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Botin - Joe Orton
Botin - Joe Orton
De Joe Orton
PERSONAJES:
MCLEAVY
FAY
HAL
DENNIS
TRUSCOTT
MEADOWS
PRIMER ACTO
FAY: Porque soy una buena persona. Una en un millón. (Se quita las pantuflas y se
pone un par de zapatos.)
FAY: (Poniéndose de pie.) No. Es un tipo de lanilla. La fabrican en Leeds. (Fay recoge
las pantuflas y las lleva hacia el armario. Trata de abrirlo pero está cerrado. Deja las
pantuflas en el suelo.) Se da cuenta, por supuesto, que el fallecimiento del paciente da
por terminado mi contrato?
MCLEAVY: Sí.
FAY: Tiene que encontrar a alguien que ocupe el lugar de la Señora McLeavy. No era
perfecta.
FAY: No pienso escucharlo. Mi último marido, a los sesenta años, atravesó la situación
de una manera colorida. Tres días después de casarnos estaba realizando hazañas
extraordinarias. (Lleva la percha en la que estaba el abrigo hacia el armario. Trata de
abrir la puerta, frunce el ceño y deja la percha junto a las pantuflas.) Tiene que casarse
con una chica joven y vital. Alguien con una actitud consistente hacia la religión. Eso es
lo más importante. Con su último aliento, la Señora McLeavy manifestó dudas acerca
de la autenticidad de los evangelios. Qué clase de esposa es esa para usted? Para el líder
laico católico dentro de un radio de cuarenta millas. Dónde conoció semejante mujer?
(le quita la flor de la mano y se la coloca en el ojal de su abrigo.)
MCLEAVY: Sí.
FAY: Su naturaleza era decepcionante. Está claro. No debemos dejar que vuelva a
suceder. Voy a encontrar una mujer joven y bien intencionada. Voy a traerla aquí.
Presentársela. Puedo imaginarla, de mediana estatura, delgada, cabello rubio. Visitante
regular de algún lugar de culto. Y ex miembro de la compañía de María.
FAY: La fraternidad de las Pequeñas Hermanas está de mi lado. La Madre Mary Agnes
siente que usted es un desafío. Lo trata como un problema específicamente católico.
FAY: el santo Padre no ha dado una regla al respecto y, hasta donde me concierne, ellos
tampoco. Realmente, a veces me pregunto si la vida junto a esta mujer no ha hecho de
usted un libre pensador. Tiene que casarse con alguien después de un intervalo de duelo
decente.
FAY: Quince días serían suficiente para manifestar su pena. Hay que ser corriente con
los tiempos que corren. (Va hacia el armario con el cepillo y trata de abrirlo. Se vuelve
con el ceño fruncido.) Quién tiene la llave de este armario?
MCLEAVY: Harold.
Hal entra por la derecha. Va hacia el armario, abre con la llave, mira dentro y vuelve a
cerrarlo. Se para junto al ataúd y se persigna. Fay y McLeavy regresan.
FAY: (pausa, con una sonrisa.) Por qué está cerrado el armario?
MCLEAVY: Abrí esa puerta. Ya hay suficientes misterios en el universo como para
agregar uno más.
HAL: No.
MCLEAVY: Rosas?
FAY: A veces pienso que su padre tiene un apego sentimental por las rosas.
HAL: Dijo que se alegraba de que hubiera muerto en época de rosas. Se pasó la mitad
de la noche despierto catalogando las variedades de los cruzamientos. Tendría que
haberlo visto cuando llegó ese harpa. Oliendo los pétalos, revisando, discutiendo con el
hombre que la había traído. Casi no se les entendía una palabra. (Fay cuelga la cubierta
del colchón doblada sobre un biombo.) Si hubiese jugado sus cartas correctamente, mi
madre hubiese podido ser citada como corresponsal de la Reunión Anual de
Cultivadores de Rosas.
FAY: El Vaticano nunca concedería una anulación. No a menos que hubiese producido
un híbrido.
HAL: (Mirando el ataúd.) Por qué fue embalsamada?
FAY: Después de su último ataque pidió ser preservada científicamente. (Hal se queda
mirando dentro del ataúd, perdido en sus pensamientos. Ella se une a él.) No hubiese
deseado su vida. Estuvo en agonía desde Pascua.
FAY: Ordenes del doctor. Puedo decirlo confidencialmente. (Pausa.) Siéntese, Harold.
Quiero hablar con usted. No se puede esperar que su padre sea de ayuda en este
momento. (Hal se sienta, Fay lo hace frente a él y coloca las manos sobre su falda.) El
cura de Saint Kilda me pidió que hable con usted. Está muy preocupado. Dice que pasa
el tiempo robando las máquinas tragamonedas y desflorando a las hijas de hombres
mejores que usted. Esto es así?
HAL: Sí.
FAY: Y que ni siquiera el sexo bajo el cual nació está a salvo de sus incursiones. Como
sabe, el Padre Mac es famoso por la remisión de los pecados. Pero ocuparse de usted es
un trabajo de tiempo completo. No puede, simplemente, pasarse las veinticuatro horas
del día en el confesionario. Es razonable, no? Entiende cuál es su punto?
HAL: Sí.
HAL: Con un amigo. Dennis. Un tipo muy lujurioso. Actualmente empleado por un
empresario de pompas fúnebres. Y le va muy bien en la profesión.
HAL: Éramos muy jóvenes en ese entonces para la práctica, y la economía sigue
derrotándonos.
FAY: Acaba de confirmar el peor de mis temores. No tiene trabajo. No tiene proyectos.
Y ahora está a punto de fugarse al continente con un amante casual sin siquiera tener un
bebé como justificación. Dónde va a ir a parar? Sin ser respetado por el mundo, igual
que tu padre. La mayor parte de la gente con algo de influencia va a ignorarlo. Se verá
obligado a asociarse con jóvenes como usted. Le agrada una perspectiva como esa?
FAY: Veo que está decidido a recorrer una amplia gama de experiencias. Eso solo le
traerá infelicidad. Tuvo todas las oportunidades de llevar una vida decente y las
rechazó. Ya no tengo ningún interés en su carrera. (Se pone de pie.) Llame a su padre.
Seguramente, ya ha tenido suficiente de la compañía de las plantas.
FAY: Shhh! La casa está de duelo. (Hal regresa y se sienta.) El sacerdote que vino a
presentar sus condolencias tenía unos tonos tan tranquilos al principio. Pensé que nos
habían mandado un mudo.
Entra McLeavy trayendo una corona que en la banda tiene impresa una cuadrícula con
números.
MCLEAVY: Los amigos del bingo mandaron una corona. Las flores son
impresionantes.
McLeavy deja la corona. Se sienta. Toma un diario. Fay, de pie junto al ataúd, mirando
dentro de él, mueve los labios en una plegaria con el rosario entre las manos.
MCLEAVY: El que está junto a la pompa fúnebre. Perforaron la pared. Llenaron como
veinte ataúdes con escombros.
FAY: La gente está tan desequilibrada en estos días. El hombre que se sienta junto a
uno en el colectivo podría ser un insano.
HAL: Y qué sabés vos de las grandes bandas? Es una pequeña banda. Momentito.
FAY: Va a irse.
HAL: Me hubiese ido más rápido.
HAL: A Portugal. (Pausa.) Tendría que levantarse muy temprano a la mañana para
atraparme. (Suena el timbre. Hal va a la ventana, corre las cortinas y mira hacia fuera.)
Es Dennis con los coches.
FAY: El funeral lo va a tener ocupado durante una hora, más o menos. Después, un
paseo por la casa de un hombre de Dios, unas breves palabras de sabiduría y un vistazo
a la más reciente publicación de la Sociedad de la Verdad Católica, que hará fluir su
adrenalina. Después, un descanso. No quiero sobrecargarlo.
FAY: En tanto y en cuanto aprecie mi deseo de ayudar. Mi propia vida ha sido infeliz.
Quiero que la suya sea diferente.
FAY: Sí. Mis esposos murieron. Tuve siete en total. Un promedio de uno por año desde
que tenía dieciséis. Como puede ver, soy extravagante. Y entonces viví bajo presión
cerca de Penzance durante un tiempo. Tuve problemas con las instituciones. Falta de
fondos. Un caso ante la corte con mi peluquero. Fui reducida a pedir dinero a las
personas hasta ahora.
MCLEAVY: Y se lo daban?
FAY: No voluntariamente. Había que persuadirlos. (Con una brillante sonrisa.) Lo voy
a acompañar al estudio del abogado. Puede ser que necesite atención médica calificada
luego de la lectura del testamento de su esposa.
MACLEAVY: (Riendo.) No creo que haya sorpresas. Sin contar algunos legados
menores, el grueso de la fortuna de la Señora McLeavy queda para mí.
FAY: También hice los arreglos para que el doctor esté a su lado. Su corazón es débil.
DENNIS: (Entra desde la izquierda.) Buenas tardes. No quiero ser demasiado formal en
esta ocasión tan triste, pero querrían ver a la difunta por última vez? (Fay saca un
pañuelo. Entra Hal. A Hal.) Danos una mano para llevar los tributos florales al coche.
(Hal re coge varias coronas, Dennis hace lo mismo con el resto. A Fay.) Vamos a
necesitar ayuda con al ataúd. (Asiente hacia McLeavy.) El mismo está demasiado cerca
de la tumba para andar levantando cosas pesadas.
Dennis lleva las coronas hacia la puerta. Hal entra por la izquierda.
DENNIS: (Cuando se cruza con Hal frente a la puerta.) Quiero hablar con vos.
FAY: (Llamando.) Venga a ver a su madre, Harold. Nunca más va a volver a verla.
(McLeavy , Hal y Fay están de pie junto al ataúd, mirando dentro.) Parece una moza
con su uniforme de la Vigilancia de los Valores Mundiales. Aunque no querría,
personalmente, pasar el resto de la eternidad dentro de él.
