Está en la página 1de 99

Indice

Indice ................................................................................................................................................... 2
Aclaracion ......................................................................................................................................... 4
Sinopsis ............................................................................................................................................... 6
1 ........................................................................................................................................................... 9
2 ......................................................................................................................................................... 17
3 ......................................................................................................................................................... 21
4 ......................................................................................................................................................... 27
5......................................................................................................................................................... 33
6 ......................................................................................................................................................... 40
7......................................................................................................................................................... 45
8......................................................................................................................................................... 49
9 ......................................................................................................................................................... 54
10........................................................................................................................................................ 59
11 ........................................................................................................................................................ 66
12 ....................................................................................................................................................... 72
13........................................................................................................................................................ 77
Epilogo .............................................................................................................................................. 86
Agradecimientos ................................................................................................................................ 98
Sobre la Autora ............................................................................................................................... 99
Creditos
Aclaracion
Este es un trabajo de fans para fans, ningún miembro del staff recibió
remuneración alguna por este trabajo, proyecto sin fines de lucro

Les invitamos a NO publicarlo en ninguna página en la web, NO compartir links


o pantallazos en redes sociales y mucho menos trafiques con él.
Si su economía lo permite apoyen a la autora comprando sus libros o
reseñándolos, pero por favor NO MENCIONEN su lectura en español en los sitios
oficiales.

Si no respetas las reglas, podrías quedarte sin lugares donde leer material inédito
al español.

Somos un grupo de lectura no vendemos libros.

¡¡¡¡¡Cuida tus grupos y blogs!!!!!!


Sinopsis
Hudson y Hayden Hillcrest: Leila Hillcrest siempre estuvo destinada
a ser nuestra.
Todo el mundo parece saberlo menos ella.
Ha empezado un pequeño juego del escondite que no hace más que avivar nuestra
obsesión por ella.
Se está quedando sin lugares donde esconderse, y nosotros estamos listos para
reclamar nuestro premio.

Este es el tercer libro del universo de la familia Hillcrest y está protagonizado por

Hudson, Leila y Hayden Hillcrest. Cada libro es independiente

interconectado y se puede leer por su cuenta. Estos libros son de romance oscuro y
pueden ser perturbadores para algunos lectores.

Orden de publicación:

Brother's Beauty = Ethan e Isabella Hillcrest


Daddy's Doll= Grant y Olivia Hillcrest
A cualquiera que piense que puede arreglar a Rafe Cameron.
Todo el mundo diciendo que la naturaleza es tan fría. Todo intenta matar a todo
lo demás todo el tiempo. Y todo debe matar para vivir. Matar es la naturaleza. - Rafe
Cameron
1
Leila

M
i aliento se materializa en bocanadas irregulares ante mí, el aire frío me
muerde las piernas desnudas por debajo del dobladillo de mi falda plisada.
Estos estúpidos calcetines altos hasta la rodilla, que son un básico en la
Universidad de Hillcrest, no hacen nada para evitar el frío, su marcado contraste con
mi pálida piel casi burla su inutilidad. Tengo los dedos entumecidos al agarrar la
tela de mi americana oscura, y la camisa blanca de botones que llevo debajo apenas
me protege del viento de finales de diciembre.
—Literalmente odio estar aquí —murmuro para mis adentros porque dejé mi
abrigo en el respaldo de la silla de mi escritorio en mi dormitorio tratando de
alejarme de mis hermanos. Una coleta alta hace poco por domar mi cabello, los
mechones azotándome la cara como si estuvieran a sueldo de Hayden y Hudson.
A estas alturas, no me sorprendería. Todos y todo se inclinan a sus pies como lo
hacen con cualquier otro varón de la familia Hillcrest. No ayuda el hecho de que
también sean los mejores en el equipo de hockey sobre hielo y tengan unos músculos
abdominales esculpidos de los que hasta los dioses griegos estarían celosos. Los dos
poseen la trifecta para arruinar la vida de cualquier chica. Por desgracia para mí, mis
hermanos sólo quieren arruinar la mía, concretamente. No creen en la maldición de
Hillcrest. La llaman una tonta leyenda que alguien inventó en hace mucho tiempo.
No entiendo cómo no creen en ella, la prueba está colgando de nuestro árbol
genealógico mires donde mires en los últimos años. Tienen todos los síntomas, pero
no cederé. No voy a ser retenida por ellos porque alguna maldición les haga
desearme. Quiero que me quieran sinceramente, y sé que eso nunca será posible. Los
varones de la familia sienten una intensa atracción por una pariente femenina. Si no
actúan en consecuencia, los sentimientos sólo se hacen más fuertes. Si se prolonga
demasiado, los hombres se vuelven tan agresivos que pueden acabar hiriendo o
matando al objeto de su deseo.
Aún no he podido obtener respuestas, pero sospecho que eso es lo que les pasó a
mis primos, Landon y Sophia. Él luchó tanto, nunca actuó sobre sus sentimientos
por ella, y luego, hace aproximadamente una semana, simplemente desaparecieron
sin dejar rastro. Hayden y Hudson me dijeron que Landon se llevaba a Sophia a la
cabaña de su padre, donde vive con su hija, Olivia. La forma en que los labios de
Hudson se apretaron en una línea dura cuando me dijo que no hiciera más preguntas
me dijo todo lo que necesitaba saber.
Hayden y Hudson pueden partirme por la mitad si quieren, no voy a quedarme
atrapada en una relación sin amor que sólo está impulsada por sentimientos hacia
mí que ellos no quieren tener.
Es Nochebuena y Hillcrest está inquietantemente vacía esta noche, abandonado
por los estudiantes que se van a casa por vacaciones, pero yo estoy atada aquí por
un temor que se enrosca en mi estómago. No puedo librarme de la sensación de ser
observada, el cosquilleo en la nuca me recuerda constantemente que Hayden y
Hudson pueden salir de las sombras en cualquier momento.
Quieren que me quede con ellos por Navidad en la cabaña de nuestra familia.
Normalmente vamos dos noches antes de Navidad y lo celebramos solos con papá
y nosotros, y luego viene la familia para Nochebuena, pero he decidido que este año
no voy. Papá está del lado de los gemelos y me dice que no entiendo la maldición y
que se lo estoy poniendo peor. Me dice que si cediera, si les mostrara algún tipo de
afecto, dejarían de acosarme y me querrían como nunca podría imaginar. Pero no
sería real, y tendría que vivir sabiendo que mis sentimientos hacia ellos lo son.
Su posesividad me ahoga, y odio que una parte retorcida de mí se nutra de ella.
Huyo de ella, pero la necesito. Si tan solo hubiera un atisbo de ternura en sus ojos,
una suavidad en sus apretones que me hiciera saber que hay algo detrás de su
obsesión aparte de la maldición. En cambio, sus manos son siempre demasiado
ásperas, sus miradas demasiado penetrantes.
—¿Nos buscas? —La voz de Hayden atraviesa la oscuridad, con un tono cruel que
me hace saber sus planes para cuando me atrapen. Lo harán, siempre lo hacen. Pero
siempre hay algo que los detiene. No soy tan ilusa como para pensar que seré capaz
de escapar de ellos dos si ellos no quieren. Quieren doblegarme, cansarme lo
suficiente hasta que finalmente admita que los quiero, que los deseo tanto como ellos
creen que me desean.
Acelero el paso y el corazón me martillea el pecho. Hayden y Hudson también
tienen otro predicamento cuando se trata de su no tan dulce hermanita. Parecen
incapaces de decidir quién debe reclamarme primero. En sus retorcidos cerebros,
creen que quien se lleve mi virginidad, me unirá más, y eso no es cierto. Ambos me
molestan por igual, y el sexo no va a cambiar eso. Esta noche puedo sentir su rabia
como si fuera algo palpable y vivo, pero lo que más me asusta es su necesidad, la
forma en que sus ojos me anhelan, reflejando una obsesión en la que es difícil no
querer zambullirse de cabeza.
—¿No tienes frío? —Esta vez es la voz de Hudson. Ese tono seco y molesto que
usa cuando está cansado de la persecución.
Me doy la vuelta, esperando verlos acechando en la penumbra, pero no hay nadie.
Para ellos, esta persecución es un juego, y yo soy, una participante involuntaria
atrapada en medio. No sé cuál es mi plan porque está claro que no se van a ir sin mí.
No puedo evitar escudriñar de nuevo la oscuridad. El aire húmedo promete nieve,
es probable que caigan los primeros copos antes de que llegue a la pseudoseguridad
de mi dormitorio. Me rodeo con los brazos, buscando un consuelo que se me escapa.
A cada paso, el peso del agarre de Hayden y Hudson sobre mí parece hacerse más
pesado, y sé que es sólo cuestión de tiempo antes de que se abalancen sobre mí.
El viento aúlla mientras atravieso el campus desolado, con mi aliento visible en el
aire gélido. El susurro de las hojas contra el pavimento es como un secreto callado,
y las ramas desnudas se balancean con una fuerza que me hace sentir que pueden
romperse en cualquier momento.
—Dulce hermanita —la voz de Hayden atraviesa el frío, enviando escalofríos por
mi espina dorsal que no tienen nada que ver con el clima—. No sabe cuánto la
queremos. —Sus palabras son una burla cruel, mezclada con el veneno del engaño.
Se dirige a su hermano gemelo porque sabe cuánto odio que hablen de mí como si
no los oyera. Como si yo no importara.
Aprieto la mandíbula porque odio que mi cuerpo me traicione, respondiendo a su
proximidad con un calor no deseado, un arrebato de emoción que se siente como
una traición a todo lo que me digo a mí misma que siento por mis hermanos.
—Lo único que les gusta a los dos es el hockey y sus pollas —les grito, todavía
incapaz de ver dónde están acechando, deseando no volverme hacia atrás. Me duele
el corazón de desear, sin esperanza y en vano, que fueran diferentes. Que pudieran
ser los hermanos que una vez creí conocer antes de que la maldición transformara
su afecto en esta oscura e implacable persecución. Siempre estuvimos tan unidos, y
esos hermanos podrían haberme amado de verdad.
Incluso si Hayden siempre fue una especie de grano en el culo.
Me siguen las risas de mis hermanos, un sonido que debería ser alegre pero que,
en cambio, llena la noche de pavor. El juego al que juegan está claro: soy el ratón de
sus gatos gemelos, siempre perseguido y, lo que es más importante, nunca libre de
ellos. Desesperada, me desvío del camino, corriendo hacia el viejo cementerio del
campus. Al mirar por encima del hombro, sólo veo oscuridad y ni rastro de ellos.
Han desaparecido; otro truco, otra estratagema para asustarme.
Entonces lo oigo: sus pasos pesados pisando fuerte detrás de mí en el camino
empedrado. El pánico me atenaza la garganta, como una tenaza implacable,
mientras corro por el césped helado y respiro entrecortadamente. No siento ningún
dolor en las piernas, que bombean furiosamente bajo mis pies y me impulsan hacia
las nudosas puertas de hierro del cementerio. El sonido de mi propio corazón
retumba en mis oídos, ahogando todo lo demás.
—¡Leila, para! —La voz de Hayden corta el aire frío, con ese toque posesivo que
me pone los nervios de punta—. Te vas a hacer daño ahí adentro, joder.
—¡Maldita sea! Esto no es un juego. — El timbre más grave de Hudson se une al
de su gemelo, haciéndose eco de su frustración compartida. Si no estuviera en modo
de supervivencia en este momento, tendría que reírme de su elección de palabras.
Esto, como todo lo demás, no es más que un juego para ellos dos.
No me atrevo a responder a Hudson, sabiendo que las palabras me atraparán aún
más en su red. Sinceramente, estos hermanos míos son como la gravedad para mí:
implacables e ineludibles. Pero si me atrapan esta noche, no será sin la pelea de
nuestras vidas. Necesito saber que cuando ganen, cuando me lleven a su jeep e
iniciemos el viaje a la cabaña, no tenía otra opción. Cuando esté atada a ellos,
sabiendo que no me quieren de verdad, al menos tendré el consuelo de haber hecho
todo lo posible para evitar que esto ocurriera.
El cementerio no parece más que una extensión de oscuridad salpicada de lápidas
grises que brillan a la luz de la luna invernal. Es un lugar de silencio, donde los
susurros de los difuntos parecen perdurar en el viento. El escondite perfecto si
consigo perder a mis hermanos aunque sólo sea por unos instantes. Corro con más
fuerza, con las piernas ardiendo y el pecho agitado.
—¡Leila! —Hayden llama de nuevo, el sonido de su súplica agudiza la adrenalina
que me recorre.
—¡Déjenme en paz! —Grito sin volverme, con la voz quebrada por la emoción que
me esfuerzo en no mostrar a ninguno de los dos. La necesidad de escapar me
apremia y me empuja a seguir hacia delante.
Ya no los oigo, pero siento su presencia como una sombra que se cierne sobre mis
hombros. Este es un baile que los tres hemos hecho demasiadas veces: yo huyendo,
ellos persiguiéndome. Un juego retorcido con reglas que no entiendo y que
definitivamente nunca acepté.
Echo un vistazo por encima del hombro y observo el sendero oscuro que hay
detrás de mí. Las sombras se extienden largas y vacías; no hay rastro de Hudson ni
de Hayden. El alivio me inunda por un momento antes de que el miedo vuelva a
golpearme en el pecho. Podrían estar en cualquier parte, y probablemente más cerca
de lo que creo.
Mi pie toca el borde de la base de un mausoleo y caigo de rodillas. Sé que me voy
a raspar las manos y las piernas, pero ahora no parece importarme. Jadeando, me
pongo en pie y aprieto la espalda contra el monolito más cercano, un ángel de
mármol cuyo rostro está erosionado por el tiempo. Tiene el mismo aspecto que yo,
congelado y desdichado.
—¿Dónde mierda está? Se va a morir de frío. —La voz de Hudson parece lejana
ahora, amortiguada por la espesa cortina de robles centenarios que bordea el
cementerio. Los árboles se yerguen como estoicos vigilantes, sus ramas arañan el
cielo y se agitan con cada ráfaga de viento. Aunque no soy tan crédulo , todo resuena
en este lugar. Podría estar al otro lado de esta piedra.
—Leila... —El tono de Hayden ha cambiado. Su jueguito no está saliendo según lo
planeado, así que ha decidido ser más suave, engatusándome. Su voz está
impregnada de una intimidad que antes me atraía. Pero ya no.
Aprieto las palmas de las manos contra la fría piedra y desciendo hasta quedar
agachada, con la respiración condensada en vahos que suben perezosamente. Cierro
los ojos y me obligo a respirar más lenta y profundamente, tratando de calmar el
acelerado tamborileo de mi corazón.
Quédate escondida, me digo en silencio. Espéralos. Pero aunque intento calmar
mis pensamientos acelerados, sé que nada de eso importa. No descansarán hasta que
me encuentren, y esta vez los he enfadado lo suficiente como para pensar que
estallarán.
Me aprieto las rodillas contra el pecho, sintiendo la mordedura del viento que se
cuela por los resquicios de mi ropa. Estoy sola con los muertos, pero nunca me he
sentido tan viva. Cada uno de mis sentidos se agudiza por la emoción de la
persecución y el terror de ser atrapada por los dos únicos hombres que han tenido
mi corazón.
—Sal, Leila —dice la voz de Hayden, ahora más cerca—. Sabes que nunca te
dejaríamos aquí.
Mi teléfono suena con estrépito, y el sonido me revuelve el estómago mientras
resuena en el cementerio. Con dedos temblorosos, lo saco de la cinturilla de mi falda,
la pantalla iluminada con la palabra «Papá» parpadeando ominosamente. Respondo
porque, de todos modos, ya se ha acabado. Saben exactamente dónde estoy, y mi
cuerpo está demasiado cansado y frío para intentar huir de ellos por más tiempo, y
quizá sean un poco más benévolos conmigo si papá está al teléfono.
—Esto tiene que acabar —empieza papá sin preguntarme cómo estoy. Sabe
exactamente cómo estoy. Esos gigantes chismosos probablemente lo llamaron. La
voz de papá es severa e inflexible, lo que me indica que no me ofrecerá ningún
consuelo. Cree que me equivoco. Cree que estoy haciendo daño a sus hijos, y eso es
lo único que le importa—. Los gemelos me dicen que los estás evitando, y todavía
no estás de camino a la cabaña. Se está haciendo tarde, Leila.
—Los he llamado muchas cosas, pero mentirosos no es una de ellas —replico, con
un tono más agudo de lo que pretendía—. Llama a tus matones y diles que se dirijan
a la cabaña sin mí. Te prometo que te olvidarás de que no estoy allí. De todas formas,
tengo deberes con los que ponerme al día —digo porque supongo que la mentirosa
soy yo.
—Cariño —suspira, y odio ablandarme ante el apelativo cariñoso porque casi
puedo oír cómo sacude la cabeza—, es inevitable. Sólo te lo estás poniendo más
difícil a ti misma y a Hayden y Hudson.
—No me quieren, y lo sabes —insisto, y la determinación de mi voz oculta el
miedo que me atenaza. Lágrimas calientes y furiosas amenazan con derramarse de
mis ojos, y odio haber llegado a esto. Odio todo lo relacionado con esta situación.
—Hillcrest está vacío. No es seguro que te quedes allí sola. Tienes que volver a
casa con tus hermanos mayores —insiste, y no se me escapa la insinuación. Nuestra
conversación se interrumpe porque las únicas personas con las que no estoy segura
en este campus me han encontrado.
En un movimiento rápido, unas manos demasiado familiares y desagradables me
agarran y me levantan del suelo. Mi grito se atasca en la garganta cuando me alzan
contra el duro plano de un pecho, el olor a cuero y pino abruma mis sentidos.
—Te tenemos —murmura Hudson, su aliento caliente contra mi oreja mientras
Hayden aprieta con fuerza. Me quita el teléfono de las manos y lo único que puedo
hacer es aguantar y cerrar los ojos.
2
Leila

