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Wilson Villarroel Montaño - La Auditoría Jurídica en Bolivia
Wilson Villarroel Montaño - La Auditoría Jurídica en Bolivia
EN BOLIVIA
Wilson Jaime Villarroel Montaño
CAPÍTULO PRIMERO
SUMARIO.- I. INTRODUCCIÓN.- 1. La Auditoría y la Contabilidad. 2. La
Auditoría Pública o Gubernamental. 3. El Control Gubernamental o Fiscal. 4. Estado
actual de evolución del Control Gubernamental en Bolivia. 5. El Control
Gubernamental strictu sensu y la auditoría jurídica. II. MARCO CONCEPTUAL DE
LA AUDITORÍA JURÍDICA.- 1. La auditoría jurídica como actividad. 2. La auditoría
jurídica como especie del género Auditoría. 3. La proyección publicística de la
auditoría jurídica. 4. La auditoría jurídica es una disciplina especializada. 5. La
naturaleza de apoyo o subsidiaria. 6. La auditoría jurídica no es, todavía, una ciencia
jurídica. 7. Diferencia con otras categorías aparentemente similares. 8. Corolario o
resumen de lo anterior.
I. INTRODUCCIÓN
1. La Auditoría y la Contabilidad
No es éste el lugar para discurrir sobre el carácter de ciencia de la Auditoría –así, con
mayúsculas, para distinguirla como una disciplina genérica- pues su estudio corresponde
a los autores especializados.
La Ley SAFCO parte de una concepción sistémica del control fiscal o gubernamental
en la asunción de una correspondencia recíproca en la aplicación de todos y cada uno de
los sistemas que resulta en un producto que, a su vez, es insumo de los demás sistemas
en un proceso de retroalimentación contínua e interactiva. Pero también, y según
anoticiamos en líneas precedentes, esta ley es también el resultado de una visión
gestionaria que nos llega desde la administración privada bajo el paradigma de la
medición de la labor según resultados y no limitados, únicamente, al tiempo empleado por
el funcionario o servidor.
En todo caso, y para lo que nos interesa, el estudio del régimen jurídico del Control
Gubernamental o Fiscal es parte del estudio de la ciencia del Derecho Administrativo y, de
suyo, configura uno de sus capítulos más importantes –pero nunca el único, como suelen
suponer los auditores- pues el Estado contemporáneo es inconcebible si no están
establecidos determinados mecanismos de control de la gestión pública.
Pero, desde ahora debemos advertir que la naturaleza jurídica de la tarea de auditaje
en el marco del control fiscal, aunque se acerca en mucho a la que es propia de la
auditoría jurídica, tiene diferencias notables y en su caso absolutas que permiten afirmar
el carácter único y profundamente especializado de la auditoría jurídica. En otras
palabras, si bien el Control Gubernamental exige una tarea genérica en la función estatal
que se espera a partir de la Auditoría Gubernamental, la auditoría jurídica, en razón a sus
contenidos técnicos y jurídicos propios, aunque conlleva la adopción de ciertas
metodologías de estudio, análisis y evaluación que llegan desde la disciplina genérica,
resulta en una tarea altamente diferenciada.
Mas aún si tenemos presente, y en ello nos ratificaremos más adelante, en la premisa
de la defensa de los intereses del Estado que caracteriza la labor que cumple la
Procuraduría General del Estado, que es un órgano que ha venido a incorporarse al
circuito institucional oficial con una misión claramente distinguible de la que es el Control
Gubernamental en un sentido estricto.
En efecto, la misma voz “auditoría” nos anticipa que esta actividad consistirá en el
“examen crítico y sistemático que realiza una persona o grupo de personas
independientes del sistema auditado, que puede ser una persona, organización, sistema,
proceso, proyecto o producto” según refiere, por ejemplo, Wikipedia. No obstante, la
acepción generalizada del término asume que la auditoría lo es con relación a los estados
financieros y, desde luego, la contabilidad de un ente, sea éste privado o público, en que
el auditor opina –emite un dictamente, sobre la razonabilidad de los documentos objeto de
su estudio o evaluación.
Luego, es claro que la auditoría jurídica, ya con esta última cualificación, en tanto
actividad de control, tiene su aplicación en el ámbito jurídico a cargo de profesionales con
formación en el Derecho y que podría realizarse, reiteramos, en el ámbito privado o en el
público. Para nosotros, que estudiamos esta actividad técnica desde la perspectiva de la
defensa legal del Estado, se realiza en ocasión del ejercicio de la función administrativa
del Estado –el obrar mismo de la Administración Pública- pero puede extenderse,
igualmente, al obrar genérico de cualesquier órgano estatal cuando se encuentren
involucrados los intereses del Estado.
Pero la auditoría jurídica, en razón a sus contenidos propios que trasuntan alta
especialidad, también es una disciplina. En efecto, debe serlo pues la Auditoría, en tanto
disciplina general sólo puede ser realizada profesionalmente observando ciertos
principios, reglas y aún normas de aplicación universalizada; en la misma línea de
entendimiento, en la auditoría jurídica tales exigencias de método y metodologías
aplicables, reunidas en un todo ordenado, sistematizado y hasta normalizado, permiten
afirmar su naturaleza y carácter de disciplina singular, distinguible de otras que, aún
llevando el rótulo de “auditoría”, versan sobre otros campos del quehacer humano.
Se debe añadir, en este trance, que siendo de esencia de la Auditoría y, por supuesto,
de la auditoría jurídica, el control a posteriori, la nuestra es una disciplina de apoyo o
subsidiaria. En ello comparte la naturaleza operativa con las demás auditorías
especializadas. Y decimos bien anotando su carácter subsidiario o de apoyo pues no
podría concebirse la auditoría jurídica si antes o, al mismo tiempo, no se ha realizado o
está en curso la actividad principal que ha de ser, a su turno, objeto de la auditoría
jurídica. Nótese, en este punto de la exposición, que es posible que la auditoría jurídica
deba pronunciarse estando todavía en curso un procedimiento o proceso, e inclusive
antes, si es que, v.g., las exigencias de una adecuada estrategia procesal así lo exigiera.
En efecto, aún cuando el seguimiento –por citar sólo un ejemplo de las múltiples
actividades que se esperan del auditor jurídico- no podría realizarse sino casi
coetáneamente al obrar del ente público, el hecho innegable es que la mayor
trascendencia de la labor emprendida lo será en la evaluación final, esto es, cumplida la
gestión o una fase o procedimiento legal o jurídico claramente distinguible. Pero aún en
este último supuesto, reiteramos, la naturaleza operativa de apoyo de la auditoría jurídica
en nada pierde dicho carácter.
Esta última nota nos revela, desde otra óptica, una clara diferencia con la concepción
clásica del control gubernamental en Bolivia cuya naturaleza es rigurosamente –al menos
en lo formal- ex post, incluso por mandato de ley en que la evaluación del obrar
administrativo proclama que la medición lo es por los resultados (art. 1° de la Ley
SAFCO), además de la forma. El auditor jurídico en nuestro país, a diferencia del auditor
financiero o contable, entonces, no solamente debe esperar al resultado de una gestión
ya concluída, sino que también debe atender, con criterio de anticipación y
previsionalidad, posibles contingencias en el curso de un procedimiento o de un proceso
ya inaugurado.
Es, si nos damos cuenta, parte importante e insoslayable del cometido de defensa de
los intereses del Estado que no podrían esperar a que la gestión que se realiza
determinen, aleatoriamente, si la misión fue exitosa o si operó menoscabo en aquellos
intereses cuya trascendencia es tal que no pueden estar sujetos a la sola probabilidad o
posibilidad de dicho resultado. Como prueba de este aserto tenemos, por ejemplo, la
previsión contenida en la definición de supervisión que recoge el Manual de Procesos y
En suma, en este punto podemos concluir que la auditoría jurídica es, además de una
actividad técnica, una disciplina de alta especialización, de carácter subsidiario y de apoyo
a la gestión emprendida aunque, en razón a lo notable de los intereses involucrados –que
son los del Estado, es decir, de toda la comunidad social receptora de su quehacer-
también opera y debe realizarse coetáneamente a dicha gestión, incluso anticiparse,
cuando así lo exija la oportunidad, mérito o conveniencia.
ii) debe contar con un método específico de estudio y reflexión, además de una
plataforma de instrumentos metodológicos que le sean asignados en exclusividad
y que sean capaces de generar epistemología científica;
iii) debe operar, aunque esto último es apenas un signo y no una cualidad esencial, el
reconocimiento de su entidad científica a partir del pensamiento especializado en
la materia, la jurisprudencia y aún la normativa positivada.
Una rápida revisión de lo anterior nos permite concluir que la auditoría jurídica no tiene
un objeto propio de estudio de aquellos fenómenos jurídicos que pretende evaluar. De
hecho, si traemos a colación un proceso judicial cualquiera, el auditor jurídico no aplica en
la evaluación otros criterios científicos distintos de los que las ciencias procesales vengan
a emplear. Para el auditor jurídico, entonces, serán comunes con el profesional abogado
encargado de la tramitación de aquel proceso, las categorías propias del Derecho
Procesal Civil, o Procesal Penal, Administrativo, Administrativo Laboral, etc.
Admitido como un prius qué se entiende por “auditoría”, según anticipamos en líneas
precedentes, la siguiente calificación ya permite abrir un espacio de discusión. ¿Será
conveniente adjetivar nuestra actividad como “jurídica”, únicamente? ¿Hay alguna
referencia, por ejemplo, a la “auditoría legal”? De entrada tomaremos la precaución de
aceptar, casi dogmáticamente –como corresponde a nuestra formación profesional de
abogados- el empleo conjunto de las voces “auditoría jurídica” que ha llegado a hacerse
positivas, así reunidas, en la norma aplicable.
CAPÍTULO SEGUNDO
LA DEFENSA DE LOS INTERESES ESTATALES EN BOLIVIA.-
LA PROCURADURIA GENERAL DEL ESTADO
I. INTRODUCCIÓN
Este círculo vicioso fue parcialmente superado luego de la dictación de la Ley SAFCO
N° 1178 que estableció el régimen de la responsabilidad del funcionariado frente al
Estado y, en especial, con las disposiciones reglamentarias (D.S. N° 23318-A), que
imponían a los servicios jurídicos la atención contínua de las gestiones hasta agotar,
eventualmente, toda vía recursiva, sea en sede administrativa, sea, finalmente, en sede
judicial. No obstante, el seguimiento de las actuaciones de los servicios jurídicos no era lo
suficientemente estricto en razón, justamente, a que el control fiscal, estando en las
únicas manos de profesionales auditores, desconocedores de los temas jurídicos,
resultaba insuficiente a todas luces para valorar las sutiles cuestiones procesales.
La tradicional citación al Estado en la persona del Fiscal General sólo resultaba, en los
hechos, en el apersonamiento del citado protestando asumir defensa formal, pero muy
pocas veces en el fondo del asunto controvertido. De allí la evidente necesidad de
establecer mecanismos específicos, esto es, de auditoría jurídica.
b) Una entidad que defienda, al mismo tiempo, los intereses del Estado y de la
sociedad, pero sin ejercicio del control fiscal;
d) Un órgano que realiza funciones distintas a las de la defensa de los intereses del
Estado;
Esta distinción tipológica es importante de señalar pues sólo en los dos primeros
casos tendremos la posibilidad de asistir al establecimiento de mecanismos de defensa
estatal y, por ende, al reconocimiento de eventuales tareas de auditoría jurídica. En el
caso boliviano, el Ministerio Público tutelaba los intereses del Estado, pero –como hemos
dicho- su debilidad institucional o el esfuerzo que le irrogaba la defensa de la sociedad, en
la atención de los múltiples procesos que la comunidad litigante promovía, impidió que se
crearan los mecanismos que hoy ameritan nuestro estudio.
Nosotros creemos que la razón de esta variedad tipológica estriba, en el fondo, en las
fortalezas institucionales que hacen al Estado de Derecho. Aunque no es una regla
absoluta, los países que gozan de una mayor tradición democrática y estabilidad en sus
instituciones, en especial en la conformación de un Poder Judicial sólido e independiente,
no suelen prever el establecimiento de órganos especializados en la defensa de los
intereses estatales. Por ello, en países como el nuestro, cuya institucionalidad es todavía
frágil y vulnerable, es preciso –y en ello no se descubre nada- la conformación de
instancias orgánicas que hagan posible la tutela efectiva de los derechos mencionados.
Pero el análisis en este punto apenas comienza en lo que nos interesa. En efecto,
creado el órgano especializado en la defensa de los intereses estatales, toca ver luego la
posible implantación de mecanismos efectivos –entre ellos, y en lugar privilegiado, la
auditoría jurídica- destinados a la tutela efectiva de tales intereses. De allí que, atento a la
importancia de establecer procedimientos que hagan posible la auditoría jurídica como un
instrumento de valoración cuya eficacia anticipamos deseablemente positiva, las
experiencias en otras latitudes tampoco nos ofrecen muchas alternativas. Así, en la región
–sin ir más lejos- el establecimiento de procedimientos propios de la auditoría jurídica
específicamente previstas para el sector público, son muy contados. O, en todo caso, se
siguen o se adaptan los modelos de aplicación en el sector privado.
