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Uruk

Entre los muchos casos que se pueden estudiar, destacan el de Uruk y la


Baja Mesopotamia a fines del IV milenio. Probablemente sea el más
antiguo de todos, quizá sea también el mejor documentado y, desde luego,
tiene un interés especial para nuestro mundo occidental, pues gran parte de
sus elementos de civilización, después de muchos pasos intermedios y nada
unívocos, derivan de él.
Terminada la larga etapa de las culturas neolíticas de Oriente Próximo, del
IX al IV milenio a.C. , la cultura llamada de Uruk marca el inicio de la
primera sociedad urbana, compleja y estatizada. En la fase madura de
este proceso (Uruk tardío, ca. 3200-3000 a.C.) se produce la expansión
definitiva del mismo, con concentraciones urbanas de un tamaño antes
inimaginable (100 hectáreas en Uruk), una arquitectura religiosa imponente
y fastuosa (sobre todo el área sagrada del Eanna de Uruk) y el inicio de la
escritura, con la consiguiente administración refinada e impersonal
Cronológicamente, el periodo de Uruk se situaría entre el 3500 y el
3200/3100 a.C., aproximadamente, y se dividiría entre Uruk
Antiguo y Uruk Tardío

En realidad, el uso tanto político como historiográfico del


término «revolución» no pasa de ser una metáfora y como tal
hay que entenderlo. El uso originario, que es astronómico,
implica una inversión total de la posición respectiva de los
elementos que forman un sistema, mientras que el concepto de
cambio muy rápido, súbito y violento, sólo forma parte de ciertos
usos historiográficos modernos. Evidentemente, las
«revoluciones» que se aprecian en la historia de la tecnología y
los modos de producción nunca son muy rápidas, incluyendo la
moderna «revolución industrial», que se ha tomado como
ejemplo para otras mucho más lejanas, la «revolución
neolítica» y la «revolución urbana». La revolución urbana, desde
luego, no sucedió de golpe sino que duró varios siglos, pero la
subversión que produjo fue de tal magnitud que alteró
completamente la economía, la sociedad y el estado. Por lo
demás, un proceso de varios siglos, en comparación con los
largos milenios que lo precedieron y siguieron, se puede
considerar bastante rápido
R e v o lució n u r b a n a y h e r e n c i a d e c i m o n ó n i
ca
Debemos partir de los años cuarenta del siglo XX, cuando el gran
paleoetnólogo británico Vere Gordon Childe acuñó el concepto de
«revolución urbana». Childe es un enlace historiográfico excelente entre
las teorías decimonónicas en que se inspiraba y las tesis más recientes a
las que él mismo despejó el camino, de modo que su posición es una
referencia insoslayable (y generalmente conflictiva) para los defensores de
dichas tesis

La inspiración marxista de la visión propuesta por Childe de revolución


urbana es notoria por un lado, pero por otro se ha infravalorado, cuando
no se ha entendido mal. Es sabido que Childe asumió las líneas generales
de la gran visión evolucionista decimonónica al proponer una
«revolución neolítica» que marca el paso del estado salvaje al estado
bárbaro, y una «revolución urbana» que marca el paso de la barbarie a la
civilización, hasta el extremo de que algunas de sus obras (e incluso La
evolución social, que es de las últimas) pretenden reproducir el esquema
de Morgan y de Marx-Engels en términos arqueológicamente
documentados. La insistencia de Childe en el factor tecnológico como m
óvil principal del progreso contribuye a dar un tono materialista y
marcadamente económico a su explicación de la evolución social
concepto crucial es la llamada «acumulación primaria (o primitiva, u
originaria) del capital». Para que se produzca un salto (cuantitativo y
cualitativo) capaz de configurar una revolución en el modo de producción,
es preciso que la sociedad sea capaz, ante todo, de producir y acumular un
sustancioso excedente, y luego que, en vez de utilizar dicho excedente.
para un mayor consumo familiar, decida crear las infraestructuras y
mantener a los especialistas y dirigentes que lleven a cabo la revolución.
Este cuadro se puede esquematizar fácilmente dividiéndolo en dos
momentos principales,
1-el de la producción de excedentes y
2-el de su sustracción del consumo familiar. En la base de todo ello hay
un progreso tecnológico (sobre todo en la irrigación) que, aplicado a una
zona (como la Baja Mesopotamia) de extraordinaria fertilidad) produce
grandes excedentes de comida. Los excedentes se usan para mantener a
los especialistas (que por definición no son productores de comida) y
para sufragar las grandes obras de infraestructura hidráulica y
construcción de templos.
El templo administra esta revolución, dando cobertura ideológica a la
dolorosa operación de sustraer el excedente del consumo de los
productores para destinarlo a un uso común.

Teorias enfrentadas: «modernistas» y «primitivistas

La historia económica de Heichelheim está basada en la eficacia y la influencia mutua de tres


factores:

1-Los recursos
2-el trabajo
3-el capital
En el caso de la primera economía urbana Heichelheim da por sustancialmente estables dos
de los factores, los recursos y el trabajoe

4-el capital se convierte en la clave del progreso. Pero entiende


el capital en sentido monetarista, como una riqueza circulante y
atesorable para un uso diferido. Según él, la gran revolución habría sido
la introducción del préstamo con interés, que habría permitido la
concentración de capital en manos de los usureros. Esta explicación, que
Heichelheim pretende sustanciar con datos textuales bastante
posteriores, en realidad es completamente errónea cuando se coteja con
la documentación mesopotámica de carácter jurídico y administrativo, la
limitación (gravísima) de la hipótesis de Heichelheim radicaba en su matriz «modernista»,

Una aclaración teórica crucial para superar el modernismo llegó con la obra de Karl Polanyi,
que ya en su primer escrito, fundamental, sobre la consolidación de la economía de mercado
(la «gran transformación») puso en evidencia el carácter históricamente acotado y
socialmente motivado de las teorías liberales clásicas, y luego, en su vasta presentación de las
economías premercantiles, presentó una visión de la economía oriental antigua basada en la
redistribución, .

En una economía como la de la Mesopotamia protourbana y durante dos milenios y medio


más, el capital del que dispone el templo (o el palacio) no es un capital monetario, sino una
acumulación de materias primas y, sobre todo, de víveres.

la cebada es el excedente fundamental, obtenido gracias a los altos rendimientos agrícolas


de la Baja Mesopotamia, y en cebada se pagaban las raciones de la mano de obra empleada
en las obras públicas. El «negocio» (si así podemos llamarlo) de las agencias redistributivas
protohistóricas consistía, pues, en una administración de materiales como la cebada, la lana,
el aceite o los tejidos: administración centrada en los momentos de la acumulación (drenaje
del excedente agrícola) y la redistribución (uso para la manutención de los especialistas y la
financiación de las obras públicas), sin olvidar tampoco el m omento de la conversión de
dichos materiales en otros (sobre todo los metales) mediante el comercio administrado

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