E
l viento azota como una banshee, rodeando las lápidas con dedos helados. Se
traga mi grito, dejando un eco hueco a su paso. Me agito contra el agarre
inflexible de Hayden, con la respiración entrecortada y desesperada.
—Deja de gritar —ríe Hayden sombríamente, y casi puedo sentir la sonrisa cruel,
mostrando sus dientes perfectos mientras aprieta con fuerza su agarre a mi cuello—
. Nadie va a oírte.
Los ojos de Hudson, verdes como el dosel más espeso de los árboles de hoja
perenne, se encuentran con los míos, y no veo piedad en ellos. Me quita el teléfono
y me habla con una frialdad que me hiela más que la brisa.
—Está bien, papá. Ya sabes lo dramática que puede ser Leila. —Su voz es una
cuchilla que corta cualquier esperanza que me pudiera quedar.
Le doy una patada a Hayden y mis zapatos escolares apenas le rozan. Gruñe, algo
primitivo y posesivo, y su otra mano me aprieta con más fuerza la boca. Mis labios
quedan atrapados entre sus dedos, amortiguando los ruidos de mi inútil resistencia.
—Ya basta —me dice Hudson bruscamente al terminar la llamada, y mi último
salvavidas se desvanece cuando arroja el teléfono al abismo de sombras que es el
cementerio de Hillcrest.
—Vamos a sentarla como es debido —dice Hayden con una mirada amenazadora
y me arrastra hacia una lápida que está helada debajo de mi falda cuando me coloca
sobre ella. Casi puedo oír las protestas de los muertos que hay debajo.
—Eres una niña muy traviesa por desobedecernos, Leila —se burla Hudson, de
pie ante mí y con los brazos cruzados. No grita, pero sus palabras calan más hondo
que si lo hiciera.
—No voy a ir con ustedes —escupo las palabras, saboreando la rebelión incluso
cuando el miedo se enrosca en mi vientre. No soy rival para ellos, y eso es lo más
frustrante de todo esto.
Hayden pone los ojos en blanco y hace un gesto a Hudson.
—Todavía cree que tiene elección.
Con dos rápidos movimientos, Hayden me separa los muslos y me baja las bragas
de un tirón. Antes de que pueda volver a gritar, me las mete en la boca,
silenciándome con el encaje hecho bola. La rabia me invade, más que la humillación,
y las lágrimas amenazan con derramarse.
—Silencio —se burla Hayden, y entonces siento una bofetada punzante en el
muslo, tan fuerte que me arranca un grito ahogado. Intento sacarme las bragas de la
boca con la lengua, pero Hayden me lanza una mirada de advertencia. Me hace saber
que si tiene que volver a metérmelas en la boca, se asegurará de que me ahogue con
ellas.
Hay un momento de pausa en el que sólo oigo el viento, y entonces el tacto de
Hudson se posa sobre la marca enrojecida que ha dejado Hayden. Al principio es
suave, un marcado contraste con la brutalidad de su hermano. Pero entonces sus
dedos se tensan y el dolor vuelve a florecer, un ardiente recordatorio del poder que
tienen sobre mí. Mi cuerpo me traiciona y tiembla, no solo por el frío, sino por darme
cuenta de lo profunda que es su obsesión. Y en algún lugar, bajo las capas de odio y
desafío, empieza a aflorar un deseo no deseado de que me toquen. Se retuerce en
junto con el dolor que anhelo por una ternura que sé que nunca vendrá de ellos.
La frialdad de la lápida se filtra a través de mi falda, helándome hasta los huesos,
pero no es nada comparado con el tacto de Hayden. Sus manos son enérgicas,
abriéndome las piernas con una rudeza que no deja lugar a protestas. Se arrodilla
ante mí como un caballero retorcido que rinde homenaje a una reina a la que está a
punto de destronar.
—Mírala —se burla Hayden, su voz cruda de perversa excitación mientras habla
sólo con su gemela—. ¿Ves lo mojada que está? La cosita asustada todavía nos
quiere.
La mirada de Hudson se clava en mí, y puedo ver la pregunta en sus ojos incluso
cuando la formula en voz alta.
—¿Te excita el miedo, Leila? ¿O somos nosotros, lo locos que estamos por ti?
Quiero escupir veneno, defenderme de sus salvajes acusaciones, pero tengo la
boca amordazada por la tela de mis propias bragas. En lugar de eso, se me escapa
un gemido, ahogado y lastimero, mientras Hayden me invade con un dedo grueso e
implacable.
—Joder —gime Hayden, y su dedo se mueve dentro de mí con una intensidad que
roza la violencia. La sensación es extraña, es mucho e insuficiente al mismo tiempo,
y me pierdo en una bruma de dolor y placer no deseado.
—Te dejaré reventarle la cereza —ofrece Hayden a su hermano, sacando su dedo
de mí y sosteniéndolo a la luz de la luna—. Pero quiero lamer su sangre virgen antes
de que te la folles. —El hambre en su voz es aterradora, pero no tanto como la idea
de que algo muy dentro de mí quiere que los dos me consuman.
Antes de que Hudson pueda responder a la proposición de Hayden, me agito
salvajemente, agitando los miembros en un intento desesperado por liberarme.
Pateo a Hayden, araño sus brazos, pero es como luchar contra la marea en la que
estoy destinada a ser arrastrada.
Las risas de mis hermanos atraviesan la noche, oscuras y divertidas consigo
mismos, pero puedo oír el enfado, la rabia que intentan mantener reprimida. Sé que
si realmente se dejaran llevar, probablemente no sobreviviría a lo que me hicieran,
todo porque no les digo lo que quieren oír.
—¿Qué deberíamos hacer para calentarla? —Hayden se burla de mí mientras
habla con Hudson. Hayden se lleva la mano a la boca, lamiéndose el dedo en lo que
debería ser un gesto lascivo, pero hace que mi coño se apriete, ansiando sentirlo
dentro de mí otra vez—. Sabes jodidamente increíble, hermanita.
Las fuertes manos de Hudson me agarran, tomando el relevo de Hayden, y de
repente estoy en el aire, colgada de su hombro como un saco de harina, y no se me
escapa que su palma descansa sobre mi culo, sujetándome la falda como si temiera
que algún fantasma pudiera mirar lo que es suyo. Eso es lo que pasa con Hayden y
Hudson Hillcrest. Sólo comparten entre ellos. Yo soy de su propiedad, y lo sentiría
por cualquiera que intentara poner a prueba esa teoría. El paso de Hudson es firme
mientras salimos del cementerio, y mi mundo se reduce al ritmo de sus pasos y a la
sacudida de la mano de Hayden en el dorso de mi muslo. Si no estuviera
amordazada, le diría:
—Genial. Esperaba que te unieras a nosotros. —Probablemente sea mejor si no
puedo hablar.
—Basta, Hayden. Tenemos que ponernos en marcha antes de que empiece a nevar
de verdad —dice Hudson, su voz inquietantemente calmada en medio del caos—.
Se está congelando.
—¿Y de quién es la culpa? Pasemos primero por la pista —sugiere Hayden con
una sonrisa malvada—. Quiero que se retuerza todo el camino hasta la cabaña. No
te pongas blando conmigo, hermano.
El miedo se me agolpa en el estómago al imaginar lo que me espera en la pista de
hielo. Los planes de mis hermanos siempre están llenos de tormento, y este desvío
no será diferente. Lo desconocido me da más escalofríos de los que podrían darme
los copos de nieve que empiezan a caer.
3
Hayden

E
l aire gélido de la pista de hielo me muerde la piel de la cara cuando entramos
y arranco las bragas de encaje de la boca de nuestra hermana. El eco de las
protestas de Leila rebota en los altos techos y el frío hormigón, y me pone la
polla más dura de lo que ya estaba. Necesito hundirme dentro de nuestra chica, y
pronto. Por mucho que me guste atormentarla, no quiero ir demasiado lejos y
arrepentirme. Mis botas crujen en el suelo helado, dejando huellas fugaces en la fina
capa de nieve que ha entrado por la entrada abierta. La tenue luz proyecta largas
sombras sobre la pista, convirtiendo las porterías de hockey abandonadas en
monstruos corpulentos que acechan en las esquinas. Sonrío con satisfacción porque
ahora mismo tiene que estar muerta de miedo, y eso es lo que va a hacer falta para
doblegarla. Quiere fingir que no nos quiere, que no nos ama, y eso no va a funcionar
conmigo.
La ira me invade de repente al pensar que ella niega lo que claramente hay entre
nosotros tres.
—Cállate —gruño, mi voz es un ruido sordo que compite con el viento que azota
fuera. Le aprieto la cara con la mano y siento el calor de su aliento en la palma—.
Cede y todo esto acabará ahora mismo. —Necesito que esto termine ahora mismo.
La necesito.
Los ojos de Leila son salvajes, desafiantes, pero también hay miedo, un miedo
delicioso y embriagador que saboreo. Es la única emoción real que nos ha
transmitido últimamente. Pone esa cara falsa e impasible para fingir que no puede
concebir la idea de estar con nosotros. Pero esto es real, tan jodidamente tangible. Es
un miedo que sólo Hudson y yo podemos darle. Nadie más se atrevería a tocarla. Es
nuestra para jugar con ella, para atormentarla.
—Oh Dios mío. Estoy harta de ustedes dos. Que te jodan, Hayden —dice, con
veneno en sus palabras, incluso cuando su cuerpo tiembla por algo más que el frío.
Leila golpea la espalda de Hudson, el único lugar al que puede llegar, y añade—. Y
tú también, Hudson. Tú eres el gemelo bueno y sabes que no debes comportarte así.
—La socarronería de su tono no hace más que acalorarnos, excitarnos más.
No puedo evitar la sonrisa retorcida que se me dibuja en los labios al oír sus
palabras. Soy el gemelo malo, y ella va a aprender a adorarlo. Este es nuestro juego,
nuestras reglas, y ella es solo un peón hasta que admita lo que ya sabemos. Ella nos
pertenece. Pero este juego no consiste sólo en controlarla: hay algo en llevarla al
límite que enciende un fuego dentro de mí, algo muy oscuro que sólo nuestra
hermana pequeña puede manejar.
La presencia de Hudson a mi lado es una fuerza silenciosa, su estatura casi rivaliza
con la mía, la confianza de su postura refleja la mía. Sin embargo, su agarre sobre
Leila es inflexible, de alguna manera la protege de mí y al mismo tiempo está
dispuesto a participar en su tortura. Leila tiene razón sobre Hudson. Yo soy el
exaltado de temperamento rápido, y él es el frío y lento. ¿Pero cuando se trata de
Leila? Se acabaron las apuestas.
—Mírate, tan feroz —me burlo mientras Hudson la pone en pie para que quede
frente a él. Nuestra hermana parece tan pequeña, empequeñecida entre nuestros
imponentes cuerpos. Mis dedos recorren su mejilla antes de abrirle la camisa blanca
de botones. El sonido de la tela al rasgarse es satisfactoriamente fuerte en la
silenciosa arena. Sus pechos se descubren, expuestos al aire frío, y no puedo resistir
la necesidad de tocarlos, de reclamarlos. Llevo todo el día planeándolo, ni siquiera
mi hermano sabe lo que le tengo preparado.
—La Navidad llegó antes de tiempo —murmuro, acariciando su carne, el contacto
abrasador a pesar del frío.
Reacciona como un animal acorralado, una fuerte bofetada que me pilla
desprevenido. Mi cabeza se inclina hacia un lado y un calor punzante me recorre la
mejilla. Oigo a Hudson reírse a mi lado, un sonido que es a la vez divertido y una
advertencia de que me detendrá si me pongo demasiado duro con ella. Debería estar
agradecida de que seamos gemelos y de que él sea tan sensato como es. Si
estuviéramos solos Leila y yo, la tendría sobre el hielo con la polla más adentro de
lo que probablemente pueda imaginar.
Instintivamente, me llevo la mano a la cara y me froto el lugar donde me ha tocado
con la palma. Me está dejando claro que cree en esa estúpida maldición. Me hace
saber que prefiere que la matemos a vivir en una relación sin amor. El dolor es
pasajero, pero la marca que ha dejado es un desafío, una línea de batalla trazada. Y
estoy demasiado dispuesto a cruzarla. Sus ojos brillan desafiantes, hermosos y
heridos—. Cede y todo esto acabará. —Mi voz es una amenaza en voz baja, pero ella
sabe que también es mentira. Nada acabará nunca entre nosotros.
Sus labios se separan para escupir veneno, pero es la brusca respiración de
Hudson la que capta mi atención. Su mirada se fija en algo más allá de mí, su calma
habitual rota.
—¿Cuándo has hecho esto? —pregunta con voz áspera. Puede que no conozca el
alcance de mi plan, pero me conoce lo suficiente como para comprender en qué
dirección se dirige esta noche.
Sigo su mirada para ver las luces de Navidad enclavadas junto a la entrada del
hielo, sus colores apagados pero insidiosos.
—Mientras estabas al teléfono diciéndole a papá que Leila se nos había escapado
—le digo, sonriendo ante su irritación. He agarrado algunas extensiones de del
armario de suministros y el montaje ha quedado perfecto: mi pequeña sorpresa para
darle un poco de brillo a nuestra Nochebuena.
Leila lucha contra el agarre de Hudson, arqueando la espalda como si creyera que
puede librarse de su destino. Mis ojos bajan para ver cómo sus tetas rebotan con el
movimiento. Es la mujer más perfecta que he tenido el placer de contemplar. Su
miedo es palpable, un delicioso aroma en el aire que me acelera el corazón. Estoy lo
bastante cerca como para sentir los latidos de su corazón palpitando en su pecho.
—La Navidad es tu fiesta favorita, ¿verdad? —murmuro, las palabras se deslizan
como una caricia mientras vuelvo a alcanzar sus tetas, gimiendo cuando llenan mis
grandes manos. Es tan suave, y ahora estaría caliente si no se hubiera pasado la
noche comportándose como una mocosa. Mis manos son ávidas cuando encuentran
los picos de sus pezones, retorciéndolos y tirando de ellos hasta que grita y se arquea
hacia mí. La mano de Hudson la rodea por la garganta, manteniéndole la cabeza
inclinada contra su pecho mientras la mira fijamente a los ojos entrecerrados.
Leila gimotea cuando me alejo deliberadamente de ella sin previo aviso.
—Considéralo ambientación —digo, agarrando la ristra de luces de Navidad que
yace descuidada junto a la entrada. Las luces parpadean con el movimiento,
proyectando un resplandor que, de algún modo, hace que el frío espacio parezca
más siniestro.
El frío se filtra por la pista, una caricia helada contra mi piel mientras entrelazo el
cordón de luces navideñas alrededor de las esbeltas muñecas de Leila. Ella se
retuerce, con los ojos muy abiertos por algo que podría ser miedo o furia, pero ya no
lo sé.
Con movimientos deliberados, Hudson y yo envolvemos a Leila en los hilos
brillantes, y ella se resiste, diciéndonos todas las palabrotas que se le ocurren. Me
estoy impacientando, y este juego no es tan divertido como pensé que sería cuando
lo preparé todo. Me estoy volviendo gruñón y molesto. Lo único que quiero es
tenerla en la cama, con entre los dos, para poder disfrutar por turnos de su cuerpo
dulce y flexible.
—Quédate quieta —gruño, tirando de las luces con más fuerza, la suficiente para
sujetar pero no para hacer daño. Hudson me mira, sus ojos brillan como hielo pulido
en la penumbra. Asiente una vez y sé que lo aprueba.
—Veamos si tienes el espíritu, Leila —dice Hudson, su voz burlona pero ribeteada
con algo más oscuro que siento en el alma—. Dinos que quieres pasar la Navidad
con tus queridos hermanos.
—Prefiero morir —escupe las palabras, mirándonos fijamente, y la rabia me
recorre todo el cuerpo.
—Cierra la puta boca —gruño, sintiendo su piel fría al tacto bajo mis dedos
mientras le agarro la barbilla con firmeza, haciendo que me mire.
—Admite que quieres pasar las Navidades con nosotros —me burlo, dando un
paso atrás para colocarme junto a Hudson. La miramos tumbada, enredada entre las
bonitas luces, sin más ropa que la falda y los calcetines hasta la rodilla. Tiene la
camisa y la americana abiertas y los pezones tan duros que casi me arrodillo para
meterme uno en la boca.
No puedo dejar que sepa cuánto poder tiene sobre nosotros, así que, en lugar de
eso, camino sobre el hielo, tomo los dos palos que dejé fuera y le lanzo uno a Hudson
antes de lanzar el disco sobre el hielo hacia él. Veo que se da cuenta en sus ojos. Me
fulmina con la mirada y golpea el disco con su palo hacia mí. ¿No quiere ser el
primero? Pues sí. Lo haré yo. Giro el stick hacia atrás y envío el disco por delante de
Leila. Veo cómo cierra los ojos y jadea.
Le lanzo otro disco a Hudson e intento que se anime.
—¿Prefiere morir a admitir que nos quiere? Mejor que sea una muerte memorable.
Eso es todo lo que hace falta para que se suba a bordo, y estamos disparando
discos alrededor de su forma atada. Cada disparo es preciso, calculado, nunca con
la intención de herir, sólo de intimidar. El miedo en sus ojos es real. Ha dejado de
agitarse y se queda quieta, resignada: o derrotada, no sé cuál de las dos cosas. Una
punzada de culpabilidad me corroe, inesperada e inoportuna. Me la quito de encima,
endureciendo mi resolución. Nos ha hecho enfadar y este es el precio que está
pagando. Podríamos estar ya en la cabaña, con las pelotas dentro de ella, pero ha
elegido el camino difícil.
—Basta —dice finalmente Hudson, su voz corta la tensión—. Tenemos que irnos.
Tiene razón. Es hora de poner fin a este retorcido juego, al menos por ahora. Pero
la emoción, el oscuro placer de tener a Leila a nuestra merced... es una sensación que
no estoy dispuesto a dejar escapar, todavía no.
4
Hayden

L
os copos de nieve bailan en el aire helado y se adhieren al rico tejido de mi
abrigo, derritiéndose casi tan rápido como aterrizan. Las zancadas de
Hudson a mi lado son largas y seguras, y sus botas hacen crujir la fina capa
de escarcha que ha empezado a cubrir el estacionamiento. Tiene los hombros tensos
y sé que se siente mal por lo que acabamos de hacerle a nuestra hermana.
—Vamos, lenta —digo por encima del hombro, con la mano de Leila en la mía.
Leila tiene los ojos clavados en el suelo mientras sus pies forcejean contra la
superficie helada en un intento desesperado por mantener el ritmo. Casi puedo
sentir su frustración rebotando como chispas de pedernal.
—Espera —jadea, pero ni Hudson ni yo hacemos caso a su súplica.
Entonces ocurre. Un leve resbalón, un suave aullido amortiguado por la nevada,
y cae. Instintivamente, giro sobre mis talones y la levanto antes de que caiga al suelo.
Mis brazos rodean su cintura y la levantan con facilidad. Es ligera como una pluma
y se siente frágil a pesar de lo luchadora que ha sido esta noche.
—Te tengo —murmuro, aunque ella se pone rígida en mi agarre como un ciervo
aturdido en medio de una autopista con mucho tráfico—. Relájate.
—¿Relajarse? —Hudson resopla, desbloqueando nuestro Jeep negro con un pitido
que corta el silencio—. ¿Qué esperabas? Le hicimos creer que íbamos a usarla como
blanco de tiro.
Sus palabras son secas, pero los bordes son lo bastante afilados como para rebanar
la espesa tensión que hay entre nosotros. Odio cómo retrocede ante mi contacto. A
veces, me gusta su miedo, incluso me encanta. Ahora no es uno de esos momentos.
Miro fijamente a mi hermano, flexionando la mandíbula mientras acomodo a Leila
en mis brazos y avanzo a zancadas hacia el vehículo. Su cuerpo permanece rígido,
una rebelión silenciosa contra el consuelo que intento ofrecerle. Quiero sacudirla,
hacerle entrar en razón: lo único que quiero de ella es su atención. ¿Su afecto tal vez?
Ya no sé qué mierda es. Sólo la quiero a ella.
—Se recuperará. Siempre lo hace —dice Hudson, pero no hay humor en su voz.
No es más que otra puñalada en una larga lista, otro recordatorio de la jodida
dinámica en la que nos hemos metido.
Me deslizo en el asiento del copiloto con cuidado de no empujar a Leila más de lo
necesario. El frío de su cuerpo se filtra en el mío y creo que en este momento por fin
me doy cuenta de lo duros que somos con ella. Necesito que vea lo mucho que
necesito esta cercanía con ella, aunque sea forzada.
—Sentimos haberte asustado —le confieso en voz baja, apenas audible por encima
del zumbido del motor del Jeep que cobra vida. Puedo hablar por Hudson, igual que
él puede hablar por mí. Sé lo que está sintiendo ahora mismo y, por la forma en que
me mira de reojo, sé que está sintiendo el arrepentimiento que desprendo.
—Claro —responde Leila, con un tono entre incrédulo y algo más. Resignación,
tal vez, o simplemente cansancio por haber luchado con nosotros toda la noche.
—Cree lo que quieras —digo, un poco más duro de lo que pretendía. Estoy
cansado de este juego, cansado de los empujones y tirones. Pero sobre todo, estoy
cansado de que se esconda de nosotros—. No tienes por qué creer lo que decimos,
pero en el fondo sabes que nadie te querrá nunca como nosotros —añado, sintiendo
cómo el calor vuelve lentamente a sus muslos bajo mis palmas.
—Deberías haberme hecho caso con lo de irte antes —refunfuña Hudson,
accionando interruptores, el salpicadero iluminándose como un árbol de Navidad,
como si de algún modo fuera a ayudarle a ver mejor la carretera.
Reprimo el impulso de responder. En lugar de eso, mis manos cobran vida propia
y se deslizan por los muslos de Leila, tratando de encender el calor allí donde está
congelada por nuestra culpa. Mis dedos son grandes y ásperos contra la suave piel
de sus piernas, mi tacto deliberado, tratando de provocar calor en su piel.
—Para, Hayden —susurra Leila entre dientes, retorciéndose para escapar de mi
agarre. Pero sus esfuerzos son débiles, como si el resto de su cuerpo conservara
energía y sucumbiera a mis caricias.
—Intento calentarte —digo, con la mentira pesando en mi garganta. Es más que
eso, es la necesidad de borrar el daño, de sacarla del borde al que la empujamos.
Tengo un temperamento explosivo que sólo Leila parece ser capaz de encender, pero
tocarla así me tranquiliza de una manera que no creo que pueda expresarle.
—Como si te importara —responde ella, pero su voz se quiebra, traicionando la
bravuconería que tan desesperadamente intenta aparentar.
—Puede que sí, Leila —admito, aunque no sé si es otra mentira o una verdad que
estoy empezando a comprender. Por fin entra el calor, un suave zumbido que se une
al rítmico golpeteo de los copos de nieve contra el parabrisas.
Hudson se concentra en la carretera, con la mandíbula desencajada mientras los
limpiaparabrisas se mueven de un lado a otro. Ya sé dónde tiene la cabeza. Los dos
somos un amasijo de frustración y no sé cuánto tiempo más va a poder seguir siendo
el gemelo bueno.
—Maldita sea, Hayden, podríamos haber evitado este lío —dice Hudson , pero su
enfado no tiene nada que ver con la nieve, y ambos lo sabemos.
—Llevémosla a la cabaña —respondo, apenas audible, mis manos siguen
moviéndose, creando fricción, un intento desesperado de ahuyentar el frío que
parece haberse metido en los huesos de Leila.
La nieve se adhiere a la ventana, un amasijo de polvo blanco, y siento a mi
hermana pequeña estremeciéndose contra mí. La acerco más, la agarro por la cintura
y la obligo a sentarse bien en mi regazo. Debe de estar recuperando fuerzas, porque
intenta zafarse de mí.
No tiene ni idea de lo cerca que estoy de estallar y arruinarlo todo.
—Compórtate —le gruño al oído—, o dejaré de intentar ser amable.
Los ojos de Leila brillan con desafío, una chispa que siempre me atrae.
—¿Agradable? —escupe la palabra como veneno—. Tu clase de amabilidad es un
puñal en el puto pecho, Hayden.
Sus palabras calan hondo, más hondo de lo que ella cree. Cree que estamos
obsesionados con ella a causa de la maldición, que podemos apagarla, encontrar a
alguien más a quien querer. Pero no es tan simple.
—¿Quieres que empiece a jugar con cuchillos? No me tientes, joder. —Siempre ha
sido algo más que deseo con Leila. Es necesidad. Es cruda e inflexible.
—Déjame en paz y la maldición desaparecerá. —Su voz contiene un temblor que
no puede ocultar.
—No hay nada que puedas hacer para cambiar lo que sentimos, Leila. —Le agarro
la cara, le aprieto las mejillas con los dedos y la obligo a mirarme. Mi corazón late
con sentimientos que no puedo controlar, y odio que ella no lo vea—. Tú eres la única
que puede hacer que este sentimiento desaparezca. Siempre ha sido diferente entre
tú y yo y entre tú y Hudson. Lo sientes, lo sabemos.
—¡Tú no me quieres! —Leila grita, la ira en sus ojos me hiere en el corazón, y
quiero estrangularla, para sacudir un poco de maldito sentido en ella. Nunca he
sentido nada por otra chica.
La giro bruscamente y la empujo hacia Hudson, cuyos ojos verdes se cruzan con
los míos en un gesto de silenciosa comprensión. Por la forma en que aprieta los
labios, veo que ha reaccionado a su declaración de la misma forma que yo. Rabia.
—Ya que parece que se te atraganta la verdad y nos cuentas mentiras —digo, con
voz áspera—, puedes atragantarte con otra cosa.
Las manos de Hudson sujetan el volante mientras Leila forcejea entre nosotros. El
aire está cargado de tensión y ella no da señales de retroceder.
El motor del Jeep zumba, un gruñido bajo que se desvanece en el fondo mientras
los dedos de Hudson desabrochan hábilmente sus vaqueros. Afuera, la nieve pinta
el mundo de blanco invernal, pero dentro no hay más que calor y furia.
—Agáchate —ordena Hudson, con voz áspera como la grava. Su mano está firme
en la nuca de Leila, presionando su cara hacia su polla palpitante y expuesta. Veo
cómo levanta las caderas y le mete la polla en la boca todo lo que puede. Debe de
haberle llegado al fondo de la garganta, porque Leila tiene arcadas y el sonido de
ahogo hace que mi polla se estremezca de excitación.
—Mala chica —la reprendo, con voz sombría al ver cómo se debilita su
resistencia—. Siempre mintiendo sobre lo que quieres. —Mis palabras son anzuelos
afilados, destinados a incitarla aún más. No me dará su suavidad, su amor, quiero
su ira.
Su cuerpo descansa sobre mi regazo y, con un movimiento, levanto el dobladillo
de su falda, exponiéndola a mi mirada.
—Mírate —murmuro, casi contemplativo—. Tan mojada para nosotros.
Los ojos de Hudson se cruzan con los míos, verdes como el bosque al atardecer.
—Le encanta que la tratemos como nuestro juguete —le digo lo bastante alto para
asegurarme de que oye cada palabra.
Una fuerte bofetada resuena en el reducido espacio y su piel se enrojece bajo mi
palma. Su grito ahogado se mezcla con el sonido de mi mano que desciende sobre
su piel sensible. Separo sus muslos con intención, mi tacto la marca. Me hipnotiza
ver su boca deslizándose por la polla de mi hermano. Hudson aparca el Jeep, incapaz
ya de concentrarse en nada que no sea la dulce lengua y los labios de nuestra
hermana.
—Joder, Hayden —gime Hudson mientras deslizo dos dedos bruscamente en el
calor de su sedoso y apretado coño—. Su boca... es tan jodidamente buena.
Noto su respiración entrecortada por la intrusión de mis dedos, cada temblor que
sacude su cuerpo cuando los introduzco más adentro, más ásperos. Sus paredes se
estrechan a mi alrededor, y me da poder saber que puedo desentrañarla por
completo. Hudson le folla la garganta con rudeza, con la mano retorciéndole el
cabello. Cada vez que llega al fondo de su garganta, su coño se aprieta aún más
alrededor de mis dedos.
—Las chicas malas no se corren —le recuerdo, con voz de acero envuelta en
terciopelo, mientras retiro los dedos del calor resbaladizo de su núcleo, dejándola
hueca, deseando más de nosotros.
—Trágatelo —grita Hudson cuando se libera y su agarre se hace más fuerte para
mantenerla en su sitio. Termina en unos instantes, pero esos instantes se extienden
largos y tensos entre nosotros. Cuando Hudson termina, Leila se desploma, agotada
y rota, con la respiración entrecortada por sollozos que cortan el silencio.
—Ven aquí —le digo suavemente, levantándola para que se siente en mi regazo.
Es una marioneta con las cuerdas cortadas, con la cabeza apoyada en mi pecho y los
ojos cerrados. Su agotamiento es palpable, su espíritu se ha apagado de una forma
que odio y deseo al mismo tiempo.
La rodeo con mis brazos y la estrecho, sintiendo el sube y baja constante de su
pecho contra el mío. Es una paz frágil, su rendición, y la respiro como si nunca más
tuviera la oportunidad de hacerlo.
5
Hudson

