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Adrich Andrea - Señor Brooks 01 - Los Pecados de Olivier
Adrich Andrea - Señor Brooks 01 - Los Pecados de Olivier
ANDREA ADRICH
CAPÍTULO 1
Mientras Noah caminaba por la calle con toda la rapidez que le permitían
los altísimos tacones, trataba de no perder el equilibrio y de que el montón de
vestidos que llevaba en los brazos no acabara en el suelo. No veía la hora de llegar
a la tienda. Desde hacía un rato, se le había dormido medio cuerpo de aguantar
tanto el peso.
Sin detenerse, alzó los ojos azules por encima de la pila de vestidos y lo
saludó.
—Ay, sí, por favor. Te agradecería que me echaras una mano —le dijo.
—¡Claro!
Todd corrió hacia ella. No es que Noah lo viera, los vestidos formaban un
muro ante sus ojos que le impedía ver cualquier cosa que sucediera más allá de sus
narices, pero sintió sus pasos apresurados dirigiéndose hacia donde se encontraba.
—Ok.
Oyó el ruido metálico que hizo la verja cuando Todd la subió y el chasquido
de la cerradura al introducir la llave en la puerta.
—¿Puedes sola?
Noah cruzó el umbral y con las rodillas temblorosas por el esfuerzo alcanzó
finalmente el pequeño mostrador.
—Tengo que entregar sin falta estos vestidos a unas clientas —respondió
con la voz algo entrecortada—. Me he pasado toda la noche cosiendo.
—Ahora entiendo por qué hoy tienes ojos de oso panda —se burló Todd.
—Ni siquiera tienes tiempo para el amor —comentó Todd—. ¿Hace cuánto
que no tienes una cita?
—La verdad es que eres muy valiente —comentó Todd, dejando entrever
un viso de admiración en los ojos. Su rostro había adquirido una expresión más
seria que la que tenía un momento antes.
Noah sonrió.
—Gracias, Todd.
—Tengo que volver al trabajo —anunció él—. ¿Quieres que te traiga un café
a media mañana? —le preguntó.
—Uno doble, entonces —rio Todd—. Nos vemos luego —se despidió.
—Hasta luego.
Todd salió de la tienda y Noah se giró sobre sí misma. Inhaló una profunda
bocanada de aire y lo soltó poco a poco mientras cogía fuerzas para enfrentarse a
todo el trabajo que tenía ese día por delante.
CAPÍTULO 2
En un rápido vistazo vio que era alto, delgado, con un cuerpo fibroso,
endiabladamente atractivo y que rezumaba autoridad por cada poro de la piel. Era
el hombre más intimidante que había visto en su vida. Parecía un sofisticado
depredador.
—¿Esto es todo lo que hay? ¿Nada más? —le preguntó a su vez él en tono
monocorde, sin molestarse en saludar.
El hombre dio unos cuantos pasos sin dejar de mirar a un lado y a otro.
—Hay un pequeño almacén al otro lado de esa puerta —dijo Noah de forma
automática, señalando la puerta blanca que había detrás del mostrador.
—Ya sé que no se alquila, solo quiero saber cómo son las nuevas
propiedades que acabo de adquirir —contestó el hombre.
La vista del hombre rodó hasta ella y le lanzó una mirada incendiaria.
Durante un segundo Noah perdió el contacto con la realidad. Sus ojos eran negros,
profundos e hipnóticos. Cuando logró reaccionar sintió un nudo en el estómago
que le advirtió de que algo no iba bien.
—Señorita…
—Ya se lo he dicho.
El hombre echó a andar hacia ella. Cuando estaba a solo un par de metros,
Noah le vio introducir la mano en el bolsillo interior de su elegante chaqueta y
extraer un documento de él que parecía oficial, y que le tendió con la mano firme,
todo lo contrario que las suyas, que habían comenzado a temblar.
Incapaz de hablar con sobriedad, notó como sus palabras emergían con un
balbuceo.
—Tengo que irme, no puedo perder más tiempo aquí —dijo él en tono frío.
—Ya tendrá noticias mías, señorita Winter —dijo, al tiempo que se estiraba
las solapas de la chaqueta de su traje en un gesto de suficiencia—. Por cierto, me
llamo Olivier Brooks —se presentó, justo antes de que su esbelta figura se perdiera
tras la puerta.
Noah no era capaz de procesar lo que acababa de pasar. Sentía una opresión
en el pecho que le impedía respirar correctamente. Era ansiedad. Se pasó la mano
por la frente, y se dejó caer en una de las sillas que destinaba a las clientas, para
tratar de tranquilizarse. El corazón le palpitaba a mil por hora.
—¿Un hombre? ¿Un cliente? ¿Ha sido descortés contigo? ¿Te ha dicho algo
desagradable? —Todd hablaba en un tono que daba a entender que estaría
dispuesto a matar a quien fuera que le hiciera daño.
Noah negó con la cabeza. Es cierto que Olivier Brooks había sido descortés
con ella y extremadamente desagradable, pero no de la forma que Todd se
imaginaba.
Noah vio como Todd, que estaba situado de cuclillas frente a ella, frunció el
ceño y sus cejas se contrajeron en un gesto de extrañeza.
Todd cogió los papeles que tenía Noah en la mano y que no había soltado
en todo el tiempo.
—Sí.
—¿Qué pasa, Todd? —le preguntó, al ver que estaba callado como si le
hubiera comido la lengua un gato. Todd alzó sus ojos pardos hasta encontrarse con
los suyos, pero para desesperación de Noah seguía en silencio—. ¡Todd! —le instó
a que hablara.
Todd la miró.
—Tienes razón; tiene que tener los mejores abogados y asesores de toda la
ciudad —dijo Todd.
—No puedo creer que me esté pasando esto, Todd —dijo, tratando de
mantener las lágrimas a raya—. No lo puedo creer.
—Venga, Noah, no te dejes llevar por el desánimo. Seguro que puedes hacer
algo…
—No te preocupes, habrá alguna forma de frenar a ese hombre —la animó
Todd.
—¿Tú crees? —dijo Noah con voz temblorosa, al tiempo que se enjugaba
con el dorso de la mano las primeras lágrimas que habían empezado a rodar por
sus mejillas.
Y tener que tratar con él hacía que se estremeciera. Olivier Brooks le daba
miedo.
CAPÍTULO 4
—Buenos… Buenos días, señor Brooks —lo saludó con voz temblorosa
Karen, su secretaria—. Su hermana lo está esperando —le anunció.
Olivier se limitó a asentir con rostro severo y una leve inclinación de cabeza
que apenas fue perceptible cuando pasó por delante del escritorio de Karen. Abrió
la puerta de su despacho.
—Buenos días, Helen —saludó a la mujer morena que estaba sentada al otro
lado de la elegante mesa de cristal que presidía la estancia.
El parecido físico entre ellos era obvio: los dos eran altos, atractivos, tenían
el pelo moreno y unos ojos protagonistas de una mirada intensa y hechizante,
aunque Olivier era cinco años más mayor que Helen.
—Aquí la tienes.
—¿Están todas?
—Te permito muchas cosas porque eres mi hermana, pero no te pases —le
advirtió.
—Sí.
—No
—Lo que hago en estas ocasiones: echar a la calle a los deudores, vaciar los
locales, especular con su valor y revenderlos para transformarlos en dinero —
respondió Olivier mecánicamente.
—No.
Olivier se reclinó en el respaldo, estiró las largas piernas y adoptó una pose
de indiferencia.
Olivier dejó escapar una carcajada llena de acidez que resonó en todos los
rincones del despacho.
—No, no creo que seas marciano —lo contradijo Helen—, pero no me gusta
que seas una persona tan dura, incluso tan cruel… Tú mejor que nadie sabes lo
difícil que se puede poner a veces la vida.
—Ya, ya, ya… No trates de ablandarme con esas cosas, porque sabes que no
lo vas a conseguir.
—¡Creo que lo tengo! ¡Creo que lo tengo! ¡Creo que lo tengo! —exclamó sin
apenas tomar aire.
Recorrió el pasillo que formaban los ramos de las coloridas flores que
llevaban hasta el mostrador, enarbolando una carpeta verde en la mano, como si
fuera la bandera francesa en el óleo La Libertad guiando al pueblo del pintor
Delacroix. Se sentía casi igual.
Colocó unas rosas en un cubo con agua y miró a Noah con ojos expectantes.
—¿Y cómo vas a hacerlo? —la instó Todd, que en esos momentos estaba
muerto de curiosidad.
Todd la cogió y la abrió para ver qué contenía. Noah pasó a relatarle los
detalles del informe.
—Es cierto que ahora los beneficios son muy discretos —anotó—. Pero
estoy segura de que dentro de un año van a aumentar hasta casi el doble.
—Sí.
—Tendré que pedir cita, o audiencia, como si fuera el Papa —dijo sin poder
evitar la burla—. Supongo que el «señor Brooks» estará muy ocupado…
CAPÍTULO 6
Noah movía el pie de arriba abajo, impaciente. Sobre las rodillas reposaba el
informe con el que tenía la intención de convencer a Olivier Brooks de que su
tienda de ropa era un negocio interesante. Por suerte, le habían dado cita para dos
días después, cosa que agradeció, porque ninguna de las dos noches había sido
capaz de conciliar el sueño.
—Oh, gracias.
Noah se levantó del sofá de cuero negro en el que había esperado que
Olivier Brooks la recibiera y se alisó la falda con las manos. Karen la guio hasta su
despacho, abrió la enorme puerta de madera maciza negra y la anunció.
—Señorita Winter, ¿va a quedarse ahí de pie todo el día? —le preguntó
Olivier en tono serio.
Sus ojos, que reflejaban una expresión fría, observaban a Noah con calma.
—Gracias por… por recibirme —se exigió decir a sí misma. Tenía que ser
diplomática y moverse con cuidado. Debía ganarse a Olivier Brooks.
Noah pensó que no tenía ningún sentido calmar los latidos acelerados de su
corazón mientras notara los ojos de Olivier Brooks clavados en ella. No, no tenía
ningún sentido.
—Solo estoy empezando, pero estoy totalmente segura de que en un año los
ingresos van a aumentar —arguyó con un toque de desesperación—. Solo necesito
tiempo…
Aquellas palabras cayeron sobre Noah como un jarro de agua helada. Notó
como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. ¿Cómo podía ser Olivier
Brooks tan frío? ¿Tan poco empático? ¿Tan miserable?
—Todos los negocios necesitan tiempo. Solo llevo cuatro meses en este
mundo y la moda es un mercado muy competitivo.
—Señorita Winter, tengo mejores cosas en las que perder el tiempo —afirmó
Olivier.
—Es usted una insolente, señorita Winter —dijo con voz deliberadamente
lenta.
Noah se puso tensa. Apretó los labios para no llorar. Ya se había humillado
suficiente yendo al despacho de Olivier Brooks para pedirle que leyera el informe
que había hecho. No iba a darle el gusto de verla llorar.
—No soy Dios, pero lo más parecido a él que usted va a conocer en su vida
es a mí —dijo con voz sobrecogedora.
—Puede irse cuando guste —dijo Olivier con cinismo, manteniendo una
estudiada calma—. Ya sabe dónde está la puerta. No tengo que indicarle el camino.
—Siempre hay una primera vez, señorita Winter —apostilló él con rostro
inmutable.
Observó como Noah aferraba el bolso con fuerza. Tenía los nudillos
blancos. Rio para sí. ¿Qué se pensaba? ¿Qué iba a tener piedad de ella solo por su
cara bonita? Quizá por eso se había vestido de aquella manera tan sexy… Sabía
muy bien el modo en que algunas mujeres utilizaban su cuerpo y su sensualidad
para conseguir sus objetivos. Aunque tenía la sensación de que la sensualidad de
Noah Winter no era deliberada, sino innata. Simplemente llevaba un vestido rosa
de tirantes y unas sandalias de tacón, cuyo sonido cadencioso resonaba por el
suelo de parqué mientras caminaba hacia la puerta.
Antes de que Noah saliera del despacho, Olivier cogió la carpeta de solapas
verdes con su informe y la tiró a la papelera.
Para Noah, que lo vio de reojo, fue un gesto devastador. El asco la golpeó en
la boca del estómago. Sintió que le faltaba el aire. No dijo nada. Solo bajó la cabeza,
abrió la puerta de madera maciza con dedos trémulos y salió. No veía la hora de
irse de allí.
—Sí, señor.
—No se preocupe, señor —dijo Karen, apocada por el tono imperativo que
había utilizado Olivier.
CAPÍTULO 8
Resopló.
—¿Qué te ha dicho?
—¡Menudo cabrón!
—Jamás pensé que existieran personas como él. Olivier Brooks es duro,
intransigente y despiadado, tal y como me dijiste. Aplasta a cualquier empresa,
grande o pequeña, si no puede obtener rentabilidad de ella —apuntó—. Y tiene un
don para hacer sentir a la gente como insectos.
—¿Lo dices en serio? ¿Lo de hacer sentir a la gente como insectos?
Todd apretó los labios para reprimir la risa, pero no lo consiguió y terminó
soltando una risotada.
—¿Con qué dinero? —Noah abrió los brazos—. He invertido hasta el último
centavo aquí —dijo. Levantó el rostro y abarcó la tienda con la mirada—. Incluso
los ahorros de mis padres... Me he quedado sin nada, Todd. Sin nada.
—¿Y qué vas a hacer con el proyecto que tenías de participar en la Semana
de la Moda de Nueva York? —le preguntó Todd.
—No te puedes dar por vencida ahora, Noah —dijo, agarrándola por los
hombros—. No ahora.
Ella reflexionó durante unos segundos. Se sentía agobiada por todo lo que
estaba pasando y por el encontronazo que había tenido con Olivier Brooks, que la
había dejado agotada, pero sabía que Todd tenía razón.
—Hoy estoy muy ofuscada, pero mañana veré las cosas de otro modo —
afirmó.
—¿Por qué?
—¿Y dónde iba a estar si no? —bromeó—. Para eso soy tu amigo.
CAPÍTULO 9
—Sí, señor Brooks —contestó él, con cierta sorpresa por la rápida indicación
de su jefe.
Olivier la vio apartarse el pelo del rostro y colocárselo detrás de las orejas a
través de los cristales de los escaparates. Noah tenía una expresión pensativa y
extrañamente sensual mientras observaba detenidamente el maniquí que tenía
delante. Se encontraba descalza y, pese a que podía adivinarse que estaba
trabajando, se la veía relajada. Los ojos de Olivier se deslizaron involuntariamente
por su cuerpo.
—¡Dios mío! —exclamó al ver la hora que era—. Será mejor que lo deje por
hoy… —se dijo, resoplando mientras miraba el maniquí con ojos cansados.
—¿Dónde están mis zapatos? —se preguntó, pasándose la mano por el pelo.
Buscó debajo de las sillas, detrás del mostrador, detrás de las cajas que
había detrás del mostrador…
—¡Aquí estáis! —prorrumpió Noah de pronto cuando vio que los tacones
negros asomaban entre unos rollos de tela que había apoyados contra la pared.
Olivier observó cómo se agachaba, cogía los zapatos de alto tacón del suelo
y se los ponía en los pies mientras se apoyaba con una mano en el mostrador. La
vio rescatar el bolso de debajo de una pila de pantalones, apagar la luz de la tienda,
cerrar la puerta y bajar la verja de metal.
—Señor Brooks, puedo parar el coche si nos vamos a quedar aquí —dijo
Jake, ignorando por qué Olivier le había ordenado detenerse.
La voz del chófer hizo que Olivier reaccionara y que volviera a la realidad.
Jake asintió.
Karen levantó la mirada por encima de la pantalla del ordenador. Sus ojos
grises se abrían extrañados.
—La basura de papel se lleva a las trituradoras que hay en el sótano, así se
evita que alguien pueda hacerse con documentación import…
—¿No va al día?
—No, señor.
—Si me dice qué está buscando, quizá pueda ayudarlo, señor Brooks.
Olivier ya tenía en las manos una pila de papeles y trataba de dar con el
informe de Noah.
—Recoja esto —le ordenó al trabajador, al tiempo que salía del lugar.
Olivier era como un enorme gato al que de vez en cuando le gustaba jugar
con la comida. Acorralar a pequeños ratoncitos tenía su aquel. Imaginarse a Noah
Winter sonrojada, tratando de defender su trabajo ante él, le hizo esbozar una
sonrisa maliciosa en los labios.
—Dime qué te parecen estos diseños —le volvió a pedir él, sin responder a
su pregunta. En esos momentos no tenía ganas de reír.
Intentó dar una visión profesional, aunque ella tampoco era una experta en
moda, pero intuyó que eso era lo que pretendía saber su hermano al preguntarle su
opinión.
—Sí, claro que sí. De hecho, este de aquí me encanta —dijo Helen.
—No —negó.
—Pues si lo que quieres saber es si esa chica tiene talento, la respuesta es sí.
—Creo que estás siendo muy generosa con ella —anotó Olivier, mostrando
cierto escepticismo por las palabras de su hermana.
—¿Tan pronto?
—Se presentan muchísimos diseños y los miembros del jurado tienen que
hacer un primer corte de modelos que formarán parte de la semifinal.
—Voy a tener que trabajar a contrarreloj —se dijo a sí misma en voz baja.
Noah estaba agotada. Le dolían los pies y la cabeza, fruto del duro día de
trabajo que había tenido. Pero aún con todo el cansancio acumulado no tenía
ninguna intención de dar por concluida su jornada laboral. Disponía solo de unos
cuantos días para terminar el diseño que iba a presentar al concurso de la Semana
de la Moda de Nueva York, así que tenía que echar horas extras.
—Debería cerrar la puerta con llave, señorita Winter —dijo Olivier con un
punto de autoridad en la voz—. A estas horas puede entrar cualquiera y darle un
susto.
«¿Lo siento?, ¿lo siento? —se repitió en silencio—. ¿Por qué narices he
tenido que decir “lo siento”? ¿Qué narices le importa a Olivier Brooks si dejo la
puerta de la tienda abierta o cerrada? ¿Si alguien me da un susto o no? —se
preguntó con reproche».
Pero el tono que había utilizado había sido tan autoritario que la respuesta
le había salido automáticamente, como si se disculpara por haber hecho algo mal.
Noah no sabía si eso era una disculpa. Supuso que no. No se imaginaba a
Olivier Brooks disculpándose por nada.
—No… No importa.
—Señorita Winter, eso es una insolencia teniendo en cuenta que ahora soy
el propietario de su tienda —repuso Olivier.
—Yo no soy como usted —le espetó, sin poder reprimirse—. Le recuerdo
que el otro día me invitó a que me fuera de su despacho.
De pronto, sin saber muy bien el imperioso motivo que lo estaba asaltando,
tenía la morbosa necesidad de ponerla nerviosa, de intimidarla… Metió las manos
en los bolsillos de su pantalón y erguido en toda su estatura dio un paso hacia
adelante.
—Señor Brooks, tengo mucho trabajo que hacer… —dijo, ansiosa por verlo
desaparecer. La incomodaba no ser capaz de interpretar sus emociones por más
que lo intentara.
Olivier sonrió para sí. Había conseguido lo que pretendía: poner nerviosa a
Noah Winter.
CAPÍTULO 13
—Si usted alguna vez ha luchado por un sueño, sabrá a qué me refiero —
concluyó Noah.
—¿Una oferta? ¿Va a dejar que le pague a usted la hipoteca? —preguntó con
un viso de impaciencia en la voz.
—No exactamente —respondió Olivier.
—No quiero que nadie forme parte de mi negocio ni tampoco de mis logros
—dijo.
«Qué forma tan poco sutil de decirme que soy una de tantas, que mi trabajo
es tan poco especial como el de las demás», pensó enfurecida.
—Ya le he dicho que no quiero que nadie participe de mis logros. Además,
no me gusta que me den órdenes —insistió Noah.
Olivier tuvo que contener una sonrisa cuando vio el gesto terco y firme de
Noah. Sabía que aquel asunto iba a ser algo arduo, pero iba a salirse con la suya.
—Esa es mi oferta: o la toma o la deja —dijo, tratando de presionarla para
que aceptara.
—Pero yo no quier…
Noah tragó saliva. Miró a Olivier con aprensión en los ojos azules.
