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01-Me Haces Débil
01-Me Haces Débil
Juliana Stone
Me haces
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Sinopsis
Alto, moreno y tatuado, el agente del FBI Hudson Blackwell ha
vuelto a casa, a Crystal Lake, para ocuparse de su padre moribundo e
irse. No cree en muchas cosas, aparte de sus hermanos, su Dios y su
país. Le gusta la vida sencilla y odia las complicaciones. Así que toparse
con la chica que dejó escapar es una complicación de la que puede
prescindir. Sin embargo, las llamas del deseo siguen ardiendo y no es tan
fácil romper los lazos por segunda vez. Hace que un hombre se
pregunte…
¿Puede un hombre que solo quiere irse encontrar una razón para
quedarse?
Capítulo Uno
Crystal Lake guardaba muchos malos recuerdos para Hudson
Blackwell y recordó cada uno de ellos en el largo viaje de regreso desde
Washington, DC. Para cuando cruzó el puente que separaba la parte
norte de la ciudad de la sur, su humor era negro y un ceño fruncido
transformó sus apuestos rasgos en algo oscuro.
Este lugar no había cambiado nada, y por primera vez desde que
había iniciado este viaje a casa, una lenta sonrisa curvó sus labios. El
aparcamiento era una mierda, abundantes baches, el techo de hojalata
parecía oxidado y la entrada y la puerta principal necesitaban una nueva
capa de pintura. El letrero superior colgaba torcido, sujeto por una sola
bisagra, y parecía que una buena ráfaga de viento podría arrancar de
cuajo la maldita cosa. No recordaba que estuviera tan mal, pero diablos,
era algo con lo que podía vivir.
Huh. Desde que Hudson podía recordar, el dueño del Coach House
siempre podía encontrarse detrás de la barra, sirviendo bebidas (que era
la razón por la que estarías aquí) y consejos (los quisieras o no).
—¿Está bien?
—De barril.
1
MLB: Liga de Beisbol.
2
A’s: Los Oakland Athletics, también conocidos como A's, son un equipo profesional de
béisbol de los Estados Unidos con sede en Oakland.
3
Red Sox: Los Boston Red Sox son un equipo de béisbol profesional estadounidense con
sede en Boston, Massachusetts.
—Siento lo de tu hermano.
—¿Quién?
—Rebecca.
Su pelo rubio caía sobre los hombros dorados, con ondas que
brillaban a la luz de la luna. Los grandes ojos azules que le miraban eran
de esos en los que te puedes perder. Del tipo que hace que un hombre
piense en cosas. Como perderse dentro de Rebecca Draper.
—Nunca he hecho esto antes. —La voz de ella vaciló, esos grandes
ojos no se apartaron de él, y su pecho se llenó de algo que no acababa de
entender. En ese momento, supo que ella era importante. Ella significaba
algo más. Algo que él necesitaba. Algo que quería.
Hudson la estrechó entre sus brazos, con su joven cuerpo tenso, duro
y dolorido por el deseo.
Rebecca Draper.
Su Becca.
—No estoy seguro de que ella quiera eso. —Las palabras salieron
antes de que lo pensara mejor, y los ojos de Jake se entrecerraron un
poco antes de mirar por encima del hombro de Hudson.
—Llévame contigo.
Capítulo Dos
Becca se salpicó agua fría en la cara y exhaló lentamente mientras
se miraba en el espejo. Parpadeó y frunció el ceño porque, por un
segundo, no era su cara la que veía. Era la de él.
durante doce años. Tal vez ya era hora de dejar atrás esa parte de su
pasado.
***
algún reality show sin sentido mientras comía lo que tuviera a mano. Solo
era miércoles, pero una pizza para llevar podría ser una buena idea.
En serio.
—Lo hace.
—Sí, la conozco.
—Sí, Liam. Estoy perfectamente bien. —De hecho, la ira que bullía
lentamente bajo la superficie desde que había visto a Hudson dos días
antes ya no ardía lentamente. La ira la invadió como una ola que choca
contra la orilla y, antes de que se diera cuenta, se estaba sumergiendo.
Claro. Por supuesto. Con los labios fruncidos, ella no dijo nada.
La ira dentro de ella se desinfló, solo un poco, y eso no fue algo que
hubiera visto venir.
Capítulo Tres
Hudson odiaba los hospitales. El olor. El orden loco de las cosas.
Las enfermeras y los médicos. Los fríos suelos de baldosas y las anodinas
paredes llenas de grabados baratos de playas y veleros. Su estado de
ánimo no había mejorado desde que había vuelto a casa, y ahora que por
fin había llegado a Grandview, no estaba tan seguro de que las cosas
fueran a mejorar.
Una pausa.
—No, no lo haces.
—Me atrapaste ahí. La última vez que vi al viejo, me dijo que iba a
morir joven y que no molestara llamándolo cuando sucediera. Le dije que
sería un poco difícil de hacer considerando, ya sabes, todo lo de muerto.
Hizo ese ruido que siempre hacía y tomó una llamada de negocios. Así fui
despedido. Demonios, apuesto a que no se dio cuenta de que dejé Crystal
Lake hasta días después.
Hudson suspiró.
—No es por estar de su lado ni nada, pero ese último choque fue
una putada. —A su hermano le gustaban los coches. Coches veloces.
Desafortunadamente para la familia, corría en ellos y actualmente era el
favorito del circuito NASCAR.
—Tuviste suerte.
Wyatt se rió.
—Siempre, hermano.
espacio para la suavidad o los mimos. Verle siendo tan poco de lo que
había sido era más que un poco inquietante para Hudson.
Los tres estaban de pie uno al lado del otro en la barca, cada uno
de ellos sosteniendo su captura, mientras detrás de ellos, su padre
sonreía, una cosa relativamente esquiva en aquel entonces. En la foto,
Hudson no estaba mirando a la cámara sino a su padre.
—¿Hudson?
—Hola, papá.
pero su padre no querría. Así que dio un paso atrás y observó al hombre
hasta que por fin logró acomodar las almohadas.
—Darlene.
viaje de regreso, ni del hecho de que había dado media vuelta y corrido
tan rápido como había regresado.
—¿Y los otros chicos? —La voz de John era un poco más fuerte
ahora, y Hudson le ofreció el vaso de agua que estaba en la bandeja junto
a la cama.
—Lo hago.
—Vaya, John. Este debe ser uno de tus guapos chicos. —Su acento
era sureño y él sabía que no era de la zona. Se acercó a la cama y
desenvolvió el estetoscopio de su cuello. Volvió a mirar a Hudson—. Solo
tengo que auscultar, y mientras lo hago, la doctora está fuera. Sé que le
gustaría hablar contigo.
—Hudson.
Y vaya si lo era. Esos ojos, los mismos que tenía Adam. Si recordaba
correctamente, ella era un par de años más joven que él. Aunque…
Ella se rió.
Su sonrisa se amplió.
—Puedo verlo.
Regan suspiró.
fuerte, más estable, entonces podría ser una opción, pero… —Sus
grandes ojos eran expresivos, y él sabía el resto.
—Sí —murmuró.
—Por supuesto que sí. Aquí nos gusta la tradición. El sábado por
la noche del fin de semana de la feria. —Ella miró su reloj una vez más y
comenzó a retroceder—. Deberías venir. Muchos de los viejos amigos
estarán allí. Adam y su mujer probablemente irán, y he oído que Ethan
Burke también ha vuelto a la ciudad. —Se rió—. Todos los que se van
parecen volver en algún momento.
Capítulo Cuatro
El sábado por la noche llegó demasiado rápido. Rebecca pasó el día
ayudando a su madre a envasar tomates y se apresuró a llevar a Liam a
comer para poder dejarlo en casa de su amigo Michael para una fiesta de
pijamas. Regresó en un tiempo récord, se dio una ducha rápida y se
cambió. Se puso unos vaqueros, unas botas y un top negro ceñido que
probablemente era demasiado escotado para el baile del granero, pero no
le importó. Acababa de pintarse los labios cuando sonó el timbre de la
puerta, seguido de pasos en el desgastado suelo de madera y luego en las
escaleras. Agarró su bolso que estaba en la cama y buscó su chaqueta
vaquera justo cuando su amiga Violet entró en el dormitorio como si fuera
la dueña.