L
a nieve amortigua nuestros pasos mientras caminamos hacia la cabaña.
—Parece que solo está papá —murmuro, mientras observo el amplio
camino de entrada en el que solo hay un F-150 negro que debe de estar aún
caliente porque la nieve se derrite en cuanto cae sobre su brillante exterior.
Es Nochebuena, así que la entrada debería estar llena de coches. Nuestra familia
debería haber llegado antes, mucho antes de que empezaran a caer los copos.
—Tal vez no pudieron atravesar la ventisca. —La voz de Hayden es sin entonación
y bien podría haber usado comillas. Estoy demasiado enfadado y frustrado para
discutir con él sobre lo mal que estaban o no las carreteras.
—O quizá no querían tratar con ustedes —bromea Leila, y su descaro corta el
pesado silencio. Se ha descongelado desde el viaje en coche, con las mejillas
sonrojadas por el calor, o tal vez sea un efecto secundario de hasta qué punto le he
metido la polla hasta el fondo de su bonita garganta. Mi polla salta al recordarlo. Eso
es lo que pasa con nuestra hermana, nada es nunca suficiente. Estoy listo para el
segundo asalto.
La mano de mi hermano se cierra alrededor de la garganta de Leila, rápida y
dominante. Ella jadea, un sonido entre la sorpresa y algo más oscuro. Mis propias
manos me traicionan y se dirigen hacia ella, , rozando la tela hasta encontrar la suave
piel que hay debajo. Su respiración se entrecorta cuando la cubro, una caricia
posesiva que la calma y la reclama a la vez. Hayden la mira, pero no pronuncia
palabra.
—Compórtate —le susurro al oído, mis dedos meticulosos mientras abotono su
americana para cubrir su blusa rota—. Papá no necesita ver esto... a menos que
quieras que te castigue delante de él. —Sus músculos se relajan bajo el agarre de
Hayden y mi tacto, mostrándonos su sumisión sin luchar. La estamos cansando, y
tengo sentimientos encontrados al respecto, y no tengo tiempo para explorarlos.
—Eso es lo que pensaba —digo, presionando un beso en su esbelto cuello y
aspirando profundamente su dulce aroma. Dios, es embriagadora. Adictiva. Por
mucho que nos dé, nunca será suficiente.
Cuando por fin entramos en la cabaña, el calor nos golpea en la cara. La puerta se
cierra con un ruido sordo y, a pesar de que la cabaña está vacía, se ha engalanado
para las fiestas con guirnaldas y luces esparcidas por las amplias vigas de madera.
—Acogedor —comenta Hayden secamente, su voz rebota en las paredes de
madera—. Papá debe haber tenido a su sabor de la semana decorado sólo para
nosotros. —No respondo, pero Hayden y yo pensamos lo mismo. El hecho de que
los tres estemos aquí solos no tiene nada que ver con el tiempo. Esta reunión fue por
el gran designio de Royce Hillcrest, quien, para ser justos, nos dijo a Hayden y a mí
que si no arreglábamos las cosas con Leila, intervendría.
Mis ojos recorren la cabaña y oigo el parpadeo de las llamas de la estufa de leña.
Ruge con vida, crepitando y estallando. Hayden se escabulle por la puerta que da a
la cocina, intentando ver si se encuentra a papá.
—Parece que papá se ha puesto cómodo —digo, manteniendo el tono uniforme,
pero miro a Hayden, tratando de decidir si tenemos que volver al Jeep y regresar a
la escuela. Papá está cansado de nuestras tonterías con Leila, y no sé qué tiene
planeado, y a estas alturas, es una posibilidad al cincuenta por ciento de que me
guste.
Leila está al tanto de lo que pensamos porque su repentino silencio es muy distinto
del que mostraba en el colegio. Los ojos de nuestra hermana recorren la habitación,
quizá buscando una vía de escape. No me sorprendería que acabáramos teniendo
que perseguirla por el puto bosque bajo una tormenta de nieve para completar la
velada. La veo morderse el labio inferior antes de recuperarse rápidamente,
enmascarando sus emociones.
Alargo la mano, mis dedos encuentran los suyos y los entrelazo con deliberada
delicadeza. Me mira con los ojos muy abiertos y absolutamente incrédula, como si
cuestionara mis intenciones.
Lo único que puedo hacer es apretarle la mano, y sus dedos se flexionan
involuntariamente como si ella también quisiera aferrarse a mí. Se le pasa enseguida
e intenta apartarme la mano. Aprieto más fuerte y entrecierro los ojos mientras la
miro. Quiero esto. Lo necesito ahora mismo.
—¿En serio, Hudson? —Hay un matiz de desafío en su susurro, y algo me hace
sentir mejor por cómo la he tratado esta noche.
Frunzo el ceño, aprieto su mano y dejo que mi pulgar recorra los bordes de sus
nudillos.
—Déjame —susurro. Mi contacto no pretende ser posesivo, no esta vez. Es una
súplica, una petición silenciosa de algo más profundo.
—¿Esto es parte de tu juego? ¿Tratas de que baje la guardia? —Su voz tiembla,
traicionando su bravuconería.
—Leila, sabes que no es sólo un juego —digo, con palabras apenas audibles por
encima del fuego crepitante. El corazón me martillea el pecho, pero mantengo la
compostura. Sé que Hayden la necesita como yo, pero no estoy seguro de cómo se
sentiría con lo que estoy haciendo ahora. No mostramos delicadeza a Leila, al menos
no el uno frente al otro, pero ahora mismo, esto es lo que necesito de ella.
—Podrías haberme engañado —responde ella, pero no hay verdadera lucha en su
voz, sólo resignación.
—Escucha... —Se me hace un nudo en la garganta al pronunciar la palabra, y mi
rabia por su desafío se enfrenta al hambre que me recorre cada vez que estoy cerca
de ella. Empieza a hablar de nuevo, pero la interrumpo.
—Silencio. —Le pongo un dedo en los labios para acallar sus protestas. Cada
célula de mi cuerpo pide a gritos su contacto. Quiero perderme en ella ahora mismo,
aunque ella no crea que sea sincero. Cuanto más se resiste, más me enfurezco, así
que intento mantener la calma. Cuanto más me altere, más rápido se unirá Hayden—
. Esperemos a papá —digo en voz baja, con la esperanza de que oiga lo que hay
debajo de las palabras, la necesidad que va más allá de lo que ella cree que es esto.
—Está bien —concede, y su mirada se dirige al punto en el que nuestras manos
están unidas. Sus dedos se relajan y encajan en los míos como piezas de un
rompecabezas perdidas.
—Gracias —digo, más para mí mismo que para ella. Durante un breve instante, el
ansia cede, sustituida por el consuelo del tacto de mi hermana. Pero es efímero,
porque en el fondo sé la verdad. Puede que Leila nunca me quiera, puede que nunca
quiera a Hayden, de la forma que necesitamos. Y darme cuenta de eso es como un
corte en el corazón.
—Está en el salón y parece jodidamente cabreado —dice Hayden bruscamente,
volviendo a entrar en la habitación. No me pierdo la forma en que sus ojos se dirigen
a la mano de Leila en la mía. No estoy seguro de lo que espero. ¿Celos? Lo único que
veo en sus ojos es deseo y, aunque nunca me lo ha dicho, sé que le gusta verme con
nuestra hermana.
En silencio, pasamos al salón, y Leila intenta apartarse de mí cuando vemos a
nuestro padre de pie, rígido junto a la ventana, con un vaso de líquido oscuro en la
mano. Se dará la vuelta y nos saludará cuando esté listo, y me imagino lo mucho que
nos va a reñir. Miro a mi hermana con el ceño fruncido, el gesto me hace sentir algo
dentro de mí. Mi pulgar traza círculos en su mano, calmándola a ella y a la bestia
que llevo dentro y que la desea de todas las formas imaginables.
—Deja de mirarme así —le digo, con la rabia hirviendo a fuego lento bajo la
superficie. Es una batalla mantener un tono uniforme, no dejar que vea lo mucho
que me afecta.
—¿Cómo qué? —Su voz es más suave ahora, menos segura.
—Como si sólo fuera tu verdugo. —La admisión me quema en el pecho, y supongo
que es una especie de confesión. La deseo de un modo que no puede saciarse con la
fuerza o el miedo, y por desgracia para los tres, esas son las únicas tácticas que
Hayden y yo conocemos.
—¿No es eso lo que eres? —No se aparta, pero sus palabras escuecen como una
bofetada.
—A veces... Mi agarre se tensa antes de obligarme a aflojar—. Pero no siempre.
—Entonces, ¿qué eres para mí, Hudson? —pregunta, su mirada busca en la mía
una verdad que temo decir en voz alta.
—Es complicado —exhalo, la palabra me parece inadecuada, pero es otra
desgracia porque es la única que tengo ahora mismo.
—Complicado no es ni por asomo —replica, pero hay un temblor en su risa, una
vulnerabilidad que rara vez muestra.
—Leila —empiezo, el nombre es una súplica y una reprimenda a la vez—. Incluso
cuando estoy enfadado, yo... —Mis palabras titubean porque no es así como muestro
mi enfado. Este toque delicado no es la rudeza a la que estamos acostumbrados, y
sin embargo es lo que anhelo.
—Para —susurra, pero no hay fuerza detrás, no hay deseo real de que me retire.
—No puedo —admito, odiándome por la confesión—. Odio querer estas
pequeñas comodidades contigo. —Hay una suavidad en mi voz que me resulta
extraña, vulnerable.
—Entonces, ¿por qué hacerlo? —Su pregunta es válida, y la respuesta debería ser
sencilla, pero nada de lo que hacemos los tres es sencillo.
—Porque lo necesito —le digo, diciéndole por fin toda la verdad—. Y también
odio eso.
Las crepitantes llamas de la estufa de leña proyectan sombras danzantes sobre las
paredes de la cabaña, pintando una escena de rústica calidez que desmiente la
tensión que me atenaza por dentro. Casi puedo saborear el aroma ahumado
mezclado con el olor añejo de la madera y el cuero. Hayden está a mi lado, nuestros
cuerpos rígidos cuando nos encontramos cara a cara con nuestro padre, que por fin
se da la vuelta.
—Buenas noches, chicos —nos saluda, su voz tiene el timbre suave y rico que
habla de la autoridad perfeccionada a lo largo de los años de legado de Hillcrest. Su
mano sostiene una copa de brandy, cuyo líquido ámbar se agita con cada paso que
da hacia delante y hacia atrás frente al fuego.
—Padre. —La palabra me aprieta la lengua, un reconocimiento mordaz. Mi
mirada se desvía hacia Leila, cuyo pecho sube y baja con respiraciones superficiales;
el desafío de sus ojos no alcanza su postura: los hombros ligeramente encorvados,
como preparándose para el impacto.
Sus ojos, dos pozos gemelos de discernimiento, pasan de Hayden a mí y luego a
Leila, deteniéndose en ella el tiempo suficiente para que el aire que nos separa se
vuelva más denso. Con un suspiro que parece brotar de lo más profundo de su ser,
sacude ligeramente la cabeza antes de dar un trago deliberado a su vaso.
—¿Hasta qué punto la has herido esta vez? —Su tono no es acusador, pero el
trasfondo de decepción es inconfundible. Corta más profundo que cualquier hoja.
—Leila puede ser... testaruda —digo, con voz inestable. Es un débil intento de
desviar la atención de la verdad de lo que hicimos esta noche. El cementerio. La pista
de hielo. Parar para poder ahogarla con mi polla.
—La terquedad no es el problema aquí, Hudson. Y lo sabes. —Papá hace una
pausa y me lanza una mirada que me hace perder la compostura—. Cuanto más
luches contra tus sentimientos por ella, menos controlarás tus emociones. Tu
temperamento... con Leila, específicamente.
—La puta maldición no es real. Se cree esa mierda por ti y por lo que dices, y por
eso no quiere... —murmura Hayden, moviéndose incómodo a mi lado. Sus dedos se
crispan, igual que cuando tiene ganas de pelea o de meter un disco en la red.
—Vigila tu tono, Hayden. —La respuesta de mi padre es tajante, y aprieta la
mandíbula, señal inequívoca de que espera algo mejor de nosotros.
Trago saliva con fuerza, dividido entre el impulso de defender nuestras acciones
y el peso de la culpa que me ancla los pies al suelo. Hemos sido bruscos, demasiado
bruscos, y eso me corroe incluso cuando la necesidad de Leila se enrosca con fuerza
contra mí. No le gusta que Hayden y papá discutan, sobre todo porque es como echar
gasolina al fuego entre los dos.
—Lo intentamos. Lo sentimos —murmuro, apenas audible por encima del
chasquido y el silbido de los troncos ardiendo. La palabra me resulta extraña y
desconocida.
—Las disculpas son un comienzo. —Las palabras de nuestro padre son cortantes,
pero su mirada se suaviza ligeramente cuando se vuelve hacia las llamas,
observando cómo consumen la madera.
En el silencio, siento el calor de la presencia de Leila, la atracción magnética que
ejerce sin siquiera intentarlo. Otro sorbo de brandy desaparece por la garganta de
papá, y percibo la advertencia tácita en la acción: estamos pisando hielo fino, y se
está resquebrajando bajo nuestros pies.
6
Hudson

