya que había el
peligro de que algún campesino tome una lancha y avise a la naval, en
Copacabana.
5. COMANDO ENCARGADO DE TOMAR LA RADIO: Integrado
por Ignacio Cervantes y Gregorio Arce. Tenían la misión de tomar la
radio que estaba en la punta del cerro. Era muy importante controlar la

76
El precio de la libertad

radio porque de lo contrario podían comunicarse con el Ministerio del


Interior y dar parte de la fuga y podían mandar refuerzos desde Copaca-
bana y poner en grave peligro nuestras vidas.
6. COMANDO ENCARGADO DE HABLAR CON LOS CAMPE-
SINOS: Estaba integrado por don Froilán Aguilar Paredes, Dionisio
Huayñapaco, José Aika, Ramón Aspeti Wilca. Este comando era el en-
cargado de hablar con los campesinos para que nos apoyen en nuestro
plan de fuga.
Además de estos Comandos o Comisiones había cuatro compañeros
encargados de tomar presos a los centinelas de los diferentes lugares: ellos
serían Mario Salinas, Carlos Rojas Salazar, Edgar Rivero y Carlos Ville-
gas. Todo estaba decidido, sólo quedaba esperar el día “D”.
La idea original era que el día 1 de Noviembre cuando en la cocina
todos los presos estemos formando para recibir nuestro té, junto con todos
los “tiras”, (así se los llamaba a los guardias, quienes también recibían su
té, a excepción del gobernador que a esa hora seguía durmiendo su siesta),
las diferentes comisiones o Comandos entrarían en actividad: los encarga-
dos de tomar la gobernación entrarían al recinto armados con cuchillos y
tomarían preso al gobernador, y lo llevarían hasta donde los demás guar-
dias estaban tomando el té para que no ofrezcan resistencia. Este comando,
además, tomaría las armas que estaban en la gobernación y con ellas apo-
yarían a los otros compañeros, que ya tendrían que haber tomado la cocina.
Todos los grupos que tenían diferentes misiones estaban armados con
cortaplumas muy bien afiladas; eran aquéllas con las que trabajábamos los
anillos que hacíamos con cuernos de vaca; con estos pequeños instrumen-
tos teníamos que quitar las armas a los agentes, para después emprender
la fuga.
La verdad que el plan de la fuga era muy arriesgado porque nuestra
arma más grande era la sorpresa y la valentía que teníamos que poner a
prueba todos los compañeros. No es fácil quitar un arma a un agente con
un cuchillo; además, teníamos temor de que algún compañero falte a la cita
y no cumpla su tarea, lo que podría provocar una falla grave en la fuga, ya
que si un punto no era cubierto ponía en riesgo todo el operativo. Teníamos
además que tomar en cuenta a los cuatro agentes que estaban en los puestos
de guardia y en las torres de control, a los cuales era muy difícil tomarlos

77
Pedro PAPUTSAKIS Flores

por sorpresa ya que estaban en alerta permanente mirando y observando


todo lo que sucedía en la parte baja del penal.
Había nerviosismo en todos los involucrados en la fuga, no todos los
presos sabían de estos preparativos; sólo un grupo de compañeros selec-
cionados de los diferentes partidos agrupados en el FRA conocía el “plan
de fuga” no se avisó a todos tomando en cuenta que algunos compañeros
presos que no estaban enterados de la fuga podrían acusarnos que con este
operativo se les estaba perjudicando en sus trámites de libertad e incluso
podían ofrecer resistencia y colocarse del lado del enemigo.
Los que estábamos involucrados en la fuga, a medida que trascurría el
día 1º de noviembre nos poníamos a pensar en nuestra familia, en lo que
pasaría si fracasaba la fuga, tal vez al día siguiente a la misma hora esta-
ríamos muertos; si esto ocurría qué dolor inmenso íbamos a dar a nuestra
familia, sobre todo a mi madre una mujer sencilla del pueblo, que siempre
había estado buscándome por las distintas cárceles de Bolivia, pero todo
era preferible a seguir soportando la humillación, el hambre y la miseria
después de más de quince meses de prisión sin proceso y sin justicia.
Decididos a alcanzar la libertad o a morir en el intento, a horas 16:00
nos dirigimos hasta donde sería el teatro de operaciones, llegamos a la fila
comprobamos que nuestras cortaplumas estaban listas. En este lugar inter-
cambiamos miradas cómplices con los otros compañeros comprometidos y
esperamos la señal que debía gritar un preso que estaría escuchando radio:
-¡Ha caído Banzer, viva la libertad!, pero en ese preciso momento, cuando
esperábamos la señal para entrar en acción, de manera imprevista llegó el
Gobernador del Penal, Coronel Burgoa quien a esa hora debería estar dur-
miendo, se acercó a la fila donde esperábamos nuestro té y la señal, tratan-
do de auscultar qué estaba ocurriendo. Ante tal situación, inmediatamente
y sobre la marcha, los dirigentes del FRA tomaron la decisión de abortar la
fuga; rápidamente se pasó la voz que la fuga se había suspendido, porque
el Coronel con su presencia, podía influir en el ánimo de los agentes para
ofrecer una mayor resistencia.
No sabíamos qué había ocurrido, ni por qué el Coronel no estaba en
la gobernación haciendo su siesta; todos los que conocíamos el plan nos
mirábamos desconcertados y hasta apenados sin entender lo que había ocu-
rrido, incluso renegamos contra los dirigentes del FRA, por haber dado la
orden de suspender la fuga sin mayores explicaciones.

78
El precio de la libertad

-¡Debíamos nomás haber seguido adelante!, era lo mínimo que se decía


en la fila o en charlas que se mantenía entre los que conocíamos el plan esa
oportunidad. Realmente estábamos molestos porque las ansias de libertad
ya se habían apoderado de nosotros y no era posible suspender el acto sin
previa justificación.
Pero a la vez, estábamos preocupados porque pensábamos también que
el Coronel había sospechado algo sobre la fuga, porque no podía ser una
casualidad su presencia en el momento mismo en que tenía que iniciarse
el desarrollo de la fuga. Nuestra preocupación aumentó al pensar que el
plan de la fuga había sido descubierto y que seguramente nos trasladarían
a otra prisión, postergando vaya a saber por cuánto tiempo nuestro deseo y
derecho a la libertad.
El Coronel ordenó inspeccionar las celdas. En silencio y sin decir qué
buscaba revisaron todo, los colchones, nuestras pertenencias, etc. Los que
sabíamos del plan pensamos que buscaban las cacerinas que estaban en
mi poder, también se comentó que los Alvarado, también presos políticos,
nos habían delatado, porque ellos mismos habían comentado que el Coro-
nel los había llamado y les había dicho: -¡carajo, ustedes están pensando
escapar! A lo que ellos respondieron que no era así, que no conocían de
ninguna fuga. A esta respuesta el Coronel les dijo: -Entonces qué es lo que
hacen reunidos los Pekineses con los moscovitas, los Miristas con los del
ELN. Ustedes están planificando algo, porque no son casuales estas reu-
niones. Tiene que avisarme qué es lo que están planificando.
La verdad que de la fuga nadie había hablado, sólo fue la suspicacia de
un hombre tan experimentado en estos problemas carcelarios, como era el
gobernador, quien se había dado cuenta de que algo se estaba tramando. El
Coronel Burgoa fue por muchos años gobernador del penal de San Pedro,
por lo que se puede decir que era un hombre difícil de engañar y lógica-
mente, estaba claro, que por parte de los presos políticos se habían violado
algunas normas básicas de seguridad.
La orden de inspección de las celdas fue a horas 18:00, antes de que
entremos al encierro de todos los días. Los agentes entraron y comenzaron
a buscar por todos los lugares sospechosos, buscaron por debajo de las pa-
yasas por detrás de la puerta, en nuestras escasas pertenencias; nosotros es-
tábamos nerviosos porque teníamos ocultas dentro de las celdas las dos ca-

79
Pedro PAPUTSAKIS Flores

cerinas que nos entregó el Teniente. Con la mirada, atenta a la forma cómo
revolvían nuestras cosas, entre nuestras ropas, buscando alguna prueba que
pueda corroborar las sospechas de fuga, vivimos momentos tensos. No sa-
bíamos que es lo que sabía el Coronel y por qué había ordenado la revisión
justo el día que tenía que realizarse la fuga. Es que algo se había filtrado.
Después nos enteramos que el Coronel sólo sospechaba que algo pla-
neábamos, pero no sabía nada del plan; eso nos tranquilizó un poco, ya
que por fin sabíamos cuál había sido el motivo de la sospecha del Coronel;
sólo se debía a que había visto charlando a varios dirigentes de diferentes
partidos, lo que no era normal, pues algunos de ellos eran muy sectarios y
no era frecuente verlos conversar entre ellos.
Una vez terminada la inspección y como no habían encontrado nada,
los agentes se retiraron a sus lugares habituales y nosotros nos quedamos
a seguir planificando la fuga. Llegamos a la conclusión que era necesario,
como primer paso, sacar de la cabeza del Coronel la idea de que nosotros
teníamos la intención de escaparnos. Por esta razón, con el compañero Eu-
sebio Gironda acordamos y planeamos cómo ir al otro día a rezar a la casa
de los campesinos porque era el día de los difuntos.
En este importante día, las familias tienen la costumbre de poner la
mesa con masas, dulces y refrescos para entregar a los niños que rezan para
las almas de sus seres queridos. Para disipar toda duda, fuimos a hablar con
el Coronel a quien le pedimos permiso para poder ir a visitar a las casas de
los campesinos a rezar; ante este pedido el Coronel nos dio el permiso con
mucho gusto y nos recomendó que no estemos pensando en escapar ya que
según él había escuchado que pronto nos liberarían a todos. Nosotros, de
manera convincente le dijimos al Coronel que no teníamos ni la más míni-
ma intención de escapar, porque no habíamos hecho nada y que teníamos
la esperanza de que el gobierno se dé cuenta y nos ponga en libertad.
También otros compañeros convencieron al Coronel de la necesidad
que ese día tan grande para nuestro pueblo lo festejemos todos juntos, que
podríamos jugar un partido de fútbol entre los policías, agentes (o tiras) y
los presos, que en vez de estar pensando en el enfrentamiento entre noso-
tros pensemos en cómo llevarnos mejor. Al Coronel le pareció muy bien
jugar un partido de fútbol y que nos pongamos de acuerdo para que en la
tarde se lleve a cabo el partido. Con Eusebio Gironda y otros compañeros

80
El precio de la libertad

fuimos a las casas de los campesinos a traer masas en nuestras bolsas, algu-
nos compañeros realmente sabían rezar y hasta cantar muy bien, mientras
que otros apenas movían la boca, simulando rezar. Pese a todo, los campe-
sinos con esa bondad infinita y su fe puesta en sus almas queridas, también
se sintieron contentos que nosotros les acompañemos en el momento en
que ellos rendían homenaje a sus seres queridos.
Al promediar la una de la tarde volvimos de las casas de los campesi-
nos ubicadas en la falda del cerro que rodeaba la prisión. Todos estaban
comiendo; a los que estaban en el plan de fuga les comentamos de nuestra
charla con el Coronel, a todos les pareció fantástico lo del partido de fútbol
porque íbamos a tener una ventaja, ya que, de los 26 tiras, 11 estarían en la
cancha sin armas y nuestros jugadores en el momento indicado se lanzarían
sobre ellos para reducirlos y obligarlos a obedecer.

81
¡HA CAIDO BANZER, VIVA LA LIBERTAD!

Se reunió el FRA y decidió que la fuga se haga lo más rápido posible ya


que el gobierno, el 27 de octubre de 1972, había devaluado la moneda en el
66%, por lo que el dólar subió. El pueblo salió a las calles a protestar por
la devaluación. Se hablaba de la destitución del General Banzer y, según
las noticias parecía que el gobierno se venía abajo. Nosotros no podíamos
esperar más y si el día anterior se suspendió la fuga hoy se haría a cualquier
precio cuando estemos en medio del partido de futbol. Además, teníamos
que tener en cuenta que mediante la radio los tiras se comunicaban tres
veces por día con el Ministerio del Interior: a las 8 de la mañana, a las 12
y a las 6 de la tarde. Pensábamos que a las 6 de la tarde ya estaríamos en
viaje. Todo el aparato que estaba preparado para la fuga del día anterior
fue activado.
Comenzó el partido, sólo nueve tiras quisieron jugar, por lo que dos pre-
sos reforzaron el equipo contrario. El partido estaba en su mejor momento,
metían goles de ambos lados, nuestros jugadores le ponían un entusiasmo
pocas veces visto; al mismo tiempo, cada comisión ya estaba en su lugar
asignado. El resto de los presos que no formaban parte del plan, hacían
Pedro PAPUTSAKIS Flores

barra, aplaudían con entusiasmo a favor del equipo de los presos políticos.
Los encargados de tomar la Gobernación: Camacho, Gironda, Mondaca,
Villegas, Arce y Alvarado se sentaron al lado de la puerta y después en fila
india entraron a la gobernación sin que nadie se dé cuenta, porque todos
estaban distraídos con el partido. Sólo los comandos que estaban organi-
zados estaban atentos a los movimientos del resto de los confabulados. El
grupo de la cocina, tenía que tomar el lugar en que habría más resistencia
ya que en este lugar, al lado de la cocina, estaban las armas de los policías y
éstos permanecían en el área durante el día. Sattori, Ojopi, Caldera, Hondo,
Albarracín, Lino Chacón y yo, encargados de tomar esta sección entramos
decididos, Don Raúl Ojopi alzó el hacha y con ese instrumento tenía para-
lizado contra la pared a un agente con los ojos desorbitados y con una cara
de angustia que no me olvidaré jamás; otro compañero alzó el machete
para intimar a otro agente.
El compañero Jorge Sattori, abrió la puerta de una fuerte patada del
dormitorio de los tiras, ubicada al lado de la cocina; Francisco Caldera y
yo nos abalanzamos sobre un agente que trataba de despertar después que
sintió el golpe de la puerta. Este agente tenía la particularidad que era un
hombre sumamente grande, pero ante la superioridad numérica no pudo
hacer nada, lo redujimos y le dijimos que se quede tranquilo.
Reunimos las armas y salimos corriendo a repartirlas entre los demás
presos: En ese momento el Coronel salía también de la gobernación con un
cuchillo en el cuello sostenido por la mano firme de Rolando Mondaca con
el apoyo de los demás compañeros alrededor suyo.
Un compañero grito, -¡¡Ha caído Banzer!! ¡Viva la libertad! Ante este
grito, los presos que estaban jugando el partido se abalanzaron sobre los
tiras, quienes, sujetados por el cuello, no atinaron a hacer resistencia, sobre
todo al ver a su gobernador reducido y a los presos con armas.
El gobernador fue obligado a pedir a su gente que se rinda, -por esto me
van a procesar, dijo con voz entrecortada… pero no tengo otra salida,…
entonces se dirigió a sus policías diciendo: -¡Por favor les pido a los guar-
dias que dejen sus armas, no ofrezcan resistencia, debemos evitar el derra-
mamiento de sangre, todo se va a arreglar! Todos obedecieron menos los
que estaban de centinelas en los puestos altos en el cerro, que no entendían
lo que pasaba; sin embargo, al ver movimientos extraños, a presos mane-

84
El precio de la libertad

jando armas, las jugadores atrapados por el cuello, los guardias se posicio-
naron detrás de sus trincheras como para disparar, pero Gregory Arce, que
portaba una sub ametralladora Brno, disparó una ráfaga en dirección de los
centinelas quienes abandonaron su posición de combate y tiraron las armas
como si les quemaran las manos; los otros centinelas también se rindieron.
Los campesinos alertados por los disparos salieron a ver qué sucedía;
dos de ellos comenzaron a correr por la falda del cerro en dirección a las
lanchas, Eusebio Gironda y yo al darnos cuenta de esta situación comen-
zamos a correr por el camino, intentando hacerlos parar amenazándoles
con nuestras armas; uno de los campesinos se detuvo al escuchar los pri-
meros gritos y Gironda se quedó apuntándole con su arma, el otro siguió
corriendo y como no obedecía la voz de pararse, me vi obligado a tomar
posición de tiro con un fusil mauser, tomé la decisión de disparar, porque
este campesino era el dueño de la lancha a motor y si lograba escapar podía
dar parte a la naval de Copacabana que los presos habían tomado la Isla,
desbaratar la fuga y poner en riesgo nuestra propia vida. Apunté decidido,
pero justo en el momento en que estaba a punto de apretar el disparador del
máuser, el campesino se acurruco detrás de unos arbustos y se quedó quie-
to, mientras yo seguía corriendo junto con el compañero Eusebio Gironda
hasta tomar posesión de las lanchas. Detrás nuestro llegaron los miembros
de la comisión encargada de tomar las lanchas; luego de regañarles por la
tardanza y el peligro en el que nos vimos expuestos, les pedimos que ten-
gan mucho cuidado, ya que existían campesinos que tenían la intención de
tomar las lanchas para dar parte a la naval en Copacabana.
Inmediatamente volvimos hasta la prisión; los compañeros de la co-
misión encargada de tomar el control de la radio ya lo habían hecho, la
trajeron con más el motor de energía eléctrica y tiraron al lago el motor y
la radio. Los demás compañeros del grupo armado.
Hicieron formar a todos los presos para preguntarles si querían fugarse
con nosotros; a los que estuvieran de acuerdo se les invitó a dar un paso
adelante. Grande fue la sorpresa cuando todos los presos dieron un paso
adelante incluidos los buzos, esos personajes convertidos en delatores,
quienes eran presos, pero dejando de lado sus principios se habían puesto
al servicio de sus verdugos; éstos no merecían que se les dé la oportunidad
de irse con nosotros, por este motivo se seleccionó a los buzos y fueron

85
Pedro PAPUTSAKIS Flores

encerrados en la misma celda en la que estaban los tiras, advirtiéndoles que


no salgan ya que afuera íbamos a instalar una bomba. Claro que lo de la
bomba era mentira, era una forma de mantenerlos a raya.
Los demás compañeros fueron a arreglar sus pertenencias para empren-
der la fuga; los miembros de la comisión para charlar con los campesinos,
reunieron a todos los lugareños para explicarles en su idioma natal el “ai-
mara”, que habíamos decidido fugarnos y que no debían temer, porque
nada malo recibirían de nuestra parte, que nosotros no éramos malos, que
nada era verdad de lo que les habían contado los guardias, nosotros está-
bamos presos por pensar diferente y sobre todo por defender a los sectores
populares, que esperábamos su colaboración, que nos ayuden como guías y
que conduzcan las lanchas ya sea rumbo a Juliaca en el Perú o a Sampaya
al frente de la Isla, en territorio boliviano6; todos los campesinos estuvieron
de acuerdo y prometieron ayudarnos.
Yo fui a ver al Coronel, quien me hizo llamar, él se encontraba preso
en la gobernación, entonces me dijo que estábamos cometiendo un grave
error, pero no era tarde para que nos arrepintiéramos, -todo esto puede
quedar entre nosotros, me dijo, -yo estoy dispuesto a no comunicar nada
a la Paz si ustedes desisten, además, me dijo: -tú que eres un hombre que
tiene influencia sobre ellos, diles que dejen todo esto, que no van a tener
éxito. Yo le contesté: -Coronel, cómo cree usted que podemos dejar de
seguir adelante con nuestro plan, si su gobierno es despótico, que nunca
ha respetado nuestros derechos, cómo cree que podemos dejar lo hecho,
¿cree que a partir de hoy nos darán un trato justo? ¡Lamento decirle Co-
ronel que no retrocederemos jamás! Luego me fui donde estaba el Mando
Armado que se trasladó hasta la pequeña escuelita para ver un mapa que
había allí.
Teníamos un gran problema: sólo contábamos con una lancha a motor y
seis lanchitas a vela con capacidad para cuatro personas, lo que no nos per-
mitirían llegar hasta Juliaca como era el plan original; necesitábamos dos

6 Ver ANEXO FOTOGRÁFICO 1

86
El precio de la libertad

lanchas a motor, pero cuando se tomó el muelle sólo había una; además ya
no éramos treinta los presos que teníamos que fugar, ahora éramos setenta
y dos; las lanchas a vela no nos garantizaban que todos llegáramos a salvo,
por lo que se resolvió tomar la segunda opción que era ir hasta Sampaya y
seguir a pie hasta Copacabana y de ahí seguir a Yunguyo en el Perú.
La segunda opción ponía en riesgo la unidad del grupo de fugados,
porque el grupo armado podía haber tomado la decisión de ir hasta Julia-
ca por el lago, sin tener que caminar tan larga distancia. Sin embargo, el
compañero Jorge Sattori fue el que más argumentó para tomar la ruta por
Sampaya, aunque resultó trágico para él, como veremos más adelante.
La discusión llevó mucho tiempo al grupo para tomar la decisión, mien-
tras el lago comenzó a agitarse como lo hacía algunas tardes; por fin, cuan-
do todos estuvieron de acuerdo en desechar la idea de ir por Juliaca, se
decidió tomar la ruta hacia Sampaya, que estaba al frente de la Isla, en
territorio boliviano, sólo de esta manera podíamos llevar a todos los com-
pañeros, claro que esta decisión nos obligaba a recorrer una larga caminata
hasta llegar a Yunguyo en el Perú.
Cuando nos quisimos embarcar, los campesinos se negaron a acompa-
ñarnos argumentando que el lago estaba muy agitado, que no garantizaban
que podamos llegar con vida al otro lado, nos recomendaron esperar hasta
que esa corriente de viento pase y que una vez que se calme el lago, recién
podríamos embarcarnos. Efectivamente el lago estaba muy agitado y for-
maba unas olas de más de cinco metros de altura. Estábamos desesperados
por irnos, pero aventurarnos a lanzarnos al lago en esas circunstancias hu-
biera sido un suicidio.
La espera había provocado angustia y desesperación en algunos compa-
ñeros que querían embarcarse sin tomar en cuenta lo agitado que estaba el
lago; la situación era tan desesperante que tuvimos que amenazar incluso
con disparar si alguien tomaba la decisión de irse por su cuenta. Estuvimos
esperando desde las cuatro de la tarde hasta las siete de la noche, cuando el
lago se calmó, entonces se dio a todos la orden de embarcar, los compañe-
ros que portábamos armas debíamos ir en la lancha a motor, para controlar
a lo largo del viaje. Los demás compañeros que no habían tomado parte en
la toma, debían abordar las pequeñas lanchitas.
En la lancha a motor subimos 24 compañeros más el Coronel Burgoa

87
Pedro PAPUTSAKIS Flores

a quien lo llevábamos como rehén y en cada lanchita a vela subieron 8.


Así se emprendió la travesía. Las lanchas pequeñas iban por delante y la
lancha a motor por detrás vigilando por si pasaba algo con las lanchas a
remo que tenían problemas por el exceso de peso. El agua se entraba y
los compañeros tenían que sacarla con latas que tuvieron la precaución de
subir en la Isla.
Cuando ya estábamos en medio del lago Titicaca, nos percatamos que
nuestros captores a quienes dejamos presos, se habían liberado y habían
encendido fogatas con el kerosén que no quisimos botar, escuchando el
pedido de los campesinos. La noche nos cobijaba con su total oscuridad,
pero a lo lejos se divisaban cuatro fogatas que como señal de alarma habían
sido encendidas; el miedo cundió en todos nosotros, pensando que era una
señal para que los policías y pobladores de Sampaya pudieran intervenir;
los que iban en las pequeñas lanchas comenzaron a remar con mayor in-
tensidad hasta hacerse sangrar las manos. Después, con el tiempo, supimos
que la señal de alerta eran tres fogatas y no cuatro, pero como nosotros nos
llevamos de rehén al Coronel los tiras no sabían la clave. Los campesinos
de Sampaya no hicieron nada para dar parte a las autoridades.
Cuando llegamos a la orilla del lago, cerca del pueblo de Sampaya, con-
forme los compañeros desembarcaban emprendían veloz caminata hacia
Yunguyo; nosotros que veníamos en la lancha a motor también desembar-
camos; había mucho nerviosismo en el grupo; apenas pisaban tierra, co-
rrían, cada cual por su lado, sin ningún tipo de organización para continuar
la caminata rumbo al Perú.
Cuando todos bajaron, como yo conocía de electricidad intenté sacar el
cable de la bujía de la lancha para inutilizar la lancha y así evitar que los
campesinos quisieran dar parte a las autoridades usando la lancha a mo-
tor, pero cuando trataba de sacar el cable el compañero Eusebio Gironda
que seguramente pensó que alguien quería escaparse, apuntándome con su
arma me dijo: -¡Quien está allí!, –¡Soy yo, Pedro!, -No importa, ¡tienes
que bajarte!, me gritó decidido a disparar, cuando sentí el tono de su voz
firme, me di cuenta que en esos momentos difíciles todos estábamos ner-
viosos y no podíamos arriesgarnos, me bajé de la lancha sin poder sacar
el cable de la bujía, ya en el piso le dije: -¡Eusebio, que te pasa! ¡No estés
tan nervioso!, a lo que me él dijo; -yo pensé que era alguien que quería

88
El precio de la libertad

escapar. Luego se fue a alcanzar a los demás compañeros que se iban rápi-
damente subiendo la colina.
Estando solo, me di la vuelta y vi atrás que el Coronel estaba parado en
la oscuridad; al parecer tenía la intención de aprovechar el pánico y pasar
inadvertido, llamé a algunos compañeros que todavía quedaban para vigi-
larlo, acudieron a mi llamado Jorge Sattori, Rolando Mondaca, Francisco
Caldera, Fidel Castro, este último compañero era un colonizador al que
tomaron preso por llamarse igual que el presidente de Cuba. Ya en la cárcel
se identificó con las posiciones de izquierda.
Nos dividimos en grupos para emprender la larga caminata rumbo a
Yunguyo entre nosotros estaban el Dr. Max Menacho y Raúl Ojopi, des-
pués de charlar un momento emprendimos la marcha ocho compañeros
que custodiamos al Coronel.
A partir de este momento hasta llegar a Yunguyo solo relataré lo que
ocurrió a estas nueve personas, porque los demás se fueron en otros grupos.
La caminata se hacía muy dificultosa porque en nuestro grupo no había
ningún guía o campesino que nos señale por lo menos el rumbo que debía-
mos seguir. El Coronel hacia su parte tratando de obstaculizar la caminata,
se caía, decía que no veía, trataba de desorientarnos más de lo que ya está-
bamos, hasta que un momento de furia de mi parte lo arrinconé contra una
piedra grande apuntándole con mi arma le dije: -¡usted tiene que saber, que
si nos descubren usted será el que muera primero, porque desde hace rato
que viene tratando de perjudicar nuestra marcha y no estamos dispuestos
a seguir en este ritmo!, -Por favor no me hagan nada, voy a caminar. Des-
de ese momento comenzó a caminar más rápido.
La cuesta era muy empinada y en la noche oscura no lográbamos en-
contrar ningún camino por donde sea más fácil caminar; teníamos que ha-
cerlo casi a tientas por las partes menos empinadas y de esa manera logra-
mos llegar a la cima del cerro. Desde allí se podía ver el reflejo del agua
del lago; comenzamos a caminar por la punta del cerro en la dirección que
creíamos era la correcta, era media noche y seguíamos viendo el reflejo del
lago no lográbamos alejarnos del lago y comenzamos a preocuparnos, el
Coronel ya estaba mal y resultaba un estorbo en nuestra marcha. Alguien
sugirió que debíamos deshacernos de él; realizamos una improvisada re-
unión y sometimos al voto lo que debíamos hacer con el Coronel. De los

89
Pedro PAPUTSAKIS Flores

ocho compañeros, tres sugirieron que debíamos matar al Coronel, cinco


estuvimos de acuerdo en deshacernos de él porque considerábamos que no
era necesario matarlo ya que en toda la fuga no habíamos derramado una
gota de sangre y creíamos que tranquilamente podíamos dejarlo amarrado
en algún lugar para que no pueda dar la voz de alerta; este criterio se im-
puso. Procedimos a amarrar al Coronel de los pies y las manos, le dejamos
algunas frazadas que habíamos traído y que ya nos resultaba muy pesado
seguir cargándolas; además teníamos miedo que el Coronel se pueda morir
de frío, así que lo dejamos bien abrigado, prometiéndole que en Yunguyo
daríamos parte del lugar donde lo dejamos.
Seguimos nuestra marcha, el cansancio ya se hacía sentir, algunos com-
pañeros se adelantaban como Rolando Mondaca, Francisco Caldera y Fi-
del Castro a quienes ya no volvimos a alcanzar. Así que quedamos cinco,
seguimos nuestra marcha totalmente desorientados sin saber dónde está-
bamos y sin poder alejarnos del lago, pero manteniendo el rumbo inicial
hacia el Perú. El día ya empezaba a aclarar y la desesperación de nosotros
se hacía cada vez más grande porque no encontrábamos ningún poblado,
ninguna casa donde poder preguntar dónde estábamos, cuánto nos faltaba
para llegar, sólo teníamos el rumbo que debíamos seguir y seguimos y
seguimos.
Al fin, a lo lejos divisamos un par de luces alejadas entre sí, tomamos
la decisión de separarnos para poder preguntar en cada una de las casitas,
con el compromiso de volver a encontrarnos después en el mismo lugar.
El compañero Jorge Sattori conjuntamente don Raúl Ojopi y el compañero
cuyo apodo era Peji, irían a la luz que estaba a la derecha y el Dr. Max Me-
nacho y yo, iríamos a la luz que estaba a nuestra izquierda. Saliéndonos de
nuestro rumbo comenzamos a bajar hasta una pequeña quebrada y después
subimos una cuesta bien empinada; en medio del cerro estaba enclavada
la pequeña casa de un campesino, tenía dos cuartos y una pequeña cocina,
construida con piedra pircada con barro y techo de paja, con una pequeña
ventana por donde salía una luz producida por un mechero, era la misma
luz que vimos desde la banda de la pequeña quebrada.
Comenzamos a gritar: -Señor…. Señor…, Desde adentro escuchamos
una voz que nos interpelaba, -¿quiénes son ustedes?, -¡somos contraban-
distas! queremos que nos ayude a llegar hasta Yunguyo! ¡Le vamos a pa-

90
El precio de la libertad

gar! le respondimos, tratando de convencerlo. -Yo no puedo ir, pero tengo


mi hijo que les pude guiar, nos dijo, -¿Conoce bien el camino? le pregunta-
mos, tratando de no molestarlo, a lo que nos contestó: -él ya ha ido varias
veces al Perú. Toda esta charla se producía a través de la pequeña ventana
de la cocina. Afuera hacía frío, pero no nos invitaba a pasar ni tampoco
salía a conversar con nosotros, como lo hacen los campesinos del valle o
de otras regiones del país.
Le dijimos que nos acompañe su hijo entonces, al poco rato se abrió
la puerta, salió un chico de unos 13 o 14 años, somnoliento, metiéndose
la camisa debajo del pantalón y se puso a nuestro lado, le preguntamos si
conocía el camino, nos contestó con un movimiento de cabeza en forma
afirmativa. Partimos hacia el lugar donde quedamos de encontrarnos con
el compañero Sattori, don Raúl Ojopi y Peji; allí esperamos un rato largo,
sentados en el suelo por el cansancio, pero los tres compañeros no apare-
cían; después de gritarles por un largo rato, le pregunte al Dr. Menacho qué
debíamos hacer, él me respondió que esperemos un rato más y si no venían
teníamos que partir solos. Pasaban los minutos, el día ya estaba más claro,
hasta que tomamos la decisión de partir sin saber las razones del por qué
no aparecieron nuestros compañeros.
Después de muchos años, nos encontramos de nuevo con el compañero
Jorge Sattori, él me contó que efectivamente no pudieron llegar al lugar
donde quedamos porque el compañero Peji se dislocó un tobillo y tuvie-
ron que quedarse en la casa del campesino, pues el compañero no podía
caminar y que al día siguiente cuando llegaron los policías revisando todas
las casas, los encontraron y los llevaron presos hasta Copacabana donde
fueron torturados en la cancha del pueblo a la vista de toda la población.