—¿Lo haría él, seguro? —se rió Violet—. Estoy segura de que ese
es el sueño de todos los hombres.
—Cierto.
—Dios, no. Los gemelos están en casa de los padres de él. Había
quedado con algunos de los chicos, y probablemente acabarán en el baile
más tarde. Eso si quiere algo de esto esta noche.
—Nada.
—¿Qué?
—Desde el lunes.
—No esperabas verle. —La voz de Violet era suave. Ella había
estado allí, en los días en que las cosas habían ido mal. Había visto lo
que él había dejado atrás. El desastre que había sido Rebecca.
—No. Es la última persona que pensé que vería aquí. —Su voz
bajó—. Esa última noche… Dijo que nunca iba a volver.
Sí.
4
Punch es puñetazo o golpe, pero también ponche. Así que podría ser traducido como
Golpe Rosa o Ponche Rosa.
la banda bajó el ritmo y tocó una canción lenta que quemó a través de
ella.
Con los ojos puestos en las anchas puertas situadas más allá de la
mesa de entrada, estuvo a punto de atropellar a la señora Avery, la señora
de la floristería, y apenas consiguió disculparse mientras salía. Cuando
llegó al aparcamiento, resollaba y le dolía el pecho. Maldijo porque su
bolso y su inhalador estaban dentro, pero de ninguna manera estaba
preparada para volver a entrar allí. Todavía no. Apoyada en la camioneta
más cercana, miró al gran cielo nocturno y, finalmente, su respiración se
hizo más lenta.
Dispárame. Ahora.
Se giró hacia la pista de baile y tomó un sorbo del vodka con soda.
Casi al instante, captó una sonrisa de Nate Smith. Normalmente,
ignoraba ese tipo de cosas. ¿Pero esta noche? ¿Ahora mismo? Le devolvió
la sonrisa. Había varios hombres en la sala que sabía que estaban
interesados en ella. Varios hombres para elegir. Tal vez era hora de que
se ocupara de algunas cosas. Tal vez entonces no se convertiría en una
idiota cuando viera a Hudson Blackwell. Tenía la casa vacía esta noche,
y necesitaba un hombre. No debería ser difícil.
—Lo estoy.
—¿Debería preguntar?
Violet asintió.
—¿Brandon Sanders?
—No va a suceder.
—Adam dice que está soltero, divorciado o algo así. Dijo que
Hudson preguntó por ti, y es obvio que tenéis asuntos pendientes. Tal vez
vosotros dos…
—¿Ese es…?
—Ethan Burke. Tiene que ser. Dios, se ha puesto más bueno con
la edad. —Violet hizo una pausa—. ¿No va a ser tu jefe?
—No me importa.
Capítulo Cinco
En su trabajo, Hudson era el hombre de referencia. Era ecuánime,
trabajaba bien bajo presión y tenía una extraña capacidad para analizar
la situación, por grave que fuera, y tomar la decisión correcta. Se había
enfrentado a asesinos a sangre fría, a terroristas y a la escoria de la
sociedad, y nunca perdió la calma. Sus compañeros lo llamaban el
Hombre de Hielo, y aunque se ganó el respeto de su equipo, también tenía
una buena dosis de intimidación. Nadie quería enfrentarse a él. Nadie
quería verlo perder el control, porque había una sensación generalizada
de que, una vez desatado, no era el tipo con el que meterse.
—Aún sientes algo por Rebecca. —No era una pregunta, y Hudson
no se molestó en negarlo.
Shelli Gouthro. Ella había sido una chica de buenos momentos por
lo que recordaba y por el aspecto de las cosas, no había cambiado mucho.
¿Qué demonios?
Logró salir sin tener que hablar con nadie más, y eso era una tarea
en sí misma. Atravesó una multitud de personas que conocía de toda la
vida, todas ellas queriendo saludar o preguntar por su padre, o alguno
de sus hermanos. Agachó la cabeza y no levantó la vista hasta llegar a su
camioneta. No hizo ningún esfuerzo por subir al interior, sino que se
quedó allí, inhalando ese aire fresco y frío de Michigan que echaba de
menos más de lo que querría admitir.
Rebecca.
—¿A dónde vas? —Ella hipó debajo de una mano y tropezó un poco
más. A él no le importó, porque tropezó hacia él. Ahora estaba a solo unos
centímetros de distancia.
—Me ha saludado.
—No.
—¿Qué dijiste?
—Voy a buscar a Violet. —Sabía que ella había venido con la esposa
de Adam.
Huh. Hudson no estaba seguro de que fuera una buena idea, y miró
hacia el baile del granero. Debería buscar a Violet. Eso era lo correcto.
Pero tras unos segundos de duda, envió un mensaje rápido a Adam,
Él enarcó una ceja y ella soltó una risita. Era un sonido sacado
directamente de su pasado, y si pudiera repetirlo una y otra vez, lo haría.
Eran preguntas válidas, y tal vez más tarde pensaría en ellas. Pero
por el momento, no iba a ir allí.
Capítulo Seis
Rebecca trató de recordar la última vez que se sintió así. Y luego
trató de pensar qué era exactamente lo que sentía. Pero su cabeza estaba
confusa y se dio por vencida. Entró en su oscura y silenciosa casa, se
quitó las botas y se dirigió directamente a la cocina, dando un gran rodeo
a las planchas de yeso y los materiales de pintura que había cerca de la
puerta principal.
cuero negro y sus botas le daban un aire peligroso, pero no tenía nada
que ver con el brillo oscuro de sus ojos ni con la elevación sensual de su
boca.
Dejó caer su mirada. Dios, debía estar loca para estar considerando
las cosas en su cabeza. Se metió otra cucharada de helado en la boca.
Él se encogió de hombros.
—No lo sé. Salimos durante un par de años. Era fácil estar con ella
y quería un anillo. Me pareció bien en ese momento.
—¿Y tú?
—¿Becca?
—¿Becs?
—Estás temblando.
¿Fueron los planetas los que se alinearon para hacerla sentirse así?
¿Estaba Plutón orbitando alrededor de otra luna o algo así? ¿Era el hecho
de que hacía una eternidad que no sentía ningún tipo de deseo? ¿Algún
tipo de necesidad que doliera tanto que se sintiera mejor que bien?
Durante un buen rato, lo único que pudo oír fue aquel tamborileo
en sus oídos y el aire en sus pulmones mientras se esforzaba por respirar.
Cuando se hizo demasiado. Cuando sus hombros se tensaron tanto, los
músculos se acordonaron dolorosamente, y su estómago cayó
malditamente al suelo…
Capítulo Siete
La fuerza de voluntad de Hudson se fue en el momento en que sus
dedos tocaron su cuerpo. Desapareció el impulso de hacer lo correcto. De
pensar bien las cosas, y tal vez de dar un paso atrás. Desde que vio a
Rebecca, hace casi una semana, había un fuego hirviendo en su interior,
y estaba fuera de control.
Mi Rebecca.
Él jugueteó con ella, con sus largos dedos rozando sus labios
exteriores. Luego se apartó. Aumentando la presión, acercándose al
borde… y apartándose de nuevo. Mientras tanto, Hudson devoraba su
boca como si fuera la última comida y no hubiera comido en días. Cuando
las caderas de ella empezaron a girar, sonrió con maldad y susurró contra
su boca:
—¿Qué quieres?
—Eso es, cariño. Córrete para mí. —Apenas pudo pronunciar las
palabras.
—Ahora, Huds.
—No quiero jugar bien, Huds. —Su voz era gutural, y tocó una fibra
sensible que hizo que se disparara todo tipo de mierda caliente dentro de
él.
No recordaba la última vez que el sexo había sido tan bueno. Los
montó a ambos hasta el orgasmo, y mientras se desplomaba en la cama
y la acercaba, Hudson le besó la parte superior de la cabeza. Escuchó su
respiración, el sonido de su corazón latiendo rápidamente. Todo en ella
era igual, pero diferente.