Lo anterior revela que, en todo caso, la auditoría jurídica en el área del Derecho
Público es un instrumento reciente, casi novísimo en cuyo delineamiento y adopción
institucional por un órgano especializado, como la Procuraduría en Bolivia, es una
experiencia inédita y digna de destacar. De hecho, más allá de sus limitaciones –en razón
a la jerarquía de la norma que la sustenta, principalmente- el Manual que se ha elaborado
en la Procuraduría, aspira a salvar, en nuestro país, las falencias antes señaladas. La
revisión de las disposiciones de este Manual es, justamente, destinada a una exposición
privilegiada en otro apartado de este trabajo.
1) se prevé un registro;
2) la actualización de la información y retroalimentación de la misma (seguimiento);
3) la supervisión que trae implícitas las facultades proactivas en la defensa estatal; y,
finalmente,
4) la evaluación, que corona con el dictamen valorativo que corresponda, el éxito de
la gestión, asunto o trámite a cargo de las unidades jurídicas.
La concepción sistémica es evidente a todas luces pues, tal como prevé la estructura
interna de la Procuraduría, a cargo de las subprocuradurías que conforman un trípode
institucional de planificación y operación se encuentran, de un lado la que conoce de la
defensa legal propiamente dicha, de otro, la que funcionaliza los mecanismos que hagan
eficiente y razonable la defensa referida, entre los que destacan, justamente, la eventual
elaboración de las auditorías jurídicas y, finalmente, aquella subprocuraduría que
promueve la dictación de normas o estudios sobre la tutela efectiva de los intereses del
Estado. En otros términos, cada elemento del conjunto aporta un insumo a los demás
que, a su turno resulta en otro producto que reinicia el ciclo integral.
CAPÍTULO TERCERO
Primera parte
Ahora bien, en el Manual, además del objetivo general –o principal- que radica en el
establecimiento de los procesos y procedimientos señalados, los objetivos específicos –a
la manera de una tesis académica- aspiran a alcanzar una tríada de de propósitos
(teleología de la norma), esto es, la realización del Registro, el Seguimiento y la
Evaluación. Empero, se excluye la supervisión, inexplicablemente, por cierto, pero se
agrega la “identificación de necesidades de capacitación y actualización” de los abogados
encargados de la defensa de los intereses del Estado. Esta última noción es,
precisamente, la de Formación que, a su turno, es otro proceso con más sus
procedimientos.
La inclusión de este último objetivo específico confirma, una vez más, el carácter
sistémico del reglamento pues dicho propósito es común o concurrente con la tarea de
planificación, atribuida al segundo nivel jerárquico de la Procuraduría, al igual que la
operativa. La planificación devendrá, luego, en las políticas de formación (profesional) del
cuerpo de asesores de las entidades públicas.
En efecto, el art. 15° del D.S. N° 0788, que reglamenta la organización, estructura y
funciones de la Procuraduría, establece como atribuciones específicas las allí
consignadas pero que no contemplan expresamente, según pareciera, la de formación.
Empero, la misma denominación de dicha Subprocuraduría refiere que ésta debe atender
esta necesidad. No obstante, habiéndose dictado coetáneamente el D.S. N° 0799 que
reglamenta la organización y estructura de la Escuela de Abogados del Estado y el
Consejo de Abogados del Estado, se atribuye –en paralelo- a dicho ente de formación
superior, la capacitación ya actualización del abogado del Estado, tal cual reza el art. 6|
de dicho decreto supremo.
Luego, la única dificultad posible en las tareas a asumir por la Procuraduría reside en
la verificación de los datos virtuales suministrados por las entidades públicas en los
procesos y procedimientos de Registro (especialmente) o Seguimiento de los recaudos
adoptados en defensa de los intereses del Estado. Pero la omisióm o aún fraude en la
información proporcionada estará siempre sujeta a responsabilidad en el marco del
control gubernamental previsto por la Ley SAFCO. Por el contrario, no parece ser un
obstáculo real, en cierta medida, la comprobación de la firma electrónica de un ente
público.
Luego, urge acotar esta última afirmación, esto es, la del alcance de los intereses del
Estado a la luz de los pronunciamientos judiciales. La inquietud o pregunta que nos
formulamos pasa por preguntarnos si es posible atribuir responsabilidad a jueces y
magistrados en ocasión de un fallo aparentemente vulneratorio de los intereses del
Estado.
no podría reprocharse nada al juez o tribunal que así actuara. Si así no fuere, entonces,
¿qué sentido tendría el demandar al Estado o vencer en la contienda promovida
oficialmente si la suposición –equívoca, por cierto- es que el Estado siempre tiene la
razón?
Cosa distinta, empero, es la que emerge del obrar administrativo que también puede
ser posible, nos ratificamos, en sede jurisdiccional. Por ejemplo, si los procedimientos
administrativos de contratación en el Tribunal Departamental de Justicia, resultan
ilícitamente lesivos al Estado, no hay otra vía jurídica que la atribución de responsabilidad
a los que resultaren culpables del hecho. Se abren así los canales de imputación subjetiva
de responsabilidad frente al Estado (sistema de atribución en función de la culpa) y, por
consiguiente, la eventual instrucción de una auditoría jurídica. En suma, una es la
responsabilidad que emerge del obrar administrativo, sea inclusive por un órgano
jurisdiccional y otra, distinta, la que resulta del ejercicio de la función judicial. Luego, es
necesario analizar, así sea ligeramente, el hipotético caso de la responsabilidad
(patrimonial) del Estado, por el daño ocasionado a consecuencia de su obrar
administrativo.
Parécenos que sólo es concebible, en homenaje a los intereses del Estado acotados
en estos casos, instruir la auditoría jurídica en el daño injusto o ilícito. A lo sumo, podría
pensarse que tal auditoría jurídica podría instruirse, finalmente, si la demanda
indemnizatoria por un daño justo –u obrar lícito- excede toda razonabilidad y no se han
adoptado los recaudos (acciones) legales de defensa para evitar, digamos, un
enriquecimiento ilícito.
1. Noticia previa
Ahora bien, este vaciado de datos y el ejercicio de las tareas o procesos ya señalados,
también en interacción sistémica entre la Procuraduría y las UU.JJ., conforma el sustrato
o base material sobre la que descansa la eventual realización de una auditoría jurídica en
razón, justamente, al incumplimiento de las unidades jurídicas de las entidades públicas a
la conformación de este material previsto en el Manual. Es pues, un deber jurídico (no
tanto una obligación) de ellas, en cualquiera de los procesos o procedimientos previstos
en dicho reglamento, amén de los resultados –o la forma- de su gestión o desempeño en
la tutela efectiva de los intereses del Estado.
Sobre este particular, se debe anotar que es posible que las contingencias procesales
en los asuntos -que involucren el interés del Estado- a cargo de las unidades jurídicas de
los entes públicos, sean en sede administrativa o sede judicial, exijan una estrategia y
tácticas procesales, distinta de las que recomienda el Dictamen General. La valoración del
mérito, oportunidad o conveniencia de una acción diferente a la señalada en lo
dictaminado, en sede administrativa o judicial, responde a un criterio técnico-jurídico de
especialización. Y, evidentemente, esta opción sólo podrá ser valorada por un profesional
abogado. Esta constatación liminar confirma la tesis que las auditorías jurídicas –y el
eventual apartamiento a alguna de sus recomendaciones- sólo puede ser atribuible a
dicho profesional.
Vale la pena reflexionar sobre el último punto, esto es, la creación de una unidad
interna de auditoría jurídica en los entes públicos. Pensamos que, de hecho, semejante
establecimiento supondría incurrir en duplicidad de esfuerzos en la Administración, en
franco atentado al principio de eficiencia. Ciertamente, si tal unidad se creara, ¿qué
sentido tendría la función del director jurídico o asesor principal del ente público?
CAPÍTULO TERCERO
Segunda parte
1. Registro
2. Seguimiento
3. Supervisión
4. Evaluación y, consecuencialmente,
5. Formación
Además de ello, advirtamos, una vez más, que la noción que empleamos en estas
tareas NO es, todavía, una noción procesal, sino una de eminentes cometidos
administrativos destinados a conformar la base material (asunto) sobre la cual recaerán,
luego de sus resultados, las auditorías jurídicas. Aunque éstas no serán únicamente fruto
de este esfuerzo pues pueden concebirse auditorías de carácter ad hoc en circunstancias
que así lo ameriten, lo ordinario será que resulten, cuando sean instruidas, luego de la
Evaluación.
Pero, además, como todo proceso, al interior del mismo encontramos una serie de
procedimientos que configuran una serie específica de actuaciones o pasos concatenados
en un orden lógico y secuencial, en que cada uno de ellos es consecuencia del anterior e
insumo del siguiente, en una concepción inequívocamente sistémica. En la misma
concepción, cada proceso es, a su turno, producto destinado como insumo al siguiente en
el listado antes señalado.
2. El Proceso de Registro
Creemos que los datos requeridos, no obstante, no serán siempre suministrados del
todo informatizados. Es decir, en más de algún caso es todavía posible concebir –atento a
las fortalezas técnicas que los entes públicos puedan desarrollar- que las unidades
jurídicas presenten documentación física. Empero, si así ocurriera, será la
Subprocuraduría (SSUJAP), la que tenga que volcar esta información no virtualizada en la
plataforma informática prevista.
Tan importante como lo anterior, es reiterar, de otra parte, que no todos los procesos
(de naturaleza procesal), sean judicial o administrativos conllevan, necesariamente el
interés del Estado. De allí la importancia de valorar correctamente las “contingencias” que
refiere la definición contenida en el apartado 6 del Manual y si tales contingencias podrían
resultar en menoscabo de los intereses del Estado. Evidentemente, en un proceso
administrativo en el que sólo se encuentra involucrado un interés particular, v.g. la petición
de un certificado y, supongamos, además, que inclusive se ha abierto la vía recursiva;
¿cuál es el interés del Estado en este tema? Salvo que sea forzando la figura, no hay un
interés estatal que, emergente de dicho trámite, pudiera verse directamente alcanzado por
la petición señalada, ni siquiera en la inauguración del procedimiento impugnatorio.
“proceso” de los que aquí estudiamos- y, en caso de duda, será la misma Procuraduría la
que tenga que ingresar el dato a su Sistema Informático o desecharlo. Pero, además,
habría que establecer una cierta valoración patrimonial (contingencia de interés para la
Procuraduría), como ocurre en la mayoría de las situaciones jurídicas en que el interés
estatal debe ser defendido.
Los plazos para el Registro comienzan a correr, en aplicación de las reglas supletorias
de la Ley del Procedimiento Administrativo Nª 2341, a partir del día siguiente hábil al del
requerimiento procuradurial.
del deber de proveer, por las UU.JJ., la información –en función al número de procesos
administrativos o judiciales- a ser ingresada en la base informática de la Procuraduría.
Demás está decir que este informe ya constituye, de hecho, una verdadera auditoría
jurídica.
Es importante destacar, y así debiera ratificarlo el Manual, para que no quede duda
alguna, que no todos los procesos administrativos o judiciales serán objeto del
Seguimiento. De hecho, tal tarea se haría imposible, además de ineficiente en el manejo
de recursos materiales o humanos si consideramos que el buen desarrollo de los
procesos está también sujeto a otros controles (control previo por parte de los mismos
servidores públicos, Control Gubernamental, revisión estrictamente procesal en ocasión
de los recursos administrativos, control jurisdiccional de la legalidad del obrar
administrativo, controles constitucionales en paralelo en ocasión de las acciones de
defensa constitucional promovidas por los administrados, etc.) que hacen innecesaria la
tarea de supervigilancia sobre toda la gestión procesal a cargo de una unidad jurídica.
c) relievancia social, sea nacional o internacional, cual es el caso, por ejemplo, de los
procedimientos arbitrales habida cuenta que en nuestro ordenamiento, por de
pronto, no está permitido el arbitraje en asuntos de Derecho Público;
Empero, la pregunta sigue subsistente: sin llegar a estos casos extremos, ¿peligran,
en todos estos casos, los intereses del Estado? La pregunta, finalmente, deberá
esperarse, se reitera, en la calificación que sobre cada caso (interpretación casuística en
la perspectiva de alcanzar, en algún momento, una línea jurisprudencial consistente)
realicen los más altos tribunales del Estado en su labor hermenéutica en nuestra materia.
b) El Informe y su contenido
De todas maneras, este Informe, cuyo contenido (llamado “estructura”), establece las
partes que debe consignar, anticipa el formato de la auditoría jurídica y es posible que, a
futuro, se promueva la normalización de estos informes, es decir, la estandarización de
las auditorías jurídicas que tengan que emitirse según instrucción de la Procuraduría, a la
manera en que, actualmente, dicha normalización está prevista para las auditorías
comunes en la normativa que ha adoptado la Contraloría en ocasión del Control
Gubernamental.