91
NUESTRA SUERTE EN MANOS
DE UN NIÑO

Nuestro guía, nos condujo por el mismo rumbo que seguíamos antes
de dirigirnos a la casita del cerro. Caminamos una hora, hasta encontrar el
camino carretero que va al santuario de Copacabana; ya de día, seguimos
por el camino ancho cuando al dar vueltas una curva a unos doscientos
metros divisamos a dos hombres parados al lado del camino bien cambia-
dos, tenían la apariencia de ser agentes del Ministerio; ante esa situación
nos paramos e intercambiamos palabras con el Dr. Menacho para ver qué
hacer; no nos quedó otra alternativa que preparar nuestras armas y seguir
caminando a enfrentar el peligro, ya no había otra cosa que hacer; cuando
estábamos cerca de ellos los saludamos y seguimos nuestro camino miran-
do de reojo cada uno de sus movimientos, nos preguntábamos que hacían
dos hombres bien cambiados en el camino; llegamos a la conclusión que
seguían festejando el día de todos los santos.
El sol ya estaba alto, serían las ocho y media de la mañana, nuestro
pequeño guía nos indicó que debíamos abandonar el camino carretero para
irnos por unos pequeños senderos para poder pasar por una orilla del san-
tuario de Copacabana para evitar ser vistos por la gente; seguimos nuestra
Pedro PAPUTSAKIS Flores

caminata por caminos de herradura. Nos encontrábamos muy cansados


porque ya llevábamos muchas horas de viaje sin descansar; a eso de las
nueve de la mañana vimos pasar los aviones de la Fuerza Aérea, volaban a
baja altura como tratando de detectar algo, iban y volvían; nos dimos cuen-
ta que ya nos estaban buscando, a los presos políticos fugados de la Isla de
Coati; nosotros no sabíamos dónde escondernos porque en el terreno no
había ningún árbol sólo piedras y algunas zanjas donde nos ocultábamos
cuando se acercaban los aviones. Así seguimos avanzando presurosos y sin
descanso por los cerros y en medio de las piedras, hasta que por fin encon-
tramos un pequeño caserío que, según nuestro guía, ya era tierra peruana;
nos acercamos a una de las casas y vimos un pequeño aviso que decía “casa
censada” y como estábamos enterados que en el Perú hubo un censo el año
anterior confirmamos las indicaciones de nuestro guía.
Nos pusimos muy contentos de haber llegado al Perú, pero seguimos
avanzando porque teníamos miedo de que la policía boliviana nos encuen-
tre en esos lugares donde no hay ninguna señal o mojón que indique el
límite entre el territorio boliviano y peruano. Nos podían atrapar incluso
en territorio peruano para decir después que nos agarraron en territorio
boliviano. Caminamos lo más rápido que nuestras fuerzas nos permitían
hasta que divisamos una pequeña ciudad y nuestro pequeño guía nos dijo:
-estamos llegando a Yunguyo.
Sentimos un gran alivio al saber que habíamos salido de Bolivia, pero
pensamos que lo más prudente era asearnos, ocultar nuestras armas para
poder ingresar a la población de Yunguyo; buscamos un arroyo, nos lava-
mos, nos arreglamos un poco y seguimos el camino hacia al pueblo para
ver si los demás habían llegado, porque éramos sesenta y siete presos po-
líticos que logramos abandonar la Isla, y ahora llegábamos solo dos. Te-
níamos planeado ir hasta el centro de la ciudad, vender uno de los relojes
que teníamos y con ese dinero comer alguna cosa porque teníamos mucha
hambre; además necesitábamos dinero para pagar a nuestro guía.

94
NUESTRO INGRESO AL CENTRO
DE YUNGUYO

Una vez en Yunguyo7, el Dr. Menacho y yo preguntamos dónde queda-


ba la plaza principal y nos dirigimos hacia allí, pero cuando ya estábamos
cerca de la plaza nos cruzó un policía, nos pidió documentos, nosotros le
dijimos que no teníamos porque recién habíamos pasado la frontera con
pasa-banda; nos miró fijamente y seguramente nuestra forma de vestir, no
le convenció y nos preguntó: -¿o ustedes son de los que se han fugado de
la Isla de Coati?, porque allá hay muchos de los fugados, nos dijo seña-
lando una estación policial, -¡sí!, le contestamos apresurados y un tanto
emocionados.
Nos llevó hasta la estación policial para presentarnos al oficial de guar-
dia, quien nos interrogó por donde habíamos entrado, le informamos que

7 Ver recorte de periódico PRESENCIA de fecha 4 de noviembre de 1971. ANEXO 6


Pedro PAPUTSAKIS Flores

habíamos bordeado el puesto fronterizo y que nuestras armas las dejamos


ocultas en una pequeña quebrada; anotaron nuestros nombres en un libro
de novedades con los números 54 y 55, luego nos invitaron a pasar a un
patio donde nos encontramos con nuestros compañeros.
La alegría de volver a vernos fue muy grande, todos venían a saludar-
nos, nos abrazaban, nos decían: -¡qué bien compañeros que han llegado!,
nos preguntaban también que fue de los demás compañeros, de quienes
no sabíamos nada, - ¡se han separado de nosotros en el camino! ¡No los
volvimos a ver!, les decíamos consternados y apenados porque no habían
llegado todavía.
Por su parte, la gente peruana, muy solidaria, nos traían desayuno, cosas
para comer, nos invitaban de todo, no sabían cómo nos iban a tratar mejor;
la verdad quedé muy impresionados por el trato y la gran solidaridad que
nos brindó el pueblo hermano de Yunguyo, en el Perú. Nos trataban con
amabilidad, sin ningún temor por ser presos políticos fugados de la Isla de
Coati en el Lago Titicaca; por el contrario, sentían pena de vernos mal ali-
mentados y con la ropa vieja que se estaba acabando en nuestros cuerpos.
Después de la emoción del encuentro, los compañeros nos comenzaron
a contar cómo habían llegado, los problemas que habían tenido con los
campesinos de Sampaya, que cómo algunos habían sido confundidos con
ladrones de ganado, y cómo los campesinos para llamar a toda la comuni-
dad hicieron sonar sus pututos y tuvieron que amenazarlos con hacer uso
de sus armas si les hacían problemas.
Nosotros también contamos acerca de nuestro penoso viaje, otros nos
contaron que un grupo de 30 compañeros marcharon en fila india con los
campesinos que condujeron las lanchas y habían sido obligados a servir
de guías, por lo que éstos iban al medio, porque trataban de escapar con el
pretexto de ir a orinar; querían alejarse de la fila, pero los compañeros los
controlaban. Otros contaban que padecieron la falta de aire o el conocido
mal de puna o sorojchi y cuando a algún compañero le venía este mal,
inmediatamente era socorrido por los demás; lógicamente que este mal
afectó más porque al estar tanto tiempo fuera de actividad para pronto em-
prender una marcha forzada era un cambio brusco que afectaba a nuestros
débiles cuerpos.
También nos contaron que se dieron muestras de mucha solidaridad ya

96
El precio de la libertad

que algunos compañeros llevaban sobre sus espaldas a los compañeros que
tardaban en reaccionar por el mal del sorojchi; otros compañeros se saca-
ban sus calzados para prestar a los que estaban mal de los pies.
Poco a poco iban llegando los compañeros que faltaban y contaban sus
propias historias; algunos compañeros se habían desviado tanto de la ruta
por la que caminaban que habían llegado a otros pueblos fronterizos del
Perú y desde allí fueron traídos por la policía peruana hasta el lugar de
encuentro en Yunguyo; mientras tanto seguíamos recibiendo la solidaridad
del pueblo.
Al día siguiente, vale decir el 4 de noviembre, el Alcalde del pueblo
nos invitó empanadas con cerveza, que no probábamos desde hacía mucho
tiempo, lo que nos vino muy bien y disfrutamos mucho.
Además del Alcalde, vino también el Cónsul boliviano a averiguar que
habíamos hecho con el Coronel; sobre el particular, nos pusimos de acuer-
do con el Dr. Menacho de no decir nada, porque teníamos temor que el
Coronel, pese a haberle dejado con frazadas para que se proteja del frío,
hubiera pasado por algo malo y el gobierno de Bolivia podría pedir la extra-
dición de los responsables. Además, el Cónsul boliviano comenzó a querer
reclamarnos del por qué nos habíamos escapado dando una mala imagen
del país, -la gente va a pensar que Bolivia es una cárcel nos decía, a lo que
nosotros le respondimos que evidentemente los fascistas bolivianos habían
convertido a nuestro país en un inmenso campo de concentración como
en Alemania, en los tiempos de Hitler. - Bueno, nos dijo, -ustedes sabrán
lo que hacen, porque el mundo es ancho y ajeno refiriéndose al título de
una novela de Ciro Alegría, pero inmediatamente le respondimos con toda
la fuerza que da la juventud: -evidentemente el mundo es ancho pero no
ajeno sino nuestro, de los jóvenes, porque pensábamos que los jóvenes de-
bíamos dirigir el destino de nuestro pueblo; hoy todo esto parece una cosa
tan lejana, ya que los intereses de los gobiernos de turno y las empresas
trasnacionales dictan las políticas para nuestro pueblo tan sometido a los
dictámenes de otros gobiernos extranjeros.
El Cónsul boliviano se fue muy contrariado por las respuestas recibi-
das, pero nos dejó una preocupación muy grande al Dr. Menacho y a mí:
¿Cuál sería la suerte del Coronel Burgoa que no aparecía? Empezamos a
imaginar que había sucedido lo peor, pero por suerte el cónsul nuevamente

97
Pedro PAPUTSAKIS Flores

nos visitó al día siguiente para avisarnos que el Coronel ya había sido en-
contrado y que estaba bien, que no debíamos preocuparnos.
Mientras pasaban los días, empezó a correr el rumor que el gobierno
boliviano estaba pidiendo al gobierno peruano la extradición de todos los
presos políticos fugados de la Isla de Coati, lo que originó gran incertidum-
bre y preocupación, tomando en cuenta el odio y la reacción contra nuestra
fuga, por las repercusiones internacionales y las denuncias que habíamos
realizado mediante los medios de comunicación y sobre todo por los vejá-
menes de que eran objeto nuestros compañeros recapturados.
En ese momento ya nos habíamos enterado de la recaptura de los cinco
compañeros y que habían sido llevados hasta la cancha de Copacabana
donde habían sido amarrados en los arcos para ser torturados; de no haber
sido por la oportuna intervención de los habitantes de Copacabana que se
agruparon y comenzaron a protestar, tal vez la suerte de los compañeros
hubiera sido otra. Porque como no podían ocultar la vergüenza que pasa-
ron los agentes del Ministerio del Interior, querían vengarse de la hazaña
que habíamos realizado, sin ninguna ayuda de afuera, o del exterior como
quería dar a entender el gobierno boliviano.
Para tapar esa vergüenza, el gobierno y los organismos de seguridad
organizaron la mentira a través de comunicados y declaraciones por los
medios de comunicación en los que se afirmaba que la fuga fue preparada
con la participación del gobierno cubano, cosa que fue negada oportuna-
mente por todos los ex-presos de la Isla de Coati que ya se encontraban en
libertad para poder decir su verdad.
Los compañeros continuaron llegando de uno en uno. Los últimos com-
pañeros en llegar después de tres días fueron Rolando Mondaca, Francisco
Caldera y Fidel Castro que formaban parte de nuestro grupo de ocho que
conducíamos como rehén al Coronel Burgoa. Resulta que cuando se ade-
lantaron, se habían perdido al desviarse de la ruta y salieron a un lugar
lejano de Yunguyo. Después nos explicaron que tuvieron que caminar sólo
en las noches porque en el día tenían que esconderse para no ser vistos por
la gente. Los otros tres compañeros de nuestro grupo Sattori, Ojopi y Peji,
habían sido recapturados.
Logramos llegar al Perú sesenta y siete compañeros, más los cinco
que fueron recapturados, logramos escapar de la prisión de la isla de Coati

98
El precio de la libertad

un total setenta y dos presos políticos8. A los cuatro días de permanecer


en Yunguyo nos trasladaron en movilidades hasta Juliaca, que fue nuestro
destino inicial cuando comenzamos a planificar la fuga.
Juliaca, una ciudad grande, con un importante Aeropuerto, tenía varios
periódicos, que entrevistaron a algunos de nuestros compañeros, lo que nos
favorecía mucho, puesto que en dichas entrevistas siempre se hacía hinca-
pié acerca de los cinco compañeros que fueron recapturados con vida, acla-
rando además que no hubo ningún enfrentamiento, esto porque temíamos
por sus vidas. Temíamos que se pudiera cometer un asesinato para después
informar que murieron en combate, como siempre se acostumbraba en esas
épocas negras de la dictadura.
En Juliaca nuevamente nos ficharon a todos en la policía, para des-
pués hacernos subir en un avión Hércules, parecía de carga, porque tenía
unos asientos improvisados. Detrás del avión se colocaron unos cuarenta
a cincuenta policías peruanos con sus armas listas para disparar. Así fuer-
temente custodiados volamos rumbo a Lima, capital del Perú, una vez que
aterrizamos nos condujeron hasta la policía donde nuevamente fuimos re-
gistrados. Esa noche pernoctamos en la ciudad de Lima.

8 Ver recorte de periódico PRESENCIA del 5 de noviembre de 1972 en ANEXO 7

99
DESDE LIMA A LA ISLA DE CUBA

Después de pasar la noche en Lima, a todos los menores de edad les


hicieron firmar un documento en el que decía que abandonaban el país por
su propia voluntad. Al promediar las dos de la tarde, nos ordenaron subir
a unos buses con policías en el pasillo con rumbo desconocido, pero de
pronto ingresamos al aeropuerto hasta llegar frente a un avión de nombre
“Cubana de Aviación”; recién en ese momento comprendimos que nuestro
destino sería la Isla del Caribe. Nos ordenaron bajar de los buses y subir
al avión; subió también un señor que una vez arriba se identificó como el
Embajador del pueblo cubano quien nos dijo: -desde este momento están
en territorio cubano, les damos la bienvenida, ¡siéntanse libres! “El co-
mandante Fidel Castro ha ordenado que un avión que estaba en Santiago
de Chile pase por aquí a recogerlos para llevarlos a la Isla de la libertad,
allí estarán esperándoles los dirigentes de la revolución. Luego el Emba-
Pedro PAPUTSAKIS Flores

jador se despidió y nuestro avión partió hacia La Habana, hicimos escala


en Panamá antes de llegar a Cuba9.
Al promediar las 9 o 10 de la noche llegamos al aeropuerto José Martí
de La Habana; evidentemente estaban los dirigentes del gobierno cubano
encabezados por el Comandante Piñeiro, más conocido como Barba Roja,
tercero en jerarquía en el gobierno cubano. También estaban muchos com-
pañeros bolivianos que nos saludaron muy cariñosamente; pude distinguir
y saludar a las esposas de Inti y de Coco Peredo que vivían en La Habana
desde la muerte de sus esposos. Recordemos que Coco Peredo murió en la
guerrilla del Che e Inti Peredo murió en La Paz cuando trataba de reorga-
nizar el ELN.
Después de permanecer un rato en el aeropuerto y charlar con las per-
sonas que nos recibieron, sacarnos fotografías y respondimos a entrevistas
de periodistas. Nos invitaron a subir a unos autobuses para partir hacia la
ciudad de La Habana10.
Recuerdo que dentro del autobús el único extraño era el chofer, lo que
nos llamó la atención puesto que ya no estábamos custodiados por poli-
cías como estábamos acostumbrados en el Perú después inclusive de haber
recibido el asilo político. A partir de ese momento recién pude sentir ver-
daderamente que me encontraba en libertad, porque si bien en el Perú el
pueblo nos trató muy bien, con grandes muestras de solidaridad, siempre
estuvimos custodiados por policías con armas listas para disparar o repri-
mirnos, desde el momento que ingresamos a Yunguyo hasta que subimos
al avión cubano en el aeropuerto de Lima.
Pero qué felicidad era sentirse ¡libre! Nuestro autobús corría por las
grandes avenidas de La Habana; con las ventanillas abiertas sentía el aire
que golpeaba mi rostro, ¡qué momentos hermosos! ¡Qué momentos para
recordar a mi familia!, recordar, por ejemplo, cuál sería la suerte de mi her-
mano Constantino que fue apresado conmigo en Tarija y que también fue
torturado sin piedad y después de más de un año de permanecer enfermo

9 Ver recorte de periódico PRESENCIA del 6 de noviembre de 1972. ANEXO 8


10 Ver fotografías de nuestra llegada a Cuba en ANEXO FOTOGRAFICO 2

102
El precio de la libertad

por los golpes recibidos y por su delicado de estado de salud, fue puesto
en libertad, gracias al apoyo recibido de la Cruz Roja Internacional. A la
vez que pensaba en mi familia, también suponía que estarían sufriendo
sin saber cómo ni donde me encontraba, ya que las noticias llegaban a
Bolivia, siempre controladas por el gobierno y otras veces no decían nada;
además, como yo provenía de Tarija, era más difícil recibir noticias. Sé que
mi madre en varias oportunidades había deambulado por varios despachos
y oficinas de La Paz para saber de mi suerte, pero nunca pudo verme. De
mi esposa e hijo no recibí ninguna noticia; desde que salí de Tarija en sep-
tiembre de 1971 no tuve ningún contacto con mi familia, infinidad de ideas
y recuerdos rondaban por mi cabeza y no encontraba ninguna respuesta.
Por fin se detuvo el bus, llegamos a una casa muy grande, tenía un
inmenso jardín, piscina y todas las comodidades, los ambientes alcanza-
ban para alojar a los 67 compañeros que habíamos escapado de Coati y
llegado a la Isla. Al día siguiente, cuando dieron la noticia de nuestro arri-
bo a La Habana, en Bolivia se decían que esta era una prueba con la que
el gobierno demostraba que el gobierno cubano había tomado parte en la
fuga; repetían hasta el cansancio que los cubanos habían preparado todo,
publicaban comunicados oficiales con el único afán de hacer ver que la
participación extranjera había sido determinante en nuestra fuga. Noticias
totalmente alejadas de la verdad porque en nuestra fuga no hubo ningún
apoyo y menos participación externa, ni de los cubanos ni de los partidos
políticos de izquierda, ni siquiera de nuestros partidos o de alguno de los
partidos políticos bolivianos11.
En Cuba, la prensa nacional e internacional nos hacía entrevistas, nos
preguntaban de todo; nosotros, por nuestra parte, denunciamos al régimen
boliviano por su política anti nacional, también dijimos que se había con-
vertido a nuestro país en un inmenso campo de concentración donde miles
de bolivianos permanecían detenidos, presos en las distintas cárceles, sin
un proceso justo, sin ejercitar el derecho a la defensa, sin mandamiento u

11 Ver recorte de periódico PRESENCIA del 7 de noviembre de 1972. ANEXO 9

103
Pedro PAPUTSAKIS Flores

orden judicial como lo establecía incluso la propia Constitución Política


del Estado. Además, denunciamos que se vivía en completa inseguridad en
los hogares bolivianos, donde los agentes del Ministerio del Interior allana-
ban el rato que les daba la gana, golpeando y maltratando a los familiares
que osaban ofrecer resistencia o impedir que se llevaran a un familiar a
altas horas de la noche como se acostumbraba.
En nuestro país había tanto abuso, tanta intimidación; la gente no podía
expresar libremente sus ideas porque inmediatamente era acusado de ex-
tremista, de comunista, de terrorista; se pretendía acallar la voz mediante
el terror, se sometía a nuestro pueblo a vivir acallado por la fuerza de las
armas. También nos esforzamos en denunciar que nuestros compañeros
de fuga habían sido capturados vivos y que el gobierno tenía la obligación
de garantizar sus vidas porque en nuestra fuga no hubo derramamiento de
ninguna gota de sangre, no hubo enfrentamiento, ni heridos, ni muertos.
La noticia de la fuga de Coati corrió como un reguero de pólvora por
todo el mundo; los periódicos más prestigiosos, dieron la noticia calificán-
dolo como un duro golpe para el régimen del General Banzer y su política
de represión permanente; pusimos en evidencia ante el mundo los abusos
que se cometían en Bolivia, dejamos en claro toda la política antinacional
del régimen y las consecuencias que tendría para nuestro pueblo la política
de endeudamiento desmesurado, deuda que hasta ese momento en vez de
disminuir, cada día se incrementaba, deuda que ha servido para que un
pequeño grupo de privilegiados se vuelvan más ricos, mientras que los
ciudadanos bolivianos cada vez se convertían en más pobres.
Por medidas de salud pública, fuimos puestos en cuarentena, estábamos
prohibidos de salir por nuestra cuenta a ningún lado mientras no se nos
haga un chequeo médico para ver si no traíamos alguna enfermedad conta-
giosa; fuimos llevados en grupos de 10 personas para que se nos practique
el chequeo completo y se derive al especialista de acuerdo a la enfermedad
y a las necesidades.
Los resultados de los chequeos dieron que la mayoría estábamos des-
nutridos, con parásitos intestinales, con la dentadura en muy malas con-
diciones; muchos fuimos sometidos a operaciones, unas delicadas, otras
más simples como hernias, etc.; nuestras dolencias y padecimientos fueron
debidamente atendidos y curados por los médicos cubanos con mucha de-
dicación y esmero.

104
El precio de la libertad

Después, se nos proporcionó ropa, calzados y todo lo necesario para po-


der vivir dignamente, como seres humanos libres, tuvimos la oportunidad
de conocer toda la ciudad, las playas y lugares de recreación, con muchas
cosas para ver y admirar. Conocimos la Habana Vieja, con casas colonia-
les, dignas de admiración, también visitamos las obras de la revolución.
En cuanto a la educación y la salud, el pueblo cubano había logrado
avanzar bastante; todos los niños tenían derecho a recibir educación gra-
tuita; el Estado se encargaba de proporcionarles ropa, útiles escolares y
comida, mientras estaban en la escuela. La atención médica, era otra cosa
admirable, porque desde la operación más complicada hasta la más simple
consulta no costaba ni un solo centavo.
Después de vivir un tiempo juntos, fuimos separados de acuerdo a la
militancia política; cada grupo fue ubicado en diferentes casas en espera
de que se solucione el problema de documentación ya que nuestra primera
idea fue volver de inmediato a Bolivia a seguir luchando junto a nuestro
pueblo. Mientras esperábamos solucionar el tema de documentación, nos
dedicamos a estudiar la realidad de nuestro país, para conocerlo cada día
más y mejor.
Como el tema de nuestra documentación no se solucionaba, pedimos
al gobierno cubano que nos permita trabajar de acuerdo a la habilidad y
experiencia de cada uno, porque era la única forma de sentirnos útiles; es
así que fuimos destinados a diferentes fábricas. De esta manera pudimos
conocer al pueblo cubano en toda su dimensión como un pueblo noble y
solidario con todos los pueblos de Latinoamérica.

105
MI PASO POR ALBANIA

Después de pasar dos años y quince días viviendo en Cuba, trabajando


en el campo de la electricidad, que era lo que sabía hacer. Una vez que con-
tamos con la documentación y pasaportes, aproximadamente 20 militantes
de nuestro partido, el PCML, recién pudimos abandonar La Habana.
Primero nuestro destino fue Albania, donde nos encontramos con el c.
Oscar “Motete” Zamora, Jefe del PCML; allí él me comentó que mi esposa
se había divorciado de mí por “abandono de hogar”, pese a que mi madre
había tratado vanamente de justificar mi ausencia, presentado recortes de
periódicos mediante los cuales demostraba que yo había sido trasladado
preso a la ciudad de La Paz. El Juez no había tomado en cuenta esta situa-
ción y dictó sentencia declarando probada la demanda de divorcio.
Junto con todos mis compañeros de partido, nos dedicamos a estudiar
política, el Marxismo o ideología de los trabajadores, durante 6 meses en
la Universidad Lenin de Tirana, Capital de Albania.
Después pasamos a Pekín, China donde estuvimos durante más de 6
meses realizando diferentes actividades. Y una vez conseguida la docu-
mentación personal, la dirección del partido decidió que volviéramos al
Pedro PAPUTSAKIS Flores

país a seguir luchando por nuestro pueblo; se decidió que algunos camara-
das volvieran por la Argentina, otros por el Brasil, Perú y Chile, por donde
deberíamos entrar clandestinamente a nuestros lugares de origen o a otro
departamento que se podía elegir, yo decidí entrar por la Argentina, donde
tenía a mis hermanos, puesto que en los periódicos se publicaban las listas
de los ciudadanos que no podían retornar a Bolivia y en esas listas estaba
mi nombre12.
En el año 1975, llegué a la ciudad de Salta, República Argentina, donde
vivía mi hermano Constantino, quien después de haber sido puesto en li-
bertad por su delicado estado de salud y al apoyo recibido por la Cruz Roja
Internacional allí había logrado refugiarse con toda su familia.
Constantino mi entrañable hermano mayor, un hombre de una fortaleza
inquebrantable, quien desempeñaba las funciones de Director del Instituto
Tecnológico de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho de Tarija
cuando fue apresado, gracias a la gran iniciativa y esa fortaleza sobre todo
espiritual, había empezado casi de nuevo en aquella linda ciudad de Salta.
Trabajando muy duro había logrado montar un taller de servicios electróni-
cos que le permitía vivir dignamente y que día tras día iba creciendo.
De esta manera yo encontré un gran apoyo en mi hermano y su familia,
razón por la que me quedé en Salta, hasta ver las posibilidades de ingresar
a Bolivia ya que en Pampa Blanca – Argentina, se montó un control severo
que hacía imposible pasar inadvertido, lo mejor era esperar pensando siem-
pre ingresar a mi país en el momento oportuno.
Como yo era también técnico electrónico, me dediqué a trabajar en el
taller de electrónica de mi hermano, el trabajo en el taller permitía ganarme
la vida y seguir viviendo sin desmayar en la lucha; a la vez que trabajaba,
tomé contacto con algunos compañeros bolivianos que se encontraban en
Salta en calidad de exiliados como el caso del Lic. Manuel Cuevas Agui-

12 Ver recorte de periódico Presencia del 22 de diciembre de 1977. ANEXO 10

108
El precio de la libertad

lera, quien vivía allí con toda su familia, su esposa Sara y sus hijos que
todavía eran pequeños: Ricardo, Sarita, Manuel y Pilar.
El Lic. Manuel Cuevas hoy fallecido, cuando fue apresado era docen-
te, Decano y candidato a Rector por nuestro frente Universitario, el FAU,
de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho de Tarija; fue un gran
compañero y muy solidario con todos, su casa en Tarija fue siempre el
lugar donde nos reuníamos; fue junto a él que yo me inicie en la actividad
política y en la lucha por la defensa de los intereses de Tarija. En la Univer-
sidad, junto a muchos jóvenes, hoy destacados profesionales, aprendimos
a querer a nuestra tierra muchas veces nos tomaron presos, durante los
gobiernos militares de Barrientos Ortuño y de Ovando Candia.
Don Manuel Cuevas, como yo lo llamaba con cariño y respeto, era Li-
cenciado en economía. Una vez restablecida la democracia en Bolivia, fue
designado Ministro de Energía e Hidrocarburos durante el Gobierno Cons-
titucional de la Sra. Lidia Gueiler Tejada y fue designado por voto popular
Senador de la República en varias gestiones.