***
5
Red Wings: Los Detroit Red Wings (en español, Alas Rojas de Detroit) son
un equipo profesional de hockey sobre hielo de los Estados Unidos con sede en Detroit,
Michigan.
6
Tigers: Los Detroit Tigers (en español, Tigres de Detroit) son un equipo profesional de
béisbol de los Estados Unidos con sede en Detroit, Míchigan.
Tal vez ella pensó que salir como el infierno de Dogge antes de que
él levantara el culo era una buena manera de deshacerse de Hudson.
Capítulo Ocho
La puerta se abrió antes de que Rebecca tuviera la oportunidad de
llamar.
—¿Qué…?
Desnudo. En su cama.
Violet resopló.
—¿Lo hiciste?
—¿Ethan?
—No.
Violet tuvo que tomar un buen y largo trago de café para bajar el
donut, y aún farfulló y tartamudeó cuando encontró su voz.
—¿Te has acostado con él? ¿Qué demonios? Anoche hiciste que
pareciera que aunque fuera el último hombre de la tierra, no irías allí.
—Lo sé.
—Lo dudo.
—¿Cómo de increíble?
Ella se sonrojó.
—Tres.
—¿Y qué hizo que la puerta número tres fuera mejor que el
chocolate?
—No lo sé. Le dejé una nota y le pedí que se fuera. Dije que volvería
al mediodía.
—¿Pero no crees que tal vez sucedió por una razón? Obviamente,
todavía hay algo ahí. —Violet la miró deliberadamente—. Tal vez que
vosotros estéis aquí al mismo tiempo significa algo. Tal vez…
—No hay ningún “tal vez”. Nunca habrá nada entre nosotros. Bebí
demasiado y han pasado cosas y ahí se acaba todo.
Capítulo Nueve
Darlene estaba en la casa cuando Hudson llegó a ella. El olor a café
y beicon le hizo rugir el estómago y se dirigió a la parte trasera, donde la
cocina y el gran salón daban al lago. Un espacio amplio y abierto, que
siempre había sido el centro de la casa de los Blackwell, y con razón. Era
grande, luminosa y acogedora. Y para un grupo de chicos en crecimiento,
lo más importante, era donde estaba la comida.
—Nada bueno.
—No —dijo Darlene en voz baja—. No creí que lo fuera. —Lo observó
detenidamente—. ¿Cuándo volverán Wyatt y Travis a casa?
—Sé que ha sido duro y difícil, y que puede ser un absoluto cabrón.
Pero Hudson, el hombre se está muriendo. Si quieres saber la verdad
absoluta, ha estado muriéndose durante años. Solo aquí, en esta gran
casa, sin nadie que le haga compañía más que el arrepentimiento, el dolor
y el orgullo.
Darlene suspiró.
—Quiero que hables con tus hermanos. Quiero que hagas lo posible
para traerlos a casa para que puedan hacer las paces con tu padre.
Quiero que todos vosotros le deis la oportunidad de corregir las cosas. Si
no lo hacéis. Si él… —Se estremeció y se enjugó los ojos—. Si pasa sin
que eso ocurra, habrá consecuencias. Consecuencias de por vida.
Capítulo Diez
Eran casi las cuatro de la tarde cuando Rebecca entró en el
aparcamiento del hospital. Liam estaba con ella, ansioso por entrar y
enseñarle a Sal el nuevo modelo de coche por el que había convencido a
su amigo Jason para que le cambiara por un cromo de hockey. Se trataba
de una magnífica réplica de un Corvette de 1972, de color rojo brillante y
con unos detalles exquisitos.
Rebecca gimió.
—Sé cómo funciona esta ciudad. —La doctora se rió—. Aún así, fue
una buena historia.
Su espeso pelo blanco estaba revuelto y se pasó las manos por él.
La acción era sencilla, pero le recordó tanto a Hudson que tuvo que
apartar la mirada. Tosió, y no parecía poder parar. Ella le indicó la
máscara de oxígeno, pero él negó con la cabeza y, al cabo de un rato, la
tos disminuyó.
—Lo sé.
—Lo hay. Solo que no quiero hablar de ello. —Le dolía más que
nada que él no le hubiera dicho que su hijo mayor iba a volver a la ciudad.
Él sonrió.
—Por supuesto, Angel no puso las cosas fáciles. Me las arreglé para
conseguir información de ella del dueño del café y fui a su apartamento
esa noche, pero su compañera de cuarto me dijo que no estaba en casa.
Estaba en el autocine con ese maldito Levitz.
Él la miró entonces, con los ojos más claros que pudo ver.
—Eso no es excusa.
—Está tan bien como se puede esperar. Pero no tiene buena pinta.
El cáncer se ha extendido y no creo que la quimioterapia sea ya una
opción.
Ella asintió.
Capítulo Once
El lunes por la tarde encontró a Hudson en el muelle. Había
dormido como una mierda, no podía apagar su cerebro, y llevaba
despierto desde primera hora de la mañana trabajando. Su domingo no
había salido como había planeado. Más decidido que nunca a ver a
Rebecca, se había pasado por su casa, pero no había nadie. Estuvo por
lo menos una hora dando vueltas antes de decidir que el vecino iba a
llamar a la policía o atacarlo con un rifle. Así que se había ido.
Tomó otro trago y vio un águila calva mientras volaba sobre el agua
antes de desaparecer entre los arbustos.
Hudson dio un paso y negó con la cabeza. Nash Booker. El tipo era
su amigo más antiguo, y hasta hace unos años, habían estado en
estrecho contacto, hablando al menos una vez a la semana. Pero entonces
la vida se interpuso. Nash había salido de la red, y el trabajo de Hudson
se convirtió en su prioridad número uno.
—Tres.
—¿Lo hiciste?
Nash sonrió.
—Lo hice.
—Por supuesto.
Hudson asintió.
Hudson asintió.
Nash asintió.
—¿Dónde te alojas?
—Lo sé.
La nota que Rebecca dejó hizo parecer que la noche del sábado fue
un error. Como si fuera algo de lo que ella se arrepintiera. Hudson
Blackwell no creía en el arrepentimiento. Creía en la acción y en las
consecuencias. Ella le había abierto la puerta y él la había atravesado.
Esa fue la acción de ella y la reacción de él.
¿Y ahora qué? ¿El sábado por la noche había sido solo sexo? ¿Solo
una conexión con una mujer que siempre ocuparía un lugar especial en
su corazón? ¿O era algo más?
—¿Hudsy?
—¿Y?
—Está bien.
Hudson no sabía si estaba bien o no. Solo sabía que tenía que
volver a ver a Rebecca. Esa era su acción. ¿Y las consecuencias? A decir
verdad, le importaban un carajo.
Capítulo Doce
—La mesa tres necesita una jarra de cerveza y otros dos kilos de
Dry Cajun.
—Partido de hockey.
La había invitado a salir más de una vez en los últimos meses, pero
ella siempre le había dicho que no. Hacía una semana que no lo veía, y
suponía que la razón era Katelyn.
La sonrisa de Katelyn era tan gélida como el viento del norte que
azotaba el exterior del edificio.
—No sé qué está pasando, pero he oído que Ethan Burke ha vuelto
a casa y que Hudson Blackwell está en la ciudad.
Se rió.
Él sonrió descaradamente.
—Sí. Dos. Estoy aquí con Hudsy. —No jodas—. ¿Te parece bien? —
le preguntó él lentamente.
—Estoy bien.
—No podemos hacer esto. —Ella susurró las palabras y, sin estar
segura de que él la había oído, levantó la vista, sacudiendo la cabeza y
hablando claramente—. Ahora no, Hudson.
Sus ojos oscuros eran desconcertantes, pero ella se las arregló para
sostener su mirada mientras alcanzaba las jarras y las deslizaba por la
barra.
—¿Va todo bien aquí? —preguntó Nash, mirando entre los dos.
—Eso depende.
—¿De qué?