Las manos de Noah empezaron a temblar. Se las retorció por delante del
estiloso pantalón bombacho de color verde que llevaba puesto.
—Una actitud muy loable, pero hasta que suba tendrá que pagar las
facturas de algún modo.
—¿No cree que tengo talento? —le preguntó Noah, cansada de la nula fe
que mostraba en ella.
—Mi oferta seguirá vigente durante este mes, señorita Winter —sentenció
él, mirándola con gesto glacial. Se le veía extrañamente impaciente—. Pasado este
tiempo, si no acepta, recogerá sus cosas y se irá.
Olivier se volvió después de estirarse la chaqueta del traje con cierto aire de
suficiencia y se dirigió a la puerta con paso tranquilo. Noah no pudo evitar fijarse
en sus hombros anchos, en la forma trapezoidal de su espalda y en su culo
respingón mientras salía de la tienda como si nada.
—Ahora no, Karen —le cortó bruscamente Olivier, pasando a zancadas por
delante de su mesa.
—Pero…
Olivier giró el rostro hacia su secretaria, cuyos ojos castaños asomaban por
encima de la pantalla del ordenador.
—¡He dicho que ahora no! —la frenó, fulminándola con la mirada.
Mientras esa posibilidad estuviera ahí, mientras Noah creyera que podía
ganar ese concurso, no aceptaría su oferta.
Estaba desconcertado. En todos los años que llevaba trabajando para Olivier
Brooks, y ya eran varios, nunca se le había pasado por alto una cita, una llamada
pendiente o una reunión… ¿Por qué se había olvidado de la reunión con la junta
administrativa? ¿Cuál había sido el motivo?
—Ahora voy —fue la respuesta de Olivier.
Roger se giró y salió del despacho. Cuando la puerta se cerró con un leve
ruido, Olivier inspiró hondo, se pasó la mano por el pelo y se levantó del enorme
sillón de cuero.
—Lo sé.
—Sí.
—Porque nunca, jamás, desde que tengo memoria, has llegado tarde a…
nada. Eres tan meticuloso con la puntualidad que es enfermizo.
—Para todo hay una primera vez —dijo únicamente Olivier mientras seguía
con pasos firmes avanzando por el pasillo.
Todd empujó la puerta con el culo y entró en la tienda de Noah con dos
vasos de café de Starbucks en las manos.
Noah levantó los ojos de los documentos que estaba revisando y sonrió al
ver a Todd.
—¿Por qué?
—Sí. Y no sabes el susto que me dio. Se me olvidó cerrar la puerta con llave
y entró si llamar. Por poco me muero del susto. Incluso le amenacé con el brazo del
maniquí.
—¿Cómo dices?
—No, desde luego que no. Menudo peligro tienes. —Todd terminó soltando
una risilla.
—¿Putearte? ¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó Todd con el ceño
fruncido.
—¡¿Qué?!
—Como lo oyes.
—Sí, pero no tengo ni idea de qué es. —Noah suspiró—. Tengo la sensación
de que tiene su vida planeada al milímetro y de que cuando alguno de sus planes
no sale como quiere, se… desestabiliza.
—Quizá…
—No —dijo—. No quiero que Olivier Brooks sea mi jefe. No quiero estar
sometida a él. Es un cretino. No sabe tratar a la gente. Se cree que todo el mundo
tiene que estar a sus pies. Eso es lo que quiere precisamente de mí; tenerme a sus
pies, pero no se lo voy a permitir. —Noah dirigió una mirada a su amigo—. ¿Sabes
qué me gustaría, Todd?
—¿Qué?
Noah se inclinó hacia adelante, dejó el vaso de café y apoyó los codos en el
mostrador.
«Eso es lo que me pregunto yo: ¿qué haría sin ti?», se dijo a sí mismo en
silencio.
CAPÍTULO 16
Estimado señor Brooks, como directora de la revista VOGUE, tengo el placer de invitarlo a
la fiesta que se va a celebrar con motivo del centenario de nuestra publicación y que va a
tener lugar el próximo sábado 25 de junio. Para nuestra revista sería un honor contar con
su presencia.
—Señor Brooks, es un placer hablar con usted —se adelantó a decir con voz
deferente—. ¿Puedo…? ¿Puedo ayudarlo en algo?
—Señora Coffman, no le estoy pidiendo que invite a todos los jóvenes que
empiezan en el mundo de la moda, le estoy pidiendo que invite a Noah Winter —
dijo Olivier en tono determinante.
—Por supuesto.
—Por cierto, no quiero que la señorita Winter sepa que yo he tenido algo
que ver con su invitación. Supongo que cuento con su discreción —le advirtió
Olivier.
—Ha sido un placer hablar con usted, señora Coffman —se despidió
Olivier. En sus palabras reverberaba una nota de ironía.
«¿Quién será Noah Winter y por qué Olivier Brooks tiene tanto interés en
que acuda a nuestra fiesta? —se preguntó Claire en silencio cuando volvió de
nuevo a su despacho—. ¿Será su pareja? —elucubró—. No, sino la hubiera invitado
a ir con él».
Claire movió la cabeza. ¿De qué servía tratar de dar con la respuesta?
Olivier Brooks era uno de los hombres más misteriosos y herméticos de Nueva
York. Era inútil intentar averiguar qué pasaba por su cabeza. Sus excentricidades
tenían tanto peso y eran tan notables como su poder.
CAPÍTULO 17
Dio la vuelta al sobre plateado y leyó de nuevo la dirección. Sí, era correcta.
La invitación estaba a su nombre. Era para ella. «Noah Winter», lo ponía muy
claro. Pero ¿qué hacía la revista VOGUE invitándola a la fiesta de su aniversario?
Un par de mujeres que estaban en la tienda giraron los rostros hacia ella y la
miraron sorprendidas por la algarabía que había montado. Noah se encogió de
hombros y se rascó ligeramente la nuca mientras trataba de calmarse. Las mujeres
le sonrieron.
—¿A qué no sabes qué es esto? —le preguntó entusiasmada, al tiempo que
le mostraba el sobre plateado de la invitación.
Noah pasó al lado de una mesa larga llena de macetas con una flor alta y
puntiaguda preciosa, de la que desconocía el nombre.
—¡Sí! ¡La revista VOGUE! ¿Te lo puedes creer, Todd? Porque no es el día de
los Inocentes, sino pensaría que es una broma —comentó Noah.
—Pues es real, muy real —apuntó él, dando la vuelta a la cartulina una y
otra vez—. ¿Por qué la revista VOGUE está interesada en ti?
—La verdad es que no lo sé. Quizá han invitado a todos los que
participamos en el concurso de la Semana de la Moda de Nueva York —caviló—,
pero sea por la razón que sea es una oportunidad que no voy a desaprovechar.
¿Tienes idea de lo que significa para una diseñadora ir a la fiesta de la revista
VOGUE?
Los labios de Noah se elevaron en una sonrisa que mostró sus dos filas de
dientes.
—Como se nota que eres mi amigo y que me ves con buenos ojos —dijo.
—No lo sé, pero me encantaría ver su cara por un agujerito. Él, que se cree
que puede poner el mundo a sus pies solo con chasquear los dedos —apuntó—.
Pero no pensemos ahora en Olivier Brooks. No quiero que se me estropee el día. Te
invito a comer. ¿Qué te parece una hamburguesa para celebrarlo? —le preguntó a
Todd.
—Me parece perfecto —contestó él—. Termino de recoger esto y nos vamos.
—¿Te ayudo?
—Pon estos lirios en esa estantería de ahí, por favor —le indicó Todd,
señalando la repisa con la barbilla—. Estas otras las coloco yo aquí y ya está. Todo
listo.
Noah cogió las flores y se las llevó a la nariz para inhalar su olor mientras
las llevaba al sitio que le había indicado Todd.
—Los lirios son unas de las flores que mejor fragancia tienen —comentó
Todd.
—¿No te regañarán?
—¿Por coger un lirio? No, tranquila. —Todd hizo un gesto con la mano—.
Mi jefa no se dará cuenta.
—Gracias —agradeció.
—Por cierto, ¿cuando seas rica y famosa te acordarás de mí? —dijo Todd en
tono de broma mientras salían de la floristería.
—No seas tonto, Todd —respondió Noah.
—Te lo digo muy en serio, Noah. Cuándo uno de tus diseños se venda al
mismo precio que el sueldo que yo gano en un año, ¿te acordarás de mí?
—Te aseguro que no. No va a haber nadie en esa fiesta que no te mire.
—Suerte —le deseó Todd con un guiño al dejarla en la puerta del Hilton.
—Gracias —dijo.
A unos metros por encima de ella, en el primer piso, Olivier permanecía con
la mano apoyada en la balaustrada de piedra de una de las terrazas que poseía el
lugar, observando cada uno de sus movimientos. Se preguntó en silencio quién era
el chico que la había llevado hasta allí. ¿Sería un amigo? ¿O su novio? Había
tratado de ver si se despedían con un beso, pero la oscuridad del interior del coche
no se lo había permitido.
Noah avanzó unos metros con las piernas temblorosas. Aquello era
impresionante. Algunas cabezas se giraron a su paso. Ella ofrecía sonrisas tímidas
a unos y a otros.
Miró a los invitados. Se repartían a lo largo del lugar formando grupos aquí
y allá. Todos iban elegantemente vestidos, a cual más distinguido. En especial las
mujeres. En su interior se alegró de haber elegido el vestido verde manzana,
aunque se preguntó si lograría que alguien se fijara en él.
Sus pechos…
Noah bajó la cabeza y dejó que la parte de melena que llevaba suelta le
cayera sobre el rostro para ocultarse de su inspección.
Noah se giró.
—Así es.
Al otro lado del salón, Olivier vio reír a Noah, algo que no había hecho en
ninguno de sus encuentros. Debía sentirse amenazada por él. No podía esperar
otra cosa. En realidad, todos se sentían así ante su presencia. No caía bien a la
gente. Eso era un hecho. Pero ya estaba acostumbrado. Era un tipo despiadado y
duro, y su reputación lo respaldaba allá donde fuera. Siempre se había beneficiado
de una fama que infundía miedo y respeto a sus adversarios, y a las mujeres.
Apoyó la copa en una de las mesas y avanzó con paso determinante a través
de la gente en dirección a Noah y al hombre que estaba hablando con ella.
Noah alzó la vista y abrió los ojos como platos cuando vio a Olivier a solo
un metro de ella.
Sandro se alejó.
—No esperaba verlo aquí —dijo Noah, cuando se quedó a solas con Olivier.
—Ni yo que usted tuviera respuestas para todo. —Mientras hablaba, reparó
en que varias mujeres les estaban mirando con curiosidad.
«¿Me está gastando una broma?», se preguntó, sintiendo que perdía las
riendas de la situación.
Noah intentó mantener la calma, pero era difícil. Su corazón tañía con
fuerza contra sus costillas. Quería salir corriendo de allí, pero estaba paralizada,
como si los pies estuvieran clavados en las baldosas brillantes.
—¡No! —dijo.
Bordeó a Olivier y echó a andar. Pero Olivier la agarró del brazo y tiró de
ella para hacerla volver. Sus ojos le lanzaron una mirada sombría y tan intensa que
Noah se estremeció.
—Señorita Winter, es mejor para usted que sepa algo —sonó la voz de
Olivier a sus espaldas—: las cosas se hacen a mi manera o no se hacen.
Noah cruzó el salón de la fiesta todo lo rápido que le daban de sí los pies
subidos en los altísimos tacones que llevaba, y salió del hotel. Necesitaba espacio
desesperadamente. Agradeció que la brisa fresca le diese en la cara. Necesitaba
volver a la realidad y aliviar el calor que le quemaba la piel. Se le iba a salir el
corazón por la garganta. Inspiró hondo y dejó que el aire vigorizante le llenara los
pulmones.
¿Y por qué pese a ser un jodido arrogante no podía dejar de pensar en él?
Enfadada consigo misma, se puso recta. Se acarició los brazos con las manos
para paliar el frío y cerró los ojos. La imagen del rostro de Olivier apareció en su
mente. Se le encogió el estómago y sintió un intenso calor en la cara cuando
recordó el instante en el que sus labios casi se habían rozado. ¡Había estado a
punto de besarla!
—Noah.
—No deja de ser un ambiente nuevo para mí —se excusó con lo primero
que le vino a la cabeza.
Alzó el brazo y con los dedos hizo una señal al chico que se encargaba de
aparcar los coches, que asintió obsequiosamente en cuanto lo vio.
Sandro cerró la puerta del Audi cuando Noah se sentó en el asiento, antes
de entrar en el coche y ponerse al volante. Puso en marcha el motor y se introdujo
en el denso tráfico de La Gran Manzana.
Olivier observó toda la escena en la misma terraza desde la que había visto
llegar a Noah. Su rostro de rasgos esculpidos tenía una expresión severa, como la
de un capitán de guerra. Apretó la copa que sostenía con tanta fuerza que estuvo a
punto de que se hiciera mil pedazos en la mano.
Noah volvió el rostro hacia Sandro. Desde que se había subido al coche no
había dejado un solo segundo de pensar en Olivier y en el exaltado encuentro que
habían tenido. No podía dejar de darle vueltas por más que trataba de relegarlo a
un rincón de su mente. Tal vez lo consiguiera entablando una conversación con
Sandro.
Ella carraspeó.
—¿Quién te invitó?
—Al principio pensé que me habían invitado por ser una de las
participantes del concurso que organiza la Semana de la Moda de Nueva York,
pero no he visto en el salón a ninguno de los otros concursantes —conjeturó.
—Fíjate que lo dudo. No creo que una revista como VOGUE cometa ese tipo
de equivocaciones.
—¿Así que has presentado uno de tus diseños en el concurso que organiza
la Semana de la Moda de Nueva York? —le preguntó.
—¿Por qué? Si el modelo que has presentado es como el que llevas puesto,
no tengo ninguna duda de que vas a ganar —afirmó Sandro.
—¿Por qué sabes que el vestido que llevo puesto es un diseño mío? —
preguntó.
—No —negó Sandro—. La mejor modelo que podía lucir el vestido que
llevas puesto eres tú.
—A Olivier Brooks.
CAPÍTULO 24
—Sí, sí… es que se me ha ido la saliva por otro lado —se justificó, dándose
unos golpecitos en el pecho.
—Supongo que no —dijo en voz alta, para no quedar como una idiota—.
Pero dudo mucho que el señor Brooks mire a alguien más que no sea a él mismo.
Se cree el ombligo del mundo.
—Bueno, se puede decir que casi lo es. Olivier Brooks es muy poderoso.
—No parece que le tengas en muy buena estima —comentó Sandro en tono
distendido.
—Su empresa ha absorbido el banco con el que tengo el préstamo que pedí
para comprar el local donde está mi tienda, así que oficialmente es el dueño de ella
—explicó de mala gana.
—No —cortó Noah de inmediato—. Jamás dejaría que Olivier Brooks fuera
mi jefe. Estar a sus órdenes tiene que ser una experiencia traumática.
—Dices que todo el mundo lo conoce, supongo entonces que has oído
hablar de él… —comenzó.
—Sí —dijo.
—Pues todo eso que has oído de él es cierto, absolutamente todo. —Noah
movió las manos. No quería hablar de Olivier, pero las palabras salían de su boca a
borbotones sin que pudiera frenarlas. Necesitaba desahogarse. Escupir todo lo que
pensaba de él—. Y creo que se quedan cortos. Desde luego hace gala a su mala
fama. Olivier Brooks es el hombre más creído y más arrogante que he conocido en
mi vida. Es odioso.
—Sí, todo son virtudes en él —continuó Noah con la ironía—. Pero es mejor
que dejemos de hablar de él.
—Está bien, no quiero que te pongas de mal humor. Prefiero verte sonreír.
—Lo siento, no he debido hablar así de Olivier Brooks —dijo Noah en tono
de disculpa.
—Como te he dicho, no creo que sea un hombre que mire nada ni a nadie
que esté más allá de su ombligo.
—Hasta pronto —se despidió Sandro, que no quería que aquel fuera el
último encuentro con Noah.
Noah se giró, abrió la puerta del coche y salió de él. Cuando entró en el
edificio, Sandro arrancó el Audi y se alejó calle abajo.
CAPÍTULO 25
¿Quería que hubiera un nuevo encuentro con Noah? Sí, por supuesto que sí.
Tenía que dejarle claro quién mandaba, quién tenía el control…
—Señor Brooks… —dijo una voz al otro lado de la línea cuando este
descolgó.
—¿Tienes lo que te ordené? —le apremió Olivier al asistente.
—Dime.
—Tiene treinta años, es hijo de padres italianos; vivió en Italia hasta los
dieciocho años y reside en una de las mejores zonas de Manhattan desde hace más
de una década —continuó el asistente—. Habla cuatro idiomas, tiene la licenciatura
de Administración y Dirección de Empresas y dos másteres, y cuenta con una
«pequeña» fortuna nada desdeñable.
Olivier puso los ojos en blanco, molesto por aquella definición. Sandro
Santoro era un epítome de virtudes. Todo lo contrario que él. Eran como el blanco
y el negro, la noche y el día, la luz y la oscuridad, solo que, en este caso, él era la
oscuridad; la noche, el negro, el antagonista. En una película romántica, Sandro
Santoro sería el protagonista bueno y a él le adjudicarían el papel del malo. Era
algo que se había ganado a pulso con el paso de los años.
Noah sacó unos vestidos del pequeño almacén. Los estaba colocando en la
barra de una de las paredes para ponerlos a la venta cuando la melodía de su
teléfono llenó el aire. Se giró sobre sí misma, cogió el móvil, apoyado en el
mostrador, y se lo sujetó con el hombro mientras colocaba las prendas en la barra
de metal.
—Dígame… —contestó.
Como un ser autómata, caminó hasta una silla y se sentó en ella. Las piernas
se le habían vuelto de gelatina y apenas eran capaces de sostenerla en pie.
—Sí, por supuesto que sí. Estaré pendiente de su llamada —repuso Noah—.
Gracias, señora Holden.
«Finalista».
—Te dije que eras buena, Noah. Siempre te lo he dicho —apuntó Todd.
—Es cierto, siempre lo has dicho. Gracias —dijo Noah contra su hombro—.
Muchas gracias.
—Dios, ¿sabes lo que significa eso? —lanzó Noah al aire—. Sí, sí que lo
sabes porque no paro de repetirlo —se respondió a sí misma antes de que lo hiciera
Todd.
—Ni te lo imaginas…
—No te preocupes, vendré a verte todos los días y nos tomaremos uno de
esos cafés que me traes a media mañana y que me revitalizan —bromeó—. No te
vas a librar de mí tan fácilmente. Además, no se me olvida que eres mi amigo…
bueno, mi único amigo aquí en Nueva York.
Helen abrió y asomó la cabeza. El sol de julio entraba a raudales por los
ventanales, inundando cada rincón de la estancia de una luz blanca y brillante.
Helen cerró la puerta maciza a su espalda y enfiló los pasos hacia la mesa de
cristal, detrás de la cual estaba sentado su hermano, tan imponente como era su
costumbre. Alargó la mano y le tendió un sobre de un vistoso azul claro.
—Me pregunto por qué narices todas las organizaciones relacionadas con la
moda se empeñan en invitarme a sus eventos —dijo Olivier con un incipiente
fastidio, echándose hacia atrás en el asiento.
Helen sonrió.
—Porque eres un exponente de ella, Olivier. Todos los años lideras las listas
de los hombres más elegantes y mejores vestidos del país —le explicó—. Es normal
que te inviten.
—Pues deberías acudir más a este tipo de fiestas —le aconsejó Helen—. Se
de buena fuente que tu presencia en la fiesta de la revista VOGUE suscitó mucha
expectación. —Enarcó una ceja en un gesto elocuente.
—Sí.
—Enseguida.
—Dígame, señor Brooks —dijo Karen, sin dar tiempo a que sonara un solo
toque.
—Sí, señor.
Lo único que tenía que hacer era impedir que Noah recibiera ese premio y
para ello solo tenía que hacer una llamada.
Unos minutos después, Karen apareció en el despacho de Olivier con una
nota en la mano en la que estaba apuntado el teléfono de Emma Holden, tal como
le había ordenado que hiciera.