109
LA VIDA CLANDESTINA EN
LA REPUBLICA ARGENTINA

La vida para los políticos en la Argentina era muy dura, razón por la que
tenía que vivir casi en la clandestinidad, sin asistir a ningún lugar público
por temor a las redadas, porque no contaba con permiso de residencia ni de
trabajo; pero como tenía que comer todos los días, era necesario también
trabajar todos los días. Durante esas épocas no existían organizaciones de
derechos humanos y si había alguna, era muy poco lo que se podía hacer.
La ayuda económica era nula, si bien mi hermano me ayudaba en lo que
podía, no podía darme para todos mis gastos extras; además, mi formación
no me permitía vivir sin trabajar.
Muy rara vez nos encontrábamos con los compañeros bolivianos que
vivían en Salta y cuando lo hacíamos nos poníamos a comentar la situación
de nuestro país con la esperanza de que la cosa cambie y podamos volver
a nuestra tierra querida.
En una de esas reuniones conocí a Carlos Decker Molina, un desta-
cado periodista boliviano que posteriormente fue asilado por el gobierno
de Suecia, trabajó y aún trabaja en Radio Suecia en Estocolmo junto a su
hermano el periodista Iván.
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Cierta noche, abusando de las medidas de seguridad que se deben seguir


en la clandestinidad, decidí asistir al cumpleaños de un amigo; allí también
me encontré con un tarijeño, Gustavo Medina, un esclarecido dirigente
revolucionario, que hoy forma parte de una larga lista de desaparecidos du-
rante esas épocas negras de dictadura del vecino país. Nos encontrábamos
frecuentemente, pero al tiempo me enteré que también había sido apresado
y nunca recuperó su libertad, lo hicieron desaparecer. Honor y gloria para
él y muchos otros que con su sacrificio entregaron sus vidas y nos señala-
ron el camino hacia la victoria.
Así transcurrió mi vida, cuidando que no me vean, que no me reconoz-
can para no tener problemas con los organismos de seguridad argentinos.
El 14 de Agosto del año 1975, al promediar las 5 de la tarde, cuando me
encontraba trabajando en el taller de electrónica de mi hermano, ubicado
en la calle Alberdi Nº 1524, vimos llegar patrulleros de la Policía Federal
Argentina y como yo no hacia una vida pública al 100%, me pasé a una
tras tienda, desde donde pude escuchar que los policías preguntaban por
mi nombre y mi hermano a la pregunta de -¡Quien es Pedro Paputsakis!
respondió: -yo soy, con la intención de darme tiempo para que yo pueda
escapar, asumiendo todas las consecuencias que esto significaba ya que en
esas épocas tan terribles estaban de moda los secuestros realizados por las
fuerzas represivas y la posterior desaparición forzada. Qué gran muestra
de cariño y solidaridad la de mi hermano, con quien me encontré después
de más de cuatro años, desde el día que fuimos apresados el 19 de agosto
de 1971 en Tarija. En esa oportunidad poniendo en riesgo su propia vida
o su libertad no dudando un solo instante pretendió hacerse pasar por mí,
sólo con el objetivo e intensión de protegerme. Lastimosamente su ardid no
dio resultado porque otro agente que había entrado hasta el otro ambiente
donde yo me encontraba, me preguntó por mis documentos a lo que tuve
que reconocer que yo era Pedro Paputsakis. En el instante en que justa-
mente ya estaban sacando preso a mi hermano el guardia gritó a los que
estaban afuera: -¡Eh! ¡Aquí hay otro que dice llamarse Pedro Paputsakis!;
inmediatamente dejaron a mi hermano, quien ya estaba siendo obligado a
subir a un auto. Entonces, con mayor furia yo fui metido por la fuerza en
uno de los temibles autos negros Ford Falcón, que sembraban el terror en la
Argentina, la mayoría de los secuestros se realizaban en esos autos.

112
El precio de la libertad

Una vez dentro de auto me obligaron a tenderme en el piso, mientras un


agente de la policía federal me colocaba una capucha negra, otro, con un
pie sobre mi espalda, daba instrucciones al chofer para que no se detenga
en la luz roja de los semáforos; a toda velocidad me llevaron por las calles
de Salta, mientras yo trataba de orientarme queriendo imaginar la ruta que
seguían.
Después de unos 20 minutos de veloz carrera, el auto se detuvo y me
obligaron a bajar rápidamente, me agarraron del brazo y me guiaron por
donde tenía que ir, por el choque con algunos arbustos me pude dar cuenta
que me encontraba en la Policía Federal que tenía la entrada llena de ligus-
tres cortados a la altura de la cintura.
Una vez adentro me preguntaron: -¿dónde crees que estás?, yo sin va-
cilar dije: -en la Policía Federal, - ¿por qué crees que estás en la Policía
Federal?, - porque son los únicos que me pueden detener, ya que yo soy
refugiado político protegido por las Naciones Unidas. Al escuchar mi res-
puesta, se enfurecieron y me golpearon por todo el cuerpo y me dijeron:
-¡ahora verás si te salvan tus Naciones Unidas y tu hermano, que lo vimos
que nos vino siguiendo todo el trayecto! Evidentemente, mi valiente her-
mano Constantino, montado sobre una moto, había seguido a la movilidad
hasta llegar a la Federal, yo sólo me había orientado por el tacto, al tocar
las hojas de los arbustos, porque no podía ver absolutamente nada con la
capucha que me habían colocado.

113
LA TORTURA EN DEPENDENCIAS
DE LA POLICIA FEDERAL

Una vez que llegamos al lugar de destino, empezó la interminable tor-


tura, no sé cuántos eran mis verdugos, pero se escuchaban varias voces.
Con gran prepotencia intimidándome en cada momento, fui obligado a
desnudarme completamente y luego me empujaron sobre la malla de dos
catres de fierro, me ataron las manos y los pies extendidos en los extremos
de dichos catres, para después pasar corriente eléctrica por mi cuerpo a
través de la conocida y temible “picana eléctrica”.
En cada toque eléctrico sentía que me desgarraban el cuerpo; todo el
tiempo me mantuvieron encapuchado, la tortura se aplicaba junto con inte-
rrogatorio, me preguntaron si yo había estado en Cuba, si fui entrenado en
el arte militar, si me fugué de Coati, si pertenecía a las brigadas internacio-
nalistas que fueron a defender al gobierno de Salvador Allende en Chile.
Adolorido por la tortura física y moral, pero con la fortaleza inquebran-
table que me daban mis anhelos y utopías, respondía a cada pregunta con
un -¡NO!, -¡NO! …, ¡NO! Negué rotundamente todas las preguntas, porque
aceptar cualquiera de ellas hubiese significado la muerte para mí; sin em-
bargo, a la negativa de cada pregunta, aumentaban el voltaje de la famosa
Pedro PAPUTSAKIS Flores

“picana eléctrica”, lo que me producía un dolor impresionante, que hacía


que mi cuerpo se elevara retorciéndose en el aire sobre los catres a los que
estaba sujeto por las muñecas y por los tobillos.
¡Qué momentos!, no sólo por la humillación, por el trato abusivo y pre-
potente, sino por la tortura física que al no poder ver mi cuerpo sentía como
si se me arrancaría a pedazos partes de él; sentía la impresión que con cada
toque eléctrico me destrozaban, me arrancaban a pedazos parte de mi ser.
Mis gritos eran tan espantosos, tan fuertes; sin embargo, eran tapados
con el volumen de una radio que tenían aquellos hombres insensibles y
sin remordimiento. La tortura no paraba, los agentes no cesaban de aplicar
tan terrible instrumento sobre mi cuerpo, sin embargo, pese a encontrarme
solo en esas circunstancias, en aquella amplia celda estaba armado ideoló-
gicamente y de la mística que poseía la juventud de aquella época, ansiaba
ver un país grande y sin pobreza. Tenía la absoluta convicción de no ceder
ante los torturadores, que seguramente vieron morir a mucha gente en se-
siones similares de tortura.
Así pasaron minutos y luego horas, la tortura no paraba, las preguntas
continuaron, pero ya eran directas: -¡Nombres!, -¡Direcciones!, -¡Nom-
bres!, -¡Direcciones!, repetían constantemente mientras me aplicaban la
picana eléctrica. La tortura fue hasta un cansancio tal, que llegué a sentir
desesperación; sin embargo, me decía a mí mismo: -debo resistir…, debo
resistir. Pero como los torturadores no tenían la menor intención de parar,
después de más de dos horas de soportar tanto dolor, sentí desfallecer, las
fuerzas me iban abandonando poco a poco; en esas circunstancias, en ese
momento de desesperación no estoy bien seguro si fingí que me estaba mu-
riendo, o es que ya no tenía fuerzas para responder al dolor, pero lo cierto
es que cuando me aplicaron sobre el cuerpo la electricidad por medio de
“la picana” no reaccioné, sólo se levantó mi cuerpo en el aire sin que salga
ni siquiera un gemido de mi boca, no salió ningún grito de dolor, mien-
tras no cesaban las preguntas: -¡Direcciones!, -¡Nombres!, -¡Direcciones!,
-¡Nombres!. Entonces, al ver que yo no reaccionaba, que no gritaba, uno de
ellos dijo: -pará, llamá al doctor, este cojudo se está muriendo. Inmediata-
mente vino alguien con un estetoscopio y me comenzó a examinar el pecho
y les dijo: -ya déjenlo, este tipo está mal. De esa manera pararon con la
tortura, me desamarraron, me pusieron manillas o esposas en ambas manos

116
El precio de la libertad

y me llevaron a un cuarto o celda, allí me dejaron tendido en el piso, pero


con la drástica recomendación: -¡No tomes agua, si no te vas a morir! Qué
irónicos, casi me matan con la tortura, pero todavía me hacían el favor, me
pedían que me cuide, que no tome agua.
La puerta se cerró, por fin salieron los sádicos torturadores y quedé
solo. Cuando sentí que los pasos se alejaron me paré, pero como tenía las
manos enmanilladas no podía ver nada ni sacarme la capucha.
Caminé hacia donde sentí que estaba la puerta y allí con la ayuda de la
reja pude sacarme la capucha; después de un buen rato, cuando mis ojos
poco a poco se fueron acostumbrando a la luz, pude ver y observar el lugar
donde me encontraba, una habitación totalmente vacía.
Pasaron las horas, llegó la noche y con ella llegó el deseo de dormir, me
senté en una esquina de la celda con mis manos unidas con las esposas. Allí
acurrucado me dormí; por suerte no hacía frío en aquella noche profunda
poblada de tanta inseguridad.
Al día siguiente continuaron con el interrogatorio; esta vez me mostra-
ron un afiche grande, con varias fotografías que correspondían a persona-
jes importantes y políticos connotados de Bolivia, eran cerca de cincuenta
personas cuyas fotos estaban en el afiche, yo conocía a algunos, en la parte
superior del afiche estaba escrita la siguiente leyenda: “EXTREMISTAS
INTERNACIONALES PRÓFUGOS BUSCADOS POR TERRORIS-
MO, SABOTAJE, INTIMIDACIÓN Y ASESINATO” y en la parte infe-
rior decía: “COLABORE CON LA SEGURIDAD NACIONAL PRO-
PORCIONANDO DATOS SOBRE ESTOS DELINCUENTES ANTE
LAS AUTORIDADES MÁS PRÓXIMAS”13.
Al momento que miraba detenidamente las fotos del afiche, el recuerdo
invadió mis pensamientos.
Yo había sido apresado en la ciudad de Tarija, mi tierra natal, en mi
condición de dirigente estudiantil del Instituto Tecnológico de la Univer-
sidad Pública de Tarija y formaba parte del Directorio de la Federación

13 Ver ANEXO FOTOGRÁFICO 3

117
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Universitaria Local FUL. Como delegado de la FUL ante la Central Obrera


Departamental COD, ocupaba una secretaría en el directorio de dicha orga-
nización; siendo aún muy joven fui dirigente de mi barrio y fundador con
otras personas, de la Federación Departamental de Juntas Vecinales. Como
delegado de la FUL ante la Central Obrera Departamental, formé parte de
la Asamblea Popular que respaldaba al gobierno del entonces presidente
General Juan José Torres quien ofrecía cambios en la sociedad boliviana,
además de garantizar el respeto de los derechos humanos y las libertades
democráticas.
Sin duda yo era un luchador social, que opté por un pensamiento, una
ideología que buscaba cambios para mejorar, para sacar del atraso a nues-
tro pueblo que siempre había sido olvidado por las autoridades del go-
bierno central, que nunca destinaron recursos suficientes para obras y para
solucionar las necesidades de la gente.
Exigir el respeto de los derechos humanos, sobre todo a los militares
que constantemente abusaban y trataban mal a los soldados y muchas ve-
ces les obligaban a robar los animales de los humildes campesinos. Des-
de la FUL hacíamos denuncias de todos estos actos de abuso, exigíamos
mejores condiciones de vida para el pueblo, pero estos reclamos no eran
aceptados por los grupos de poder, por eso ahora estaba fichado como te-
rrorista o extremista.
El departamento y la ciudad de Tarija eran pobres pese a ser el primer
departamento productor de petróleo y privilegiado en recursos naturales;
sin embargo, esos recursos no beneficiaban a sus pobladores, eran extraí-
dos de la tierra para beneficiar a los grupos de poder de otras sociedades
que viven en la opulencia.
De pronto, una enérgica pregunta me sacó de mis pensamientos:
-¿Quién es éste?, apuntando con el dedo la foto del afiche, allí estaba tam-
bién mi foto y mi nombre, catalogado también como un delincuente terro-
rista internacional.
Sin duda que, en esas circunstancias, bajo el régimen de terror en la
Argentina, era muy difícil negar que yo era el de la foto; tuve que aceptar
que el de la foto era yo, por lo que me siguieron interrogando sobre algunos
puntos que ya me habían interrogado el día anterior. Me mantuve en mi
posición de no hablar y seguir negando todo lo que me habían preguntado

118
El precio de la libertad

el día anterior.
Al término del interrogatorio y como no habían obtenido ninguna infor-
mación, mis captores me hicieron sentar en una silla, me enmanillaron en
ella, luego me metieron dentro de un pequeño armario donde apenas podía
entrar la silla y yo sentado en ella, allí me dejaron con la puerta del arma-
rio casi cerrada, apenas con una pequeña abertura para que entre aire, por
donde se podía divisar la parte de afuera, de modo que pude confirmar que
evidentemente me encontraba en las dependencias de la Policía Federal.
Así permanecí enmanillado, durmiendo sentado en una silla con las ma-
nos atrás, esposado. Cuando quería ir al baño tenía que pedir al policía que
me custodiaba que por favor me lleve al baño y me saque las esposas para
que pueda hacer mis necesidades biológicas, después me volvían a meter a
mi armario, donde pasé encerrado, sentado y enmanillado quince días con
sus noches.
Algunos días tenía la suerte de ver desde la ranura de mi armario con-
vertido en celda, a otros compañeros bolivianos que habían sido detenidos,
entre los que reconocí a mi amigo Carlos Decker Molina; los otros que no
conocía, después fueron mis amigos. A ellos los sacaban a barrer y limpiar
el piso de las oficinas cosa que yo deseaba hacer, a fin de librarme de las
esposas y dejar el armario, hasta que, por fin, durante el día me permitían
salir al patio de las instalaciones de la Policía Federal, pero en la noche
nuevamente era esposado y metido en el armario.
Cierto día estando en el patio, un policía que estaba tomando sol, me
miró y yo también le miré de frente, por lo que reaccionó con tanto odio y
me dijo: -¡Qué me miras hijo de puta! ¡Comunista de mierda!, ¡yo te mata-
ría ahorita, luego te metería en un turril, te llenaría de cemento y te tiraría
al dique Cabra Corral, sino que estos no me dejan! y con un ademán de su
cabeza señalaba la oficina del Jefe de la Federal. Este pasaje me hizo com-
prender el gran odio, la prepotencia y ensañamiento que había en las fuer-
zas de seguridad argentina contra un determinado sector de la población
que no pensaba como esos oficiales que se ofrecían para matar a sangre
fría. Estos sujetos son los que posteriormente mataron a miles de jóvenes
argentinos y entre ellos a muchos bolivianos, en la llamada guerra sucia.
Durante el tiempo de mi apresamiento, mi familia, permanentemente
se presentaba en las oficinas de la Policía Federal buscándome, hasta que

119
Pedro PAPUTSAKIS Flores

logró finalmente visitarme. En principio negaban haberme apresado o que


yo estuviera detenido en aquel lugar. Cuando me visitaban me traían noti-
cias de la familia, los amigos, de la situación política tanto de la Argentina
como de Bolivia. Cierto día de visita me avisaron que el Alto Comisiona-
do de las Naciones Unidas estaba haciendo gestiones para conseguir mi
libertad y que debía tener paciencia, que todo se iba a arreglar, la verdad
que yo no tenía muchas esperanzas de salir en libertad, sobre todo desde
que vi mi foto en aquel cartel o afiche con tan terribles leyendas, en el que
se encontraban los políticos más buscados de Bolivia, pero no tenía otra
alternativa que esperar y confiar en las palabras de aliento que me daban
mis familiares.
Una noche me esposaron, me subieron en un vehículo celular y me
llevaron sin rumbo conocido, junto con dos compañeros bolivianos, uno de
apellido Moreno y un amigo entrañable, el periodista Carlos Decker. De
pronto, la movilidad se detuvo frente la cárcel de Villa las Rosas de Salta.

120
LOS PERSONAJES DEL AFICHE

Con el pasar del tiempo, cuando el pueblo recobró la vida democrática


y habiendo sido elegido Diputado por el voto popular, pude recuperar uno
de esos afiches en los que nos encontrábamos como perseguidos políticos.
Para orgullo mío me encontré y también conocí a los hombres y mujeres
que figuraban en el mencionado afiche; figuras muy destacadas en Boli-
via, como dirigentes del máximo organismo de los trabajadores de Boli-
via (COB), Ministros de Estado, Senadores de la República, Diputados,
profesionales como médicas y médicos, sociólogas, abogados, dirigentes
campesinos y dirigentes sindicales, etc.; tal es el caso de reconocidos ta-
rijeños y bolivianos como el Lic. Jaime Paz Zamora, Dr. Oscar Zamora
Medinaceli, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Juan Lechín Oquendo, Simón
Reyes, Dra. Nancy Olguín de Alé, Mirna Murillo, María del Carmen Bas-
cón, Jorge Alderete que fue Presidente de la Cámara de Diputados, Guiller-
mo Bedregal, etc., etc.
En la actualidad, conservo el afiche como parte de mi vida y como un
testimonio de un hecho histórico: la conculcación de los derechos y liber-
tades fundamentales, para que las nuevas generaciones conozcan el grado
Pedro PAPUTSAKIS Flores

de odio y saña con la que se perseguían a las personas cuando no había


democracia, cuando no se respetaban las leyes ni siquiera la Constitución
Política del Estado. Sin duda que el dolor ha pasado, pero queda el recuer-
do, no soy una persona que ha guardado resentimientos, pero quiero que
mi hijo e hijas mantengan ese importante cuadro que lo tengo colgado en la
principal sala de mi casa, como un trofeo valioso, como un testimonio del
valor y la fuerza de la juventud y del ser humano, que pese a los momentos
difíciles de dolor es capaz de aguantar y sobrellevarlos, pero también para
que siempre defiendan la libertad, la dignidad la democracia y el derecho
de las personas a pensar diferente.

122
EL INGRESO A LA CÁRCEL
DE VILLA LAS ROSAS

Ya dentro de la cárcel Villa Las Rosas, los tres bolivianos, Carlos Dec-
ker, Moreno y yo fuimos ingresados junto con otros presos comunes.
Primero, como recibimiento, nos hicieron formar y nos dieron una re-
verenda llamada de atención; nos dijeron que nosotros éramos lo peor de
la sociedad y que ellos estaban para corregir nuestros defectos y que te-
níamos que obedecer sus órdenes; nos dijeron que debíamos dirigirnos a
ellos siempre poniendo por delante la palabra SEÑOR…, aclarando tam-
bién que con los reincidentes serán más duros, como así también con los
narcotraficantes, pero como nosotros no éramos ni lo uno ni lo otro, nos
quedamos tranquilos; sin embargo, después fuimos los más maltratados
como explicaré más adelante.
Después de la bienvenida nos ordenaron desvestirnos completamente
con el pretexto que nos íbamos a duchar, pero inmediatamente nos or-
denaron hacer ejercicios como en el cuartel: correr de un lado para otro,
hacer cuclillas, nos gritaban con palabras groseras y fuertes, nos hacían el
teléfono que consistía en golpearnos en los oídos con las dos palmas de las
manos al mismo tiempo, lo que nos producía un dolor muy fuerte. Por este
Pedro PAPUTSAKIS Flores

golpe a mí me perforaron el tímpano del oído derecho que más adelante los
médicos suecos me repararon.
En la cárcel de Villa Las Rosas los guardias eran sumamente enérgicos,
no permitían que les miremos a la cara, así nos obligaron a trotar y nos gol-
peaban con una tabla cuando nos quedábamos un poco rezagados; después
nos hicieron forman en fila india, una vez alineados, comenzaron a pasar-
nos una maleta muy pesada, que al parecer tenia piedras en su interior, con
esta maleta teníamos que hacer 20 flexiones y luego pasarla al compañero
del lado sin bajarla al piso o hacerla caer.
Los guardias gritaban, decían que era el contrabando en alusión a mu-
chos presos que estaban allí por contrabandistas; a mi lado estaba mi que-
rido amigo periodista Carlos Decker, era de constitución delgada y no tenía
la costumbre de tales ejercicios.
Cuando yo pasé la maleta a Carlos, después de haber hecho mis 20
flexiones, él al recibirla se dobló y comenzó a proferir unos gritos espan-
tosos que nos asustó a todos, incluyendo a los guardias que corrieron en su
ayuda. Se quejaba de un calambre que tenía en su pierna, los guardias lo
sacaron de la fila por lo que ya no hizo más ejercicio; nosotros seguimos
un rato más con los ejercicios y después nos mandaron a la ducha de agua
fría para posteriormente repartirnos ropa de preso, sábanas y frazadas. En
nuestra desgracia todavía sacábamos fuerzas para divertirnos haciéndonos
chistes con esos trajes rayados.
Los policías levantaron un acta de todas las cosas que dejamos al in-
gresar a la cárcel: ropa, anillos, relojes, cadenas, etc.; después nos hicieron
ingresar a una celda grande donde había unos 30 presos comunes, quienes
ya estaban durmiendo porque ya era más de las 11 de la noche. Los catres
estaban todos ocupados, algunos con dos personas; los tres bolivianos que
éramos presos políticos tuvimos que acomodarnos en el suelo debajo de
las camas, soportar el interrogatorio de los presos comunes que se dieron
cuenta que no éramos argentinos por nuestro acento. Nos preguntaban que
hacíamos en la Argentina y nosotros no queríamos decir que éramos políti-
cos por temor a las represalias; les respondimos que estábamos presos por
diferentes causas uno dijo por contrabando, otro por robo y así pasamos
la noche casi sin dormir por los ruidos extraños que se sentían, ya que los
catres sonaban de la misma forma que cuando una pareja hace el amor. Al

124
El precio de la libertad

parecer algunos presos estaban acostumbrados a satisfacerse mutuamente


en lo sexual.
Al otro día tocaron la campana a las seis de la mañana, nos hicieron
formar y nos tomaron lista y después pasamos a tomar desayuno; una vez
que tomamos desayuno, distribuyeron el trabajo a los presos.
A los tres presos políticos bolivianos, nos llevaron a un lugar que lla-
maban el redondo, donde las celdas están construidas en círculo, al centro
había un espacio y se podía mirar al frente donde estaban las otras celdas.
Después nos enteramos que a ese lugar ingresaban los presos castigados
porque se habían portado mal. Era celdas de castigo para los presos que no
cumplían con los reglamentos de la prisión.
El régimen carcelario era muy severo, las celdas tenían una dimensión
de dos metros de ancho por cuatro metros de largo en cuyo interior, había
un lavamanos y un inodoro, además de una cama plegable que todas las
mañanas era suspendida y plegada a la pared. La parte inferior de la puer-
ta tenía un pequeño espacio rectangular por donde se pasaba un plato de
comida; además, la puerta tenía una pequeña mirilla a la altura de los ojos
que servía para observar al preso desde afuera, para vigilar que no esté
acostado en la cama que debía permanecer plegada todo el día a la pared.
En estas celdas, una persona podía permanecer totalmente aislada sin
salir para nada durante todo el tiempo que quieran los carceleros. En esta
sección de aislamiento nos metieron a los tres bolivianos en diferentes cel-
das, pese al pedido que hicimos de permanecer juntos, para sentirnos más
protegidos porque temíamos que pudieran hacernos desaparecer en cual-
quier momento, sobre todo en semejante ambiente tétrico que tenía aquel
lugar, que era para deprimir a cualquiera persona.
Allí, en esas condiciones los tres bolivianos permanecimos cerca de
cuatro meses; nos permitían salir al sol sólo una hora diaria para después
volver a encerrarnos. Realmente aquella situación era desesperante, pare-
cían los días más largos y las noches más aún, ya que la luz se apagaba a las
nueve de la noche, hasta el otro día y el calor en esos ambientes pequeños
y cerrados era insoportable, quitaba el sueño a cualquiera.

125
EL PLAN CÓNDOR

En la primera quincena del mes de septiembre del 1975 cuando aún me


encontraba en la Cárcel Villa Las Rosas, por la mañana, me sacaron de la
celda con las manos esposadas; así me llevaron hacia la puerta de salida,
allí me esperaba un carro celular de la policía, a la que me “metieron” por
la fuerza. Me ubicaron en esa jaula de seguridad, muy bien custodiado por
guardias, para “evitar que me pudiera escapar”, pese a encontrarme total-
mente indefenso y con las manos esposadas. Según ellos, después de haber
visto el cartel con mi fotografía tenían la impresión que yo era un elemento
sumamente peligroso y cualquier medida de seguridad les parecía poca. El
carro celular corría a gran velocidad por las calles de Salta en dirección al
centro de la ciudad.
Desde la pequeña ventanilla yo miraba a la gente que transitaba por las
calles, despreocupada o de prisa, haciendo cada una sus vidas. Sin embar-
go, yo, un hombre solo, totalmente desprotegido, abusado en mis derechos
fundamentales, estaba allí sin saber a dónde me llevaban, cual sería ahora
mi nuevo destino. Taciturno, pensativo deseaba cambiar mi destino con
cualquiera de esas personas que caminaban libres por la calle y decidir por
Pedro PAPUTSAKIS Flores

mí hasta las cosas más simples: por dónde caminar, dónde sentarme y qué
dirección tomar.
Ver el movimiento de la gente en la calle me hacía recordar los momen-
tos felices que pasé en libertad cuando estuve en La Habana después de
escapar de la isla de Coati. De pronto la movilidad se detuvo sacándome de
mis recuerdos, estábamos frente al edificio de la Policía Federal, me orde-
naron bajar y rápidamente me llevaron directamente a las oficinas del Jefe,
como si estuviéramos llegando tarde a algún acontecimiento importante.
Tocaron la puerta de la oficina por donde apareció la figura del Comisario
Levi, que era el jefe de la Policía Federal, nos hizo pasar y una vez adentro,
nos presentó a las personas que se encontraban sentadas ante una mesa de
reuniones: eran dos individuos de piel cobriza quienes, por la manera de
vestir, tenían la apariencia de ser bolivianos.
Me invitaron a sentar y al mismo tiempo el comisario Levi nos dijo a
todos: -les dejo solos para que puedan conversar. Yo todavía no entendía
lo que pasaba y que hacían esos dos hombres en las oficinas de la Policía
Federal Argentina en la Provincia de Salta. Miles de pensamientos pasaron
por mi mente en ese instante: “habrán venido a llevarme a Bolivia”, ansia-
ba que sea así, puesto que las cárceles bolivianas si bien eran más preca-
rias, pero eran mucho más humanas, hasta el mismo trato de los guardias es
diferente, porque el trato de los guardias argentinos era despectivo, abusivo
y prepotente.
-¡Señor Paputsakis, soy el Capitán Alberto Rojas y él es el agente Ma-
nuel Romero!, dijo uno de ellos, -Nos manda el señor Presidente, General
Hugo Banzer Suárez, quien se encuentra muy preocupado por la suerte de
todos ustedes y quiere que todos los bolivianos que están fuera del país
vuelvan a la patria… Me quedé sorprendido por tanta hipocresía de estos
verdugos del pueblo boliviano que con la política represiva y sistemática
que impusieron a partir del 21 de agosto del 1971 obligaron a miles de
compatriotas a abandonar su país buscando la frontera más cercana para
poder salvar sus vidas.
Pero, pronunciar dichas palabras sin sonrojarse, decir que están preocu-
pados por nuestra suerte, era algo que no esperaba. Me aguante de reírme
en sus caras por tanta desfachatez y mentira, pero yo sabía también que
hasta los nombres que me dieron seguramente no eran verdaderos, pero

128
El precio de la libertad

fingí no darme cuenta y puse la cara de prestarles mucha atención, hasta


me invitaron a servirme una taza de café, lo que acepté para descomprimir
aquel ambiente tan tenso; pero cuando tome el primer sorbo conocí el ver-
dadero motivo de su visita, porque me dijo el supuesto Capitán: -Sabemos
señor Paputsakis que usted se ha fugado de la isla de Coati y que en la Ar-
gentina está en contacto con todos los bolivianos que quieren derrocar al
General Hugo Banzer Suárez, queremos pedirle que nos ayude proporcio-
nándonos información de todos los movimientos de la oposición; nosotros
nos comprometemos a hablar con las autoridades argentinas para conse-
guir su libertad; yo le miré fijamente, aguantándome la rabia y el desprecio
que sentía en aquel momento por hombres que desconocían la lealtad, el
valor, la consecuencia y el comportamiento que yo había demostrado a lo
largo de tanto tiempo de persecución, de privación de libertad y de tortura.
Jamás había traicionado ni traicionaría mis principios y a mis compañeros,
y estaba dispuesto a dar la vida en cualquier momento. Pensé: “qué saben
estos hombres de lealtad, si han traicionado a su pueblo prestándose a ser-
vir de testaferros de la dictadura”.
Con firmeza me dirigí a los enviados del gobierno boliviano y les dije
que yo no había fugado de Coati, que a mí me habían puesto en libertad de-
bido a mi delicado estado de salud; claro que esta afirmación se refería a la
situación que había atravesado mi hermano Constantino quien fue apresa-
do junto conmigo en Tarija y debido a los fuertes golpes le habían afectado
un pulmón y estuvo muy enfermo en la cárcel. Yo tenía que mantener lo
que había manifestado a los policías Federales argentinos, haciendo coin-
cidir la fecha en que mi hermano había sido liberado en Bolivia cuando
se encontraba muy enfermo, muy delicado de salud. Si esta afirmación la
mantuve en medio de tan feroz tortura que ya había sufrido, en ese mo-
mento no iba a cambiar mi testimonio tomando una taza de café sobre una
mesa. Además, les dije que no sabía nada de tal oposición en la Argentina;
me miraron con ojos serios y me dijeron que era una pena que yo no qui-
siera colaborar, que los bolivianos debíamos unirnos. Desde luego que tal
unidad de la que hablaban era para intentar sacarme palabras para delatar
a los compañeros bolivianos, perseguidos o exiliados en Salta, pero nada
consiguieron.
En aquel momento yo estaba lejos de sospechar que esa visita obedecía