H
ubiéramos llegado antes, pero tuvimos que sacar a Leila del hielo. Ya
sabes lo mucho que le gusta el hockey —la voz de Hayden corta la
— tensión, su silueta enmarcada contra las ventanas esmeriladas de la
cabaña—. Fue un bonito partido de dos contra uno. —Me sonríe cuando empiezo a
negar con la cabeza. Si alguien sabe cómo empeorar una situación, ese es Hayden
Hillcrest.
La risa de Leila es aguda y tan mordaz que atraviesa el silencio que la sigue. Sus
ojos, brillantes de desafío, se encuentran con los de nuestro padre.
—Me ataron con luces de Navidad y me dispararon discos en la cara —dice con
desprecio.
Veo cómo Hayden se sirve un trago y el líquido ámbar se refleja en la luz del fuego.
La mira fijamente mientras levanta el vaso y aprieta los músculos de la mandíbula.
—Ninguno de ellos estuvo cerca de golpearte —replica.
La mirada de mi padre se desplaza entre nosotros, su decepción es tangible.
—Déjalo ya, Hayden —me ordena, con una nota de firmeza en la voz. Aún siento
la mano de Leila entre las mías, su pulso acelerado contra mi piel. Es una conexión
que quema, abrasadora e innegable.
Se aclara la garganta y me doy cuenta de que está a punto de contarnos lo que va
a pasar esta noche.
—He cancelado la Nochebuena con la familia —dice, y sus ojos se desvían
brevemente hacia nuestras manos entrelazadas antes de posarse en las llamas
danzantes—. Los demás lo celebran en otro sitio.
Hayden y yo intercambiamos una mirada, preguntas tácitas pasando entre
nosotros. Padre continúa:
—Yo arreglé esto. Quería que estuvieran a solas con ella. —Su significado flota en
la habitación, pesado como los troncos que crepitan en la estufa.
Sola. La palabra resuena en mi mente. La cabaña, que una vez fue nuestro
santuario, se siente ahora como una arena donde nuestros deseos chocarán
definitivamente, sin control y peligrosamente.
—Ustedes dos van a convencerla de que sea más agradable, o voy a tener que
intervenir. No quiero que me vuelvan a llamar para decirme que andas por el
campus arrastrándola como si fuera tu muñeca de trapo. —La voz de mi padre me
hace retroceder y asiento con la cabeza, la acción es automática, pero mis
pensamientos son un torbellino.
¿Qué quiere decir exactamente con intervenir?
—Bien. —Un asentimiento final de su parte, y sé que la noche ha dado un giro.
—¿Conoces a tu hija? —pregunta Hayden, claramente exasperado mientras deja
su vaso vacío—. Si le decimos que haga algo, hará lo contrario aunque le duela sólo
para fastidiarnos.
La mirada de Leila, amplia y rebosante de una mezcla de desafío y miedo, se cruza
con la mía, pero sus labios se separan para lanzar otra réplica mordaz a Hayden.
Antes de que pueda soltar las palabras, la voz severa de mi padre rompe la tensión.
—Basta —dice papá, dejando el vaso sobre la chimenea con un ruido sordo que
indica el final—. Hudson, su chaqueta. Ábrela.
Se pone rígida a mi lado, con la respiración entrecortada.
—Yo…
—Silencio, Leila —ordena padre, su tono no admite discusión—. Sólo voy a aclarar
algo.
Su protesta muere en su garganta cuando mis dedos, temblorosos sin ganas y de
algo más oscuro, se mueven hacia los botones de su americana. Uno a uno, se cuelan
por los agujeros, revelando el desaliñado estado de su camisa blanca: rota, tirante
por las costuras, dejando al descubierto sus tetas, estropeadas por nuestros juegos
bruscos. Se me revuelve el estómago al ver las ronchas rojas, los moretones que
florecen como flores perversas en su piel cremosa. No sé si se lo hemos hecho
nosotros o si se lo ha hecho ella misma por huir de nosotros.
—Joder —murmura Hayden en voz baja, moviéndose sobre sus pies como si
estuviera luchando contra el impulso de acercarse, arrodillarse y cogerle el pezón
entre los dientes. No lo culpo. Estoy luchando contra los mismos sentimientos. La
lujuria nubla los ojos azules de Hayden y noto que a Leila se le corta la respiración.
Me encanta la conexión que tiene con Hayden y, en este momento, no deseo otra
cosa que ver cómo la devora.
—Eso es jodidamente ridículo. —Padre hace un gesto a las marcas que le hemos
dejado—. Si no intervenía esta noche, ¿cuánto tiempo iba a durar esto? —Cuando
ninguno de nosotros contesta, padre mira fijamente a Leila—. Pararían si te
sometieras a ellos. —Siento que Leila se pone rígida ante sus palabras.
—Eso no es verdad, y lo sabes. —Papá mira fijamente a Leila, ninguno de los dos
mueve un músculo. Incapaz de resistir la atracción que su cuerpo ejerce sobre el mío,
levanto la mano hacia su pecho, sintiendo su peso, su calor. Su pezón se endurece
contra mi palma y lo rodeo entre los dedos, con más dureza de la que pretendo.
—Hudson, ¡para! Papá, por favor. Haz que paren —dice Leila con la voz apagada
y las mejillas encendidas. Pero no es solo la vergüenza lo que tiñe su rostro; también
hay rabia y algo más que no puedo nombrar.
—La vergüenza no te sienta bien, niña —reprende papá—. Te desean, ¿no lo ves?
De tocarte, de reclamarte. Mírame a los ojos y dime que no quieres a tus hermanos,
y yo mismo te llevaré de vuelta al campus esta noche.
—¿Qué? —Hayden suelta un chasquido, pero papá le hace un gesto para que se
vaya.
—No puedes decirme eso sinceramente, ¿verdad? —le pregunta papá a Leila. Para
mi sorpresa, ella no dice que no nos quiere. No dice nada en absoluto. En lugar de
eso, levanta la barbilla en señal de desafío, y yo no puedo evitar deslizar la mano por
su vientre plano y volver a subir para amasarle los pechos de nuevo. Papá mira
fijamente a Hayden y luego se vuelve hacia mí antes de decir—. Tienen que resolver
esto o acabará mal. Y Leila —se vuelve hacia ella—, deja de pelear con ellos. Deja
que te cuiden como sé que quieren.
Ninguno de nosotros responde a la advertencia de papá, y sus ojos se centran en
mis dedos tirando del pezón de mi hermana. Se aclara la garganta y hace un gesto
con la cabeza hacia Hayden antes de ordenar:
—Revísala. Si quiere fingir que no quiere tener nada que ver con ustedes, vamos
a ver hasta qué punto es verdad.
Hayden parece descender ante nosotros como un poseso, las manos rozando los
muslos de Leila mientras ella se retuerce, tratando de eludir su tacto.
—No te muevas —le digo en voz baja, agarrándola con más fuerza mientras sigo
manoseándole el pecho, pellizcando el tierno pico.
—Ah, joder —gime Hayden, metiéndose entre sus piernas, su cabeza
desapareciendo bajo el dobladillo de su falda—. Mojada. Siempre tan jodidamente
húmeda para nosotros. —Hayden sonríe, agarrando los muslos de Leila mientras
ella intenta darle una patada.
—Incluso cuando se rebela —observa padre, con un deje de satisfacción en la voz.
La silueta de mi padre se perfila entre las vacilantes llamas de la estufa de leña.
—Mañana —la voz de mi padre es ronca, con una advertencia que me produce un
escalofrío a pesar del calor del fuego—. Ese es tu plazo. Resuelve esto o Leila irá con
alguien que pueda ocuparse de ella.
Sus palabras son una bofetada fría y no dejan lugar a discusión. No mira atrás
mientras se dirige a la puerta con sus pesadas botas golpeando el suelo de madera.
A cada paso, el peso de su ultimátum se asienta más sobre nosotros.
—Se hará. Nadie tocará nunca lo que es nuestro —dice Hayden, con los ojos
clavados en la nuca de papá.
—No puedes seguir haciéndole daño —dice padre sin girarse, con la mano en el
pomo de la puerta—. Acabarás matándola y entonces tendrás que vértelas conmigo.
¿Entendido?
—Entendido —murmura Hayden, la palabra cortando la tensión.
La puerta se cierra detrás de él y, en cuanto el pestillo cae en su sitio, el cuerpo de
Leila se convierte en un cable en tensión que se agita contra nuestro agarre, luchando
por la libertad que tanto ansiamos y que tanto tememos dar.
—¡Maldita sea, Leila! —La maldición de Hayden es un gruñido mientras
luchamos por contener su feroz espíritu. Me siento bruscamente y Hayden me sigue.
Mis manos rodean a nuestra hermana y la inmovilizan en el sofá hasta que se
desparrama sobre nuestro regazo.
—Deja de moverte —le ordeno, pero no hay mordacidad en mi tono, sólo una
súplica desesperada disfrazada de autoridad de lo que me estoy dando cuenta.
Leila se agita, su respiración entrecortada, su piel enrojecida por nuestro contacto
y su lucha. Siento su pulso acelerado bajo mis dedos, el ritmo frenético sincronizado
con la agitación que se agita en mi interior.
—Suéltame. Déjame ir y no tendrás que volver a verme. No estaré en la escuela
para incitarte. Por favor, déjame ir para que no me entregue a uno de sus jodidos
amigos.
—¡Basta! —La voz de Hayden chasquea como un látigo y, por un momento, Leila
se queda quieta, claramente sobresaltada—. Tienes una noche para aceptar la idea
de estar con nosotros. No hay otra opción para ti. Eres nuestra y se acabó el joder —
dice Hayden, y puedo oír el pánico en su tono. Intenta parecer seguro de sí mismo,
pero está preocupado y, para ser sincero, yo también.
No hay respuesta de nuestra hermana pequeña, sólo el sonido de nuestra
respiración entrecortada y el crepitar de la estufa de leña.
7
Hudson

E
l calor irradia del cuerpo de Leila mientras la extendemos sobre nuestros
regazos. Vuelvo a posar mi mano sobre su trasero redondo y firme, y el
sonido resuena. Sus pechos se aprietan contra mi regazo y, aunque deseo que
la suave carne llene mi otra mano, me conformo con rodear su delicado cuello con
los dedos. Es jodidamente perfecta..
—Deja de pelear —le gruño, con la voz tensa por un hambre que creo que nunca
podré calmar. Ni siquiera si hace exactamente lo que le pido. Le doy una bofetada
en la otra mejilla desnuda, lo que hace que se sacuda en nuestro abrazo, apretando
las tetas contra mi dura polla.
La respiración de Hayden se entrecorta a mi lado cuando su dedo se introduce en
su coño sin previo aviso, áspero e inflexible.
—Suéltame, Leila. Deja que ocurra —gruñe, su orden corta la tensión como una
cuchilla de patín sobre hielo fresco.
Nuestra hermana se retuerce y se resiste a que la sujetemos, y una parte de mí no
quiere que pierda su espíritu ardiente. Su lucha alimenta nuestro deseo por ella. Soy
muy consciente de que esto no es más que una danza retorcida entre los tres en la
que cada movimiento aviva más las llamas.
—¿Quieres saber en quién pienso cuando haces que me corra? —Leila escupe las
palabras, una especie de deseo de muerte que no le concederemos. Noto que Hayden
se tensa y lo fulmino con la mirada, diciéndole en silencio a mi hermano que
mantenga la compostura. La partiría por la mitad antes de dejar que otro hombre la
tocara, y ella lo sabe. Está jugando con él como si fuera un violín.
Ni siquiera nos mira a Hayden ni a mí, pero está en sintonía con nosotros para
saber que estamos luchando por mantener la compostura. Se ríe, pero no hay humor
en su voz. Los ojos de Hayden se iluminan y saca el dedo de su apretado agujero. Le
agarro la mano, doblo todos los dedos menos el índice y el corazón y se los meto con
fuerza.
—Te está jodiendo. Sólo piensa en nosotros. Sigue follándole el coño con los dedos.
Haz que se corra —gruño, apretando más fuerte su cintura. Noto los temblores que
recorren su cuerpo, los músculos contraídos que delatan la delgada línea que separa
su rebeldía de su liberación.
—Jódanse los dos —escupe, con la voz temblorosa de rabia y placer.
—Respuesta equivocada —digo apretando los dientes, con mi propia excitación
palpitando contra su pecho. Sé que puede sentirlo, lo mucho que la necesito ahora.
—Cede —insiste Hayden, su voz una oscura orden que serpentea alrededor de su
resistencia, buscando deshacerla por completo.
La respuesta de Leila es sólo un sonido gutural, mitad gemido, mitad rechazo, y
resuena en lo más profundo de mí, haciéndose eco de cómo se siente mi alma en este
momento.
Siento la impaciencia de Hayden reflejando la mía, un entendimiento silencioso
que pasa entre nosotros mientras navegamos en este juego con la única chica que
puede hacernos sentir por fin completos.
—Suéltame —dice Leila jadeando dulcemente, con otro intento desesperado de
liberarse de nuestras garras.
—Nunca —vuelvo a darle una palmada en el culo, ahuecando la mano sobre la
carne roja y empapándome del calor que irradia de ella.
El sonido rítmico de los largos dedos de Hayden follándola dentro y fuera se
desvanece en un segundo plano mientras me centro en el sonido que hace Leila
cuando sus esfuerzos se agotan, sus respiraciones salen en tirones agudos y
entrecortados.
—Dios, está muy apretada —murmura Hayden, con la voz impregnada de lujuria
mientras retira los dedos despacio, con determinación. Se los lleva a los labios, clava
los ojos en los míos y chupa, profunda y complacientemente.
No puedo apartar la mirada de ese espectáculo; siento como si una cuerda se
tensara dentro de mí, a punto de romperse.
—Lo más dulce que he probado nunca —añade, con los ojos brillantes de
satisfacción. Ella se queda casi inmóvil, agotada de luchar contra nosotros.
Mi mano se mueve por sí sola y separa el culo de Leila, dejándolo a la vista. El aire
está cargado de deseo, el aroma de su excitación se mezcla con el almizcle de la
nuestra.
—Estoy deseando follarme todos los agujeros de su cuerpo —confieso, como si
Hayden no hubiera pensado lo mismo una y otra vez desde que Leila empezó a
evitarnos.
Hayden gruñe de acuerdo, el sonido vibra por toda la habitación.
—Es perfecta —admite, aunque en su tono hay una sombra de algo más: un
amargo reconocimiento de su desdén por nosotros.
—Incluso si nos odia —añado a lo que él no ha dicho, las tres últimas palabras
colgando entre nosotros. Mi polla palpita y está dolorosamente dura, como si
quisiera corroborar mi afirmación. Es un dolor crudo que exige atención, que la exige
a ella.
El dedo de Hayden vuelve a su lugar en su entrada, deslizándose de nuevo dentro
con una facilidad que me demuestra lo mucho que nuestra hermana nos quiere
dentro de ella. Su coño se envuelve alrededor de él, y entonces él empuja hacia
adelante tan lejos como puede. Como si me hubiera leído el pensamiento, lo saca del
coño y se dirige a su culo, penetrándola hasta el primer nudillo, y por la forma en
que me mira con los ojos desorbitados, sé que hasta ahí es capaz de llegar.
No me jodas.
Verla, tan vulnerable y tan malditamente desafiante, es una embriaguez que no
podemos negarnos, aunque ella nunca cumpla del todo.
—Mi cuerpo reaccionaría si alguien me tocara. Déjenme ir —gruñe, el veneno de
su voz choca con el temblor de sus extremidades mientras se agita debajo de
nosotros, una criatura salvaje atrapada en nuestra trampa. Su demanda es feroz,
desesperada, y al final no importa porque sabemos que miente. Ella retrocede ante
otros hombres de una manera diferente a como lo hace ante Hayden y ante mí. Odia
no odiarnos, y eso sólo nos estimula.
—¿Qué te dije sobre mentir, Leila? —Le agarro la garganta porque está poniendo
a prueba mi paciencia, y ya estaba agotada.
—¿Crees que papá encontrará a alguien mejor para ti? —Las palabras de Hayden
gotean sarcasmo, sus ojos azules brillan con oscura diversión mientras saca el dedo
de ella y le da una palmada en el culo con rudeza, y luego la empuja para que caiga
al suelo—. Vamos, pequeña mentirosa. Pareces sedienta —dice Hayden, flexionando
la mandíbula, y eso es lo que me dice que está en su cabeza pensando en lo que ella
ha dicho. Nadie la ha tocado nunca excepto nosotros; ninguno de los dos lo
permitiría. Romperíamos huesos, cortaríamos gargantas, haríamos lo que hiciera
falta si alguien intentara arrebatárnosla, y eso incluye a nuestro padre. Nada se
antepone a Leila en nuestras mentes. Pero escuchar las palabras de su boca lo tiene
jodido. Sé cómo funciona Hayden, y si intento calmar su temperamento, sólo lo
exacerbaré aún más.
No tiene que decirme lo que está pensando. Ya le llevo una zancada de ventaja
cuando le rodea el cuello con una mano y le clava los ojos mientras obliga a nuestra
hermana a caminar de puntillas hacia la barra de roble que hay al otro lado de la
habitación.
8
Hudson

E
l frío borde de la barra le presiona la piel mientras la obligamos a agacharse.
Sus rodillas golpean el suelo de madera con un ruido sordo que resuena en
la habitación poco iluminada.
—Cualquiera que eligiera papá sería mejor que ser un muñeca de trapo para
ustedes —escupe Leila, con el desafío grabado en cada sílaba. Su voz es como un
látigo que intenta herirme, pero no hace más que avivar el hambre que me atenaza
por dentro—. Quizá sea mayor. Sabrá cosas que ustedes nunca podrían saber.
Le agarro el cabello, una cascada de ondas oscuras se desliza entre mis dedos antes
de apretar un puñado y tirar. Echa la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto la
vulnerable línea de su garganta. Las cosas que dice acaban con la paciencia que me
quedaba con ella. La ira relampaguea en los ojos de Hayden y tengo que hacer algo
antes de que Leila lo lleve demasiado lejos.
—Intentas que te hagamos daño para que te dejemos en paz. No quieres a un puto
viejo, y lo sabes. Ahora cállate y ábrete —le ordeno, con la voz entrecortada por la
necesidad. Mi otra mano lleva dos dedos a sus labios, empujando más allá de ellos,
más profundamente, hasta que llegan al fondo de su garganta. Las puntas de mis
dedos se humedecen con su saliva, su reflejo nauseoso se activa y hace que le lloren
los ojos.
—Joder —maldice Hayden, su mano se mueve hacia su garganta, sintiendo la
garganta de nuestra chica mientras se atraganta con mis dedos.
—Tranquila, nena —murmuro, incluso cuando una parte primitiva de mí se
deleita con su lucha, con las lágrimas que se derraman sobre sus mejillas
sonrojadas—. Déjate llevar.
—Suéltame —consigue ahogar, las palabras distorsionadas alrededor de mis
dedos.
—Eres nuestra para conservar —susurro. ¿Una promesa? ¿Una amenaza? Ni
siquiera yo estoy seguro. Mi pulso late en mis oídos y se sincroniza con la subida y
bajada de su pecho. Su respiración se entrecorta, una súplica silenciosa que me dice
que está a punto de quebrarse, de sucumbir.
Y Dios, quiero que se rompa. Que se rompa en mil pedazos para que podamos
recomponerla, moldearla para que encaje perfectamente entre nosotros.
—¿Por qué lloras? —La voz burlona de Hayden hace que Leila se estremezca entre
mis brazos, con la mirada clavada en su rostro.
Mis dedos se deslizan fuera de la boca de Leila, húmedos y calientes. Respira con
rapidez y sus ojos se oscurecen con un desafío que me enciende las tripas.
—Abre —le ordeno en voz baja mientras le agarro la mandíbula con una firmeza
que no admite discusión.
Hayden agarra una botella de whisky y la inclina hacia atrás, el líquido ámbar
capta la tenue luz antes de dar un trago. Su mirada se fija en Leila, el azul de sus ojos
no es más que hielo cuando se inclina, separa los labios y escupe el alcohol en la boca
abierta de ella.
Leila emite una arcada cruda y desesperada. Tose, balbucea, y su cuerpo se
retuerce para liberarse del ardor invasor.
—Trágatelo —gruño, y la mano de Hayden le toma la barbilla, inclinando aún más
la cabeza hacia atrás cuando le suelto el cabello. Sigo su ejemplo, llenándome la boca
de alcohol, y escupo el siguiente trago dentro de ella, obligándola a obedecer.
—Vamos, Leila —susurra Hayden cuando ella tose, balbuceando. Su voz está
hilvanada con una oscuridad que refleja mi propia necesidad—. Puedes hacerlo
mejor por tus hermanos mayores.
Se resiste, pero en el temblor de sus labios hay una rendición inevitable. Está cerca,
pero aún no está preparada. No cederá, no se doblegará ante nuestras manos hasta
que le demos una buena razón.
—Ya basta —gruño, la bestia que llevo dentro arañando mi compostura. Hayden
se hace eco de mi impaciencia y sus dedos se clavan en su piel mientras su mano
vuelve a rodearle el cuello. Veo que empiezan a formarse algunos moratones en su
cuello, por lo demás impecable, y mi polla se sobresalta.
Nuestra.
Mis ojos se encuentran con los de Hayden y es como si estuviera dentro de su
cabeza. Mi boca se mueve antes de que me dé cuenta de lo que estoy diciendo:
—Sácanos —exigimos al unísono, con palabras cargadas de la necesidad que
tenemos de ella.
La resistencia inicial se encuentra con nuestra orden: un tirón de distancia, un
fugaz atisbo del espíritu luchador que alimenta nuestra obsesión. Pero la
determinación de Leila se desmorona, sus dedos tiemblan al agarrar primero mi
cinturón y luego el de Hayden. No tenemos que guiarla, sabe exactamente lo que
queremos ahora mismo. Una de sus suaves y delgadas manos rodea la palpitante
polla de Hayden, la otra encuentra la mía, casi idéntica. El calor parece envolver todo
mi cuerpo, y no puedo evitar sisear al contacto de la suave mano de mi hermana.
—Buena chica —murmura Hayden, con una voz impregnada de un placer que
refleja la tensa espiral de anticipación que se forma en mi interior. Su tacto es todo
lo que necesito para dominarlo y sofocar la tormenta que se desata en su interior.
—Sigue —le insto, observando cómo Leila se mueve entre nosotros, con los ojos
entrecerrados y sin rastro de la resistencia que la envolvía hace unos instantes. Sus
manos trabajan a la par y se balancea sobre sus rodillas. Sé que está agotada, pero
nos está dando todo lo que tiene.
—Así, nena —exhalo, perdido en la sensación, en el calor de su palma contra mí.
Hay algo salvaje aquí, un abandono temerario que amenaza con consumirnos a
todos. Necesito más. Más de ella. Necesito primero su boca y luego su apretado coño
para que me trague la polla de punta a base—. Ven aquí —gruño, agarrando
firmemente la mandíbula de Leila mientras la guío hacia mí—. Chúpamela. Abre los
ojos al oír mi tono exigente, así que le ofrezco una solución intermedia—. Por favor.
Sus labios se abren, vacilantes al principio, pero luego me envuelven con su calor
y su humedad, provocándome un escalofrío. No puedo evitar soltar un gemido
grave, un sonido que me sale de lo más profundo del pecho. Follarle la garganta en
el Jeep fue fenomenal, pero la suave inseguridad con la que me está chupando ahora
supera cualquier cosa a la que la haya forzado. Me está chupando porque quiere, y
un calor blanco y ardiente recorre mi estómago y explota en mi pecho al pensarlo.
—Mi turno —la voz de Hayden atraviesa la bruma de mi placer, su mano se aferra
al cuello de Leila y tira de ella hacia él—. Ya le diste a Hudson tu dulce garganta en
el Jeep.
La observo, con un nudo de deseo que me aprieta las entrañas, mientras ella se
lleva a Hayden a la boca sin soltarme la mano, acariciándome con una urgencia que
roza lo frenético. Los sonidos resbaladizos llenan la habitación, interrumpidos por
nuestros gemidos sincronizados. Está jodidamente guapa con la polla de nuestro
hermano estirándole la boca y golpeándole el fondo de la garganta lo suficiente como
para que le lloren los ojos. Hayden está siendo suave con ella, y puedo ver que se
está conteniendo para no hacerle daño.
—Joder, Leila... —Siseo mientras su lengua acaricia la punta de la polla de Hayden
y sus dedos suben y bajan por mi tronco. Cada fibra de mi ser se centra en la
sensación, en la forma en que se mueve entre nosotros, ansiosa y desafiante.
—Ambos —murmura contra la piel de Hayden, tirando de nosotros para que nos
acerquemos. Es una exigencia, algo que nos pide por primera vez, algo que estamos
dispuestos a cumplir y a ponernos hombro con hombro, dominándola como si no
fuera ella la que tiene todo el control en este momento.
—Qué bien, Leila —exhala Hayden, su voz es una mezcla de orden y adoración
mientras se lleva las puntas de nuestras pollas a la boca, sus manos trabajando a la
vez. No puedo apartar los ojos, no puedo contener el impulso primario de penetrar
cualquier parte de ella que me permita.
—Buena chica —me hago eco del elogio anterior de Hayden, sintiendo su verdad
palpitar en mí. No está luchando. Ella es nuestra niña buena en este momento—.
Justo así.
—Mierda, eres perfecta —añade Hayden, con la mano suavemente sobre su
garganta, sin constreñirla, sólo sujetándola, como si quisiera anclarse a ella.
Mi propia mano se dirige a su cabello, hurgando en las hebras oscuras con una
ternura que entra en conflicto con la intensidad de lo que estamos haciendo. Observo
el rostro de Hayden, marcado por el éxtasis, y sé sin lugar a dudas que la ama tanto
como yo. Es un tipo de amor retorcido, uno que nos unirá a los tres para siempre.
—Prepárate —jadeo, la presión aumenta hasta un punto febril en mi interior—.
Abre para nosotros, Leila.
—Saca la lengua —ordena Hayden al unísono conmigo, con la voz espesa por la
inminente liberación.
Y lo hace, con la hermosa lengua de nuestra hermana pequeña extendida para que
la pintemos con nuestro semen. Me suelto, gimiendo su nombre mientras mi clímax
me inunda, derramándose sobre sus papilas gustativas. A mi lado, Hayden gruñe,
su semilla se arquea hacia su pecho, pintando la turgencia de sus pechos, su chaqueta
abierta para revelar los picos de carne debajo.
—Joder —exhalo, agotado y tambaleante por el subidón. La mano de Hayden aún
sostiene el cuello de Leila, pero veo su mirada. Estábamos destinados a romperla,
pero su ansiosa voluntad de ahora puede habernos roto de una forma de la que
nunca nos recuperaremos. Ahora sabemos lo que se siente al ser deseado y
necesitado por Leila Hillcrest, y nunca podremos volver a ser como antes.
9
Hudson