FAY: En ese pequeño cofre que está en el hall. Qué tranquila se la ve. Parece que
estuviese a punto de hablar.
FAY: La muerte puede ser muy trágica para los que quedan.
HAL: Eh, los ojos son azules. Los de mamá eran marrones. No es un poco extraño?
FAY: No. (Con una sonrisa, a Hal.) Es tan inocente, no? No está familiarizado con las
formas.
MCLEAVY: Pensé que eran los de ella. Me sorprende que no lo sean.
MCLEAVY: Me va a tomar mucho tiempo aceptar que está muerta. Era una persona tan
activa.
DENNIS: Sí.
DENNIS: Los gastos de reparación han sido elevados. Pero estamos asegurados, por
supuesto.
DENNIS: No.
DENNIS: No.
DENNIS: Estoy preocupado por los daños reales de la decoración, quiero decir, el
interior del ataúd promedio es una obra de arte. El tiempo, el trabajo… da ganas de
llorar.
HAL: Solo.
MCLEAVY: Si alguien pudiese echar un vistazo entre los dedos de sus pies, encontraría
la evidencia. Pero ordenarle a un hombre que se quite la ropa no está dentro de las
atribuciones de la policía. Lo que, me permito decir, es una lástima. Me gustaría verlos
dotados de mayores facultades. Se ven obstaculizados por la cinta roja. Son un notable
cuerpo de hombres. Hacen su trabajo bajo condiciones imposibles.
HAL: Los policías son una manga de payazos holgazanes, papá. Lo sabés muy bien.
MCLEAVY: (Mirando hacia el ataúd.) Trátela con delicadeza. Fue muy preciada para
mí. (Sale hacia la izquierda.)
Fay sale por la izquierda. Dennis abre un paquete de chicles, se pone uno en la boca y se
quita el sombrero.
HAL: No cierra.
DENNIS: Trabala con una silla bajo el picaporte. Estamos en problemas. (Hal coloca
una silla bajo el picaporte.) Tuvimos a la ley rondando la casa.
HAL: Cuándo?
DENNIS: Esta mañana. Nos volvieron locos. Dieron vuelta todo.
DENNIS: Me preguntaron quién era mi cómplice. Les juré que no tenía idea de lo que
hablaban. Obviamente, es solo cuestión de tiempo hasta que lleguen hasta acá.
DENNIS: Tal vez estén en camino ahora mismo. (Comienza a atornillar la tapa del
ataúd.) Querés verla por última vez? No? Dónde está la plata? (Hal golpea sobre el
armario.) Ahí? Todo? Hay que ponerla en otro lado. Si nos pescan otra vez voy a perder
la fe en nosotros. Cuándo fue la última vez?
DENNIS: No nos hubiesen agarrado si hubieses sabido cerrar la boca. Nos pusiste en
ridículo diciendo la verdad. Por qué no podés mentir como un hombre normal?
HAL: Se cruzó por la mía. (Le saca el destornillador de las manos a Dennis y comienza
a desatornillar.) Son las historietas que leo, seguro.
DENNIS: Te cuidó. Te cambió los pañales. De no haber sido así, serías un monstruo.
HAL: (Retirando la tapa del ataúd.) Pensá en lo que está en juego. (Va hacia el armario
y abre con la llave.) Plata.
Hal saca el dinero. Dennis recoge un puñado de billetes y mira dentro del ataúd.
DENNIS: No va a terminar por pudrirse todo? Con los fluidos corporales, digo…?
HAL: Está embalsamada. Va a durar siglos.
Dennis mete un puñado de billetes dentro del ataúd. Pausa. Mira a Hal.
HAL: (levanta uno de los brazos del cadáver. Pausa. Frunce el ceño.) Saquemos el
cuerpo. Así, tenemos todo el lugar.
Cargan el ataúd por los extremos y vuelcan el contenido dentro del armario. Dejan el
ataúd en el suelo, cierran el armario y comienzan a poner el dinero dentro del ataúd.
HAL: Enterrarla desnuda? A mi propia madre? (Va hasta el espejo y se peina.) Es una
pesadilla freudiana.
HAL: (Deja de mirarse al espejo.) Soy católico. (deja su peine.) No puedo desnudarla.
Hay un parentesco. Podría ir al infierno por eso.
HAL: Típico en vos, fuiste profusamente educado en toda clase de lujurias –ateísmo,
amamantamiento, circuncisión. Tuve que hacer mi propio camino.
DENNIS: Paso por un período de abstinencia. Trato de juntar suficiente energía para
llegar con plenitud al matrimonio.
HAL: Es setenta y cinco por ciento nuncio apostólico. Solo lo hace en ocasiones
preestablecidas.
HAL: No me gusta verte viviendo de joda. Sacate estas ideas neuróticas de la cabeza y
concentrate en los problemas de la vida cotidiana. Este cuerpo tiene que estar enterrado
antes de esta noche. De otra forma, estaremos en problemas. Una contrariedad más sería
la muerte de mis ambiciones. No puedo terminar de sentar cabeza porque no hacen más
que meterme en instituciones correccionales. Si esto fracasa voy a quedar
permanentemente arruinado. No es una perspectiva agradable, no es así? (El ataúd está
nuevamente sobre los caballetes. Dennis se quita el chicle de la boca y lo pega debajo
del ataúd. Se pone su sombrero. Hal se sienta.) Fue Truscott el que revisó tu casa?
DENNIS: Mi papá lo dejó entrar porque dijo que venía de Sanidad. Lo reconocí
inmediatamente, por supuesto.
HAL: Se lo dijiste?
DENNIS: Sí.
DENNIS: Dijeron que uno de sus hombres, de apellido Truscott, estaba en nuestra casa.
Que presentásemos nuestras quejas con él.
DENNIS: Dijo que era de la Empresa de Aguas. Terminé con los nervios deshechos.
HAL: (Se acerca al ataúd y se acerca en actitud de oración.) Ese burdel del que te
hablaba tiene puertas giratorias. (Inclina la cabeza.) No es algo que se vea muy seguido,
no?
Fay entra de luto, con un velo que le cubre el rostro. Trae un texto bordado. Su vestido
tiene bajo el cierre en la espalda. Va hacia el armario y trata de abrir la puerta. Ve por el
espejo que tiene bajo el cierre del vestido, se acerca al ataúd e inclina la cabeza sobre él.
Hal, aún de rodillas, le levanta el cierre. McLeavy entra sonándose la nariz, con una
expresión de pena en el rostro.
MCLEAVY: (A Dennis.) Perdóneme por estar tan nervioso, pero es mi primera pérdida.
DENNIS: La partida de un ser amado es siempre una experiencia dolorosa.
FAY: Bueno… (Coloca el texto bordado sobre el ataúd.) Los Diez Mandamientos. Creía
mucho en algunos de ellos.
MCLEAVY: (Muy conmovido, apoya una mano sobre el ataúd.) Adiós, querida.
Sufriste demasiado. Voy a extrañarte.
FAY: Se ha ido. Pude sentir como nos dejaba. Es graciosa la forma en que uno lo
percibe, no?
FAY: Es otra prenda de su difunta esposa. Algunas personas me censurarían por usarlo.
(Le pone una mano sobre el brazo, sonríe.) Está más tranquilo ahora?
TRUSCOTT: En serio? Me pregunto cómo pudo ser instalado fuera. Muy ingenioso.
Está seguro que no hay una llave de paso dentro de este armario? (Intenta abrir la puerta
del armario y sonríe.)
TRUSCOTT: Dónde?
MCLEAVY: No lo sé.
TRUSCOTT: Entonces, Señor, sugiero que la encuentre. Toda propiedad del Consejo
debe estar disponible ante cualquier demanda. La ley es clara en ese punto.
MCLEAVY: Voy a buscarla inmediatamente, Señor. No quisiera verme fuera de la ley.
(Sale hacia la derecha.)
TRUSCOTT: (Se vuelve hacia Fay.) Quién tiene la llave de este armario?
TRUSCOTT: Ya veo. (Se muerde el labio.) Muy significativo. Dígame, esta tarde estará
fuera de la casa durante una cantidad de tiempo considerable?
TRUSCOTT: Lleva un crucifijo. (la mano de Fay va hacia el crucifijo que cuelga sobre
su pecho.) Está abollado de un lado y, en la parte posterior, tiene grabadas las palabras:
“Convento de St. Mary. Solo Gentiles”. No es difícil adivinar sus antecedentes con
evidencia semejante.
TRUSCOTT: En absoluto. Son, más bien, conjeturas. No voy a aburrirla con los
detalles. El incidente sucedió en el Hotel Hermitage. Correcto?
TRUSCOTT: Mis métodos de deducción pueden ser aprendidos cualquiera que tenga un
ojo agudo y un cerebro rápido. Cuando le estreché la mano sentí la aspereza en uno de
sus anillos de matrimonio. Aspereza que asocio con quemaduras de pólvora y sal.
Ambas sugieren la presencia de armas en ambiente marítimo. Cuando se encuentra
semejante evidencia sobre un anillo de matrimonio solo puede llegarse a una
conclusión.
TRUSCOTT: Ellos deben mezclarse con la muerte. Es su trabajo. Usted no tiene esa
excusa. Siete maridos en menos de una década. Hay algo que está seriamente mal en su
aproximación al matrimonio. Me asusta pensar que, si dejarse intimidar por
experiencias anteriores, está considerando la posibilidad de un octavo compromiso.
TRUSCOTT: Está usando el vestido de otro mujer como si hubiese nacido con él.
FAY: (Abriendo los ojos de par en par ante la sorpresa.) Me sorprende. Este vestido
perteneció a la Sra. McLeavy.
TRUSCOTT: Una deducción elemental. El cierre es del tipo que usan las mujeres
mayores.
TRUSCOTT: Cualquier cosa que se combina con usted termina en una muerte.