Así, el apartado 8.2.4. señala que el documento contendrá los antecedentes, la base
legal, el detalle de las actuaciones realizadas, el análisis jurídico, las conclusiones y
recomendaciones, amén de los anexos. Es, si se quiere, el contenido mínimo que un acto
administrativo debe observar (cfr. art. 28º de la Ley Nº 2341, a propósito de los elementos
4. El Proceso de Supervisión
El Informe que se emite, entonces, podrá ser fruto del solo seguimiento o, como
parece asumir el Manual, cuando además del Seguimiento también se ha realizado, al
mismo tiempo, la Supervisión, porque son fases vinculadas íntimamente. La nota común,
se insiste, es la flexibilidad de estos procesos y sus procedimientos tal cual sale del
apartado 9 del Manual. Luego, dicho Informe se sujeta a las prescripciones cuyo análisis
se ha realizado en párrafos anteriores y deberá distinguirse del Informe de Evaluación,
que es ya una auditoría jurídica completa y que sólo es posible en instancias del Proceso
de Evaluación.
Esta última nota conlleva –en razón a la “culpa”- como categoría jurídica específica
sobre la que se asienta la imputación de posibles responsabilidades frente al Estado, la
probable adopción de un criterio de determinación subjetiva de la responsabilidad
funcionaria y, por ende, del mismo Estado. Empero, reiteramos, ello será fruto del
establecimiento de una línea jurisprudencial de la que todavía carecemos al día de hoy.
En el apartado específico del Manual sobre este proceso (cfr. apartado 8.4.), se ha
agregado, como no podía ser de otra manera si esperamos consistencia en la plataforma
conceptual de lo que hace a la defensa legal del Estado, que los procesos judiciales y
administrativos sujetos al control procuradurial, han resultado en la precautela y defensa
de los intereses del Estado. Es, finalmente, una valoración sobre las actividades
cumplidas en las unidades jurídicas en tales procesos, esto es, su desempeño.
En rigor, las últimas hipótesis se subsumen en la primera pues, por ejemplo, los avisos
que podrían originarse del soporte informático, o la planificación antelada que consigna
una programación de evaluaciones futuras, siendo hechos técnicos, precisan de una
voluntad estatal orgánica que no es otra que la de la misma Procuraduría. En otras
palabras, será siempre la Procuraduría la que instruya, definitivamente, la Evaluación.
Que ésta se funde en las apreciaciones o percepción sobre el desempeño de una unidad
jurídica, o en las alertas del sistema o un cronograma de actividades evaluativas, es cosa
interna que, a lo sumo, motiva la decisión. Reiteramos, la instrucción emana siempre de la
Procuraduría como órgano calificado competencialmente para este cometido así,
finalmente, la instrucción tenga como antecedente la petición de otro órgano público
(hipótesis no contemplada expresamente).
Debe anotarse, además, que la Procuraduría –casi al igual que el órgano que ejerce
Control Gubernamental- tiene previsto un cronograma de Evaluación a ciertas unidades
jurídicas. Por lo general, en el ámbito de la contraloría fiscal, ésta es casi aleatoria –o, al
menos, no sigue un patrón meramente rutinario- a fin de establecer una cierta
periodicidad en el control externo del desempeño de los entes públicos en lo que es una
tarea de inspección generalizada sin el propósito específico de examinar un determinado
órgano público, salvo razones de mérito, conveniencia u oportunidad.
Lo que parece más trascendente es, sin embargo, la revisión de los “parámetros” de
Evaluación en la defensa de los intereses del Estado que pasan por una triple vertiente de
actividades y acciones (no solamente estas últimas), que se distribuyen en cuestiones que
hacen al desempeño de las unidades jurídicas en la aplicación del Derecho o el empleo
de recursos humanos y/o materiales en:
Desde luego que los dos primeros aspectos (lo sustantivo y lo “adjetivo”) llevados a
análisis no revisten mayor dificultad en su razón de ser como contenidos propios e
innegables de una eventual auditoría jurídica. En el caso del tercero, esto es, todo aquello
que se destina logísticamente a alcanzar éxito en la defensa de los intereses del Estado,
encontramos un claro contenido meramente administrativo y no pareciera, al menos
superficialmente, materia propia del control que pueda ejercitar la Procuraduría. De
hecho, la pregunta es: ¿cómo se administraron recursos y medios?
6. Informe de Evaluación
Es, posiblemente, el informe más completo. A diferencia del que resulta de los
procesos de Seguimiento y Supervisión, en el Informe de Evaluación, que ejemplifica la
auditoría jurídica (o Dictamen General) en su acepción más cabal. En este documento,
cuyo carácter vinculante ya se ha explicado, se reúnen o integran todas las posibles
valoraciones sobre el desempeño de una determinada unidad jurídica. Incluye, por tanto,
el examen y valoración de las cuestiones sustantivas, procesales y aún operacionales.
Como en los casos anteriores, la definición provista por el Manual conceptúa esta
categoría como las “…directrices que determinan las prioridades de formación,
actualización y capacitación de los abogados… como resultado del Registro, Seguimiento,
Supervisión y Evaluación” Es decir, y reiteramos lo dicho al principio de este capítulo, es
un proceso consecuencial de todos los anteriores procesos y procedimientos
En otras palabras, luego de culminada una gestión que ha sido sometida a auditaje en
el ejercicio del Control Gubernamental o Fiscal, el auditor común no suele opinar por la
capacitación de los servidores públicos si ha advertido falencias o deficiencias en el
desempeño de los asuntos a ellos sometidos. En cambio, en el ejercicio de la función
estatal de defensa, el criterio de asunción oportuna de la tutela de los intereses del Estado
exige, adicionalmente, un criterio técnico que, además de vinculante, pueda ser objeto
también de seguimiento, supervisión o evaluación en un momento de control posterior.
Aquí la necesidad pasa por una deficiencia concreta y señalada en un área específica
de las habilidades o destrezas, o aún de ciertos y determinados conocimientos
profesionales en Derecho de los abogados de la unidad jurídica sometida a auditaje
jurídico. Es posible que la deficiencia se observable, por ejemplo, en el área procesal y,
consiguientemente, se requerirá reforzamiento y capacitación en el conocimiento de las
normas propias del procedimiento específico, así como las técnicas y aplicaciones de la
estrategia procesal, de las tácticas apropiadas en la gestión de un trámite señalado, etc.
(apartado 8.5.2.)
En este punto, y como colofón de todos los anteriores, es de suyo lógico esperar que
la aplicación de los procesos y procedimientos procuraduriales no sean del todo
conformes, máxime si la valoración sobre determinadas cuestiones procesales revisten
criterios con una alta dosis subjetiva. En otras palabras, no hay una calificación absoluta
aunque la de Procuraduría sea, innegablemente, la de mayor significación.
CAPÍTULO CUARTO
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. Recapitulación.
i) una actividad;
ii) una especie del género “auditoría” y, por lo mismo, es
iii) una disciplina especializada.
En atención a lo anterior, resta establecer si, como parte del género “Auditoría”, en
cuanto disciplina general en tránsito a su reconocimiento como ciencia, conserva los
caracteres de la misma. Es decir, si debemos acudir a la Auditoría como disciplina madre,
a encontrar los fundamentos, también generales, que la informan. Anticipamos que ello es
así, en cuanto todavía debemos ceñirnos a las directrices que en esta actividad ya han
sido establecidas por las normas generales de Auditoría en vigencia, respetando –por
supuesto ya admitido- que la singularidad de la auditoría jurídica exige por la naturaleza
propia de su objeto de examen.
No obstante, debemos dejar en claro que ello será indiscutido hasta tanto la
Procuraduría General del Estado, como órgano que debe ejercitar rectoría en materia de
defensa de los intereses del Estado, como función estatal que le asigna el mandato
constitucional, emita la normativa especializada en las auditorías jurídicas. Ciertamente, si
nos atenemos al ámbito de aplicación de las Normas Generales antes referidas, según
refiere la resolución que las aprueba, este régimen normativo se aplica a: 1) la
Contraloría; 2) las Unidades de Auditoría Interna de las entidades públicas (UAIs); y 3) los
“profesionales independientes o firmas de auditoría”.
Ahora bien, la auditoría jurídica –como se verá más adelante- ingresa a su examen
valorativo, no solamente las actuaciones procesales, sino también la aplicación “correcta”
de las disposiciones y normas sustantivas. Es decir, revisa y somete a examen las
invocaciones de fondo que realizaron los abogados estatales en ocasión de los diversos
momentos procesales en que se formularon las pretensiones a nombre del Estado. Es
decir, no solamente es la marcha del proceso –en tanto pura actividad ritual- sino también
los derechos subjetivos atribuidos al Estado, sean estrictamente tales o intereses
legítimos cuya tutela se pidió en sede judicial o administrativa.
Sea que el examen del auditor jurídico verse sobre cuestiones que tocan a la
aplicación (invocación) de la norma sustantiva o material (norma de fondo), o las
puramente procesales que emergen de las exigencias de un proceso y procedimientos
(de carácter procesal) en sede administrativa o judicial, la previsión mínima sobre estos
aspectos se encuentran en el apartado 8.4.1. del Manual.
¿Ahora bien, cuáles son las directrices que deben seguir los auditores jurídicos para la
realización de la labor que se les encomienda por la Procuraduría en ocasión de los
procesos y procedimientos previstos en el Manual, o emergente de una instrucción
emanada de otro órgano estatal pero bajo el régimen normativo que ha establecido la
Procuraduría?
1. Noticia previa.
Las Normas que hemos citado para su aplicación analógica en la tarea que se instruye
al auditor jurídico establecen, bajo el epígrafe de “Normas Generales de Auditoría
Gubernamental” nueve prescripciones que podríamos aplicar, dentro de la singularidad
técnica de la auditoría jurídica, al examen de las cuestiones sujetas a examen en el
desempeño de las unidades jurídicas en la defensa de los intereses del Estado.
No hay, todavía un Código de Ética propio del auditor jurídico y, en todo cuanto sea
aplicable –por analogía, principalmente- del código emitido por la Contraloría General del
Estado, podrá ser también exigido en la auditoría jurídica.
Se asume que, al igual que el auditor gubernamental, el auditor jurídico agrupa sus
actividades en tres grandes etapas:
a) planificación,
b) ejecución, y
c) comunicación
La última de estas fases pasa por la provisión de los datos y resultados alcanzados en
su labor a la Máxima Autoridad Ejecutiva de la entidad que ha instruido la realización de la
auditoría jurídica y que, anticipamos, será también a la misma Procuraduría General del
Estado, en todos los casos en que se encuentren involucrados intereses del Estado.
A posteriori, nada obsta a que sea el mismo auditor jurídico el que pueda,
eventualmente y si el auditaje es renovado en una siguiente ocasión, a que se revisen los
mecanismos y procedimientos de calidad adoptados.
El modelo de contratación del auditor jurídico (contrato cuya naturaleza podría ser
administrativa) debiera ser también objeto de revisión y aprobación por parte de la
Procuraduría General del Estado en ejercicio de su labor específica y su vocación rectora
en la materia.
Por la importancia de este último término, reiteramos la noción que la Norma brinda
sobre la “auditabilidad” como “…la condición que debe reunir el sujeto y el objeto de la
auditoría para poder ser auditado”. Este concepto debe ser entendido en los alcances del
principio de transparencia que recogen tanto la Constitución Política del Estado en su art.
232°, así como la adopción de este catálogo de fundamentos que operan en la Ley de la
Procuraduría N° 064, el D.S. N° 0788 y el mismo Manual editado por la Procuraduría
General del Estado.
En este punto, nada obsta a que la Norma sea aplicable en casi toda su previsión
excepto en la de ceñir las actividades que realice el auditor jurídico, a las normas propias
del Control Gubernamental. En contrapartida, la Norma establece –y deberá ser
igualmente extensiva al auditor jurídico- la previsión a propósito de una situación
específica “…cuando existan limitaciones para aplicar los procedimientos de auditoría, se
deberá justificar y documentar, revelando tal situación en su informe, como restricciones
al alcance del trabajo”.
“La Contraloría General del Estado y las Unidades de Auditoría Interna de las
entidades públicas deben verificar oportunamente el cumplimiento de las
recomendaciones contenidas en sus informes. Además, las Unidades de
Esta es una norma cuyo contenido esencial puede permanecer vigente, no así en la
atribución de futuras responsabilidades a órganos e instancias específicas. En otras
palabras, quienes deberán verificar oportunamente el cumplimiento de las
recomendaciones que resulten de una auditoría jurídica, son la Máxima Autoridad
Ejecutiva y, desde luego, la Procuraduría General del Estado en el curso de los procesos
y procedimientos de seguimiento (en especial) y de supervisión y aún evaluación.