—Aquí tiene.
—¿Señora Holden?
Noah miró el reloj después de hacer y cuadrar la caja del día. Las manecillas
ojivales de color plata pasaban de las ocho y cuarto.
—Dígame…
—¿Noah Winter?
Noah percibió algo raro en la voz de la mujer. Algo que no supo interpretar
pero que no le gustó.
Noah frunció el ceño. Definitivamente algo no iba bien. Nada bien. Notó
que se le encogía el estómago hasta el tamaño de una canica.
—Lo siento, señorita Winter —acortó Emma, que supuso que Noah ya se
había percatado de lo que iba a decir—. En nombre de la organización de la
Semana de la Moda de Nueva York y en el mío propio le pedimos disculpas.
—Pero…
Así se sentía. Como si alguien le hubiera pegado una hostia en plena cara.
Se pasó la mano por la cabeza y se sentó en la silla que tenía para las
clientas. Seguía aturdida y las rodillas le temblaban, impidiéndole que se pudiera
sostener. De inmediato los ojos se le llenaron de lágrimas. Hundió el rostro en las
manos y rompió a llorar desconsoladamente.
—¿Y dónde quedan sus palabras de que yo tenía mucho talento? —se
lamentó.
Noah se enjugó las lágrimas con las manos. Se sentía derrotada. Todos los
planes que había hecho en relación con el premio se habían venido abajo
estrepitosamente, como un castillo de naipes al que se le da un pequeño toquecito
en la base.
—¡No, Todd! ¡No hay solución! ¡No hay ninguna forma de solucionar esto!
—exclamó nerviosa, empezando a caminar de un lado a otro de la tienda.
Todd se puso de pie. Sus ojos seguían el movimiento del cuerpo de Noah.
Todd no estaba dispuesto a dejar que Noah se diera por vencida. Sabía todo
lo que había luchado por llegar hasta donde estaba.
—Pero voy a estarlo —lo contradijo—. Ya no podré alquilar otro local para
poner la tienda ni mi diseño desfilará por la pasarela… —Suspiró ruidosamente—.
¡Joder, todo se ha ido a la puta mierda! —exclamó entre dientes. Se pasó la mano
por la nuca.
—¿Qué está pasando últimamente? ¿Qué? —lanzó al aire Noah. Dejó caer
los hombros—. ¿Por qué todo sale mal? Es como si una mano macabra estuviera
manejando los hilos de mi vida.
—No digas eso. Solo es una mala racha, pero pasará —apuntó Todd.
—Lo siento, Todd. Siento mucho darte la brasa todos los días —se disculpó.
—Pero es que es cierto. Todos los días tengo alguna historia. Estoy harta.
—Es solo una mala época. Pero pasará, ya lo verás —repitió Todd.
Noah dejó caer los brazos a ambos lados de los costados y miró a su
alrededor.
—Vamos.
CAPÍTULO 30
—Relájate, Olivier —se dijo a sí mismo—. Nunca los has visto besarse ni
mostrarse afecto más allá del que se muestran dos buenos amigos.
Y, de todas formas, ¿qué más daba la relación que hubiera entre ellos?
Quería tener a la señorita Winter bajo su control, a sus pies. Era algo que se
había propuesto y era algo que tenía que conseguir… del modo que fuera.
Abrió la puerta y entró con sus pasos regios sin pararse a pensar si su
llegada era inoportuna o no.
—¿Nos deja a solas? —le dijo, aunque no era una petición sino más bien una
orden.
Noah contrajo las cejas hasta formar una línea rubia en su cara.
—¿Qué cree su… amigo que le voy a hacer? —dijo Olivier con una sonrisa
malévola en los labios.
Se inclinó hacia adelante y dejó una camiseta rosa encima de las demás.
Noah tomó aire, e hizo acopio de toda su templanza. Con Olivier Brooks iba
a ganarse la estancia eterna en el paraíso.
Noah se giró hacia Olivier y fijó la mirada en sus ojos oscuros y profundos.
Olivier repasó con la mirada una fila de vestidos floreados que estaban
colgados en el frontal de una pared pintada de un sofisticado color burdeos.
—La vida sería muy aburrida sin sentido del humor —repuso, tirando de
uno de los vestidos para sacarlo—. Además, el sentido del humor es proporcional
al nivel intelectual —añadió—. De todas formas, es simple curiosidad saber si es
mi presencia la que le pone de mal humor o está así porque no ha ganado el
concurso de la Semana de la Moda de Nueva York.
—Eso ha sido un golpe bajo, señor Brooks —dijo sin que le temblara la voz.
CAPÍTULO 31
Olivier bajó el tono. Sus palabras habían hecho daño a Noah, a juzgar por la
expresión dolida de sus ojos azules.
El tono suave, casi de sumisión con el que Noah le hizo esa pregunta, lo
excitó.
—¿Por qué?
—No estoy en este mundo para salvar a nadie, señor Brooks, sino hubiera
estudiado medicina, o hubiera sido policía o bombero —apuntó.
—¿Otra vez se está burlando? —dijo Noah, levantando la vista para mirarlo.
—No, le aseguro que no. Señorita Winter, volviendo al tema que nos atañe:
¿por qué su negativa es tan rotunda?
Se encogió de hombros.
—No sea tan cabezota, señorita Winter. Mi oferta es una oportunidad como
otra cualquiera de salir adelante. Su sueño y su trabajo van a seguir creciendo.
—¿Por qué?
Olivier maldijo en silencio. ¿Cómo podía ser ese chico tan terriblemente
inoportuno? ¿Acaso no sabía que seguía hablando con Noah? Su impertinente
presencia le agrió el humor.
Se abrió la chaqueta del traje y sacó una tarjeta de visita del bolsillo interior
y, lanzándole una mirada sombría a Noah, la depositó sobre el mostrador.
Sin dejar que Noah replicara y sin molestarse en despedirse, se giró sobre
sus talones, miró a Todd una última vez y enfiló los pasos hacia la puerta, que
cerró tras de sí con un ruido sordo.
—¿Cómo puede ser tan gilipollas? —dijo Todd con expresión indignada en
el rostro cuando Olivier salió finalmente de la tienda.
—Ni idea —respondió Noah.
Noah y Todd caminaron en silencio por las calles de Nueva York hasta la
boca del metro, en silencio bajaron las escaleras y en silencio esperaron la llegada
del tren en los andenes de la estación.
Todd quería ayudar a Noah de la manera que fuera y lo más sensato, dada
la situación, parecía que era que aceptase la oferta de Olivier Brooks, aunque fuera
un tipo detestable.
«Señorita Winter, ¿por qué no deja que me gane el cielo con usted?».
—Tienes que hacerlo, Noah —se dio ánimos a sí misma—. Tienes que
hacerlo. Es la única forma de seguir adelante con tu carrera y con tu sueño. De otro
modo, todo terminará.
—Dígame…
Noah respiró hondo. Iba a tener que aprender a convivir con la constante
ironía de Olivier Brooks.
—Es una buena elección, señorita Winter —afirmó, echándose hacia atrás en
el asiento.
—Yo no estoy tan segura de eso, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? —se le
escapó decir a Noah. Aquel pensamiento en alto atravesó la línea telefónica.
—¿Condiciones?
—Sí.
«Eso habrá que verlo, señorita Winter», afirmó él para sus adentros.
No estaba segura de que verse a solas con Olivier fuera una buena idea.
—No importa, la esperaré —atajó él, sin dar lugar a una réplica o una
negativa.
Noah tardó unos segundos en responder. Las dudas seguían gravitando por
su cabeza.
Noah colgó, dejó caer los brazos a ambos lados de los costados y lanzó un
largo suspiro visiblemente aliviada, apartando algunos mechones de su rostro. Ya
había dado el primer paso, aunque no el más importante. Ahora tenía que
convencer a Olivier Brooks de que aceptara sus condiciones. Sabía que no iba a ser
fácil. Sería un hueso duro de roer. No era uno de los hombres más poderosos del
país por casualidad, y su fama… Sacudió la cabeza. Olivier jugaba en otra liga.
Pero al menos tenía que dejarle claro que no iba a aceptar su ofrecimiento a
cualquier precio ni bajo todas las condiciones que él impusiera. Ella tenía el
suficiente criterio como para tomar decisiones.
Olivier dejó el móvil encima de la mesa, echó hacia atrás la silla, se puso en
pie y se dirigió hacia los ventanales. Frente a los cristales, metió las manos en los
bolsillos y buscó con la mirada la familiar panorámica que le regalaba Park
Avenue.
Noah ascendió los cinco escalones de piedra que le llevaban a la entrada del
edificio de Brooks Corporation. En cuanto traspasó la puerta giratoria le vino a la
cabeza la última vez que había estado allí: había ido a ver a Olivier Brooks con un
informe en la mano confiada de que lo convencería de que su tienda era un buen
negocio. En aquella ocasión el señor Brooks se había limitado a tirarlo a la basura,
al igual que sus ilusiones y su sueño.
—Señorita Winter…
Olivier pulsó el botón de bajada del ascensor. Unos segundos después las
puertas metálicas se abrieron y ambos se introdujeron en el cubículo revestido de
espejos.
A Noah se le cortó ligeramente la respiración cuando las puertas del
ascensor se cerraron completamente, dejándola encerrada a solas con Olivier. No
sabía qué hacer ni qué decir. Solo tenía capacidad para dejarse embriagar por su
característico aroma a sándalo. El ascensor se puso en marcha y Olivier se volvió
hacia ella.
—Me gusta defender mis ideas, sobre todo si creo que son buenas —
contestó Noah, mostrándose confiada.
Noah abrió la boca para decir algo, pero en ese instante el timbre del
ascensor sonó y las puertas de acero se abrieron, interrumpiendo sus palabras. En
cierto modo agradeció la pausa.
—Siéntese, por favor —le dijo justo en el momento en el que Noah se giraba
para ver si estaba detrás de ella.
Cuando Noah tomó asiento, Olivier echó a andar lentamente sin dejar de
mirarla.
Noah sabía que tenía que mostrarse segura si quería que Olivier no pusiera
reparos a sus condiciones. No podía dudar. De otro modo no tendría nada que
hacer. Carraspeó e intentó mantener una expresión firme en el rostro.
—Quiero estar al tanto en todo momento de cuáles son sus planes, de qué
pasos da y… quiero tener la última palabra en la toma de decisiones —dijo, sin
dejarse intimidar por Olivier.
—No puede pretender que haga sin rechistar todo lo que usted diga.
—Con el sesenta.
—Claro.
—Gracias.
Bajo la atenta mirada de Olivier, Noah cogió el vaso y dio un sorbo de agua.
Olivier advirtió que le temblaban ligeramente las manos. No podía negar que
aquello no le gustase.
Noah tosió al oír aquello. El corazón se le paró de golpe. Tuvo que ponerse
la mano en la boca para no escupir sobre Olivier el sorbo de agua que estaba
bebiendo.
—Lo siento —se disculpó, al tiempo que se limpiaba las gotas que le
escurrían por la barbilla—. ¿Lo…? ¿Lo está diciendo en serio? —balbuceó perpleja.
Mientras Olivier hablaba, Noah pensó que tenía que mantener la distancia
profesional y personal con él. No le iba a permitir que se le acercara. Involucrarse
emocionalmente en cualquiera de sus acepciones solo la llevaría al desastre.
CAPÍTULO 36
—Ya le he dicho que me gusta defender mis ideas, sobre todo si son buenas.
Olivier sonrió.
—Eso significa que debatiremos las ideas como dos buenos profesionales y
que haremos lo más beneficioso para el negocio —respondió Olivier. Su voz
sonaba condescendiente, y Noah supo que, en cierta manera, aceptaba sus
condiciones—. Aunque no voy a dejar que se salga demasiado con la suya —
añadió después en broma.
—Me alegro de que hayamos llegado a un acuerdo —dijo Noah con una
sonrisa en los labios.
—Yo también —repuso Olivier, sin apartar los ojos de ella. Algo se lo
impedía.
Repasó las suaves facciones que componían su rostro ovalado. Sus pómulos
altos, sus mejillas sonrojadas, su mirada azul, su boca pequeña…
—Es tarde, tengo que irme —dijo Noah, bajando la mano y rompiendo el
contacto entre ambos. Olivier volvió a la realidad. Tenía la polla dura.
—Oh, no, no. No es necesario, pediré un taxi —se adelantó a decir mientras
cogía el bolso, recostado en la silla.
Olivier rodeó la mesa y salió a su encuentro.
—Señorita Winter, otra cosa que debe aprender es que no me gusta que me
lleven la contraria —le informó en tono serio.
Cuando salían del despacho, apareció Helen vestida con un ajustado traje
de chaqueta y una falda de tubo negra.
—Voy a llevar a la señorita Winter, Helen. Así que le diré a Jake que te lleve
a casa —le indicó Olivier a su hermana.
Carraspeó nerviosa.
—Me iré con Jake, no hay problema —dijo Helen de buen humor.
A Noah solo le hizo falta ese encuentro para saber que Helen no se parecía
en nada a Olivier. Ella era amable, cordial y natural. Una actitud alejada de la
impostura, la arrogancia y la descortesía de su hermano. Aunque su parecido físico
era evidente, pese a que ella no lo había visto en un primer momento.
CAPÍTULO 37
—Cuatro meses, pero apenas salgo. Mi vida social no es gran cosa. Me paso
el día trabajando en la tienda o haciendo los diseños de ropa que luego voy a
confeccionar. Así que se puede decir que sí es la primera vez que veo Nueva York.
Rápidamente descolgó.
—Hola, Todd —lo saludó.
—Dime…
Colgó y se volvió hacia Olivier, que miraba a la carretera con gesto serio.
Sus rasgos se habían endurecido.
Noah ignoraba por qué le estaba dando explicaciones a Olivier, pero se las
estaba dando. Quizá solo fuera para romper el hermético silencio que mantenía.
La llamada que había realizado Todd a Noah lo había irritado, pero volvía a
tener el control de la situación. Se relajó.
—Señor Brooks, no tiene que molestarse. Tendrá muchas cosas que hacer
y… —se adelantó a decir nerviosa.
Olivier volvió el rostro hacia ella y se llevó el dedo índice a los labios.
Noah miró hacia su derecha. El parque urbano más famoso del mundo se
extendía en forma rectangular a lo largo de centenares de metros como un
gigantesco pulmón verde. Tras los muros de árboles podían vislumbrarse los
senderos de tierra que serpenteaban por el suelo de césped y el reflejo de los altos
edificios en el agua sosegado de los lagos.
—Es más grande que dos de las naciones más pequeñas del mundo —
apuntó Olivier—; es dos veces más grande que Mónaco y ocho veces más grande
que la Ciudad del Vaticano.
—¿No le aburren?
—Para nada. —Noah hizo un gesto con la mano—. Soy muy curiosa en ese
sentido. Siempre que tengo un poco de tiempo me meto en Internet y me pongo a
buscar historias…
—Sí.
—Solo en fotos.
—Señor Brooks…
—Bueno, es que…
Hubiera contestado que sí. Cada vez que entraba en la tienda se le hacía un
nudo en el estómago. Su presencia había llegado a ser en algunas ocasiones
insoportable, como un hueso de pollo atascado en la garganta. Pero en esos
momentos no era cierto que le molestara. Más bien todo lo contrario… Se sentía
extrañamente cómoda con él, aunque aquella sensación intimidante que le
generaba no parecía que fuera a remitir nunca.
Noah lo miró con una sonrisa a medio camino de los labios, y asintió.
CAPÍTULO 38
Olivier estacionó el coche en un hueco libre que había entre dos furgonetas
aparcadas en una zona de carga y descarga y se bajó de él. Noah se apeó del
vehículo un instante después imitando su acción. Ambos se encontraron en el
sendero de tierra que salía a sus pies después de bajar un par de escalones de
piedra.
—¿Así que es una chica de pueblo? —dijo Olivier mientras caminaban por
el camino de tierra.
—¿De dónde?
—Pruebe.
Noah hizo una mueca con la boca. ¿Por qué narices Olivier Brooks le
preguntaba eso? ¿Por qué quería saber un dato como ese?
—¿Por qué quiere saberlo? —le preguntó, mirándolo con expresión astuta.
Olivier introdujo las manos en los bolsillos del pantalón y siguió andando.
—Cumplir mi sueño. —Noah fue tajante. Siempre lo era con respecto a sus
sueños. Tenía muy claro lo que quería—. Si quiero ser alguien en el mundo de la
moda, tenía que venirme a una de sus capitales.
—¿Te gusta?
Noah se balanceó sobre los talones. Tenía los pies clavados frente aquel
pequeño castillo encantado.
Sacudió la cabeza.
—¿A quién no? —dijo inocente, al tiempo que se le iluminaban los ojos.
Suspiró. Pensar que Olivier Brooks tenía en sus manos aquella posibilidad
le provocó un escalofrío. Disimuladamente se acarició los brazos para aliviar la
sensación.
Olivier mantuvo silencio y cambió de carril para continuar con el tour por la
ciudad.
CAPÍTULO 39
Noah estaba pegada a la ventanilla. Nueva York pasaba por delante de sus
ojos y ella la contemplaba en silencio, embelesada, como si fuera una película.
Olivier no decía nada, simplemente la dejaba disfrutar de la ciudad.
—Es magnífica… —dijo Noah mientras bordeaban el East River por FDR
Drive.
Noah vaciló unos instantes. ¿A qué venía tanta amabilidad? ¿Qué pretendía
Olivier Brooks con su cortesía?
Noah notó que las mejillas se le llenaban de rubor. Tragó saliva. La voz de
Olivier había adquirido una entonación aterciopelada que producía escalofríos.
—No sé muy bien por qué está haciendo todo esto… —dijo de repente, sin
poder contenerse. —Quizá no debería haber dicho eso, quizá se debería haber
callado, pero era lo que pensaba.
—Creo que le está dando importancia a algo que no lo tiene —apuntó, con
el rostro desprovisto de cualquier emoción y cierta burla en la voz.
De todas las respuestas que Olivier le podía dar, esa es la única que no se
hubiera esperado. ¿Que le estaba dando importancia a algo que no lo tenía? ¿Eso es
lo que había dicho? ¿Había oído bien?
Olivier estaba dando a entender que era una bobalicona que se ilusionaba
con cualquier cosa, que estaba viendo fantasmas donde no los había, o
construyendo castillos en el aire. ¿Por qué era tan arrogante? ¿Tan estúpido? ¿Por
qué tenía que quedar constantemente por encima? ¿Por qué nunca se relajaba?
¿Por qué parecía que siempre estaba a la defensiva? ¿Como si el mundo estuviera
en su contra?
—Es posible —dijo en el tono más aséptico que pudo, tratando de no dejar
entrever su malestar. Guardó silencio unos instantes. Por nada del mundo iba a
dejar que viera lo desconcertada que estaba por su actitud—. Se está haciendo
tarde —agregó monocorde, aunque ni siquiera había mirado la hora.
«Me tenía que haber cogido un taxi y haberme ido directamente a casa», se
reprendió para sus adentros mientras mantenía la cabeza vuelta hacia la ventanilla,
ignorando a Olivier y al mundo.
—Eres una estúpida, Noah. Una completa estúpida —se dijo enfadada,
nada más de entrar en el piso.
—¿Qué cojones le pasa a ese hombre? ¿De qué va? ¿De qué coño va? —se
preguntó, totalmente descolocada.
Durante un segundo pensó que haber aceptado su oferta para que formara
parte de su negocio había sido otra metedura de pata. Presentía que Olivier Brooks
le iba a traer muchos quebraderos de cabeza. Muchos.
Pero lo peor no era eso, lo peor es que perdía el control de las situaciones
cuando estaba con él. Ni siquiera podía controlar las reacciones de su cuerpo. Eso
la enfadaba y la asustaba al mismo tiempo. No podía negar que era
tremendamente atractivo y cuando la miraba fijamente hacía que se le encogiesen
las tripas.
—¿Te gusta Olivier Brooks? —le preguntó Todd a Noah sin dar rodeos,
cuando le contó que la había llevado a ver Nueva York.
—Me negué, le dije que no hacía falta, que me cogería un taxi, pero insistió.
No sabes lo persistente que es.