TRUSCOTT: Así es. Quiero que me ayude ciegamente, sin hacer preguntas.
FAY: No puedo firmar una hoja de papel en blanco. Alguien podría fraguar mi nombre
sobre un cheque.
TRUSCOTT: Por el amor de Dios, qué desconfiada que es. Firme como la reina
Victoria. Nadie se atrevería a manosear su nombre. (Fay firma sobre el papel y se lo
devuelve a Truscott.) Creo que esto es todo lo que quiero de usted, señorita.
TRUSCOTT: Qué?
MCLEAVY: Sí. Cerca del invernadero encontrará una placa de hierro. Debajo de ella
hay una llave.
MCLEAVY: Espero que encuentre lo que está buscando. Me gusta ser útil a la
autoridad.
HAL: Lo que ese ataúd contiene es muy preciado para mí. Voy a asegurarme que llegue
al cementerio sin contratiempos. (Sale por la izquierda.)
MCLEAVY: (Con una sonrisa, sacude la cabeza.) Es infrecuente que muestre afecto.
ME conmueve.
FAY: La Sra. McLeavy era una buena madre. Tiene derecho a ser respetada.
MCLEAVY: Así es. Ordené cuatrocientos rosales para ayudar a mantener vivo su recuerdo.
Intento fundar, en un lugar muy cerca de la iglesia, el “Rosedal consagrado a la memoria de la
Señora Mary McLeavy”. El Paraíso sentirá vergüenza.
FAY: No sé si puedo confiarle un secreto, pero sería malo de parte seguir manteniéndolo en la
ignorancia. Su esposa modificó el testamento poco antes de morir. Me dejó todo su dinero.
FAY: Perfectamente.
MCLEAVY: Es el juicio divino que cae sobre mí por haberme casado con una protestante.
Cuánto le ha dejado?
FAY: Diecinueve mil libras, incluyendo sus depósitos y sus joyas.
FAY: Excepto su anillo de diamantes. Está pasado de moda y es demasiado grande para que lo
use una mujer. Se lo dejó a Harold.
MCLEAVY: Contratarla me ha costado una fortuna. Debe ser la enfermera más cara de la
historia.
MCLEAVY: Sí.
FAY: Podría si las cosas llegasen demasiado lejos. Debemos encontrar alguna forma de que el
dinero pase a su cuenta bancaria.
MCLEAVY: casados? Pero, entonces, siendo la Señora McLeavy, tendría mi dinero de todas
formas.
MCLEAVY: No, soy demasiado viejo. Mi salud no soportaría una esposa joven.
FAY: No pido nada. Soy una mujer. Solo la mitad de la raza humana puede decirlo sin temor a
contradecirse. (Lo besa.) Adelante. Pídame que me case con usted. No tengo intención de
negarme. De rodillas. Creo mucho en las posiciones tradicionales.
FAY: El ejercicio le va a hacer bien. (McLeavy se arrodilla.) Use cualquier fórmula que le
guste, pero trate de no usar sustantivos abstractos.
HAL: (Entra desde la izquierda.) Estamos listos. La Presidenta de la Unión de Madres ya dio la
señal para que empiecen a llorar. (Recoge su abrigo.) Tenemos que remontar la cresta de la ola
de la emoción mientras dure.
FAY: Tendrán que esperar. Su padre está a punto de proponerme matrimonio. Creo que puede
quedarse.
MCLEAVY: (Luchando para ponerse de pie.) No pienso dar una exhibición. No delante de mi
hijo.
HAL: Me sorprende que quiera volver a casarse. No haría justicia con su última esposa.
DENNIS: Querrían subir todos al coche? El cura va a echar espuma por la boca si llegamos
tarde.
FAY: Y nunca lo estará si insiste en prolongar los procedimientos más allá de su duración
natural.
DENNIS: (A Fay.) No podés casarte con él. Sabés lo que siento por vos.
HAL: (Colocando un brazo sobre el hombro de Dennis.) Es más rico que mi papá, sabe.
Suena la bocina.
MCLEAVY: La Sra. McLeavy está haciendo esperar al Creador. Voy a seguir cortejándola
después del entierro. (Sonido prolongado de la bocina.) Vamos, a habrá que comprarle una
bocina nueva!
FAY: He decidido no asistir. Presentaré mis respetos y la despediré con la mano desde lejos.
MCLEAVY: La cantidad de gente que se despedirá de lejos de esta pobre mujer me rompe el
corazón. Y pensar que alquilé autos de lujo porque tienen más lugar. Podría haberme ahorrado
semejante gasto. (Sale hacia la izquierda.)
FAY: El producto de la renta podría interesarme. De otra manera, un hombre con dos no sería
más fascinante que un hombre con uno.
DENNIS: Una vida plenamente productiva no es posible con un hombre de la edad del Señor
McLeavy.
FAY: Vamos a probar que estás equivocado. El iniciará una segunda familia bajo mi guía.
Suena la bocina.
DENNIS: Sí que lo sabe! Eso es lo humillante! (Se seca las lágrimas con el dorso de la mano.)
Bueno, en lo que mí concierne, el entierro se acabó.
DENNIS: Estás haciendo de nuestra vida juntos algo imposible. No podés mentir?
Suena la bocina.
DENNIS: Tratá de controlarte. Si vuelvo y descubro que te pasaste toda la tarde diciendo la
verdad… se acabó!
Dennis sale por la izquierda. Fay saca de la cartera dos pañuelos con el ribete negro, los
despliega sacudiéndolos y le entrega uno a Hal.
FAY: Límpiese la nariz. La gente espera sus lágrimas. (Fay vuelve a bajar su velo y ambos se
acercan a la ventana. Saludan con la mano. Sonido del coche que se aleja. Pausa. Fay se vuelve
y va hacia el armario. Se quita el velo.) Venga. Abra este armario. (Hal coloca el pañuelo en su
bolsillo.) No dude en obedecerme. Abra este armario.
HAL: En serio?
FAY: La compré hace tres días. Tengo que cambiarme. El luto se ensucia demasiado cuando se
lo usa durante mucho tiempo. (Mira a Hal en silencio.) Tengo una llave. Podría ver dentro.
Mucho más fácil.
FAY: Qué?
HAL: Un cadáver.
FAY: No me diga que ha agregado el homicidio a la pila de indignidades que viene acumulando
sobre su familia?
FAY: Está gerenciando su propia funeraria, entonces? (Pausa.) Dónde está escondiendo el
dinero?
FAY: Ese sería un escondite infrecuente. (Pausa.) Dónde está ahora? Conteste inmediatamente.
No voy a repetir la pregunta.
FAY: Ábralo.
FAY: No la tengo.
FAY: Sí. (Hal le da la llave. Fay abre el armario, mira dentro, cierra la puerta y grita.) Esto es
imperdonable. Voy a hablar con su padre. (Pausa.) Está parada de cabeza.
FAY: Su explicación tuvo aristas de verdad. Naturalmente, no le creí una sola palabra.
HAL: Mi padre cree profundamente que una puta no es la compañía adecuada para un hombre.
HAL: Mi amigo Dennis se ha acostado con usted. Lo cuenta con mucho deleite.
FAY: Los jóvenes suelen condimentar su conversación con historias de violaciones para crear
una buena impresión.
HAL: Usted no ha disfrutado la bendición de una violación. La única vez que violó a alguien,
yo estaba con él. Una tal Pauline Ching. Le rompió un diente tratando de resistirse. Con usted,
todo fue legal. Mientras Jesús señalaba su sagrado Corazón, usted señalaba el propio.
FAY: No he decidido si quiero casarme con su padre. Su amigo es una propuesta más
interesante.
HAL: Quiero el cuerpo desnudo. No es posible que lo haga alguien del sexo opuesto. Además,
tengo un parentesco, lo que complica el asunto todavía más.
FAY: Y si un perro la descubre? Durante una cacería de zorros. No pensó en los sabuesos de
caza?
HAL: En el asiento trasero. (Guarda el peine.) Siempre fue un pasajero del asiento trasero.
FAY: Es valioso?
HAL: Mucho.
FAY: Será parte de mi colección. Ya tengo siete ganados por derecho propio. (Hal coloca al
biombo alrededor de la cama.) Treinta y tres y un tercio y el anillo de bodas.
HAL: Hecho. (Le arroja el cobertor del colchón.) Cúbrala con esto.
FAY: (Va detrás del biombo.) Necesito ayuda para sacarla del armario. (Hal va detrás del
biombo.) No voy a levantar el lado de la cabeza.
Sacan el cuerpo del armario entre los dos y lo acuestan en la cama. Algo cae del cuerpo al suelo
y rueda.
FAY: (Asomando su cabeza por uno de los extremos del biombo.) Un tornillo del ataúd, tal
vez?
Fay va detrás del biombo. Hal toma una sábana de detrás del biombo y la despliega sobre el
suelo.
FAY: (Desde detrás del biombo.) Hermosos pies tenía su madre. Para una mujer de su edad…
(Le alcanza un par de zapatos por sobre el biombo. Hal los coloca en el centro de la sábana.)
Qué va a hacer con el dinero? (Le alcanza un par de medias sobre el biombo.)
HAL: Me gustaría poner un burdel. (coloca las medias dentro de los zapatos.) Tendría un burdel
de dos estrellas. Y, progresando un poco, podría pasar a uno de tres estrellas. Y lo
promocionaría “solo con reserva”. Jamón del medio. (Fay le pasa el uniforme. Hal lo dobla y lo
coloca sobre la sábana.) Tendría una chica negra. No me gustan los lugares que discriminan. Y
una finlandesa. Las haría trabajar juntas. Para resaltar el contraste. (Fay le pasa una
combinación. Hal la coloca en el montón.) Tendría dos irlandesas. Una católica, y una
protestante. Haría que la católica atienda a los protestantes. Y, la protestante, a los católicos.