Dee era una gran chica, con una risa contagiosa y más encanto del
que necesitaba. ¿Y qué si Hudson parecía reírse cada vez que la chica se
acercaba a su mesa? A Rebecca no le importaba.
aquí. Por qué no vas a limpiarte eso, y luego veremos cómo se ve. El
botiquín está en la oficina.
Una vez que terminó, abrió la puerta para salir de la oficina, solo
para encontrar a Hudson de pie con una expresión extraña en su rostro.
Miró su mano e inmediatamente se acercó a ella.
—¿Qué ha pasado?
Con la boca seca, solo pudo asentir con la cabeza y retirar con
cuidado su mano de la de él.
—No voy a dejar pasar esto, Becs. Tenemos que hablar de lo que
pasó.
Tal vez fueron las palabras que acababa de decir. O la forma en que
sus ojos tenían un peligroso brillo de “no me jodas”. O el hecho de que él
bloqueaba la única salida de la oficina. Fuera lo que fuera, una especie
de fuego estalló en el interior de Rebecca, y dio un paso adelante,
golpeándole en el pecho con su mano buena.
—Eres un gilipollas.
—Eso no me sorprende.
El silencio cayó entre los dos, y para cuando pasó, la ira dentro de
Rebecca se desinfló, dejándola agotada, cansada y demasiado emocional
para su gusto.
—Está bien. —Su voz era suave, y ella se relajó un poco, haciendo
una mueca por el dolor en su dedo.
—No creo que sea una buena idea. —Sacudió la cabeza, casi
temiendo hacer la pregunta—. ¿Qué se conseguiría con ello? Deberíamos
pasar página y olvidar lo ocurrido.
Rebecca dio un paso atrás, algo de ese fuego volvió a sus venas.
Debería estar enfadada, pero no lo estaba. Claro que había ira, pero
había algo más. Algo que se alimentaba con toda esa electricidad del aire.
Era un extraño regocijo, y le gustaba cómo la hacía sentir.
Capítulo Trece
A la mañana siguiente, Hudson se encontraba en el centro de la
ciudad, sentado en su camioneta, con la mirada fija en un gran edificio
que ocupaba toda la manzana sureste. Varias ventanas daban al
ajetreado centro de la ciudad, y el borde negro que las delimitaba, nítido
y limpio, contrastaba con la piedra gris envejecida. La superficie había
sido limpiada recientemente con chorro de arena y las ventanas eran
nuevas. La placa situada sobre las puertas dobles era grande y llamativa,
con letras doradas incrustadas en granito negro.
Blackwell Holdings.
—¿Qué dijiste?
Harry.
—Lo soy.
Ella resopló.
—¿Tienes un nombre?
—Hudson Blackwell.
—¿Conoces a mi padre?
—Aguantando.
—¿Qué pasó?
Jesús. Harry Anderson había sido uno de esos tipos que lo tenían
todo. Un tipo popular, tenía un potencial ilimitado y un amor por la vida
que debería haberlo llevado lejos. Era un atleta dotado y había
conseguido una beca completa de hockey, si Hudson recordaba
correctamente. Y ahora estaba limpiando los suelos de una cafetería.
—Draper.
—He oído que el viejo está aguantando. —No era realmente una
pregunta, y los ojos verdes que lo miraban no eran precisamente
amistosos.
—Así es. ¿Cómo están tus padres? —Se dio cuenta de que Rebecca
no los había mencionado ni una sola vez, y cuando los ojos de Mackenzie
se entrecerraron sintió curiosidad. Siempre le había gustado la madre de
Rebecca, Lila Draper. Su padre, en cambio, era un malvado hijo de puta
con una vena de maldad bien conocida.
Hudson asintió.
Molesto, y sin otra razón que el hombre que tenía delante, Hudson
apenas mantuvo su tono civilizado.
—¿Qué hace Harry con Draper? —Tenía que admitir que sentía
curiosidad. Lo último que había oído era que Mac era un importante
arquitecto en Nueva York. Ahora estaba de vuelta en Crystal Lake con un
hijo y una esposa, y viviendo una vida de felicidad doméstica. ¿Mac
pensaba que Hudson había dado un giro de ciento ochenta grados?
Bueno, él podría decir lo mismo de Draper.
—Lo haré.
Capítulo Catorce
El trabajo había sido una locura. El martes estaba bloqueado para
cirugía, pero siempre había algunas urgencias que no se podían retrasar,
y se sumaban al caos. Entonces, Ethan Burke decidió hacer una visita a
la clínica. Eso sí que fue organizar un revuelo. A Kimberly Higgins casi
se le salen los ojos de las órbitas cuando Ethan pasó por la recepción
para saludar a Rebecca.
Aquí vamos.
—Lo hacen.
Kimberly había fruncido los labios y había puesto las manos en las
caderas de una manera que indicaba que estaba hablando en serio.
—Yo también.
—Lávate las manos —le dijo ella, con los ojos puestos en su espalda
que ya se iba.
—Estoy impresionado.
—No lo estés. Liam hizo la mayor parte esta mañana antes de que
yo arrastrara mi trasero fuera de la cama.
Liam resopló.
Ella lo odiaba.
Pero no lo hacía.
—Me dije a mi mismo que venir aquí no era una buena idea —dijo
él, con ese toque de aspereza que a ella siempre le había encantado,
coloreando sus palabras—. Me estaba dirigiendo a casa, pero… —Una
pausa—. ¿Vas a invitarme a cenar?
Estoy loca.
Certificado.
—Tenemos mucho.
Liam asintió.
—Hola.
Liam sonrió.
—Pero…
Hudson asintió.
—Me gustaría.
Ella asintió.
—Lo es.
—Probablemente.
—Pero ocurrió.
respirar hace unos segundos? No era nada comparado con lo que sentía
ahora. Arrastrando grandes bocanadas de aire hacia lo más profundo de
sus pulmones, se hizo dar un paso atrás, pero su trasero se topó con la
mesa de la cocina.
—Becs.
—Tú, yo y casual son tres cosas que no van juntas —dijo Hudson
suavemente. Peligrosamente.
Vale. Cálmate.
Capítulo Quince
A la mañana siguiente seguía lloviendo cuando Hudson se dirigió a
la ciudad. Había dormido fatal, no tenía crema y odiaba el café negro. El
sabor amargo todavía estaba en su lengua, e hizo una mueca mientras
conducía por el centro de la ciudad y se dirigía al hospital.
Había pasado la mayor parte del día anterior con Sam Waters, y
cuando llegó al hospital, su padre estaba dormido. Había esperado casi
una hora, pero cuando la enfermera le dijo que lo más probable era que
John estuviera dormido hasta la noche se fue a casa de Rebecca.
—Estabas durmiendo.
—Me siento muy bien hoy. Ni siquiera necesito oxígeno extra. —Se
encogió de hombros—. No estoy seguro de por qué, pero lo aceptaré. —
Hizo una pausa y se acomodó de nuevo en su cama—. ¿Fuiste a ver a
Waters ayer?
7
The Bachelorette: una mujer conoce a 25 hombres e intenta encontrar solo a uno de
ellos de la lista, que le robe el corazón. Reality show norteamericano.
—¿Y?
Eso era un eufemismo. Claro que Hudson veía los extractos cuando
llegaban por correo, pero hacía años que había dejado de abrirlos y los
metía en el cajón inferior de su escritorio. Era como si esconderlos
significara no tener que reconocer una vida a la que había renunciado.
Un nombre y un legado que no le interesaban. Una comunidad de la que
ya no formaba parte.
Y sin embargo…
John asintió.
—Dispara.
—Continúa.
—Sí.
—He pedido una licencia, papá. Al final, tengo que volver a DC.
Pero tengo tiempo para poner las cosas en marcha. Tiempo para
organizar las cosas. Y una vez que esté de vuelta en Washington,
encontraré una manera de equilibrar mi vida allí y este proyecto.
Su padre asintió.
8
El Jinete de Bronce: De Paullina Simons, es una admirable historia de amor situada
en el Leningrado de 1941, cuando Alemania invade la URSS.