129
Pedro PAPUTSAKIS Flores

a un Plan General que habían acordado las dictaduras de Latinoamérica


llamado Plan Cóndor, que tenía el objetivo entre otros, de capturar a los
denominados “extremistas” para ser devueltos a los gobiernos dictatoriales
de sus países.
Como se conoce en la actualidad, gracias al Plan Cóndor cientos de
hombres y mujeres fueron entregados a los gobiernos dictatoriales de sus
países, donde les esperaba una muerte segura, porque con este Plan no se
respetaba el derecho al asilo político, el derecho a la vida, el derecho al
refugio que siempre había sido muy respetado por los distintos Estados.
Cuando la reunión terminó, se despidieron los agentes bolivianos y los
policías argentinos nuevamente me esposaron y condujeron al carro celular
para llevarme nuevamente a la cárcel.
Al pasar por una plaza de la ciudad de Salta vi a una pareja de enamo-
rados que, ajenas a todos los problemas que teníamos nosotros, se reía y
jugaba alegremente sin sospechar que en ese preciso momento el mundo
que les rodeaba estaba lleno de injusticias y de grandes desigualdades.
De nuevo ingresé a la cárcel; los compañeros bolivianos que estaban
presos junto conmigo se alegraron de verme, me preguntaron por qué y
dónde me habían llevado; les conté todo y estuvieron de acuerdo conmigo,
me dieron su apoyo por la actitud que había asumido al negarme a tener
cualquier nexo con la dictadura boliviana; ellos también estaban asombra-
dos al saber que se permitía que policías bolivianos lleguen sólo a inte-
rrogar a ciertos presos en la Argentina. De esta manera nos dimos cuenta
que existía una gran coordinación entre organismos de represión de ambos
países. Con el tiempo nos enteramos que verdaderamente existió la OPE-
RACIÓN CONDOR o PLAN CONDOR, nombre con el que es conocido
el Plan de Coordinación de Operaciones de las cúpulas de los Gobiernos
Dictatoriales del Cono Sur de América –estaba formado por Argentina,
Brasil, Paraguay, Uruguay, Chile, Bolivia y la coordinación de la CIA de
los EE.UU- este Plan fue llevado a cabo en la década de 1970 a 1980.
Hoy todos sabemos que los Dictadores que conculcaron los derechos hu-
manos de sus pueblos, fueron uno por uno juzgados, condenados y se en
algunos casos cumplieron su condena hasta su muerte o aún se encuentran
cumpliendo condenas en sus respectivos países, como es el caso de Luis
García Meza y Luis Arce Gómez, que cuando estaban en el poder se creían

130
El precio de la libertad

todopoderosos, incluso nos decían que se quedarían por más de 20 años


en el Gobierno, sin considerar que hoy en día nadie puede atentar contra
los derechos humanos y que a pesar de los años transcurridos tendrán que
responder de sus actos. Después de esta entrevista volví a la rutina de to-
dos los días, a la celda de castigo o de aislamiento: nos despertaban a las
siete de la mañana, nos aseábamos hasta las 7:30, después los presos que
repartían el té pasaban con un carrito de pechar, nos pedían nuestros vasos
o jarros y nos daban una yerba hervida.
Después de recibir el desayuno pasaban los guardias revisando por la
mirilla de la puerta si todo estaba en orden: si la cama estaba plegada a la
pared, la celda limpia, el preso sentado en la silla en un lugar visible donde
se lo pudiera ver desde afuera. A las 9 de la mañana nos sacaban a tomar
sol en un pequeño patio que había en el interior del redondo, no teníamos
contacto con los demás presos comunes, sólo por algunos días conocíamos
a los presos que por alguna razón estaban castigados, recluidos en esta
sección tan ófrica y malsana.
A las 10 de la mañana nos metían de nuevo a nuestras celdas individua-
les, hasta el otro día. Al medio día nos pasaban el almuerzo por un pequeño
espacio en la parte baja de la puerta. El plato de comida era servido con
mucha carne, ya sea sopa o segundo. A las 4 o 5 de la tarde se nos pasaba
el té que era lo último que nos daban, al otro día la historia se repetía, esta
rutina sólo cambiaba los días jueves y domingos que en la hora del té nos
daban una pequeña porción de dulce de batata.
La mejor hora en la cárcel, para mí era de las 9 a las 10 de la mañana,
porque al salir al pequeño patio a tomar sol, podía conversar con mis otros
dos compañeros bolivianos, hacíamos toda clase de conjeturas, además nos
dábamos ánimo entre nosotros para poder soportar ese terrible régimen
carcelario que violaba todos los derechos de las personas y de todas las
convenciones sobre derechos humanos.
En la segunda quincena de octubre salió en libertad nuestro compañero
de prisión, el amigo Moreno, si bien este hecho me alegró mucho, a la vez
me puso triste al saber que nosotros, Carlos y yo no saldríamos todavía.
Con el compañero Carlos Decker analizando la situación creíamos que de
todas maneras era un avance importante la libertad del compañero Moreno.
El año 1980 este amigo y compañero de prisión murió en la ciudad de La

131
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Paz, defendiendo el proceso democrático, cuando se encontraba en El Pra-


do, durante el golpe militar de García Meza; lo asesinaron bajo una ráfaga
de ametralladora a plena luz del día. Gloria eterna a los compañeros que
murieron defendiendo la democracia.
Al cabo de un tiempo permitieron que recibamos visitas los días jueves
y domingo. Así, por lo menos esos días, podíamos ver a nuestros familia-
res y recibir todo tipo de información. Es así que en una oportunidad mis
familiares me informaron que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas
había manifestado que se estaban realizando gestiones para que los presos
pudieran salir poco a poco en el mes de noviembre y que estaban reclaman-
do por nuestra situación.
Al finalizar el mes de noviembre del 1975 le dieron libertad a mi com-
pañero Carlos Decker, esto significó un duro golpe para mí porque me
quedaba solo, no sabía cuándo se iban a acordar nuevamente de mí, pero a
la vez me alegraba mucho porque mi compañero salía en libertad.
En aquella sección de aislamiento, me quedé solo; esos días ingresa-
ron 4 o 5 presos comunes castigados por haberse portado mal; con dichos
presos logré entablar conversación, porque allí no había con quien más
charlar, me contaban el motivo de su detención, la mayoría estaban presos
por robo a mano armada, sin duda que se trataba de personas decididas
a todo, no tenían apego a la vida, pero en el fondo tenían algunos gestos
de bondad que a veces sorprendían, por ejemplo, me invitaban lo que les
llevaban sus familiares, eran solidarios conmigo. La verdad, hice buenas
amistades con ellos, compartíamos nuestras penas y las pequeñas alegrías
que sucedían dentro de la cárcel. Recuerdo, por ejemplo, a uno que había
asaltado un banco, que mantuvo un fuerte tiroteo con la policía y al caer
herido fue capturado, este compañero de cárcel tenía una condena de 20
años, no tenía ningún objetivo en la vida y tampoco había una política de
rehabilitación en la cárcel.
En todos los lugares donde estuve preso, vi que se trataba a la gente con
mucha prepotencia y no existía la mínima intención de “reformar” o “reha-
bilitar” a nadie; la conducta de los presos no importaba a nadie por lo que
éstos cada día se convertían en hombres más resentidos con la sociedad.
Así pasaban los días y los meses, yo me sentía cada vez más preocu-
pado, las gestiones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas ante el

132
El precio de la libertad

Ministro correspondiente no daban resultados positivos para mí.


Faltando pocos días para la Navidad, en diciembre de 1975, al fin fui
puesto en libertad y entregado al Alto Comisionado de las Naciones Uni-
das, quien me recomendó que tenga mucho cuidado porque la situación en
la Argentina se estaba poniendo muy delicada. Inmediatamente me fui a la
casa de mi hermano Constantino, allí fui recibido con mucho cariño, todos
se pusieron muy contentos de verme de nuevo, pero había que tomar en
cuenta la recomendación del representante de la ONU, de este modo, tomé
la decisión de irme a vivir a la casa de mi hermana Vilma, esposa de un
gendarme argentino. Previamente le pregunté a mi hermana si no tendría
problemas con su marido, sin vacilar ella me respondió que no, que ya ha-
bían hablado del tema con su esposo y que él estaba dispuesto a ayudarme,
brindándome su casa, el tiempo que fuera necesario.
De esta manera me fui a la casa de mi hermana, me recibieron muy
cariñosos todos porque hacía mucho tiempo que no me veían, yo le había
pedido a mi hermana que no vaya a la cárcel a verme para no comprometer
a su esposo, ya que anotaban el nombre y la dirección de todos los que iban
a visitarnos en la prisión.
Mi hermana preparó un cuarto donde yo permanecía todo el tiempo, no
podía salir ni al patio para no ser visto por los vecinos; en las noches podía
moverme por el patio de la casa o salir alguna vez a la calle tomando ciertas
precauciones. También allí podía hacer algunos trabajos de embobinado
de motores o trasformadores de televisor que mi hermano Constantino me
mandaba para que yo pudiera ganarme unos cuantos pesos y a la vez pasar
el tiempo más distraído.
Desde el día que obtuve mi libertad, antes de Navidad ingresé a vivir en
la clandestinidad, no salía a ninguna parte.
En el día y en la noche permanecía oculto en la casa de mi hermana
quien junto a su esposo Paulino y sus pequeñas hijas Vilmita y Analía que
me acogieron con mucho cariño, pese a los riesgos que corrían. Siempre
estaré muy agradecido con ella, su esposo e hijas.
Pasamos las fiestas de fin de año en familia, mi madre fue a visitarnos,
nos contaba cómo estaba la situación política en nuestro país; también re-
cibí noticias acerca de los amigos que habían sido apresados, porque la
represión en Bolivia se había vuelto cada vez más selectiva, no había día

133
Pedro PAPUTSAKIS Flores

que no era detenida alguna persona, acusada de conspirar contra el régimen


del General Banzer.
En la Argentina también el ambiente político se deterioraba cada día
más, los crímenes de la triple A “Alianza Anticomunista Argentina” se
cometían todos los días; esta organización terrorista de extrema derecha
fue organizada por el tristemente célebre José López Rega, hombre fuerte
del gobierno de María Estela de Perón, Isabel, presidenta de la República
Argentina, en cuyo gobierno democrático, se conculcaron todos los de-
rechos humanos y libertades y se asesinaron a miles de revolucionarios
argentinos. Se hacía desaparecer a la gente, o muchos morían “en enfrenta-
mientos” ficticios ya que se los sacaba de la cárcel para después decir que
murieron en combate.
A otros se los secuestraba o “chupaba” como acostumbraban decir; los
hacían desaparecer atando con alambre las manos y los pies, luego colo-
caban una carga de dinamita al medio y los hacían explotar quedando los
cuerpos totalmente destruidos sin que nadie los pueda reconocer; realmen-
te lo que pasaba en la Argentina era algo espeluznante que nadie podrá
olvidar jamás.
Era tanto el odio y la intolerancia de las fuerzas de derecha, que recuer-
do un lema que repetían: “es preferible matar a diez inocentes a que se
escape un culpable”, con semejante consigna los organismos de represión
tenían carta blanca para asesinar a cualquier sospechoso o enemigo per-
sonal y después decir que era un terrorista. Este ambiente se había creado
también por las fuerzas de derecha para justificar el golpe militar que ya
estaba en proceso de ejecutarse.
El 24 de marzo del 1976 se produjo el golpe militar del General Jorge
Rafael Videla contra del gobierno constitucional de María Estela de Perón
en el que pese a ser un gobierno constitucional se cometieron miles de crí-
menes. Ya durante el gobierno militar de facto, la situación se puso aún más
dura, las batidas se hacían en las calles con modernos sistemas de control
de personas. Se cerraba una calle y se procedía a pedir documentación a
todos, sin discriminación alguna; los que no traían consigo sus documen-
tos eran observados en el sistema computarizado y los que no tenían eran
subidos en carros furgón y llevados a los centros policiales para su identi-
ficación. Nunca la sociedad argentina había sufrido tanto, nunca se había

134
El precio de la libertad

humillado tanto a un pueblo, nunca se había ejercido tanta prepotencia por


los organismos de represión.
La gente era acallada por medio del terror y en el caso de los extranjeros,
éstos eran tratados como delincuentes y cientos de ellos fueron asesinados
por la dictadura militar. Se dice que más de 30.000 jóvenes argentinos fue-
ron asesinados en los centros de torturas, lanzados desde los aviones al río
de La Plata o al mar como posteriormente se supo; muchos niños hijos de
los revolucionarios que murieron en la tortura fueron adoptados por los
propios asesinos de sus padres, no se puede entender cómo estos crimi-
nales tenían el coraje de mirar los ojos frescos de los niños inocentes, sin
acordarse de la suerte asestada a sus padres.
Hoy en día, pese a los años trascurridos, las madres y abuelas de Plaza
de Mayo aún siguen en su afán por recuperar a los hijos o nietos cuyos ver-
daderos padres fueron vilmente asesinados. En este ambiente de total in-
certidumbre durante el gobierno de Rafael Videla, yo tenía que sobrevivir,
corriendo cada día el riesgo de ser descubierto por las fuerzas represivas
del nuevo gobierno. Fueron nuevamente a buscarme a la casa y al taller de
mi hermano, pero esta vez no me encontraron, porque yo ya no estaba allí.
La represión era cada día más fuerte, el gobierno prohibió todas las
actividades políticas, intervino los sindicatos, suspendió los derechos de
los trabajadores, se prohibió las huelgas, disolvió el parlamento, destitu-
yó a la Corte Suprema de Justicia, intervino el máximo organismo de los
trabajadores de la Argentina: la famosa CGT, censuró a los medios de co-
municación, suspendió la vigencia del estatuto docente, es decir, suprimió
todos los derechos y garantías de las personas.
La desaparición forzada fue una fórmula siniestra de “la guerra sucia”,
se secuestraba o “chupaba” a las personas por un comando paramilitar de
encapuchados, sin identificarse procedían a golpear a los familiares que
intentaban salvar a sus hijos, hermanos, o algún familiar cercano. Fue un
programa de acción muy bien planificado con anticipación y con ciertos
métodos para llevar a la práctica actos siniestros como arrojar a los secues-
trados al río de La Plata o a las represas, fusilar y ocultar los cadáveres,
enterrar en fosas comunes sin ningún tipo de identificación, etc.
Se inició una feroz persecución y exterminio contra los obreros, estu-
diantes, empleados, profesionales, docentes, periodistas, artistas, religio-

135
Pedro PAPUTSAKIS Flores

sos y hasta amas de casa. La tortura era aplicada a los “enemigos de la


patria” en centros clandestinos de detención por miembros de las Fuerzas
Armadas y por la Policía Federal, que sometían a sus víctimas a interroga-
torios basados en tormentos físicos.
Como la seguridad de las personas era sólo una ilusión, el Alto Comi-
sionado de las Naciones Unidas me hizo llegar su preocupación mediante
mi hermano Constantino, a quien le dijo que era muy peligroso de que yo
continúe en la Argentina y que debía ver la forma de salir a cualquier país y
que me ayudarían a salir a Suecia o Sudáfrica, que eran los dos países que
ofrecían asilo a los perseguidos políticos; esta preocupación del represen-
tante de las Naciones Unidas me angustió mucho, yo no sabía qué hacer,
mi vida estaba en peligro.

136
MI SALIDA DE LA ARGENTINA
RUMBO A SUECIA

Una vez recibida la comunicación del Alto Comisionado de las Nacio-


nes Unidas sobre el peligro de continuar permaneciendo en la Argentina,
decidí salir de ese país, pero hacia Bolivia, ya que por la televisión y la
radio recibíamos noticias alentadoras de la lucha que libraban los distintos
sectores de la población por las reivindicaciones sociales, lo que hacía su-
poner que el gobierno de Banzer se caía en cualquier momento.
Los mineros que en esa época constituían un sector muy fuerte, que
eran el sostén de la economía nacional, se encontraban en constantes huel-
gas que minaban la estabilidad del régimen dictatorial. Se escuchaban vo-
ces que había un malestar creciente en los sectores jóvenes de las fuerzas
armadas, encabezados por los Coroneles Gary Prado y Raúl López Leytón,
quienes posteriormente jugaron un papel importante en el proceso de la re-
cuperación de la democracia. Pero pese a estas noticias alentadoras que re-
cibíamos en Salta, el gobierno boliviano estaba aún fuerte y casi todos los
países de Latinoamérica estaban gobernados por regímenes dictatoriales y
no había ninguna esperanza para mí, porque ni siquiera podía trasladarme
a otro país latinoamericano, lo que me afectó mucho anímicamente. Sin
Pedro PAPUTSAKIS Flores

embargo, no me quedaba otra opción sino partir hacia Europa o cualquier


otro continente en vista de que la situación no cambiaría en Bolivia.
Ante esta situación, sobrevivir o vivir en la clandestinidad en la Ar-
gentina cada vez se hacía más difícil. En el mes de julio del 1976 el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas me hace saber nuevamente mediante
mi hermano Constantino que ya no garantizaba más mi seguridad, ya que
había tenido que lamentar la pérdida de algunos refugiados de las Naciones
Unidas en otros lugares de la Argentina. Por esta razón fui conminado a sa-
lir de la Argentina hasta el 30 de agosto del mismo año, caso contrario me
suspenderían mi condición de refugiado político; en tales circunstancias
elegí como país de destino a Suecia.
Representantes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas asumie-
ron el compromiso de sacar el permiso para que yo pueda trasladarme has-
ta Buenos Aires de donde debía tomar el avión hacia Suecia.
Me contacté con Carlos Decker para saber qué iba a hacer, hacia donde
pensaba salir. Él me comentó que también estaba conminado a salir y había
elegido Suecia; nos pusimos de acuerdo para ver si podíamos viajar juntos,
sobre todo para acompañarnos, ya que siempre teníamos el temor que la
policía nos pueda detener en cualquier momento.
Recibí del representante de las Naciones Unidas el pasaje y la orden
firmada por el propio Ministro del Interior, General Albano Eduardo Har-
guindeguy mediante la que se ordenaba todas las fuerzas de seguridad per-
mitirme volar hasta la ciudad de Buenos Aires para abandonar el país.
El 20 o 22 de agosto era la fecha del vuelo, me despedí de mis fami-
liares con mucha tristeza y escepticismo porque no creía que me iban a
permitir salir del país; mas, al contrario, casi estaba seguro que me iban a
detener en cuanto me presentase en el aeropuerto, ya que estuve perdido
para ellos por más de 7 meses, tiempo en el que viví en la clandestinidad,
oculto en la casa de mi familia.
Como no tenía otra salida, tomé la decisión de presentarme ante las
autoridades; sin embargo, pedí por intermedio de mi hermano que el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas me acompañara al aeropuerto, ya que
tenía temor por mi vida, después de ver tantos crímenes que se cometieron
contra otros compañeros.
Realmente fue un día difícil para mí; me encontraba muy susceptible,

138
El precio de la libertad

muy inseguro, aunque recibí la respuesta que me acompañarían a tomar


el avión el día del viaje y también que me recogerían en el aeropuerto de
Buenos Aires, pues tenía que pernoctar en aquella ciudad, para tomar el
vuelo hacia Europa al día siguiente.
El día indicado me presenté con mi pasaje y mi pasaporte que tenía el
sello de ingreso con el permiso de permanecer tres meses como turista,
pero yo había estado en la Argentina un año y ocho meses. A tiempo de
presentar el pasaporte, mostré la carta del Ministro del Interior con instruc-
ción para permitirme abandonar el país; sin mayores problemas, me dieron
mi pase a bordo y ante la mirada atenta de todos mis familiares que fueron
a despedirme, ingresé a la sala de pre embarque. También estaba allí un
representante de la ONU.
El avión despegó con dirección a la capital del país, mi temor continua-
ba sobre lo que podría pasar en Buenos Aires, porque allí no tenía familia-
res que pudieran acompañarme. La duda e inseguridad aumentaban en mí,
no sabía si realmente me esperaría alguien de las Naciones Unidas que pu-
diera garantizar mi salida del país y sobre todo evitar una nueva detención.
Una vez que el avión aterrizó, bajé temeroso a tierra, esperando encon-
trar a algún representante de la ONU en el aeropuerto, pero no había nadie,
esta situación me preocupó mucho más; sentí un temor inmenso, pensaba
que si en ese momento me detenían nadie se daría cuenta; además, fácil-
mente me podían hacer desaparecer como lo hicieron con tantos otros. Ya
eran las 8 de la noche, cuando salí del aeropuerto tomé lo más rápido que
pude un taxi para alejarme del aeropuerto, hacia cualquier alojamiento del
centro de la ciudad. Esa noche no fue fácil dormir, los pensamientos se
apoderaron de mí y no podía encontrar la tranquilidad que tanto necesita-
ba. Al otro día, después de averiguar la dirección de las oficinas de ONU,
tomé un taxi y me dirigí a dichas oficinas para reclamar por qué me habían
dejado solo en tan terrible circunstancia, me dieron las disculpas necesarias
y me dijeron que habían nombrado a una persona determinada pero que
lastimosamente, no había ido a esperarme.
El vuelo hacia Suecia estaba programado para la anoche por lo que nue-
vamente pedí que por favor estuvieran en el aeropuerto para verificar mi
partida. En la noche, a la hora indicada me encontré en el aeropuerto con
el representante de la ONU, nos saludamos, luego saqué mi pase a bordo y

139
Pedro PAPUTSAKIS Flores

me dirigí a la sala de embarque ante la mirada atenta del representante de


dicho organismo internacional. Me embarqué en la Compañía Aérea Sueca
de Aviación S.A.S.
Sólo cuando el avión estaba en el aire rumbo a tierras extrañas sentí un
gran alivio; recién sentí que mi vida estaba segura y cuanto más me aleja-
ba, más seguridad sentía.
Sin embargo, también tenía el firme convencimiento de retornar a mi
patria en cuanto fuera posible para estar al lado de mi familia. Pensaba que,
si esta vez no pude entrar a mi patria Bolivia, lo volvería a intentar cuantas
veces sea necesario.
Después de hacer escala en España y Alemania, llegué a Estocolmo,
capital de Suecia, país que me había brindado el asilo político. Fui recibido
muy bien con todas las consideraciones del caso por dos funcionarios del
gobierno sueco, un hombre y una mujer quienes me llevaron a un hotel
para descansar, con el compromiso de volver al otro día para ver qué des-
tino final me iban a dar.
En el hotel conocí a otros compañeros de otros países, había chilenos,
uruguayos, argentinos, con quienes nos pusimos analizar la suerte que co-
rrían nuestros países, nuestros hermanos y familiares en manos de dictado-
res despiadados que lo único que hacían era endeudar en forma desmedida
nuestros países, reprimir sin piedad a los que osaban hacer escuchar su voz
de protesta.

140
UNA NUEVA VIDA EN SUECIA

Al otro día, cuando vinieron los encargados a buscarnos para llevarnos


a todos los que nos encontrábamos en el hotel hacia nuestro próximo des-
tino, nos informaron que debíamos ir hasta un campamento en una ciudad
llamada Alvesta, donde viviríamos hasta aprender el idioma sueco y allí
también nos harían los primeros exámenes médicos.
Fuimos llevados hasta la estación central de trenes desde donde nos em-
barcamos hacia Alvesta. A lo largo del trayecto, yo iba contemplando des-
de mi asiento que daba a la ventana, la hermosa campiña sueca, que parecía
un cuadro pintado por algún famoso artista. Todo era bello, los árboles se
veían bien cuidados, extensos bosques de pino que se perdían de vista, no
había un pedazo de terreno que no estuviera bien cultivado o con árboles y
plantas verdes, cubierto de pasto bien cuidado y lagos pintorescos.
Después de algunas horas de viaje llegamos al campamento de Alvesta.
Pero la idea de campamento que teníamos se disipó cuando llegamos a
destino; no se trataba de un lugar improvisado con carpas o construcciones
precarias. Se trataba de edificios bien construidos donde había departa-
mentos con grandes ventanales; afuera, en el patio, había parques infantiles
Pedro PAPUTSAKIS Flores

para los niños, áreas verdes muy bien mantenidas, llenas de plantas y de
flores y zonas de parqueos para las movilidades.
A cada uno de los refugiados nos entregaron un departamento total-
mente amoblado con todas las comodidades, la heladera estaba llena de
provisiones para toda la semana. La situación había cambiado totalmente,
de la inseguridad, de la zozobra pasé a gozar de total seguridad, de la inco-
modidad, de una vida clandestina y de privación de libertad pasé a gozar
de una vida libre y digna. Me puse muy contento por el trato que nos dis-
pensaban nuestros anfitriones a todos los refugiados, pese a que ni siquiera
nos conocían.
La primera semana nos realizaron todos los exámenes médicos per-
tinentes; todos los refugiados que llegamos esos días fuimos puestos en
cuarentena hasta que terminen nuestros análisis y se compruebe que no
éramos portadores de ningún mal que pudiera contagiar al pueblo sueco.
Según nuestros análisis y estudios, también fuimos sometidos a tratamien-
to. Yo fui operado del oído, puesto que por el golpe o el llamado “teléfo-
no”, medida de tortura, que recibí mi primer día en la cárcel de Salta, me
habían perforado el tímpano. Cuando me operaron recuerdo la admiración
que mostraban los médicos suecos, porque al parecer jamás habían visto
perforación tan grande. El tímpano de mi oído fue reconstruido y por suer-
te recuperé totalmente el sentido gracias a tan importante operación.
Después me puse en la tarea de aprender el idioma sueco; a todos nos
dieron la oportunidad de aprender el idioma que no era muy sencillo que
digamos, pero las profesoras y profesores eran tan buenos que logré apren-
der el idioma para manejar en mi vida fuera del campamento. De lunes a
viernes de 8 a 12 en las mañanas y de 2 a 6 en las tardes pasábamos clases;
el día sábado y el domingo nos dedicábamos a salir a conocer los alrededo-
res que para nosotros todo era novedad.
Después tuve la oportunidad de conocer al pueblo sueco a través de
algunos amigos; entre las múltiples cualidades se distinguían por ser muy
trabajadores, además que no les gusta la mentira, ni hablar mucho, es gente
muy buena; no mal intencionada y muy solidaria con los extranjeros.
A los 3 meses de estar viviendo en Suecia me avisaron que llegaba un
amigo mío de la Argentina, se trataba de Carlos Decker. Como no podía ser
de otra manera, fui a la estación de Alvesta a esperarle y ponerle al tanto de

142
El precio de la libertad

las novedades y de las condiciones que le esperaban en esta tierra tan ge-
nerosa, que nos había acogido con tanto cariño, además de recibir noticias
de mi familia en la Argentina.
Como Carlos era periodista, tenía una visión muy amplia de lo que es-
taba pasando en Latinoamérica. ¡Qué emoción al vernos! Nos abrazamos
como si fueran años que no nos hubiéramos visto, él me dijo: -qué lindo
ver una cara conocida por estos lados. Realmente hay momentos en la
vida que cuando uno está lejos de la patria, siente el deseo de ver una cara
conocida, no importando si es amigo o no, pero la alegría es mayor cuando
se trata de un amigo con quien se ha compartido momentos de infortunio.
Esa noche caía una tormenta de nieve, en la estación corría un viento
frío, miré la cara de Carlos que me interrogaba con la mirada preguntán-
dome donde habíamos ido a parar, pero yo con una sonrisa le dije: -no te
preocupes todo saldrá bien, este es un lugar hermoso, lástima que hayas
tardado tanto en venir, cuando en toda Europa está entrando con fuerza el
invierno, pero no te pongas triste, que en tu departamento estarás calienti-
to porque todas las casas en este país tienen calefacción.
Carlos Decker es un buen amigo y compañero que soportó con dignidad
todos los vejámenes de la dictadura, poniendo siempre en alto la valentía
y el comportamiento leal que caracterizó a miles de hombres y mujeres re-
volucionarios que en el momento de la verdad se portaron firmes, no como
algunos cobardes que se ponían a llorar delante de sus verdugos, causando
risa e ironía de estos siniestros personajes.
Después de estar en Alvesta durante 6 meses aprendiendo el idioma,
cada uno elegía el nuevo destino para vivir; yo elegí la ciudad de Gotem-
burgo, porque en ella vivían otros compañeros bolivianos, Carlos Decker
se fue a vivir a Estocolmo para ver la posibilidad de trabajar en radio Sue-
cia, cosa que logró algún tiempo después.
Con todos los compatriotas en Gotemburgo comenzamos a organizar-
nos para ver cómo podíamos ayudar a nuestro pueblo que seguía luchando
contra la dictadura; además, para mantenernos unidos y compartir la infor-
mación que nos pueda llegar desde nuestro país.
Entre los refugiados políticos no todo era armonía y unión sino tam-
bién teníamos nuestras profundas diferencias políticas partidarias, sobre
la forma de interpretar la realidad del país, sobre la forma de recuperar la

143
Pedro PAPUTSAKIS Flores

democracia, por lo que existía una gran discusión y hasta a veces sectaris-
mo secante entre los refugiados. Muchas veces olvidando que el enemigo
principal no estaba entre nosotros, algunos ponían mucho entusiasmo en la
profundización de las diferencias ideológicas. Lejos de ver el lado positivo
de algunos compañeros, se agradaban los defectos, se intentaba disminuir
sus cualidades, sin comprender que la división era lo que más afectaba a
nuestra patria y el error que se cometía era trasladar las diferencias que
se tenía en Bolivia al lugar de exilio. Pasaba lo mismo que en la prisión
donde todos nos manteníamos en nuestras trincheras sin ceder ni siquiera
un milímetro, a veces sin tomar en cuenta nuestra condición de prisioneros
de un solo enemigo, como era el gobierno de Banzer. Sin embargo, debo
reconocer que la fuga de Coati se dio gracias a la unidad, porque en ella
participaron todos los partidos políticos que se encontraban en la isla. Este
acto de unidad debería servir de ejemplo para comprender que sólo unidos
podremos hacer las cosas bien, o dar golpes certeros al enemigo, consi-
guiendo victorias para el pueblo boliviano.
En la ciudad de Gotemburgo había una gran actividad política orga-
nizada por la colonia boliviana, desde charlas sobre la realidad del país y
eventos culturales para difundir nuestra cultura y el folclore de todas las
regiones de Bolivia; la mayoría de los compañeros logramos que se les en-
viara trajes típicos de cada una de las regiones para hacer conocer nuestra
forma original de vestir. También realizamos actos de protesta y denuncia
contra el régimen de Banzer; actos que se realizaban en coordinación con
los compañeros trabajadores y activistas suecos y latinoamericanos.
Allí nos llamaba la atención que la policía no reprimía, pero sí custo-
diaba los actos de protesta para evitar que se cometieran alteraciones del
orden público; en ese caso sí actuaban haciendo uso de los medios que
tenían a su disposición como sus bastones anti disturbios, como cualquier
policía latinoamericano.