Para enseñarles como vive la otra mitad. Tendría una rubia con el pelo teñido de ngro, y una
negra con el pelo teñido de rubio. Tendría una enana. Y una bien alta con las tetas muy grandes.
Fay va pasando por sobre el biombo, en una rápida sucesión, un corset, un corpiño y una
bombacha. Hal los coloca sobre el montón.
HAL: Sí. (Pausa.) tendría una francesa, una alemana, una belga, una italiana… (Fay le pasa una
dentadura postiza por sobre el biombo.)… y una que hable el español con fluidez y que
interprete las danzas nativas de su país a la perfección. (Hace chasquear la dentadura cual
castañuelas.) Lo llamaría el “Consummatum est”. Y sería la casa de mala reputación más
famosa de toda Inglaterra. (Fay sale de detrás del biombo. Hal sostiene los dientes.) Son unos
buenos dientes. Se los dio la obra social?
FAY: No. Los pagó ella misma con sus ganancias. El año pasado tuvo algunas noches
afortunadas en la mesa de bingo.
Fay pliega el biombo. El cuerpo yace sobre la cama, envuelto en la colcha y atado con sogas.
HAL: (Acercándose a la cama con la cabeza inclinada.) Fue una gran señora. Nada era
suficientemente bueno para ella. Por eso es que debe irse.
FAY: (Saca una llave de su cartera y se la entrega a Hal.) Vaya a buscar el coche. Pague en
efectivo. No quiero cargos a mi cuenta.
TRUSCOTT: Permítame pasar, entonces. No puedo sostener una conversación a través del ojo
de la cerradura. Soy un funcionario público, podría perder mi pensión. (Hal se sienta en la silla
de ruedas. Fay abre la puerta. Truscott entra.) Qué es lo que está pasando en esta casa?
HAL: Nada.
TRUSCOTT: Lo admite? Debe estar muy seguro de usted mismo. Por qué no están ambos en el
funeral? Pensé que eran deudos.
TRUSCOTT: Esa es una actitud egoísta. Los muertos no pueden enterrarse solos. (Saca su pipa
del bolsillo y la llena con tabaco.)
FAY: El procedimiento policial es de público conocimiento. Tienen que tener una orden de
registro.
TRUSCOTT: Estoy seguro que esa es la obligación de la policía pero, como ya le informé, soy
funcionario de la Empresa de Aguas. Y nuestro procedimiento es diferente. (Se coloca la pipa
en la boca y la enciende. Fuma y la mastica.) Ahora bien, hace un momento fui enviado como el
tonto de los mandados. A menos que me equivoque, lo que busco está dentro de ese armario.
(Pausa.) Abralo.
TRUSCOTT: Exactamente. Puedo ver que aún queda un montón de trabajo de rutina por llevar
a cabo. Le importaría esperar fuera, señorita? Necesito hablar a solas con el joven. En cuanto su
presencia sea requerida, se lo haré saber. (Fay y Hal intercambian miradas de desconcierto.
Truscott ríe complacido.) Siempre tengo dificultades con las damas. No pueden aceptar un “fait
accompli”. (Pausa. Se quita la pipa de la boca y mira a Hal.) Qué sabe de un tipo llamado
Dennis?
HAL: Es un amigo.
TRUSCOTT: Usted no quiere perder el tiempo con un joven como él. No es de su tipo. Tiene
cinco embarazos sobre sus hombros.
TRUSCOTT: Puede ser. Pero él tiene, obviamente, el hábito de cometer errores. Dónde
engendra estos niños no deseados? No hay espacios abiertos. La policía patrulla regularmente.
Estaría cerca de lo imposible cometer el más mínimo acto de indecencia, ni hablar de engendrar
un niño. Dónde lo hace?
TRUSCOTT: (removiendo su pipa, paciente.) Soy un hombre ocupado, señorita. Haga lo que le
pedí y espere fuera.
FAY: Es Jim?
TRUSCOTT: No.
TRUSCOTT: Me gustaría poder ayudarlo pero, no estoy listo para admitir ningún nombre que
no sea el mío propio.
TRUSCOTT: (Pausa. Mueve su cabeza con prudencia.) Uno de mis nombres es Jim. Queda
claro que este buen hombre conoce el dato y desea mostrar su conocimiento. (Voy a hablar con
él. (Sale por la izquierda.)
FAY: (Cerrando la puerta, en voz baja.) hay un policía uniformado en la puerta! Están sobre
nosotros.
FAY: No. Dios trabaja para ellos. Lo tienen en los bolsillos, tal como siempre nos enseñaron.
HAL: Tenemos que deshacernos de ellos. Si no, van a encontrar el cuerpo. (Abre la puerta del
armario y guarda dentro los. Cierra rápidamente la puerta y se vuelve hacia Fay.) Se acuerda
cuando la estábamos envolviendo?
FAY: Sí.
FAY: Qué?
TRUSCOTT: (Sonriente.) Solo un policía haciendo de sí mismo una molestia. (Se acerca al
biombo y mira detrás de él. Pausa. Se quita la pipa de la boca.) El robo de un faraón es algo que
no se me había cruzado por la cabeza. (Pliega el biombo dejando ver el cadáver envuelto en la
colcha y atado con sogas.) De quién es la momia?
HAL: Mía.
FAY: No es una momia. Es un maniquí. Lo usaba para coser mis vestidos sobre él.
FAY: Le digo “ella” por mi costura. Las prendas eran femeninas y, como tengo una mente
literal, elijo creer que las hacía sobre una dama.
HAL: No puede ofrecerse evidencia real del sexo. Es contrario a la ley inglesa.
TRUSCOTT: Sí, un maniquí de sastre que provee evidencia de su sexo solo alimentaría la
mente de un juez mediocre con desconfianza. Por qué está envuelto?
FAY: Una clase sobre costura. Indumentaria de preguerra. Para mostrar las diferencias en la
técnica.
FAY: Sí.
FAY: Sí.
TRUSCOTT: le creo. De acuerdo con todo lo que escuché acerca de su amigo, diría que es
perfectamente capaz de fallarle a un maniquí de sastre. (Se coloca la pipa en la comisura del
labio. Saca su libreta y toma notas.) Dicen que este objeto espera ser transportado a una feria en
donde será utilizado para demostrar la continuidad en la técnica de confección de ropa en gran
Bretaña?
FAY: Sí.
TRUSCOTT: Suena como una explicación razonable. Muy razonable. (Deja la libreta y mastica
su pipa. Observa fijamente a Hal.) Qué estaba haciendo el sábado a la noche?
Larga pausa mientras Hal trata de evitar decir la verdad. Mira a Fay en agonía.
TRUSCOTT: Espera, seriamente, que crea eso? Un hombre de su edad comportándose como un
niño? Qué hacía su amigo el sábado a la noche?
TRUSCOTT: (A Fay.) Qué coincidencia, señorita. No le parece? Dos hombres jóvenes que se
conocen mutuamente muy bien, pasan la noche en camas separadas. Dormidos. Me suena
altamente improbable. (A Hal.) Cuál es su excusa para conocerlo?
HAL: No puedo.
Fay emite un suspiro agudo. Hal se sienta, petrificado. Truscott se quita la pipa de la boca.
HAL: (Con una risa nerviosa.) Ahí tiene, no me diga que eso no es estúpido? Contarle eso.
TRUSCOTT: (Ríe también.) Debe ser estúpido si espera que lo crea. Por qué, si estuviera
involucrado en el robo al banco, no me lo diría.
TRUSCOTT: pero es estúpido. Acaba de admitirlo. Debe ser el criminal más estúpido en toda
Inglaterra. A menos que… (Mira a Hal con creciente sospecha.) a menos que sea el más
inteligente de todos. Cuál fue su motivo para confesar lo del robo al banco?
HAL: Sí.
TRUSCOTT: (Se muerde el labio, desconcertado.) Aquí hay más de lo que se puede ver a
simple vista. Estoy tentado a creer que estuvo involucrado en el robo al banco. Sí. Voy a
informar a mi superior inmediato. El dirá cuales son los pasos indicados a seguir. Puedo ser
requerido para llevar a cabo un arresto.
TRUSCOTT: Venga para acá! Venga para acá! (Hal va, le tiemblan las manos mientras se
abrocha el abrigo.) Voy a hacerle una o dos preguntas. Quiero respuestas sensatas. Nada de
pavadas. Comprendido? He sido claro? Hablo su mismo idioma. Me entiende?
HAL: Sí.
TRUSCOTT. Muy bien, entonces. Nos estamos entendiendo. (Pausa, se queda estudiando a
Hal.) Ahora, sea sensato. Dónde está el dinero.
HAL: (Mirando su reloj.) En este momento, diría que a mitad del recorrido de la nave de la
Iglesia de San Bernabé y San Judas.
Hal se vuelve a medias. Truscott le da un puñetazo en la parte posterior del cuello. Hal grita de
dolor y se desploma men el suelo, frotándose el hombro.
TRUSCOTT: Entienda esto, muchacho. No puede salirse con la suya con esa impertinencia. Los
jóvenes de hoy en día tratan cualquier clase de autoridad como un desafío. Nosotros vamos a
desafiarlo. Si se opone a mi mientras cumplo con mi deber, le voy a patear los dientes hasta que
le salgan por la nuca. Está claro?
HAL: Sí.
Suena el timbre.
HAL: En la Iglesia.
TRUSCOTT: No me mienta!
TRUSCOTT: (Gritando, golpeando a Hal contra el piso.) Bajo cualquier otro sistema policial lo
tendría llorando en el piso.
HAL: (Llorando.) Ya me tiene llorando en el piso.
HAL: Ya se lo dije. Está en la iglesia. Están citando a San Pablo sobre él.
TRUSCOTT: No me importa si están citando el código de tránsito sobre él. Última oportunidad.
Dónde está?
Truscott levanta a Hal del suelo a los tirones, golpeándolo y pateándolo. Hal grita asustado.