—Sí, desde hace cuatro meses y medio —repitió Todd—, pero para mí es
como si fueras… —se detuvo unos segundos, luchando entre la cabeza y el
corazón—… una amiga de toda la vida —dijo finalmente.
—Y yo a ti —dijo.
—Lo que quiero decir es que ese hombre solo te traería problemas. Te haría
daño —apuntó.
Y pese a todo, esas palabras se las decía más a ella misma que a Todd.
—Los hombres como él no aman a las mujeres. Solo las usan para satisfacer
sus necesidades y después las tiran. Lo único que les preocupa es su trabajo y a lo
único que aman es al dinero. Nueva York está lleno de ellos.
Noah volvió el rostro hacia Todd, pensativa. No podía negar que Todd
tenía razón. Olivier Brooks era un hombre peligroso, más incluso de lo que podía
imaginar. Además de arrogante y despiadado. Ella lo sabía bien. Era por él y por
su falta de misericordia que se había convertido en una especie de empleada suya.
Y tampoco ignoraba que los hombres como Olivier Brooks tomaban a quien
querían, poseían a su gusto, utilizaban para darse placer y tiraban como un simple
pañuelo de papel. De todas formas, no era su tipo y estaba totalmente fuera de su
alcance.
—¿Olivier Brooks?
—Sí.
—Y tanto. ¿Tú sabes lo que cuesta una valla publicitaria en Times Square?
Ojalá él pudiera poner una valla publicitaria en Times Square con la firma
de ropa de Noah, solo por ver la cara de admiración que había mostrado cuando se
lo estaba contando.
CAPÍTULO 42
—¡Joder! —masculló.
—Es una tienda, la gente entra sin avisar. ¿O tiene timbre y no lo he visto?
—se burló Olivier.
—¿Todavía está molesta por el comentario del otro día? —le preguntó.
Noah hubiera puesto los ojos en blanco, pero hubiera sido un gesto
demasiado revelador.
—¿Por qué tengo que hacer las maletas? —preguntó, con la intención de
cambiar de tema, obviando su comentario.
—La misma —confirmó Olivier con voz sosegada—. Ha visto sus diseños
y…
—Sí, sí, estoy bien. Siento haberla asustado, señora Quinn —se disculpó
Noah.
—¿Lo está diciendo en serio? ¿No es una broma? Porque si es una broma no
tiene ninguna gracia —dijo Noah con incredulidad.
—¿Acaso me estoy riendo? —dijo Olivier—. Nunca bromearía con algo así,
señorita Winter. El trabajo y los negocios es algo que me tomo muy en serio —
señaló.
Olivier sacó las manos de los bolsillos y se adelantó un par de pasos. Una
expresión arrogante reverberó en su rostro de facciones varoniles.
—Si, ya, bueno… —balbuceó Noah, nerviosa por el poder que poseía
Olivier.
En ese instante salió la señora Quinn del probador.
—¿Que si me gusta? Esta joyita tiene que ser mía —atajó ella,
entusiasmada—. Por favor, no le vendas a nadie un modelo igual, quiero ser la
única que lo luzca —le suplicó.
—No lo haré, no se preocupe. Ya sabe que trato de que mis diseños sean
exclusivos.
Noah sentía sus intensos ojos clavados en ella, como si fueran dos ascuas.
Involuntariamente, le lanzó una mirada furtiva por encima del hombro de la
señora Quinn. Olivier se cruzó de brazos y le sostuvo la mirada.
—Adiós, querida.
Noah supo que aquel comentario lo había hecho por las condiciones que
ella le había puesto para aceptar su oferta. Sobre todo, por la que decía que ella
tendría la última palabra en la toma de decisiones. Pero solo una idiota pondría
objeciones.
Noah carraspeó.
Durante unos segundos se sintió como una tonta. ¿Cómo se le había pasado
por la cabeza que Olivier Brooks viajaría a Malibú —o donde fuera—, en un avión
comercial como cualquier mortal? ¿Esperando en la cola para pasar por los
interminables controles de seguridad y respirando el mismo aire que el resto de los
pasajeros? Era ridículo.
—¿La acerco a casa? —se ofreció, al ver que era la hora de cierre.
Noah abrió la boca para responder, pero en esos momentos Todd entró en
la tienda.
—¿Te acerco a casa? Hoy he traído el coche —preguntó, sin reparar en que
Olivier Brooks estaba allí—. Buenos días —lo saludó después, pero él no le
devolvió el saludo.
—Que tengan un buen día —dijo seco, sin mover un solo músculo de la
cara.
—Señor Brooks… —lo llamó Noah. Olivier se giró en el umbral, justo antes
de salir—. Gracias —le agradeció.
—Veo que sigue siendo tan desagradable como siempre —comentó Todd—.
¿Qué puta mosca le ha picado?
—El viernes me voy a Malibú —dijo Noah. Todd abrió los ojos—. Le ha
enseñado mis diseños a la directora de moda de la revista Elle y le han gustado lo
suficiente para querer hacer un reportaje sobre mi firma en las páginas interiores.
—Sí, puede que sí, pero no lo hubiera logrado tan pronto —apostilló Noah
con sentido común.
Olivier conducía por las calles de Nueva York aferrado al volante forrado
de cuero como si el coche fuera a precipitarse por un abismo de un momento a
otro. ¿Por qué ese tal Todd siempre estaba ahí, en medio, como una puñetera
mosca cojonera? ¿Por qué Noah lo había elegido a él para que la llevara a casa?
Tenía las ofertas de ambos, pero había aceptado la de Todd.
Apretó los dedos contra el volante hasta que los nudillos se le pusieron
blancos.
—No me cae bien, Todd. Nada bien. Y no me gusta que esté tan cerca de
Noah —masculló pausadamente, reflejando una incipiente rabia en sus palabras—.
Y es hora de actuar…
—Una hora —repitió, sin que su tono de voz dejara lugar a réplicas.
—Todd, ¿qué te ocurre? —le preguntó, al ver la extraña expresión que había
dibujada en su rostro.
—Ninguno.
—¿De qué coño va la gente? —lanzó al aire Todd. Su voz sonaba impotente.
—Eso parece…
Noah puso las manos sobre los hombros de Todd en actitud fraternal.
Todd resopló.
—Y a mí. Tú has sido mi ángel de la guarda estos meses que llevo en Nueva
York. No sé qué hubiera hecho sin ti.
Todd esbozó una débil sonrisa. Noah apretó con más fuerza sus manos.
—No puedo permitir que tenga el más mínimo control sobre mí, señorita
Winter —masculló para sí mientras miraba a través de los ventanales.
Había utilizado todo su poder y todas sus artimañas para llevarla justo
donde quería tenerla, y en ese punto no podía quejarse de que no hubiese
funcionado. Había sido listo, porque le había ofrecido en bandeja de plata el
principio de su sueño.
Tal y como pensaba, era Helen, que segundos después abrió la puerta y
entró.
—Voy a estar fuera todo el fin de semana y yo no podré asistir —le explicó
Olivier.
—No sabía que tenías que viajar. No está en tu agenda —apuntó Helen.
Olivier dejó los papeles a un lado y alzó la vista hacia ella. Sabía que su
hermana no se daría por vencida tan fácilmente.
—No tiene nada que ver con la empresa, sino con uno de los negocios que
adquirí con la OPA de ABank.
—Y era así, pero finalmente decidí quedarme con una tienda de ropa.
—¿En Malibú?
—Sí.
—Está bien, ya no cotilleo más —dijo en tono distendido—. Pero que conste
que sé que hay algo raro en todo esto —añadió, mientras se levantaba del asiento—
. No es normal que hagas lo que estás haciendo.
—¿Qué?
Helen echó a andar sin esperar la réplica que seguro le iba a dar Olivier y se
marchó.
—Que solo sean dos minutos —señaló con mal humor—. La espero en el
coche.
Olivier se giró y salió de la tienda con cara de pocos amigos. Noah se dio
cuenta de que Todd no le caía muy bien, aunque no sabía el motivo. De todas
formas, ¿había alguien que le cayera bien a Olivier Brooks?
—Vale.
—Sí, será lo mejor, sino me echará una bronca —bromeó Noah—. Hasta el
lunes —se despidió, regalándole una sonrisa a Todd.
—Hasta el lunes —dijo él con voz apagada. Por alguna extraña razón que
no lograba comprender, tuvo la sensación de que aquella despedida era, de algún
modo, definitiva, y no solo porque no fuera a verla cada mañana como llevaba
haciendo los últimos cinco meses.
Olivier sonrió para sí con malicia. No podía negar que era obstinada. Muy
obstinada. Si supiera cómo le excitaba su obstinación, cómo se le endurecía la
polla, y las cosas escandalosas que se le pasaban por la cabeza que le haría, quizá
se mostraría más dócil. Pero todavía no había existido persona sobre la faz de la
Tierra a la que él no pudiera doblegar.
—Sí —respondió.
Noah sonrió. Sus dientes perfectamente alienados aparecieron tras los labios
rosados.
—Si la suerte se resiste, entonces hay que actuar. El éxito es para quienes
hacen que las cosas ocurran.
—Supongo que eso es muy fácil de decir cuando tienes todo el dinero del
mundo.
—Estoy acostumbrado a lidiar con los prejuicios que hay contra los ricos.
No es ninguna novedad para mí —anotó Olivier con voz sosegada—. Lo que
ignora la gente en muchos casos es por qué somos ricos… y lo que hay detrás de
nuestra historia.
—¿Usted por qué es rico, señor Brooks? —se atrevió a preguntarle Noah.
Eso había provocado que se despertara en más de una ocasión con la polla
dura como una piedra y el cuerpo dolorido, frustrado por no tenerla y porque todo
fuera fruto de su puta imaginación, que lo torturaba incansablemente.
Volvió a mirar a Noah. El deseo que sentía por ella era tan fuerte que le
resultaba molesto.
—Tengo que ser capaz de manejar los tiempos a mi antojo, de manejar las
situaciones…
—Señor Brooks, ¿desea tomar algo? —le preguntó un azafato de los que
formaban parte de la tripulación del avión.
Al oír la voz, Noah abrió los ojos. El chico, de pelo rubio ceniza, ojos grises,
espaldas anchas y estatura media, dirigió una mirada de disculpa hacia ella.
—No, gracias.
—Nada.
El azafato asintió.
Cuando el chico desapareció tras la puerta que había al final del pasillo,
Noah reparó en que estaba arropada con la chaqueta de Olivier. El tejido
desprendía un sutil aroma a sándalo.
Abrió los ojos con asombro, aunque trató de que la expresión del rostro no
la delatara.
—Aquí va a deleitarse con algunas de las vistas más majestuosas del mundo
—comentó Olivier.
A esas horas, el sol se ponía sobre la línea azul del horizonte en uno de los
ocasos más bellos que sin duda Noah había visto en su vida. En ese momento del
final del día el mar era una suave balsa anaranjada, cuyo reflejo teñía a su vez las
nubes de una tonalidad ámbar, haciendo que el cielo pareciera un caramelo
gigante.
—¿Le gusta la habitación que he elegido para usted? —Noah se giró al oír la
voz profunda de Olivier a su espalda, que había entrado porque la puerta estaba
abierta de par en par.
—Sí, es preciosa.
Y eran maravillosas.
Olivier avanzó con pasos pausados hasta llegar a su lado. Miró por las
cristaleras. En ese instante estaba viendo Malibú a través de la mirada de Noah.
Una mirada que se encontraba fascinada, y que no le importaba en absoluto que se
le notase que estaba encantada. Sin disimulos, sin engaños, sin tretas.
«Pero ¿qué diablos me pasa? —se preguntó—. Voy a tener que hacérmelo
mirar, porque esto no es normal».
—Voy a darme una ducha. Estoy cansada del viaje —dijo, con la esperanza
de que aquello le ayudase a cortar la conversación. Era peligroso continuar con
ella.
Olivier asintió levemente con la cabeza, se dio media vuelta y con el sonido
cadencioso que hacían sus caros zapatos contra el suelo enfiló los pasos hacia la
puerta. En cuanto salió de la habitación, Noah abrió la boca y soltó el aire que
había estado reteniendo en los pulmones.
Algo le decía que iba a ser un fin de semana muy largo… e inolvidable.
CAPÍTULO 49
Bajo la atenta mirada de Noah, que lo observaba todo como una niña que ve
el mundo por primera vez, las modelos posaban individualmente con varios
vestidos de fiesta. El contraste de la playa y otros escenarios formados por rocas,
con la elegancia, el brillo y el glamur de los vestidos, era fascinante. Noah no dudó
en ningún momento de que su colección estaba en las mejores manos.
La gente iba de un lado para otro con pasos resueltos para que todo saliera
como tenía que salir.
—¿Y el escenario?
—Es perfecto. El contraste de las rocas oscuras con el color rosa del vestido
es un deleite para los ojos —respondió—. Va a quedar genial.
Hizo una señal con la mano al resto del equipo y al fotógrafo para continuar
con la sesión.
Al final de la tarde todos sudaban por culpa del calor y de las intensas horas
de trabajo que llevaban a las espaldas. Todos, menos Olivier, que se mantenía
imperturbable controlándolo todo desde una distancia prudente.
Al llegar a la zona donde estaba teniendo lugar aquella sesión, se había
encontrado a Noah de espaldas, pendiente de cada uno de los disparos que salían
de la cámara de Leonard Lamar. Su imagen desde atrás era tan sexy como de
frente. El vestidito corto de color rosa palo, salpicado de flores de diferentes
tonalidades y superpuesto a una capa transparente que cubría las mangas, se le
ceñía a la cintura de un modo tentador y dejaba ver sus esbeltas piernas.
De mala gana, Olivier apartó los ojos de Noah para fijarse en Berta.
—Sí, la verdad es que está como una niña con zapatos nuevos. No he visto a
nadie tan ilusionado por un reportaje como a ella.
—Me alegro —dijo Berta, que también era la encargada de que Olivier
Brooks estuviera conforme con el trabajo—. Voy a volver a la tarea —añadió.
Olivier asintió.
—Señor Brooks… Hola —contestó Noah, volviendo el rostro hacia él—. Sí,
todo está siendo perfecto. Además, en todo momento están teniendo en cuenta mi
opinión.
—No, no, todo está bien —se adelantó a decir Noah—. El equipo es
fantásti…
—¿Qué?
—No lo sé… —titubeó con voz débil—. Hay mucho trabajo que hacer y las
horas se me han pasado volando…
Olivier se detuvo en seco y se giró hacia ella con brusquedad. Sus ojos se
clavaron fulminantes en el rostro de Noah.
Noah tragó saliva con dificultad al ver la expresión grave que mostraba su
cara.
—No —negó.
Olivier rodeó la mesa y se sentó frente a ella. Durante un rato la escrutó con
la mirada.
Noah alzó la cabeza hacia él. Los colores iridiscentes del atardecer se
reflejaban en sus profundos ojos oscuros.
—Supongo que con eso quiere decirme que es capaz de cuidar de sí misma,
pero no lo parece, la verdad —se mofó Olivier.
Olivier bajó la mirada hasta la carta e intentó concentrarse en otra cosa que
no fuese la forma en que el sol del atardecer iluminaba a Noah, haciéndola parecer
un ángel.
«Pero ¿qué cojones…? ¿Cómo…? ¿Este hombre tiene capacidad para leer el
pensamiento, es adivino o qué?», se preguntó en silencio.
Olivier le lanzó una última mirada y sonrió para sí al darse cuenta de que
estaba en lo cierto. Después le devolvió la atención a la carta.
—Enseguida se lo traigo.
¿Por qué Olivier la estaba mirando de ese modo? ¿Por qué? Ella no se
consideraba una persona tan interesante para ser el centro de atención de Olivier
Brooks.
Olivier sonrió al verla tan frustrada consigo misma por quererse explicar a
toda costa y no poder.
—No tengo ninguna razón para ponerme nerviosa —afirmó Noah, aunque
en realidad tenía muchos motivos, demasiados, quizá, pero no se los iba a confesar.
Antes se cortaba la lengua.
—Desde que hemos llegado a Malibú no ha hecho otra cosa que evitarme —
refutó Olivier.
Noah carraspeó. ¿Por qué le divertía tanto ponerla contra las cuerdas?
Llevarla siempre un poquito más allá. No era más que un puto sádico que
disfrutaba intimidando y haciendo sentir incómoda a la gente.
Abrió la boca para responderle, pero apareció el camarero con una bandeja.
Noah agradeció enormemente la interrupción.
Alzó los ojos hacia Olivier para ver su reacción. Él atrapó su preciosa
mirada azul con la suya. Durante unos segundos ella fue incapaz de apartar la
vista de él. Notó un suave y cálido cosquilleo en el estómago. Intimidada, bajó la
cabeza y se concentró en el plato.
La terraza del restaurante era amplia, sin embargo, la tenue luz del sol que
comenzaba ya a morir y las lámparas que había en las esquinas del recinto le
daban un aire íntimo y seductor. Todas las mesas estaban ocupadas a pesar de que
aún era temprano.
—Veo que tiene apetito —dijo Olivier con suspicacia mientras Noah se
preparaba, cuchillo y tenedor en mano, para empezar a atacar con inminente gula
el salpicón de bogavante que se había pedido.
—Es que todo está riquísimo —respondió ella, con la boca hecha agua.
Olivier la miraba con expresión divertida en el rostro. Tuvo que apretar los
labios para no romper a reír en carcajadas.
—Es mejor que beba vino —le aconsejó Olivier, alargando el brazo y
ofreciéndole su copa.
—La verdad es que sí que lo pone —apuntó Olivier con media sonrisa en la
boca.
—¿En serio?
Olivier asintió con la cabeza un par de veces. Noah cogió una de las cartas
que descansaba en una esquina de la mesa y lo consultó.
Noah se destapó la cara. Cuando alzó la mirada, él esbozó una tibia sonrisa
llena de sinceridad.
—Hay muy poca gente que sepa diferenciarse del resto —continuó
hablando Olivier, al tiempo que se llenaba de nuevo la copa de vino.
—Creo que la próxima vez me limitaré a pedir una ensalada de pasta —dijo
Noah con una sonrisa en los labios.
CAPÍTULO 52
Road de Katy Perry comenzó a sonar en el móvil de Noah. Cogió el bolso del
respaldo de la silla, lo abrió, metió la mano en él, y sacó el teléfono del fondo.
—Gracias… Gracias por la cena, señor Brooks —le agradeció antes de coger
la llamada mientras se colgaba el bolso en el hombro.
Olivier asintió en silencio sin cambiar la expresión del rostro. Maldijo por
dentro la inoportuna llamada de la señora Winter. Le había venido perfecta a Noah
para salir huyendo de él, como siempre.
—¿Qué tal, hija? ¿Qué tal en Malibú? —le preguntó su madre a Noah.
—Cuéntamelo todo con detalle —le pidió Emilie, como se llamaba la madre
de Noah, que estaba tan entusiasmada como su hija.
—Hemos estado todo el día trabajando. Desde antes del amanecer, para
captar todas las tonalidades de luz —comenzó a relatarle Noah a la carrerilla—. El
equipo es maravilloso, mamá. Tienen mi opinión en cuenta en todo momento. Me
preguntan por el escenario, las modelos… ¿Sabes quién es el fotógrafo? —dijo sin
poder contener la emoción.
—¿Quién?
—Es uno de los mejores fotógrafos del país. El mejor, diría yo —explicó
Noah—. Y está haciendo las fotos para mi reportaje. ¡Para mi reportaje, mamá! ¿Te
lo puedes creer?
Noah puso los ojos en blanco. Las madres tenían que hacer siempre de
madres.
—Sí, ya he cenado.
—Está bien. Ya sabes cómo es… —respondió Emilie—. Siempre liado con
sus cosas... Ahora no sé qué está haciendo con unas tablas de madera que le ha
pedido al carpintero.
—Al final vamos a tener que salirnos de casa para dar cabida a todo lo que
hace —apuntó Emilie.
—Lo haré.
—¿Todo bien en su casa? —La voz de Olivier sonó como un trueno detrás
de ella.
Noah intentó no cambiar la expresión del rostro. Sonrió, para quitarle hierro
a la pregunta, pero el resultado no fue muy convincente.
Olivier se inclinó aún más hacia ella hasta que la nariz rozó su mejilla.