144
LA HUELGA DE HAMBRE EN BOLIVIA

La dictadura militar que asumió el gobierno de facto, que fue considera-


da una de las más duras de la historia de Bolivia, suprimió las actividades
de los partidos políticos y de las organizaciones sindicales y realizó una
férrea persecución contra la oposición. La persecución política, la desapa-
rición forzada, el apresamiento sin proceso y el exilio fue muy común en
los más de siete años de dictadura militar en Bolivia.
En los periódicos del 22 de diciembre del 1977, el gobierno había publi-
cado una lista de los exiliados que no podían retornar al país. El gobierno
había indicado que los exiliados eran 600, mientras que en la realidad eran
como 1000, de los cuales 348 no podíamos retornar al país, porque había-
mos sido excluidos de la amnistía. Yo era el número 205 y mi hermano
Constantino el número 206. Esta actitud fue una de las causas para que las
mujeres mineras, acompañadas de sus hijos, decidieran tomar la extrema
medida de La Huelga de Hambre, el 28 de diciembre de 1977, instalándose
en los locales del Arzobispado de la Paz.
Una vez iniciada la huelga con el apoyo de los sacerdotes y miembros
de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos APDH, se hizo conocer
Pedro PAPUTSAKIS Flores

la petición de las huelguistas:


1. Amnistía General para todos los presos y exiliados por razones polí-
ticas.
2. La restitución de los obreros expulsados a sus fuentes de trabajo.
3. La derogación del decreto que prohibía las organizaciones sindica-
les.
4. La derogación del decreto que declaraba las minas “zona militar”,
con presencia permanente del ejército.
Sin embargo, la decisión de las cuatro mujeres, no era una lucha por
liberar sólo a sus maridos, sino por lograr la liberación de todos los presos
políticos y el retorno de los exiliados.
Las primeras declaraciones de apoyo y solidaridad fueron de las orga-
nizaciones clandestinas, sindicales y políticas de oposición al régimen y de
organizaciones universitarias de todo el país.
Al tercer día de huelga, el Ministerio del Interior denunció el carácter
subversivo de esta medida y alertaron a la opinión pública sobre los peli-
gros que representaba la huelga de hambre para los niños. De esta manera
la decisión de la APDH fue sustituir a los 14 niños por 14 miembros de
la asociación. Estas personas eran conocidas en los medios católicos y de
defensa de los derechos humanos, pero no representativos de la oposición
política al régimen (uno de ellos el padre Luis Espinal), por lo que la medi-
da iba ganando cada vez más apoyo de toda la población.
El cuarto día, un grupo de huelguistas se instaló en los locales del Pe-
riódico Presencia, en otras iglesias de la Paz y también en las principales
ciudades del país. El noveno día, ya se habían sumado a la huelga, varios
sacerdotes, obreros, estudiantes e inclusive campesinos; éstos últimos pese
a que habían sido utilizados por el gobierno mediante el conocido Pacto
Militar Campesino.
Los servicios oficiales anunciaron también una huelga general de apoyo
al régimen, sostenida por el ejército y los grupos paramilitares.
Las primeras intervenciones policiales se dieron el día décimo primero
de la huelga, cuando el movimiento ya se iba masificando con 200 perso-
nas; en todas las fábricas, los “coordinadores de trabajo” nombrados por
la administración en apoyo al gobierno fueron remplazados por delegados
sindicales elegidos por sus bases. También se hicieron llegar apoyos y ad-

146
El precio de la libertad

hesiones de los exiliados.


A los 18 días de huelga, el 14 de enero de 1978, ya llegaban a 1.000
las personas en huelga de hambre, situación que molestaba aún más al
gobierno que obligó la entrada de las fuerzas policiales a los locales donde
estaban instalados los piquetes e incluso ingresaron a las iglesias, lo que
fue un mayúsculo error.
En respuesta a tal represión, el Arzobispo de La Paz amenazó con ex-
comulgar a los policías profanadores y a sus jefes; esta es una gran oportu-
nidad para que los partidos de oposición se sumen en defensa de la iglesia,
que se convertía en víctima de la violencia del gobierno de Banzer.
La prensa internacional, que ya estaba presente en Bolivia, informa so-
bre las intervenciones policiales, publicando fotografías impactantes, lo
que provoca la reacción de Obispos de América Latina y de Europa. El
Presidente del Concejo Mundial de las iglesias manda telegramas de soli-
daridad a Monseñor Manrique, Arzobispo de la ciudad de La Paz. El Car-
denal Maurer hace pública una declaración señalando el valor cristiano y
humano de la lucha de los huelguistas y pide al gobierno que no utilice la
violencia, sino que conceda la amnistía.
El 18 de enero, a los 22 días de huelga, más de 1.200 huelguistas se
encontraban en la extrema medida en todo el país y en el exterior. De esta
manera el gobierno llega a un Acuerdo con el representante de la APDH,
en presencia de Monseñor Manrique. Con la huelga de hambre masificada
se logró “Una amnistía general a favor de todos los bolivianos apresados,
perseguidos, exiliados o desterrados, por motivos políticos o sindicales”.
El texto precisa las condiciones de reintegración de los trabajadores a las
minas y “se ofrecen las garantías a las personas que han participado en la
huelga de hambre o en su apoyo”. De esta manera, gracias a la huelga de
hambre masificada se puso fin a casi 7 años de dictadura militar en Bolivia.
Sin disparar un solo tiro se desmorona como un castillo de naipes una
de las peores dictaduras de toda la vida republicana de Bolivia. Claro que
las contradicciones dentro del ejército también se habían agudizado, ya
que los sectores de oficiales jóvenes exigían cambios en la conducción
del gobierno. El régimen estaba cercado por sus propias contradicciones
internas; además, los escándalos de corrupción se denunciaban todos los
días, las páginas de los periódicos estaban llenas de noticias de abusos y

147
Pedro PAPUTSAKIS Flores

de arbitrariedades.
Después de la gran huelga se habían conseguido ciertas libertades para
poder reclamar y denunciar todo lo que sucedía en Bolivia. Nosotros, en
la distancia, estábamos enterados de todo lo que ocurría gracias a la reper-
cusión internacional y por las noticias difundidas por diferentes medios de
prensa.

148
HUELGA DE HAMBRE EN SUECIA

En Suecia al finalizar el año 1977, recibimos la noticia que cuatro mu-


jeres mineras en Bolivia, habían iniciado una huelga de hambre pidiendo
la amnistía general para todos los presos y exilados políticos que no podían
retornar al país, ya que el gobierno dictó una amnistía parcial, prohibiendo
el regreso de 348 patriotas bolivianos. Esta lista fue publicada en los dife-
rentes periódicos de circulación nacional.
Nos enteramos también que después de unos días de iniciada la huelga
ésta iba creciendo, se iba masificando, que poco a poco eran más los dife-
rentes sectores que se iban plegando a la huelga de hambre. Es así que una
medida que en principio parecía que no iba a tener mayor repercusión, se
convirtió en un acto político de gran trascendencia a nivel nacional e inter-
nacional contra el régimen dictatorial.
Los bolivianos que nos encontrábamos en diferentes partes del mundo
también instalamos piquetes de huelga: en Inglaterra, Alemania, Francia,
Suiza, Suecia. Al final, donde se encontraban refugiados bolivianos había
un piquete de huelga de hambre.
Nosotros en Suecia también instalamos un piquete de huelga de hambre
Pedro PAPUTSAKIS Flores

en una Iglesia Protestante. Desde luego que tuvimos que hacer muchas
gestiones para que los habitantes suecos comprendan el porqué de nuestra
protesta.
Cuando pasamos tres o cuatro días sin comer, los suecos nos pedían por
favor que suspendamos esta medida de autoflagelación, pero nosotros
no cedimos por ninguna razón; sólo cuando recibimos noticias de Bolivia,
que el gobierno había cedido ante la huelga general y cuando las mujeres
huelguistas suspendieron la extrema medida después de estar al borde de la
muerte, en ese momento nosotros en Suecia también suspendimos nuestra
huelga, después de leer los cables de prensa que nos traían las autoridades.
Con esta gran medida de presión, el pueblo boliviano había logrado
doblarle la mano a la dictadura. Nuestra alegría fue inmensa al enterarnos
que todo había terminado, que a partir de este momento y que después de
haber vivido bajo la persecución, el apresamiento y el exilio, los bolivianos
podíamos retornar a nuestros hogares, a nuestra querida Bolivia.
En mi caso, después de casi siete años de permanecer preso en distintas
cárceles y cuarteles del país y deambular por todo el mundo como un paria,
recién tenía la oportunidad de volver a mí querida Tarija, volver a ver a mis
familiares y amigos.

150
RETORNO A BOLIVIA

Una vez dictada la amnistía general e irrestricta en Bolivia, en Suecia


yo me preparé inmediatamente para retornar a mi país, tuve que sacar pa-
saporte del Consulado boliviano en Suecia; en una primera instancia el
consulado no me quiso extender el pasaporte; sin embargo, después de re-
cibir seguramente instrucciones desde la sede del gobierno boliviano, en la
segunda oportunidad que fui a consultar me dijeron que no había problema
que yo podía recibir mi pasaporte.
Ya con el pasaporte en la mano, procedí a comprar el pasaje y alistar las
maletas para emprender el retorno a mi país, aunque todavía tenía un poco
de temor porque, como seguía en el gobierno el mismo régimen, pensaba
que en cualquier momento me podían detener, pero de todas maneras ya se
habían apoderado de mí las ansias de retornar a Bolivia y a Tarija.
El pueblo, en su infinita sabiduría rápidamente se organizó para enfren-
tar los próximos retos que tenía, como ser las elecciones generales que fue-
ron convocadas para el año 1978, por el mismo régimen de gobierno que
tenía como candidato oficialista, al General Juan Pereda Asbún, Ministro
del Interior del gobierno del General Banzer, quien tenía todas las ventajas
Pedro PAPUTSAKIS Flores

y los medios para desarrollar con mayores ventajas la campaña política.


Así, después de casi siete largos años de sufrimiento, no sólo por las
adversidades sufridas en la cárcel y el exilio, sino por estar alejado de mis
seres queridos, por fin parecía que mi tragedia había terminado, gracias a la
lucha valiente de todo un pueblo que supo elegir el momento propicio para
asestarle el golpe mortal a la dictadura.
Mi retorno estaba destinado a rencontrarme con mis familiares, pero
también para unirme a la lucha del pueblo boliviano en las urnas, mediante
el voto popular.
Llegué al aeropuerto de El Alto el 11 de mayo del 1978; realmente el
cambio era muy grande, había dejado un país muy desarrollado, donde
todo estaba ordenado; un país donde no había hambre ni miseria para lle-
gar al mío donde la realidad era la misma por la que ingresamos a la lucha,
para cambiar su realidad. No se había avanzado casi nada en siete años; sin
embargo, al pisar tierra sentí una satisfacción especial al estar de nuevo en
mi patria de la cual salí escapando de una prisión en medio del lago, fui
perseguido por la furia del tirano que aún seguía en el gobierno pero que
había sido obligado a conceder una amnistía general e irrestricta, gracias
a la lucha del pueblo boliviano iniciada por cuatro valientes mujeres junto
a sus hijos.
Al salir del aeropuerto tomé un taxi que me llevó hasta la ciudad, donde
pernocté en un alojamiento para descansar un poco y al otro día fui a com-
prar el pasaje para viajar a Tarija por flota. Esa noche recorrí las calles de
La Paz, tratando de encontrar a algún conocido o amigo, pero tuve que re-
tornar desalentado al alojamiento, porque no encontré a ningún conocido.
El día 12 de mayo de 1978, salí en flota a las 5 de la tarde hacia Tarija.
Allí recién pude ver a varias personas conocidas que también viajaban, nos
saludamos protocolarmente con algunas personas, pero sin mayor entu-
siasmo ya que nos conocíamos de vista, pero pese a todo sentí una gran ale-
gría al ver caras conocidas; muchos me miraban con curiosidad y algunos
me preguntaban donde había estado tanto tiempo, hasta alguien se acercó y
me dijo: -yo escuché la noticia de que había muerto en la Argentina, pero
me alegro que no haya sido así. Luego la flota partió, recorrimos el largo
camino hacia Tarija que permitió enfrascarme en mis pensamientos.
Cuando por fin llegamos a El Puente, localidad que pertenece al Depar-

152
El precio de la libertad

tamento de Tarija sentí alegría porque me estaba acercando a mi querida


Tarija, para ver por fin a mis queridos familiares que seguramente me esta-
rían esperando en la terminal.
Pensaba cada vez con mayor ansiedad, encontrarme, abrazarnos y con-
tarles y escuchar también tantas cosas que habían pasado durante este largo
tiempo de mi ausencia, ya que estuve alejado durante 7 largos años.
Terminamos de bajar la cuesta de Sama, llegamos a El Rancho, pasa-
mos por Tomatitas y por fin llegamos a Tarija. Yo iba emocionado viendo
el paisaje, la gente, la hermosa avenida costanera y luego el bus se detuvo
en la terminal.
Entre la muchedumbre que había en la terminal, después de buscar entre
la gente, pude ver a lo lejos la cara de mi madre; desesperada, ella también
me buscaba en medio de tanta gente que apresuradamente abandonaba el
lugar seguramente para encontrarse también con sus seres queridos. Me
paré cerca de ella y esperé a que me encontrara. -¡Hijo! Largó en llanto ex-
tendiendo sus brazos. Nos abrazamos largamente, ella me acariciaba, que-
ría comprobar que era cierto que yo estaba entre sus brazos, -¿Cómo estas
hijo querido? Fue el grito cariñoso de mi madre, -¡tanto tiempo sin verte!;
con la voz entre cortada y con sus ojos llenos de lágrimas, me miraba y me
besaba una y otra vez. -¡Pensé que no te iba volver a ver jamás, pero el
Señor bendito me dijo que tenga paciencia y que todo se iba arreglar! me
dijo mi madre, que me abrazaba, me besaba como queriendo recuperar el
tiempo perdido.
Después de saludarnos nos fuimos a nuestra casa en el barrio San José.
Mi madre me contaba que había sufrido mucho primero cuando nos apre-
saron a Constantino y a mí, al poco tiempo a mi hermano Jorge; sus tres
hijos estaban presos y después yo desaparecido porque desde que me lle-
varon a la cárcel de la Isla de Coati en el Lago Titicaca, no había sabido
nada más de mí, y tuvieron que pasar tantos años para recién encontrarme
y tenerme a su lado.
Mi madre me contó que un día se le presentó una señora que la encontró
llorando y le dijo: -señora no se preocupe sus hijos están bien ya van a
venir, no se preocupe, no llore más. Mi madre que era creyente, según me
decía que esa señora a quien nunca había visto, era la Virgen María, que
vino a avisarle que sus hijos estaban bien y ese encuentro la tranquilizaba.

153
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Yo me sentía feliz porque ya estaba en mi casa y pese a las incomodi-


dades que tenía, me gustaba lo que era mío, porque ese pedazo de tierra
que es Tarija, si bien no era el más hermoso, era mío. En los siguientes días
me fui encontrando con mis amigos, todos me preguntaban qué me había
pasado. A todos les contaba un poco de lo que me había ocurrido desde que
fui apresado.
Me presenté ante la Central Obrera Departamental, COD, donde fui re-
cibido con mucho cariño por los compañeros trabajadores; me incorporé al
trabajo que desarrollaba esa organización a la cabeza del dirigente Francis-
co Figueroa junto a toda la dirigencia que había recuperado las libertades
democráticas.
Al poco tiempo me incorporé a la actividad política en Tarija.

154
LA FUNDACIÓN DEL FRI

El Frente Revolucionario de Izquierda, FRI, fue fundado en la ciudad


de La Paz el 23 de abril de 1978 por el Partido Comunista Marxista-Le-
ninista encabezado por Oscar Zamora Medinacelli, el POR Combate, el
PRIN de Juan Lechín Oquendo, personas independientes como la Señora
Lidia Gueiler Tejada, Morales Dávila y varias otras personalidades y par-
tidos de izquierda.
El FRI ya había empezado a trabajar en Tarija, sobre todo en la uni-
versidad pública, porque precisamente dos dirigentes universitarios habían
asistido a la fundación de dicha agrupación política en la ciudad de La
Paz, además que junto a un importante grupo de estudiantes trabajaban
arduamente y con una enorme voluntad por la recuperación de las liberta-
des democráticas y sobre todo por lograr mejores condiciones de vida y de
trabajo de las grandes mayorías populares y para cambiar la situación de
pobreza y olvido en que se encontraba el Departamento de Tarija.
Una vez en Tarija, recibí la instrucción de reorganizar el partido que
había sido duramente golpeado por la dictadura; sin embargo, todos los
compañeros se encontraban con la moral alta, dispuestos a seguir trabajan-
Pedro PAPUTSAKIS Flores

do para convertir el instrumento político con el cual llevaríamos a la clase


obrera al poder. Pero en una reunión del comité central del partido, del cual
era yo uno de sus integrantes se planteó la necesidad de dar prioridad al
FRI como un frente amplio para poder ingresar con mayor facilidad al seno
del pueblo, como nos gustaba decir. Es a partir de aquella reunión que se
comienza a trabajar dando prioridad al Frente Revolucionario de Izquierda
FRI y de esa manera el PCML comienza a desaparecer.
En estas circunstancias comenzamos a organizar el FRI en todo el De-
partamento de Tarija y a prepararnos para participar en las elecciones ge-
nerales que había sido convocada por el gobierno del General Banzer que
tenía como candidato al General Juan Pereda Asbún.
La dirección del Frente Revolucionario de Izquierda FRI resolvió par-
ticipar en las elecciones, pese a las difíciles condiciones económicas que
tenía, llevando como candidatos a dos personajes importantes en la lucha
de resistencia del pueblo boliviano durante los siete años de dictadura. El
dirigente campesino cochabambino Casiano Amurrio Rocha, dirigente de
la Confederación Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia y como
candidata a la vicepresidencia a Domitila Chungara, una de las mujeres he-
roicas que había iniciado la huelga de hambre que logró la amnistía general
para todos los perseguidos políticos, el 18 de enero de 1978.
A partir de ese momento me aboqué a desplegar un trabajo permanente
junto a los compañeros del FRI, con el objeto de organizar el frente y a
todos los que compartían las ideas de izquierda, sobre todo la juventud. En
el Departamento de Tarija el FRI fue organizado en todas las provincias y
principales poblaciones como Bermejo, Yacuiba, Villa Montes.
A mí se me encomendó la tarea de hacerme cargo de Bermejo por lo
que me tuve que trasladar a aquella localidad días antes de las elecciones;
allí me reuní con muchos compañeros para designar a los delegados de
mesa que tenían que ser compañeros de mucha confianza ya que teníamos
que hacerle frente al candidato del gobierno y además teníamos que impe-
dir el fraude que se estaba preparando y que todos los partidos lo denun-
ciaban a diario.
En Bermejo, como en todo el país, la policía estaba al servicio del go-
bierno y no podían tolerar que nosotros participemos en el proceso elec-
toral y menos poseer propaganda política para otro candidato que no sea

156
El precio de la libertad

Pereda Asbún, razón por la cual fui detenido y despojado de todas las pa-
peletas de votación que yo llevaba conmigo y que eran papeletas del FRI,
de color rojo.
Pese a que la corte electoral había sido nombrada a dedo por el gobier-
no, ésta intervino en mi favor, para que me pusieran en libertad; pero, no
me devolvieron las papeletas. Sin embargo, en el momento de mi deten-
ción, yo no tenía en mi poder todas las papeletas, el resto que las tenía ocul-
tas en otro lugar, y de esta manera pudimos continuar con nuestra campaña.
En aquella época cada partido político que participaba en el acto eleccio-
nario tenía que proveer a cada recinto electoral de sus papeletas, ya que no
existía aún la papeleta única multicolor y multisigno que en la actualidad
el Órgano Electoral Plurinacional OEP utiliza.
El día de la elección, junto con otros compañeros íbamos dejando en los
diferentes recintos electorales, la papeleta roja, pero estos recintos electora-
les, estaban llenos sólo de la papeleta color verde del candidato oficialista.
Los agentes del gobierno y los partidarios del Candidato Pereda Asbún
se daban a la tarea de retirar las papeletas de los otros partidos políticos,
con el propósito de obligar a la gente a meter al sobre la única papeleta
que existía. Por este motivo nosotros teníamos que lanzar por todo el piso
del recinto electoral las Papeletas del FRI para por lo menos dificultarles
la tarea. De esa manera logramos sacar una buena cantidad de votos para
nuestros candidatos; sin embargo, el fraude fue de tal magnitud que los
resultados no eran creíbles.
Los organismos internacionales, los partidos políticos y las organiza-
ciones sindicales presionaron al gobierno de Banzer para anular las elec-
ciones. El 18 de julio del 1978 las elecciones generales fueron anuladas,
provocando la furia del General Juan Pereda Asbún, quien dos días después
dio un golpe militar, destituyendo al General Banzer.
La noche del golpe militar de Pereda Asbún, mi domicilio nuevamente
fue allanado por militares y una gran cantidad de soldados que trataban
de apresarme con la fuerza de las armas. Primero golpearon fuertemente
la puerta de calle, lo que me dio tiempo para escapar por el techo aprove-
chando la oscuridad de la noche. Deslizándome por el techo llegué a la
pared medianera de nuestra vecina, grande fue mi sorpresa al escuchar una
voz del otro lado de la pared que me decía: -Pedro, aquí está la escalera, y

157
Pedro PAPUTSAKIS Flores

era evidente la escalera estaba puesta para que yo pudiera bajar del techo y
evitar que me apresaran. Se trataba de nuestra vecina doña Elena Fernán-
dez, una mujer sencilla de mi barrio que evitó que esa noche me apresaran.
Desde estas páginas vaya mi profundo agradecimiento y reconocimiento
a tan valiente mujer, que al igual que miles de hombres y mujeres anóni-
mos, contribuyeron con la libertad de las personas y la recuperación de la
democracia.
El General Pereda Asbún estuvo en el Palacio quemado por algo de tres
meses, el 24 de noviembre de 1978 dejó el gobierno tras un golpe militar
encabezado por el General David Padilla y desde esa fecha Pereda se retiró
de la vida política y se fue a vivir fuera del país.
Pereda Asbún dejó la presidencia tras haber encabezado un gobierno
intrascendente tanto por el tiempo de duración como por la incapacidad
para delinear políticas en beneficio del pueblo.
El gobierno del General Padilla fue un gobierno que no reprimió a los
sectores populares, mantuvo las libertades, sobre todo de opinión y expre-
sión. El gobierno de Padilla, quiso acercarse a los trabajadores, pero los
sectores ultra izquierdistas no permitían, porque en esas épocas los milita-
res eran sinónimo de dictadura, de prepotencia y de abuso.
El mérito del gobierno del General Padilla fue convocar a elecciones
generales, práctica que estaba olvidada desde el gobierno del General Ba-
rrientos que asumió la presidencia en el año 1964 mediante un golpe mili-
tar sangriento que derrocó al Dr. Víctor Paz Estensoro.

158
ELECCIONES DESPUÉS DE LARGOS AÑOS
DE DICTADURAS MILITARES

El 1 de junio de 1979 se llevaron a cabo las elecciones convocadas por


el general Padilla y el 8 de agosto del 1979 entregó el poder al Dr. Walter
Guevara Arce, como Presidente Constitucional Interino, en vista de que la
votación se había empantanado produciéndose un empate entre la candida-
tura del Dr. Víctor Paz Estensoro del MNR y la candidatura del Dr. Hernán
Siles Suazo.
Esta salida democrática se había dado en vista de que ningún candidato
había alcanzado la mayoría absoluta de votos, por lo que, en aplicación de
la Constitución Política del Estado CPE, se procedió a elegir al Presidente
en el Congreso Nacional. En dichas elecciones el FRI participó en Alianza
con el MNR y el PDC. En representación del FRI el Dr. Oscar Zamora Me-
dinacelli fue elegido como Senador de la República por el Departamento
de Tarija y yo fui elegido como Diputado Nacional.
En esta oportunidad, una vez instalado el parlamento boliviano con sus
dos cámaras, no se pudo dar la posesión al nuevo Presidente Constitucional
el día 6 de agosto como era tradicional. Las sesiones del Congreso eran
muy tensas, se repetía la votación, pero continuaba el mismo resultado;
Pedro PAPUTSAKIS Flores

las diferencias entre las dos candidaturas cada día se ponían más difíciles;
los insultos de un lado y del otro eran cada vez de mayor calibre; los ru-
mores de un golpe de estado por parte de los militares eran también más
frecuentes. Corrían muchos rumores sobre la compra de votos, las nego-
ciaciones en los pasillos, etc., hasta que el Dr. Víctor Paz Estensoro, con
el fin de evitar el empantanamiento y resolver el tema, hizo comunicar a
su brigada parlamentaria que debían votar por el Dr. Walter Guevara Arce,
quien como Presidente del Senado había conseguido apoyo de algunos Di-
putados de la UDP que era el frente que aglutinaba a varios partidos que
llevaron como candidato al Dr. Hernán Siles Suazo.
Después de esta votación ya pactada, fue designado como Presidente
Constitucional Interino el Dr. Walter Guevara Arce, nacido en Cochabam-
ba en el año 1912 de profesión abogado, fue fundador del MNR e ideólogo
de ese partido junto con Víctor Paz Estensoro, Hernán Siles Suazo y Juan
Lechín Oquendo. Fueron los hombres más influyentes del MNR, desde
la Revolución de 1952; sin embargo, después, cada uno fundó su propio
partido, el MNR que se quedó a la cabeza del Dr. Víctor Paz Estensoro, el
MNRI de Hernán Siles Suazo, el PRIN de Juan Lechín Oquendo y el PRA
de Walter Guevara Arce. Los cuatro fueron políticos muy influyentes en la
vida del país.
El gobierno del Dr. Guevara Arce tuvo una corta duración; antes de
cumplir los tres meses de gobierno, se dio un nuevo golpe de estado el 1
de noviembre de 1979, encabezado por el Coronel Alberto Natusch Busch.
Las tropas militares fuertemente armadas salieron a las calles a enfren-
tarse una vez más con el pueblo desarmado que como única arma tenía el
coraje. Yo me encontraba en la ciudad de La Paz desarrollando mis activi-
dades como Diputado, cuando se produjo el golpe de estado.
Los militares rodearon la Plaza Murillo con Tanques y armas de guerra.
La Plaza parecía un campo de batalla, donde se iba a desarrollar un intenso
combate, pero las armas estaban de un solo lado. Se producían enfrenta-
mientos en las calles donde caían valientes luchadores de la democracia,
jóvenes que trataban valientemente de evitar que el régimen se consolidara.
En aquella oportunidad se produjeron decenas de muertos, casi llegan a
100, aunque no se conocen las cifras exactas de los muertos por defender
la democracia.