TRUSCOTT: Te voy a ahorcar con esa manguera que está fuera. Te voy a hacer mierda.! (Hal
trata de defenderse, le sangra la nariz.) Te vas a tener que reír con la parte de atrás de esa cara.
Truscott suelta a Hal, arrastra la cama hasta separarla de la pared y se la ofrece a McLeavy, que
se desploma sobre ella, junto al cadáver. Hal retira el cadáver de la cama y lo arroja detrás del
biombo.
TRUSCOTT: Si tiene pensado hacerlo un hábito, debería aprender a hablar por señas. (A
McLeavy.) Me entiende, Señor? (McLeavy cierra los ojos, se estremece. Truscott se incorpora.)
Conozco gente que le toma la mitad de tiempo comunicarse con los muertos.
MCLEAVY: (Se pasa la mano por la frente y se aclara la garganta.) Salimos con mucho ánimo.
El clima estaba húmedo y una neblina cálida cubría el cielo. El camino hacia el cementerio
subía por la colina. Era una ocasión triste para mí. A pesar de esto, mantuve el control sobre mis
emociones, negándome a mostrar cuán grande era mi pérdida. A lo largo del camino, perfectos
desconocidos tenían la cortesía de quitarse el sombrero. Recibimos algunas miradas de
admiración por las flores y otras de compasión hacia mí. (Pausa.) La dignidad del evento era
incomparable. (Inclina la cabeza. Todos esperan. Truscott da pequeños golpes de impaciencia
con su lápiz sobre la cabecera de la cama.) Entonces, cuando la solemne procesión estaba a
mitad de la cuesta, un camión, claramente fuera de control, se precipitó sobre nosotros
estrellándose contra el coche que transportaba los restos, matando intantáneamente al
conductor…
MCLEAVY: No. El Señor Walter Tracey. La carroza quedó destrozada en segundos. Mientras
tanto, la segunda parte del cortejo se estrelló contra los restos humeantes. Fui despedido hacia
un costado y me golpeé la cabeza contra la carrocería del vehículo. La siguiente cosa que
recuerdo es que estaba siendo auxiliado por gente que pasaba por el lugar. El camino parecía un
campo de batalla. Cubierto de heridos y moribundos. Sangre, vidrios. (Se ahoga. Pausa.) Se
iniciaron varios focos de incendio.
MCLEAVY: No. La gente destacó la extrema durabilidad de la tapa. Estaba a punto de darle
una recomendación al funebrero. Entonces, recordé que no estaba en condiciones de recibirla.
TRUSCOTT: Cuando decidió dedicarse a esto, sin duda debe haber entendido que no podría
hacer dinero con su propia muerte.
MCLEAVY: Afuera.
TRUSCOTT: Por supuesto. No debemos dejar esperando a una dama. (Hal sale. Truscott se
vuelve hacia McLeavy.) Por qué las bendas? Son producto del accidente?
MCLEAVY: No.
DENNIS: Las coronas han sido brutalmente dañadas, Señor McLeavy. Debemos hacer un
trabajo de reparación en ese harpa
MCLEAVY: Comprar flores frescas, supongo. Siempre hay algo más en que gastar.
Apoyan el ataúd. Uno de los costados se cae, dejando ver los billetes dentro. Dennis se para
frente al ataúd, escondiendo el contenido de Truscott y McLeavy. McLeavy tiende la mano para
estrechar la de Dennis.
MCLEAVY: (A Truscott.) Debe felicitar a este muchacho. Rescató el ataúd del auto en llamas
corriendo un considerable riesgo personal..
TRUSCOTT: (Seco.) Si se comporta con semejante consideración hacia una mujer muerta, qué
no podríamos esperar con una viva.
HAL: Necesitamos un toque final. Saben qué? Una imagen santa. En el centro. En medio de las
velas.
HAL: Qué podría ser mejor? Es todo un gesto. Ella sabía lo que era la decepción, no? Igual que
nosotros. Un poco de imaginación hace maravillas.
DENNIS: Es cierto. En nuestra profesión hemos descubierto que grandes impresiones pueden
ser creadas con materiales sencillos: una vela, medio metro de terciopelo, un ramo de anémonas
y parece que siguieran con nosotros.
MCLEAVY: Mi foto de Su Santidad realzaría la escena, lástima que ya hubo otros tres papas
después de él.
FAY: A la Señora McLeavy no le importaría. No era mujer e seguir la moda. Vaya a traerla.
TRUSCOTT: Debo pedirle que se quede en donde está. Nadie puede salir sin mi permiso
MCLEAVY: Pero la Empresa de Aguas no tiene poder para confinar a sus habitaciones a
ciudadanos respetuosos de la ley.
TRUSCOTT: (Lo considera mientras remueve su pipa.) Eso es perfectamente correcto. En ese
caso, lo acompaño, señor. Venga conmigo.
HAL: (Cerrando la puerta.) Tenemos que volver a poner el cuerpo en el ataúd y el dinero en el
armario.
FAY: el Señor McLeavy puede pedir que vuelvan a abrir el ataúd. El formaldehido y tres
embalsamadores le han dado a su esposa nuevos encantos.
HAL: Todo.
DENNIS: Nunca antes habíamos involucrado a una mujer en algo de tan mal gusto. (Dennis
retira la tapa del ataúd. Hal y Fay se llenan los brazos de billetes.) La mitad de este dinero es
mío. Te casarías conmigo?
HAL: A partir de ahora estamos repartiendo entre tres, bebé. Te toca un treinta y cuatro por
ciento.
FAY: En este momento tenés una ligera ventaja sobre el Señor McLeavy.
La sombra de McLeavy aparece detrás del panel de vidrio. Dennis deja caer el dinero dentro del
ataúd.
MCLEAVY: (Off.) Voy a quejarme ante la autoridad competente. Lo voy a reportar. (Hal
coloca la tapa sobre el ataúd. McLeavy entra.) Cortó el agua. Yo solo trataba de usar el baño…
FAY: (De pie frente a McLeavy, tratando de evitar que vea el cadáver.) Por favor! Las
explicaciones no son necesarias.
MCLEAVY: No creo que tenga nada que ver con la Empresa de Aguas. Fui esposado ahí fuera.
Lo sabía? Esposado. (Ve el cadáver. Pega un grito de espanto.) Qué es eso, por amor de Dios?
MCLEAVY: La felicito. Debe necesitar mucho espacio para trabajar. (A Dennis.) Lleve la
herramienta de la enfermera McMahon a mi estudio.
FAY: (Ansiosa, con una sonrisa.) Es muy gentil de su parte, Señor McLeavy, pero preferiría
trabajar aquí. La presencia de la Señora McLeavy me inspira.
MCLEAVY: Muy bien, tiene mi permiso para trabajar acá. Espero ver los resultados finales.
Entra Truscott.
MCLEAVY: Sí
MCLEAVY: No me gusta la forma en que me habla. Soy el dueño de casa. No puedo estar
recibiendo órdenes de esta manera.
TRUSCOTT: Tendrá que ponerse de acuerdo con su peculiaridad sicológica. Ustedes, fuera!
(Fay y Hal salen. Truscott enfrenta a Dennis, el cadáver queda en medio de ambos.) Bien, voy a
hacerle algunas preguntas. Quiero respuestas sensatas. Ya he tenido suficientes tonterías por el
día de hoy. (Lo observa.) Ha estado alguna vez en prisión?
DENNIS: Sí.
TRUSCOTT: Por?
DENNIS: Es cuando las chicas dicen que uno las hizo socias del club?
DENNIS: A cinco.
TRUSCOTT: Usted esparce su semilla a lo largo del pavimento sin reparar en sexo o edad.
(Golpea el cadáver.) Qué está haciendo con esto? Se ha dedicado a la costura?
TRUSCOTT: No trate de engañarme. Ya me han contado toda la patética historia. Debe estar
avergonzado de sí mismo.
DENNIS: Entonces, fue todo una tomada de pelo? A mi tío le dieron dos años.
DENNIS: Usted.
TRUSCOTT: Cuándo?
DENNIS: Ahora mismo. Pensé que había una nueva apreciación de las responsabilidades de la
sociedad hacia el criminal.
DENNIS: Enterrado?
TRUSCOTT: Su amigo dice que fue enterrado.
TRUSCOTT: Una respuesta muy inteligente. Usted es un muchacho honesto. (Sonríe y coloca
un brazo sobre el hombro de Dennis.) Está preparado para cooperar conmigo? Me encanrgaré de
que no le pase nada. (Dennis se aleja.) Voy a declarar en su favor.
DENNIS: No?
DENNIS: Bueno, para usted es parte del trabajo de todo los días, no?
DENNIS: Sí.
DENNIS: Sí.
TRUSCOTT: A quién?
DENNIS: Nada.
TRUSCOTT: Espero, joven, que esté preparado para sustanciar esta acusación. Qué evidencias
tiene?
DENNIS: Mis moretones.
TRUSCOTT: No veo nada falto de razón en esto. Si trata de protegerse haciendo acusaciones
infundadas se va a meter en serios problemas. (Toma a Dennis del cuello y lo sacude.) Si vuelvo
a escucharlo alguna vez acusar a un policía de ejercer violencia sobre un prisionero, lo voy a
llevar a la comisaría y lo voy a golpear hasta que los ojos se le salgan de la cabeza. (Lo suelta
violentamente.) Y ahora, fuera! (Dennis está por salir dejando el cadáver en donde está.) Y
llévese esa cosa con usted. No quiero volver a verlo acá.
Telón
SEGUNDO ACTO
Truscott, junto a la ventana, examina el ojo bajo la lupa. McLeavy entra con una foto del Papa
Pío XII. Fay lo sigue.
MCLEAVY: (Entregándole la fotografía a Fay.) Voy a hablar por teléfono. Tengo que reportar
esto a sus superiores.
TRUSCOTT: Siempre empieza sus frases con “por qué”? Eso es lo que enseñaron en el
colegio?