N
uestro mundo entero parece ralentizarse, el subidón de mi liberación
desaparece y de repente soy hiper consciente de Leila y de lo pequeña y
agotada que parece entre mis brazos mientras la levanto con suavidad.
Respira suavemente contra las duras líneas de mi pecho bajo la camisa. No puedo
evitar pensar en lo delicada que parece ahora, un marcado contraste con el fuego
salvaje que ha sido para Hayden y para mí.
—¿Nena? —Mi voz es un murmullo bajo, y ni siquiera me importa si Hayden me
oye usar el término cariñoso. Es natural, es como debería llamarla siempre. Leila no
responde, solo se acurruca más, buscando calor en su agotamiento.
—Mierda, está completamente inconsciente —la voz de Hayden atraviesa mis
pensamientos, mezclada con una preocupación que coincide con la opresión que
tengo en el pecho. Apoya la mano en su mejilla, rozando con el dorso de los dedos
su suave piel—. Nos quiere de verdad. Se le notaba en los ojos —me dice, mientras
baja los dedos hacia los pechos descubiertos y frota la piel con su semen. Cuando
tira de sus pezones, lo hace con suavidad, y ella gime soñolienta en mi pecho—. No
te preocupes, guapa. Aún no hemos terminado contigo. —Mi hermano me pilla
completamente por sorpresa—. Descansa ahora —añade, con sus ojos azules
escrutando su cara en busca de cualquier signo de incomodidad, y me doy cuenta
de que está dispuesto a calmarla si lo encuentra.
—Me la llevo arriba —gruño, avanzando ya hacia la escalera de listones de madera
que conduce al dormitorio principal, sintiendo cada latido del corazón de Leila
contra el mío. Hayden asiente, siguiendo mis pasos mientras recorremos el camino
familiar.
El peso de su cuerpo, ligero como una pluma entre mis brazos, es lo único que me
ancla a este momento. Leila respira suavemente, su pecho sube y baja con un ritmo
que adormece incluso mis pensamientos acelerados. Su cabeza se apoya en mi
hombro y un mechón de cabello me hace cosquillas en la piel.
—Ya casi —murmuro, más para mí que para ella. Cada escalón es como vadear la
melaza. Parece el final de una guerra, y en realidad lo es. Aún no hemos hecho las
paces con nuestra hermana, pero vi esa mirada en sus ojos cuando se arrodilló ante
nosotros. Ella está lista, y tenemos que hacer las cosas bien con ella ahora. La puerta
del baño principal de la cabaña se abre bajo mi empuje y agradezco la soledad que
promete.
—Llenaré la bañera —la voz de Hayden, sólo un susurro detrás de mí lleva un
borde de preocupación que rara vez escucho de él.
Asiento con la cabeza, colocando a Leila sobre la fría encimera de mármol. Mis
dedos tiemblan al rozar su piel, deslizándose sobre la tela de la americana y la falda.
No es propio de mí vacilar, pero ahora lo hago, quitando cada capa con cuidado, sin
querer despertarla.
—Debería estar suficientemente caliente. —Hayden prueba el agua con la mano,
ajustando el grifo ligeramente. Los ojos de Leila revolotean, medio soñando, y no
puedo evitar preguntarme qué ve detrás de esos pesados párpados.
—Eh —le digo suavemente, quitándole lo que le queda de ropa. No se resiste, no
se mueve más allá de un murmullo somnoliento. Esta ternura entre nosotros es
extraña y me asusta más que cualquier enfrentamiento que hayamos tenido. Nunca
la hemos visto completamente desnuda, sin una capa de ropa cubriendo alguna
parte de ella. Los ojos de Hayden se cruzan con los míos y sé que no se le escapa el
significado.
—No fuimos tan rudos abajo, ¿por qué está desmayada así? No bebió tanto. —
Hayden se cierne en la puerta, su ancho cuerpo proyecta sombras sobre el suelo de
baldosas. No puedo evitar sonreírle porque, por mucho que hable, Leila le importa
más de lo que a él o a mí nos gustaría que supiera.
—Estaba fuera en el frío con apenas nada mientras teníamos una puta maratón de
5 km persiguiéndola —respondo, resoplando. No me hace gracia, veces pienso que
no se da cuenta de que ella no es una jugadora de hockey de 1,90 m.
—Métela —dice Hayden, con voz grave, y no me pierdo el gesto de sus ojos.
Con unas manos que le han hecho más daño del que me gustaría pensar ahora,
vuelvo a levantarla y la acuno mientras la meto en la bañera. El agua la abraza y un
pequeño gemido se escapa de sus labios, perdido entre el placer y el agotamiento.
—¿Te sientes bien, cariño? —Pregunto, mi voz apenas por encima del sonido del
agua ondulante.
—Mmm—tararea, y su voz dulce y sumisa me produce un escalofrío.
—Mantén la cabeza alta, Leila —le dice Hayden en voz baja, acercándose. Por una
vez, no hay aspereza en su tacto, solo una protección que me sorprende.
—Mantén la cabeza alta... —Leila sonríe, con los ojos aún cerrados, y suelta una
suave risita. Sus pestañas proyectan una delicada sombra sobre sus mejillas.
—Duerme profundamente y sigue echándome mierda —se queja Hayden, y tengo
que reprimir una carcajada que la despertaría. No se equivoca, y creo que incluso
ahora que se ha estado con nosotros, admitido en algún nivel que somos los
indicados para ella, siempre aprovechará una oportunidad para pelearse con
Hayden, aunque sea juguetonamente.
—Recógele el cabello. No quiero que se empape —le digo a mi hermano, viendo
cómo el pecho de Leila sube y baja con respiraciones superficiales. Su cuerpo está
inerte y yo la sostengo en la bañera con un brazo. La expectación se apodera de mí
porque sé lo que nos espera el resto de la noche. Por fin vamos a reclamarla, y ella
nos va a reclamar a nosotros.
La recuesto contra el borde de la bañera mientras Hayden recoge suavemente sus
oscuros cabellos y los sujeta con destreza. Sus dedos le rozan el cuero cabelludo con
cuidado y ella abre los ojos para mirarlo. Veo que se pregunta si es realmente él. Las
manos ásperas que han tirado de esos mismos mechones con fervor son ahora
suaves, consideradas.
—Se siente diferente, ¿no? —susurro, más para mí que para ella. Pero ella se
revuelve ligeramente, separa los labios como si quisiera responder, los párpados se
cierran y luego intentan abrirse de nuevo en vano.
—Me gusta esto... —dice, las palabras son un leve suspiro que se escapa de sus
labios.
—Yo también —asiente Hayden, su voz apenas audible por encima del sonido del
agua golpeando la porcelana.
Sumerjo un paño en el agua tibia y observo cómo se empapa antes de pasarlo por
la piel de nuestra hermana, trazando las líneas donde dejamos nuestras marcas. La
visión me produce una oleada de posesividad, un reconocimiento del vínculo que
nos une a ella.
—Mira estas marcas —digo suavemente, dejando que el trapo se detenga en los
moretones que florecen como sombras contra su pálida piel.
—No puedo evitar que me gusten —confiesa Hayden, sus manos masajeando los
hombros de ella con un tacto suave para alguien con unas manos tan grandes y
ásperas—. Me hace sentir como si fuera nuestra.
—Joder, Hayden... —Mi gemido es involuntario cuando subo más, mis dedos
rodeando sus pezones, arrancándole un gemido que hace vibrar la habitación. El
sonido rompe cualquier pretensión de distanciamiento que pudiera haber tenido.
—Hermosa —exhalo, la palabra colgando pesada entre nosotros.
Sus ojos, esos profundos pozos de resistencia y rendición, se abren, se encuentran
con los míos y luego se deslizan hacia los de Hayden. Hay algo en esa mirada
brumosa que se me clava en el pecho: un destello de emoción cruda y desprevenida.
El vapor baila sobre el agua, arremolinándose en la penumbra.
—Siempre he sido suya —murmura, su voz como una pluma flotando en la
brisa—. La forma en que me han mirado esta noche me ha hecho darme cuenta.
Sus párpados se agitan de nuevo, como un delicado temblor. Me detengo, con el
paño en la mano suspendido en el aire. Parece tan frágil en su agotamiento. La
vulnerabilidad que nos transmite en este momento me atraviesa el pecho, y es más
de lo que jamás podría haberle pedido.
—Tuve que proteger mi corazón de ustedes. —Sus ojos, entrecerrados, se
encuentran con los míos antes de cambiar a los de Hayden—. Porque son los únicos
que podrían destrozarlo.
—Joder, Leila —susurra Hayden, con una voz mezcla de asombro y algo más
oscuro. Sus ojos azules, normalmente tan tormentosos por la necesidad, se suavizan
ante su confesión.
—Duerme, cariño —le digo, con la voz tensa por un cúmulo de emociones que no
podría nombrar aunque lo intentara. Los párpados de Leila caen y vuelven a
cerrarse, rindiéndose a la atracción de los sueños. Las líneas de su rostro se relajan y
se aleja cada vez más de la conciencia. Va a la deriva, se adentra en un mundo que
no podemos seguir, y eso me hace querer despertarla de nuevo.
—Ve a preparar la cama —le ordeno a Hayden antes de cometer una estupidez.
Mi orden tiene un punto de urgencia, y sé que lo nota porque asiente una vez, en
silencio, mientras se levanta y me deja solo en el baño con nuestra hermana.
Con cuidado, la saco de la bañera y el agua cae. La envuelvo en una toalla y la
acuno contra mí. Su cabeza se apoya en mi pecho y yo la inclino, rozando su boca
con mis labios.
La sujeto con fuerza y la llevo a través del umbral del cuarto de baño, cada paso
es una marcha a regañadientes hacia la cama.
—Dulces sueños, Leila. Va a ser una larga noche.
10
Hayden

L
a habitación está en penumbra, la única luz es la de la luna que se cuela por
las persianas y proyecta un resplandor plateado sobre la figura desnuda de
Leila. Su pecho sube y baja con cada respiración, un lienzo de piel cremosa
que se extiende entre Hudson y yo.
—Mírala —susurra Hudson, con su voz grave que vibra a través de las sábanas.
Separa las piernas de Leila y sus dedos recorren fantasmagóricamente la cara interna
de su muslo—. Quiero ver cómo la tocas, Hayden.
El peso de la mirada de mi hermano cae sobre mí. No es solo lujuria lo que hay en
sus ojos, es posesión, una oscura emoción. Tengo las manos grandes y los dedos
callosos de tanto agarrar palos de hockey, pero cuando agarro a Leila, soy todo
dulzura. La calidez de su piel se filtra en mis manos cuando le acaricio los pechos,
rozando con los pulgares los pezones que responden a mis caricias.
—Joder, me encanta ver tus manos sobre ella —admite Hudson, con sus ojos
verdes clavados en mis manos que cubren sus tetas. Se ríe por lo bajo y le miro
interrogante—. Si alguien más intentara esto delante de mí, lo mataría, joder.
Es más que una confesión; es un secreto compartido, un vínculo entre hermanos
que va más allá de la sangre. Entiendo la violencia en su tono, la apropiación. Somos
dos mitades de un todo, y nuestra hermana se ha convertido en el centro del mismo.
—Lo mismo —digo, con la voz entrecortada por la necesidad de la chica que tengo
delante. Ahora mismo podría hacerle lo que quisiera, pero mis ganas de hacerle
daño, de destrozarla, están casi olvidadas.
Leila se remueve, un suave suspiro se escapa de sus labios, pero sus ojos
permanecen cerrados, su conciencia parece flotar en ese espacio entre el sueño y la
vigilia. Puedo sentirla, el calor que irradia su cuerpo, la subida y bajada de su pecho
contra mi tacto.
—Dios, es perfecta —le digo a mi hermano. Mi pulgar recorre un pezón rígido,
provocando otro gemido somnoliento de Leila. No es consciente de la tormenta que
ha despertado en nosotros, del hambre oscura que alimenta con cada gemido
inconsciente.
Hudson se inclina hacia mí y noto el movimiento del colchón. Su aliento me
recorre el brazo, caliente y acelerado.
—Hagámosla sentir bien juntos —dice, y no hay preguntas ni vacilaciones.
Nos movemos en sincronía, Hudson levanta las caderas de Leila mientras yo me
deslizo por su cuerpo. Nuestras lenguas y labios descienden sobre su húmedo coño
y trabajan al unísono. Su cuerpo se sacude, pero ella no se despierta, y eso aumenta
nuestro placer. Hudson se mete su clítoris entre los labios justo cuando mi lengua se
sumerge en su apretado agujero.
Un gruñido grave retumba en mi garganta cuando veo los dedos de Hudson bailar
sobre la piel de Leila, su tacto ligero como una pluma. Mis manos son todo menos
suaves, agarrando la suave carne de sus pechos.
—Tócala, Hayden —susurra Hudson, con los ojos verdes oscuros de lujuria
mientras se aparta de su coño—. Justo así.
La orden enciende algo primitivo dentro de mí. La manoseo, saboreando su peso
entre mis palmas, el modo en que sus pezones se endurecen contra mi piel áspera.
—Joder —gruño, haciendo rodar los picos endurecidos entre mis dedos—. Quiero
verte lamerle el coño, Hudson.
Sonríe con una mueca de maldad en las comisuras de los labios. Hudson se desliza
por el cuerpo de Leila antes de posarse entre sus muslos; la separa con la reverencia
de un hombre que rinde culto en un altar. Su lengua penetra en ella, lenta y
deliberadamente, mientras su dedo penetra su estrechez, arrancando un coro de
gemidos de sus labios.
—Dios, sí —murmuro, con la mirada clavada en la boca de Hudson que la
reclama.
—Mírala —gime Hudson contra su carne, sus palabras vibrando a través de su
cuerpo—. Es tan jodidamente sensible.
—Eres jodidamente perfecta, Leila —gruño suavemente, apreciando la visión de
ella tumbada ahí, solo para nosotros—. Tu hermano mayor te está comiendo porque
te has portado muy bien —le digo, sabiendo que está entre el sueño y el placer. Mi
voz retumba en el silencio de la habitación. Con movimientos deliberados, me siento
y mis músculos se tensan al inclinarme sobre su cuerpo. Mi mano encuentra la
cabeza de Hudson y lo empujo suave pero firmemente lejos de su coño brillante—.
Es mi turno.
Los ojos de Hudson brillan con una mezcla de lujuria y comprensión cuando
empieza a retroceder. Antes de que pueda tomar una decisión consciente, ya estoy
de rodillas, con el calor del núcleo de Leila inundando mi lengua mientras saboreo
su dulzura.
—Joder, Hayden... —La voz de Hudson es un gruñido bajo, lleno de esa necesidad
primaria que resuena en mis propias venas—. Siempre estuvimos destinados a
poseerla juntos.
Mi respuesta es un gruñido ahogado contra los resbaladizos pliegues que estoy
devorando. El rico aroma de su excitación invade mis sentidos, intensificando cada
terminación nerviosa hasta hacerme vibrar de deseo.
—Dios, sí. Córrete para mí, hermanita —murmuro en su piel, con la respiración
entrecortada mientras le tiemblan las piernas.
—¿Está cerca? —La pregunta de Hudson vibra en el aire, cargada de expectación.
—Tan cerca —confirmo sin romper mi ritmo, mi lengua arremolinando patrones
diseñados para desentrañarla por completo.
Los muslos de Leila tiemblan y redoblo mis esfuerzos, decidido a extraer cada
jadeo estremecedor, cada súplica susurrada.
—Buena chica —susurro en su calor, mis palabras más para mí que para ella—.
Déjate llevar por nosotros, Leila. Muéstranos cuánto lo necesitas.
Su cuerpo se arquea, un grito silencioso grabado en la tensión de sus formas, y sé
que la he llevado al borde del abismo. Cuando me alejo, miro a Hudson, que tiene la
mano en su gruesa polla y los ojos fijos en su abertura. No puede esperar mucho
más, y no quiero que lo haga. Quiero ver cómo mi hermano le abre el coñito. Quiero
ver cómo recibe su polla por primera vez. Salgo de entre sus piernas, pero le rodeo
el muslo con la mano para mantenerla abierta para él. Hudson me sigue, y su mano
tiembla mientras se coloca contra la resbaladiza entrada de Leila.
—Vamos —le digo, gruñendo por lo bajo contra su pecho. Beso suavemente su
piel, sin apartar los ojos de la polla de mi hermano—. Ella está lista, será menos
doloroso para ella de esta manera.
La respiración de Hudson se entrecorta y entonces se pone en movimiento, con un
empujón decisivo que lo entierra dentro de ella hasta la empuñadura. Su cuerpo se
estremece y veo que su coño se aprieta alrededor de él, una prensa de calor
aterciopelado que se estremece con los últimos temblores de su clímax.
—Joder —gime Hudson, la palabra arrancada de lo más profundo de su pecho.
Sus ojos se clavan en los míos, verdes como infiernos—. Lo sentí... la resistencia...
luego nada más que opresión. —Está enterrado hasta la empuñadura dentro de ella,
así que no puedo ver con seguridad, pero sé que la sangre de ella está cubriendo su
polla ahora mismo, y eso hace que mi polla salte de anticipación.
Los gemidos de Leila llenan la habitación, delicados sonidos de incomodidad. Se
agita debajo de nosotros, su conciencia se retrae al sentir el dolor. Sus caderas se
agitan ligeramente, una reacción a la invasión, a la posesión que Hudson tiene sobre
ella. Hudson gruñe ante el movimiento, y sé que no le costaría mucho hacerla
estallar, hacer que la sujetara sobre el colchón y se la follara hasta llenarla con su
semen.
—Leila... —Mi susurro es una caricia, un bálsamo para calmar el escozor de su
polla desgarrándola—. Sólo respira. Estamos aquí. No vamos a ninguna parte.
—Buena chica, Leila —gruñe Hudson—. Me estás tomando muy bien. —Sus
palabras pretenden reconfortarla, alabar su resistencia, incluso mientras yace bajo
nosotros, atrapada entre el placer y el dolor.
Su cuerpo tiembla, un temblor que indica tanto rendición como lucha. Hudson
aprieta con fuerza las caderas de ella, con los nudillos blancos por la contención. La
cama cruje cuando él se mueve, intentando penetrarla aún más, aunque no sea
posible. Nunca había visto esa expresión en la cara de mi hermano, y sospecho que
no volveré a verla a menos que el dulce cuerpo de Leila esté de por medio.
—Joder... —Hudson maldice mientras comienza a retirarse, el arrastre de su
longitud de su calor un tormento propio, estoy seguro. Su polla, todavía medio
dentro de ella, brilla, mojada con su sangre, y la vista es hipnotizante—. Ella... me
está ahogando.
—Déjame —digo, inclinándome hacia ella. Mi aliento roza su clítoris hinchado,
una promesa de alivio. Saco la lengua, la saboreo, y su cuerpo responde con una
sacudida. El aroma de su excitación se mezcla con el sabor metálico de la sangre.
—Mírate —susurro contra su piel, lamiendo su clítoris con más brusquedad
porque no puedo controlarme. Quiero verla retorcerse de placer—. Tan valiente para
nosotros.
Una risita oscura se le escapa a Hudson mientras mira, sus movimientos se
detienen, dejando sólo la punta dentro de ella.
—Maldición, Hayden... ella es...
—Perfecta —termino por él, levantando la vista para mirar a mi gemelo. Su mirada
arde con una intensidad feroz, reflejando mi propia hambre. Por fin me repongo y
empujo a Hudson a un lado, hambriento de probarla por completo. Su gemido es de
protesta y deseo, un sonido que me dice que lo entiende, pero que no quiere
abandonar su calor.
—Mi turno —digo, mi voz baja—. Tú la haces sangrar, y yo... yo la saboreo.
—Mierda, Hayden... —Hudson retrocede, su mano envuelta alrededor de su
circunferencia, caricias imitando lo que le gustaría estar haciéndole a Leila ahora
mismo. Me inclino más cerca, dejando que mi lengua patine sobre su coño.
—Leila — digo su nombre como una bendición, mi boca la adora. Es todo lo que
esperaba e incluso más. Su sabor, sal, cobre y dulzura, llena mis sentidos. Me doy un
festín. Mis manos se mantienen firmes en sus caderas, como si fuera a salir flotando
si yo no la sujetara.
—Leila —murmuro contra su piel resbaladiza—, lo estás haciendo muy bien por
nosotros. —Su respiración se entrecorta sobre mí, y el sonido llega directamente a
mi polla palpitante mientras se deshace sobre mis labios y mi lengua. Todo su cuerpo
tiembla y, por mucho que lo esté saboreando, necesito estar pronto dentro de ella.
Necesito pintar el interior de su coño con un chorro tras otro de mi esperma caliente.
Sé que después de esta noche, no querré acabar en ningún otro sitio.
La mirada de Hudson se clava en nosotros, su mano se mueve con un ritmo
desesperado que coincide con el de mi lengua.
—Hayden... —jadea, con la voz tensa por su propia necesidad, pero sus ojos nunca
se apartan de donde mi boca devora a nuestra hermanita.
—Dame una más —insisto, levantando la mirada para encontrarme con los ojos
entrecerrados de Leila, cargados de un deseo que se despierta—. Y entonces Hudson
te follará hasta que te duermas.
Gime y se arquea en mi boca mientras succiono su tierna carne, decidida a
extraerle hasta la última gota de placer. Mis palabras, medio gruñidos, medio
gemidos, vibran en su interior.
—Por favor, Hayden —jadea, y puedo sentir cómo su cuerpo se tensa, se estira
como un resorte.
—Vamos, Leila —la animo, con la voz cargada de lujuria—. Córrete en mi boca.
Ahógame.
Su respuesta es un dulce grito, sus dedos enredados en mi cabello mientras
sucumbe a la oleada de éxtasis que sólo sus hermanos pueden proporcionarle. La
sostengo con mi lengua, implacable, bebiendo su liberación como un hombre
hambriento. Hudson maldice en voz baja a nuestro lado, sus caricias tartamudean al
ver cómo Leila se deshace bajo mis cuidados.
—Joder —exhalo, sintiendo su aleteo contra mis labios—. Eso es, Leila. Eso es.
Sus gritos van in crescendo antes de convertirse en suaves gemidos, y yo retrocedo
lentamente, con el pulso acelerado por la necesidad. Hudson y mi respiración
agitada llenan la habitación mientras ambos nos tomamos un momento para
saborear las secuelas de lo que Leila acaba de darnos.
11
Hayden