Y eso le gustó. Le gustó mucho, por el control que ejercía sobre ella.
Sonrió maliciosamente para sí.
Lentamente, acercó sus labios a los de Noah y respiró sobre ellos. Noah
notó que el mundo desapareció a su alrededor. Solo era consciente de la existencia
de Olivier Brooks, que la quemaba con su mirada de ojos profundos.
Olivier continuó.
Noah tenía en esos momentos las mejillas ardiendo, los labios secos, y el
calor de los cuerpos le resultaba insoportable.
—Sí quiere que pare, niéguemelo. Es tan fácil como eso —dijo Olivier.
—Si quiere que la folle, pídamelo, señorita Winter. Pídamelo «por favor», y
lo haré —dijo Olivier en tono ronco y sugestivo, recorriendo el borde de sus labios
con el pulgar.
¿Cómo podía ser Olivier Brooks tan cretino? Cometía tantos pecados que
tenía ganado el infierno.
Noah no dijo nada. Sabía que Olivier estaba en lo cierto. No había dicho una
verdad tan grande en toda su vida.
Y lo odiaba por tener razón. ¡Lo odiaba!
Ansiosa por alejarse de Olivier, Noah corrió como perseguida por las Furias
hasta llegar a su habitación. Introdujo la tarjeta-llave en la ranura con dedos
trémulos y a duras penas abrió la puerta. La cerró rápidamente y apoyó la espalda
en la madera maciza.
Entonces cerró los ojos un momento y soltó el aire que había estado
reteniendo en la garganta.
Le temblaba todo el cuerpo, desde los pies hasta el último pelo de la cabeza.
Tenía las mejillas ardiendo y el corazón amenazaba peligrosamente con salírsele
por la boca.
—Respira, Noah. Respira… —se dijo a sí misma, al sentir que los pulmones
le quemaban como si el aire fuera fuego.
No lo sabía. No tenía ni idea de qué pasaba con ella. Solo sabía que
desaparecía por completo para convertirse en una persona insegura, vulnerable y
miedosa.
Necesitaba un respiro. Recordar quién era ella y, sobre todo, quién era él.
Por nada del mundo se le podía olvidar quién era él.
Sintió una enorme vergüenza ante sí misma cuando se dio cuenta de que
tenía las braguitas empapadas.
—Dios mío…
Olivier dio un último trago al whisky con hielos que tenía en la mano y dejó
el vaso sobre la mesa. Atravesó la habitación con paso determinante, alargó la
mano y abrió.
Noah apareció ante su mirada con semblante abatido. La luz del pasillo
dibujaba su silueta en el umbral.
—No sé qué hago aquí… —dijo con una timidez desbordante—. Yo iba…
iba a dar un paseo por la playa.
Y antes de que Noah pudiera reaccionar, le agarró la mano, tiró de ella hacia
dentro, cerró la puerta de un portazo y la puso contra ella de un envite. Noah
sintió la madera fría en la espalda.
Olivier la recorrió con los ojos, dejando un rastro de fuego a su paso. Inclinó
la cabeza sobre ella. Parecía que iba a besarla, pero no lo hizo. Solo suspiró en su
boca. Noah, imposible de controlar aquel deseo que le abrasaba las venas, se puso
de puntillas e intentó besarlo, pero Olivier levantó un poco la cabeza, dejando que
apenas rozara sus labios. Noah se estiró todo lo que pudo y trató de conseguir un
beso.
—Así no, señorita Winter —dijo Olivier con malicia en la voz, mirándola
con expresión desafiante—. Me lo tiene que pedir… Me tiene que pedir que la folle,
y no se le olvide el «por favor».
«¿Cómo puede ser tan cretino? —se preguntó de nuevo—. ¿Y cómo puede
ponerme tanto que lo sea?».
Abrió la boca y sus labios empezaron a verbalizar las palabras que Olivier
quería que dijera. Tuvo que ceder para no seguir prolongando más aquella agonía,
porque Olivier no iba a parar hasta que no hiciera las cosas como él quería que las
hiciera.
—Fólleme… —dijo.
La vergüenza le apagaba la voz, haciendo que hablara en un susurro.
Noah apretó los dientes y lo fulminó con la mirada, pero sus labios se
movían como si tuvieran vida propia.
—¿Qué más? —le preguntó. Al ver que Noah permanecía callada dijo—:
Venga, sea buena chica y pídamelo «por favor».
Noah cerró los ojos cuando la lengua de Olivier inició una invasión
impetuosa y apasionada. Apenas era capaz de seguir el frenético movimiento de su
boca y el baile impulsivo y delirante de sus labios. Olivier parecía estar exigiendo
con ese beso una rendición incondicional. Y ella, indefensa, le dio lo que
reclamaba. No podía hacer otra cosa; no quería hacer otra cosa.
—¿Se rinde, señorita Winter? —le preguntó a ras de la boca, sin soltarle las
manos.
—Sí, señor Brooks, me rindo —afirmó Noah, vencida por él, por la situación
y por el beso, asintiendo al mismo tiempo con la cabeza.
Sus besos eran tan devastadores como Noah se había imaginado que eran.
¡Dios! Era una locura. Aquello era una locura que tendría consecuencias
catastróficas. Estaba segura. Pero no le importó. Ya pensaría acerca de ello más
tarde. En esos momentos solo quería estar con Olivier.
Olivier metió uno de sus muslos, duro y fuerte, entre las piernas de Noah y
lo acercó a su sexo. Noah reaccionó al estímulo con un cosquilleo que le subió por
la espina dorsal.
Él sabía qué tenía que hacer para que Noah se estremeciera de la cabeza a
los pies.
Noah arqueó la espalda y gimió cuando Olivier capturó un pezón con los
labios. Luego lo hizo con el otro, mordisqueándolo con los dientes y succionándolo
con pasión. Tanto que le produjo una punzada de dolor.
—Mire cómo me tiene, señorita Winter —susurró con voz ronca—. Estoy así
casi desde la primera vez que la vi.
—¿Le gusta tenerme así? ¿Con la polla dura todo el día? —le preguntó
Olivier al oído.
Olivier apretó las mandíbulas. El sexo era también una forma de control,
una de las más poderosas, y Noah tenía la capacidad de controlarlo a través de él,
porque no podía sustraerse a la fuerte atracción que sentía por ella, aunque jamás
se lo confesaría.
A Noah le ardía la piel bajo los dedos elegantes de Olivier, que se movían
expertos por su cuerpo.
Noah asintió con la cabeza mientras su cuerpo vibraba por la excitación que
le provocaba la situación.
Olivier se estiró sobre ella, le aferró las manos y se las ató a la altura de las
muñecas al catre forjado de la cama. Noah le observaba moverse sin perder detalle.
Estaba claro que había hecho eso muchas veces antes.
Sin prisa, dejando que Noah lo mirara a gusto, se quitó el cinturón de cuero,
se bajó la cremallera del pantalón del traje y se deshizo de ellos con el mismo
movimiento sutil que un tigre.
Noah abrió mucho los ojos y tragó saliva con dificultad cuando lo tuvo
completamente desnudo frente a ella, con la erección apuntándola de forma
insolente como si fuera un dedo acusador.
—Espero que esté preparada para mí, señorita Winter —dijo, tumbándose
sobre ella, al tiempo que la fulminaba con su mirada de fuego.
Dejó escapar un jadeo gutural cuando por fin penetró a Noah. Sin embargo,
se encontró con una resistencia. Sus músculos estaban tan contraídos que no podía
ir más allá. Volvió a intentarlo, pero fue imposible. Decidió parar. Si insistía, le
haría daño.
Noah oyó por primera vez su nombre de boca de Olivier y sintió como si, al
decirlo, lo estuviera acariciando con la lengua.
Olivier le abrió las piernas para que las colocara a ambos lados de sus
costados, agarró su miembro y lo dirigió hasta su interior.
Poco a poco Olivier fue moviendo las caderas arriba y abajo, con suavidad,
mientras sus manos acariciaban su piel perfecta.
Ella apoyó los brazos a ambos lados de su cuerpo y lo miró. Olivier le cogió
el rostro entre las manos.
—Eso está mejor —indicó Olivier con una pícara sonrisa que consiguió
estremecer a Noah.
Noah bajó la cabeza y cubrió los labios de Olivier con los suyos. Él
correspondió con un beso suave pero lleno de pasión. Olivier siguió con su vaivén
delicado sin dejar de besarla. Al comprobar que su cuerpo no estaba tenso, levantó
la pelvis y profundizó la penetración hasta que por fin llegó al fondo de su sexo
húmedo.
Noah empezó a mover las caderas, buscando más contacto. Olivier le cubrió
los pechos con las manos y le acarició los pezones con delicadeza hasta que se
endurecieron.
Ya estaba preparada.
Olivier apretó los dientes, tratando de mantener el control, pero fue inútil.
Ya no pudo aguantar más. El placer se extendía por su cuerpo como un torbellino,
consumiendo cada centímetro de su ser.
Levantó las caderas un par de veces más, hundiéndose en el fondo de Noah.
Unos segundos después se precipitaba al abismo del placer. Un fuerte gemido que
llevaba consigo el nombre de Noah brotó de su boca mientras las convulsiones le
sacudían de la cabeza a los pies. Apretó a Noah con fuerza contra él. Necesitaba
sentirla, necesitaba fundirse con ella, si eso era posible.
Abrió los ojos y se encontró con los de Noah, que lo miraba con una
ingenuidad desbordante. Su color azul brillaba con luz propia, como si tuviera un
mar en su interior.
Respiró hondo.
Olivier se metió en la ducha y dio el grifo. Mientras el agua fría le caía por
la cabeza y el cuerpo, refrescándole, la imagen de Noah apareció de manera
sorpresiva en su mente. Había ocurrido algo extraño con ella. No sabía explicar
qué exactamente, pero había ocurrido algo.
Aferró el bote de gel, lo abrió, se echó un poco en las manos, hizo espuma
en ellas y se frotó el cuerpo.
Había planeado todo aquello para acostarse con Noah, para que se le
quitara aquella especie de obsesión que sentía por ella, pero no se esperaba lo que
había sucedido. Nunca había follado así, pero es que nunca había estado con una
mujer como Noah. Todas sus amantes eran mujeres experimentadas, avezadas
expertas en las artes amatorias, dispuestas a satisfacer cada una de sus exigencias
con tal de conseguir algún capricho: una carísima joya, un reloj, un vestido de alta
costura de marca… Pero con Noah había tenido que sacar un lado tierno que
ignoraba que tenía.
Se pasó las manos por el pelo y dejó que el agua arrastrara la espuma del
cuerpo.
—Buenos días. —La voz suave y somnolienta de Noah sonó al otro lado del
cuarto de baño.
Noah vio en el espejo como Olivier deslizaba los ojos por su cuerpo con
aquella mirada insondable tan característica suya, y que le provocaba que la sangre
se le acumulara en la entrepierna.
Olivier trató a toda costa de no pensar en lo sexy que estaba Noah con la
melena despeinada ligeramente y su camisa puesta, apenas tapándole los muslos,
y de mantener el control para no follársela contra la pared como un león en celo. Ni
siquiera haberse masturbado unos minutos antes le había servido de algo.
Olivier sonrió.
—Sí —dijo.
Pero no pudo.
—Si me cortas, te pondré sobre mis rodillas y te daré unos cuantos azotes.
—Me gusta ponerte nerviosa —le confesó Olivier con una nota de malicia
en la voz.
Olivier entornó los ojos y la miró con picardía bajo la espesa línea de
pestañas negras.
Agarró los glúteos de Noah con manos firmes y con un empellón la atrajo
hacia sí, pegando la pelvis a la suya. Su instinto depredador necesitaba ser
satisfecho. Pese a la tela gruesa de la toalla, Noah notó de inmediato su dura
erección.
—¿Qué voy a hacer contigo? —dijo, mirándola fijamente a los ojos—. ¿Qué
voy a hacer contigo? —repitió, como ausente, como si se lo estuviera preguntando
a sí mismo.
Noah entreabrió los labios y se los humedeció con la lengua sin darse
cuenta. Olivier lo tomó como una invitación para besarla.
Desnudos, los apretó suavemente con las manos. Noah soltó un gritó
ahogado cuando Olivier se inclinó sobre ella y atrapó un pezón con los dientes.
—Esta vez voy a asegurarme de que estás lista —susurró grave, como si lo
que fuera a hacer se tratara de un asunto de Estado.
Noah dejó caer la cabeza hacia atrás, arqueó la espalda y luchó contra las
ataduras de los cinturones dejando escapar una serie de profundos gemidos que
llenaron el cuarto de baño. Inmediatamente después, notó que su cuerpo se rompía
en mil pedazos y que cada centímetro de su ser se sacudía, liberándose de la
tensión con la oleada de espasmos que la recorría de arriba abajo.
—Sí. Oh, sí, Olivier… Sí… —gimió, abandonándose al más absoluto placer.
Enderezó la figura hasta ponerse en pie y buscó la boca de Noah. Sus labios,
humedecidos por su esencia, cubrieron los de ella, que suspiró vencida.
—Sabes tan bien. Tan bien… —afirmó Olivier—. Me hubiera quedado todo
el día comiéndote el coño —añadió con voz áspera y ronca a la vez.
Olivier aferró sus piernas y la atrajo hacia sí. Noah sintió su erección contra
el muslo. Olivier quería entrar en ella ya, pero había una cosa que necesitaba oír
antes de abandonarse al placer.
—Por favor, fóllame. Fóllame, Olivier… —suplicó Noah casi con un sollozo.
—Dime que me deseas, que me quieres dentro de ti, que necesitas que te
folle —exigió a Noah con voz dura.
Noah no sabía por qué Olivier necesitaba que le dijera aquello. Ignoraba si
era parte del juego o había algo más profundo, más oscuro, pero no se hizo de
rogar. Estaba fuera de control, y lo único que quería era que él acabara con aquella
agonía.
—Dios, Noah, estás tan húmeda, tan cálida… —jadeó Olivier—. Qué bien se
está dentro de ti.
¿Qué le pasaba con ese hombre? ¿Por qué la excitaba tanto? ¿Por qué le
revolucionaba las hormonas con solo una mirada? El placer que le hacía sentir no
era terrenal.
Olivier alzó la vista por encima del hombro de Noah y observó la imagen
que se desarrollaba ante sus ojos a través del espejo. Era así como quería tener a la
señorita Winter. Dominada por él, sometida a sus caprichos, a su merced…
Sonrió para sí mientras seguía hundiéndose en ella una y otra vez con
fuerza. Sus caderas ganaron velocidad, introduciéndose más y más dentro. La
sensación era increíble.
—¡Olivier! —gritó.
—Eso es, Noah. Córrete otra vez—susurró en tono grave casi sin aliento—.
Quiero ver cómo te corres…
—¿Estás bien? —le preguntó Olivier, mirándola a los ojos sin dejar de
masajear sus manos.
—Sí, estoy bien, Olivier —respondió Noah con dulzura—. Será mejor que
me duche, si no, no llegaré a tiempo a la sesión de fotos que van a hacer hoy —dijo,
rompiendo el silencio que había ocupado el cuarto de baño—. Voy a por mi
vestido.
Olivier se limitó a asentir sin decir nada. Se apartó a un lado y dejó que
bajara de la encimera. Noah se arrebujó la camisa de Olivier sobre el torso para
cubrirse los pechos y se deslizó hasta el suelo.
No podía dejar que aquello fuera por esos derroteros. No podía perder el
control. Él siempre estaba alerta, atento; nunca perdía de vista su objetivo. Era lo
que lo definía.
Giró el rostro y miró hacia la modelo que Leonard Lamar fotografiaba sin
parar, pero no la veía, su mente seguía dando vueltas a lo que había sucedido con
Olivier. Nunca se habría imaginado que algo como lo que había ocurrido pudiera
llegar a pasar entre ellos. Menos teniendo en cuenta el modo en que se habían
conocido. No se había olvidado de la arrogancia y la suficiencia con la que Olivier
había entrado en la tienda el día que fue a anunciarle que él era el nuevo dueño.
—¿En qué estás pensando? Hoy andas en las nubes —bromeó ella.
Noah bajó la mirada hacia el Ipad que sostenía en las manos Berta.
—Dios mío… —murmuró, abriendo mucho los ojos y llevándose las manos
al pecho—. Estas fotos son preciosas, Berta —comentó asombrada.
—¿Te gustan?
—Sí, por supuesto que sí. Son mucho más bonitas y expresivas que las que
se han hecho en el paseo marítimo.
—Pues no se hable más —atajó Berta—. Nos quedamos con las de la playa.
Lo había dicho en tono serio, pero Noah había advertido un viso de juego
en su voz.
—Está bien, señor Brooks —había respondido ella con media sonrisilla en
los labios antes de abrir la puerta y abandonar la habitación.
Le devolvió la atención al Ipad y comenzó a pasar las fotos una a una con el
dedo para elegir las que más le gustaban.
Olivier mantenía una expresión neutra en el rostro, pero eso no impidió que
Noah sintiera que se le encendía la sangre como si tuviera fuegos artificiales dentro
de las venas. ¿Cómo podía excitarla tanto solo con su mera presencia?
Sus ojos oscuros devoraban el cuerpo de Noah como si quisiera follarla allí
mismo. Ella carraspeó nerviosa. Notó como se ruborizaba hasta la raíz del pelo.
Olivier se inclinó de nuevo sobre ella.
Olivier asintió.
Noah echó a andar y se acercó a Berta.
—He creado un álbum con las fotos que he seleccionado —le explicó.
Noah bajó la cabeza antes de que Berta viera que se había puesto roja.
Condujo a Noah a través del comedor con la mano apoyada en la parte baja
de la espalda. Aquel gesto le resultaba a ella protector a la par que sensual.
La estancia a la que los llevó el metre era un lugar íntimo y sofisticado, con
paredes de ladrillo cara vista de color blanco satinado y elegantes asientos de cuero
negro. La mesa, situada en el centro, era muy amplia pese a que estaba dispuesta
para dos comensales. Estaba iluminada por varias velas de color plateado y
decorada con una orquídea rosa de tallo largo que descansaba en un búcaro de
cristal.
Mientras esperaban que les trajeran los platos que habían pedido, Olivier
sirvió un poco de vino tinto en las respectivas copas.
—¿Por qué?
Noah no dudó ni por un momento que así sería. Olivier Brooks era una de
las personas más poderosas que conocía.
—Supongo que son las ventajas que tiene ser tan asquerosamente rico —
dijo, como un pensamiento en alto.
—No lo sabes bien, aunque ser tan asquerosamente rico también tiene sus
inconvenientes.
Alargó el brazo, cogió su copa y se la acercó a los labios. Fue en ese instante
cuando Olivier reparó en las marcas rosadas que atenuaban sus muñecas. Dejó que
Noah apoyara la copa de nuevo en la mesa y le cogió la mano.
Olivier pasó el dedo pulgar por las huellas que había dejado el cinturón del
albornoz en su piel. Noah lo miraba con suma atención.
—¿Te duele? —le preguntó.
CAPÍTULO 63
—No —negó ella. —Olivier observó de nuevo las marcas—. Tengo la piel
un poco más sensible, pero nada más —quiso dejarle claro.
—Sí.
—Te estoy diciendo la verdad. Me gusta —se apresuró a decir Noah, sin
dudar—. Es… excitante —añadió en tono confidencial.
Y no mentía.
—Aquí tienen lo que han pedido —continuó, mientras dejaba los platos
sobre la mesa—. Que les aproveche, señor Brooks —les deseó, aunque se había
dirigido solamente a Olivier.
Enfiló los pasos hacia la puerta y finalmente salió del reservado. Noah puso
los ojos en blanco.
—¿A quién sino? Estaba coqueteando contigo sin importarle siquiera que yo
estuviera aquí. «Señor Brooks, bienvenido», «Aquí tienen lo que han pedido, señor
Brooks», «Que les aproveche, señor Brooks» —se burló, imitando la voz cantarina
de la camarera y haciendo muecas con la boca.
—Si usted lo dice, señor Brooks —dijo Noah, usando un tono irónico. Era
evidente que Olivier sabía qué efecto tenía en las mujeres.
Olivier no pudo evitar soltar una carcajada. Noah lo miró con extrañeza.