MCLEAVY: Mire, tengo derecho a saber… es usted de los servicios sanitarios? Jamás supe que
tuvieran autoridad sobre la empresa de comunicaciones. No son entidades separadas? (A Fay.)
La Empresa de Aguas y la Empresa de Comunicaciones? O se fusionaron? (A Truscott.) Nunca
ha sido conectada la empresa de aguas con la de Comunicaciones, verdad?
MCLEAVY: Qué clase de nombre es ese? Es un anagrama? Usted no es humano, no cabe duda.
Estamos siendo víctimas de alguna clase de complot interplanetario. (A Fay.) Es probable que
brille en la oscuridad. (A Truscott.) Vamos, no me importa qué clase de poder infernal
representa. Quiero una respuesta directa. (Truscott lo mira con tranquilidad y en silencio.) Voy a
ir a buscar a mis vecinos, que son de Dublin. Si usted es el Ángel del Señor en persona, ellos
podrán reconocerlo.
TRUSCOTT: ya ha sido advertido acerca de abandonar esta habitación. Haga lo que le digo o
aténgase a las consecuencias.
MCLEAVY: De quién?
MCLEAVY: Sé que vivimos en un país cuyo respeto por la ley es proverbial: se daría poder de
arresto a los semáforos si tres juezas y un liberal miembro del parlamento lo sugiriesen, pero
nunca había escuchado que un funcionario de la Empresa de Aguas golpeara a un niño por robar
manzanas o a poner en duda que un hombre adulto tenga derecho a estar en este planeta.
Silencio. Truscott se quita la pipa lentamente de la boca, midiendo sus palabras antes de hablar.
TRUSCOTT: Si me presta un momento de su atención, le aseguro que todo este asunto quedará
debidamente aclarado. No estamos jugando. Es mi deber y debo cumplir al máximo de mis
posibilidades. (La puerta de la derecha se abre repentinamente, Dennis y Hal irrumpen con el
cadáver. Truscott los mira con atención. Señala el cadáver con su pipa.) Qué están haciendo con
eso?
TRUSCOTT: No creo que tenga inconveniente alguno en compartir el garaje con un maniquí de
sastre.
DENNIS: No es decente.
HAL: Es católico.
TRUSCOTT: (Con desprecio.) Qué cosas tan ridículas dice, muchacho. (Ríe amargamente.) Ho,
ho, ho. Llévenlo al garaje. El oficial no se meterá con él. Es casado y tiene hijos. (Nadie se
mueve. Truscott masca su pipa, se la quita de la boca.) Vamos! Hagan lo que digo.
FAY: Es valioso.
FAY: No.
TRUSCOTT: Si su costumbre habitual es incitar a los jóvenes a que anden corriendo por los
jardines con un maniquí de sastre, usted debe cesar en el ejercicio de ese poder arbitrario.
FAY: Quería q ue estuviera en el garaje pero, después de lo que acabo de escuchar, no puedo
permitir que quede fuera de mi vigilancia.
TRUSCOTT: Realmente, señorita, su relación con ese objeto tiene visos de criminalidad. Nadie
en esta casa tiene sentimientos normales? Jamás me había cruzado con gente semejante. Si
siguen así, los voy a arrestar a todos.
TRUSCOTT: Ya debe haberse dado cuenta, señor, que no soy de la empresa de aguas, verdad?
TRUSCOTT: Cualquiera de las mentiras que he dicho nunca tuvo por objetivo engañarlo a
usted, señor. Usted es –si me permite decirlo- un hombre inteligente. (Ríe para sí.) Pudo ver a
través de mi disfraz inmediatamente. Era simplemente un recurso para darme tiempo a revisar la
situación. Aceitar mis engranajes en una misión muy complicada. O dos misiones complicadas.
Como pronto podrá notar. (Hace una reverencia a McLeavy.) Tiene frente a usted a un hombre
que, en lo suyo, es todo un personaje: Truscott, de Scotland Yard. Nunca escuchó hablar de
Truscott? El hombre que resolvió el asesinato de la chica sin extremidades? O fue antes de que
usted naciera?
MCLEAVY: No. Cada una de sus acciones han sido un misterio para mí.
TRUSCOTT: Así es como debe ser. El proceso mediante el que la policía llega a la resolución
de un misterio es, en sí mismo, un misterio. Tenemos razones para creer que una cantidad de
crímenes han sido cometidos bajo su techo. No había excusa legal para una orden. No teníamos
pruebas. Sin embargo, la Empresa de Aguas no necesita una orden para entrar a una vivienda
privada. Y saqué provecho de ese vacío legal. Es por su propio bien que la autoridad se conduce
de este modo aparentemente alarmante. (Con una sonrisa.) Lo deja satisfecho mi explicación?
MCLEAVY: Claro que sí, Inspector. Tiene un deber que cumplir. Mi libertad individual debe
ser sacrificada. No tengo más preguntas.
TRUSCOTT: Bien. Procedo, entonces, a sacar estos crímenes a la luz. Empezando por el menos
importante.
TRUSCOTT: Homicidio.
TRUSCOTT. Sí, homicidio. (A McLeavy.) Su esposa falleció hace tres días? De qué murió?
TRUSCOTT: La lectura no es una actividad que estimulemos entre los oficiales de policía.
Tratamos de mantener el papeleo al mínimo posible. (A McLeavy.) No tiene ningún comentario
que hacer acerca de la forma en que murió su mujer?
MCLEAVY: Ninguno.
TRUSCOTT: Eso tengo entendido. Pero acaba de diagnosticar un embarazo por demás
extraordinario. Su mente estaba tan ocupada por la naturaleza del caso que omitió considerar
todos los factores y firmó el certificado en una nube de incredulidad científica. Alguien ha visto
a la Señora McLeavy desde que murió?
TRUSCOTT: Pueden todos ustedes jurar que no han tenido contacto alguno con la difunta?
FAY: No iba a mencionarlo, pero anoche tuve una experiencia psíquica. Tres partes de la
Señora McLeavy se materializaron ante mí mientras me cepillaba el pelo.
TRUSCOTT: (A Fay.) Tal vez la Sra. McLeavy y yo seamos las dos personas más interesadas
en su muerte. Me interesaría escucharla acerca del tema.
Sensación.
FAY: Sí.
HAL: Sí.
HAL: No.
TRUSCOTT: Hasta donde usted sabe. Sin embargo, no me cabe duda de que nuestra
información no es tan completa como supusimos. No murmuró unas últimas palabras? Mientras
usted se inclinaba para besar su mejilla antes de que expirase?
TRUSCOTT: Cuál?
TRUSCOTT: Además de las Biblias, que siempre tienen dañada la encuadernación, está este…
“El Proceso de Phillis McMahon”. Una enfermera acusada de asesinar a su paciente. (Enfrenta a
Fay con una mira penetrante. Ella palidece.) Uno de mis casos. (Da vuelta las páginas hasta que
encuentra una fotografía.) Mire esta fotografía.
HAL: es usted.
TRUSCOTT: Sí, pero no me favorece, verdad? Siempre eligen la peor. No pude conseguir que
publiquen una foto decente. (Arranca la página de la fotografía, la hace un bollo y la guarda en
su bolsillo.)
TRUSCOTT. Desafortunadamente, no. Alguien arrancó todas sus fotos del libro. (Una vez más
mira inquisitivamente a Fay, ella se muestra incómoda.) De todas formas, tenemos algo
igualmente condenatorio… la escritura manual de la acusada. (Abre el libro en una página
manuscrita.) Y aquí… (Saca triunfante una hoja de su bolsillo.) la evidencia de aquello que me
propongo condenar: un ejemplo reciente de la escritura de la enfermera de su difunta esposa.
Idéntica por donde se la mire.
MCLEAVY: (Mirando la hoja de papel.) Pero esto está firmado por la Reina Victoria.
TRUSCOTT: Dos simples razones. No utilizo mi propia voz y soy un maestro del disfraz. (Se
quita el sombrero.) Ve…? Una completa transformación. (A McLeavy.) Se ha salvado por pura
suerte, señor. Hubiese sido víctima de homicidio dentro de un mes. Hace años que estamos
detrás de ella. Trece accidentes fatales. Dos casos de supuesto envenenamiento por pescado.
Una desaparición inexplicable. Ha practicado su propia forma de genocidio durante una década
y la llama enfermería.
FAY: Ninguno.
TRUSCOTT: No entiendo porque pretende dejar ese episodio bajo un manto de misterio. No
puede escapar.
TRUSCOTT: Usted no sabe nada acerca de la ley. Yo no sé nada acerca de la ley. Eso nos
iguala ante los ojos de la ley.
FAY: Soy inocente hasta que se pruebe lo contrario. Este es un país libre. La ley es imparcial.
TRUSCOTT: Cuando haga mi informe voy a decir que usted misma me lo confesó todo. Si
tengo que forjar un caso en su contra, algo así podría perjudicarla.
TRUSCOTT: Hay un dicho que tenemos en la sala de interrogatorios: “Pierde el tiempo con la
verdad y recorrerás la misma calle hasta que te jubiles”.
FAY: (Quebrándose.) La fuerza policial británica solía ser conducida por hombres íntegros.
TRUSCOTT: Un error que ha sido rectificado. Y ahora, vamos. No tengo todo el día.
FAY: (Secándose los ojos.) Mi nombre es Phyllis Jane McMahon, alias Fay Jane McMahon.
Tengo veintiocho años y soy enfermera de profesión. El pasado tres de diciembre puse un aviso
clasificado en el diario ofreciendo mis servicios. El Señor McLeavy respondió a mi solicitud.
Quería que cuidase de su esposa hasta que recuperara su salud: tarea que encontré imposible
llevar adelante. La Señora McLeavy estaba muriendo. Si la eutanasia no fuese contraria a mi
religión la hubiese practicado. En su lugar, decidí asesinarla. Le administré veneno durante la
noche del veintidós de junio. LA encontré muerta por la mañana y notifiqué a las autoridades.