—Sí, la he visto.
Hudson asintió.
Capítulo Dieciséis
El sábado por la noche, Rebecca estaba más que molesta. ¿Y la
parte más triste? Era porque Hudson Blackwell se las había arreglado
para joderle la cabeza una vez más, y luego había desparecido
prácticamente.
Y luego nada.
No le gustaba ni un poco.
Pero la idea de pasar la noche sola no lo era. Se había dado una ducha
rápida y ahora estaba aquí.
—Es complicado.
—Ya lo creo. —Su voz se elevó. Sonó como una arpía pero no le
importó.
Celos.
Hudson se rió.
—Una larga.
Capítulo Diecisiete
Hudson tardó unos treinta minutos después de terminar la cena
en conseguir a Rebecca a solas. Apenas le había dirigido la palabra y, de
no ser por Nash, Lily y los Edwards, la velada habría sido un fracaso. Así
las cosas, el trasfondo que recorría la habitación no era exactamente
agradable, y Hannah Rose obviamente lo percibió. La niña ya no era un
manojo de felicidad y había estado inquieta más o menos durante la
última media hora.
Él asintió.
—Lo sé.
—Soy toda oídos. —Sus palabras fueron cortantes, y era obvio que
estaba enojada con él.
—Becca.
—Vainilla.
—Dios, eres hermosa. —No pudo evitarlo. Hudson dio ese último
paso para estar tan cerca que solo un susurro los separaba.
Ella agarró el borde del mostrador con los dedos. Con tanta fuerza
que los nudillos se blanquearon.
—No.
—Becca.
—La primera vez que te fijaste en mí, yo tenía quince años. Era
verano, el fin de semana del cuatro de julio. Mi padre estaba encerrado,
así que era fácil escabullirse de la casa cuando no estaba. Había una gran
fiesta en Pot-o-hawk Island, y todos los chicos mayores iban a ir. De
alguna manera convencí a Nash para que me dejara ir. Creo que yo le
daba pena. —Hizo una pausa y miró por encima del hombro—. ¿Te
acuerdas?
Él quería tener esos dedos sobre él. Quería tener ese pelo en sus
puños.
—Soy Rebecca.
—¿Hudson?
—Lo siento —dijo lentamente, con una voz tan áspera y baja que
no estaba seguro de que ella lo hubiera oído.
—Por todo. Por ser demasiado joven para saberlo. Por dejarte como
lo hice. Por manejar las cosas mal. Por tirar lo único bueno que tenía
porque creía que era la única manera. Sé que nada de esto tiene sentido
para ti, porque hay cosas que no sabes. Cosas… —Exhaló e inclinó la
cabeza—. Cosas que nadie sabe. Pero necesito que entiendas, Becs. —
Hudson volvió a levantar la vista—. Cuando dices que te sentiste morir.
Lo entiendo. Me mataba irme.
Capítulo Dieciocho
Rebecca estaba loca. Obviamente. Se concentró en la carretera con
curvas, con las palmas de las manos sudorosas, y los faros cortando una
franja a través de la tranquila carretera rural. A la izquierda, los gruesos
árboles se alzaban altos y silenciosos, bordeando la carretera como
soldados silenciosos, mientras que el lago brillaba a su derecha, con las
estrellas reflejándose en la superficie como diamantes. Abrió un poco la
ventanilla, agradecida al aire fresco. Lo necesitaba para despejar su
cabeza y tal vez para volver a encontrar algún tipo de cordura.
El búho ululó una vez más y voló por encima de su cabeza, con sus
alas atravesando la quietud y el silencio con grandes movimientos de las
alas. La melancolía le robó el aliento a Rebecca y, con un sobresalto, dio
unos pasos hacia la casa, pero luego se detuvo, con los ojos puestos en
—¿Recuerdas la primera vez que te traje aquí? —Su voz era baja,
ronca e íntima. Se extendió sobre Rebecca como un whisky caliente con
especias. Y con ella, tantos recuerdos.
Ella lo miró.
—Lo siento. Nunca supe lo malo que era. No hasta hace unos años,
cuando estuve en casa y me enteré de que Ben había golpeado a tu madre
tan fuerte que estuvo en el hospital durante más de una semana. —Su
voz se entrecortó—. Si hubiera sabido…
Hudson asintió.
—Nos quedamos sin gasolina —dijo ella, con los ojos puestos en el
horizonte, allí donde el lago se encontraba con la línea de árboles.
—Así es.
—Sí, me gusta.
Pero no lo hizo.
estuvo aquí. Siguió a Hudson hasta la cocina. Esta se abría al gran salón,
y él pulsó un interruptor que encendió la chimenea de gas.
—Ya no importa.
—¿Qué quieres decir con eso? —Se acercó, la mirada en sus ojos
era intensa.
Capítulo Diecinueve
—¿Estás seguro de que es buena idea?
Nash resopló.
—No me digas.
—¿Dónde más?
—¿Shelli?
Nash sonrió.
—¿Quién más?
—Es cierto. Pero tengo que decir que estuvo muy entretenida
anoche. —Nash rodó los hombros y sonrió—. Debería volver a ella.
—¿Cuál?
—Hola.
Liam asintió.
Liam frunció el ceño y sus ojos siguieron el canal del alero a través
del tejado y por el lateral de la casa. Parecía estar considerando la
situación.
—¿Por qué?
—¿Eres su novio?
A diferencia de él, ella parecía que había dormido bien. Sus ojos
estaban redondos y brillantes, sus mejillas de un suave color rosa. Y su
boca, bueno, diablos, se había tomado el tiempo de ponerse un poco de
brillo pálido, que resaltaba la generosa y redonda curva del labio inferior.
Vestida con un jersey de cuello alto azul bebé, unos vaqueros desteñidos
metidos en unas botas de cuero marrón envejecido y el pelo cayendo en
—Yo… —Ella frunció los labios de esa manera que le indicaba que
estaba en ello, y luego se volvió hacia su hijo—. Liam, mete tus cosas de
hockey en el coche. Tenemos que irnos.
—Becca.
Ella maldijo en voz baja, pero su oído era perfecto, y él sabía que
ella acababa de inventar una nueva forma de decirle que se fuera a la
mierda.
Ella abrió la boca para replicar… sin duda para arrancarle una tira
si pudiera… pero él no la dejó decir ni una palabra.
—¿Siguiente nivel?
Capítulo Veinte
El partido de hockey fue un partidazo. Los chicos se enfrentaron al
equipo número uno de su división y estuvieron a punto de ganar, pero
acabaron perdiendo. Con un solo gol para romper un empate en dos
periodos, los chicos deberían haber estado contentos. Pero de los
vestuarios salió una larga hilera de rostros tristes, y Rebecca aceptó de
buen grado tomar un aperitivo para animarse.
—Liam.
—Liam —comenzó.
Espera. ¿Qué?
Liam salió del coche y ella levantó la vista para encontrar la mirada
de Hudson sobre ella. Como siempre, su cuerpo reaccionó a un nivel
orgánico y básico. Su corazón se aceleró. Sintió el calor en sus mejillas.
Él no apartó los ojos de ella hasta que Liam se acercó a él. Fue
entonces cuando lo entendió. Lo entendió de verdad.
Hasta que Hudson levantó la vista y ella casi tropezó con sus pies.
Se recompuso, enderezó los hombros y trató de mantener la calma. Dio
los últimos pasos hasta llegar a ellos y pasó la mano por los mechones
rubios despeinados de Liam.
Maldita sea. Algo más que ella había notado pero que no había
hecho nada al respecto.
Pero la cosa era que, mientras estaba allí mirando una cara que
nunca había olvidado, ella no era tan inteligente. Sabía que estaba muy
mal jugar a este juego de amigos con Hudson. ¿A quién demonios estaba
engañando? Nunca podrían ser solo amigos.
—Estoy impresionado.
9
Dairy Queen, a veces denominada DQ, es una cadena estadounidense de helados
suaves y restaurantes de comida rápida.
—¿Estás segura?