Tanto en esta novena norma, así como en otros pasajes de las mismas Normas, se
establece el contenido del informe del auditor jurídico en cuanto a un formato que
contemple desde los antecedentes, hasta las conclusiones y recomendaciones. Empero,
deberán más bien seguirse los formatos y estructura de contenidos señalados en el
Manual editado por la Procuraduría General del Estado, sea en el informe luego del
proceso y procedimientos de seguimiento como, en especial, en el Informe de Evaluación
que es el más completo y detallado.
i) un sistema de registro,
ii) un sistema de asignación de procesos;
iii) un sistema de seguimiento interno y control de los procesos asignados,
iv) los criterios seguidos en la administración de los tiempos en los anteriores; y
v) la identificación de sus propias fortalezas y debilidades.
Aunque la relación parece ser más bien enunciativa y no limitativa –pues podrían
agregarse otros elementos configuradores- la idea del Manual es determinar, como
eventual objeto de estudio y examen por parte del auditor jurídico, un conjunto de criterios
sobre la configuración de la plataforma material en la que descansan las capacidades
operacionales de la unidad jurídica del ente público.
No obstante, pareciera prima facie que esta plataforma material –que hace a la
estructuración y las metodologías seguidas por la unidad jurídica- si es objeto de examen,
debiera serlo desde el Control Gubernamental. En efecto, adviértase que conforman la
base operacional recursos materiales y humanos, así como intangibles como la oportuna
asignación de tareas en función a aptitudes propias del personal de la unidad jurídica,
además de otros que podrían listarse y cuya administración es sujeta al Control
Gubernamental en el empleo de los activos de la entidad pública.
Empero, la solución pasa, más bien, por la aplicación de los principios de especialidad
en la materia. Y, efectivamente, la especialidad del auditor jurídico en temas que hacen a
la revisión y análisis (examen y evaluación) de los procesos y procedimientos (de carácter
procesal) impone que este último goce de prelación en el auditaje que es, reiteramos, uno
de carácter especializado más, si todavía se tiene presente, es a él a quien se encarga
establecer –y determinar- si las acciones de la unidad jurídica en los asuntos que gestiona
o tramita (que son procesales, obviamente) y que responden a la pregunta específica de
cómo se actuó procesalmente, alejan toda posible e indeseable contingencia que
arriesgue los intereses del Estado.
1. Noticia previa.
De otro lado, admitido que la auditoría jurídica deba también incorporar a su objeto de
estudio la base material que hace a la operatividad de la unidad jurídica sujeta a examen,
es conveniente establecer si las normas que usualmente rigen el Control Gubernamental
en lo meramente operacional pueden también ser aplicadas en ocasión de la auditoría
jurídica.
De hecho, al igual que las Normas Generales… a las que se ha hecho mención en
líneas precedentes, la Contraloría General del Estado ha emitido las Normas de Auditoría
Operacional cuyo desarrollo normativo sigue similares criterios expositivos que las
Normas Generales pero, y es ésta la cuestión, asume reglas que no son del todo
coincidentes y, en más de algún caso, son inaplicables con las tareas propias que debe
seguir el auditor jurídico.
Por lo demás, las cinco normas de auditoría operacional que prevén las Normas de
Auditoría Operacional pueden ser aplicables a la auditoría jurídica operacional en todo
cuanto no contenga previsiones propias del Control Gubernamental. La relación de las
mismas puede encontrarse en el material que difunde la misma Contraloría General del
Estado y a su contenido específico nos remitimos.
1. Las reglas generales del auditaje jurídico todavía se encuentran en las Normas
Generales de Auditoría Gubernamental emitidas por la Contraloría General del
Estado, hasta tanto no se emitan similares por la Procuraduría General del Estado.
y en su caso los del informe luego del seguimiento y supervisión (apartado 8.2.4.
del Manual).
CAPÍTULO QUINTO
Noticia previa.-
Aunque éstas son las etapas que se asumen como propias de una auditoria –y, de
hecho, así lo señalan las disposiciones sobre la auditoría gubernamental- sabemos que,
en todo caso, hay una estación de trabajo previo al inicio de las etapas propiamente
dichas. No se debe olvidar que el acopio de la información previa a la inauguración de la
tarea del auditor tiene gravitante importancia en el examen de su objeto de estudio.
referida únicamente a los procesos (de naturaleza procesal) a cargo de la unidad jurídica
o los servicios jurídicos del órgano público auditado.
Aclarada esta cuestión, sólo resta advertir que la tarea de evaluación del auditor
jurídico, a pesar de estar centrada en, apenas, los aspectos jurídico-procesales
vinculados con la defensa de los intereses del Estado es, de todas maneras, de notable
profundidad, debiendo agotar –en el también aparentemente campo limitado en que
venga a valorar la diligencia empleada- el análisis del desempeño sujeto a auditaje.
No ocurre –ni ocurrirá- lo mismo con el auditor jurídico que es, de entrada, profesional
en el área legal que es, justamente, objeto de su evaluación. No hay otro profesional,
salvo que el tema sea de tal complejidad jurídica que amerite un abogado con una
especialidad única en un asunto determinado, que pueda realizar el auditaje que aquí
estudiamos.
Esto no quiere decir, no obstante, que el auditor jurídico sea un conocedor absoluto
de todas las áreas del ámbito del Derecho. Tal propósito es, además de imposible en
nuestro tiempo de creciente complejización al interior de las disciplinas humanas,
manifiestamente irrazonable. Empero, un cierto conocimiento general que permita el
seguimiento de ciertos procesos (extra)judiciales y administrativos (cuestiones procesales
o “adjetivas”) –en los que se debaten los intereses del Estado- es siempre posible de
exigir de un profesional abogado que, luego de cursar estudios en el área de la auditoría
jurídica, pueda absolver el requerimiento de promover la tarea de defensa de los intereses
del Estado.
Aún así, es casi seguro que, a futuro, incluso los auditores jurídicos sean agrupados
en función a ciertas especialidades en el área del Derecho. Así se observa, por ejemplo,
en el listado de los abogados que conforman los tribunales arbitrales o en aquellos
bufetes que responden a convocatorias públicas o privadas de asesoramiento
especializado, en función a su especialidad. Nada obsta, entonces, que el futuro auditor
jurídico opte por alguna de las varias áreas del Derecho en razón a su formación
específica de mayor calificación en un campo jurídico determinado.
De hecho, las modalidades que puede asumir la misma auditoría jurídica (sustantiva,
procesal u operacional), ya anticipan la paulatina especialidad que caracterizará a unos
auditores en relación a otros. Esto, sin contar con que algunos auditores jurídicos se
sentirán más aptos que otros para asumir el auditaje en cuestiones administrativas,
penales, civiles, laborales, etc.
El auditor jurídico debe munirse, incluso antes de aceptar el contrato que lo liga al ente
público que requiere sus servicios si es auditor independiente, de toda aquella información
que pueda ser útil en la perspectiva de su futura labor.
En general, todos estos datos, y no otros, de manera sucinta y puntual irán, por lo
general, en el apartado destinado a exponer los antecedentes de la auditoría jurídica. No
parece conveniente que, a nombre de tales “antecedentes” se exponga el sustento
jurídico de toda auditoría jurídica o de la que recién se inicia. En verdad, la obviedad del
requerimiento que se hizo oficialmente de realizar el examen sólo redundaría en la
confirmación de la necesidad de evaluar el desempeño de la unidad jurídica a ser
auditada.
Asimismo, el auditor jurídico tendrá que exponer las disposiciones normativas que,
como “base legal”, suelen ir –más por costumbre o asimilación de las prácticas de
auditoría gubernamental- en un siguiente apartado. Los “usos”, cuyo peso a veces no
llega a discernirse completamente, suelen distinguir entre disposiciones “generales” de
otras que son calificadas como “especiales”. Esta práctica debiera desterrarse porque,
finalmente, la interpretación del ordenamiento jurídico es integral y nunca en partes pues
las disposiciones menores se explican a la luz de las mayores. Es decir, cualesquier
disposición o norma del sistema jurídico se explica desde todo el ordenamiento jurídico y
no únicamente desde su prescripción singular.
Siguiendo esa percepción errónea, se suele indicar que, por ejemplo, la Constitución
es una norma “general”. Pero esta diferenciación no es conforme a la tarea interpretativa
que todo operador debe asumir en la aplicación del ordenamiento jurídico pues la norma
fundamental si bien es general en cuanto funda todo el ordenamiento jurídico, es también
de invocación directa y debiera ser referida desde el principio pues ella sustenta las
prescripciones del régimen jurídico propio de la defensa de los intereses del Estado.
II. LA PROGRAMACIÓN.-
Conviene, en este punto, una digresión sobre los papeles de trabajo. En las Normas
de Auditoría Financiera se afirma que éstos “comprenden la totalidad de los documentos
preparados o recibidos por los auditores gubernamentales, de manera que, en conjunto,
constituyan un compendio de las pruebas realizadas durante el proceso de auditoría y de
las evidencias obtenidas para llegar a formar una opinión o abstenerse de ella”. Más
adelante se señala que estos papeles tienen un triple propósito: i) proporcionar sustento al
informe; ii) permitir la ejecución y/o supervisión de la auditoría y, finalmente, iii) permitir
que otros revisen a calidad de la auditoría. Advirtamos que, hasta aquí, la noción o
categoría de este legajo –que tiene un inobjetable carácter instrumental- puédese aplicar,
sin inconveniente alguno, a la auditoría jurídica.
todas las contingencias posibles en un ámbito, como el procesal –sin ir más lejos- en que
cada actuación corresponde a un escenario muy singular y particularizado del
desenvolvimiento del proceso.
La planificación supone, desde luego, que el auditor jurídico se plantee –al igual que el
auditor gubernamental- una estrategia que contemple varios “aspectos” que son
insoslayables a futuro:
a) el objeto;
b) los objetivos; y,
c) el alcance del examen.
Luego, será claro que el objeto de toda auditoría jurídica es común en todas sus
modalidades de realización (sustantiva, procesal, operacional), al menos en Bolivia. Es
decir, la auditoría jurídica promueve, directa e indirectamente, la tutela (efectiva) de los
intereses del Estado. Lo será directamente cuando, por ejemplo, se insta, en la etapa de
supervisión, a la toma de decisiones oportunas. Indirectamente, como consecuencia de la
realización del auditaje en la unidad jurídica o servicios especializados del órgano que
ejerce función administrativa, en ocasión de determinadas actividades.
Consiguientemente, no es todo el ente el que será auditado, sino una parte orgánica
de él, es decir, una parcialidad de su equipo humano conformado, precisamente, por los
abogados encargados de la atención de determinados trámites y gestiones. Estos últimos
quedan definitivamente residenciados en los procesos –de carácter jurídico-procesal-
sean judiciales, extrajudiciales o administrativos, incluyendo cuestiones de naturaleza
sustantiva. Pero, desde luego, sólo serán susceptibles de evaluación los procesos en los
que se debaten los intereses del Estado.
Ahora bien, los objetivos específicos se desprenden del objeto principal pero se
encuentran vinculados a las modalidades que la auditoría jurídica pueda adoptar
(auditoría jurídica sustantiva, de juicios u operacional). Es decir, atendiendo a la
modalidad de la auditoría, encontraremos la especificidad en la amplitud de la tarea de
evaluación que se pretende. Por ejemplo, la auditoría jurídica podrá recalar únicamente
en cuestiones procesales o, por el contrario, en las sustantivas. Pero, por lo general,
ambas modalidades –y subsiguientes cuestiones- irán juntas y no por separadas.
Ahora bien, destacan en este punto, las posibles áreas críticas en la auditoría jurídica,
entendidas como aquéllas que definirán su resultado y en las que deberá centrarse el
mayor esfuerzo valorativo del auditor jurídico. Un “área crítica” no supone,
necesariamente, un “problema” que se presenta o presentará en la ejecución, sino la
existencia de trechos o pasajes cruciales por los que discurrirá la auditoría en su
ejecución y que condicionarán el resultado. Por ejemplo, el acceso a información veraz,
confiable y válida en cada una de las modalidades conocidas.
Nosotros afirmamos –en razón a la brevedad de los tiempos que toca asumir a la
auditoría jurídica- que esa tarea ya debiera ser abordada a tiempo de la recopilación de la
información previa. Son razones de lógica y de estrategia pues no es posible esperar al
inicio de la auditoría jurídica para, recién, establecer cuántos y quiénes realizarán las
actividades previstas en el Programa. Por supuesto, ello no impide la ocurrencia de
circunstancias, del todo extraordinarias (dificultades inesperadas, descubrimiento de
nichos de información no previstos y que sean imprescindibles de explotar, etc.) que
ameriten la re-conformación del equipo de trabajo.