—Yo creo que sí que estás celosa —se reafirmó Olivier—, como el día que
viste a mi hermana en el despacho —agregó divertido, llevándose tranquilamente
el tenedor a la boca.
—Si usted lo dice, señorita Winter —dijo Olivier, utilizando la misma frase
que había utilizado ella.
Noah lo fulminó con la mirada. ¿Ya estaba de nuevo Olivier Brooks con sus
ironías? Sí, sus ojos oscuros estaban llenos de humor.
—No, me quedaré hasta mañana. Hay un asunto del que me tengo que
encargar aquí.
—Sí —afirmó Olivier—, y asegúrate de que nuestra puja sea la más alta.
Quiero ese edificio.
—Lo sé. Te llamaré en cuanto haya acabado. Hasta mañana —se despidió
Helen.
—Adiós.
Noah lo miró.
—Que no nos moleste nadie —ordenó Olivier con voz seria a la camarera
morena cuando les llevó el postre.
Ella lo miró extrañada, sin saber muy bien el significado de aquella petición,
pero no dijo nada.
—Sí.
—Sí.
—¿Qué?
—Arrodíllate —indicó.
Noah hizo lo que le pidió y se postró de rodillas frente a él. Olivier deslizó
el nudo de la corbata hasta el extremo y se la quitó.
Le cogió las muñecas y se las ató por detrás con la corbata haciendo un par
de nudos. Noah sintió una punzada de excitación al notar la suave seda sobre su
piel.
—No —verbalizó.
—Sí, así… Oh, sí, pequeña… —gimió Olivier mientras la lengua de Noah
lamía su miembro con avidez.
Olivier le pasó la mano por la nuca y empujó la cabeza de Noah hacia él.
Quería meterse más en su boca. Tanteó el hueco, despacio. No quería que se
ahogara.
¿Cómo podía Noah tener ese efecto tan devastador en él? ¿Cómo podía
llevarlo a esas cotas de placer solo por ser ella? Le habían hecho mil mamadas a lo
largo de su vida, pero ninguna como aquella.
—Eso es… córrete. Córrete para mí. Córrete ahora… Ahora, Noah —
murmuró entre dientes, al tiempo que él también alcanzaba el orgasmo.
—Y yo a ti… —susurró.
Olivier llevó las manos hasta las ataduras de sus muñecas y con dedos
ágiles quitó los nudos de la corbata para liberarla.
Noah se dejó caer sobre la cama. Su pelo dorado se esparció por el edredón
formando una especie de aura alrededor de su cabeza. Resopló, soltando todo el
aire que tenía en los pulmones.
Y lo había sido.
El primer día, el viernes, nada más llegar a Malibú, Olivier le había dicho
con voz firme que iba a tratar de que fuera un fin de semana inolvidable para ella;
y lo había cumplido, con creces.
Levantó las manos y se observó las marcas rosadas que surcaban sus
muñecas. Pasó las yemas de los dedos por una de ellas.
¿Por qué Olivier siempre la ataba? ¿Por qué siempre le pedía —ordenaba,
más bien—, que le dijera que lo deseaba, que necesitaba que la follara? ¿Por qué se
lo tenía que pedir «por favor»? ¿Era simplemente un juego? ¿O había algo más
profundo? ¿Más oscuro?
No tuvo suerte.
Era extraño que siendo un empresario tan poderoso hubiera tan poca
información de él. Sobre todo, en los tiempos que se corren. En ningún lado se
hablaba de sus ligues, de su infancia, de su familia… En ningún lado había una
biografía de él, por mínima que fuera, excepto la que explicaba detalladamente su
patrimonio actual.
Frustrada, dejó el móvil sobre la cama y suspiró. Olivier Brooks era todo un
misterio. Un misterio que se comportaba como un diablo y que follaba como un
ángel.
—Palm Group nos lo puso difícil porque pujó hasta el último momento, pero
al final pude con ellos.
Helen sonrió.
—¿No tienes nada que contarme? —le preguntó, enarcando las cejas.
Olivier levantó la vista y la miró por encima del borde de la carpeta.
Pero Helen sabía que no era cierto. Nunca había curioseado nada acerca de
las mujeres que Olivier se llevaba a la cama. Era algo que le daba igual. Pero intuía
que Noah Winter no era para él como las demás. Y eso abría una brizna de
esperanza en ella…
—Venga, Olivier, reconoce que esa chica con la que has ido a Malibú no es
para ti como otras —trató de sonsacarle—. ¿Cuándo le has concedido a una mujer
más de una noche? ¿Cuándo has dejado de acudir a una reunión de trabajo por
estar con una mujer? ¿Tú, que eres Don Perfecto? —le preguntó. Guardó silencio
antes de decir—: ¿Te gusta Noah Winter?
—No, Helen, no. Noah Winter no me gusta. No del modo al que te refieres
—respondió tranquilamente, haciendo añicos las esperanzas de su hermana—. Es
cierto que siento una fuerte atracción sexual hacia ella, más de la que he sentido
por otras mujeres, pero no hay nada más.
—¿Estás seguro?
—¿Te apetece un café? —La voz de Todd hizo que Noah se diera la vuelta.
Todd estaba en mitad de la tienda con su pelo por los hombros, su habitual
aire despreocupado y dos vasos de café de Starbucks en las manos.
—¡Todd! —exclamó.
—Mil gracias —le agradeció Noah—. No sabes cuánto echo de menos tus
cafés a media mañana, y eso que no hace ni una semana que dejaste de trabajar en
la floristería —dijo con anhelo.
—Pues ha sido una buenísima idea, así puedo desearte suerte antes de que
la hagas —dijo Noah.
—Me alegro un montón por ti, Noah —dijo Todd, contagiado por su
alegría.
Noah sonrió. Sabía que Todd era sincero y que se alegraba por ella.
—Lo sé —dijo.
—No, no, no… —se apresuró a interrumpirlo Noah, al ver hacia donde iban
sus pensamientos—. Olivier se ha portado… muy bien conmigo.
—¿Contar el que?
—¿Qué? ¿Te has liado con él? —repitió Todd con incredulidad.
—Dijimos que ese hombre era peligroso, Noah, que solo usa a las mujeres
para satisfacer sus necesidades, que solo se preocupa de su trabajo. ¿Es que no te
quedó claro? —le reprochó.
Todd dio un paso hacia adelante y miró fijamente a los ojos a Noah.
—Eres una ingenua —dijo, llevado por los celos que en esos momentos le
quemaban el cuerpo.
—Tengo que irme, voy a llegar tarde a la entrevista —dijo en tono cortante.
Llevado por una mezcla de rabia, celos e impotencia, dio una patada a una
papelera. Varios transeúntes se le quedaron mirando, pero Todd no respondió a
sus miradas reprobatorias. Únicamente se limitó a apretar los dientes y a seguir su
camino.
¿Cómo podía ser Noah tan tonta? ¿Tan ingenua? ¿Cómo podía haber caído
en su trampa? ¿Acaso no sabía lo que Olivier Brooks pretendía con ella desde el
principio? ¿Acaso no lo sabía?
Pero lo peor no es que Noah se hubiera liado con Olivier Brooks, lo peor es
que ese tiparraco le gustaba. No le había negado que no fuera así, no le había
negado que no estuviera enamorándose de él.
¿Por qué las mujeres siempre se sentían atraídas por los chicos malos? ¿Por
aquellos que sabían que les iban a hacer daño? ¿Qué veían en ellos? ¿Era la
seguridad en sí mismos que tenían? ¿Era su narcisismo? ¿El peligro? ¿El desafío
que supone conquistarlos?
Todd no se tenía por un santo. Desde luego no lo era. Así lo abalaba su lista
de conquistas, pero para Noah él era el chico bueno comparado con Olivier Brooks;
un simple amigo. Quizá ese era el problema, que eran amigos, y ella solo lo veía
como tal, como un hermano al que contarle sus problemas y pedirle consejo.
Para Todd, en cambio, Noah era algo más, o pretendía que fuera algo más.
Se había enamorado de ella el primer día que la había visto en la tienda. Había sido
un flechazo; amor a primera vista. Había ido a media mañana a verla para darle la
bienvenida, y se había quedado obnubilado con sus ojos azules y su pelo dorado.
Él, que era de morenas, se había enamorado de una rubia.
Pero había aparecido el magnánimo y atractivísimo Olivier Brooks en
escena y a Noah le gustaba. Le gustaba…
—¡Joder!
—¡No eres más que un cabrón, Olivier Brooks! ¡Un cabrón! —dijo con rabia,
apretando los puños.
¿Qué se pensaba Noah que iba a pasar ahora? ¿Creía que Olivier le iba a
entregar su corazón? ¿Que se iba a enamorar de ella? ¿Que le iba a jurar amor
eterno?
—Hola —dijo.
Llevaba un traje ajustado negro con una camisa del mismo color y una
corbata fina en una tonalidad anaranjada. Zapatos perfectamente lustrados y un
pelo impecable, como un modelo de pasarela. Las facciones del rostro parecían
haberse marcado más aún, haciéndolo más varonil. ¿Cómo podía ser un ser
humano tan físicamente perfecto?
Noah sintió que una ola de calor le trepaba por los pies hasta instalarse en la
entrepierna. Echó a andar, para dejar atrás la tentación de saltarle encima a Olivier.
Iba hacia el mostrador cuando él la interceptó. La aferró de la cintura con firmeza y
dando un paso hacia adelante la atrapó contra la barra. Después hizo descender las
manos y la apretó con fuerza el culo.
—Te follaría ahora mismo, Noah —dijo, exhalando el aliento cálido sobre
sus labios.
Noah vio en sus ojos la lucha interna entre el deseo y la cordura y decidió
poner tierra de por medio. Le dio un beso fugaz en los labios y se giró, pero Olivier
le cogió el rostro entre las manos y la besó desenfrenadamente. Antes de que Noah
pudiera reaccionar, Olivier le había metido la lengua en la boca e inspeccionaba
con ella cada recoveco. Noah no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar.
Olivier pareció pensar en ello unos instantes. ¿Qué otra opción tenía?
Él asintió con la cabeza entre divertido y obsequioso. Noah se giró con una
sonrisa y cogió la otra pila de camisetas que había sobre el mostrador.
—Sígueme —dijo.
—Sí. ¿Te importaría traerme los vestidos que hay en la silla de la tienda
mientras abro hueco en la barra para colgarlos?
—Claro, jefa.
El salón era una estancia amplia y diáfana decorada con muy buen gusto.
Había sofás y sillones blancos y negros y altísimas estanterías abarrotadas de libros
escritos en varios idiomas. Las paredes de cristal daban a una enorme terraza que
Olivier tenía con muchas macetas.
—Después —dijo Olivier—. Ahora hay una cosa más importante que
hacer… —añadió con voz voluptuosa.
Olivier esbozó media sonrisa. Adoraba el control que ejercía sobre Noah,
sobre su cuerpo, sobre su deseo, sobre sus emociones, incluso sobre el rubor de sus
mejillas.
—Más despacio —indicó Olivier, al ver la prisa que tenía Noah por
desnudarse—. Quiero deleitarme con el momento —añadió, poniendo una pierna
encima de la otra tranquilamente.
Noah tragó saliva. La posición que había adoptado Olivier la imponía, por
su majestuosidad.
Noah aferró el elástico de las braguitas y las fue deslizando poco a poco por
las piernas. Cuando se quedó desnuda ante Olivier, tan solo con las sandalias, lo
miró por debajo del espeso abanico de pestañas rubias, esperando algún
comentario. Él no se hizo esperar.
—Preciosa… —murmuró con los ojos entornados. Hizo una breve pausa
para admirar su cuerpo. Noah sentía como la mirada de Olivier le quemaba la piel
allí donde la posaba—. Realmente preciosa.
—No, no. —Olivier le quitó las intenciones—. Las sandalias no. Quédate
con ellas puestas.
Noah dejó la acción a medio camino y se irguió. No sabía por qué, pero en
aquella situación, le gustaba el autoritarismo de Olivier. Y no solo le gustaba, sino
que la excitaba.
A Noah no le importaba nada, solo quería que Olivier la tocara como solo él
sabía hacerlo.
Olivier no dijo nada. La apretó más contra sí y empezó a besarla con pasión.
Tener a Noah completamente desnuda entre sus brazos mientras él permanecía
vestido con el traje era una de las experiencias más eróticas que había
experimentado en su vida.
Noah delineó en los labios una sonrisa traviesa. Antes de que le esposara la
otra mano, la llevó hasta la entrepierna de Olivier y le acarició el duro miembro
por encima de la tela tirante del pantalón. Él gimió de puro placer.
Noah advirtió que Olivier estaba perdiendo el control, por eso no quería
que lo tocara.
Noah frunció los labios. Olivier entornó los ojos y la miró con expresión
mordaz.
—Pórtese bien, señorita Winter, o me veré obligado a darle unos azotes —le
advirtió, pícaro.
Noah no quería responder abiertamente que sí, que la idea de que le diera
unos azotes la excitaba, pero tampoco podía negarlo. Olivier sonrió ante su
silencio.
Noah se estremeció con una suave sacudida cuando notó el aliento y la voz
aterciopelada de Olivier acariciarle la piel. Movió las caderas, tratando de
encontrar algún contacto con él. Lo necesitaba. El calor que viajaba por sus venas
estaba ya en plena ebullición y tenía que sofocarlo de algún modo.
—Así me gusta, que te rindas a mí y al placer que voy a darte —dijo él.
Se levantó de la cama y se quitó la chaqueta, la camisa y la corbata mientras
admiraba con detenimiento el cuerpo desnudo de Noah. Ella se maldijo por no
poder disfrutar de las vistas del torso de Olivier.
Tenía las sensaciones a flor de piel. Estar con los ojos vendados intensificaba
cada una de ellas al cien por cien, incrementando su excitación.
—¿Le gusta que le coma el coño, señorita Winter? —le preguntó Olivier
para que la excitación no disminuyera mientras se colocaba el condón.
—Sí, claro que sí, por supuesto que sí —respondió Noah como algo obvio.
¿Cómo no iba a gustarle? Tendría que estar loca para que no le gustara.
—A mí me encanta comértelo —afirmó Olivier en tono sugestivo—. Eres
ambrosía, Noah: comida de dioses —añadió.
—Me gusta.
Noah disfrutaba con cada embestida, con cada envite, con cada golpe de
cadera de Olivier, que la llenaba una y otra vez, llevándola a cotas de placer que
nunca se hubiera imaginado. Todo era mucho más intenso privada de la vista,
como si no tuviera distracciones, como si solo tuviera la opción de concentrarse en
las sensaciones.
El corazón de Noah latía con fuerza contra las costillas. Olivier salió de ella
y se dejó caer a un lado. Respiró hondo, tratando de regular la respiración. Unos
segundos después, le quitó la venda de los ojos a Noah y la soltó.
Había creído que el deseo sexual que sentía por ella desaparecería a medida
que la tuviera en su cama. Que se cansaría, como había pasado con otras mujeres.
Pero lejos de disminuir, el deseo aumentaba cada vez que se la follaba. Nunca
terminaba de saciarse; quería más y más.
Noah se quedó dormida con el suave movimiento que los dedos de Olivier
hacían sobre su piel.
Lo único que quería es que sus ojos azules brillaran de deseo por él. Ese se
había convertido en su único objetivo los últimos días, como una obsesión que no
abandonaba su mente. Una obsesión que no se sacaría de la cabeza con unas
cuantas noches de buen sexo.
Odiaba con todas sus fuerzas desear tanto a una mujer. Le hacía sentirse
débil. Y él no podía permitirse ninguna debilidad, mucho menos una con nombre
femenino. No podía permitirse el lujo de ceder a aquel deseo que en ese momento
le obligaba a tenerse que contener para no despertarla y follarla otra vez.
«Tengo que liarme con otra mujer», se dijo a sí mismo. «Esa es la solución:
otra mujer»
«Es tan suave…», pensó cuando sus dedos rozaron la mejilla de Noah.
Olivier miraba por los ventanales con expresión seria. La habitación tenía
unas vistas particularmente extraordinarias del East River. El conjunto de edificios
apostados en la otra orilla reflejaba sus siluetas iluminadas en la superficie acerada
que formaba el agua del río.
—Sí.
—Tengo mucho trabajo pendiente —le cortó Olivier—. Voy a estar toda la
noche revisando cuentas.
—Todo está bien. Simplemente tengo mucho trabajo y lo quiero acabar para
mañana —se excusó.
Ella veía pasar Nueva York por la ventanilla del coche mientras se
preguntaba qué había hecho cambiar a Olivier de humor.
Lo miró de reojo.
Respiró con cierto alivio cuando Olivier aparcó frente a su bloque un rato
después.
Noah aferró el tirador de la puerta del coche dispuesta a salir de él, pero
llevada por un impulso que no atendía a razones, estiró el cuerpo hacia Olivier y le
dio un beso fugaz en la mejilla.
Olivier llevó el rostro al frente tras asegurarse de que Noah había entrado
en el bloque, y exhaló una bocanada de aire.
El 230 Fifth Rooftop era un pub de lujo de Nueva York desde el que se podía
contemplar el famoso Empire State. Aunque contaba con una amplísima terraza al
aire libre, situada en la azotea, Olivier prefirió quedarse en el interior, más
tranquilo a esas horas de la noche.
—Un Martini para la señorita y otro whisky doble para mí —ordenó Olivier
al camarero.
Olivier sonrió para sí. Esa mujer se lo estaba poniendo en bandeja de plata y
no iba a desaprovechar la ocasión de follársela. Por supuesto que no.
Dio un sorbo largo del whisky, y tras dejar el vaso vacío en la barra, siguió
los pasos de Deborah. Atravesó el local con paso regio y se internó en el vestíbulo
que precedía a los servicios. Cuando abrió la puerta del servicio de las señoras,
Deborah le esperaba impaciente apoyada en uno de los lujosos lavabos mientras
jugueteaba con un mechón de pelo.
—Oh, sí… Así, así… métemela hasta dentro… —le suplicó a Oliver.
Agarró las caderas de Deborah con una mano, le dio la vuelta, empujándola
de nuevo contra la pared. Cogió impulso, y sin soltarle las muñecas, volvió a
penetrarla desde atrás. Lo hizo con tanta rudeza que Deborah tuvo que ponerse de
puntillas para atenuar el duro envite.
—Más, Olivier, más… métemela más —le rogó, extasiada por el placer.
Olivier comenzó a penetrarla una y otra vez en silencio. Más rápido, más
fuerte... Estaba furioso, quería que la imagen de Noah desapareciera de su cabeza,
pero no había forma de lograrlo. Se sentía frustrado porque no era capaz de
mantener el control sobre sus pensamientos.
Inmerso en toda aquella vorágine, apenas reparó en que Deborah se estaba
estremeciendo fruto del violento orgasmo que estaba teniendo.
El hecho de que se mostrara tan frío después del encuentro sexual que
habían tenido no era una buena señal. La había tratado como si no hubiera pasado
nada entre ellos, como si no hubiera pasado nada en Malibú. Ni siquiera había
tenido la delicadeza de mirarla.
Noah soltó el aire que tenía en los pulmones. Estaba dolida por el trato
indiferente de Olivier.
Quizá Todd tenía razón, al fin y al cabo, y Olivier era uno de esos hombres
que no aman a las mujeres, que solo las usan para satisfacer sus necesidades
sexuales y nada más.
Aunque hacía calor, de pronto Noah tenía frío. Aferró las sábanas y se tapó
con ellas hasta la nariz. Le temblaba todo el cuerpo como si estuviera desnuda en
mitad del Polo Norte.
—He sido una idiota —murmuró—. Una completa idiota. ¿Cómo he podido
pensar que Olivier Brooks quería conmigo algo más que unas cuantas noches de
sexo? Es guapo, multimillonario y uno de los hombres más poderosos del país.
¿Cómo…? ¿Cómo he podido ser tan ingenua? —se lamentó.
Suspiró.
Se llevó las manos al pecho. Los ojos parecían querer salírsele de las órbitas.
Pero, si no estaba enamorada de él, ¿qué otra cosa podía explicar su manera
de comportarse cuando lo tenía cerca? ¿Y las puñeteras mariposas en el estómago?