—Tienes algo de suciedad aquí. —Le frotó con cuidado justo por
debajo del lóbulo de la oreja y, cuando retiró la mano, ella ya tenía ganas
de más.
Capítulo Veintiuno
—La cena estuvo genial.
—Creo que puedo hacer eso. —Tan pronto como las palabras
salieron de su boca, sintió ganas de retirarlas. ¿Cómo diablos iba a
aguantar toda una noche siendo solo amigos? Pero ya había cedido, así
que tendría que soportarlo como un hombre.
Ella se rió.
Bueno, mierda.
—¿Muere alguien?
—¿Sin explosiones?
—Quédate.
—¿No crees que esto es algo bueno? —murmuró ella, con una voz
muy sexy y los ojos muy abiertos. Sus labios húmedos y seductores por
su lengua.
—No estás jugando limpio —dijo Hudson mientras ella iba por la
hebilla de su cinturón. Le agarró las manos y la sujetó con fuerza. Ambos
estaban respirando con dificultad y su mirada se dirigió al pecho de ella,
que subía y bajaba. Tuvo que tomarse un momento porque estaba al
borde y demasiado cerca. Si no tenía cuidado, se caería, y quién demonios
sabía lo que eso traería.
—Sí. —Ella dio un paso más hacia él—. Ves, me equivoqué antes,
Huds. —La pequeña Jezabel tuvo la audacia de sonreír. Su lengua salió
y tocó el borde de su boca. Tenía que estar haciéndolo a propósito. Tenía
que saber que lo estaba matando—. No creo que pueda hacer eso de los
amigos. No contigo. Simplemente no funcionará, y terminaremos
odiándonos de nuevo.
—¿Por qué no? —Ella cuadró sus hombros, lo que solo empujó a
sus pechos semi-descubiertos directamente a su línea de visión—. Los
hombres lo hacen todo el tiempo.
Capítulo Veintidós
Desde muy temprano, Rebecca aprendió que los amigos eran a
veces tan importantes, si no más, que la familia. Los buenos estaban a
tu lado cuando la vida parecía desesperada. Escuchaban las cosas que
no te atrevías a contar a tus hermanos. Cosas que no podías compartir
con tu madre. Cosas que solo tu mejor amiga podía escuchar, porque tu
mejor amiga nunca juzgaba. Jamás. Eso es, si ella era una confidente.
Afortunadamente para Rebecca, Violet era una confidente.
Gracias a Dios.
—¿Diana?
—Estoy bien.
—¿En serio? ¿Vamos a hacer esto otra vez? —Tiny puso las manos
en las caderas y negó con la cabeza—. Sabes que no tenemos nada de ese
pinot. Tengo algo de espumoso o sidra.
—Bien. Enseguida.
Tiny apenas se había movido fuera del alcance de los oídos cuando
Violet presionó sus manos sobre la barra.
—Lo hice.
—La película.
—Claro.
—Eso es grosero.
Rebecca suspiró.
—Violet, en serio.
—Te escucho.
—Después de la cena…
—Sí.
—Um. Es sobre una chica que muere. ¿Quieres ver una película de
chicas realmente buena? Prueba con El Diario de Bridget Jones. Lo tiene
todo. Sexo. Risas. Sexo. Algunas malas palabras. Sexo.
—¿Tú?
—Rebecca. No lo sabía. Odio que hayas vivido tan lejos de mí. ¿Por
qué no me lo dijiste nunca?
Se encogió de hombros.
—No hay nada malo en querer sentir eso, Becs. No hay nada malo
en que una mujer tome lo que necesita, pero Jesús, ¿Hudson Blackwell?
Casi te mata antes. No saliste de tu habitación durante días y días
después de que se fuera.
—Lo sé. Pero eso fue hace doce años. Las cosas son diferentes esta
vez. Somos diferentes.
Violet abrió la boca y luego la cerró con fuerza. Hizo una pausa.
Rebecca asintió.
—Ethan Burke va a ser mi jefe algún día. Así que eso no va a pasar.
—Está vacío.
—Por ti, por Hudson y por el sexo. Que tengáis muchos orgasmos
y cero complicaciones.
Capítulo Veintitrés
Hudson no era un hombre para mantener las manos ociosas,
especialmente cuando tenía algo en mente. Y hombre, siempre tenía algo
en mente. Entre otras cosas, como el siempre cambiante estado de salud
de su padre, y había una cierta rubia de metro sesenta y ocho centímetros
que actualmente lo tenía agarrado por las bolas.
del lago. Algo sobre una nevera y una cocina que había que trasladar.
Miró el número y, con el ceño fruncido, contestó mientras subía a su
camioneta.
Hasta ahora.
—Me las arreglé. —Nash hizo una mueca—. Puede que me haya
dado un tirón en uno o dos músculos, pero lo conseguí. Sin embargo,
gracias por conducir hasta aquí. ¿Quieres una cerveza?
—Nancy Davis.
Hudson asintió.
—Ni que yo lo supiera. Me acaba de decir que fuera para las cinco.
Dijo que Liam tenía prácticas de hockey después de la escuela y que luego
estaría con los Cub Scouts hasta las ocho.
Y su cerebro explotó.
—Jesús, Rebecca.
Él no pensó. Reaccionó.
Su ángel.
Capítulo Veinticuatro
Al principio de su matrimonio, el sexo oral se había convertido en
“esa cosa que hacías cuando salías”. Tanto es así, que se convirtió en la
manzana de la discordia entre ella y David. La última vez que se lo hizo
a él fue en uno de sus cumpleaños, unos años después de la llegada de
Liam.
—Ven aquí —dijo Hudson, con su áspera voz que daba en todo tipo
de objetivos dentro de ella. Objetivos que zigzagueaban y zigzagueaban,
creando bolas de calor que se extendían rápidamente desde la parte
superior de su cabeza hasta los dedos de los pies.
Él no…
¿Lo haría?
con las manos de Hudson. Cada vez más rápido, hasta que ella se hizo
añicos.
—Eso es, nena. Eso es lo que me gusta oír. —Su voz era áspera, su
aliento caliente contra su mejilla mientras empezaba a moverse
lentamente. La tela del sofá era áspera contra sus pezones y cada vez que
ella empujaba hacia atrás para recibir su empuje, la sensación erótica
aumentaba su placer.
Era hermoso.
—Está bien. —Ella sonrió para sí, con los ojos cerrados de golpe
cuando las primeras punzadas de su orgasmo comenzaron a crecer—. Es
todo lo que necesito.
***
—Ten.
—No hay forma de que puedas… —Ella negó con la cabeza y soltó
una risita—. No es posible.
Hudson la hizo girar, con los ojos brillantes y muy abiertos por la
risa. La visión la dejó sin aliento, y solo por ese momento, se olvidó de
respirar. Solo por ese momento, sintió como si el pasado no hubiera
10
Kielbasa: palabra genérica en idioma polaco para una salchicha de origen polaco. La
mayoría de las kielbasas en Polonia se venden de dos maneras: normal o seca. La seca
tiene la ventaja de que puede durar mucho más tiempo, mientras que sigue conservando
todo el sabor de la original.
11
Reeses: Galletas de chocolate, rellenas de crema de cacahuete.
ocurrido. Como si la vida que había imaginado cuando era joven y estaba
enamorada, una vida con Hudson, hubiera sido suya.
***
Un rápido vistazo al reloj le indicó que eran poco más de las diez
de la mañana y se puso de pie de un salto. Mierda. Liam llegaría pronto
a casa, si no lo había hecho ya. Tenía un partido a la una y ella le había
prometido un viaje a la tienda de cómics.
—¿Puedes ganarle?
—Sí.
—No pensé que te importaría porque sois amigos. —Miró entre los
dos adultos—. ¿Verdad?
Capítulo Veinticinco
El chico tenía habilidades.
Hudson asintió.
12
Entre los postes de una portería, una forma de llamar a un portero.
Solía pensar que sí. Y tal vez en un momento dado, lo hizo. Tal vez
en ese entonces, era todo lo que necesitaba. ¿Pero ahora? Ahora no
estaba tan seguro.
—¿Qué piensas?