160
El precio de la libertad

En Tarija, mi esposa Águeda había sido apresada el primer día del gol-
pe, pero por suerte en la noche fue puesta en libertad. Ella ya no era diri-
gente universitaria, había egresado de la Carrera de Derecho y se encon-
traba embarazada de apenas tres meses; sin embargo, esto no contó para
los militares.
En La Paz, los Diputados tratábamos de llegar al Parlamento porque
habíamos sido citados por la Sra. Lidia Gueiler Tejada, Presidenta de la
Cámara de Diputados para tomar las medidas para defender la Democra-
cia desde nuestros curules. En sesión de Congreso rodeados por tanques
de guerra nos reunimos y recibimos el informe de nuestra Presidenta que
el Coronel Natusch había ofrecido mantener en vigencia las cámaras de
Diputados y de Senadores, con la condición que le reconozcamos como
gobierno; de lo contrario, amenazaba cerrar el Poder Legislativo.
En una reunión histórica, pese a encontrarnos los parlamentarios rodea-
dos de militares fuertemente armados, entonamos de pie el Himno Nacio-
nal y luego aprobamos la resolución de RECHAZAR el ofrecimiento del
Coronel golpista, a quien se le invitó a dejar el Palacio de Gobierno para
evitar más derramamiento de sangre. Este hecho histórico, tal vez no reco-
gido aún por los historiadores, se constituye en uno de los momentos más
dignos que tuvo el Parlamento Boliviano al rechazar el ofrecimiento de un
General que basaba su poder en las armas y se atrevía a poner condiciones
a los que habíamos sido elegido por el voto popular.
Pero como el gobierno golpista no se consolidaba, además de encon-
trarse seriamente cuestionado desde dentro y fuera del país, se posibilita-
ron negociaciones entre la Central Obrera Boliviana, las Fuerzas Armadas
y el Parlamento Nacional para salir de esta crisis a la que habían conducido
los que ambicionaban el poder.
Después de largos días de negociaciones y como los militares no acep-
taban el retorno del Dr. Walter Guevara Arce como Presidente, en su lu-
gar planteaban la formación de un gobierno civil militar, propuesta que
también fue rechazada de manera contundente y digna por el Parlamento.
Hasta que, por fin, se llegó al acuerdo que se nombraría a la Presidenta
de la Cámara de Diputados, como Presidenta Constitucional Interina, en
estricta sucesión constitucional y con el mandato de convocar a elecciones
generales.

161
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Después de tanta incertidumbre en los 16 días que duró el gobierno del


Coronel Alberto Natusch Busch, se reunió el Parlamento Nacional el 16
de noviembre de 1979 y procedió a elegir como Presidenta de la nación
a la primera mujer boliviana, la Sra. Lidia Gueiler Tejada, que había sido
elegida Diputada por el FRI en la alianza con el MNR-PDC.

162
LA PRIMERA MUJER PRESIDENTA
DE BOLIVIA

La señora Lidia Gueiler Tejada desde joven fue una mujer destaca y
luchadora dentro de su partido el MNR: encabezó una huelga de hambre
en el año 1951 cuando se anularon las elecciones que daba como ganador
al Dr. Víctor Paz Estensoro, fue Diputada Nacional por varios periodos y
tuvo una destacada actuación en el primer gobierno del MNR.
Fue también fundadora del FRI, como personalidad independiente y
dirigente de UMBO, Unión de Mujeres de Bolivia, organización que luchó
por las libertades democráticas y la libertad de los perseguidos y presos
políticos, durante los largos años del régimen de Banzer Suárez. Como pre-
sidenta de la Nación desde el primer momento, tuvo que enfrentar al grupo
más radical de derecha de las Fuerzas Armadas, que de cualquier manera
quería apropiarse del poder, manteniendo como General del Alto Mando
Militar a Luis García Meza.
El gobierno de la Sra. Lidia Gueiler fue un gobierno débil, no tenía res-
paldo de la COB ni del Parlamento, que fue el que le encomendó el man-
dato, tuvo que refugiarse en el MNR-Alianza que estaba conformado por
el MNR, FRI y el PDC. A la vez, trataba de quedar bien con los sectores
Pedro PAPUTSAKIS Flores

populares, concediendo aumentos salariales que afectaban gravemente al


Tesoro General de la Nación. Los sectores trotskistas o radicales incrusta-
dos en la Central Obrera Boliviana, torpedeaban sin descanso a un gobier-
no que quería beneficiar a los sectores más deprimidos. Estas diferencias
dentro del campo popular fueron aprovechadas por los sectores derechistas
de las Fuerzas Armadas que comenzaron a desobedecer a la Presidenta,
colocaron en los puestos claves de los diferentes regimientos a militares
de su confianza.
El gobierno, si bien estaba conformado con gente de derecha, del sector
conservador del MNR, también estaba conformado con gente de Izquierda,
agrupada en el FRI, que habían dado dura batalla a la dictadura del General
Banzer.
Los militares comenzaron a amenazar a los dirigentes políticos como
denunció el propio Marcelo Quiroga Santa Cruz en el Parlamento Nacio-
nal. El 22 de marzo de 1980 fue asesinado el Sacerdote Luís Espinal, iden-
tificado con los más pobres; había participado en la huelga de hambre y era
muy crítico con la actuación de las Fuerzas Armadas, desde el periódico
AQUI.
La venta de las reservas de estaño por los Estados Unidos, provocó una
grave crisis al país, que era importante exportador de materias primas y en
especial de estaño.
El 2 de junio del mismo año, en plena campaña electoral, una avioneta
que llevaba a los principales candidatos de la UDP rumbo a una concen-
tración en el Beni, sufrió un extraño accidente donde perdieron la vida
casi todos sus ocupantes, pues el único sobreviviente fue el Lic. Jaime Paz
Zamora, candidato a la Vicepresidencia de la República. En esta avioneta
debía viajar también el Dr. Hernán Siles Suazo candidato a la presidencia.
Entre los que perdieron la vida estaba mi amigo, compañero de prisión
en la isla de Coati y compañero de grupo en la fuga, quien fue recapturado,
el compañero Jorge Sattori.
Después, la opinión pública fue informada que la avioneta era de pro-
piedad del Coronel Arce Gómez, militar identificado con los sectores más
retrógrados de las Fuerzas Armadas; nunca se supo si fue un accidente o
un acto terrorista destinado a eliminar a toda la dirección de la UDP. Este
acto criminal nunca fue esclarecido y quedó en la incertidumbre como mu-

164
El precio de la libertad

chos otros crímenes que quedaron en la impunidad, así como aquellos que
lanzaron una granada de mano en una manifestación de simpatizantes de la
UDP donde murieron dos personas.
En este clima de incertidumbre se llevaron a cabo las elecciones de ju-
nio del 1980, pero a los pocos días de que la Corte Nacional Electoral diera
a conocer oficialmente los resultados de las Elecciones Generales y cuando
ya estaba conformado el nuevo Parlamento Nacional, el 17 de julio, se
produce un cruento golpe de Estado encabezado por Luís García Meza con
la clara intención de impedir la posesión del Dr. Hernán Siles Suazo como
Presidente Constitucional de la República y del Lic. Jaime Paz Zamora
como su Vicepresidente, quien se encontraba internado en una clínica de
los Estados Unidos gravemente herido por las quemaduras producidas en
el accidente de aviación. El Dr. Siles fue claro ganador de las elecciones,
razón por la que los militares golpistas se apresuraron a tomar el poder por
la fuerza.

165
NUEVO GOBIERNO DICTATORIAL

El 17 de julio de 1980, me encontraba en Tarija. Aproximadamente a las


ocho y treinta de la mañana me reuní con el Senador Oscar Zamora para
asistir a las nueve a una reunión en el Hotel Prefectural, hoy Los Ceibos,
con personeros del BID, para intercambiar ideas sobre el Financiamiento
del “Proyecto de Agua Potable y Alcantarilla Sanitario para la Ciudad de
Tarija”.
Eran aproximadamente las 8 y 50 de la mañana, yo conducía una mo-
tocicleta y llevaba conmigo el Senador Zamora y al pasar por la Unidad
Operativa del Tránsito dos oficiales de esta unidad nos detuvieron para
informarnos que la Guarnición de Trinidad se había levantado contra el
gobierno, dando lugar de esta manera al inicio de un posible golpe militar
en Bolivia.
Inmediatamente retornamos a la casa del Dr. Zamora, en San Roque
para tomar las primeras medidas de seguridad; en primer lugar, teníamos
que saber que pasaría en la guarnición de Tarija, por lo que tomamos la
previsión de poner gente de confianza a observar en lugares estratégicos
Pedro PAPUTSAKIS Flores

de la ciudad para recibir información acerca de los movimientos de los


militares de los cuarteles.
Al cabo de algunos minutos recibimos el aviso del compañero Loren-
zo Churquina que estaba apostado cerca de los cuarteles que los militares
salían fuertemente armados hacia el centro de la ciudad, en apoyo al golpe
y para tomar la ciudad. Después de avisar a los camaradas para que se
pongan a buen recaudo
En mi casa no había nadie, puesto que mi esposa Águeda había salido
llevando a mi hijita Beatriz, de dos meses de edad al estudio “Foto Rodrí-
guez”, para sacarle unas fotografías para el pasaporte, puesto que por la co-
yuntura política se podía advertir que en cualquier momento se produciría
un golpe de estado, como ya estábamos acostumbrados en Bolivia.
Partimos en dirección a lo que hoy son los barrios de San Bernardo y
La Salamanca, para dirigirnos luego hacia la comunidad de La Gamoneda,
donde vivía un amigo que tenía una propiedad allí. De pronto, cuando es-
tábamos pasando por la cancha de San José, vimos que por detrás apareció
un Jeep azul a toda velocidad, por lo que tuvimos que apurar el paso. El
jeep siguió hacia la derecha y nosotros seguimos muy rápido hacia San
Bernardo; después apareció un helicóptero que daba vueltas por la cerca-
nía de mi casa, comenzamos a correr y nos perdimos por los arbustos y
las cárcavas que había en la zona, hoy los barrios 6 de agosto y San Ber-
nardo. Caminamos por varias horas; en la tarde llegamos hasta la casa de
mi amigo, pero no quisimos acercarnos a su vivienda por temor a que nos
hayan seguido o que nos pudieran ver personas desconocidas. Esa noche,
dormimos a la intemperie, sin frazadas ni algo que nos abrigara, en pleno
frío del mes de julio; dormimos espalda con espalda en medio del terreno,
cuya cosecha de maíz ya se había levantado; yo me puse una piedra como
almohada lo que le pareció muy chistoso a don Oscar Zamora. Era el mes
de julio, hacia un frio intenso, pero no nos quedaba otra alternativa, sino
cumplir esa medida de seguridad.
En la noche escuchamos por la radio las noticias sobre el asalto a la
COB en la ciudad de La Paz, de la muerte del Diputado Flores, de la posi-
ble muerte de Marcelo Quiroga Santa Cruz y del apresamiento de Juan Le-
chín Oquendo, de Simón Reyes y muchos otros dirigentes de la COB y de
organizaciones sindicales, quienes habían sido trasladados al Gran Cuartel

168
El precio de la libertad

de Miraflores. Las noticias no eran buenas y nos indicaban que debíamos


tomar muchas medidas de seguridad y precaución, ya que la dictadura ve-
nía con toda su brutalidad.
Al día siguiente nos fuimos muy temprano hacia el cerro para buscar
un lugar donde escondernos y evitar ser vistos por campesinos que solían
andar por esos parajes. Nuestro amigo nos indicó algunos lugares donde
podíamos escondernos, encontramos una cueva14 no muy profunda donde
realizamos algunos trabajos que nos pudieran servir. Todo el día nos pusi-
mos a arreglar nuestra posible vivienda: cortamos ramas para camuflar la
cueva y evitar el viento y el frío.
También escuchamos emisoras del exterior como radio Balmaceda de
Chile que anunciaba la resistencia que todavía realizaban valientes mine-
ros que no permitían la consolidación del golpe. Recuerdo que el senador
Zamora decía: - mientras haya un foco de resistencia hay una esperanza de
poder revertir la situación, pero lastimosamente las esperanzas se fueron
desvaneciendo y la dictadura se fue consolidando. Nosotros terminamos de
arreglar nuestra cueva que sería nuestra vivienda por mucho tiempo, desde
allí teníamos una muy buena visión y con el larga vistas era muy difícil que
nos sorprendan las fuerzas represivas, por lo menos durante el día. Ade-
más, disponíamos del tiempo suficiente para escapar a otro lugar; por lo
tanto, llegamos a la conclusión que era un buen lugar para permanecer. La
única dificultad que teníamos era bajar y subir agua todas las noches; para
no ser vistos en el día caminábamos en la noche. El agua era para preparar
el desayuno la comida y asearnos con todas las limitaciones del caso.
Con la ayuda de un amigo campesino logramos tomar contacto con
nuestra familia que nos enviaba los productos para prepararnos la alimen-
tación, también nos traía noticias acerca de los abusos que cometieron los
agentes de seguridad y los militares; cuando allanaron mi domicilio se en-
contraba la empleada, mi esposa Águeda junto con mi pequeña hija, tam-
bién por seguridad, se habían marchado a la casa de unas amigas, Charito

14 Ver ANEXO FOTOGRAFICO 4

169
Pedro PAPUTSAKIS Flores

y María Esther Delgadillo, luego a la casa de Estela y Ricardo y por último


a la casa de mi tía Alcira, donde permaneció más tiempo oculta para evitar
que la detuvieran, ella ya no era dirigente universitaria, pues ya había egre-
sado de la Carrera de Derecho.
Nuestra pequeña hija Beatriz ya tenía tres meses de edad y empezó a
sentir la zozobra en la que vivía su madre…; cierto día lloró toda la maña-
na, razón por la que Águeda decidió salir de la casa de mi tía para llevarla
al médico, En la tarde fue hacia el pediatra en un taxi; por suerte Beatricita
estaba sana.
Al retornar del médico, Águeda decidió quedarse en nuestra casa, a ver
qué había pasado, pero por seguridad en la noche cruzó al frente para dor-
mir en la casa de nuestro vecino Don Gumersindo Ramírez. Justamente esa
noche, la casa de mi tía fue rodeada por unos 30 o 40 soldados dirigidos por
el Coronel Otto López, seguramente alguien vio salir a Águeda de la casa y
dio parte al Ejército, en la creencia de que yo también me encontraba allí.
El allanamiento se produjo con mucha violencia, ingresaron con fuerza,
asustando a todos mis familiares, buscaron en todos los rincones, pero por
suerte esa noche mi esposa no había vuelto a dormir allí.
La vida en la clandestinidad fue muy dura, por la inseguridad, pese a
que todos los amigos se portaron muy solidarios, nos acogieron en su casa
con cariño, pero no se puede vivir sin salir, sin tener la oportunidad de tra-
bajar y realizar todas las actividades de manera normal.
Todos los relatos anteriores me fueron informados por el amigo que nos
llevaba los víveres, que habían visto el gran despliegue de militares en la
casa de mi recordada tía Alcira que hoy ya no está entre nosotros.

170
LOS DÍAS EN EL CERRO

Una vez instalados en la cueva del cerro, logramos que el joven campe-
sino vaya a la casa de mi familia y a su vez mis familiares tomen contacto
con los familiares del Senador Oscar Zamora. Así logramos tener provisio-
nes, un pequeño anafre a kerosene para cocinar sin que produzca humo que
nos pueda delatar. En las noches solíamos salir a hacer ejercicios para estar
preparados para cualquier circunstancia: hacíamos ejercicios, subíamos a
la cima del cerro, trotábamos por todo el terreno, realizábamos caminatas
incluso hasta cerca de la ciudad y nos daba mucha nostalgia de no estar
con nuestra familia; pero esa era la situación y no podíamos cambiar estos
hechos. Ahora, al recordar hasta nos parecen aventuras mal contadas pero
la realidad es terrible cuando se sabe que la vida corre peligro, que la fa-
milia está totalmente desmembrada, cada cual, cuidando su integridad y
seguridad personal, que por un pequeño error se puede sufrir consecuen-
cias fatales.
Yo sabía que el Senador Zamora era el principal buscado y que la dicta-
dura narcotraficante tenía mucho interés en capturarle y, por lógica conse-
cuencia, no iban a dejar testigos si nos encontraban juntos. Nos enteramos
Pedro PAPUTSAKIS Flores

que varias comisiones llegaron de la ciudad de La Paz con la misión de


atrapar al Senador Zamora vivo o muerto.
En la cueva, pasamos momentos muy difíciles no sólo por la incomodi-
dad, por el frío y el viento, sino por estar completamente solos, aislados por
nuestra propia seguridad. Recuerdo una vez, el día en que el viento levantó
los techos de las casas del Barrio SENAC, en el cerro no se podía dormir
por el fuerte viento. Así pasábamos la vida allí con muchas dificultades,
pero con una gran voluntad de seguir resistiendo, como resiste el pueblo.
Nos turnábamos para realizar la vigilancia con el larga vistas sobre todo los
días en que llegaban aviones con militares o cuando se veían movimientos
en la base área. Desde nuestro escondite se podía divisar el aeropuerto de
la Base Militar.
También nos turnábamos para preparar la comida que, dicho sea de
paso, la hacíamos muy bien.
Después de permanecer por más de dos meses en el cerro, en el mes
de septiembre, el Senador Zamora abandonó el escondite. Fue caminando
hasta un lugar donde entraba una movilidad y de allí fue recogido por mi
hermano Jorge que sabía el lugar exacto por los contactos previos. En la
práctica, tanto la seguridad del Senador y la mía estaban bajo la responsa-
bilidad de mi familia que nunca nos falló en las más difíciles circunstan-
cias, lo cual es motivo de orgullo para mí.
Yo me quedé solo en la cueva esperando que mi familia consiga un lu-
gar o una casa donde pueda esconderme temporalmente, porque habíamos
charlado con el Senador Zamora que teníamos que tratar de salir de Tarija
hacia la ciudad de La Paz, donde hay mejores condiciones para poder vivir
en la clandestinidad.
Después de unos 15 días, una noche clara dejé mi escondite, bajé del
cerro, solo al promediar las 12 de la noche hice el largo recorrido caminan-
do hasta llegar al actual Barrio Salamanca; en esa época en dicha zona no
había casas, sólo había cuevas, cárcavas profundas y arbustos; se decía que
ahí habitaba el diablo en la noche; la gente no transitaba por el lugar porque
se decía que asustaba. Lo que yo recuerdo es por el lugar vivía un señor que
estaba mal de la cabeza y le llamaban Magulla.
Yo ya había anunciado mi llegada por lo que Águeda, mi esposa, había
tomado algunas previsiones. Llegué hasta cerca de mi casa en el barrio San

172
El precio de la libertad

José para que mi hermano Jorge me recoja en su moto según habíamos


acordado. Pero mi hermano, por algún contratiempo, no apareció, razón
por la que tuve que ir a pie solo. En esos tiempos no había celulares para
comunicarnos. Yo llegué cerca de mi casa y allí me vio Águeda que me
esperaba con impaciencia. Me encontré con un refugio que había hecho
construir, para esconderme porque no se pudo conseguir otro lugar más
seguro, pese a la voluntad y solidaridad demostrada por los amigos y com-
pañeros.
La gente amiga estaba aterrorizada por los temerarios comunicados que
publicaba el gobierno: había toque de queda, se apresaba a las personas
y se las hacía pasar la noche en el Coliseo, no se respetaban los derechos
humanos, había mucho abuso.
Durante esa época se imponía el toque de queda y era prohibido ca-
minar fuera del horario establecido; si las personas eran sorprendidas en
horas prohibidas eran obligadas a subir a los caimanes del ejército y ser
trasladadas al coliseo; para salir al otro día tenían que pagar ciertas multas
o bolsas de cemento dependiendo del carácter del oficial de guardia, nunca
se supo qué destino corrió el cemento.

173
DE RETORNO A CASA

Después de tranquilizarnos por el retorno a mi casa, me instalé en el


refugio que se había preparado, donde yo hice la instalación de luz para
poder leer en las noches o en el día cuando sea necesario hacerlo por se-
guridad. Cuando llegaba gente extraña yo me entraba a mi refugio donde
permanecía largas horas hasta que me daban el instructivo para poder salir.
Águeda, al ver que no era fácil conseguir una casa que reúna todas las
condiciones de seguridad, de una manera muy ingeniosa hizo construir un
refugio con mi primo Justo Rivera, que trabajaba como albañil, debajo de
un mostrador grande que teníamos en casa; se cavó una fosa de dos metros
y medio de largo por un metro de ancho con su tapa y tenía una pequeña
entrada perfectamente camuflada de manera que si se miraba debajo del
mostrador no se notaba nada pero al retirar la tapa del fondo del mostrador
se podía destapar la entrada y entrar al refugio que estaba forrado con la-
drillo para evitar la humedad.
Un día cuando había llegado García Meza, se produjo un incidente en
la plaza principal, razón por la que se realizaron persecuciones y detencio-
nes indebidas; mi hermano Jorge había sido detenido, lo que provocó aún
Pedro PAPUTSAKIS Flores

mayor incertidumbre en todos. Pese a todo, yo tuve que ponerme a buen


recaudo en mi escondite; sin embargo, en la casa se notaba la tensión por
todos estos hechos y por la preocupación de la detención de mi hermano
Jorge.
Águeda me contó también, que cuando se produjo el golpe de estado
el 17 de julio de 1980 ella ya no podía salir a recoger las fotos que ha-
bía encargado para el pasaporte, por esta razón le pidió a su cuñado Aldo
Lema, que recogiera las fotos y las llevara a las oficinas del Ministerio de
Gobierno, donde trabajaba una persona conocida, quien después de recibir
las fotos le pidió que volviera al día siguiente. Cuando Aldo volvió al día
siguiente, le estaba esperando un funcionario de la Policía para detenerlo
y llevarlo ante la presencia del Coronel Otto López, quien pistola en mano
y a punta de patadas en las canillas quería obligarlo a delatar el lugar en
el que me encontraba, sin embargo, él desconocía esa información. Aldo
Lema estuvo más de un mes preso solo por hacerle el favor a su cuñada de
recoger el pasaporte.

176
RUMBO A LA PAZ

A finales del mes de octubre de 1980, el Senador Oscar Zamora me


hizo saber la necesidad de salir de Tarija rumbo a la ciudad de La Paz. El
viaje se había previsto para el día 1 de noviembre; sin embargo, dos días
antes mi esposa Águeda fue detenida por Polo Barrenechea y otro agente.
Ella llamó por teléfono a mi primo Eliseo y le pidió que avise a mi madre
que había sido detenida y que le envíen a nuestra pequeña hijita Beatriz.
El objetivo del mensaje era alertarme, para que yo tome las medidas de
seguridad; inmediatamente hicimos llamar a mi madre quien llevó en sus
brazos a mi hijita para que proteja en algo a su madre que estaba presa sin
motivo alguno. Por suerte, en la noche la liberaron con la condición que se
presente al día siguiente a horas ocho de la mañana.
Al otro día en la madrugada debíamos partir hacia la ciudad de la Paz
con el Jefe del FRI el Senador Oscar Zamora. Muy temprano, el hermano
del Senador, Sr. Hugo Zamora, me recogió de mi casa en una movilidad
y nos trasladamos cerca del control de Santa Bárbara; allí nos estaba es-
perando el Senador con su primo, el Ing. Julio Castellanos, llamado ca-
riñosamente Chirampa, con su Sra. esposa Yola Arce; todos estábamos
Pedro PAPUTSAKIS Flores

disfrazados para evitar ser reconocidos. Recuerdo que Chirampa se reía


de mi disfraz y yo del que tenía él ya que todos estábamos chistosos, nos
saludamos y luego partimos caminando rumbo a Iscayachi, bordeando el
control de Santa Bárbara. Caminamos unos cuantos kilómetros hasta pa-
sar el control, luego abordamos una camioneta que nos estaba esperando.
Así continuamos el viaje hacia Potosí. En Camargo, había un control muy
difícil de bordear porque estaba a la orilla de un río y al otro lado un cerro
muy alto, difícil de subir, por lo que elegimos pasar por el lado del río.
Y así fuimos bordeando o desviando todos los controles hasta llegar al
último control antes de llegar a la Paz. Decidimos pasarlo directo, debi-
do al cansancio; sin embargo, estábamos incumpliendo normas básicas de
tránsito al ir tres personas en la cabina de la camioneta; por imprudencia
nos hicieron parar y como yo era el que más insistí en pasar sin bordear el
control tuve que ir a solucionar el problema; me presenté ante el guardia y
le pedí por favor que nos disculpe esta falta, le dije además que yo estaba
delicado del estómago y que por esta razón no podía ir sobre la carrocería.
Me dijo que esto era una falta grave y que teníamos que ir a la ciudad de la
Paz con él para presentarnos a Tránsito. Ante esta situación rápidamente se
me ocurrió la idea de ofrecerle dinero; le dije que me ayude que yo le iba
a reconocer, me miró con sus ojos fijos y me dijo: -son 200. Rápidamente
saqué el dinero, le entregué y me fui hacia la camioneta.
Esta irresponsabilidad casi nos cuesta la libertad, porque estuvimos
muy cerca de caer presos por una imprudencia mía, por violar una norma
básica de seguridad.
Llegamos a la ciudad de la Paz cerca de las ocho de la noche, cuando el
Ministro del Interior, el terrible Luís Arce Gómez, declaraba por la radio y
decía su frase famosa: -los terroristas debían andar con su testamento bajo
el brazo y advertía: -a la gente que ayude a estos terroristas les serán con-
fiscadas sus casas por el gobierno. Esta advertencia nos preocupó porque
seguramente lograría impresionar al pueblo, para que no se preste ayuda a
los perseguidos políticos.
Una vez en La Paz, nos separamos, cada uno debía buscar su seguridad.
El Senador se fue donde un familiar y yo me fui a la casa de una sobrina,
donde debía esperar a Águeda, quien, en lugar de presentarse ante el DOP
como le habían ordenado cuando la apresaron, tomó la decisión de viajar a

178
El precio de la libertad

Yacuiba donde tenía a sus papás y desde allí tomar el tren hacia Santa Cruz
y de Santa Cruz volar hacia la ciudad de La Paz.
Después de estar unos días en la casa de mi sobrina Vilma Pérez, en La
Paz, el Senador me envió un mensaje mediante un contacto que teníamos.
Me indicaba que debía prepararme para salir del país, porque ya no había
seguridad, la gente estaba muy atemorizada y además se la instaba a delatar
a los “extremistas”. Pero como Águeda aún no llegaba, mandé el mensaje
que no me iría. Nuevamente en la tarde me visitó el contacto para indicar-
me que debíamos salir del país hacia el Perú. Al día siguiente, a las 5 de
la mañana fui recogido en una movilidad por un amigo, nuestro contacto,
para luego pasar a recoger al Senador. Al encontrarnos nos dimos un fuerte
abrazo y emprendimos el viaje en un auto pequeño que nos llevaría hasta
cerca de la frontera con el Perú.