—Eres una tonta, una tonta, una tonta… —dijo, dándose pequeños golpes
en la frente con la mano.
Deborah tomó una servilleta del bar y con un bolígrafo apuntó claramente
en ella su número de teléfono.
Olivier cogió la servilleta que le ofrecía sin decir nada y con expresión
indiferente en el rostro. Deborah se acercó a él y le dio un par de besos en las
mejillas a modo de despedida.
Olivier ni siquiera se molestó en esperar a que Deborah saliera del 230 Fifth
Rooftop. Antes de que la rubia platino cruzara el umbral, arrugó con los dedos la
servilleta en la que estaba apuntado su teléfono y la tiró al suelo. La bola de papel
cayó a sus pies.
—Lo mejor es que me olvide de todo lo que ha pasado entre nosotros y que
me olvide de él —atajó en un momento de lucidez, como si fuera algo fácil.
Resopló agobiada.
Quería llamarlo; deseaba hacerlo, pero sabía que no estaba bien. Claro que,
¿qué estaba bien o mal? Tras pensárselo unos segundos, cerró los ojos y apretó la
tecla de llamada.
«¿Cómo puedo estar tan nerviosa? Parezco una niña de quince años», se
reprendió, al verse en ese estado de tensión.
—Noah…
—Olivier…
Menos mal que Olivier no podía verla en esos momentos, sino se hubiera
dado cuenta de que estaba roja como un tomate.
—Noah.
Dejó caer los hombros, vencida, al tiempo que soltaba el aire que había
estado conteniendo en los pulmones.
—Entonces, ¿me vas a decir para qué me has llamado? ¿Has tenido algún
problema en la tienda?
—Soy una tonta Olivier, siento haberte molestado… —Noah iba a colgar,
muerta de vergüenza, pero Olivier habló:
Olivier rio.
—Oh, sí, sí, claro. No… No quiero robarte más tiempo —dijo ella, algo
sorprendida por el cambio repentino de conversación.
—¿Llego a tiempo para llevarte a casa? —La pregunta de Todd vino cuando
Noah salía de la tienda.
—Hola —correspondió él—. ¿Te acerco a casa? —le preguntó con una
sonrisa.
Noah dudó un instante. Estaba molesta con él, aunque bien pensado, el
trayecto sería una oportunidad para hablar e intentar arreglar las cosas.
—Noah, yo… —comenzó Todd—, quería pedirte perdón por… Bueno, por
mi comportamiento del otro día. No debí hablarte así —se disculpó.
—Tú solo querías protegerme, como bien has dicho. Eres mi amigo y es
normal que te preocupes por mí y que trates de advertirme de los peligros que me
rodean —lo justificó Noah.
¿Por qué le seguía molestando tanto ver a Noah con ese chico? ¿Por qué le
afectaba de esa manera? Él ya había conseguido de ella lo que quería. Ya se la
había llevado a la cama, ya había disfrutado de su cuerpo…
Olivier se pasó la mano por la cara. Noah lo llenaba de deseo, y negarlo era
una estupidez.
Enfadado, más consigo mismo por no haber llegado a tiempo, que con
Noah, arrancó el coche, giró el volante con resolución y rapidez, y se incorporó al
denso tráfico de Nueva York.
—¿Qué tal la entrevista? —preguntó Noah a Todd, una vez que habían
montado en el coche.
—Todd…
—¿Dime?
—Pero, Todd…
—Olivier es… ya sabemos cómo es, pero estoy segura de que no tendrá
ningún problema en ofrecerte un trabajo que se ajuste a tus capacidades.
—De momento es mejor que siga buscando trabajo por mi cuenta —dijo.
—Ven a mi despacho, tienes que firmar unos papeles —dijo Olivier a Noah
cuando ella descolgó el teléfono.
—¿Por qué todo lo tiene que decir en ese tono autoritario? —se preguntó—.
¡Qué hombre! —exclamó, armándose de paciencia.
—No puedo, tengo mucho trabajo que hacer —se excusó Noah, declinando
la invitación.
—Pero tendrás que comer. ¿O vas a hacer lo mismo que en Malibú? —le
reprochó Olivier sin apartar la vista de ella.
Noah suspiró.
—Da igual cuáles sean los motivos. No es una buena idea y punto —trató
de imponerse Noah.
«¿Olivier fue a buscarme? ¿Por qué no se dejó ver?», se preguntó Noah para
sus adentros. No entendía nada.
—De que Todd está pegado a ti como una puta sombra. Día y noche. Día y
noche. Ni siquiera estando despedido de la floristería se despega de tu lado.
—¿Por qué…? ¿Por qué quieres alejarte de mí? —le preguntó, confusa por
sus palabras—. ¿Es porque no somos de la misma clase social? —se le ocurrió.
—Pero está este deseo… —dijo, exhalando su cálido aliento contra la boca
de Noah—. Este intenso deseo que no he sentido nunca por ninguna mujer como lo
siento por ti, y que me atrae hacia ti como un imán, sin poder escapar.
—Tu sabor es como una droga, como una puta droga de la que no puedo
desintoxicarme —dijo Olivier al soltarle el labio. La miró unos instantes a los ojos.
El deseo ardía por el interior de sus venas como lenguas de fuego—. Tengo que
follarte, Noah. Tengo que follarte aquí y ahora —aseveró con voz ronca.
CAPÍTULO 78
Olivier sonrió en silencio con expresión lobuna mientras la miraba con los
ojos ardiendo con un deseo que no se molestaba en ocultar.
Aquello era una locura, pensó Noah: iban a follar sobre la mesa del
despacho de Olivier. Podría entrar su secretaria, o su hermana, o… ¿Qué más
daba? Era una locura, sí, pero era una locura que no podía detener.
Olivier descansó las manos en las piernas de Noah y le fue subiendo poco a
poco el vestido hasta las caderas, acariciándole los muslos. Notó a Noah temblar
de deseo con su caricia. Al oír el suave gemido que escapó de su boca terminó de
encenderse. La erección que latía en su entrepierna era casi dolorosa.
Olivier echó la cabeza hacia atrás y lanzó al aire un suspiro, arrastrado por
el placer que le había producido la intensa fricción contra la vagina de Noah.
Los labios apenas les daban de sí para abarcarse las bocas con tanta pasión
como sentían, mientras sus cuerpos se sacudían en la follada más intensa que
habían experimentado jamás. Gemidos y suspiros de placer se escapaban de sus
gargantas.
Olivier empujó unas cuantas veces más con fuerza hasta que Noah alcanzó
el clímax. Notó que su cuerpo sudoroso y sofocado se convulsionaba al tiempo que
se dejaba caer de nuevo sobre la mesa de cristal.
Tiró de ella para levantarla, le rodeó la espalda con los brazos y la besó
suavemente en los labios.
Noah puso las manos en el pecho de Olivier, lo apartó un poco y se bajó de
la mesa.
—Esto no está bien, Olivier —dijo, peinándose el pelo con los dedos,
nerviosa.
—Karen siempre llama a la puerta antes de entrar —dijo Olivier, sin dar
más importancia al asunto.
—Sí, Olivier, sí. Haces que pierda el control —reconoció Noah—. Contigo
cerca, mi sentido común sale por la ventana —añadió.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Olivier, tengo que irme —se excusó ella, cogiendo el bolso de la silla.
Quería irse de su despacho; quería irse de allí a como diera lugar.
Noah resopló cuando por fin se vio fuera del despacho de Olivier. No
quería continuar con una conversación que terminaría dejándola mal parada.
—No, hija, todo está bien. Solo quería saber cómo estabas —respondió ella.
Seguro que era una estupidez, pero notó que las mejillas se le llenaban de
rubor cuando se despidió a media voz de Karen, como si supiera lo que había
pasado en el interior del despacho de Olivier, o ella lo llevara escrito en la frente.
«Solo espero que el despacho esté insonorizado», se dijo Noah para sí,
acelerando el paso.
Había estado a punto de perder el poco sentido común que aún le quedaba.
Olivier le había confesado que la deseaba y que no podía controlar ese deseo. Pero
el deseo no era más que eso, deseo. Lo que había detrás era atracción sexual y un
absoluto hedonismo, nada más, aunque hubiera confesado que nunca había
deseado tanto a una mujer.
Para ella, Olivier también era el hombre que más había deseado en su vida,
y era algo que no podía disimular. Lo había comprobado por enésima vez hacía
solo un rato. Ni siquiera era necesario que la tocara, se encendía solo con una
mirada de esas hambrientas que le dirigía con los ojos entornados.
Había una cosa a lo que no dejaba de dar vueltas. Olivier había dicho que
trataba de alejarse de ella. Cuando le había preguntado por qué, él había
respondido que tenía demasiados pecados a sus espaldas, demasiadas faltas que
expiar; que no había redención posible para él…
¿Lo había dicho por el carácter que tenía?, ¿porque era un tiburón de los
negocios? Bueno, tenía que reconocer que esas cosas no lo convertían,
precisamente, en una persona amable. Pero quizá no lo afirmaba solo por eso…
Quizá había algo más.
¿Y por qué se enfadaba cuando Todd la llevaba a casa? ¿O por estar cerca de
ella? Acaso eran… ¿celos? Noah sacudió la cabeza. Olivier no era de los que se
ponía celoso por nadie. No era un hombre con inseguridades… ¿O sí?
«Quizá lo más sensato es que me aleje de él. El mismo Olivier me ha dicho
que no me conviene… y puede que tenga razón — se dijo. Negó con la cabeza—.
Pero no puedo apartarme de él. No puedo. Me gusta demasiado».
La viajera que iba sentada a su lado en el vagón del metro, una mujer de
mediana edad, rubia y con rosácea en la piel, giró el rostro y la miró.
Noah la miró extrañada al darse cuenta de que había puesto voz a sus
pensamientos. Carraspeó y se movió en el asiento.
Olivier no podía concentrarse en la reunión que tenía con Jeff Greg, pese a
que el tema que estaban tratando era de suma importancia para la empresa. Lo
había echo esperar por Noah y ahora tenía la mente puesta en ella y no en Jeff Greg
ni en el motivo por el que estaba allí.
«Por el deseo, porque te mueres de deseo por ella —se respondió—. Porque
te intoxica como un puto veneno que te circula por las venas».
«Sí, sí, sí… —se repitió con énfasis—. Por eso no puedo quitarle las manos
de encima. Por eso cuanto más la follo, más ganas tengo de follarla».
Sin saber cómo, Noah había llamado su atención, y, para bien o para mal, se
le había metido entre ceja y ceja. Había hecho todo lo humanamente posible para
llevársela a la cama y finalmente lo había conseguido. Pero había algo que no había
planeado, y era que no le bastara con una sola noche. Pensaba que todo quedaría
en el fin de semana que habían pasado en Malibú, pero estaban ya en Nueva York
y Olivier no tenía visos de cansarse.
—Señor Brooks… Señor Brooks… —La voz madura de Jeff Greg lo devolvió
a la realidad.
—¿He escogido un mal día para reunirme con usted? —preguntó Jeff—. No
lo veo muy centrado. ¿Un mal día? —añadió el hombre moreno, peinado con
gomina hacia atrás y con un traje gris claro.
—Le diría que nos reuniéramos otro día para que pudiera encargarse de ese
asunto personal, pero mucho me temo que no cuento con tiempo para ello. Mi
agenda está muy apretada —dijo Jeff Greg.
—No se preocupe —se adelantó Olivier en tono formal—, nunca dejo que
mis asuntos personales interfieran en mis negocios, por muy graves que estos sean.
En está ocasión no va a ser una excepción.
—Sí, es mucho dinero, así le dejo claro el interés que tengo en ella —dijo
Olivier, dirigiéndole una mirada suspicaz.
CAPÍTULO 81
Noah salió de la tienda cargada con una pila de vestidos, introdujo la llave
en la cerradura, dio un par de vueltas y cerró la puerta. Tenía que darse prisa. El
cielo estaba teñido de un gris plomizo que amenazaba agua. Noah presumió que
iba a arrancarse a llover en cualquier momento.
Noah dejó escapar un grito ahogado por la sorpresa. Los vestidos que
llevaba en los brazos se cayeron al suelo. Al darse la vuelta, su mirada se encontró
con los ojos oscuros e intensos de Olivier. Maldijo para sus adentros. Sabía para
qué había ido allí. Para obtener su respuesta.
—Es mejor que los lleve yo, así no tendrás que acompañarme hasta el metro
—repuso Noah.
Pero Olivier no le hizo caso y se quedó sujetando los vestidos que él había
recogido.
Noah suspiró.
—Olivier, es lo mejor.
—¿No te das cuenta de que no puedo hacer siempre lo que tú digas? ¿De
que no puedo seguir tu juego? No quiero, Olivier. Me niego. Me niego en rotundo
—dijo, enfatizando cada una de sus palabras.
—Tengo que irme, se van a mojar los vestidos —se apresuró a decir Noah.
—No quiero dejar así esta conversación —dijo Olivier—. Vamos a mi coche
y hablemos.
—Olivier…
—Olivier, por favor, llévame a casa —dijo, sin hacer caso a su petición.
—Sí lo haces —rebatió Noah, mientras las gotas de lluvia golpeaban con
fuerza la luna del coche—. Lo haces porque yo para ti solo soy una especie de… —
pensó la palabra—… capricho. Nada más. Tú mismo lo has dicho.
—Sí, sí lo soy. Entre nosotros solo hay sexo. Es lo único que te mantiene
junto a mí; el sexo.
—¿Qué más quieres que haya entre nosotros? —le preguntó Olivier a Noah.
Noah dejó caer los hombros. En esos momentos se sentía como si sostuviera
el mundo sobre ellos.
—Noah, yo tampoco sé qué me pasa contigo. Solo sé que todos los esfuerzos
que haga por poner distancia entre nosotros van a fracasar. Lo sé, porque ya lo he
intentado. He tratado de alejarme de ti, pero no lo he conseguido.
A Noah le hubiera gustado aferrarse a eso para pensar que Olivier sentía
algo más por ella que una atracción física, pero su sentido común le decía que no lo
hiciera. El sexo podía confundirse perfectamente con el amor, sobre todo por
alguien como Olivier.
—Puedes dejar los vestidos encima del sofá —le indicó Noah a Olivier
cuando entraron en el salón.
—Sí, bueno, en la tienda no hay taller, así que he improvisado uno aquí —
dijo—. Por eso está todo un poco manga por hombro.
—Sí, quizá deberíamos dar prioridad a otras cosas —dijo Olivier con
intención.
—¿Tengo hechos unos canelones con bechamel? ¿Te gustan? —le preguntó.
—Sí, me gustan.
Noah se dirigió a la cocina, separada del salón por una barra americana.
Olivier fue hacia la mesa, cogió un par de bocetos de los que había dibujado Noah
y los observó. Era indiscutible que tenía talento. Mucho.
—¿Sabes una cosa? —dijo Noah mientras sacaba una bandeja de la nevera y
la ponía sobre la encimera—. Estoy deseando de que salga el reportaje de mi firma
de ropa en la revista Elle. No veo la hora.
—Sí, el día 1 o el día 2 a más tardar está a la venta en todos los kioscos. ¡Aún
no me lo creo!
Olivier cogió los diseños de encima de la mesa y los colocó en una silla. Al
levantar la vista, su mirada reparó en unos juguetes de madera apoyados en el
estante de un mueble. Uno era una muñeca sentada en un columpio y el otro una
pequeña casita de vivos colores. Como si fuera un ser autómata, enfiló los pasos
hacia ellos. Quería verlos de cerca.
Noah supuso que Olivier había tenido una infancia llena de juguetes de
todo tipo, a cual más caro. Seguro que sus padres le daban todo lo que pedía.
—La parte delantera de la locomotora tenía una cuerda blanca con la que
podías tirar del tren y rodarlo mientras caminabas. Me encantaba. Siempre me
quedaba mirándola, embelesado. Era un juguete muy popular en la época; muchos
niños tenían una.
Noah no quiso ahondar en el tema. Lo que Olivier había contado era una
simple anécdota infantil, pero parecía haber algo más detrás.
—Tengo que irme a trabajar, pero antes de ir al despacho quería follarte otra
vez.
Noah trató de protestar. No con mucha convicción, eso sí, pero Olivier
silenció sus palabras.
—Está muy bien. Esto está muy, pero que muy bien —susurró pícaro,
dándole un beso en los labios.
—Soy el jefe, puedo llegar todo lo tarde que me dé la gana —dijo Olivier
con suficiencia.
Noah sintió que se quedaba sin aliento. Los dedos de Olivier la estaban
enloqueciendo, y cuando sintió que le lamía al mismo tiempo los pezones pasó a
ser una verdadera tortura. Un deseo ciego recorría el cuerpo de Noah de arriba
abajo. Era como si la boca y las manos de Olivier estuvieran por todas partes,
tocando cada centímetro de su piel.
—¿Qué…?
Atrapó su mano, le cogió la otra y se las inmovilizó por las muñecas por
encima de la cabeza.
Noah gimió, y tomó una bocanada de aire. La voz de Olivier era como un
azote a su deseo, para colmo de males. Cuanto más trataba de contenerse más
difícil se lo ponía él. Iba a volverla loca.
—Un poco más, Noah. Solo un poco más —la presionó, llevándola al borde
del abismo.
—Pídeme «por favor» que deje que te corras —susurró en sus labios.
—Olivier…
—Por favor, Olivier, deja que me corra. No aguanto más, por favor… No…
No aguanto más… —le suplicó en un hilo de voz con la respiración entrecortada.
Antes de que Olivier terminara de hablar Noah estalló, como si mil fuegos
artificiales explotaran en su interior. Se arqueó contra el cuerpo de Olivier mientras
un profundo gemido se arrancaba de su garganta.
—¿Lo ves? ¿Lo ves? Está aquí —dijo, señalando con el dedo una de las
páginas—. Ha quedado precioso. ¡Todavía no me lo puedo creer, Olivier!
Al alzar la vista y mirarla, vio que tenía los ojos húmedos. Se levantó del
sillón y fue hacia ella.
—Sé que soy una tonta —se apresuró a decir Noah, agarrando a Olivier por
la cintura y apoyando la cabeza en su hombro—, pero es que estoy muy
emocionada. Jamás pensé ver mis diseños en la revista Elle.
—No eres ninguna tonta —la consoló él—. Es normal que estés así.
—¿Qué?
—En estas horas, desde que ha salido la revista, las visitas a la página han
aumentado y también los pedidos. De hecho, estoy desbordada. No sé cómo voy a
organizarme… —dijo, visiblemente agobiada.
Resopló.
Helen miró a Olivier y le ofreció una carpeta de plástico con las tapas
negras.
—No, Olivier, por favor —lo interrumpió Noah con expresión de apuro en
el rostro.
—No es necesario, Helen, de verdad. Olivier siempre tiene que salirse con la
suya, sino revienta —repuso Noah con sarcasmo, fulminándole de reojo con la
mirada.
—Te dije que mi hermana estaría encantada de echarte una mano —dijo
Olivier—. Por cierto, me apunto lo último que has dicho —añadió, mirando a
Helen.
—Siento haberte metido en este lío —dijo una apocada Noah, arrugando la
nariz—. Apenas nos conocemos…
—Sí —dijo en tono obvio dibujando una sonrisa cómplice en los labios—. Y
permíteme que te diga que no te pareces nada a él. Físicamente sí, pero nada más
—añadió.
—La verdad es que tengo que darte la razón, porque ciertamente no nos
parecemos; yo soy mucho más divertida que él —bromeó—, pero también es cierto
que nuestra niñez no fue igual para mí que para él. —La voz de Helen se tornó
seria y su rostro adquirió cierta tristeza—. A Olivier no le gusta hablar de ello y yo
no me acuerdo mucho porque era muy pequeña, pero tuvo que cuidar de mí
siendo solo un niño, y eso… —se detuvo un segundo—… le ha convertido en una
persona excesivamente controladora e introvertida. Es un hombre duro e
implacable, pero en el fondo tiene corazón, aunque a veces no lo parezca.
—¿Y qué? —se apresuró a decir Helen—. Muchas historias empiezan así. De
hecho, yo creo que todas empiezan así.