Ahora bien, salvado lo anterior, el Programa, así como el mismo Cronograma, son
parte de los papeles de trabajo que, eventualmente, pueden quedar en propiedad del
auditor. Es de esperar que la futura normativa que emita la Procuraduría disponga que,
por el contrario, los papeles de trabajo entregados resulten de propiedad conjunta, tanto
del órgano público que pidió la auditoría como de la misma Procuraduría.
Otros procedimientos de la auditoría jurídica resultan en, por ejemplo, la revisión del
historial de las auditorías ya realizadas o el establecimiento de las pautas para la primera
de ellas. Si es el caso de ya realizadas, se impondrá el reporte por parte de la unidad
jurídica del cumplimiento de las recomendaciones efectuadas. Si es la primera vez que
dicha unidad es objeto de auditaje, se deberán establecer los procedimientos concretos y
específicos que permitan, a futuro, la revisión de la adopción de medidas sugeridas por el
auditor jurídico.
Toda la actividad humana, desde que el hombre es tal, se caracteriza por el empleo
de instrumentos que son diseñados por el usuario para un fin específico (homo faber) de
autosatisfacción en sus necesidades. Estos instrumentos deben reunir, entre otras
características, la de poder allegar la información que sea suficiente en la tarea de
evaluación del desempeño. Y ello, con el fin de alcanzar, en su momento, la evidencia.
Recuérdese, por de pronto, que la primera norma de auditoría financiera –propia del
ámbito de la auditoría gubernamental- pasa por “una planificación de tal forma que los
objetivos del examen sean alcanzados eficientemente”. De esta contundente afirmación
se extrae, obvia e inicialmente, que los instrumentos del auditor jurídico deben ser
“calibrados” en la perspectiva de su empleo eficiente (menores esfuerzos o aplicación de
insumos materiales y humanos) y ello con el propósito de alcanzar la evidencia.
Luego, podemos decir que la evidencia es el reflejo de una realidad material, ahora
plasmada documentalmente en el Informe, que funda la opinión del auditor jurídico a partir
de las afirmaciones (suministro de información) de quienes están a cargo, y son
responsables, en las actuaciones diligentes que involucran los intereses del Estado. En
las normas de auditoría financiera que ha publicado la Contraloría, tales evidencias
pueden ser a) válidas; y b) relevantes.
Son evidencias válidas aquellas que el auditor allega de manera independiente al ente
público sujeto a auditaje. En la analogía con la materia que nos ocupa, serán aquellas que
corroboren las afirmaciones de la unidad jurídica o de quienes provean información al
auditor jurídico. Es decir, no basta, en principio, la información o los datos recogidos de
los mismos responsables de las actuaciones procesales, sino que es necesario encontrar
evidencia en otro lugar. Esta primera constatación revela que la opinión del auditor
jurídico no estará suficientemente respaldada –y, por ello, no configurará una evidencia- si
sólo se ajusta a los decires de los servidores públicos del órgano público.
De otro lado, la evidencia debe ser también “relevante”, es decir, tener una relación
lógica con el objeto mismo de la evaluación. La “irrelevancia” de un dato, en contrapartida,
distrae los esfuerzos del auditor y, lo que es peor, enerva la esencia misma de una
posible evidencia. En efecto, ¿de cuál evidencia podría predicarse si ésta, en caso de ser
así presentada, no explica, en la relación de causa a efecto, el vínculo necesario y
suficiente –evidencia suficiente- que media entre los hechos sujetos a valoración?
De otro lado, teniendo íntima relación las evidencias con las técnicas de la auditoría,
es dable establecer, siguiendo el criterio de las normas de auditoría gubernamental, una
clasificación de tales evidencias según éstas sean:
Los demás instrumentos subyacen a la autoridad misma que inviste el auditor jurídico
en ocasión del desarrollo de su labor. Así tenemos, la instrucción –y ojalá que ésta pueda
tener carácter vinculante ab initio- de remitir o facilitar la información que se quiere
alcanzar a través de un requerimiento formal que realiza el auditor jurídico. Si este
requerimiento proviene, por ejemplo, de la misma Procuraduría, tanto mejor. Pero aún así,
las consecuencias en el ámbito de la responsabilidad funcionaria que pueden emerger de
la inobservancia a un requerimiento que formule el auditor jurídico, actuando éste de
manera independiente, no son en absoluto desdeñables. No parece lógico, entonces,
Por lo demás, y hasta tanto la evolución normativa que venga a implementar el órgano
rector en materia de defensa de los intereses del Estado, serán también instrumentos –
aunque todavía a futuro, reiteramos- los indicadores, índices y otras referencias de
carácter objetivo que puedan atribuirse a los llamados parámetros de medición del
desempeño en las áreas sustantiva, procesal y operacional, según se han reseñado en
capítulos anteriores. Recuérdese que tales “parámetros”, descontando el empleo
terminológico poco feliz, son criterios de evaluación (jurídica) preestablecidos.
En términos más llanos, las técnicas de auditoría (jurídica) procesal están referidas
tanto a la ciencia del Derecho Procesal –en cuanto medios, reglas, saberes y
procedimientos racionales destinados de su estudio- así como a la aplicación de tales
medios en la tarea de investigación, valoración, medición y examen de las actuaciones
procesales a cargo de la unidad jurídica del ente público. Las técnicas procesales,
asumidas como destrezas de litigación, entonces, serán valoradas en su oportunidad, en
su mérito y aún su conveniencia, en la tarea del auditor jurídico.
En resumen, y sin que ello signifique rechazar la incorporación de otras técnicas que
puedan ayudar a formar convicción sobre el material puesto a disposición del auditor
jurídico, señalemos que las principales técnicas en la auditoría de juicios son:
4) Listado de los principios generales del Derecho y los principios generales que
informan las actuaciones procesales en los asuntos puestos a examen, con más
su posible aplicación concreta para los procesos a ser evaluados.
Huelga señalar, sin embargo, que no todo este material ingresará al apartado
destinado a los anexos que acompañan el Informe Final o de Evaluación. Los papeles de
trabajo son una bitácora de viaje y, va de suyo, que no todo el bagaje detallado del
relatorio es parte de la documentación que se entrega, en propiedad, al órgano público
requirente de la auditoría (o a la Procuraduría), sino que está destinado, principalmente, a
la utilización del auditor en su tarea prospectiva de evaluación del desempeño de la
unidad jurídica auditada.
VI. LA EJECUCIÓN.-
No está demás señalar que la cabal aplicación de los procedimientos y, desde luego,
su materialización prolija y diligente en el empleo de las técnicas y los instrumentos de la
auditoría (jurídica) procesal o de juicios, debiera siempre asegurar el éxito de la auditoría
(jurídica) procesal.
En efecto, los textos que ha publicado la Contraloría General del Estado contienen un
detalle de las normas “internacionales” que pueden invocarse en ocasión del auditaje a
realizarse. En verdad, más que “normas”, son criterios técnicos cuya validez se acepta
incluso incondicionalmente. Nos encontramos así, en la esfera de lo jurídico, en la
distinción tradicional entre normas jurídicas, en un sentido estricto de sujeción de una
conducta bajo coacción estatal, a las normas técnicas o estándares adoptados
universalmente.
Por tal razón, más que predicar la vigencia de normas internacionales, es preferible la
referencia a normas en el Derecho Comparado. En el material provisto en el Diplomado
se encontrarán normas de auditoría jurídica de aplicación en otros países, pero cuyo valor
legal es, apenas, referencial.
CAPÍTULO SEXTO
Noticia previa.-
En corolario, así expuestas las cosas el sujeto de derechos que creyere gozar de la
suficiente cobertura normativa, invocará su derecho subjetivo de crédito, contra su deudor
y frente al órgano público encargado no sólo de tal reconocimiento, sino de la tutela
(efectiva) prometida, por el Poder Público, en ejercicio de su labor o tarea jurisdiccional,
para hacer efectivo el cumplimiento de la prestación prometida y no cumplida por el
deudor. Desde luego que, así simplificadas las cosas, resta ver las vías procesales a
seguir, habida cuenta de la prohibición de la vía expedita en la pacífica realización de los
derechos en la perspectiva, desde el plano teleológico de las funciones estatales,
alcanzar, igualmente, la pacificación social.
expresiones lingüísticas que precisan ser entendidas empleando diversos métodos y aún
técnicas destinadas a este fin.
Ahora bien, no se vaya a pensar que basta la “interpretación” acudiendo a las reglas
de la gramática o el auxilio de la semántica empleando un buen diccionario. Aunque, al
principio pareció que ello era suficiente –escuela de la pura exégesis- y luego se
agregaron otros supuestos metódicos y metodológicos como, por ejemplo, el histórico o el
que se sustenta en la necesidad de averiguar la voluntad –expresa o presunta- del
legislador, conformando lo que RADBRUCH vino en llamar la escuela filológico-histórica, se
han opuesto otras corrientes que aspiraron no a buscar (únicamente) la intención
puramente subjetiva del legislador –en rigor, no es la “intención” del legislador, sino del
texto, lo que al final de cuentas interesa- sino el sentido lógico y objetivo de la norma, en
especial indagando las conexiones sistemáticas de la disposición cuya norma se quiere
desentrañar, con el resto del ordenamiento (sistema) jurídico. Es, pues, el nacimiento de
la escuela lógico-sistemática o de la escuela dogmática, que es la más difundida.
De entre las más notables, descontando aquellas que propugnan métodos mixtos o
eclécticos, podemos citar la del: i) método gramatical o filológico; ii) método exegético o
histórico; iii) método dogmático o lógico-sistemático, iv) método de la evolución histórica
(SALEILLES); método de la libre investigación científica (GÉNY); v) método de la escuela del
Derecho Libre (KANTAROWICZ); vi) método de la Teoría Pura del Derecho (KELSEN); vii)
método propio de la Teoría Egológica del Derecho (COSSIO). Exceptuando las dos últimas,
que corren por cauces filosóficos –y epistemológicos- muy singulares, todas las demás
Tan importante es esta cuestión, que los diversos textos que abordan la materia han
advertido de la dificultad de la tarea interpretativa. Así, GARCÍA MAYNEZ (Introducción al
Derecho), afirma que “…la interpretación no es labor exclusiva del juez; cualquier persona
que inquiera el sentido de una disposición legal puede realizarla. Pero la calidad del
intérprete no es indiferente, al menos desde el punto de vista práctico, porque no toda
interpretación es obligatoria. Así, por ejemplo, si el legislador, mediante una ley, establece
en qué forma ha de entenderse un precepto legal, la exégesis legislativa obliga a todo el
mundo, precisamente porque su autor, a través de la norma secundaria interpretativa, así
lo ha dispuesto. Si es el juez quien interpreta un precepto, a fin de aplicarlo a un caso
concreto, esa intervención no adquiere obligatoriedad general, pero sirve, en cambio, de
base a una norma individualizada: el fallo que en la especie se dicte. Si, por último, un
abogado o un particular cualquiera, interpretan una disposición legislativa, su
interpretación (correcta o incorrecta) tiene un simple valor doctrinal y, por ende, a nadie
obliga… En el primer caso, háblase de interpretación auténtica; en el segundo, de
interpretación judicial o jurisprudencial, y, en el tercero, de interpretación doctrinal o
privada. Las dos primera tienen, en cambio, carácter oficial o público.”
En este propósito ya interpretativo debemos advertir, por si fuera poco, que no basta
tan sólo el desentrañar el mandato de la norma. En la aplicación del mandato contenida
en ella debemos, previamente, establecer, siguiendo el orden lógico de la premisa mayor
(la norma), el hecho humano (premisa menor), para concluir con su consecuencia de
Derecho. En las ciencias penales su estudio, a partir de la teoría del tatbestand y de las
condiciones objetivas de la imputación, ha llevado a resultados muy notables en el avance
científico de la aplicación –y no solamente interpretación- de la norma penal.
Integrando todos los anteriores conceptos, resulta obvia la tarea de, primero,
comprobar que el hecho recogido en la disposición sustantiva, se encuadra en la hipótesis
de la norma. Y, segundo, establecer la atribución o imputación (consecuencias de la
norma), a determinados sujetos de derechos.
Luego, y para el caso que nos interesa, el auditor jurídico deberá encontrar el origen
de los derechos subjetivos públicos estatales en la norma sustantiva (Constitución,
código, ley) pues allí se encuentran incardinados los intereses del Estado cuya tutela
(efectiva) se pretende realizar examinando las acciones (diligentes) de la unidad jurídica
del ente auditado. En rigor, deberá comprobar, inicialmente, si la invocación de tales
derechos subjetivos a favor del Estado es correcta, encuadrada con precisión o está
convenientemente formulada.