179
SALIR DE LA PAZ RUMBO A
LA FRONTERA PERUANA

Después de viajar en auto unas cuatro horas por el extenso altiplano,


nuestro guía que había recorrido el terreno el día anterior frena la movili-
dad y nos indica apuntando a lo lejos: -allá, donde flamea aquella bandera
boliviana, está la frontera. Ahí nos dejó nuestro guía y amigo, nos despe-
dimos con un fuerte abrazo, él se fue y nosotros empezamos la caminata.
Caminamos un largo tiempo hasta encontrar la bandera, pero lamentable-
mente no se trataba de la frontera sino era una escuela primaria rural. Ante
terrible confusión analizamos la situación y llegamos a la conclusión que
no teníamos otra alternativa que seguir caminando hacia el norte con la
esperanza de alcanzar la frontera; caminamos durante varias horas y no en-
contrábamos la frontera. Sufrimos mucho porque no estábamos preparados
ni equipados para una caminata tan larga. Sentíamos calor fuerte, el sol del
Altiplano nos quemaba y nos faltaba agua, la situación era dura pero no po-
díamos retornar, teníamos que seguir adelante; hasta comenzamos a tener
espejismos, mirábamos las quebradas con agua, pero cuando llegábamos
estaban llenas de salitre y arena.
Al promediar las 6 de la tarde, a lo lejos, divisamos la casa de un cam-
Pedro PAPUTSAKIS Flores

pesino, nos acercamos a preguntar si no tenía un poco de agua, allí descan-


samos un momento a saborear el agua fresca. Como el Senador Zamora
tenía en su bolso unos cubitos de caldo de gallina, nos prestamos unos
jarros para preparar la sopa. La humilde pero solidaria familia nos regaló
un poco de agua caliente y de esta manera tomamos la sopa más rica del
mundo después de estar todo el día sin probar bocado, caminando tanto y
sin tomar agua.
Después de descansar un rato seguimos nuestro camino hasta las 8 de
la noche, con los pies cansados, llenos de ampollas por la larga caminata,
llegamos a un pequeño pueblo al sur del Perú cerca de la frontera con Chile
y Bolivia.
Llegamos a la plaza y nos dimos cuenta que todos estaban festejando
alguna fiesta, averiguamos si había algún camión con destino a Desaguade-
ro. Nos indicaron que a las 9 de la noche iba a salir un camión cuyo dueño
estaba de fiesta en una casa de la plaza; allí nos sentamos a esperar. Cuando
del lugar que festejaban salió una pareja con su hijo discutiendo, la madre
y el hijo procedieron a sacar la batería del camión y nos indicaron que el
dueño no estaba en condiciones para poder viajar y era evidente, él quería
viajar, pero estaba totalmente borracho.
Seguimos buscando la posibilidad de encontrar algún trasporte en el que
podamos viajar. Al rato apareció una camioneta de estacas con una banda
de música que había ido a tocar a un poblado más lejano. A un lado de la
carrocería llevaba leña y al otro lado llevaba a los músicos con sus trom-
petas, bombos y platillos; hicimos parar la camioneta y el dueño ofreció
llevarnos a todos los pasajeros que esperábamos el camión. Subimos y nos
sentamos en una pequeña banca que seguro era de propiedad de la banda
de música. Así iniciamos el viaje; en el camino el chofer seguía recogiendo
pasajeros que en su mayoría eran mujeres de polleras que llevaban tostado
de maíz, ponían sus bolsas grandes y se sentaban sobre del tostado para
poder entrar casi a la fuerza en la pequeña camioneta.
Después de unas horas de viaje Motete me dice: -Che Pedro, estas se-
ñoras me están sacando de mi asiento, ayúdame, Yo lo miro y le digo:
-yo estoy en la misma situación. Realmente era desesperante, no se podía
mover el pie, si uno cometía el error de sacar el pie no se lo podía meter de
nuevo en el mismo lugar. El camino era muy malo e interminable. Nunca

182
El precio de la libertad

en mi vida había conocido un camino tan malo con tantos hoyos que pro-
ducían barquinazos muy fuertes, pese a que yo había caminado por tantos
caminos malos. La camioneta iba a paso de tortuga, no se podía emprender
velocidad. El Senador Zamora me dice: -qué hemos hecho para tener que
sufrir tanto, creo que prefería que me tome preso García Meza. El hecho
que para que un experimentado hombre que vivió tantos años en la clan-
destinidad, acostumbrado a los sacrificios, la cosa estaba tan grave que me
hizo pensar que nuestro único delito era pensar diferente.
Seguimos el viaje y cuando estaba amaneciendo llegamos por fin a Des-
aguadero. Nos bajamos de la camioneta con mucha dificultad, teníamos los
pies cansados y con ampollas de la caminata del día anterior; sin embargo,
fue un alivio enorme estar libre de esa camisa de fuerza que se había con-
vertido la camioneta. Nos compramos unas gorras y unas gafas para que
los compatriotas que pasen la frontera no nos reconozcan. Mi acompañante
me dijo que fuéramos a comer una sopa de pescado, pues era preparada
muy rica. Teníamos tanta hambre que sentimos aún más rica la sopa, ade-
más de ser un buen reconstituyente.
Después de comer nuestra sopa nos fuimos a buscar un taxi que nos
lleve hasta Lima. Encontramos un chofer a quien le hablamos claro, le
dijimos que nosotros éramos perseguidos políticos y si podía llevarnos
hasta Lima. Nos dijo que sí y quedamos en un precio que no recuerdo
pero que en todo caso no era mucho. Nos dijo que deberíamos cambiarnos
de nombre y aprendernos un número de documento que tenga más de 10
dígitos porque en los controles solo preguntan el número de documento.
Pero cuando estábamos por partir se acerca una señora con su hija, una
muchacha muy simpática, la señora le pide al chofer si las podía llevar. El
chofer consulta con nosotros y el Senador contesta que no había ningún
problema. Además, sería mejor así para no despertar ninguna sospecha. El
chofer nos recomendó que no habláramos porque se nos reconocería por
el acento. Comenzamos el viaje y contestábamos las preguntas de nuestras
compañeras de viaje con monosílabos. Viajamos unos 30 ó 40 kilómetros
hasta llegar al primer control que tenía un nombre muy conocido para no-
sotros porque ahí había tenido una victoria el Mariscal de Cepita como se
le conocía al Mariscal Andrés de Santa Cruz. La tranca estaba abierta por
lo que pensábamos que iba ser muy sencillo pasar. El oficial que estaba de

183
Pedro PAPUTSAKIS Flores

turno nos hizo parar y se acercó a mirar a la señorita que estaba adelante y
le pidió documentos, creo que fue un pretexto para entablar conversación
con ella. Después de charlar un rato se va a la parte de atrás y nos pide
la documentación a nosotros para demostrar que pide documentación a
todos. Ante esta situación sin salida, el Senador me dice bájate y se pone
a hacerle unos encargos al taxista, hasta le entrega un papel. Después se
acerca al oficial y le explica nuestra situación. Le dice: -Yo soy el Senador
Oscar Zamora y él es el Diputado Paputsakis, estamos perseguidos como
políticos. El Teniente nos explica que según los Tratados Internacionales
deberíamos habernos presentado en el puesto fronterizo más próximo a
nuestro país. Le explicamos que para nosotros era muy peligroso ya que
el Senador Zamora era un hombre muy buscado por el régimen y que su
vida corría peligro. En el puesto de control había una radio y consultó con
sus superiores y le ordenaron que nos tenga retenidos en dicho puesto de
control. Por su parte el taxista ya había cumplido con el encargo, porque la
Universidad de Puno denunció inmediatamente de nuestro apresamiento y
a su vez denunciaron ante la prensa internacional nuestra detención: La ex
presidenta Sra. Lidia Gueiler Tejada que fue derrocada por los golpistas,
desde Francia pidió nuestra Libertad. Nuestra detención en el Perú se con-
virtió en una noticia mundial lo que nos favoreció porque todos pedían al
gobierno peruano que garantice nuestra vida y que nos brinde asilo político
para evitar que nos devuelvan a Bolivia.
Después de cuatro días de mantenernos en el puesto de control de Cepi-
ta en el Perú, el Teniente que por instrucciones superiores se hizo cargo de
nuestra custodia, no se separaba de nosotros para nada, nos hizo conocer
que había recibido instrucciones del gobierno peruano para que nos tras-
ladara a la ciudad de Puno y que se nos había brindado el asilo político
correspondiente.
De esta manera nos trasladamos a la Ciudad de Puno y el Teniente nos
dijo que él también estaba viajando a Lima. En Puno, nos alojamos en un
hotel y lo raro de todo es que el Teniente también se alojó en el mismo ho-
tel, lo que nos llamó mucho la atención, por lo que le preguntamos por qué
estaba siempre con nosotros o es que estábamos detenidos. Él negó estos
extremos y de esta manera ya no volvimos a ver nunca más al Teniente.
De Puno teníamos que trasladarnos a la ciudad de Lima a donde que-

184
El precio de la libertad

ríamos llegar para poder ponernos en contacto con los organismos interna-
cionales como Embajadas, la oficina de las Naciones Unidas etc. Llegamos
al lugar donde venden pasajes y lastimosamente en ninguno de los buses
había dos pasajes juntos. Por lo tanto, tuvimos que comprar pasajes en
diferentes buses y que salían en horarios diferentes. El Senador Zamora se
fue en el bus que salía primero, después de dos horas salí con dirección a
Lima. Después de viajar por más de 24 horas, llegué a Lima donde yo no
tenía ninguna dirección, ningún amigo donde llegar, sin embargo, yo pen-
saba que cuando llegue a Lima vería como arreglármelas, yo no conocía
aquella ciudad. Pero cuando estaba bajando del bus me encontré con el
Senador Zamora que me estaba esperando. Luego de saludarnos me llevó a
la casa del Dr. Barrantes, un hombre muy conocido en el Perú, fue Alcalde
de Lima y candidato a presidente de su país. Después de unos días nos
separamos, cada uno se acomodó como pudo.

185
EL ENCUENTRO CON MI ESPOSA
Y MI PEQUEÑA HIJA

En Lima tuve la suerte de encontrar a mi gran amigo Néstor, quien ha-


bía venido de Suecia para ayudar a los compañeros perseguidos políticos
que necesitaban de la solidaridad. De tal modo que juntos conseguimos
que un amigo peruano nos prestara su casa. Allí nos acomodamos con Nés-
tor hasta que llegó Águeda junto con mi pequeña hijita Beatriz.
Ella había tramitado pasaporte como soltera, en la ciudad de La Paz, ya
que no era conocida ni perseguida en aquella ciudad. Traía consigo unos
pequeños ahorros que nos permitió vivir mejor un tiempo, aunque las con-
diciones eran muy difíciles en el Perú por la inflación galopante y por nues-
tra situación de asilados políticos.
Eran los últimos días del mes de noviembre, Beatricita ya tenía seis
meses de edad. Debíamos entregar la casa de nuestro amigo peruano, razón
por la que salimos a buscar un cuarto en alquiler. Estaban muy caros los
alquileres, hasta que tuvimos que dormir en un hotel, pero no podíamos
seguir en esta situación porque no estábamos en condiciones de continuar
pagando un monto tan elevado.
Una noche que salimos a caminar por el centro de la ciudad de Lima,
Pedro PAPUTSAKIS Flores

tuvimos la suerte de encontrar a un paisano, muy conocido en Tarija: el fa-


moso Miquicho Navajas. Muy emocionados nos abrazamos, conversamos
en la calle, nos pusimos al tanto de lo que hacíamos cada uno y cuando
le contamos que estábamos buscando un cuarto en alquiler, él nos ofreció
compartir su pieza en el hotel donde estaba alojado. Nos trasladamos allí y
pagábamos a medias el alquiler del hotel ubicado en una calle céntrica, en la
Jirón de la Unión. También compramos a media una pequeña hornilla para
hervir agua y preparar la leche y algunas comidas que nos antojábamos.
Cuando salíamos a caminar o a hacer algún trámite llevábamos en nues-
tros brazos a Beatricita; claro que yo era el que más la cargaba, y como no
teníamos en que hervir el agua para la preparación de la leche, teníamos
que pedirnos agua hervida para llenar el termo y lavar las mamaderas o
biberones en los restaurantes donde almorzábamos; por suerte, la gente
peruana se portó buena y muy solidaria.
La leche de Beatricita no le hacíamos faltar, cubríamos con los ahorros
que trajo Águeda. La situación en el Perú cada día se ponía más difícil por
la inflación. De un día para otro subían los precios, la inflación no paraba
y no había plata que alcance. Hasta tuve que vender un hermoso anillo
de oro para poder cubrir los gastos de la leche una vez que se terminaron
nuestros ahorros.
Después de realizar los trámites como refugiado político, recibíamos
el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, por intermedio de
la Comisión Católica que nos entregaba una pequeña ayuda que alcanza-
ba para poder subsistir, para pagar el alquiler y la comida. Eran días muy
difíciles, además que como había crisis en el Perú, tampoco había trabajo.
Llegó el mes de diciembre de 1980 y la situación difícil no mejoraba. Se
acercó la fiesta de la Navidad y fuera del hotel, en la famosa calle Jirón de
la Unión, se llenaron los comerciantes como una feria de Navidad; había
todas las cosas para comprar, pero nuestra situación económica era muy
preocupante, teníamos que vivir con muchas privaciones, pero no había
otra alternativa. Recuerdo que el 24 de diciembre, aproximadamente a las
6 de la tarde, salimos a pasear Águeda, Miquicho, Beatricita y yo para mi-
rar las vidrieras. Cuando íbamos conversando, recordando con nostalgia la
noche buena en nuestras casas en Tarija, nos acordábamos de la tradicional
picana y de los platos típicos; qué nostalgias cuando se tiene sólo algunas
monedas en el bolsillo.

188
El precio de la libertad

De pronto pasamos frente a una vidriera donde se exhibían pavos relle-


nos; entonces Miquicho dijo: -¡hermano tenemos que comer pavo, aunque
sea un sándwich!, contamos nuestras monedas y la verdad nos alcanzaba
sólo para comprar tres sándwiches de pavo. Pedimos y pagamos con todo
el dinero que teníamos. Pero cuando estábamos saliendo del local Miqui-
cho que siempre fue un experto en comida miró que en una fuente había
unos 5 o 6 cogotes de pavo para la venta. Rápidamente preguntó el precio
de los cogotes y con el precio que habíamos pagado nos alcanzaba para
comprar todos los cogotes.
Entonces mandamos a Águeda que cambie los sándwiches por los co-
gotes.
Miquicho se prestó el salón del hotel, invitó a todos los hospedados,
que en su mayoría eran extranjeros y también a sus amigos que vendían en
la calle Girón de la Unión. Él invitaba diciendo: -Yo pongo la comida (el
pavo) y ustedes pongan la bebida, y así fue. Se organizó una linda fiesta
con pavo, pan de navidad, sidra y otras bebidas y buena música. Miquicho
se prestó hasta la cocina para preparar el pavo con cebolla, tomates, papas,
etc. Los invitados llegaban con sus botellas de bebida y panetones; así pa-
samos una fiesta linda pese a estar lejos de nuestras casas y familiares. Lo
que parecía que iba a ser una noche muy triste, por estar en un lugar lejano,
la pasamos bien.
A los pocos días me presenté en la Embajada de Suecia, país en el que
ya estuve asilado y de donde retorné cuando se dio la apertura democrática
con la amnistía general e irrestricta, durante la última etapa del gobierno de
Banzer, presionado por la huelga general de hambre. Fui muy bien recibido
en la Embajada y luego de tomar los datos correspondientes me pidieron
que volviera en otra fecha para saber el resultado de los trámites, una vez
que se realicen las consultas correspondientes al gobierno sueco.
Un día nos encontramos con la Dra. Julieta Montaño, nuestra amiga en
Bolivia, con quien ya habíamos compartido en la casa donde estábamos
viviendo. Julieta una valiente y esclarecida mujer cochabambina, quien
durante el gobierno de la Señora Lidia Gueiler Tejada había sido Contralo-
ra de Cochabamba y había sido sorprendida por el golpe de estado cuando
volvía del exterior. Por esta razón, se había quedado unos meses en Lima,
donde se reunió con sus familiares y al poco tiempo decidió ingresar al

189
Pedro PAPUTSAKIS Flores

país. Entonces nos ofreció la casa que había alquilado en una playa llama-
da San Bartolo que estaba a unos 30 minutos de Lima. Los alquileres ya
habían sido pagados por adelantado.
Este ofrecimiento nos vino como anillo al dedo ya que nuestra situación
era muy tirante e incómoda. De esta manera decidimos trasladarnos a las
playas del Pacífico en San Bartolo. Nuestro amigo Miquicho decidió acom-
pañarnos y de esta manera nos fuimos los cuatro a vivir y comer mejor.
Como habíamos comprado la pequeña hornilla a corriente para preparar
nuestra comida y disponer de agua hervida para la preparación de leche
para nuestra hija, en San Bartolo comíamos mucho pescado, ya que los
pescadores del lugar salían a pescar y vendían pescado fresco y barato en
la misma playa. De esta manera nuestra vida se desarrollaba en una forma
tranquila. El lugar era muy bonito, salíamos a pasear por el malecón todas
las tardes, bajábamos a la playa a zambullirnos en el mar. Pasábamos horas
enteras mirando a los surfistas que aprovechaban la fuerza de las olas para
juguetear en el agua con sus tablas, o mirando el hermoso atardecer cuando
el sol se perdía en el mismo mar.
En San Bartolo recibimos como nuestros huéspedes a Oscar y Ember
Zamora, hijos del Senador Oscar Zamora, dos adolescentes que nos ayu-
daban a recoger cholgas de la playa, además de pasarla bien en el mar, en
las noches salíamos a pasear y jugar futbolín en esta hermosa población
turística, a orillas del Océano Pacífico.
Después de pasar un tiempo, más despreocupados, en la fecha indicada
volvimos a la Embajada sueca en Lima para averiguar sobre los trámites;
me dieron la gran alegría al comunicarme que teníamos visa y que po-
díamos viajar a Suecia, bajo la protección del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas.
De esta manera nos preparamos para viajar, recibimos los pasajes para
viajar en la línea aérea Lufthansa. Nos apenó dejar a nuestro amigo Miqui-
cho con quien hicimos una buena amistad, pero le prometimos que haría-
mos las gestiones en Suecia para que él también pueda viajar.
Partimos el 21 de enero de 1981 rumbo a Estocolmo, Suecia.

190
NUESTRO ASILO EN SUECIA

Después de un largo viaje, llegamos por segunda vez a Suecia en la


tarde, aproximadamente a las cuatro de la tarde, nos recibió una comisión
del gobierno sueco y una intérprete española de nombre María. Salimos
del aeropuerto y nos embarcamos en una vagoneta; hacía mucho frío, ya
estaba oscureciendo, en el camino había mucha nieve, incluso cruzamos un
lago que estaba totalmente congelado. Llegamos a una población llamada
Surahammar, ubicada en la zona central de Suecia. Allí pasamos la noche
en un hotel. Al día siguiente nos trasladaron hasta “el campamento”, pero
en realidad como la anterior vez era un barrio con varios edificios de tres
pisos construidos en las partes laterales con un parque para los niños y una
plaza en la parte central de cada edificio, en estos bloques habían más de
100 departamentos donde vivían refugiados políticos de diferentes países
de América Latina, ya que casi todos estaban gobernados por dictaduras
militares sanguinarias, que perseguían, apresaban e incluso mataban a los
que pensaban diferente.
Cuando llegamos a Suecia, yo por segunda vez, hacía un frío intenso,
la nieve caía todos los días y el nivel subía cada día más, pero las activida-
Pedro PAPUTSAKIS Flores

des seguían adelante, no se paran; nosotros empezamos a pasar clases con


otros compañeros bolivianos, paraguayos, chilenos, uruguayos y argenti-
nos. Logramos hacer un lindo grupo, nos reuníamos periódicamente para
festejar algún cumpleaños o para ir de camping.
Ya en el “campamento”, nos instalaron en un departamento de dos dor-
mitorios, en el primer piso, totalmente amoblado y con provisiones para
toda la semana. Nos informaron además que debíamos llevar a nuestra
hijita a la guardería donde ya estaba reservada su plaza, mientras nosotros
debíamos asistir a clases para aprender el idioma en la escuela para lati-
noamericanos en Surahammar; el curso era intensivo de aproximadamente
6 meses de clases. Nuestra maestra Ula, sólo hablaba en sueco, aunque
estaba estudiando también el español.
En Surahammar nos encontramos con varios amigos y compañeros re-
fugiados entre los que recuerdo a Humberto Vásquez Viaña, Santico, Raúl
a quien con cariño lo llamábamos Rulo y su esposa, Domitila Chungara, su
esposo e hijos y tantos otros buenos amigos y también allí conocí a muchos
otros.
Durante nuestra permanencia en el campamento recibimos mucha aten-
ción no sólo en cuanto a nuestra salud, sino que nos llevaron a conocer la
ciudad más cercana de nombre Vâsteros, allí visitamos un Museo Natural
donde conocimos las costumbres del pueblo sueco, también conocimos
otros museos e iglesias. Otro día nos llevaron a las montañas a aprender a
esquiar.
También nos llevaron a pasear en barco para conocer la ciudad capital,
Estocolmo, conocida también como la Venecia del norte porque la ciudad
estaba constituida por 54 pequeñas islas unidas por diferentes puentes des-
pués fuimos a conocer la ciudad antigua, con una gran cantidad de museos
y teatros, como el Museo Vasa, Museo de Arte, Museo de Bellas Artes,
Museo al aire libre, el Palacio Real o el barrio antiguo medieval que se
encuentra en la ciudad antigua.
Durante el tiempo que estuvimos pasando clases en Surahammar se rea-
lizaron actividades de convivencia muy importantes; También nos llevaron
a conocer Dinamarca, cruzamos en un gran barco en el que también llevaba
una gran cantidad de movilidades e incluso varios trenes.
También recibimos visitas de nuestros amigos Néstor Céspedes, Iván

192
El precio de la libertad

Decker con quienes ya había estado antes. También nosotros fuimos a Go-
temburgo a visitar a mis amigos que se habían quedado a vivir en aquella
ciudad y a Norrkôping donde vivía mi amigo Cliver Zardan y su familia.
Al término del curso, en el mes de octubre recibimos nuestros certifica-
dos correspondientes y entonces debíamos elegir la ciudad de Suecia a la
que quisiéramos ir a vivir. Nosotros elegimos Estocolmo, capital de Suecia.
La ciudad de Estocolmo nos cautivó, por la gran cantidad de áreas ver-
des y parques, bosques, una red impresionante de vías o carriles para bi-
cicletas y una arraigada cultura por la limpieza. Estocolmo integraba en la
práctica el medio ambiente en sus planes de urbanismo, porque hasta los
perros tenían o tienen parques donde son llevados a pasear.
El invierno era crudo, pero todas las casas, centros educativos, tiendas,
buses, trenes o el metro tienen calefacción; por lo tanto, no se sufre mucho.
Cuando pasa el invierno, cuando desparece la nieve, aparecen las flores y
plantas que adornan los parques, plazas y áreas verdes.
Estocolmo se destaca por lo señorial de su efigie, la limpieza de sus ca-
lles y aguas, la variedad de estilos y espacios y por estar compuesta por un
conjunto de islas que otorgan una especial singularidad a la capital sueca.
Una vez instalados en nuestro departamento, mi esposa Águeda ingresó
a la Universidad de Estocolmo a estudiar el idioma sueco y yo ingresé a
estudiar una carrera técnica de electricidad que era lo que siempre hice en
mi vida.
A Estocolmo también llegó mi querido amigo Carlos Rojas, su esposa
Jeannette, nos encontramos con Humberto Vásquez Viaña, un gran amigo y
camarada de lucha. Luego llegó Raúl Rivas (Rulo) su esposa, con quienes
ya estuvimos en Surahammar.
La vida se hizo más llevadera con los amigos y por las actividades de
estudio que realizábamos. Así nuestra vida transcurría con toda normalidad
y sin sobresaltos; vivíamos en un departamento bien amoblado.
Pese a que teníamos todas las comodidades en Suecia, nuestra mente
estaba permanentemente en nuestro país y particularmente en Tarija. Cons-
tantemente seguíamos las noticias de Bolivia, a través de un periódico que
recibíamos y sobre todo de los reportes que me proporcionaba mi amigo
Carlos Decker que trabajaba en radio Suecia, un noticiero en español. Por
lo tanto, yo estaba al día con las noticias que se sucedía en nuestro país,

193
Pedro PAPUTSAKIS Flores

de los negociados de las piedras preciosas de la Gaiba, del escandaloso au-


mento del narcotráfico, de los diversos intentos de golpe de estado, debido
sobre todo a la gran corrupción, lo que generó luchas internas entre dife-
rentes fracciones militares, como del Cnel. Emilio Lanza en Cochabamba,
de los generales Lucio Añez y Alberto Natusch Busch quienes organizaron
un alzamiento iniciado en Santa Cruz y con el apoyo de importantes unida-
des militares y del propio pueblo, hasta obligar a García Meza a renunciar
el 4 de agosto de 1981, entregando el gobierno al General Celso Torrelio
Villa, Comandante General del Ejército, como Presidente de la Junta de
Comandantes.
El régimen que había prometido estar en el poder por más de 20 años,
cayó de esta manera y fue posesionada una junta militar integrada por los
tres comandantes de las diferentes fuerzas, Celso Torrelio Villa del Ejérci-
to, Waldo Bernal Pereira de la Aviación y Oscar Pammo Rodríguez de la
Fuerza Naval. Este gobierno duró apenas un mes ya que el 4 de septiembre
de 1981, resolvieron entregarle toda la responsabilidad al Ejercito.
Se nombró como Presidente de la Nación al General Celso Torrelio
Villa quien estuvo en el poder hasta el 21 de Julio de 1982 cuando el sector
que respondía a García Meza volvió a intentar un golpe fallido. Las Fuer-
zas Armadas resolvieron retirar de la presidencia a Torrelio y poner en su
lugar a otro militar Guido Vildoso Calderón, militar de carrera que esta vez
tenía el mandato de organizar la transición hacia un régimen democrático,
siendo el encargado de entregar la Presidencia y Vicepresidencia del país al
Dr. Hernán Siles Suazo y al Lic. Jaime Paz Zamora, candidatos que habían
obtenido la mayor votación en las elecciones Generales de 1980.
Sin embargo, los acontecimientos se aceleraron debido a que el 17 de
septiembre de 1982, una huelga general convocada por la COB puso al
país al borde de la guerra civil. La dictadura militar colapsó y el poder le
fue entregado al Congreso Nacional conformado por Senadores y Dipu-
tados electos en 1980, aprobando como válidas las elecciones de 1980,
designando en consecuencia al Dr. Hernán Siles Suazo como Presidente y
a Jaime Paz Zamora como Vicepresidente Constitucional de los bolivianos
y bolivianas.

194
NUESTRO RETORNO AL PAÍS

Una vez que se anunció la entrega de la Presidencia al Poder Legislati-


vo, en Estocolmo, tomamos la decisión de retornar al país. Inmediatamente
renunciamos al asilo político y alistamos las maletas dejando todo y tra-
yendo sólo lo estrictamente necesario.
Una vez en Bolivia, el 5 de octubre de 1982, tomé posesión como Dipu-
tado Nacional por segunda vez por un periodo constitucional. El Parlamen-
to boliviano eligió al Dr. Hernán Siles Suazo y al Lic. Jaime Paz Zamora
como Presidente y Vicepresidente Constitucional de la República de Boli-
via, instituyéndose el 10 de octubre de 1982 como el día de la restauración
de la Democracia.
De esta manera el 10 de octubre de 1982 se instala el nuevo gobierno
sostenido por la coalición de centro-izquierda: Unidad Democrática Popu-
lar, UDP, presidida por Hernán Siles Suazo y Jaime Paz Zamora, quienes
tuvieron que enfrentar la tarea de administrar una economía virtualmente
en bancarrota y satisfacer las demandas populares insatisfechas. La infla-
ción rápidamente se convirtió en hiperinflación y el descontento social
avanzaba en las calles, hasta que en un dramático gesto de renunciamiento,
Pedro PAPUTSAKIS Flores

el gobierno de Siles se hizo a un lado convocando a elecciones un año antes


de terminar su mandato constitucional.
De esta manera, en agosto de 1985 dejamos la diputación como conse-
cuencia del acortamiento del mandato del Dr. Hernán Siles Suazo.
Hoy nos encontramos disfrutando de la libertad que nos proporciona la
Democracia. Mi hija Beatriz, es toda una mujer, ha obtenido su título de
economista a los 21 años de edad y ha obtenido una maestría en Adminis-
tración de Empresas con mención en Finanzas y otros cursos de postgrado.
Se encuentra trabajando, está casada y tiene tres lindos hijos.
Además, he tenido con mi esposa Águeda dos hijas más Patricia y Tatia-
na nacidas en abril de 1986 y noviembre de 1987 respectivamente.
Patricia es Abogada, fue diputada nacional suplente por la circunscrip-
ción 45, actualmente Secretaria de La Mujer y la Familia del Gobierno
Municipal de Tarija, está casada y tiene dos hijos.
Tatiana es Ingeniera Comercial, tiene una maestría en Marketing, es
soltera y actualmente está trabajando en el Banco FIE.
Mi hijo mayor Enver que a los dos meses de su nacimiento me visitó
con mi madre en una celda del cuartel donde me encontraba preso en Ta-
rija, ahora tiene 48 años de edad y vive en Suecia, es padre de dos lindos
niños: Marwin y Adrián Nicolás a quienes quiero mucho.

196
RECONOCIMIENTO A LOS LUCHADORES
SOCIALES DE BOLIVIA

Luego de 43 años de los hechos producidos y narrados en estas memo-


rias y en otros documentos, en noviembre del 2014 el Estado Plurinacional
de Bolivia, a través del Presidente de la Cámara de Senadores en sesión de
honor, entregó un Reconocimiento a cada uno de los compañeros fugados
de Alto Madidi y de la Isla de Coati15 con el siguiente texto: “Reconoci-
miento por su contribución a la defensa de la democracia, lucha por el
cambio social y político del país, durante el golpe de estado de los años
1971 – 197216, sobre cuyo esfuerzo la nueva generación hoy construye el
régimen democrático participativo y comunitario.
Mi profundo respeto y admiración a su heroica actitud de la lucha por
la democracia”

15 Ver ANEXO FOTOGRAFICO 5


16 Ver ANEXO FOTOGRAFICO 6
Pedro PAPUTSAKIS Flores

Sin duda es un reconocimiento a todos los luchadores sociales que lo


hicieron desde los distintos lugares que les tocó actuar, a la juventud estu-
diosa, a los dirigentes obreros, mineros, campesinos, a los profesionales,
a las mujeres, a todos aquellos compañeros que ofrendaron sus vidas, que
fueron perseguidos, torturados, exiliados, encarcelados por su lucha contra
el régimen dictatorial de Hugo Banzer Suarez.

198
ANEXOS
RECORTES DE PERIÓDICOS
ANEXO 1

203
ANEXO 2

204
ANEXO 3

205
ANEXO 4

206
ANEXO 5

207
ANEXO 6

208
ANEXO 7

209
210
ANEXO 8

211
ANEXO 9

212
213
ANEXO 10

214
215
ANEXO FOTOGRÁFICO 1

216
ANEXO FOTOGRÁFICO 2

Bajando del avión que nos llevó desde Lima – Perú hasta el Ae-
ropuerto José Martí dela Habana – Cuba; de arriba hacia aba-
jo: Vico Villegas, Florentino Aguilar Castro, Diógenes Huarachi
Zárate.

Otros compañeros bajando del avión en el Aeropuerto José Martí.

217
Subiendo al bus en el Aeropuerto de La Habana, para ser trasladados
al centro de la ciudad, a una casa donde viviríamos por 30 días. Mi-
rando de frente Jano Mejía.

En la sala de espera del Aeropuerto José Martí, en el primer asiento


de izquierda a derecha: Humberto Albarracín S., Pedro Paputsakis
Flores; en el segunda asiento Jorge Frías Sigg.

218
En el Aeropuerto José Martí, el Estado Mayor del
FRA, explicando con un mapa de la región a los perio-
distas donde se encuentra la Isla de Coati. De izquier-
da a derecha: Froilán Paredes, Alfonso Camacho Peña
y Max Menacho Velasco; atrás: Pedro Paputsakis.

De izquierda a derecha: Froilán Paredes, Alfonso Camacho


Peña y Max Menacho Velasco; atrás: Pedro Paputsakis.

219
El Estado Mayor del FRA. De izquierda a derecha: Fernando Alvarado
Jacobs, Froilán Aguilar Paredes, Alfonso Camacho Peña y el Dr. Max Me-
nacho Velasco.

De izquierda a derecha: Walter Ramírez Hurtado, Eusebio Gironda


Cabrera y Arnaldo Molina Jaldín.

220
Epifanio Rodríguez Núñez, el que me prestó con buena voluntad sus fo-
tografías.

De izquierda a derecha: Jorge Frías Sigg y Félix González Rodríguez.

221
De izquierda y derecha: Eusebio Gironda Cabrera, Walter Ramírez
Hurtado, Mario Guevara Rodríguez y Mario Salinas Jaldín.

De izquierda a derecha: Gastón Urquidi Vargas y Florentino Aguilar


Castro (El muerto).

222
De izquierda a derecha: Carlos Rojas Salazar y Víctor Plaza Salvatierra.

Dionisio Huañapaco, dirigente campesino que vivía a orillas


del Lago Titicaca.

223
Vidal Tirado Velásquez profesor dirigente del magisterio de La Paz.

De izquierda a derecha: Miguel Campos Pardo, Humberto Albarracín Sánchez.