D
ime —mi voz ronca, grueso con lujuria—, ¿cuánto la deseas? —El gemido
de Hudson es un sonido animal que llena la habitación de urgencia.

Los labios de mi hermano vuelven a encontrar los de Leila en un beso
abrasador, que promete que esta noche todo cambiará. Nunca volveremos a ser
como antes. No puedo evitar acercarme más, con la paciencia al límite.
—Si no te mueves ahora, ocuparé tu lugar, y ambos sabemos que no soy capaz de
ser tan suave como ella necesita ahora mismo. —La amenaza es tan real como la
necesidad palpitante que recorre mi polla.
Los párpados de Leila se agitan, su mirada aturdida por el deseo. Sus dedos
recorren el pecho esculpido de Hudson, trazando las crestas de los músculos
perfeccionados durante años en el hielo, y luego viajan hasta mi brazo, encendiendo
chispas donde su tacto roza mi piel.
—¿Estás lista para nosotros? —La pregunta de Hudson flota en el aire, una
peligrosa tentación envuelta en terciopelo.
—Por favor —su voz apenas supera un susurro, pero se estrella contra mí como
un maremoto.
Me tumbo a su lado y veo cómo Hudson le da la vuelta con una suave orden. Está
tumbada, expuesta, vulnerable, tan inocente que me da escalofríos. Su sonrisa,
soñolienta y satisfecha, se dirige a mí, y algo feroz me oprime el pecho.
—¿Quieres probar lo dulce que eres? —murmuro, sin esperar su respuesta porque
estoy desesperado por besarla.
Atrapo su boca, mi lengua se enreda con la suya, ofreciéndole la dulzura de su
propia excitación. Su grito vibra contra mis labios, un sonido tan puro y crudo que
se me clava en el alma.
Mi mirada se desvía hacia abajo justo cuando Hudson se coloca detrás de ella; su
gran mano parece aún más enorme cuando presiona la parte baja de su espalda. Con
un poderoso empujón, se hunde en ella, estirando, llenando y reclamando a nuestra
hermana. Su cuerpo se inclina bajo él, un hermoso arco de rendición que hace que
mi corazón martillee contra mis costillas.
—Te lo tomas como una niña buena, Leila —murmuro, con la voz baja y áspera
por el deseo. Mis dedos apartan un mechón de cabello de su cara sonrojada y se lo
colocan detrás de la oreja. La pinza que había colocado antes yace sobre las sábanas
revueltas. En sus ojos parpadea la confusión, probablemente porque hace mucho
tiempo que no la toco de forma suave o cariñosa.
No puedo ignorar la punzada de culpabilidad que me atenaza, al saber que
durante demasiado tiempo mis caricias le provocaron miedo, no placer. Pero esta
noche estoy reescribiendo nuestra historia, caricia a caricia. Mi mano encuentra la
delicada columna de su garganta, rodeándola suavemente con una promesa, no con
una amenaza. Bajo mi palma, siento el ritmo de los movimientos de Hudson, cada
empuje resonando en su cuerpo.
—Ah, joder... está tan apretada —gime Hudson, con la voz tensa por el éxtasis
apenas contenido—. Si no me hubiera corrido ya dos veces esta noche, no aguantaría.
—¿Quieres más? —Susurro contra sus labios, mi propia voz tensa por la
necesidad—. ¿Quieres a tu hermano más dentro de ti?
Levanto las caderas y la coloco sobre las manos y las rodillas. Este nuevo ángulo
permite a Hudson un acceso más profundo, y él lo aprovecha al máximo. Sus
gruñidos vibran por toda la habitación mientras la agarra por las caderas, y me
muero de ganas de besar los moretones que tendrá por la mañana.
—Dios, Leila, te sientes jodidamente increíble... —El elogio de Hudson es
ferviente, sus dedos se clavan en su carne como para marcarla.
—Llena a nuestra hermana con tu semen —ordeno con una voz cargada de
lujuria—. Quiero follármela con tu semen chorreando.
La crudeza de mis palabras lleva a Hudson al límite, su cuerpo se tensa y se inclina
sobre la espalda de Leila. La penetra con una ferocidad que roza la desesperación,
sus gemidos son primarios mientras su orgasmo sacude su cuerpo.
—Vamos a hacer que te corras con nuestro semen, nena —promete, cada palabra
acompañada de una profunda e implacable embestida. La mano de Hudson llega a
la nuca de ella, presionando su cuerpo contra el colchón y apretando las caderas
contra su culo.
Con un escalofrío que nos recorre a los tres, Hudson se desploma sobre ella y el
calor se refleja en su espalda, con la respiración entrecortada que se escapa a un ritmo
puntuado. Estoy a escasos centímetros, pero la distancia es demasiado grande: sus
cuerpos enredados son un universo creado por ellos mismos. Sin embargo, veo el
leve temblor en el pecho de Leila, que jadea bajo él y su cuerpo susurra pidiendo un
respiro.
—Fuera —ordeno, mi voz es un gruñido grave que suena más animal que humano
incluso a mis propios oídos. Sale de mí, arañando el aire espeso de la habitación.
Hago palanca en el hombro de Hudson con manos ásperas y lo tumbo de lado. Cae
de espaldas, con las extremidades pesadas como el plomo. Su pecho se agita,
aspirando el oxígeno que parece escaso en la atmósfera que compartimos.
—Leila... —La voz de Hudson es un susurro ronco, su mano se extiende,
temblando ligeramente, hasta que su palma acuna el lado de su cara sonrojada—. Te
hemos necesitado durante tanto tiempo. —Sus ojos verdes se clavan en los de ella y
sus labios se entreabren como si quisiera responder, pero él vuelve a hablar—. Eres
perfecta —admite, mostrando en cada sílaba nuestra reverencia.
Debería contentarme con mirar, con disfrutar de las secuelas de su unión, pero un
fuego implacable me recorre las venas. Mi cuerpo es un cable en tensión, y cada
músculo se enrosca, listo para atacar. El deseo, agudo e insistente, dirige mis
movimientos. No puedo esperar más.
Mi mirada se detiene en la suave subida y bajada del pecho de Leila y luego se
desplaza hasta la visión de la mano de Hudson, tan maciza contra la piel de
porcelana de su mejilla, y eso despierta algo primitivo dentro de mí. Es una oleada
posesiva que corre por mis venas, exigiendo poseerla como él lo hace.
—Leila —murmuro, con la voz apenas por encima de un gruñido, mientras la
pongo boca arriba con manos que tiemblan de urgencia. Hay un latido y luego sus
pestañas se levantan, revelando unos ojos que guardan los restos de lo que acaba de
compartir con nuestro hermano—. Te quiero de espaldas para mí.
—Ábrele las piernas —le ordeno, y mi atención se centra en Hudson. Siempre
entiende la urgencia de mis palabras. Con un gesto de la cabeza, se mueve y se apoya
en un codo.
Los dedos de Hudson trazan caminos de propiedad a lo largo de los muslos de
Leila, un entendimiento silencioso que pasa entre nosotros cuando los separa,
revelando su coño recién follado. Se me corta la respiración, el calor se me agolpa en
el vientre al contemplar su coño rosado, marcado y goteante del semen de Hudson.
La risita de Hudson vibra en la silenciosa habitación.
—¿Alguna vez pensaste que llegaríamos hasta aquí? —musita, con la mirada fija
en el rostro sonrojado de Leila—. Es incluso mejor de lo que podría haber imaginado.
—No —le respondo, y luego añado—, es impresionante —replico, con la voz
cargada de admiración y un deje posesivo que no se me escapa. Es verdad. Siempre
quise esto, pero estaba tan atrapado por la rabia de que Leila nos rechazara que
nunca pensé que lo conseguiríamos. Sus mejillas, encendidas con un tono rosado,
parecen ensancharse al oír nuestras palabras. La visión me produce una oleada de
protección. Dios, vivo para este rubor. Lo perseguiré, lo mantendré vivo mientras
esté en este puto planeta.
Me acerco un poco más, con mi dureza presionando el calor resbaladizo de su
coño, deleitándome con la forma en que el semen de Hudson gotea por el interior de
sus muslos. Mis dedos se deslizan sobre su clítoris mientras ella se estira a mi
alrededor. Sus ojos, entrecerrados y soñadores, se entornan de placer y me recorren
desde la cara hasta el pecho y los abdominales. Me hundo completamente dentro de
ella, flexionando las caderas y los abdominales, dándole realmente algo que mirar.
En ese momento me doy cuenta de que prefiero la lujuria de sus ojos al miedo al que
estoy acostumbrado.
—Mírate —exhalo—. Tomando la polla de tu hermano mayor.
—¿Se siente bien Hayden, Leila? ¿Follando tu apretado coño? —La voz de Hudson
es suave, persuasiva. Sabe cómo sacar sus respuestas, cómo avivar el fuego dentro
de ella—. Dile lo bien que te hace sentir.
—S-sí —susurra, su voz como un hilo de seda tejiéndose a nuestro alrededor.
—Qué bien. —Me gusta que apenas le salgan las palabras.
—Tócala para mí —le digo a Hudson—. Endurece sus pezones para mí. —Hay
urgencia en mi orden, un deseo insaciable de ver cómo cada parte de su cuerpo
responde a nuestras caricias.
Sin vacilar, Hudson se mueve y su presencia se convierte en un peso cálido junto
a ella. Agarra uno de sus pechos con la mano antes de bajar la boca, y el sonido de
sus labios aferrándose a ella, atrayendo su pezón al calor de su boca, me llena los
oídos, haciendo que mi polla se sacuda dentro de ella.
—Ah, así —la animo, observando atentamente cómo agarro sus muslos y toco
fondo dentro de ella. La presión de su calor húmedo me arranca un grito ahogado.
Leila se arquea, un suave gemido escapa de sus labios entreabiertos, y la
satisfacción primigenia se hincha en mi interior. Este es nuestro lugar, y no quiero
estar en ningún sitio que no sea dentro de Leila.
—Dios, es perfecta —murmura Hudson contra su piel, y su aliento le produce
escalofríos. Siento escalofríos en su piel bajo mis dedos.
—Sólo para nosotros —añado, y mis caderas empiezan a moverse a un ritmo lento,
cada embestida me empuja más profundamente en su terciopelo caliente. Su cuerpo
canta bajo nuestras caricias, y siento cómo la tensión se va acumulando en mi
estómago. Necesito correrme otra vez y quiero estar dentro de ella cuando suceda.
—Dios mío —grita, pero su voz apenas supera un susurro cuando mis dedos
empiezan a frotar círculos sobre su clítoris de nuevo. Quiero sentir los espasmos de
su coño alrededor de mi polla, y Leila va a darme exactamente lo que quiero.
12
Hayden

M
e alzo sobre mi hermana, sintiendo el temblor de su cuerpo bajo el mío, su
respiración acelerada, su piel enrojecida a la tenue luz de nuestro santuario
prohibido. Se agita, un pequeño jadeo se escapa de sus labios cuando la
penetro más, y sus caderas se agitan contra la invasión.
—Quédate quieta —ordeno con un gruñido bajo, mi voz más áspera de lo que
pretendo—. Como una buena chica, Leila. No quiero hacerte daño. —Es una
advertencia, porque sé que no tardaría mucho en perder el control y ser demasiado
brusco con ella.
El gemido de Leila vibra en mi interior, despojándome de todo control. Mis
caderas se abalanzan sobre ella sin permiso, penetrándola con una fuerza que
procede de mi parte más primitiva. La misma parte que me ha sido negada todo este
tiempo. Veo cómo sus pechos rebotan con mis movimientos, uno de ellos atrapado
por la mano de Hudson.
—Ah, Hayden... —gime, y es todo lo que puedo hacer para no romperme en
pedazos al oír mi nombre en sus labios.
El corazón me golpea el pecho al ritmo del choque de nuestros cuerpos. No puedo
pensar, no puedo concentrarme en nada que no sea el calor de ella rodeándome, el
deslizamiento resbaladizo de carne contra carne. Es un cúmulo de sensaciones en el
que me ahogo voluntariamente.
—Leila —susurro con voz ronca, como un susurro áspero que sale de mi garganta.
Jadeo mientras las palabras se abren paso por mi garganta, cabalgando sobre la
respiración que apenas puedo contener—. La próxima vez. —Mi promesa es sólo un
susurro—. Seré suave.
Mi hermana se arquea debajo de mí, aparentemente más despierta ahora, y su voz
es una melodía ronca mezclada con humor.
—No, no lo harás. Te encanta ser duro conmigo, ¿verdad, hermano? —La burla en
su tono rompe los últimos hilos de mi compostura tal y como ella pretende.
—Joder, sí. —Las palabras son un gruñido, arrancadas de lo más profundo de mi
pecho mientras me muevo dentro de ella. Mis movimientos son implacables, una
implacable necesidad de llenarla con mi semen caliente. La necesidad de poseerla,
de reclamarla. Cada centímetro de ella, cada grito, me consumen.
—Te necesito —gruño, cada palabra acompañada del sonido de nuestra carne al
chocar. Mis manos se aferran a sus caderas, no sólo para mantenerla quieta, sino para
anclarme a ella. No quiero separarme nunca de ella. Por fin es mía y la sensación es
abrumadora.
La espalda de nuestra chica se arquea sobre la cama, tratando de acercarse a mis
embestidas. Los gritos de Leila se mezclan con el ritmo entrecortado de mi
respiración. Me consume por completo, y sé que nada superará jamás este momento
en el que nos encontramos.
Ordeno entre empujones:
—Dinos qué quieres.
Leila intenta obedecer, y eso nos basta a Hudson y a mí, porque su cuerpo tiembla
debajo de mí, un estremecimiento que ondula en mi propia carne. Los labios de
Hudson están sobre ella, atrayendo su pezón hacia el calor de su boca, mientras sus
dedos retuercen el otro con delicadeza, intentando llevarla al límite conmigo.
—Hayden —jadea, la voz tensa por el inicio de la liberación—. Hudson.
Su orgasmo me golpea y desencadena mi inminente orgasmo. Sus paredes
internas se aprietan contra mí, espasmos que me ordeñan y me atraen más
profundamente. Empujo con más fuerza, impulsado por la pinza aterciopelada de
su calor, cada pulsación de su sexo a mi alrededor despojándome de toda contención.
—Quédate conmigo. —Mis palabras son entrecortadas mientras arremeto contra
ella, enterrándome hasta la empuñadura. Se me escapa un gemido al introducir uno
de sus pezones en mi boca ansiosa.
Hudson se aparta del otro, permitiéndome acceder sin trabas al cuerpo de nuestra
hermana. Su presencia se cierne sobre mí, y sé que está disfrutando viendo cómo me
pierdo en ella, pero es el cuerpo tembloroso de Leila el que domina mis sentidos.
Recorro el pico de su pecho con la lengua, marcándola con cada chupada, cada
mordisco.
—Más —exhala, una súplica que estoy encantado de complacer.
—Siempre más para ti —prometo entre respiraciones entrecortadas, mi ritmo
inflexible. Ya no hay dulzura en mí, solo la necesidad de devorar, de saciar un dolor
que se ha instalado en lo más profundo de mis huesos.
Siento la mano de Hudson presionando mi espalda, empujándome a tomar lo que
realmente quiero. Dejo caer todo mi peso sobre Leila y permito que mi polla se hunda
hasta el fondo de su coño. Siento cómo se aprieta a mi alrededor una vez más,
sacándome todo lo que tengo. No puedo contenerme, no por cómo se siente, no por
lo bien que se adapta a mí. Cada cresta de su cuerpo se ablanda y se amolda al mío
como si estuviera hecha para mí.
—Mía —gimo, las caderas se mueven más deprisa, el sonido de la piel
golpeándose llena la habitación junto con sus gemidos. Cada una de mis
terminaciones nerviosas grita con la fricción de nuestros cuerpos moviéndose como
una fuerza implacable.
—Tuya —afirma, su acuerdo me acerca en espiral al borde.
El mundo se reduce a este momento: ella debajo de mí, su placer, su entrega. Mi
clímax aumenta, amenazando con desgarrarme por dentro. Me pierdo en su seda y
su acero, en el aroma embriagador de nuestra hermana pequeña.
—Ah, Hayden —gime, y eso es todo lo que hace falta. Gruño mientras me derramo
dentro de ella, con el calor recorriéndome las venas como fuego líquido. Soy
vagamente consciente de la firme presencia de Hudson, que nos sostiene incluso
cuando nos destrozamos juntos, como hizo con mi gemelo.
Sé que la estoy aplastando, así que la enjaulo y me alejo de su calor sólo para poder
bajar por su cuerpo, apoyar la frente en su pecho agitado y sentir los latidos de su
corazón.
Hudson hace por mí lo que yo hice por él y me da un codazo, intentando evitar
que me derrumbe encima de ella. Es lo único que quiero hacer. Quiero mantenerme
pegado a ella aunque eso signifique aplastarla contra el colchón. Sigo su ejemplo y
me quito de encima a Leila con una desgana que me sorprende, observando cómo
Hudson la gira para mirarme. Tiene las mejillas sonrojadas, los labios hinchados por
nuestros besos y unos ojos que me miran con una ternura que no esperaba ver. Siento
que el corazón se me agolpa en el pecho y quiero decirle en este momento que la
quiero. Quiero decirle tantas cosas que antes no podía decirle porque estaba muy
enfadado, pero veo lo agotada que está.
—Respira, Leila —le dice Hudson, cuyo pecho es ahora una sólida pared contra
su espalda. Ambos la envolvemos, nuestros cuerpos crean un recinto protector. Mi
mano encuentra la suya, los dedos se entrelazan como si estuvieran hechos para
encajar.
—¿De acuerdo? —Pregunto, con la mirada clavada en la suya.
No puede hablar, pero me aprieta los dedos y eso es más que suficiente para mí.
Hudson nos cubre con las sábanas y el mundo fuera de esta cama deja de existir para
nosotros.
—Duerme ahora —murmura Hudson, rodeando a Leila con el brazo y
estrechándola contra mí. Yo lo imito y la aprieto aún más contra mí. Nuestras piernas
se enredan bajo las sábanas y ni siquiera me importa que la espinilla huesuda de
Hudson roce la mía.
—No te vayas —susurra, su mano aprieta la mía, y me doy cuenta de que vamos
a tener que explicarle las cosas por la mañana. Miro a Hudson a los ojos y puedo ver
la tormenta de en sus pensamientos. Le hemos hecho tanto daño con nuestros
jueguecitos mentales que nos pide que no la dejemos.
—Nunca volverás a estar sin nosotros —respondo, apretando los labios contra su
frente. Su suspiro es la satisfacción personificada, un sonido que me tranquiliza un
poco—. Se acabaron los juegos.
La cabeza de Leila se inclina levemente hacia mí, sus ojos buscan los míos en la
penumbra.
—Se acabaron los juegos —repite como si creyera que si lo dice será verdad.
—Sólo del tipo divertido —intento hacerla reír, sellando la promesa con un beso
a un lado de su cabeza—. Cuando te perseguimos por el cementerio y te arrancamos
la ropa. —Sus ojos se dirigen a los míos y veo un destello que me dice que no odia
esa idea ahora que hemos hecho las paces.
—Creo que podría gustarme ahora que... —empieza, pero me doy cuenta de que
está buscando las palabras adecuadas.
La risita de Hudson vibra a través de los tres.
—Ahora que eres nuestra. Siempre nos gustará perseguirte y arrancarte la ropa.
—Su mano recorre su costado y encuentra la suave curva de su pecho, y ella se
estremece en nuestros brazos.
—Buenas noches, nena —dice Hudson, hundiendo la cabeza en su nuca. Durante
todo este tiempo nos hemos estado hablando de lo que le íbamos a hacer a Leila, de
cómo íbamos a castigarla por no conformarse, pero los dos nos hemos derrumbado
en cuanto nos ha ofrecido la más mínima muestra de afecto, porque eso era lo único
que realmente queríamos de ella.
Mis ojos no se apartan de los suyos hasta que se cierran, e incluso entonces la vigilo
mientras se duerme.
13
Leila