De igual manera, la revisión del plexo de las competencias conferidas a dicho órgano
debiera resultar en la comprobación de la inexistencia de condicionamientos que impidan
la plenitud de la invocación de los derechos subjetivos estatales. Así, por ejemplo, pudiera
ser que dicho órgano actúa por delegación y ésta encomienda ya ha cesado de tener
efectos por decisión del órgano delegante. O, a la inversa, que su competencia ha
quedado suspendida por efecto de la avocación y, desde luego, toda gestión relacionada
con el asunto avocado, no se encuentra autorizada. Consiguientemente, si éste fuera el
caso, aunque la invocación de la norma sustantiva pareciera justificarse, no ocurre lo
mismo en razón a la oportunidad o circunstancias ya señaladas, incumpliendo con lo que
en materia procesal se denominan las condiciones de la pretensión.
De igual manera opera la exigencia de hacer explícita la “base legal” que funda la
evaluación del auditor jurídico. En este caso, convendrá que las disposiciones sustantivas
o de fondo vayan referidas como tales, acaso en un apartado que tenga por epígrafe,
justamente el carácter sustantivo de las mismas, diferenciadas de las que son de
naturaleza procesal, así ambas provengan de una misma fuente normativa.
En efecto, pudiera ser –y así suele ocurrir con alguna frecuencia en algunas normas
que reúnen ambos tipos de normas- que las disposiciones de fondo estén recogidas al
igual que las de carácter procesal. Es el caso de la misma Constitución, sin ir más lejos,
en que advertimos que el constituyente ha proclamado derechos, garantías y principios
pero también ha anticipado, en normas de indiscutible carácter procesal, el cómo pueden
reclamarse y realizarse tales derechos.
V. LA PROGRAMACIÓN.-
No obstante, conviene aclarar que no se trata de una Programación distinta, sino que
el programar la auditoría jurídica –sea sustantiva, procesal u operacional, cuando se trata
de una auditoría integral, o acaso meramente parcial si trata solamente alguna de las
modalidades señaladas- confluye toda la información en una sola vertiente, sin distinción
entre lo que es “sustantivo”, “procesal” u “operacional”. Será en el Informe Final de
Evaluación que la evaluación, aplicando los criterios objetivos preestablecidos
(parámetros), cuando opere la distinción desarrollada en líneas precedentes que,
reiteramos, impondrà recién y no antes, la evaluación que verse sobre las cuestiones
específicas sujetas a examen.
Hemos formado la opinión que la planificación es, indudablemente, una etapa de alto
contenido reflexivo y anticipatorio en la auditoría jurídica pues establecerá el cauce por el
que discurrirá, en definitiva, la Ejecución y, ulteriormente, la Comunicación. Para este
propósito, se deberá plantear un plan o programa de trabajo a realizar en la
sistematización de la información para transformar ésta, de un insumo en bruto, en un
producto procesado que sustenta, a partir de la evidencia encontrada (hallazgo) la opinión
del auditor jurídico.
Ahora bien, si el objeto de la auditoría jurídica es común a todas las modalidades que
aquélla pueda presentar, no será lo mismo en cuanto a los objetivos y, por esta vía, al
alcance y a los procedimientos. En efecto, ya en los papeles de trabajo, los objetivos –en
cuanto toca a lo sustantivo- estarán claramente diferenciados de aquellos que recalan en
lo procesal u operacional. Va de suyo que, entonces, el alcance y los procedimientos, en
uno u otro caso podrán ser distintos aunque, por lo general, habida cuenta de la
vinculación y estrecha relación de lo sustantivo con lo procesal los procedimientos de la
auditoría jurídica, al menos, serán muy similares si no los mismos, es decir, no repetidos
sino que en tales procedimientos ya se integra lo sustantivo a la par que lo “adjetivo”.
Bien vistas las cosas, la pretensión no solamente contiene los derechos subjetivos
estatales previstos en la norma de fondo (norma sustantiva), sino también hay
pretensiones en el curso mismo de la actividad procesal pues el proceso establece, en su
decurso derechos (subjetivos) que se originan en normas procesales (v.g., el derecho de
apelar, el de promover un incidente) y que deben ingresar, igualmente, a la valoración que
haga el auditor jurídico a la par que las pretensiones de fondo.
Recuérdese, una vez más, que no siendo todo el obrar del ente lo que será auditado,
así como apenas una parte de su equipo humano (abogados encargados de la atención
de determinados trámites y gestiones), en la revisión de sus actuaciones de carácter
jurídico-procesal, lo sustantivo –si es que, excepcionalmente, sólo sea éste el objetivo de
evaluación- pasará por la correcta invocación de los (derechos subjetivos que hacen a)
los intereses del Estado.
Por último, en lo tocante al alcance del examen, más allá de lo que refieren las normas
de Control Gubernamental, ratificado que el alcance institucional es parcial, a lo sumo
podríamos afirmar que dicho alcance se encuentra ya establecido en el contenido de cada
modalidad que pueda asumir la auditoría jurídica.
De similar manera, aunque con un contenido propio, el auditor jurídico ingresa –en la
etapa de planificación- la consideración sobre los riesgos a que puede enfrentarse, es
decir, los eventos que impidan la realización de la evaluación del desempeño en lo
sustantivo. Los principales serán, indudablemente, los riesgos de control pues la
información registrada –al menos en la base virtual o electrónica que ha elaborado la
Procuraduría- podría no haber consignado el detalle de la invocación de derechos
subjetivos.
Es, pues, punto que ratifica que el denominador común a todos los riesgos es el
relativo a la información, en especial la que es adecuada y oportuna.
VI. LA EJECUCIÓN.-
Todo instrumento tiene un fin pues no vale por sí mismo, sino en la perspectiva de su
aplicación beneficiosa. El auditor jurídico tiene la responsabilidad de emplear los suyos y
aún confeccionar otros en su investigación. Su norte está orientado a alcanzar, en su
momento, la evidencia con arreglo a la eficiencia, descontada, por supuesto, la eficacia.
No parece que, en el ámbito sustantivo pueda tener cabida una auditorìa forense,
salvo que se trate de un caso manifiesto y grosero en el que la invocación de la norma de
fondo es inadecuada en tal magnitud que ello conlleve, necesariamente, un hecho ilícito.
Por tanto, la evidencia que pueda alcanzar el auditor jurídico, en lo referido a lo
sustantivo, es y conforma la base “razonable y fundamentada” que sustenta su opinión,
formando convicción sobre el desempeño de la unidad jurídica, advirtiendo si éste alcanza
un estándar razonable de defensa de los intereses del Estado en la invocación de los
derechos subjetivos estatales.
De igual manera, serán siempre relevantes (rectius: relievantes) pues, ¿cómo podría
concebirse una invocación de derechos fundados en la norma sustantiva si no es con
arreglo a los autos de las actuaciones procesales o de un documento en que ellas
conste?
Por consiguiente, teniendo presente la clasificación de las evidencias que listan las
disposiciones que emite la Contraloría, sólo podrán dar sustento –en lo sustantivo- las
evidencias de carácter documental y, en su caso si es que fueron registradas, las
informáticas.
Los otros instrumentos pasan, tanto por la creatividad del auditor jurídico como, según
se ha señalado, por la autoridad moral de los requerimientos de información que formule
el auditor jurídico en el ejercicio de su función. Y decimos “moral” pues, hasta tanto tales
requerimientos no gocen de una inmediata consecuencia jurídica en caso de
incumplimiento, podrían ser ignorados sin mayor responsabilidad en lo inmediato.
De otro lado, y para finalizar, no parece conveniente, por lo menos en el actual estado
de evolución de los institutos jurídicos, el que puedan diseñarse índices o indicares
referidos, en nuestro caso, a lo sustantivo. Recordemos que la valoración de una
Empero, para alcanzar una cabal comprensión de los derechos invocados, parece del
todo punto inevitable el estudiar su conceptualización conforme lo entiende la
jurisprudencia. En lo sustantivo y en lo procesal, el Derecho es lo que los jueces afirman
ser. La técnica a emplearse será en la incorporación –en los papeles de trabajo- o en un
anexo que acompañe al Informe Final (de Evaluación), de fichas que recojan los
pronunciamientos más contestes o uniformes de los tribunales cimeros.
En la misma línea, es una referencia muy segura la integración directiva que ejercen
los principios generales del Derecho y, de entre ellos, los que iluminan el contexto
normativo de la norma de fondo. No es ninguna novedad pues, por ejemplo, así lo
establece, sin ir más lejos, el art. 91° del Código de Procedimiento Civil a propósito de los
institutos civiles. Esto nos lleva a la convicción serena que el auditor jurídico debe
incorporar, en cada caso –en cuanta norma sustantiva debe encontrar respuestas a la
invocación de derechos- los principios que la informan.
Y es que, según se dijo, los principios son “mandatos de optimización”, esto es, que
funcionalizan la mejor solución posible a un caso concreto en el que se aplican las normas
específicas, atendiendo a su natural acomodo según las siempre variables circunstancias
de tiempo, de lugar y a la percepción cultural y social que se tenga sobre la vigencia de un
determinado derecho.
Si ya en otra parte de estos Apuntes se ha dicho que la auditoría jurídica supone una
plataforma de conceptos novísima, lo afirmado es especialmente notable en lo que toca a
la auditoría jurídica sustantiva.
Luego, en todo caso será posible indagar lo prescripto en el Derecho Comparado pero
esta tarea, obviamente, lo será únicamente a fines de ilustración y no en la vía de
conformación de un sustrato de aplicación mandatoria.
CAPÍTULO SEXTO
Noticia previa.-
Aunque éstas son las etapas que se asumen como propias de una auditoria –y, de
hecho, así lo señalan las disposiciones sobre la auditoría gubernamental- sabemos que,
en todo caso, hay una estación de trabajo previo al inicio de las etapas propiamente
dichas. No se debe olvidar que el acopio de la información previa a la inauguración de la
tarea del auditor tiene gravitante importancia en el examen de su objeto de estudio.
No ocurre –ni ocurrirá- lo mismo con el auditor jurídico que es, de entrada, profesional
en el área legal que es, justamente, objeto de su evaluación. No hay otro profesional,
salvo que el tema sea de tal complejidad jurídica que amerite un abogado con una
especialidad única en un asunto determinado, que pueda realizar el auditaje que aquí
estudiamos.
Esto no quiere decir, no obstante, que el auditor jurídico sea un conocedor absoluto
de todas las áreas del ámbito del Derecho. Tal propósito es, además de imposible en
nuestro tiempo de creciente complejización al interior de las disciplinas humanas,
manifiestamente irrazonable. Empero, un cierto conocimiento general que permita el
seguimiento de ciertos procesos (extra)judiciales y administrativos –en los que se debaten
los intereses del Estado- es siempre posible de exigir de un profesional abogado que,
luego de cursar estudios en el área de la auditoría jurídica, pueda absolver el
requerimiento de promover la tarea de defensa de los intereses del Estado.
Aún así, es casi seguro que, a futuro, incluso los auditores jurídicos sean agrupados
en función a ciertas especialidades en el área del Derecho. Así se observa, por ejemplo,
en los abogados que conforman los tribunales arbitrales o en aquellos bufetes que
responden a convocatorias públicas o privadas de asesoramiento especializado. Nada
obsta, entonces, que el futuro auditor jurídico opte por alguna de las varias áreas del
Derecho en función a su formación específica.
De hecho, las modalidades que puede asumir la misma auditoría jurídica (sustantiva,
procesal u operacional), ya anticipan la paulatina especialidad que caracterizará a unos
auditores en relación a otros. Empero, la íntima vinculación, en especial entre lo que es el
área sustantiva y la procesal, llevará, más bien, a la especialización en dichas áreas pero
en el campo específico de las disciplinas que conforman la enciclopedia jurídica. Así,
tendremos auditores jurídicos más aptos que otros para asumir el auditaje de cuestiones
administrativas, penales, civiles, laborales, etc.
El auditor jurídico debe imponerse, incluso antes de aceptar el contrato que lo liga al
ente público que requiere sus servicios si es auditor independiente, de toda aquella
información que pueda ser útil en la perspectiva de su futura labor.
Así, por ejemplo, un ente desconcentrado no puede asumir ciertas decisiones –y,
por ende, la unidad jurídica que eventualmente podría inscribirse en su estructura
institucional- como lo haría, v.g., un ente descentralizado aún y a pesar del vínculo
de tuición administrativa.
es posible que más de alguna observación propia del auditor, contenida en alguna
ficha o apunte de uso personal –como parte de los papeles de trabajo- no se
adjunte a los anexos de la auditoría,
Estos datos, de manera sucinta y puntual irán, por lo general, en el apartado destinado
a exponer los antecedentes de la auditoría jurídica. No parece ser éste el lugar, por
ejemplo, para exponer el sustento jurídico que explica la realización de la auditoría jurídica
porque la obviedad de su requerimiento sólo redundaría en la confirmación de la
necesidad de realizar el examen del desempeño de la unidad jurídica a ser auditada.