—Me preguntaba si, algo así como, ¿alguna vez él vuelve a casa?
Como tal vez para el Día de Acción de Gracias.
—¿Liam?
—Vamos, Liam.
—¿Quién?
—Rebecca.
—Lo hace.
—Supongo que una parte de ella siente pena por un anciano que
mira el camino y no ve más que el final de sus días aquí. Ella tiene un
gran corazón y una enorme capacidad de perdonar. Puedo ver por qué la
amas.
Hudson asintió.
—¿Hola? —La voz era clara, y el sonido trajo una sonrisa a su viejo,
arrugado y cansado rostro. Tenía un respiro. Una pequeña ventana para
arreglar algo que debería haber hecho hace mucho tiempo—. ¿Hola? —
La voz de Rebecca sonaba insegura.
—Soy John.
Capítulo Veintiséis
El último día de cada mes fue designado como día de la familia.
Rebecca y Liam, junto con su hermano Mackenzie, la esposa de éste y la
bebé, solían ir a la iglesia con su madre. Era un gesto sencillo que hacía
feliz a su madre y, a decir verdad, a Rebecca le encanta el sentimiento de
familia que evocaba. Algo muy lejos del hogar en el que había crecido. Un
hogar gobernado por el miedo, ya que su padre era un hombre obstinado
y mezquino, aficionado al whisky y a la violencia física.
O más bien, ella sabía que Ben se subiría por las paredes. Lo
llamaría caridad, y le irritaría aceptar algo así de un hijo que
prácticamente lo había denunciado.
Rebecca asintió.
—Sí.
—Yo…
—No. —Rebecca se puso más recta—. No. ¿Por qué piensas eso?
—Eso es, Rebecca. Haz lo que siempre haces cuando las cosas se
ponen difíciles.
—¿Y qué sería eso? —Su voz se elevó, pero le importó un bledo.
—¿Huyes?
—Está perdido.
—Lo hace. —La voz de Lila vaciló—. Y es mi cruz, la que tengo que
llevar.
Eran casi las cinco de la tarde y, con el sol oculto por las nubes, el
paisaje parecía frío y desnudo. Ya no quedaban las hojas que habían
pintado el lago de ricos colores otoñales, y ella sabía que, más pronto que
tarde, la zona se llenaría de nieve. Apagó el motor y se quedó sentada,
deseando unos momentos más antes de que entraran.
Se detuvo justo al lado del coche, y maldita sea si ese gato todavía
no se había comido su lengua.
—Nunca.
Liam salió del coche y corrió hacia el hombre que estaba de pie en
los escalones de la entrada, mirándola fijamente. Estaba vestido con
sencillez. Unos vaqueros desteñidos se ceñían a sus largas piernas,
rematado por una camiseta blanca y una sobre-camisa escocesa azul y
blanca. Las mangas de la camisa estaban remangadas, dejando al
descubierto sus musculosos antebrazos y aquellos tentadores tatuajes.
Llevaba el pelo peinado hacia atrás y parecía fresco, como si acabara de
salir de la ducha, y cada cosa en él llamaba a esa parte de ella que había
mantenido encerrada durante tanto tiempo.
Capítulo Veintisiete
—Liam me ha dicho que el próximo fin de semana estará en un
campamento de hockey.
—El año pasado tuvo una mala temporada, se comportó mal, fue
irrespetuoso. Durante un tiempo, estuve preocupada por él. —Rebecca
dobló el paño de cocina en su mano y lo colgó sobre el mostrador—. Pero
Liam tiene un gran corazón y la edad no le importa. Si lo tratas con
amabilidad, está dispuesto a todo. No discrimina.
—¿Yo?
—¿Estás colocado?
—No.
—Probablemente no.
—Pero viniste.
Ella se volvió hacia él, con sus suaves labios entreabiertos y sus
grandes ojos azules brillantes.
—Lo pensaré.
***
Lo pensaré.
De acuerdo.
—Llegas pronto.
—¿Estás segura? —preguntó ella una vez más, solo para que todas
las personas de la clínica, incluida la señora Anderson, le gritaran que se
fuera.
Pasó por delante de él, y salió por la puerta antes de que él pudiera
decir adiós a Ethan y a la señora Anderson. Kimberly le dedicó una gran
sonrisa y, mientras se marchaban, pudo ver, por la forma en que Rebecca
cruzó el aparcamiento, que no estaba contenta con él.
Ella cogió una pelusa invisible y luego se sentó un poco más recta,
mirando por la ventana.
—Sí.
—Yo no lo hice.
Capítulo Veintiocho
La puerta no estaba cerrada con llave y, con una última mirada a
Hudson, Rebecca giró el picaporte y la empujó para abrirla. Fue como
retroceder en el tiempo. Permaneció en el umbral durante unos instantes
mientras una lluvia de recuerdos la golpeaba.
—Lo son.
—Le quité la llave a Jake hace unos días y subí para asegurarme
de que no había bichos corriendo por ahí. Me sorprendió encontrar todo
en orden para funcionar. La chimenea ha sido revisada, las habitaciones
están arregladas. Incluso la cocina está a punto.
—¿Piensan reabrir?
—Había olvidado que esto estaba aquí —habló Hudson en voz baja,
y Rebecca se movió para poder verlo.
—Lo era.
Cuando ella se encontró con su mirada, lo que vio en sus ojos hizo
que se le secara la boca.
—Ya sabes cuál es. —Su voz era áspera, sus ojos oscuros como el
ónice, y sus manos colgaban sueltas a los costados.
—El maldito mejor color del mundo. —El sujetador de ella se unió
a la ropa en el suelo, y luego sus manos bajaron por las caderas de ella,
su toque era urgente mientras tiraba de sus bragas. Había una fiebre
entre ellos. Una necesidad de conectar que alimentaba una urgencia muy
arraigada.
—Lo intenté.
—Me gusta que seas tan organizado. —Se colocó encima de él, con
los ojos encendidos por la mirada de él mientras contemplaba la unión
entre sus piernas.
Capítulo Veintinueve
Hudson se despertó con una sensación de inquietud en las tripas,
y eso era preocupante, porque hacía tiempo que había aprendido a
escuchar su intuición. No sabía cuándo, ni qué, pero algo se dirigía hacia
él, y estaba muy seguro de que, fuera lo que fuera, significaba problemas.
Tomó una foto mental, porque era una que sacaría en el futuro.
—¿Qué es todo esto? —preguntó ella, con la voz pesada y sexy como
el infierno.
—¿De qué?
Sacudió la cabeza.
—No.
—Qué raro.
—Sígueme y lo descubrirás.
Ella se rió.
Hudson asintió.
—No puedo creer que las chicas subiéramos hasta aquí con
zapatillas de correr y vestidos en la oscuridad.
—Así es.
Ella se rió.
—Me gusta.
—Sí.
—¿Te gusta?
A ti.
Rebecca no tuvo que decir las palabras, pero las oyó resonar dentro
de su cabeza. Y se sintió como una absoluta mierda.
Hudson se sentó.
—Yo volví.
—Volviste… ¿Cuándo?
Estaban discutiendo sobre qué vino abrir para la cena, el pinot noir
o el merlot, cuando vieron un sedan gris oscuro aparcado junto a la
camioneta de Hudson. Era anodino. Cuatro puertas. Doméstico. Gritaba
del gobierno.
Esa sensación había vuelto, otro puñetazo en las tripas, y esta vez
con mucha fuerza. Frunció el ceño mientras se acercaba a los escalones
delanteros de la casa principal. Woodard estaba apoyado en la barandilla,
con un cigarro colgado de la comisura de la boca y un gorro de punto rojo
brillante que le cubría la mayor parte de la cabeza calva. Llevaba un traje
gris, camisa blanca, corbata azul marino y zapatos de cuero marrón
claro. Totalmente inapropiado para la zona, pero tan Woodard.
—¿Cuándo?
—Tienes dos.
Hudson asintió.
Y se iría.