Helen miró fijamente a Noah. Noah observó que sus ojos eran igual de
intensos que los de Olivier. No podían negar que eran hermanos, aunque ella creyó
que era su novia el primer día que la vio en su despacho. Todo lo que había llovido
desde aquel entonces…
—Entonces, no tires la toalla, por favor. No te des por vencida —le pidió
Helen, que había vuelto a tomar la palabra.
Noah hizo una mueca con la boca. En esos momentos, Helen le pareció una
persona que pecaba de ingenuidad, o tal vez sus ganas de ver a su hermano
enamorado no le dejaban percibir cómo era exactamente la realidad.
—Eso lo sé, Helen. Sé que no me haría daño a propósito, pero muchas veces
las personas te hieren sin intención de hacerlo, y no por eso deja de ser doloroso,
muy doloroso. Intentar mantener una relación sentimental con Olivier es un acto
kamikaze.
—No sé, Noah. Yo veo en Olivier algo hacia a ti que no he visto nunca, por
eso creo que tú puedes hacer mucho por él.
—Lo malo es que esto no es una novela romántica, Helen, donde la chica
salva al protagonista. Esto es la vida real, donde los fantasmas no desaparecen ni
los problemas se solucionan solo con la fuerza del amor. Las personas no cambian.
—Soy consciente de ello —dijo Helen con sinceridad—. Pero pensé que…
bueno, nunca he visto a mi hermano tan interesado en una mujer —insistió—, y
eso ha hecho que mi imaginación vuele…
—A mí también me gustaría ser para Olivier algo más de lo que soy, pero…
—Noah frunció los labios—… no es posible.
Chasqueó la lengua.
—Es lo mínimo que puedo hacer después de la ayuda que me has ofrecido
con todo esto —dijo Noah.
CAPÍTULO 86
Aunque la hora siguiente trató por todos los medios de hacerse con el
juguete, le fue imposible. Habían dejado de hacerlos; solo encontraba réplicas
modernas que no tenían nada que ver con el modelo original, y nadie vendía
ninguna. Al parecer, eran pequeños tesoros que la gente guardaba como recuerdo
de la infancia.
—Muy bien, hija. Aquí ando, liado con mis cosas. ¿Ocurre algo?
—Una locomotora con dos vagones. Era muy popular hace un par de
décadas. Puedo mandarte una foto para que sepas cómo es.
—Sí, sí, ahora mismo te la envío por WhatsApp. Gracias, papá. Mil gracias.
Te quiero. Te quiero. Te quiero. Eres el mejor padre del mundo.
Noah le había dicho a Olivier que iría en metro hasta su casa, pero él se
había empeñado en mandar a Jake, su chófer, a recogerla a la salida de la tienda.
Noah lo había dejado por imposible.
—Si es tan amable —dijo Jake amable, abriéndole la puerta del Bentley.
—Gracias por venir —le agradeció Helen. Noah sonrió—. Estás guapísima
—la elogió con complicidad mientras la agarraba del brazo y la llevaba dentro.
—Gracias.
Todos los presentes se giraron hacia ella. Noah levantó el brazo y saludó
tímidamente con la mano que tenía libre, en la otra llevaba el regalo. Olivier la
recibió con una amplia sonrisa en la boca. Echó a andar hacia ella, abriéndose paso
entre un pequeño grupo de hombres con los que estaba hablando, y fue en su
busca.
De pronto se sintió ridícula. ¿Qué hacía ella con un tren de madera? ¿Cómo
iba a regalarle un juguete a un multimillonario?
«Voy a quedar fatal —se dijo para sus adentros—. Lo mejor es que se lo dé
cuando no me vea nadie».
—Olivier…
—Dime.
—¿Tienes un momento?
—Sí, claro —dijo Olivier con voz suave—. ¿Estás bien, Noah? —se
preocupó, al tiempo que la agarraba por el codo y la llevaba hasta un rincón.
—Sí, sí, estoy bien —respondió Noah—. Solo quería darte mi regalo.
—Es una tontería —se apresuró a decir Noah con apuro, para que no se
creara falsas expectativas—. No es nada… Solo una… una tontería.
—¿Lo dices en serio? ¿La ha hecho tu padre? Entonces, tiene más mérito
aún, porque es artesanal. —Olivier sacó el juguete y dejó la caja a un lado. Los ojos
le brillaban como a un niño pequeño.
—Es el mejor regalo, Noah —dijo Olivier con sinceridad. Se esforzó para no
dejar ver que lo había impresionado, pero no lo consiguió—. Es mejor que
cualquier corbata, que cualquier reloj, que cualquier perfume… Estoy sin palabras.
—Mira lo que me ha regalado Noah —le dijo Olivier con visible admiración,
mostrándole el colorido juguete.
—Se lo dije yo. Le conté que siempre me quedaba mirando la que había en
el escaparate de una juguetería —intervino Olivier—. La ha hecho su padre.
¿Verdad que es una maravilla?
El piropo no iba para ella, pero Noah no pudo evitar ruborizarse. Jamás
había visto a Olivier tan entusiasmado. Era como si hubiera retrocedido un par de
décadas y fuera el niño el que había recibido el juguete y no el adulto. Había un
brillo inocente en su mirada que no había visto nunca.
Noah sonrió.
A esas alturas ya habían desaparecido todas las reticencias que tenía acerca
de si la locomotora de madera era un buen o un mal regalo. La reacción de Olivier
la había convencido de que había sido un regalo magnífico.
Olivier dio un par de pasos hacia adelante y, sin decir nada, abrazó a Noah.
CAPÍTULO 88
Los invitados empezaron a irse hasta que solo quedaron Helen, Olivier y
Noah.
Pero Olivier le agarró la mano cuando echó a andar y la atrajo hacia sí.
—Mañana es sábado.
—Ya, pero tengo cosas que hacer. Todavía tengo pedidos que atender.
Olivier la aferró por la cintura con sus enormes manos y pegó su cuerpo
contra el de ella.
—Olivier, yo… —Pero Olivier no la dejó protestar, atrapó sus labios con la
boca y la besó con avidez.
—Lo sé, pero quiero llevarte. Además, así evito que te escapes —sonrió
Olivier.
Pasó los dedos por los hombros y deslizó los tirantes del vestido por ellos.
La prenda rodó por el cuerpo de Noah hasta que se la quitó. Después se deshizo
del sujetador y de las braguitas.
Olivier se giró y volvió al lado de Noah, que lo esperaba con una mezcla de
impaciencia y expectación. Olivier le sonrió con un gesto indescifrable, la cogió por
la cintura y le dio la vuelta, poniéndola bocabajo. Noah contuvo el aliento en la
garganta mientras él le juntaba las manos y se las ataba a la altura de las muñecas
en el entramado del catre de la cama.
¿Por qué le gustaba tanto que la atara? ¿Que la inmovilizara? ¿Qué la dejara
prácticamente a su merced? ¿Por qué no se quejaba?
¿Qué más daba? No iba a ponerse en ese momento a reflexionar sobre ello,
solo quería sentir, y que Olivier la hiciera disfrutar como tantas otras veces había
hecho.
Olivier cambió de posición y de un envite la levantó para colocarla a cuatro
patas. Todos los pensamientos que pululaban por la cabeza de Noah se diluyeron
en un segundo. Olivier abrió el cajón de la mesilla y sacó un condón.
—Te la voy a meter hasta el fondo desde atrás —le susurró al oído con voz
ronca.
Era suya.
Olivier sacó el dedo, la sujetó por la cintura, la obligó a que abriera las
piernas y se hundió en ella de un fuerte empujón.
Noah soltó el aire de golpe con un gemido que llenó la habitación. Olivier
estaba en lo más hondo de su ser. En todos los sentidos de la frase.
Olivier comenzó a moverse dentro de ella. Cada vez más rápido. Cada vez
más profundo. Llevado por la excitación, alargó la mano, enrolló la larga melena
rubia de Noah en torno a la palma y tiró de ella, obligando a Noah a levantar la
cabeza.
La punzada de placer que sintió fue brutal. Ni siquiera se preguntó por qué
no lo frenaba, por qué no le decía a Olivier que parase, por qué dejaba que la
dominara de aquella manera.
Olivier se clavó en ella cuatro o cinco veces más mientras sus dedos se
hundían en la carne de los glúteos y gemía con los dientes apretados.
Noah quería que aquello no acabara nunca. Le encantaba aquel Olivier tan
íntimo. Ese era su poder: volverlo loco, aunque él no lo supiera.
Olivier tiró una última vez de su pelo mientras se dejaba ir. Gimió con los
dientes apretados y, tras dejarse caer sobre Noah, le dio un beso en el hombro.
—A veces creo que me vas a romper —le dijo Noah a Olivier cuando este la
desató y le dio la vuelta para poder mirarla.
—¿Señorita Winter? —preguntó una voz femenina al otro lado del teléfono.
—Sí, claro.
Noah sonrió.
—Gracias.
—A usted.
Noah cerró la tienda un poco antes para estar puntualmente a las ocho en la
Torre Hearst. Un rascacielos situado en la Cincuenta y siete, cerca de Columbus
Circle, en Midtown Manhattan.
—Buenas tardes.
—Gracias.
—Sí, pase —le dijo, haciendo una señal con la mano. Noah entró en el
despacho, cerrando la puerta a su espalda—. Tú eres Noah Winter, ¿verdad?
—Sí.
—Te conozco por el reportaje que ha salido este mes en nuestra revista.
—Gracias —dijo.
Eva abrió la carpeta que tenía sobre la mesa, sacó los papeles que contenía y
los puso delante de Noah.
—Como quieras.
Noah pasó las páginas hasta llegar a la última y con el bolígrafo que le pasó
Eva, firmó en el espacio que quedaba libre.
—Es muy pronto aún, pero ya tenemos un primer boceto de las condiciones
generales —dijo Eva, ofreciendo a su vez a Noah la carpeta que le había dado
Clare—. Léelo con calma y si te interesa, no tienes más que decírnoslo.
—No tengo que leerlo, y me dan igual las condiciones. Acepto —dijo
inmediatamente Noah.
—Es mejor que lo leas, siempre puede haber condiciones con las que no
estés de acuerdo y que se pueden discutir.
Noah sonrió.
—Está bien, lo leeré —dijo. Hizo una pequeña pausa—. Gracias. Gracias por
tratarme tan bien —agradeció a Eva.
—Más nos vale —se le escapó a Eva en un tono de voz que Noah no supo
descifrar pero que sonó raro.
—Lo sé. Sé que es un hombre muy exigente, pero ¿qué tiene que ver con
esto?
—Bueno, Noah, todo esto es por él. Nos está… presionando mucho para
promocionarte en la revista —dijo Eva.
CAPÍTULO 90
—¿Qué quiere decir que el señor Brooks os está presionando? —quiso saber.
—Olivier tiene sus métodos para que las cosas se hagan a su manera —
dijo—, y está dispuesto a promocionarte casi a cualquier precio. Pero no solo lo
está haciendo con Elle, tengo entendido que también lo está haciendo con VOGUE.
Noah palideció. No podía creer lo que Eva Mann estaba dando a entender.
Una mezcla de consternación e incredulidad se fue transformando en una creciente
sensación de angustia.
Eva carraspeó. Por la lividez que había adquirido el rostro de Noah supo
que había metido la pata. Olivier Brooks estaba haciendo todo a sus espaldas; ella
no tenía nada que ver, aunque en un principio habían pensado que el motivo se
debía a que era su pareja o su amante, y que se estaba valiendo de eso para hacerse
un hueco en el mundo de la moda.
—Como te he dicho, Olivier Brooks tiene sus métodos para que las cosas se
hagan exactamente como él quiere. Presionó mucho a Taylor May para hacer el
reportaje en Malibú.
—No he conseguido las cosas por mí misma ni por mi talento, sino por
Olivier. Todo ha sido por él —masculló con rabia mientras vagaba por las calles de
Nueva York sin rumbo fijo.
Había estado viviendo una mentira. La realidad había tomado una forma
malévola repentinamente. Todo lo que había pasado las últimas semanas se había
basado en una mentira. En un espejismo creado por Olivier para llevarla a su
terreno, para hacerse con el control de su vida.
—¡Mira por donde vas! —le increpó el hombre con malas pulgas.
Andaba como un ser autómata por la ciudad, sin mirar por dónde iba,
dejándose arrastrar por el río de gente, sin quitarse de la cabeza que Olivier había
estado jugando con ella; manipulándola de la manera más vil. ¿Y todo para qué?
¿Para acostarse con ella? ¿Para salirse con la suya y que terminara firmando el
acuerdo que la ataba a él y que, en el fondo, le robaba su sueño? ¿Cómo se había
dejado engañar de aquel modo? ¿Cómo había sido tan tonta? ¿Cómo había podido
pensar un solo segundo que un multimillonario como Olivier Brooks quería
realmente ayudarla sin que hubiera ningún tipo de doble intención detrás?
Repasó en su memoria la conversación que había tenido con Eva Mann. Ella
le había dicho que Olivier también había presionado a la revista VOGUE.
Olivier había jugado con su sueño como un niño pequeño juega con los
Playmobil.
Noah se pasó las manos por el rostro cuando las lágrimas empezaron a
deslizarse precipitadamente por sus mejillas. Apretó los dientes. Rezumaba rabia
por cada poro de la piel.
—¡No eres más que un hijo de puta! —le gritó Noah, sin importarle que
pudiera escucharla Karen.
—Que has estado jugando conmigo, que solo he sido una marioneta en tus
manos. Has estado manipulándome desde el principio, como si fuera un títere.
Manipulándome a mí y al resto de la gente para que hagamos lo que tú quieres. La
invitación a la fiesta de VOGUE, el reportaje en Malibú de la revista Elle… —
comenzó a enumerar con un nudo en la garganta.
Noah se había tirado un farol. No estaba segura de que hubiera sido así,
pero lo lanzó al aire para sacar una verdad de una mentira. Que Olivier no lo
negase tuvo el efecto de un mazazo en el pecho. Había sido así; había obligado a la
organización de la Semana de la Moda de Nueva York a que le retiraran el premio.
—Sí es así, Olivier —lo contradijo ella, enjugándose las lágrimas que
rodaban por su rostro—. Has ido tejiendo una tela de araña a mi alrededor para
atraparme en ella, y lo has conseguido. Sin darme cuenta has ido poniéndome
cuerdas y convirtiéndome en una marioneta para jugar conmigo a merced. Y lo
peor es que yo he caído en tus redes como una idiota. —Abrió los brazos de par en
par—. Dios mío, ¿cómo he podido ser tan estúpida? —se lamentó, hablando en ese
instante para sí misma.
—Noah, estás enfadada y tienes todo el derecho del mundo a estarlo. Pero
las cosas no son así…
Se echó hacia atrás, poniendo distancia entre Olivier y ella. No quería que la
tocara.
—Tienes razón. Soy así. Todo lo que has dicho… es cierto. Pero no voy a
cambiar —afirmó Olivier. Se irguió y pareció más distante que nunca.
Noah bufó.
—¿Eso es todo lo que vas a decir? —le preguntó con una nota de impotencia
en la voz.
Noah tenía razón, no lo podía negar. Había hecho todas esas cosas para
tenerla bajo su control, para follársela, para quitarse de la cabeza la maldita
obsesión que tenía con ella. Sin embargo y, aunque fuera el villano de la película,
aunque fuera el malo, ahora no quería que se fuera. Era demasiado egoísta para
dejarla marchar.
—No voy a volver a dejar que me jodas la vida, Olivier, ni que jodas mi
sueño.
Noah echó a andar, pero Olivier la interceptó.
Noah metió las manos entre los dos cuerpos y lo empujó, pero Olivier no se
movió.
—Deja que me vaya. Deja… Deja que me vaya —le pidió sollozando.
Olivier le sujetó las muñecas para detener los golpes, y la rodeó con los
brazos, en un intento por tranquilizarla.
—Déjame explicarte las cosas, por favor —le susurró en el oído con voz
sosegada—. Déjame explicarte…
Noah sintió que el calor del cuerpo de Olivier se expandía por toda su piel
como una marea oscura. Su característico olor a sándalo le inundó las fosas nasales,
debilitándola. Durante unos segundos vaciló. El abrazo de Olivier era tan
reconfortante…
—¡No! ¡No voy a escucharte! ¡No quiero que me abraces, no quiero que me
toques, no quiero…! —le dio un nuevo empujón con el cuerpo y se liberó de él—.
Lo único que quiero es que me dejes en paz y no volver a saber de ti nunca más.
¡Nunca más! ¡Me has jodido la vida y no te lo voy a perdonar jamás! —le gritó,
antes de echar a correr, abrir la puerta y salir del despacho con un portazo.
Olivier bufó.
—¿Y tú que cojones estás mirando? —rugió Olivier enfurecido. Sus ojos
echaban chispas—. Recoge todo esto —le ordenó con un gruñido.
CAPÍTULO 92
—Ya está, Noah —le cortó Todd. No quería que pasara un mal rato.
Advirtió el apuro y la vergüenza que estaba pasando Noah al hablar de aquello y,
por si fuera poco, llevaba conteniendo las lágrimas desde que habían quedado en
una cafetería cercana a la tienda—. Por suerte ahora tengo trabajo y la floristería es
pasado.
Noah suspiró.
—Cerrar la tienda e irme de allí. No quiero tener nada que ver con Olivier
Brooks —respondió—. No después de todo lo que me he enterado. Todavía no me
creo lo que ha hecho; por su culpa me quitaron el premio del concurso de la
Semana de la Moda de Nueva York… Ha hecho añicos mi sueño —se lamentó.
—Si no tienes espacio en tu piso, puedes guardar algo en el mío. Tengo una
habitación de sobra que utilizo de estudio para mis composiciones de música, no
es muy grande, pero entran unas cuantas cajas de ropa.
Noah no tenía ganas de reír, pero dejó escapar una risilla. Sin embargo,
unos segundos después la sonrisa se le desvaneció del rostro. Bajó la vista hasta la
cerveza. Todd alargó la mano por encima de la mesa y le acarició la suya.
Era una frase típica, pero Noah la agradeció como un vaso de agua en el
desierto. Necesitaba oír que todo iba a ir bien, aunque fuera mentira. Apartó los
ojos enrojecidos de la cerveza y miró a su amigo.
—No, Noah. No voy a hacer leña del árbol caído. Eso sería mezquino por
mi parte. Todos cometemos errores —dijo—. Todos alguna vez nos hemos dejado
deslumbrar por alguien que no nos convenía.
—No eres ninguna idiota, Noah, y sé que no es fácil seguir adelante. Lo sé.
Pero lo vas a conseguir —la alentó Todd con voz dulce—. Vas a salir de todo esto,
porque tú eres una chica muy fuerte.
No quería torturar más a Noah, bastante dolor tenía ya, y él no estaba por la
labor de hacerla sufrir más, pero le había jodido enterarse de que Olivier Brooks
había sido el causante de su despido en la floristería.
—Pues será mejor que nos demos prisa. Hay una sesión dentro de… —
Todd consultó el reloj de muñeca—… tres cuartos de hora.
—Vamos —dijo Noah.
La última clienta de ese día salió de la tienda y Noah cerró la puerta para
que no entrara nadie más. Mientras introducía la llave y daba un par de vueltas a
la cerradura se acordó de las veces que Olivier había entrado sin llamar,
asustándola. Uno de esos días se había dado la vuelta sobresaltada y le había
amenazado con el brazo del maniquí con el que estaba trabajando.
De pronto notó que las piernas le temblaban. Dio un par de pasos vacilantes
y aferrándose con la mano en el respaldo se sentó en la silla que utilizaban las
clientas.
—¿Cómo he sido tan idiota? —se preguntó con rabia—. ¿Cómo he sido tan
cabrón?
Había hecho todo lo que estaba en su mano para meterla en su cama, para
tener el control sobre ella; ese que tanto necesitaba para sentirse seguro, y
conseguirla se había transformado en un juego. Un juego peligroso que tenía
consecuencias, y en las que él no había pensado. No había pensado que podía
pasar lo que ahora estaba pasando en el interior de aquella tienda.
Noah tenía razón, había jugado con su sueño, con su carrera, con su futuro,
con su vida... Pero él no tenía otro modo de hacer las cosas. No sabía hacerlas de
otra manera. Esa era su maldición.
Ahora era demasiado tarde para expresar aquellas palabras que tenía
atragantadas en la garganta.