Asimismo, el auditor jurídico tendrá que exponer las disposiciones normativas que,
como “base legal”, suelen ir –más por costumbre o asimilación de las prácticas de
auditoría gubernamental- en un siguiente apartado. Los “usos”, cuyo peso a veces no
llega a discernirse completamente, suelen distinguir entre disposiciones “generales” de
otras que son calificadas como “especiales”. Esta práctica debiera desterrarse porque,
finalmente, la interpretación del ordenamiento jurídico es integral y no en partes pues las
disposiciones menores se explican a la luz de las mayores.
Así, se suele indicar que, por ejemplo, la Constitución es una norma “general”. Pero
esta diferenciación no es conforme a la tarea interpretativa que todo operador debe
asumir en la aplicación del ordenamiento jurídico pues la norma fundamental no es
general, sino de invocación directa e inicial, más aún en tratándose de la defensa de los
intereses del Estado.
II. LA PROGRAMACIÓN.-
Conviene, en este punto, una digresión sobre los papeles de trabajo. En las Normas
de Auditoría Financiera se afirma que éstos “comprenden la totalidad de los documentos
preparados o recibidos por los auditores gubernamentales, de manera que, en conjunto,
constituyan un compendio de las pruebas realizadas durante el proceso de auditoría y de
las evidencias obtenidas para llegar a formar una opinión o abstenerse de ella”. Más
adelante se señala que estos papeles tienen un triple propósito: i) proporcionar sustento al
informe; ii) permitir la ejecución y/o supervisión de la auditoría y, finalmente, iii) permitir
que otros revisen a calidad de la auditoría. Advirtamos que, hasta aquí, la noción o
categoría de este legajo –que tiene un inobjetable carácter instrumental- puédese aplicar,
sin inconveniente alguno, a la auditoría jurídica.
La planificación supone, desde luego, que el auditor jurídico se plantee –al igual que el
auditor gubernamental- una estrategia que contemple varios “aspectos” que son
insoslayables a futuro:
a) el objeto;
b) los objetivos; y,
c) el alcance del examen.
Luego, será claro que el objeto de toda auditoría jurídica es común en todas sus
modalidades de realización, al menos en Bolivia. Es decir, la auditoría jurídica promueve,
directa e indirectamente, la tutela (efectiva) de los intereses del Estado. Lo será
directamente cuando, por ejemplo, se insta, en la etapa de supervisión, a la toma de
decisiones oportunas. Indirectamente, como consecuencia de la realización del auditaje
en la unidad jurídica o servicios especializados del órgano que ejerce función
administrativa, en ocasión de determinadas actividades.
Consiguientemente, no es todo el ente el que será auditado, sino una parte orgánica
de él, es decir, una parcialidad de su equipo humano conformado, precisamente, por los
abogados encargados de la atención de determinados trámites y gestiones. Estos últimos
quedan definitivamente residenciados en los procesos –de carácter jurídico-procesal-
sean judiciales, extrajudiciales o administrativos. Pero, desde luego, los procesos en los
que se debaten los intereses del Estado.
Ahora bien, los objetivos específicos se desprenden del objeto principal pero se
encuentran vinculados a las modalidades que la auditoría jurídica pueda adoptar
(auditoría jurídica sustantiva, de juicios u operacional). Así, por ejemplo, tratándose de
una auditoría jurídica en lo sustantivo (o de fondo, o material), serán objetivos específicos
el comprobar el acierto en la invocación de la norma de fondo, la correcta formulación en
la pretensión puesta a conocimiento del juez o autoridad administrativa, el conocimiento
preciso del instituto de derecho material referido, etc.
III. LA EJECUCIÓN.-
Desde luego que el Programa, así como el mismo Cronograma, son parte de los
papeles de trabajo que, eventualmente, pueden quedar en propiedad del auditor. Pero
estos procedimientos se reflejan en el Informe Final en el apartado de las actividades
realizadas, así como en el resumen del Cronograma que, a título de relatorio o en el
memorando puesto a consideración de la autoridad antes del inicio de labores, se suele
entregar.
Otros procedimientos de la auditoría jurídica resultan en, por ejemplo, la revisión del
historial de las auditorías ya realizadas o el establecimiento de las pautas para la primera
de ellas. Si es el caso de ya realizadas, se impondrá el reporte por parte de la unidad
Esta aclaración es del todo necesaria pues el orden de exposición de los temas –en el
diseño curricular que informa el Diplomado- preveía, inicialmente, el estudio de las
técnicas y, posteriormente, de los procedimientos, invirtiendo el orden lógico y natural del
obrar humano. En consecuencia, así abordaremos la cuestión en los siguientes
apartados.
Toda la actividad humana, desde que el hombre es tal, se caracteriza por el empleo
de instrumentos que son diseñados por el usuario para un fin específico (homo faber) de
autosatisfacción en sus necesidades. Siendo la auditoría (jurídica) procesal o auditoría de
juicios una actividad especializada en cuanto a sus contenidos técnicos, es también
esperable que el auditor emplee –o deba utilizar, convenientemente- los instrumentos
puestos a su disposición y aún aquellos que, en su tarea de investigación, pueda
confeccionar.
Luego, podemos decir que la evidencia es el reflejo de una realidad material, ahora
plasmada documentalmente en el Informe, que funda la opinión del auditor jurídico a partir
de las afirmaciones (suministro de información) de quienes están a cargo, y son
responsables, en las actuaciones procesales que involucran los intereses del Estado. En
las normas de auditoría financiera que ha publicado la Contraloría, tales evidencias
pueden ser a) válidas; y b) relevantes.
Son evidencias válidas aquellas que el auditor allega de manera independiente al ente
público sujeto a auditaje. En la analogía con la materia que nos ocupa, serán aquellas que
corroboren las afirmaciones del equipo profesional de la auditoría (jurídica) procesal. Es
decir, no basta, en principio, la información o los datos recogidos de los mismos
responsables de las actuaciones procesales, sino que es necesario encontrar evidencia
en otro lugar. Esta primera constatación revela que la opinión del auditor jurídico no estará
suficientemente respaldada –y, por ello, no configurará una evidencia- si sólo se ajusta a
los decires de los servidores públicos del órgano público.
De otro lado, la evidencia debe ser también “relevante”, es decir, tener una relación
lógica con el objeto mismo de la evaluación. La “irrelevancia” de un dato, en contrapartida,
distrae los esfuerzos del auditor y, lo que es peor, enerva la esencia misma de una
posible evidencia. En efecto, ¿de cuál evidencia podría predicarse si ésta, en caso de ser
así presentada, carece de interés y no explica, en la relación de causa a efecto, el vínculo
necesario y suficiente –evidencia suficiente- entre los hechos y las afirmaciones sobre su
ocurrencia de quienes han sido protagonistas o testigos de aquéllos?
De otro lado, teniendo íntima relación las evidencias con las técnicas de la auditoría,
es dable establecer, siguiendo el criterio de las normas de auditoría gubernamental, una
clasificación de tales evidencias según éstas sean:
De hecho, en las primeras actuaciones del auditor –salvo que la instrucción de llevar a
cabo la revisión in situ sea dictada por la Procuraduría- éste deberá acordar día y hora
para la revisión documentada de los expedientes procesales.
Los demás instrumentos subyacen a la autoridad misma que inviste el auditor jurídico
en ocasión del desarrollo de su labor. Así tenemos, la instrucción –y ojalá que ésta pueda
tener carácter vinculante ab initio- de remitir o facilitar la información que se quiere
alcanzar a través de un requerimiento formal que realiza el auditor jurídico. Si este
requerimiento proviene, por ejemplo, de la misma Procuraduría, tanto mejor. Pero aún así,
las consecuencias en el ámbito de la responsabilidad funcionaria que pueden emerger de
la inobservancia a un requerimiento que formule el auditor jurídico, actuando éste de
manera independiente, no son en absoluto desdeñables. No parece lógico, entonces,
restar importancia a las instrucciones de suministro de información emitidas por el auditor
en el ejercicio de sus funciones.
Por lo demás, y hasta tanto la evolución normativa que venga a implementar el órgano
rector en materia de defensa de los intereses del Estado, serán también instrumentos –
aunque todavía a futuro, reiteramos- los indicadores, índices y otras referencias de
carácter objetivo que puedan atribuirse a los llamados parámetros de medición del
desempeño en las áreas sustantiva, procesal y operacional, según se han reseñado en
capítulos anteriores. Ciertamente, tales parámetros se constituyen en referencias de
carácter objetivo en la evaluación del desempeño procesal, pero es necesario el que
puedan establecerse indicadores que, como instrumentos de medición precisos, puedan
sustentar con un mayor rango de validez la opinión del auditor jurídico.
En términos más llanos, las técnicas de auditoría (jurídica) procesal están referidas
tanto a la ciencia del Derecho Procesal –en cuanto medios, reglas, saberes y
procedimientos racionales destinados de su estudio- así como a la aplicación de tales
medios en la tarea de investigación, valoración, medición y examen de las actuaciones
procesales a cargo de la unidad jurídica del ente público. Las técnicas procesales,
asumidas como destrezas de litigación, entonces, serán valoradas en su oportunidad, en
su mérito y aún su conveniencia, en la tarea del auditor jurídico.
En resumen, y sin que ello signifique rechazar la incorporación de otras técnicas que
puedan ayudar a formar convicción sobre el material puesto a disposición del auditor
jurídico, señalemos que las principales técnicas en la auditoría de juicios son:
4) Listado de los principios generales del Derecho y los principios generales que
informan las actuaciones procesales en los asuntos puestos a examen, con más
su posible aplicación concreta para los procesos a ser evaluados.
Huelga señalar, sin embargo, que no todo este material ingresará al apartado
destinado a los anexos que acompañan el Informe Final o de Evaluación. Los papeles de
trabajo son una bitácora de viaje y, va de suyo, que no todo el bagaje detallado del
relatorio es parte de la documentación que se entrega, en propiedad, al órgano público
requirente de la auditoría (o a la Procuraduría), sino que está destinado, principalmente, a
la utilización del auditor en su tarea prospectiva de evaluación del desempeño de la
unidad jurídica auditada.
Desde luego, cosa distinta ha operado en el ámbito del control gubernamental a partir
de criterios de auditoría que han alcanzado consagración y difusión generalizada. Los
textos que ha publicado la Contraloría General del Estado contienen un detalle de las
normas “internacionales” que pueden invocarse en ocasión del auditaje a realizarse. En
verdad, más que “normas”, son criterios técnicos cuya validez se acepta incluso
incondicionalmente. Nos encontramos así, en la esfera de lo jurídico, en la distinción
tradicional entre normas jurídicas, en un sentido estricto de sujeción de una conducta bajo
coacción estatal, a las normas técnicas o estándares adoptados universalmente.
Por tal razón, más que predicar la vigencia de normas internacionales, es preferible la
referencia a normas en el Derecho Comparado. En el material provisto en el Diplomado
se encontrarán normas de auditoría jurídica de aplicación en otros países, pero cuyo valor
legal –como ley en un sentido material y no formal- es apenas, lo reiteramos, referencial.
CAPÍTULO OCTAVO
Noticia previa.-
Aunque éstas son las etapas que se asumen como propias de una auditoria –y, de
hecho, así lo señalan las disposiciones sobre la auditoría gubernamental- sabemos que,
en todo caso, hay una estación de trabajo previo al inicio de las etapas propiamente
dichas. No se debe olvidar que el acopio de la información previa a la inauguración de la
tarea del auditor tiene gravitante importancia en el examen de su objeto de estudio.
No ocurre –ni ocurrirá- lo mismo con el auditor jurídico que es, de entrada, profesional
en el área legal que es, justamente, objeto de su evaluación. No hay otro profesional,
salvo que el tema sea de tal complejidad jurídica que amerite un abogado con una
especialidad única en un asunto determinado, que pueda realizar el auditaje que aquí
estudiamos.
Esto no quiere decir, no obstante, que el auditor jurídico sea un conocedor absoluto
de todas las áreas del ámbito del Derecho. Tal propósito es, además de imposible en
nuestro tiempo de creciente complejización al interior de las disciplinas humanas,
manifiestamente irrazonable. Empero, un cierto conocimiento general que permita el
seguimiento de ciertos procesos (extra)judiciales y administrativos –en los que se debaten
los intereses del Estado- es siempre posible de exigir de un profesional abogado que,
luego de cursar estudios en el área de la auditoría jurídica, pueda absolver el
requerimiento de promover la tarea de defensa de los intereses del Estado.
Aún así, es casi seguro que, a futuro, incluso los auditores jurídicos sean agrupados
en función a ciertas especialidades en el área del Derecho. Así se observa, por ejemplo,
en los abogados que conforman los tribunales arbitrales o en aquellos bufetes que
responden a convocatorias públicas o privadas de asesoramiento especializado. Nada
obsta, entonces, que el futuro auditor jurídico opte por alguna de las varias áreas del
Derecho en función a su formación específica.