No he sentido más que pena desde entonces. Me arrepiento de mi espantoso crimen. (Llora.)
FAY: Fue advertido de mi carácter al momento de emplearme. Mis referencias llevan la firma
de gente de buena reputación.
FAY: No, te vas a cansar de esperar y te vas a casar con alguien más.
HAL: No podrá hacerlo. (desliza su mano a lo largo de la tapa del ataúd.) No cuando el
Inspector pida ver los restos de Mamá. Nos tendrá bien agarrados, bebé.
DENNIS: (Besando la mano de Fay.) Voy a escribirte. Se permite una carta por semana.
TRUSCOTT: En Holloway lo harían, ciertamente, mucho mejor que usted. Llévesela Meadows.
(Meadows se acerca a fay con las esposas. Ella tiende las manos. Meadows duda. Se inclina
delicadamente y le besa las manos.) Meadows! (Meadows la esposa y la conduce fuera.) Solo
un milagro podría salvarla ahora. (Meadows sale con Fay. A McLEavy.) Entiendo que su esposa
está embalsamada, señor.
MCLEAVY: Sí.
HAL: En el hall.
DENNIS: Tengo que decirle algo que será toda una sorpresa para usted, Inspector.
TRUSCOTT: (Asiente, se quita la pipa de la boca.) Qué es? Cuéntele al tío. (Sonríe.)
DENNIS: Luego de rescatar el ataúd, regresé por la urna. Cuando pude recogerla, ocurrió una
violenta explosión. La tapa de la urna saltó por el aire y su contenido se dispersó. (Hal entra por
la izquierda con la urna. La da vuelta y la tapa cuelga libre.) Es bien sabido en mi profesión que
las vísceras, cuando se calientan, se tornan inestables.
HAL: Los contenidos del estómago de mi madre han sido destruidos.
TRUSCOTT: (sacude la cabeza, boquiabierto) Qué mujer sorprendente, esta McMahon. Otra
vez se ha salido con la suya. Debe tener influencias en el Paraíso.
TRUSCOTT: Tráiganla de vuelta! Rápido! Nos va a demandar por arrestarla sin motivo.
MCLEAVY: (A Truscott.) Discúlpeme, Señor, pero tengo una gran confusión acerca de todo lo
que acaba de decirse y con respecto a quién.
TRUSCOTT. Para decirlo brevemente, Señor, sin el estómago de su esposa no hay pruebas para
acusar a nadie.
TRUSCOTT: No me pagan para discutir hechos aceptados. (Fay entra con Hal y Dennis.)
Bueno, McMahon, ha vuelto a escapar, por el momento?
FAY: Sí. Pienso pasar una hora tranquila con mi rosario después del té.
MCLEAVY: (A Fay.) Lo que puedo asegurarle es que será parte de la lista negra. Me voy a
ocupar de que no vuelva a conseguir trabajo de enfermera.
TRUSCOTT: Eso me temo, señor. Sin embargo, tengo un as en la manga. LA situación de la ley
y el orden, aunque difícil, no es en absoluto desesperada. Aún hay una oportunidad, al menos
una pequeña, de ubicar a McMahon como accesoria de otro crímen. Una que la ley entiende
como mucho más seria que la privación de la vida humana.
TRUSCOTT: El robo de dineros públicos. Y eso es exactamente lo que su hijo y sus cómplices
han hecho.
MCLEAVY: Harold nunca haría algo como eso. Pertenece a los hijos de la Divina Providencia.
TRUSCOTT: Eso puede hacer una diferencia para la Divina Providencia, pero no cuenta para
mí. (Saca el ojo de su bolsillo.) me encontré con este objeto durante el curso de mi
investigación. Podría explicarme qué es esto? (Le da el ojo a McLeavy.)
MCLEAVY: No estoy seguro de que sea un ojo. Parece una bolita que ha sido pisada.
TRUSCOTT: Es un ojo, señor. (Toma el ojo de manos de McLeavy.) El nombre del fabricante
está claramente marcado: J. & S. Frazer – Fabricantes de Ojos para Profesionales.
FAY: Siempre lo he admirado. Se dice que perteneció a una famosa figura de la música clásica.
TRUSCOTT: Sospecho de dónde viene este ojo. (Sonríe.) Usted también lo sabe, verdad?
FAY: No.
FAY: (Se ríe.) Así no vale, Inspector. Es demasiado inteligente para angañarlo.
TRUSCOTT: Me alegra que haya finalmente decidido decir la verdad. Debemos regresar el ojo
a su propietario. Quítele el envoltorio.
FAY: No, no! No voy a descubrirla frente a cuatro hombres. Tengo que hacerlo en privado.
MCLEAVY: Un momento. (A Truscott.) Déjeme ver ese ojo. (Truscott se lo entrega. A Fay.9
Quién se lo dio?
MCLEAVY: (A Truscott.) Le parece que alguien le pondría ojos a un maniquí de costura? Eso
lo convence?
TRUSCOTT: Nunca nada me convence. Elijo la explicación menos increíble y la dejo asentada
en nuestros archivos.
MCLEAVY: de qué?
MCLEAVY: Debe haber sido una ocasión muy especial si le dio su ojo para destacarla. Vamos,
no soy la policía. Quiero una respuesta sensata. Quién se lo dio?
HAL: Se lo di yo.
MCLEAVY: (Grita.) Vos! No, por el amor de Dios, no!
TRUSCOTT: Una mujer notable, señor. Cuántos había en su poder al momento de muerte?
MCLEAVY: Ninguno.
TRUSCOTT: entiendo.
MCLEAVY: Estos se los colocaron después de muerta. Los suyos le fueron retirados.
MCLEAVY: No lo sé.
MCLEAVY: No.
TRUSCOTT: Actúa de una manera singularmente desconsiderada para alguien que clama haber
estado felizmente casado.
MCLEAVY: Por favor, Inspector (Se quiebra)… mi hijo, usted lo escuchó confesar, ha robado
los ojos del cadáver; una práctica desconocida fuera de las ciencias médicas. He criado un
demonio necrófago.
MCLEAVY: Traiga un destornillador. El ataúd debe ser abierto. Quiero saber qué otros robos
han sido perpetrados. Su cabeza también pudo haber desaparecido.
MCLEAVY: No puedo pedirle al sacerdote que haga un responso para un solo ojo. Traigan un
destornillador.
TRUSCOTT: Esta es una interferencia no autorizada con los derechos del muerto. Como
policía, debo pedirle que considere sus acciones con más cuidado.
MCLEAVY: Es mi esposa. Puedo hacer con ella lo que quiera. Cualquier cosa es legal con un
cadáver.
TRUSCOTT: Claro que no. Los derechos conyugales deberían cesar con el último latido del
corazón. Pensé que lo sabía. (McLeavy comienza a desatornillar el segundo costado de la tapa.)
Debo decirle, señor, que este comportamiento me espanta. Equivalente al robo de tumbas. Qué
piensa ganar con esto? Su esposa tiene tantas posibilidades de ganar el cielo con un solo ojo
como cualquier otro mortal. Su sacerdote podrá confirmar lo que le digo. (McLeavy agacha la
cabeza y sigue trabajando.) Estoy impresionado, Señor –debo decirlo- por un comportamiento
tan irresponsable. Está creando problemas innecesarios.
HAL: Se nos va a llenar la casa de policías. La mitad de lo que tenemos va a desaparecer. Por
eso tienen los bolsillos del uniforme tan grandes.
TRUSCOTT: Su hijo parece tener una idea más equilibrada del mundo en el que vivimos que la
que usted tiene, Señor.
TRUSCOTT: Solo las autoridades pueden decidir cuál es su deber. Personas como usted,
tratando salvajemente de adivinarlo, solo crean confusión.
McLeavy mira dentro del ataúd, profiere un grito de incredulidad, retrocede, vacilante.
Hal y Fay sostienen a McLeavy y lo ayudan a llegar a la cama. McLeavy se desploma junto al
cadáver en estado de shock.
FAY: (A Truscott.) La condición del cadáver se ha deteriorado a causa del accidente. Quiere
verificarlo?
Dennis lo hace.
MCLEAVY: (A Hal.) Voy a desconocerte. Voy a gritar a los cuatro vientos que tu madre me
ponía los cuernos.
HAL: (de rodillas frente a McLeavy.) Estoy en medio de un pequeño problema, papá. No me
importa confesarlo. Pero no te pongas pesado conmigo, eh?
TRUSCOTT: Fantasías como esa terminarán por enfermarlo, Señor. (McLeavy contiene sus
sollozos.) Muchos padres han descubierto en sus hijos mayores iniquidades que el robo de un
ojo. El episodio no deja de tener su parte instructiva.
MCLEAVY: En qué me equivoqué? Su educación fue impecable. (A Dennis.) Fue usted el que
lo llevó por el mal camino?
HAL: Es polvo, papá. (McLeavy sacude la cabeza, desesperado.) A penas un poco de polvo.
MCLEAVY: Yo la amaba.
HAL: La hiciste filetear sin el más mínimo remordimiento. Quién podría sentir afecto por una
mujer a la que le falta la mitad de lo que llevaba dentro?
MCLEAVY: (Gimiendo.) Ah, Jesús, María y José, guíenme hasta mi juicio final que todo
termine de una vez!
HAL: No perdiste nada. Empezaste el día con una esposa muerta. Lo terminás con una esposa
muerta.
MCLEAVY: Ah, cuánta maldad, cuánta maldad. (Salvajemente.) Estos cabellos… (Se los
señala.) están blancos por tu culpa. Todavía serían rojizos si hubieses estudiado ciencias
económicas.
Fay le ofrece a McLeavy un pañuelo. El se suena la nariz. Su yergue tan alto como es.
MCLEAVY: Le pido que me disculpe, Inspector. Mi comportamiento le puede parecer extraño.