224
Edgar Rivero Delgado, estudiante cochabambino.

De izquierda a
derecha: Dionisio
Huañapaco y Alfre-
do Alcón, dirigentes
campesinos denun-
ciando las torturas a
la prensa cubana.

225
Parados: Dionisio
Huañapaco, Alfredo
Alcón y Paulino
Benítez Torrico.
Sentados: Pedro
Paputsakis Flores y
Vico Villegas.

Ángel Pilco Mamani,


el más joven de los
presos, con apenas
16 años ya conoció
las cárceles de la
dictadura.

226
Gregorio Arce, estudiante.

A la llegada al Aeropuerto José Martí en La Habana varios compañeros


saludando a la madre de los guerrilleros Coco Peredo L. e Inti Peredo L.

227
En el Aeropuerto José Martí en La Habana, Vico Villegas conversando con la
madre de los guerrilleros Coco Peredo e Inti Peredo L.

Fernando Alvarado Jaobs en la sala de espera del Aeropuerto José


Martí con la madre de los guerrilleros en Ñancahuasú Coco Peredo e
Inti Peredo L.

228
Fernando Alvarado Jacobs en el Aeropuerto José Martí con la Sra. Mi-
reya Echazú, viuda del guerrillero Coco Peredo L.

Fernando Alvarado Jacobs en el Hospital de La Habana, cuando


lo revisaban los médicos cubanos.

229
230
Los 67 fugados de Coati a su llegada al Aeropuerto José Martí, La Habana – Cuba.
ANEXO FOTOGRÁFICO 3

231
ANEXO FOTOGRÁFICO 4

232
ANEXO FOTOGRÁFICO 5

233
234
235
ANEXO FOTOGRÁFICO 6

236
OPINIONES Y COMENTARIOS QUE
MERECEN SER COMPARTIDOS
UN SENTIMIENTO LLAMADO LIBERTAD17

Por. Roberto Rodrigo Ávila Castellanos

Siendo que la opinión a verter es sobre un testimonio personal, es im-


portante mencionar que al conocer al autor del libro “El precio de la Liber-
tad” descubrimos inmediatamente su don de gente, su amabilidad, su buen
humor, su lealtad ideológica, su alegría, su orgullo familiar, su amistad
predispuesta y su compromiso con la lucha por los sagrados intereses de
este terruño “Pedrito” es un buen compañero de la sociedad.
En el mes de diciembre de dos mil diez años, Pedro Paputsakis Flores
irrumpe en el escenario literario tarijeño presentando el libro que es objeto
de esta opinión, que más allá de ser importante testimonio para la historia,
nos recuerda el valor por los ideales; por ese sentimiento llamado libertad.
El mismo que se manifiesta a través de sus páginas escritas.
A manera de un prólogo el autor agradece a su familia, a sus amigos y
le da un privilegiado lugar a su pueblo, desde su barrio Abaroa, hasta las
instituciones donde ha podido aportar con su trabajo. El hablar del pueblo
denota su convicción y respeto que van más allá de un permanente uso
demagógico en etapas electorales.
En la presentación nos sorprende con un subrayado que resume un
mensaje trascendente, dice así: “La libertad no era algo con que se nacía;
sino algo por lo que se moría”. Desde esa afirmación empezamos a enten-
der el verdadero significado del precio de la libertad. Ni la propia vida es
suficiente para tener la libertad.
El testimonio con bastante análisis situacional, geográfico y político,
transcurre desde inicios de la década de los setenta y concluye con un re-
torno al país en el año 1982. En este periodo se sucedieron en Latinoa-
mérica regímenes dictatoriales y antidemocráticos que atropellaron a la
dignidad humana.

17 Periódico El País, Suplemento Cántaro, Domingo 31 de marzo de 2011.

239
Al ser un testimonio; el personaje principal es el mismo autor y poco a
poco aparecen aquellos que en este tiempo eran prisioneros, torturadores,
vigilantes, familiares y otros de acuerdo a la circunstancia a relatar, estos
personajes – pudiendo llamarlos secundarios – tienen nombre y apellidos
y algunos dieron muestras de total intolerancia ante el poder circunstancial
con que contaban, asimismo han causado situaciones del terror y de horror.
El autor da muestras de grandeza cuando desecha el odio, en su senti-
miento, ante sus torturadores, a pesar de ser objeto de innumerables abusos
y vejámenes que le cometieron y causaron bastante dolor. Solamente se
declara defensor de la verdad y por ello sus nombres son publicados.
El testimonio en sus relatos, a pesar de lógicas carencias literarias, es
cautivante por la descripción de los escenarios y los hechos sucedidos;
además, para los incrédulos, la constatación de los hechos a través de imá-
genes y recortes periodísticos presentados.
Podemos resumir el libro de Pedro Paputsakis Flores como hechos y
personajes reales sucedidos en la última parte del siglo XX en nuestro es-
pacio territorial latino americano, por supuesto mezclados con injusticias,
por medio de abusos, persecuciones, encarcelamientos y exilios, que cual-
quier momento se pueden repetir y debemos estar conscientes de aquello
para no permitirlo.
Subsiste en estos días, en el imaginario colectivo, que a la libertad ya
la conquistamos, que la misma tiene rostro de mujer, que se la representa
con túnica blanca y un gorro frigio, que además lleva una antorcha como
símbolo y por último que es parte de los símbolos cívicos nacionales re-
publicanos. En nuestra geografía suramericana asociamos el concepto de
libertad con la independencia del yugo colonial y en verdad que estamos
equivocados, eso nos lo recuerda con precisión el “Precio de la libertad”.
Concluimos que después de las luchas con lanzas, espadas y arcabuces,
la libertad no tiene dueño, ni época y es la aspiración permanente del ser
humano.
Ayer nos pudieron someter por armas precarias y hoy lo pueden hacer
con elementos nucleares, incluso poniendo en riesgo la subsistencia de la
humanidad. Hoy pueden intentar someternos por la economía, por la polí-
tica, o por la falta del más común de los alimentos, también por el líquido
elemento que es el agua. Siempre existirán los que se creen dueños y dicen

240
llamarse gobernadores, guías o ayatolas y para ello debemos estar muy
atentos.
Volviendo a los relatos del libro, al autor personaje lo tienen de “gira”
por las cárceles de la ciudad de La Paz y posteriormente es llevado a una
isla en el lago Titicaca, apodada como la isla del diablo, más propiamente
la Isla de Coati, preparada para territorio de reclusión, inexpugnable según
las autoridades de ese entonces.
Desde ese lugar se manifiesta un hecho histórico sin precedentes a fa-
vor de la libertad. Setenta y dos presos políticos fugaron masivamente sin
derramar sangre alguna y setenta y siete llegaron al Perú, recuperando su
propia dignidad y asentando un duro golpe a los dictadores, o dueños de
la libertad.
El relato de la fuga de la Isla de Coati se realiza con todo detalle, des-
de la organización hasta la misma ejecución. Podemos rescatar la unidad
política en la diversidad ideológica y esa es una enseñanza para el futuro.
Pueden coexistir varias identidades políticas en torno a un objetivo y así
sucedió porque se trataba de la libertad.
Existen otros relatos sobre la actividad política, sobre la creación de un
partido político, sobre gobernantes, y legisladores sobre nuevos exilios y
nuevos retornos, que valen la pena conocerlos.
“El precio de la libertad” es un libro que merece ser leído porque nos
recuerda la importancia de la lucha por la libertad y que esta aspiración
humana cuesta conquistarla y preservarla. Es banal decir que tenemos li-
bertad cuando es amenazada la dignidad; por ello, aunque los conceptos
rimen muy bien, deben considerarse inseparables para cada habitante de
nuestro planeta.
Gracias “Pedrito” por compartir un testimonio personal que nos quiebra
el alma por tanta injusticia y nos alerta para cuidad el futuro.

241
La Paz, 21 de marzo de 2011
Señor:
Pedro Paputsakis Flores
Tarija. -

Apreciado amigo: reciba un agradecido saludo.

Después de varios meses puede visitar a mi hermana Juana en la ciudad


de La Paz. Su hija Teresa había traído de Tarija, a fines del año pasado, el
encargo de usted, para mí, una verdadera sorpresa; de este modo acabo de
leer su interesante libro “EL PRECIO DE LA LIBERTAD”. De un modo
especial aprecio su gentileza en dedicarnos, a Candida y a mí, lo cual con-
sideramos una expresión de fina atención.
He leído detenidamente su narración y la considero un verdadero tes-
timonio de vida, un ejemplo de entrega a un ideal, en medio de circuns-
tancias adversas. Pero con resonancias profundas, pues la persona tiene
derecho a pensar según sus principios éticos y sobre todo a expresarlos en
todo momento.
Considero que su iniciativa de escribir sobre las persecuciones de que
fue objeto, trasunta la nobleza de sus sentimientos, pues lejos de convertir-
lo en un instrumento de rencor, por el contrario, se deja sentir una fragante
expresión de sinceridad en la narración sencilla de los hechos, sin cargar
las tintas sobre la amargura que toda persona siente al verse acosada por
sus adversarios.
Amigo Pedro, estoy seguro que su libro, como testimonio de valor, es
un valioso aporte, no solamente para todos cuantos le conocemos y so-
mos honrados con su amistad, sino para las futuras generaciones, ávidas de
ejemplos valientes y sinceros a imitar.
Al concluir de leer su obra me he sentido inspirado, por la delicada mi-
sión, de escribir una novela basada en sus relatos, si usted me lo permite.
Mi esposa y yo le felicitamos y nos sentimos dichosos de habernos he-
cho participes de su extraordinaria experiencia narrada en su libro.
Expresándole mi respetuoso saludo y admiración quedo de usted.
Atentamente.
Lic. Rene Delgadillo Duran

242
Por: Héctor Chávez La Faye

Mi querido Pedro:

Ver el afiche de los “extremistas” más buscados por la dictadura, saltan-


do desde su cotidiana pared de la sala comedor de tu casa, y convertirlo en
la tapa del libro excepcional que escribiste con la colaboración de Águeda,
Bachi, Paty y Tati, ha sido para mí un momento de sentimientos abiga-
rrados, una mezcla de alegría y nostalgia, de recuerdos y emoción y de
imaginar de alguna forma tu corazón gigante cuando viste por fin impreso
el fruto del largo y ordenado trabajo de ponerle letras a este tu testimonio
de vida y amor.
Ya sumergido en sus páginas, la epopeya de los protagonistas de la fuga
de Coati, evoca otras historias y personajes, otros tiempos y circunstancias,
Boquerón, por ejemplo, Marzana y Busch, ineludibles para que valga la
pena padecer la angustia de ser bolivianos. Sin ellos, sin ti, sin los valientes
de la Harrington y tantos otros, sería muy difícil entre tanta miseria… y ya
sabes que no me refiero a la pobreza de pan y techo, sentirse orgulloso de
ser boliviano.
Leyendo tu libro muchos, miles seguro, tal vez muchos más, de nues-
tras latitudes y de otras que por algo el mundo anda lleno de entuertos,
comulgaran en lugares y sentimientos, un ejemplo, los que pasamos por la
Estación de Achocalla, comiendo con los dedos el rancho de preso, vertido
por los “tiras” en una lata de sardina en las noches oscuras de esa ladera
lejana de la hoyada paceña……peleando con los piojos y sobándose los
dolores de las pateaduras en la incertidumbre de lo que pueda pasar más
tarde o al otro día……..
Pero también evocaremos la alegría de los que pudimos volver al pago,
como dice la canción y en tu vivencia nos la recuerdas, bajando la cuesta de
Sama abrazar de nuevo a la madre que nos parió, sin encontrar las palabras
que expliquen suficientemente porque carajo pelear por la libertad tenía
que costarles tantas lagrimas a ellas……ojalá fuera todo eso ya el pasado.
Pero no quisiera quedarme en el puro sentimiento, creo que tu libro
tiene la importancia de rescatar de un premeditado olvido, parte de la con-
tribución de la gente de ese nuestro recóndito sur y si se quiere más preci-

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sión, de los jóvenes universitarios que éramos en esos tiempos, a la confor-
mación de la Bolivia democrática moderna y prospera, objetivo al que no
renunciamos, aunque a veces parezca que vamos de retro o chuecos o más
retorcidos que viborita chis chis chis.
En cuanto a la narrativa, quiero decirte, y no porque te tenga cariño que,
si te tengo, sino porque es la verdad, que uno se acerca al relato con la sen-
sación y la confianza de meterse en la tertulia de los amigos. Has logrado
que leyendo te “escuchemos”, con el suspense intacto desde el principio
hasta el final, independiente que de vez en cuando des una vueltita sobre
tus talones, lo que para mérito tuyo deja bien clarito que no te alquilaste la
pluma de nadie.
Un abrazo Pedro, para ti y para Águeda, tan unidos en la vida como en
esta aventura…. de relatarla, digo.

Afectos, Héctor Chávez La Faye.

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Por: Edith Agar Quisbert

Estimado Pedro:

Espero que esta nota no te sorprenda de gran manera. Después de tantos


años envió un saludo cariño cordial para ti y a tu familia.
Carlos tuvo la gentileza de hacerme llegar unos archivos pdf por medio
del correo electrónico y al abrir los mismos pude dar inicio a la lectura de
tu libro. Lo leí de principio a fin, sin descanso. Esta es la razón de mi nota,
para hacerte llegar mis impresiones sobre la lectura.
Primero quiero felicitarte por haber tenido la fuerza para escribir tu
verdad, sobre lo que aconteció en nuestro país, esos años tan siniestros. Me
imagino que no fue fácil embarcarse en dicha aventura, pero tú lo hiciste,
sin duda con la ayuda de los tuyos. Me gustó mucho que tus hijas te hayan
dado su apoyo lo mismo que tu esposa.
Tu libro refrescó mi memoria. Pude ver en mi cerebro los sucesos,
como en una cinta cinematográfica, lloré mucho no solo por lo que te tocó
pasar sino también por lo que muchos pasaron en ese entonces. Mi padre al
igual que tu cuñado fue capturado por las fuerzas del “orden” tan solo por
sospechas, en fin, ya todo eso pasó.
Espero que la juventud boliviana pueda compartir tu historia para
aprender a valorar lo que significa la libertad, al mismo tiempo sean celo-
sos cuidadores de la misma.
Pues nada hombre…. Te felicito. Yo viajare a Bolivia dentro de algunos
meses, si tengo oportunidad iré a Tarija. Si no tienen inconvenientes podría
saludarlos personalmente. Mientras tanto reciban abrazados de parte mía.

Hasta pronto.

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El Precio de la Libertad

Por: Carlos Decker Molina18


Periodista y escritor boliviano
Radicado en Suecia.

En la actualidad, el título de este texto, es un lugar común, un tópico que


tiene sonido antiguo porque las nuevas generaciones bolivianas nacieron
en libertad, aunque en la realidad sea una libertad recortada pero incom-
parablemente mejor que aquella libertad de matar, encarcelar, expatriar,
maltratar y torturar en nombre – perdón la redundancia – de la libertad.
“El precio de la libertad” es un libro que llego a mis manos como un
regalo histórico de mi caro amigo Pedro Paputsakis Flores, compañero de
presidio en Salta en los años de la Operación Cóndor. Camarada del exilio
argentino y sueco. Así como me recibió con una mueca amigable, mueca
digo porque aún tenía la cara hinchada por los golpes, en los pasillos de la
cárcel de la policía federal de Salta, con esa misma “mueca” de gran ami-
go me esperaba en la estación ferroviaria de Alvesta mi primera estación
ferroviaria del exilio sueco.
Otro abrazo idéntico nos dimos en el aeropuerto de Arlanda en Estocol-
mo cuando Pedro, jugado del todo con la idea libertaria de aquellos años,
decidió irse a ensanchar la grieta que se abrió en los muros políticos de
Bolivia.
Leer el libro de Pedro no es solo recordar las cosas que pasamos juntos
que fueron muchas, sino retomar aquel hilo perdido de la madeja revolu-
cionaria.
Ni el libro de Pedro ni yo personalmente somos nostálgicos de aquella
revolución que nunca se hizo como decía el libreto. Hoy la palabra “revo-

18 Periódico El País, Suplemento Cántaro, Domingo 10 de abril de 2011.

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lución” tiene otros contenidos con los que uno puede o no estar de acuerdo.
Los tiempos han cambiado, la bipolaridad ha desaparecido y estamos, que-
riendo o sin querer, inmersos en la globalización con todo lo que supone
política – económica y culturalmente.
Por eso el libro de Pedro es importante. Una ayuda memoria que re-
cuerda la historia grande a través de contar su propia historia, además con
un lenguaje sin pretensiones y con la sinceridad del padre o el abuelo que
relata su historia a su prole para que no olviden que la libertad de hoy es
el sacrificio, la muerte, la prisión, la tortura y el exilio de ayer. Y la con-
clusión es simple, la libertad es también responsabilidad y hoy se trata de
eso, de ser responsables en la conservación y ensanchamiento de la libertad
porque el precio que pagó la generación de Pedro Paputsakis ha sido eleva-
do a veces demasiado alto.

247
Por: Edgar Ávila Echazú
Cartuja de Erquis – mayo de 2011

Conocí a Pedro Paputsakis y su hermano Constantino, cuando ambos


eran muy jóvenes y atendían un “Taller de Electricidad” a menos de una
cuadra de la casa donde vivía con mi esposa y mis hijos, en la Avenida
Domingo Paz. Por entonces yo ya me había enterado de sus actividades
políticas en el Partido Comunista. A poco, en unas tormentosas reuniones
– obviamente clandestinas -, mediante las cuales se dividió ese Partido en
sus dos sectores: el Partido Comunista Boliviano y el Partido Marxista –
Leninista – Maoísta; a más de tormentosos, en esos conclaves menudearon
las acusaciones de “revisionistas” y unos usos muy floridos e hirientes del
lenguaje castellano. Y en una de ellas, quizás la final, creo que vi. a Pedrito
muy emocionado por estar ya en las filas del maoísmo boliviano. El que
desde entonces dirigió otro joven tarijeño – Oscar Zamora Medinaceli -,
ya conocido por sus andanzas, esas sí revolucionarias, porque tenía que
cuidarse las espaldas tanto de “los oligarcas reaccionarios” como de sus
antiguos camaradas pro – soviéticos. Creo que ya en los primeros años de
la década de 1960, fue elegido en Checoslovaquia, Secretario General de
las Juventudes Comunistas – cargo que le permitió ejercer su generosidad
tarijeña consiguiendo becas para muchos que ahora son prestigiosos profe-
sionales en Tarija y en el resto del país. Y luego, me encontré nuevamente
con Pedrito y los en verdad heroicos artesanos sanroqueños que fueron
comunistas y “motetistas” hasta sus muertes, en una reunión llevada a cabo
a la moda del pago, en casa de Oscar Zamora, a modo de festejar, me pa-
rece, la ruptura del jefe maoísta con Fidel y su gobierno, desde luego pro
soviético – lo cual le permitió gobernar al estilo de los viejos dictadores
caribeños poco menos que eternamente - Todos esos sucesos, ocurrieron
en la fecha mencionada antes.
Y para mí, están en una nebulosa histórica.
Pero, para Pedro de ninguna manera, porque desde esa época mantuvo
una admirable, respetable y fiel amistad con “Motete”, de esas definidas
como “en las buenas y en las malas”. Y esto último pasó con Pedrito que,
esa fidelidad – noble en todos los aspectos que se la vea -, tuvo que soportar
¡con que valentía lo que dudo que algún tarijeño haya sufrido – natural-

248
mente en todas las cárceles de Bolivia y, como si fuera poco, en una de muy
triste rememoración de salta. Y lo hizo porque, aparte de su convicción
política, estaba sustentado espiritualmente y físicamente por las virtudes
que hemos heredado de nuestros lejanos ancestros españoles: la entereza,
gentileza, la hospitalidad y la honorabilidad – y, gracias a todos los dioses,
nuestro humor, nuestra creatividad y modestia.
En las charlas que tuvimos durante los largos días de la cautividad, me
enteré que el padre de Pedro fue un griego que llego a Bolivia en la década
de 1920.
Según huyendo de la tiranía turca sañudamente discriminatoria, propia
de todo régimen totalitario. Aquí se había ocupado de varios negocios que
asimismo lo llevaba a otras ciudades del norte. No me lo digo, pero supon-
go que él y sus hermanos quedaron huérfanos muy niños. Así que la madre,
doña Benigna Flores Vaca tuvo que cuidar a sus hijos con admirable cariño
y sacrificio materiales. De ahí el inmenso amor filial que Pedrito le tenía.
Y aquí cabe mencionar que yo me convertí involuntariamente en per-
seguidor de Pedro, desde el golpe de agosto de 1971. Los dos estuvimos
en las mismas prisiones: el DIC de Tarija, el DOC de La Paz, el cuartel de
Viacha – donde resistimos las hacinaciones con los demás presos en unas
improvisadas celdas que no eran sino unas enormes bodegas de la Fábrica
de Cerveza de Huari, en un edificio de unos cuatro pisos de pura piedra y
sin ventanas, a no ser los huecos de las que debieron ser amplios ventana-
les. En tal edificación no existía el verano, sino tan solo el frio y los vientos
de soledad del Altiplano. Nuestros vigilantes nos permitían, muy gentil-
mente, bajar al patio de losas y tierra para asolearnos con el muy cálido sol
altiplanito, y también para liberarnos de nuestras necesidades mayores en
unos wáteres comunitarios, porque los usábamos conjuntamente con las
mujeres presas.
Esas condiciones cambiaron en algo cuando nos trasladaron a Achoca-
lla, primero a Pedro y luego, a mí. En esa hondonada por lo menos podías
ver árboles,
Yerbas y una pequeña vertiente; y allá abajo, la niebla de La Paz. Vivía-
mos en unos cuartuchos, tres que decían pertenecieron a una estación del
ferrocarril La Paz – Oruro.
En una de las celdas estuvieron un tiempo algunas personalidades: el

249
Dr. Felipe Iñiguez, rector de la Universidad de Oruro, un Dr. Melgar de la
del Beni, y otros profesionales de todos los colores políticos, pero todos
enemigos o cuestionadores del gobierno banzerista. Dado que algunos de
nuestros vigilantes y sicarios, dados a las chacotas a cuenta nuestra, ha-
bían violado a unas pobres chicas presas, convencimos a la Dra. Rhina
Tapia para que nos acompañara en nuestro cubil. Y como ella de buen hu-
mor, en las noches menudeaban las risotadas y también unas lecturas que
pretendían ser de difusión ideológica; pero con Pedro y un extrañísimo
y corajudo personaje Ricardo Millán, nosotros pues, más nos dedicamos
a las remembranzas de Tarija y sus cuentos……. Pero, me estoy yendo
por las ramas e inmiscuyendo en el hermoso relato de Pedro Paputsakis:
“El Precio de la Libertad”. Un libro escrito con una sencillez y veracidad
únicas, que felizmente no preciso de ningún adorno literario, y que, por su
propia gravitación testimonial es un orgullo, precisamente de nuestra lite-
ratura. En sus páginas, los que las lean quedaran asombrados comprobando
hasta que extremos de valor, Pedro soporto las torturas más despiadadas
y canallescas y los malos tratos que daban cuenta de la irracionalidad y
del sadismo negador de la condición humana de quienes ejercían el poder
ominoso de esos tiempos. ¿Qué más que respeto y sumo cariño se puede
tener a quien sufrió todo eso, sin revelar ni un ápice lo que sus torturadores
le exigían?

250
Por: Jaime Paz Zamora
El Picacho junio de 2019

Si Pedro ha escrito para alguien, ha escrito para la nueva gente, para la


gente de hoy pero también como un testimonio para la que viene. Así como
Pedro escribe no hay un afán de hacer literatura sino un afán de dar su tes-
timonio abierto generosamente, de contar lo vivido y así se siente en todas
las paginas, la necesidad existencial de decir algo que quería decir hace mu-
cho tiempo y no había podido hacerlo pero que finalmente se le presenta la
oportunidad de decirlo y de escribirlo en una especie de catarsis en el pleno
sentido de la palabra, como buscándose a sí mismo a lo que él es a partir
de lo vivido. Estar otra vez tranquilo consigo mismo. Leí a Pedro paralela-
mente al discurso de Vargas Llosa en Estocolmo cuando recibió el premio
como Nobel de Literatura y claro encontré a ambos deseosos de decir lo que
siempre han querido decir, el uno en Estocolmo bajo las pantallas del esce-
nario y Pedro en su pago en su Tarija que está permanentemente presente.
Aquel hace Literatura, Pedrito da un testimonio. El uno hace ficción, el otro
reconstituye el mundo real que ha vivido en toda su dimensión.
Su libro es la geografía de Pedro Paputsakis, el tiempo de Pedro Paputsa-
kis, el mundo de Pedro Paputsakis. Cada uno de nosotros tiene su geografía
su mundo y su tiempo y también los itinerarios y el itinerario de Pedro en
su libro lo comienza narrando su peregrinación por lo que yo denominaría
los santuarios del mal, las catedrales del mal que comienzan en nuestra
ciudad convertida de imprevisto en un mundo de terror bajo la dictadura
con amigos, compañeros, familia y un extraño “fusilamiento en la plaza”
que te sorprende en la lectura. Pedrito en la policía, Pedrito en la cárcel que
se traslada después a las catedrales del terror en la ciudad de La Paz en un
mundo que se le aparece como “ancho y ajeno”. Y luego el cuartel Bolívar
en Viacha. Y yo no sabía por ejemplo que Pedro había estado en ese terrible
y mítico lugar de la prisión de Achocalla, pequeño infierno en la noche y
ahí encuentra personajes que se mueven en la distancia como fantasmas o
como arcángeles, entre ellos Daniel Arroyo el mítico cooperativista minero
que ayudaría en los 70 a los sobrevivientes de la Guerrilla de Teoponte,
asesinado después y/o al Teniente Pepe Reyes entregado, generoso, valiente
y osado dirigente quien sería uno de los Mártires del MIR masacrados en

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la calle Harrington. Y de ahí en un salto cuántico a la Isla de Coati, la isla
prisión en el Lago Titicaca y nosotros entonces clandestinos en la ciudad de
La Paz escuchando en silencio la noticia de presos políticos que se fugan de
la Isla Coati lo que nos hizo vibrar de emoción y nos carga las pilas.
Mucho más tarde, ya de Presidente estando en el encuentro presiden-
cial con el Presidente del Perú Alan García en el Barco Ollanta anclado
precisamente entre la Isla del Sol y la de la Luna es decir Coati no pude en
medio de ese impresionante paisaje dejar de pensar en Pedrito y en todos
los presos políticos que fugaron de la isla y medir a vuelo de pájaro con la
vista, la distancia hacia tierra firme que tuvieron que recorrer navegando
en precarias embarcaciones. Y ya en tierra firme pensando refugiarse en el
Chile de Allende terminan en Cuba en un avión que Fidel Castro impacta-
do por el acontecimiento envió para recogerlos.
En cuba viene la reconexión con su Partido y el jefe del mismo Oscar
Zamora Medinaceli “Motete” y el itinerario de Pedro continua de Cuba
hacia Albania y de Albania a China de ahí a Argentina como refugiado de
donde amenazado por el terror del militarismo argentino termina en Sue-
cia. Itinerario de resistencia y de combate Tarija, La Paz, Viacha, Acho-
calla, Coati, Perú, Cuba, Albania, China, Argentina y Suecia. Todo este
extraordinario itinerario cuajado en el libro “El precio de la Libertad” de
vivencias de todo tipo, de circunstancias increíbles, incertidumbres, espe-
ranzas, ilusiones.
Ya como cerrando el camino que al mismo tiempo se abre es el retorno
a la a Bolivia épica de la instauración democrática del ´82 con el primer
gobierno democrático de la UDP. En un pequeño capitulo al final de su
libro Pedro transcribe “hoy nos encontramos disfrutando la libertad que
nos proporciona la democracia, mi hija Beatriz es toda una mujer que ha
obtenido su título de economista a los 21 años de edad y hará su maestría.
Además, he tenido con mi esposa Águeda dos hijas más Patricia y Tatiana”
para finalmente referirse a su hijo mayor Enver que vive con su familia en
Suecia. Se despide con una tranquilidad de espíritu como diciendo misión
cumplida. Pensé entonces en el Diario de Campaña de un soldado de la
guerra de la independencia Tambor Santos Vargas, cuando señalaba “una
vez que fueren triunfantes mis ideas, me volví al monte a trabajar”.
Felicidades Pedrito y gracias por tu extraordinario testimonio.

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BIBLIOGRAFÍA
PRESENCIA, Periódico de circulación nacional del:

• 20 de agosto de 1971
• 21 de agosto de 1971
• 22 de agosto de 1971
• 25 de agosto de 1971
• 04 de noviembre de 1972
• 05 de noviembre de 1972
• 06 de noviembre de 1972
• 07 de noviembre de 1972
• 22 de diciembre de 1977

DIARIO, Periódico de circulación nacional del:

• 8 de febrero de 1972

RODRIGUEZ Epifanio, propietario de fotografías de la llegada a Cuba, 6


de noviembre de 1972.

MINISTERIO DE GOBIERNO DE BOLIVIA, Afiche publicado el año


1973.

PAPUTSAKIS BURGOS BEATRIZ, Fotografía de “la cueva” en el Ce-


rro de la Gamoneda, agosto de 2006.

ARDAYA SALINAS RUBEN, “De la isla del Diablo a la Libertad”, un


testimonio de la fuga de Coati, Editorial Cedoin, abril de 1997.

SORRIA GALVARRO CARLOS, “Coati 1972, Relatos de una fuga”,


Editorial Cedoin Historia Y DOCUMENTOS. La Paz – Bolivia 1997.

DE MESA JOSÉ, GISBERT TERESA, DE MESA GISBERT CAR-


LOS, Historia de Bolivia 5° Edición. Editorial Gisbert. La Paz – Bolivia
2003.

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