De hecho, las modalidades que puede asumir la misma auditoría jurídica (sustantiva,
procesal u operacional), ya anticipan la paulatina especialidad que caracterizará a unos
auditores en relación a otros. Empero, la íntima vinculación, en especial entre lo que es el
área sustantiva y la procesal, llevará, más bien, a la especialización en dichas áreas pero
en el campo específico de las disciplinas que conforman la enciclopedia jurídica. Así,
tendremos auditores jurídicos más aptos que otros para asumir el auditaje de cuestiones
administrativas, penales, civiles, laborales, etc.
El auditor jurídico debe imponerse, incluso antes de aceptar el contrato que lo liga al
ente público que requiere sus servicios si es auditor independiente, de toda aquella
información que pueda ser útil en la perspectiva de su futura labor.
Así, por ejemplo, un ente desconcentrado no puede asumir ciertas decisiones –y,
por ende, la unidad jurídica que eventualmente podría inscribirse en su estructura
institucional- como lo haría, v.g., un ente descentralizado aún y a pesar del vínculo
de tuición administrativa.
es posible que más de alguna observación propia del auditor, contenida en alguna
ficha o apunte de uso personal –como parte de los papeles de trabajo- no se
adjunte a los anexos de la auditoría,
Estos datos, de manera sucinta y puntual irán, por lo general, en el apartado destinado
a exponer los antecedentes de la auditoría jurídica. No parece ser éste el lugar, por
ejemplo, para exponer el sustento jurídico que explica la realización de la auditoría jurídica
porque la obviedad de su requerimiento sólo redundaría en la confirmación de la
necesidad de realizar el examen del desempeño de la unidad jurídica a ser auditada.
Asimismo, el auditor jurídico tendrá que exponer las disposiciones normativas que,
como “base legal”, suelen ir –más por costumbre o asimilación de las prácticas de
auditoría gubernamental- en un siguiente apartado. Los “usos”, cuyo peso a veces no
llega a discernirse completamente, suelen distinguir entre disposiciones “generales” de
otras que son calificadas como “especiales”. Esta práctica debiera desterrarse porque,
finalmente, la interpretación del ordenamiento jurídico es integral y no en partes pues las
disposiciones menores se explican a la luz de las mayores.
Así, se suele indicar que, por ejemplo, la Constitución es una norma “general”. Pero
esta diferenciación no es conforme a la tarea interpretativa que todo operador debe
asumir en la aplicación del ordenamiento jurídico pues la norma fundamental no es
general, sino de invocación directa e inicial, más aún en tratándose de la defensa de los
intereses del Estado.
II. LA PROGRAMACIÓN.-
Conviene, en este punto, una digresión sobre los papeles de trabajo. En las Normas
de Auditoría Financiera se afirma que éstos “comprenden la totalidad de los documentos
preparados o recibidos por los auditores gubernamentales, de manera que, en conjunto,
constituyan un compendio de las pruebas realizadas durante el proceso de auditoría y de
las evidencias obtenidas para llegar a formar una opinión o abstenerse de ella”. Más
adelante se señala que estos papeles tienen un triple propósito: i) proporcionar sustento al
informe; ii) permitir la ejecución y/o supervisión de la auditoría y, finalmente, iii) permitir
que otros revisen a calidad de la auditoría. Advirtamos que, hasta aquí, la noción o
categoría de este legajo –que tiene un inobjetable carácter instrumental- puédese aplicar,
sin inconveniente alguno, a la auditoría jurídica.
La planificación supone, desde luego, que el auditor jurídico se plantee –al igual que el
auditor gubernamental- una estrategia que contemple varios “aspectos” que son
insoslayables a futuro:
a) el objeto;
b) los objetivos; y,
c) el alcance del examen.
Luego, será claro que el objeto de toda auditoría jurídica es común en todas sus
modalidades de realización, al menos en Bolivia. Es decir, la auditoría jurídica promueve,
directa e indirectamente, la tutela (efectiva) de los intereses del Estado. Lo será
directamente cuando, por ejemplo, se insta, en la etapa de supervisión, a la toma de
decisiones oportunas. Indirectamente, como consecuencia de la realización del auditaje
en la unidad jurídica o servicios especializados del órgano que ejerce función
administrativa, en ocasión de determinadas actividades.
Consiguientemente, no es todo el ente el que será auditado, sino una parte orgánica
de él, es decir, una parcialidad de su equipo humano conformado, precisamente, por los
abogados encargados de la atención de determinados trámites y gestiones. Estos últimos
quedan definitivamente residenciados en los procesos –de carácter jurídico-procesal-
sean judiciales, extrajudiciales o administrativos. Pero, desde luego, los procesos en los
que se debaten los intereses del Estado.
Ahora bien, los objetivos específicos se desprenden del objeto principal pero se
encuentran vinculados a las modalidades que la auditoría jurídica pueda adoptar
(auditoría jurídica sustantiva, de juicios u operacional). Así, por ejemplo, tratándose de
una auditoría jurídica en lo sustantivo (o de fondo, o material), serán objetivos específicos
el comprobar el acierto en la invocación de la norma de fondo, la correcta formulación en
la pretensión puesta a conocimiento del juez o autoridad administrativa, el conocimiento
preciso del instituto de derecho material referido, etc.
III. LA EJECUCIÓN.-
Desde luego que el Programa, así como el mismo Cronograma, son parte de los
papeles de trabajo que, eventualmente, pueden quedar en propiedad del auditor. Pero
estos procedimientos se reflejan en el Informe Final en el apartado de las actividades
realizadas, así como en el resumen del Cronograma que, a título de relatorio o en el
memorando puesto a consideración de la autoridad antes del inicio de labores, se suele
entregar.
Otros procedimientos de la auditoría jurídica resultan en, por ejemplo, la revisión del
historial de las auditorías ya realizadas o el establecimiento de las pautas para la primera
de ellas. Si es el caso de ya realizadas, se impondrá el reporte por parte de la unidad
Esta aclaración es del todo necesaria pues el orden de exposición de los temas –en el
diseño curricular que informa el Diplomado- preveía, inicialmente, el estudio de las
técnicas y, posteriormente, de los procedimientos, invirtiendo el orden lógico y natural del
obrar humano. En consecuencia, así abordaremos la cuestión en los siguientes
apartados.
Toda la actividad humana, desde que el hombre es tal, se caracteriza por el empleo
de instrumentos que son diseñados por el usuario para un fin específico (homo faber) de
autosatisfacción en sus necesidades. Siendo la auditoría (jurídica) procesal o auditoría de
juicios una actividad especializada en cuanto a sus contenidos técnicos, es también
esperable que el auditor emplee –o deba utilizar, convenientemente- los instrumentos
puestos a su disposición y aún aquellos que, en su tarea de investigación, pueda
confeccionar.
Luego, podemos decir que la evidencia es el reflejo de una realidad material, ahora
plasmada documentalmente en el Informe, que funda la opinión del auditor jurídico a partir
de las afirmaciones (suministro de información) de quienes están a cargo, y son
responsables, en las actuaciones procesales que involucran los intereses del Estado. En
las normas de auditoría financiera que ha publicado la Contraloría, tales evidencias
pueden ser a) válidas; y b) relevantes.
Son evidencias válidas aquellas que el auditor allega de manera independiente al ente
público sujeto a auditaje. En la analogía con la materia que nos ocupa, serán aquellas que
corroboren las afirmaciones del equipo profesional de la auditoría (jurídica) procesal. Es
decir, no basta, en principio, la información o los datos recogidos de los mismos
responsables de las actuaciones procesales, sino que es necesario encontrar evidencia
en otro lugar. Esta primera constatación revela que la opinión del auditor jurídico no estará
suficientemente respaldada –y, por ello, no configurará una evidencia- si sólo se ajusta a
los decires de los servidores públicos del órgano público.
De otro lado, la evidencia debe ser también “relevante”, es decir, tener una relación
lógica con el objeto mismo de la evaluación. La “irrelevancia” de un dato, en contrapartida,
distrae los esfuerzos del auditor y, lo que es peor, enerva la esencia misma de una
posible evidencia. En efecto, ¿de cuál evidencia podría predicarse si ésta, en caso de ser
así presentada, carece de interés y no explica, en la relación de causa a efecto, el vínculo
necesario y suficiente –evidencia suficiente- entre los hechos y las afirmaciones sobre su
ocurrencia de quienes han sido protagonistas o testigos de aquéllos?
De otro lado, teniendo íntima relación las evidencias con las técnicas de la auditoría,
es dable establecer, siguiendo el criterio de las normas de auditoría gubernamental, una
clasificación de tales evidencias según éstas sean:
De hecho, en las primeras actuaciones del auditor –salvo que la instrucción de llevar a
cabo la revisión in situ sea dictada por la Procuraduría- éste deberá acordar día y hora
para la revisión documentada de los expedientes procesales.
Los demás instrumentos subyacen a la autoridad misma que inviste el auditor jurídico
en ocasión del desarrollo de su labor. Así tenemos, la instrucción –y ojalá que ésta pueda
tener carácter vinculante ab initio- de remitir o facilitar la información que se quiere
alcanzar a través de un requerimiento formal que realiza el auditor jurídico. Si este
requerimiento proviene, por ejemplo, de la misma Procuraduría, tanto mejor. Pero aún así,
las consecuencias en el ámbito de la responsabilidad funcionaria que pueden emerger de
la inobservancia a un requerimiento que formule el auditor jurídico, actuando éste de
manera independiente, no son en absoluto desdeñables. No parece lógico, entonces,
restar importancia a las instrucciones de suministro de información emitidas por el auditor
en el ejercicio de sus funciones.
Por lo demás, y hasta tanto la evolución normativa que venga a implementar el órgano
rector en materia de defensa de los intereses del Estado, serán también instrumentos –
aunque todavía a futuro, reiteramos- los indicadores, índices y otras referencias de
carácter objetivo que puedan atribuirse a los llamados parámetros de medición del
desempeño en las áreas sustantiva, procesal y operacional, según se han reseñado en
capítulos anteriores. Ciertamente, tales parámetros se constituyen en referencias de
carácter objetivo en la evaluación del desempeño procesal, pero es necesario el que
puedan establecerse indicadores que, como instrumentos de medición precisos, puedan
sustentar con un mayor rango de validez la opinión del auditor jurídico.
En términos más llanos, las técnicas de auditoría (jurídica) procesal están referidas
tanto a la ciencia del Derecho Procesal –en cuanto medios, reglas, saberes y
procedimientos racionales destinados de su estudio- así como a la aplicación de tales
medios en la tarea de investigación, valoración, medición y examen de las actuaciones
procesales a cargo de la unidad jurídica del ente público. Las técnicas procesales,
asumidas como destrezas de litigación, entonces, serán valoradas en su oportunidad, en
su mérito y aún su conveniencia, en la tarea del auditor jurídico.
En resumen, y sin que ello signifique rechazar la incorporación de otras técnicas que
puedan ayudar a formar convicción sobre el material puesto a disposición del auditor
jurídico, señalemos que las principales técnicas en la auditoría de juicios son:
4) Listado de los principios generales del Derecho y los principios generales que
informan las actuaciones procesales en los asuntos puestos a examen, con más
su posible aplicación concreta para los procesos a ser evaluados.
Huelga señalar, sin embargo, que no todo este material ingresará al apartado
destinado a los anexos que acompañan el Informe Final o de Evaluación. Los papeles de
trabajo son una bitácora de viaje y, va de suyo, que no todo el bagaje detallado del
relatorio es parte de la documentación que se entrega, en propiedad, al órgano público
requirente de la auditoría (o a la Procuraduría), sino que está destinado, principalmente, a
la utilización del auditor en su tarea prospectiva de evaluación del desempeño de la
unidad jurídica auditada.
Desde luego, cosa distinta ha operado en el ámbito del control gubernamental a partir
de criterios de auditoría que han alcanzado consagración y difusión generalizada. Los
textos que ha publicado la Contraloría General del Estado contienen un detalle de las
normas “internacionales” que pueden invocarse en ocasión del auditaje a realizarse. En
verdad, más que “normas”, son criterios técnicos cuya validez se acepta incluso
incondicionalmente. Nos encontramos así, en la esfera de lo jurídico, en la distinción
tradicional entre normas jurídicas, en un sentido estricto de sujeción de una conducta bajo
coacción estatal, a las normas técnicas o estándares adoptados universalmente.
Por tal razón, más que predicar la vigencia de normas internacionales, es preferible la
referencia a normas en el Derecho Comparado. En el material provisto en el Diplomado
se encontrarán normas de auditoría jurídica de aplicación en otros países, pero cuyo valor
legal –como ley en un sentido material y no formal- es apenas, lo reiteramos, referencial.