Intentaré explicarlo. Después puede hacer lo que crea conveniente.
MCLEAVY: Le dije que el ojo era de mi mujer. No es así. (Su conciencia lo atormenta.) Ah,
Dios, perdoname por lo que estoy haciendo.
FAY: (Con una sonrisa.) Pertenece a mi maniquí de costura, Inspector. Su deducción original
era la correcta.
TRUSCOTT: Debo hacer examinar mi cabeza, se hace necesario por mezclarme en un caso com
este. (A McLeavy.) Su conducta es escandalosa, Señor. Este muchacho nunca tendrá una
oportunidad con un padre como usted. No es raro que se dedique a robar bancos.
TRUSCOTT: Voy a alejarme de esta casa inmediatamente. Jamás me había cruzado con gente
semejante. Se comportan como internos de un manicomio
TRUSCOTT: No, señor. No está cerrado. No nos damos por vencido tan fácilmente. Voy a dar
vuelta este lugar patas arriba.
MCLEAVY: Ah, Dios, qué contrariedad. Y en una casa de luto, para colmo.
TRUSCOTT. Su esposa no estará aquí, Señor. Voy a tomar posesión de los restos.
FAY: Por qué necesita los restos? No puede probar que la Sra. McLeavy fue asesinada.
TRUSCOTT: No hay de qué preocuparse. Es una mera formalidad. Usted no corre peligro.
(Sonríe. A Mcleavy.) No hay persona más quisquillosa que un criminal empedernido. (Deja su
pipa.) Estaré de regreso en diez minutos. Y me temo que, entonces, su propiedad sufrirá un daño
considerable. Pagará cuentas de reparación durante meses. Recientemente, a un desafortunado
sospechoso, le quitaron el techo de su casa.
MCLEAVY: No hay nada que pueda yo hacer para prevenir este asalto devastador sobre mi
privacidad?
TRUSCOTT: Muy bien. Debe afrontar las consecuencias de su ignorancia. (Se toca el
sombrero.) Volveré pronto. (Sale por la izquierda.)
HAL: (Abrazándolo.) Estoy orgulloso de vos. Nunca más voy a avergonzarme de traer mis
amigos a casa.
HAL: No, él no! Tres brandis y se le suelta la lengua. El barman del “El Rey de Dinamarca”
está chantajeando a medio distrito.
MCLEAVY: Voy a llamar al Padre Jellicoe. Mi alma está atormentada. (Sale hacia la
izquierda.)
HAL: (Cerrando la puerta, a Fay.) Desenvuelva el cuerpo. Una vez que lo hayamos devuelto al
ataúd, estaremos a salvo.
DENNIS: Esto es ir demasiado lejos! Usar mi pañuelo para eso. Era un regalo de cumpleaños.
HAL: (Arrojándole el pañuelo.) Relajate, bebé. Ya vendrán otros cumpleaños. (Dennis le arroja
los fajos de billetes a Hal. Este los coloca dentro de la urna.) Esta tarde voy a acompañar a mi
padre a confesarse. Tanto como para purgar mi alma de los eventos de esta tarde.
HAL: Después voy a llevarte a un notable burdel que descubrí. Manejado por tres paquistaníes
entre diez y quince años. Lo hacen por los caramelos. Es parte de su religión. Nos vemos a las
siete. Comprá una buena bolsa de caramelos.
Fay cuelga la cubierta del colchón sobre el biombo. Hal coloca el último fajo de billetes dentro
de la urna.
TRUSCOTT: (Entrando por la izquierda.) Ya está todo arreglado de manera satisfactoria. Mis
hombres estarán aquí dentro de un momento. Son capaces de causar todo tipo de destrozos sin
mi supervisión, así que me despido de ustedes. (Hace una reverencia, sonríe.)
TRUSCOTT: Adios. (Hace un gesto con la cabeza hacia Dennis y Hal.) Mejor voy a llevarme
esa pequeña urna.
FAY: Vamos a llevarla para que le retiren la bendición. El Señor McLeavy está hablando con el
cura al respecto.
TRUSCOTT: A nuestros muchachos del departamento forense no les interesa la santidad. Deme
esa urna!
MCLEAVY: Sí.
MCLEAVY: Sí.
MCLEAVY: Claro que sí. Se reunían un par de veces a la semana. Hacían montones de buenas
obras para el país. Reunían fondos para caridad, organizaban fiestas. No sé qué hubiera sido de
la gente mayor sin ellos.
TRUSCOTT: He escuchado montones de argumentos a favor del nudismo, señor, pero jamás
uno como este.
TRUSCOTT: Desnuda.
MCLEAVY: (Con dignidad.) Es mejor que se retire de mi casa, Inspector. No puedo permitir
que insulte la memoria de mi difunta esposa.
HAL: Yo.
TRUSCOTT: (Se detiene a recoger un fajo de billetes.) me pregunto si baría sido capaz de
guardar silencio y dejar que se diera sepultura a este dinero en un campo santo?
HAL: Sí.
TRUSCOTT: Sí.
TRUSCOTT: Expresó, una vez, el deseo de conocer los molinos y los tulipanes de Holanda.
HAL: Con una esposa tan inteligente usted necesita elevar sus ingresos.
HAL: Sí, como acaba de decirnos, su esposa es mujer, usted debe ciertamente incrementar sus
ingresos.
TRUSCOTT: Cuánto?
TRUSCOTT: Veinticinco por ciento. O un informe completo de este caso aparecerá mañana a
primera hora sobre el escritorio de mi oficial superior.
Dennis coloca el dinero en la urna. Fay saca la ropa de la Señora McLeavy del inodoro que está
bajo la silla de ruedas y va detrás del biombo. Truscott masca su pipa. Hal y dennis llevan el
ataúd detrás del biombo.
TRUSCOTT: Por favor, señor, sea razonable. Lo que acaba de suceder es perfectamente
escandaloso y es mejor que no salga de estas cuatro paredes. No es conveniente para el público
en general ver menoscabada su confianza en la policía. Estaría causando un gran perjuicio a la
comunidad si revela los hechos estremecedores de este caso.
MCLEAVY: Voy a acudir al sacerdote. El tiene sentido. Tiene sentido para mí.
HAL: Le agradará saber que mi madre ya está nuevamente en su último lugar de reposo.
TRUSCOTT: Muy bien. Han llevado adelante la operación con velocidad y eficiencia. Los
felicito.
TRUSCOTT: (Sacando el ojo de su bolsillo.) Hágalo usted, muchacho. Tiene más experiencia
que yo en esta clase de asuntos. (Le da el ojo a Dennis.)
FAY: (Sale de detrás del biombo.) ya pensaron qué hacer con el cura?
TRUSCOTT: No podemos meterlo en este asunto, señorita. Nuestro porcentaje ya no valdría la
pena.
TRUSCOTT: Qué brillante idea. Hay vacantes en la fuerza para muchachos de su calibre. (A
Fay.) Está con nosotros, McMahon?
DENNIS: Nunca pude apreciar el panorama desde el banquillo de los testigos. Será una nueva
experiencia.
MEADOWS: Fui abordado por este hombre, señor. Insiste en que lo acompañe a la Iglesia
Católica.
MEADOWS: Me negué.
TRUSCOTT: Excelente, Meadows. Me voy a ocupar de que lo sepa el Alto Mando. Acaba de
aprehender “in fraganti” a un peligroso criminal. Como usted sabe, hemos tenido el ojo puesto
sobre esta casa por algún tiempo. Estaba a punto de desenmascarar al cabecilla de la banda
cuando el hombre dejo el lugar con alguna excusa y desapareció.
TRUSCOTT. Eso no le concierne por el momento. Nos ocuparemos de los detalles más tarde.
TRUSCOTT: No sé de dónde saca esos slogans, señor. Debe leerlos en los avisos callejeros.
TRUSCOTT: Puede hablar con quien quiera, siempre y cuando sea capaz de justificar ante mí la
necesidad de hacerlo.
TRUSCOTT: No diga pavadas. Me hicieron un chequeo a penas ayer. Nuestro oficial médico
me aseguró que estoy perfectamente sano.
MCLEAVY: Soy inocente. (Un poco inseguro de sí mismo, empieza a entrar en pánico.) eso no
significa nada para usted?
MCLEAVY: Soy inocente! Soy inocente! (Junto a la puerta, un último clamor.) Ah, qué cosa
tan horrible para que suceda a un hombre que ha sido besado por el Papa.
TRUSCOTT: Bueno, en ese punto, el sistema de chaperones siempre nos defrauda. (Recoge la
urna.) El lugar más seguro para esto es mi locker, en la comisaría. Es una máxima de la fuerza:
“Nunca revises tu patio trasero, podés encontrar lo que estás buscando”. Se vuelve en el umbral
de la puerta, con la urna bajo el brazo.) Llámenme esta noche. Debería tener novedades para
ustedes acerca de McLeavy para entonces. (le entrega una tarjeta a Fay.) esa es la dirección de
mi casa. Allí todos me conocen.
Truscott asiente, sonríe y sale por la izquierda. Se escucha el ruido de la puerta del frente al
cerrarse.
HAL: Es un buen hombre. Modesto a su manera.
DENNIS: Tiene una mentalidad abierta. En franco contraste con lo usual en los servidores
públicos.
HAL: es reconfortante saber que todavía se puede confiar en la policía cuando uno está en
problemas.
FAY: Vamos a enterrar a su padre junto con su madre. Eso le va a gustar, no? (Saca su rosario,
inclina la cabeza y se pone a rezar.)
HAL: (Pausa, a Dennis.) Podés quedarte acá, bebé. Ahora tenemos mucho lugar. Traé tus valijas
esta noche.
FAY: (Que levanta la vista, lacónicamente.) Cuando Dennis y yo nos casemos, nos mudaremos
a otra parte.
Fay sigue rezando, moviendo los labios en silencio. Dennis y Hal permanecen a ambos lados del
ataúd.
TELÓN