L
as sensaciones me devuelven a la consciencia antes incluso de que me atreva
a abrir los ojos. Un calor constante palpita en mi interior, llenándome de una
inconfundible plenitud que me resulta a la vez chocante y dolorosamente
familiar. No puedo evitar presionar ligeramente hacia atrás, buscando más de la
deliciosa presión, y un suave gemido se escapa de mis labios cuando me doy cuenta
de que es Hudson. Puede que mis hermanos sean gemelos, pero distingo sus caricias
en un instante.
—Lo de anoche no fue un sueño febril —murmuro, con la voz ronca por el sueño
y la saciedad. Hasta este momento, no estaba segura de haber soñado con lo suaves
que fueron al usar mi cuerpo anoche. No se parecía en nada a ellos, pero era todo lo
que había deseado.
—Anoche fue lo más real que hemos vivido —susurra Hudson, su voz como
terciopelo contra mi oído—. Lo dijimos en serio, Leila. Puedes intentar retractarte de
todo, pero no te dejaremos. Eres nuestra y no vamos a dejar que finjas lo contrario.
—El brazo de Hudson es como una barra de músculo que me cruza por el medio,
sujetándome a él, y siento una punzada de placer que se desplaza directamente a mi
clítoris y una cálida presión en el pezón.
Mis párpados se levantan perezosamente, rindiéndose a la luz filtrada que baña
la habitación con el suave resplandor de la mañana. La visión que me recibe me
provoca una oleada de calor en las venas. Hayden, , está tumbado a mi lado y su
boca adora mi cuerpo con una atención lenta y deliberada. Su lengua gira alrededor
de un pezón, luego del otro, y cada caricia enciende pequeñas chispas que viajan
directamente entre mis piernas, donde Hudson permanece enterrado dentro de mí,
inmóvil pero increíblemente duro.
—Insaciable —exhalo, la palabra una risa ronca, recubierta de asombro y deseo.
No sé qué esperaba que ocurriera una vez que finalmente cruzáramos la línea, pero
esta sensación de dicha inimaginable no estaba en mi radar.
—¿Puedes culparnos? —contesta Hayden, en voz baja, mientras detiene sus
caricias y me mira a través de esos intensos ojos azules. Hay un brillo travieso que
promete algo más que afecto mañanero.
No puedo, pero no quiero darle esa satisfacción, así que, en lugar de responderle,
dejo que mi mano se introduzca en su cabello alborotado y que mis dedos se escurran
entre las hebras oscuras. Vuelve a mis pechos, los muerde suavemente antes de
soltarme con una sonrisa juguetona que me acelera el corazón.
Jadeo, no por el dolor, sino por la sacudida de placer que me recorre. Hayden sabe
cómo presionarme y lo que le gusta a mi cuerpo.
Un escalofrío me recorre y la voz de Hudson retumba en la curva de mi cuello.
—Mierda, su coño se aprieta cuando la muerdes. Le gusta. —Su aliento es un
susurro húmedo sobre mi piel, que me eriza el vello—. Deja de hacer eso o tendré
que follármela otra vez —gime, y sus caderas me presionan con deliberada
intención. No hay movimiento, no hay empuje, sólo su dureza inquebrantable que
me llena por completo. La sensación me hace gemir suavemente, el sonido se escapa
como un secreto confesado en la oscuridad.
—¿Otra vez? —Consigo exhalar; algo me hace sentir como si estuvieran
compartiendo un secreto del que no estoy al tanto—. ¿Quieres decir desde anoche?
—Hemos estado despiertos toda la noche —murmura Hayden, con voz grave y
áspera de satisfacción. Sus labios bajan hasta rozarme el ombligo mientras habla, lo
que me pone la carne de gallina—. Turnándonos... follándote... llenándote.
—No puedo saciarme —añade Hudson, sus labios presionando contra mi nuca en
un beso tan posesivo que me marca—. Aunque pasáramos todo el día y toda la noche
dentro de ti.
Se me escapa una respiración agitada cuando los labios de Hayden envuelven mi
pezón por última vez, el calor húmedo de su boca contrasta exquisitamente con el
aire frío del dormitorio. Su lengua se arremolina con movimientos deliberados antes
de soltarme con un chasquido que resuena. El sonido hace que un cálido rubor me
recorra el pecho, pintándome la piel de una forma que veo que le gusta.
La cama se mueve cuando Hayden se levanta, la pérdida de su calor es inmediata.
Mi gemido llena el vacío dejado por su ausencia. Es un sonido que toca algo primario
dentro de Hudson, cuya risita es un sonido profundo y resonante que vibra a través
de su pecho y en mi espalda mientras me acerca.
—¿Ya le echas de menos? —Los brazos de Hudson me rodean, una jaula de
músculos de la que no quiero escapar mientras observo la forma en retirada de
Hayden. Hayden se detiene, medio girado, y arrastra una mano por el abdomen para
agarrarse. Sus dedos se enroscan alrededor de su cuerpo y me mira fijamente a los
ojos. La voz de Hudson retumba en lo más profundo de su pecho, vibrando contra
mi espina dorsal—. Puedo sentir cómo te retuerces a mi alrededor... porque le estás
mirando. —¿Necesitas que Hayden te estire el coño otra vez?
—Joder —exhala Hayden, con la palabra flotando en el aire, cargada de la energía
bruta que hierve a fuego lento entre nosotros antes de darse la vuelta y desaparecer
de nuestra vista.
Avergonzada de que me hayan pillado, vuelvo a acurrucarme contra Hudson,
sintiendo su presión, sólida e insistente, mientras me empuja más adentro. Mi cuerpo
responde instintivamente, apretándose a su alrededor, y su respiración se entrecorta
en respuesta.
—Esa es mi niña buena —dice Hudson, con palabras llenas de satisfacción. Su
beso se posa en mi hombro, una marca que atraviesa la fina barrera de mi carne y se
graba en mis huesos.
Los movimientos de Hudson son lentos esta vez, encendiendo mis sentidos uno a
uno. Su polla entra y sale con un ritmo deliberado y tierno a la vez, como si estuviera
memorizando mi forma desde dentro. Sus labios encuentran la curva de mi cuello,
cada beso es una marca de posesión y disculpa.
—¿Qué se siente? —Su voz es un susurro áspero contra mi piel que me produce
escalofríos.
—Es perfecto —exhalo, con la voz rebosante de emociones que he estado
ocultando a mis hermanos durante lo que parece una miserable eternidad—. Los he
echado tanto de menos.
El agarre de Hudson se estrecha a mi alrededor, un respingo casi imperceptible
ante mis palabras.
—Lo sentimos, Leila. Nunca volverá a ser como antes. —El arrepentimiento
impregna su tono y me oprime el corazón.
—¿Perdón por qué? —Necesito oírselo decir. Necesito saber todo lo que siente por
mí sin que ninguno de nosotros oculte lo que realmente hay debajo.
—Pensando que no nos querías —admite, sus ojos verdes se encuentran con los
míos en una silenciosa súplica de perdón—. Estábamos equivocados. Pasamos
mucho tiempo intentando quebrarte en lugar de entender por qué tenías miedo. La
maldición no significa nada. Te queremos porque eres nuestra, no hay otra
explicación. Siempre serás nuestra.
Me invade una oleada de calor.
—Yo también te he deseado siempre. A los dos.
Me apoya la frente en el pliegue del cuello, una conexión íntima que me parece
más íntima que la forma en que su polla empuja dentro de mí ahora mismo.
—Ahora lo sabemos.
Nuestro momento de intimidad se ve interrumpido por el ruido de unas botas en
el suelo de madera y la puerta de la habitación abriéndose de golpe. Hayden está
desnudo, excepto por las botas de Hudson cubiertas de nieve . Lo absurdo de la
visión me tensa los labios, y se me escapa una risita a pesar de la intensidad de hace
unos momentos con Hudson.
—¿Son esas mis botas? —La voz de Hudson es molesta y divertida a partes
iguales, mientras se apoya en un codo para mirar a su gemelo.
Hayden pone los ojos azules en blanco, con una sonrisa en los labios.
—Obviamente. No quiero que las míos se empapen.
—¿Caminaste desnudo hasta el Jeep? —Levanto una ceja porque debe hacer
mucho frío ahí fuera.
—Juro por Dios que si te pones el abrigo con la polla dura... —Hudson empieza y
yo estallo en carcajadas que lo interrumpen. Se retuerce, arqueándose lo suficiente
para mirarme como si me hubiera puesto de parte de Hayden en vez de la suya.
—Sólo pienso que es gracioso que hayas pasado la noche compartiendo cada parte
de mi cuerpo en la que pudiste poner tus manos y tu boca, pero tu abrigo es donde
pones el límite.
—Compartir es cuidar, hermano —añade Hayden con cara seria, y creo que eso es
lo que hace que Hudson caiga en una espiral proverbial.
Cuando Hudson pasa por encima de mí para intentar alcanzar a Hayden y darle
una bofetada, mi mirada se fija en la caja verde oscuro anidada en la gran palma de
la mano de Hayden.
—¿Qué es eso?
Hayden se limita a sonreír, con una sonrisa diabólica en los labios, mientras se
quita las botas de Hudson con descuidada facilidad. Se sube a la cama y sostiene la
caja justo fuera de mi alcance. Sus ojos brillan con picardía.
La retirada de Hudson de mi núcleo es un lento arrastre de sensaciones, que me
deja vacía pero palpitante de necesidad. Me ayuda a sentarme, con un tacto suave
pero firme, con los pies en la tierra, olvidando aparentemente que quiere matar a
Hayden. Estoy atrapada entre ellos, entre su calor y su intensidad, y es exactamente
donde deseo estar.
—¿Qué nos darás a cambio? —Hayden se burla, con voz juguetona pero con una
promesa tácita. Es un baile que conocemos bien, el toma y daca, el tira y afloja.
Alargo la mano, mis dedos recorren su dura longitud y noto su pulso bajo mi
contacto. Hayden respira entrecortadamente, con un suave suspiro que me dice más
de lo que podrían decir las palabras. Mi propio deseo se enrosca en mi interior y, de
pronto, deseo no haber estado tan agotada para poder recordar cuántas veces
estuvieron dentro de mí anoche.
—Lo que quieras —murmuro, mordiéndome el labio inferior.
—Leila —la voz de Hudson es un gruñido bajo, una advertencia entrelazada con
necesidad mientras su mano rodea mi muñeca, apartándome de la dura polla de
Hayden—. Tienes que parar.
Su tacto es suave pero insistente, y no puedo evitar el mohín que se forma en mis
labios.
—¿Por qué? —Le desafío, aunque su mirada esmeralda me lo dice todo.
—Hayden no podrá aguantar, y esto… —señala la caja con la cabeza—, es
importante.
Miro a Hayden, cuyos ojos ahora lanzan dagas a su hermano.
—Te daré una paliza con tus botas empapadas si vuelves a quitarme su mano de
la polla. —Sus palabras son un gruñido, posesivo y crudo, que arranca una carcajada
de Hudson.
—Tranquilo —le digo, pero mi atención vuelve a centrarse en el misterio que
Hayden tiene entre manos. Mi corazón se acelera con una mezcla de excitación y
curiosidad.
—¿Es para mí? —La pregunta se me escapa, teñida de auténtica sorpresa. Agito la
mano con entusiasmo hacia la pequeña caja verde—. ¿Me han traído un regalo de
Navidad?
Un ligero roce de labios detrás de mi oreja me produce un escalofrío. La voz de
Hudson vibra contra la delicada piel, envolviéndome en calidez.
—Sabíamos que eras nuestra, solo era cuestión de convencerte para que lo
aceptaras.
—¿Convencer? ¿Así es como lo llamamos? —Consigo sonreír a pesar del aleteo en
mi pecho—. Han hecho un buen trabajo, menos tirarme los discos a la cabeza.
Hayden me estrecha los ojos y mi coño se aprieta.
—Eso fue hace mucho tiempo, Leila. —Resopla y Hudson se ríe.
—¡Eso fue ayer! —Me exaspero cuando arrebato la caja verde de las manos de
Hayden.
—Cuidado, está listo para abalanzarse, y no se lo estás poniendo fácil para
contenerse —se burla Hudson, pero sus ojos delatan su ansia de que vea el interior.
Con un movimiento del pulgar, la tapa se abre y se me corta la respiración. Dentro
del abrazo de terciopelo hay un collar de oro, tan delicado, tan mío. Las dos H
cuelgan, captando la luz y proyectando pequeños destellos dorados contra el oscuro
interior.
—Vaya —se me escapa antes de que pueda contenerlo, la admiración tiñendo mi
tono—. Es precioso. —Levanto el collar y lo veo bailar entre mis dedos.
El orgullo de Hayden es casi tangible, y su mirada se clava en la mía mientras
asiente, satisfecho de sí mismo.
—Yo lo elegí.
—Casi consigues que nos echen de la joyería —le dice Hudson a su hermano, pero
eso sólo hace que Hayden sonría.
—Estaba haciendo demasiadas preguntas sobre Leila, y no me gusta esa mierda.
Maldito entrometido.
—¿Muy territorial? —Pero no me quejo. La verdad es que no. Puedo admitir
cuando me gusta lo tóxicos que pueden ser.
—Sólo siempre —murmura Hudson, mientras sus dedos trazan la línea de mi
clavícula, donde pronto descansará el collar. Su tacto es posesivo, pero a la vez
reverente, como si ya lo estuviera imaginando allí, marcándome como suya.
—Pónmelo —ordeno, con una burbuja de excitación bailando en mi pecho. Los
dedos de Hayden, cálidos y seguros, levantan la cadena de oro y las H entrelazadas
cuelgan ante mis ojos ansiosos. Su tacto me hace estremecer mientras me coloca el
collar alrededor del cuello.
Hudson se une a mí y me roza la nuca con las manos, provocándome otra corriente
eléctrica. El cierre se cierra con un chasquido y el frío metal se asienta sobre mi piel,
como si estuviera hecho a mi medida.
—Es perfecto —murmuro, recorriendo el colgante de la doble H con las yemas de
los dedos, sintiendo los intrincados surcos y los suaves bordes. Sin dudarlo, me
abalanzo sobre Hayden y le rodeo el cuello con los brazos. Sus fuertes brazos me
rodean. Su aroma es un leve rastro de pino que me envuelve. Alargo un brazo hacia
atrás, aferrándome ciegamente a Hudson, necesitando que forme parte de este
momento.
—Ven aquí —susurro, gimoteo, con la voz apagada contra el pecho de Hayden.
Siento que Hudson se acerca y pronto sus brazos se unen a los de Hayden, creando
un capullo de calidez a mi alrededor. Se me entrecorta la respiración por la
proximidad, por la innegable conexión que palpita entre los tres.
—Siento haberme opuesto a ustedes durante tanto tiempo —empiezo, con la voz
temblorosa por un cóctel de arrepentimiento porque yo también participé en todo
esto. Los alejé porque no creía que sus sentimientos por mí pudieran ser reales. Pero
el dedo de Hudson presiona suavemente mis labios, silenciando la confesión que
amenaza con desbordarse.
—Shh, Leila —susurra Hudson, su aliento cálido contra la concha de mi oreja—.
No tienes nada que lamentar. Te queremos, Leila. Maldición o no, eres nuestra.
Los labios de Hayden chocan contra los míos, feroces y exigentes. Su beso me roba
el aire de los pulmones y me derrito en él, en ellos.
—Te queremos de una forma tan abrumadora que a veces nos portamos mal —
admite Hayden contra mi boca, con la voz áspera por la emoción.
Todo lo que está fuera de este momento parece irrelevante mientras nos
tumbamos, una maraña de sábanas y piel caliente. La tranquilidad de la mañana de
nos envuelve, testigo mudo del vínculo que compartimos. En este espacio, no hay
lugar para nada más que nosotros.
Un suave golpe resuena en la habitación, y mi mirada se abre de golpe,
descubriendo la mano de Hayden apartando la de Hudson de mi pecho. Hayden
esboza una sonrisa posesiva y burlona. Los dos vuelven a acercarse a mí y me rozan
con los dedos la carne sensible del pecho.
—¡Chicos! —Suelto una risita y me retuerzo bajo sus caricias, que me provocan un
delicioso calor en todo el cuerpo. Sus juguetonas riñas llenan el ambiente y, de
repente, soy tan codiciada como las botas de Hudson.
—Ya basta —digo entre risas, aunque no quiero que dejen de hacerlo. Esta
cercanía, su afecto, es lo que siempre he deseado.
Cuando nos acomodamos, la ligereza de la habitación se transforma en una paz
serena y me acurruco más cerca de los dos.
—Feliz Navidad —susurro—. Los querré siempre.
—Dilo otra vez —exige Hayden, sus dedos apretando mi carne.
—Los. Quiero. —repito, más fuerte esta vez, y se siente como un juramento, una
promesa que se les debía hace tanto tiempo.
—Joder, Leila —gime Hudson, y hay un temblor en su tacto, una vulnerabilidad
que rara vez muestra—. Nosotros también te queremos. Muchísimo.
Epilogo
Leila