—Becca…
Capítulo Treinta
Es curioso cómo el tiempo hace que algunas cosas sean más
nítidas, como el dolor y el arrepentimiento, mientras que otras, como la
alegría y el placer, se vuelvan menos memorables. No era precisamente
justo, pero, como Rebecca había aprendido muy pronto, la vida no era
justa. La vida consistía en ser derribado y volver a levantar tu lamentable
trasero.
En las tres semanas que habían pasado desde que Hudson se fue
de la ciudad, habían pasado muchas cosas. Algunas buenas, pero la
mayoría injustas. A John Blackwell le iba de maravilla y Darlene se había
mudado con él. Liam había ganado el premio al rendimiento académico
del mes y ella no podía estar más orgullosa de su hijo.
Era un héroe para los ojos de Rebecca y el abuelo que Liam nunca
tuvo. El hombre lo veía todo, y mientras robaba un poco de tranquilidad
con él, no le sorprendió que su atención se centrara en ella y no en él
mismo.
Su voz era baja, su fuerza no era tan buena, pero todavía había un
brillo en sus ojos cuando ella se inclinó hacia adelante para escuchar
mejor.
—¿Ya regresó?
—Oh, no. —Violet frunció el ceño—. La gripe anda por ahí dando
vueltas. Dios mío, Becs. No puedo permitirme enfermar. ¿Tal vez debería
deslizarme hacia el otro extremo del bar?
¿Está a salvo?
—¿John?
—Yo soy la razón por la que Hudson dejó la ciudad hace tantos
años. Él no hablará de eso, pero es lo menos que puedo hacer yo.
Compartir mi vergüenza para que tal vez… —Levantó la cabeza y no hizo
ningún esfuerzo por ocultar las lágrimas de sus ojos—. Tal vez los dos
podáis arreglar lo que teníais.
—Él tomó una llamada telefónica destinada a mí. Era de una mujer
de Luisiana. Una mujer que afirmó que yo había engendrado a su hijo.
—Una lágrima se deslizó por su rostro y Rebecca se la limpió suavemente.
John guardó silencio por unos momentos, con una mirada lejana
en sus ojos.
—Si no hubiera sido por esa llamada telefónica las cosas podrían
haber resultado de otra manera. Pero tal y como estaban las cosas, Angel
salió del supermercado con Wyatt en el coche, sin saber a qué se dirigía.
No sé si fue por la gracia de Dios que ella nunca llegó a la cafetería,
porque murió sin saber de mi infidelidad.
—¿Nosotros?
—¿Y el niño?
—Sube.
Wyatt posó para un último selfie con una linda pelirroja y luego
subió.
13
Trifectas: apuesta para acertar los tres primeros ganadores en una carrera.
—Ya he vuelto.
—Becca.
Liam se había puesto de pie y había dado dos pasos hacia él, pero
se detuvo en seco al percibir la tensión en la habitación.
—No estoy muy al tanto de cómo funcionan las relaciones. Pero voy
a suponer que tienes que arrastrarte antes de que la situación mejore.
—¿Dónde vamos?
—Dice: vendido.
Hudson se volvió hacia ella y tomó sus manos entre las suyas. Se
quedó mirando el único rostro que le había pertenecido en cuerpo y alma.
No más simplemente existir. Por fin estaba preparado para vivir su vida,
y necesitaba a esta mujer en ella.
—Listo para trabajar. Listo para una familia. —Hizo una pausa,
porque esto era lo más importante—. Por fin estoy listo para ser el hombre
que te mereces. Estoy aquí para quedarme. Quiero una vida contigo y con
Liam. Quiero que este lugar sea parte de nuestra vida. Sé que es un gran
cambio…
—Yo… —Ella negó con la cabeza—. Sé que dijiste eso pero… Sal
murió. —Su voz se quebró, y él se acercó a ella—. Y estoy acostumbrada
a lidiar con ese tipo de cosas por mi cuenta, pero solo pensé… —Sacudió
la cabeza y cerró los ojos—. Solo pensé que tal vez esta vez, tendría un
hombro, ¿sabes? Pensé que tal vez el pasado no me mordería en el culo
de nuevo. —Se le escapó un sollozo—. Me permití tener esperanzas,
Hudson. Y yo…
Él le besó la nariz.
—Yo.
—Te.
—Amo.
—Nunca hubo nadie más para mí, Hudson. Nunca. Te amé con
todo mi corazón. Desde que tenía quince años y te conocí. Ahora te quiero
aún más. —Suspiró y lo miró—. Sin embargo, te ves como una mierda.
¿Por qué no volvemos y te das una buena y larga ducha caliente y
ponemos a tu familia al corriente de nuestros planes?
Él dejó caer otro beso en su nariz, porque, maldita sea, era una
nariz bonita. Y solo, bueno, porque podía hacerlo.
Hudson se congeló.
—Acerca de por qué te fuiste. —Ella hizo una pausa—. ¿Lo saben
tus hermanos?
Él sacudió la cabeza.
—No. Tengo muchas cosas buenas que puedo hacer aquí. Cosas
que me apasionan. A saber, tú.
—De acuerdo.
—Suena bien.
—Sí.
—Buen intento.
Epílogo
Día De Nochebuena
Rebecca
Por primera vez en años, Rebecca estaba al día y lista para las
fiestas. Había hecho las compras con antelación, había envuelto los
regalos la semana anterior y, con el cierre de la clínica veterinaria a las
doce, tenía la tarde libre para relajarse de cara a la ajetreada noche que
le esperaba. Ella y Hudson iban a celebrar una jornada de puertas
abiertas en su alojamiento rural completamente renovado, y esperaba
que acudieran muchos de sus amigos y familiares.
que darme prisa. —Se puso un abrigo de lana color gris pizarra y una
bufanda de color crema y azul marino alrededor del cuello. Colgándose el
bolso al hombro, deseó a todos una Feliz Navidad y se aseguró de que
supieran que podían aparecer por allí en cualquier momento a partir de
las siete.
—No me lo perdería por nada del mundo —dijo Kimberly con una
sonrisa y un abrazo—. Me alegro mucho por ti, cariño. Te mereces la
mejor Navidad de todas.
Hizo una nota para que Liam la limpiara con una pala y empujó la
puerta, sacando la nieve de sus botas mientras llamaba a su madre. Se
tomó un momento para respirar los olores que le gustaban, los que le
hacían pensar en la Navidad. Pan de jengibre, recién salido del horno.
Canela. El aroma fresco de los árboles de hoja perenne en la rama
navideña al otro lado de la chimenea. ¡Canela!
—¿Mamá?
—No.
Rebecca sonrió.
—Yo estaba allí con otro hombre. Uno de los chicos de los Bradley.
No recuerdo cuál. —Se rió—. Salí con los dos.
—Necesito que sepas algo, Rebecca. Nunca quise eso para ti.
Ese maldito nudo era más grande ahora, y Rebecca se aferró a las
manos de su madre.
***
La Noche De Nochebuena
Hudson
—¿Enterar de qué?
Nash asintió.
aquí con Rebecca lo hizo sentir humilde. La mujer no lo sabía, pero podía
ponerlo de rodillas si quería. Esa clase de poder daba miedo.
—Lo fue.
—Espera un segundo, nena. Tengo que hacer algo antes de que nos
dejemos llevar.
—¿Becca?
Hudson miró a los ojos de la mujer que amaba más que a la vida
misma y hundió las manos en su pelo a ambos lados de su cara.
Fin
Staff
Traductora: Mdf30y
Correctora: Pily1
Diseño: Lelu
Lectura Final: Auxa
Próximamente
02 - Me vuelves loco
Serie Los Blackwell de Crystal Lake 01 328
Juliana Stone Me haces débil
Sobre la autora
Juliana Stone se enamoró de los libros en
quinto grado cuando su profesora le presentó
a Tom Sawyer. Marimacho de corazón, divide
su tiempo entre el béisbol, los libros y la
música.
Cuando no está cantando con su banda, está
encantada de escribir novelas románticas
contemporáneas para jóvenes y adultos,
libros que han recibido críticas de Publishers
Weekly y Booklist, desde algún lugar de la naturaleza de Canadá.