H
illcrest contra Woodsboro
El tintineo y el choque de los palos sobre el hielo resuenan en el estadio,
como contrapunto al silencio del público. El partido está empatado y sólo
quedan unos minutos. Aprieto con las manos el frío cristal que me separa
del hielo, con los nudillos blancos y todos los músculos en tensión mientras veo cómo
el disco rebota entre los jugadores de Hillcrest y Woodsboro.
—Vamos, vamos —susurro, las palabras se convierten en vapor en el frío edificio.
Los patines de Hudson se clavan en el hielo cuando intercepta el disco con una
hábil maniobra. Sus ojos verdes se clavan en Hayden y ya sé lo que está a punto de
ocurrir.
Si lo consiguen y ganan el partido, va a ser muy difícil no correr hacia ellos
después del partido y darles un beso en la boca. Estoy tan emocionada y excitada
que parece que hace días que no los veo, aunque sólo hayan pasado unas horas.
Hemos debido tener mucho cuidado en el campus por razones obvias ahora que los
tres hemos hecho las paces. Hudson hace un gran trabajo interpretando el papel de
hermano mayor sobreprotector, pero a Hayden le sigue gustando pasear las manos
y tocarme el culo o los pechos en público. Es una amenaza y lo sabe, pero aunque
alguien sospeche algo, nunca sería tan tonto como para decirnos nada directamente.
Sigo teniendo mi propio dormitorio, pero paso todas las noches en el suyo.
Hayden se aleja de la multitud de patinadores, totalmente sincronizado con
Hudson, su presencia es una fuerza que atrae jadeos y murmullos de los
espectadores que me rodean. Ver a mis dos hermanos moverse juntos y a la vez
separados sin esfuerzo es algo que agradezco presenciar. Es como si pudieran
anticipar el próximo movimiento del otro de una forma que nadie, ni siquiera yo,
podría hacer jamás.
Y entonces ocurre.
Hudson pasa el disco a su gemelo. Tan hábil, tan suave. Estoy conteniendo la
respiración como si eso pudiera ayudarles de alguna manera a lograr su objetivo. El
palo de Hayden se arquea hacia atrás y, a la velocidad del rayo, el disco vuela por el
hielo hacia el portero de Woodsboro.
El disco pasa a toda velocidad por delante del portero, un borrón negro sobre el
blanco del hielo. Besa la red justo antes de que suene la bocina.
Mi grito es primitivo, una descarga de ansiedad y fervor reprimidos. Me levanto
de un salto, mi cuerpo rebota contra el cristal y mis manos golpean la superficie
mientras canto sus nombres.
El amuleto de mi cuello se balancea salvajemente y me aferro a él, mis dedos
trazan las H gemelas con una ternura por la que Hayden probablemente se burlaría
de mí. El metal está tibio, casi caliente, por el calor de mi piel. Odio no poder salir
corriendo y abrazarlos, pero esto es suficiente. Siempre están conmigo.
El público celebra cuando Hayden y Hudson chocan entre sí. Sus cuerpos chocan
en un golpe de pecho. Ambos sonríen y yo sacudo la cabeza con una sonrisa, porque
esta noche van a ser unos idiotas engreídos y voy a ser yo quien tenga que vérselas
con ellos.
Se separan e, inmediatamente, sus miradas barren las gradas, buscando el lugar
donde me dejaron antes del partido. La carga eléctrica de sus ojos se posa en mí, y
algo en mi interior tiembla de reconocimiento, de deseo y de todo el amor que me
demuestran. Los labios de Hudson se curvan y me lanza un beso con descaro. Me da
un vuelco el corazón porque Hudson siempre es reservado a la hora de demostrarme
su cariño. No quiero que condenen a nuestra familia al ostracismo ni que la
conviertan en un espectáculo, pero que lo haga tan públicamente me hace palpitar
el corazón.
Hayden sonríe como un lobo, sacando explícitamente la lengua en una burla
silenciosa dirigida solo a mí.
No puedo evitar reírme, sacudiendo la cabeza ante sus payasadas.
—¡Son ridículos! —Les grito, aunque sé que no pueden oírme.
Les soplo besos, cada uno de ellos una promesa, un secreto compartido al aire
libre.

El vapor sale de las duchas al frío pasillo. Hayden y Hudson esperaron a que
volviera antes de desaparecer en las duchas. Me apoyo en la fría pared de hormigón
del exterior de los vestuarios. La anticipación me recorre la piel, un zumbido
eléctrico que se acelera a cada segundo que pasa. No me besarán de verdad hasta
que volvamos a la residencia y, de algún modo, eso lo hace aún más excitante.
La puerta se abre de golpe. Hayden sale primero, con el cabello húmedo pegado
a la frente en ondas desordenadas. Le sigue Hudson, una imagen idéntica salvo por
sus ojos verdes. Ambos llevan pantalones de chándal y sudaderas con capucha de
Hillcrest, la tela abrazando sus anchos hombros, las cremalleras a medio camino para
revelar la piel dorada de sus pechos esculpidos.
—Leila —retumba la voz de Hayden mientras me abraza sin previo aviso. El
mundo se tambalea cuando mis piernas rodean instintivamente su cintura y sus
grandes manos se posan posesivas en mi trasero. El calor irradia de su cuerpo, a
través de la fina barrera de nuestras ropas, directo a mis huesos.
Una chica pelirroja se detiene a medio camino y nos mira con un juicio
inconfundible. Sabe que los gemelos son mis hermanos. La mirada de Hayden se
clava en ella, feroz e inflexible, hasta que se escabulle, probablemente para iniciar el
rumor de que estábamos follando en el pasillo.
—¿Puedes controlarte? —Hudson pregunta, pero es retórico. Sabe que Hayden no
puede controlarse en absoluto. Se acerca, me roza la frente con los labios en un beso
fugaz que me hace desear que sus dos bocas estén sobre mí.
—Saben —empiezo, con la voz más ligera que el revoloteo de mi estómago—,
podríamos tener demostraciones públicas de afecto si hubieran aceptado
trasladarme a la Universidad de Woodsboro, donde la gente no sabría que somos
hermanos.
Hayden frunce las cejas y una sombra cruza su rostro. Mi mera sugerencia basta
para ensombrecer su humor. Pero es Hudson quien responde, con voz baja y firme:
—Nunca dejaríamos que te cambiaras el apellido para despistar a la gente. Eres
una Hillcrest. Eres nuestra. A la mierda lo que piensen los demás.
Me ruborizo ante su posesividad, tantas emociones arremolinándose en mi
interior. Hayden me agarra con más fuerza y me aprieta la carne con las yemas de
los dedos.
—¿Van a ir a la fiesta posterior? —pregunto, retorciéndome, intentando que
Hayden me baje. Me estoy excitando y, por la forma en que mueve los dedos, sé que
no le costaría mucho follarme en este pasillo con tanta gente alrededor.
—Tú eres nuestra fiesta posterior —me dice Hudson en voz baja mientras mira a
su alrededor para asegurarse de que nadie mira antes de dejar que su mano se deslice
por mi pierna cubierta de vaqueros y sobre mi culo, apretando bruscamente sobre
los dedos de Hayden.
Deben de estar comunicándose mentalmente de nuevo porque Hayden sigue los
pasos de Hudson y estamos fuera antes de que yo me dé cuenta de que estamos
saliendo del estadio. Empujo los hombros de Hayden para que me baje. En lugar de
eso, me da una fuerte palmada en el culo.
—Hace horas que no te veo. Te estoy llevando todo el camino de vuelta a nuestra
habitación —la voz de Hayden retumba contra mi oído, su aliento cálido sobre mi
piel—. Te he echado demasiado de menos como para dejarte ir ahora.
—Bien, pero ella es mía para desvestirse tan pronto como la maldita puerta se
cierre detrás de nosotros —Hudson contraataca, una sonrisa juguetona jugando en
sus labios mientras navegamos por el camino poco iluminado de vuelta a su
dormitorio.
Hayden resopla, el sonido vibra a través de su pecho hasta llegar al mío, y percibo
el desafío tácito entre ellos. Sus brazos, bandas de acero a mi alrededor, no aflojan.
Me acurruco más, encontrando consuelo en la fortaleza de su abrazo mientras el aire
fresco de la noche me pellizca las mejillas.
—Dejaron de pelear conmigo y ahora siempre se pelean por mí —murmuro riendo
para hacerles saber que no odio la forma en que constantemente me hacen sentir
plenamente querida por los dos.
—Por mucho que me gustaría follarte con ese jersey, tiene que desaparecer —
declara Hudson mientras cierra la puerta tras nosotros y antes incluso de que
Hayden me haya sentado bajado al suelo.
—¿Cuándo vas a llevar uno con nuestros números? —Hayden me sonríe porque
he elegido llevar una camiseta sin número con sólo el nombre Hillcrest cosido en la
espalda.
—Nunca podría elegir entre ustedes —admito, mi voz se contagia de una emoción
que ni siquiera era consciente de estar sintiendo—. Ni por una noche, ni nunca.
—Nunca vas a tener que hacerlo —dice Hayden, y veo el brillo en sus ojos cuando
mira hacia Hudson como si ellos supieran algo que yo ignoro.
El suelo está frío bajo mis pies cuando Hayden por fin me deja en el suelo, la
habitación es un borrón de movimiento y piel. Mi respiración no es más que un jadeo
perdido en el torrente de aire mientras Hudson desliza sus manos por mis caderas,
despegando las últimas barreras de tela con una precisión que habla de lo mucho
que me desea ahora mismo.
—No pierdas el tiempo —me burlo, con voz ronca que delata los temblores que
me recorren.
Hudson ignora mi comentario, sus ojos recorren mi cuerpo mientras su propia
camisa cae al suelo, donde ya yace la de Hayden.
Permanezco entre ellos, respirando con dificultad, sintiendo el calor que emana
de sus imponentes formas. Alargo las manos y recorro el contorno de sus pechos,
deleitándome con el músculo y el calor bajo las yemas de mis dedos.
—Los dos son... condenadamente hermosos —suspiro. Son increíbles.
—Leila —murmura Hayden, sus ojos azules se oscurecen con algo feroz. De un
tirón, me agarra del cabello y me tira de la cabeza hacia atrás con una posesividad
que me produce escalofríos. Su boca se estrella contra la mía, exigente, implacable, y
me pierdo en su sabor.
—Decidimos algunas cosas antes del partido —retumba la voz de Hudson en mi
oído mientras sus dedos encuentran mi pezón, pellizcándolo ligeramente antes de
que su boca sustituya a su mano, haciendo que me recorran sacudidas de placer.
—¿Qué tipo de cosas? —Consigo apartarme del embriagador beso de Hayden, con
la respiración entrecortada.
—Sobre esta noche. De cómo vamos a reclamarte —dice Hudson, sus labios rozan
mi piel enrojecida, dejando un rastro de fuego a su paso.
—¿Cómo? —La pregunta sale de mis labios antes de que pueda volver a
formularla, con la curiosidad luchando contra la expectación. Desde Navidad me
han estado diciendo que iban a follarme al mismo tiempo cuando estuviera lista,
pero nunca lo han hecho. Lo más cerca que hemos estado es con uno de ellos dentro
de mí y los dedos del otro estirándome un poco más. Nunca han pensado que
estuviera preparada para meterme a los dos al mismo tiempo, así que no estoy
segura de hacia dónde va esto.
Antes de que pueda recuperar el aliento, Hudson se sube a la cama y se estira, una
invitación silenciosa escrita en las líneas de su cuerpo. Con un movimiento fluido
que contradice su tamaño, Hayden me levanta sin esfuerzo, sus manos son una cuna
firme contra mi piel mientras me sienta encima de los duros abdominales de
Hudson. El calor de Hudson me atraviesa mientras flexiona los músculos
abdominales bajo mi peso.
—Túmbate —ordena Hayden, su voz es un áspero susurro que me envuelve como
terciopelo.
Me inclino hacia atrás, arqueando la columna y apoyándome en la sólida
extensión del pecho de Hudson. Su polla, gruesa e insistente, presiona contra la
resbaladiza zona entre mis piernas, y odio estar nerviosa. Se me entrecorta la
respiración, la anticipación me produce escalofríos.
—Buena chica —me elogia Hudson debajo de mí, con sus manos rozándome los
costados, en un contraste de ternura y posesividad. Sus dedos trazan el contorno de
mis costillas antes de ejercer una suave presión sobre mis caderas.
—Siempre supimos que sabías seguir bien las instrucciones —se burla Hayden,
pero hay una nota de orgullo en su voz que me hace enrojecer de calor.
Mi mente se acelera, atrapada entre el peso de Hudson abajo y la intensidad de
Hayden ante mí.
—Relájate, Leila —murmura Hudson con voz firme y profunda. Y lo hago. Me
rindo a las sensaciones, a su contacto. La mano de Hayden se desliza por mi cuello,
recorriendo el rápido pulso de mi garganta. Su tacto es una chispa que enciende
todas las terminaciones nerviosas. Cierro los ojos, perdida en el momento, en la
sensación de ser completamente reclamada por los dos.
—Esta noche eres nuestra, nena —me dice Hudson, con un deje de finalidad en el
tono.
—Completamente —añade Hayden.
—Suya —me hago eco, mi voz un mero susurro.
Hudson se agacha y le agarra bruscamente la polla y, sin previo aviso, me
presiona, una invasión que me arranca un grito ahogado.
—Dios, nena —gime Hudson, su voz es un bajo rumor de asombro y deseo
mientras dirige su atención a su gemelo—, no importa cuántas veces me la folle,
sigue estando tan jodidamente apretada.
Sus palabras, crudas y brutalmente sinceras, me hacen estremecer ante sus elogios.
Se mueve dentro de mí, deliberado y mesurado, y cada embestida es un reclamo más
profundo. Estoy atrapada entre el dolor y el placer, tambaleándome precariamente
entre ambos.
—Joder, Leila. —Hayden se arrodilla entre las piernas de Hudson. Su aliento se
abanica sobre mi coño, y entonces siento un parpadeo de calor húmedo contra mi
clítoris.
La sensación se vuelve espiral, Hudson me llena lentamente y la boca de Hayden
trabaja con una concentración implacable. Es un doble asalto, uno que deja mis
pensamientos dispersos. No puedo pensar, sólo puedo sentir el estiramiento, el
deslizamiento, la presión implacable que se acumula en mi interior.
—Ah, Hayden —jadeo, mi voz tiembla tanto como mi cuerpo—. Hudson. —Su
nombre es un gemido mientras me folla con más fuerza. Las manos de Hudson me
agarran por las caderas, una orden silenciosa de rendición, mientras Hayden me
devora con un hambre insaciable. Es demasiado e insuficiente a la vez, una
contradicción que define cada momento que paso entrelazada con mis hermanos.
—Más —susurro, una súplica que va más allá de las palabras. Ellos lo oyen, lo
entienden y responden con sus cuerpos.
—¿Segura que estás lista para más, hermanita? —Hudson gruñe, pero la forma en
que se ríe me hace saber que no es una pregunta. Van a darme todo lo que quieran,
y yo voy a aceptarlo como una niña buena.
Un escalofrío me recorre la espina dorsal y me aprieto alrededor de la plenitud de
la intrusión de Hudson, con la respiración entrecortada. Mi voz emerge como un
gemido entrecortado cuando miro a Hayden a los ojos:
—¿Vas a follarme también el culo? —La pregunta se entrecorta en un gemido,
traicionando mi insaciable curiosidad mezclada con el miedo a cuánto tendrían que
estirar sus pollas el diminuto agujero.
—Joder —gime Hayden, sus ojos se oscurecen como nubes de tormenta a punto
de estallar—. Eso es lo siguiente. —Sus labios se curvan pecaminosamente—. Tendré
tu culo. —Hace un gesto vago entre nosotros, donde estoy empalada en la polla de
Hudson—. Pero esta noche, los dos vamos a estirarte, aquí mismo. —Los dedos de
Hayden encuentran mi clítoris. Las palabras provocan un temblor en mi interior,
pero es la repentina embestida de Hudson la que me saca el aire de los pulmones y
me deja jadeando. Me penetra más profundamente, reafirmando su reclamo con
cada centímetro.
Mi instinto es rebelarme, una necesidad desesperada de escapar. Lucho, intento
levantarme, pero las manos de Hudson son de hierro en mis caderas, inflexibles.
—No puedo —protesto, mi voz apenas un susurro contra la tormenta de
sensaciones—. Uno ya es demasiado a veces. Dos nunca cabrán.
—Shh —me tranquiliza Hayden, o me lo ordena, no puedo distinguirlo a través
de la bruma de mi pánico, mientras arrastra su lengua por el manojo de nervios de
la parte superior de mi coño. Su mirada se fija en la mía y, como si Hayden se lo
ordenara, el brazo de Hudson se cierra sobre mí como una barra de metal. Hayden
se levanta de rodillas, su presencia es un imponente muro de calor—. Nos tomarás,
Leila. Dos será perfecto para ti. —Su voz vibra contra mi piel, casi suave.
Casi.
Las manos de Hayden vagan con intención posesiva, agarrando la carne como si
nunca fuera a poder volver a tocarme. Observo, paralizada, cómo mis pechos se
balancean bajo el peso de su tacto primitivo.
Un gemido sale de mis labios, un sonido más de rendición que de protesta. Debajo
de mí, Hudson no cede y sus dedos me acarician los pezones a un ritmo tortuoso.
Cada tirón envía una onda expansiva al nudo de placer mientras Hayden acaricia mi
abertura ya llena con círculos decididos.
—Dime, Leila —la voz de Hayden no es más que un gemido—. ¿Quieres esto? —
No espera palabras, presiona la cabeza de su polla contra mí con intención. Quiere
estar dentro de mí con su hermano, y eso es exactamente lo que va a conseguir.
Jadeo, mi propia voz extraña en medio de su tormenta. Mis caderas me traicionan,
meciéndose minuciosamente sobre Hudson, buscando fricción, buscando alivio. Los
necesito, aunque me asuste lo que quieren.
La palmada en mi muslo es aguda, una puntuación que capta mi atención. La
mirada de Hayden se clava en la mía, exigiendo una honestidad que ya no puedo
ocultar.
—Dime —me ordena.
—Por favor —exhalo, y no es más que una súplica—. Lo quiero. Te deseo a ti. —
Las palabras son una llave que abre algo salvaje dentro de Hayden. Me agarra la cara
y me roza el labio con el pulgar.
—Dilo todo, Leila. —Su voz es oscura de necesidad—. Quiero oírte admitir lo
mucho que necesitas las pollas de tus hermanos.
—Que me follen el culo —susurro, la confesión sorprende incluso a Hayden.
—Dios mío —gime Hudson debajo de mí. La boca de Hayden reclama la mía en
un beso brutal, su otra mano se guía para presionar ligeramente dentro de mí, contra
la longitud de Hudson, una sensación que abruma todos los sentidos. Duele, pero la
punzada de dolor no es nada comparado con el placer que se dispara por todo mi
cuerpo y la plenitud de mis hermanos dentro de mí.
—Buena chica. Mi dulce Leila —gime Hayden contra mis labios.
—¿Qué quieres de nosotros, cariño? Usa tus palabras. Dinos lo que necesitas —
exige Hudson, pero jadea, sintiendo a su hermano presionándole y haciendo que mi
coño se estreche aún más para él.
—Hagan que me corra en sus pollas —jadeo, con la necesidad desgarrándome la
garganta. La habitación gira, se estrecha a nuestro alrededor; todo se estrecha hasta
que lo único que puedo ver y sentir es a ellos dos.
Justo como les gusta a mis hermanos.
Hayden respira entrecortadamente y se echa hacia atrás, con la mirada clavada en
la mía. Su polla se introduce aún más en mi dilatada e hinchada abertura, y siento
cómo empuja dentro de mí junto con los implacables empujones de Hudson. El dolor
se mezcla con el placer, y la expresión de mi cara enciende esa mirada oscura de
Hayden, la que se enciende cuando sabe que me ha llevado más allá de mis límites.
—Joder, qué apretado —gruñe, con los músculos tensos mientras me penetra. Su
mano encuentra mi clítoris y me rodea con una intensidad que roza la crueldad.
—Leila, tómanos. —La voz de Hudson es grave, dominante, puntuando cada
palabra con un poderoso empujón que lleva a Hayden más adentro—. Estás hecha
para esto.
Ya no puedo formar palabras porque mi mundo se reduce a sensaciones. Sólo
puedo concentrarme en la plenitud, el estiramiento, el calor resbaladizo de sus
movimientos dentro de mí. Su ritmo empieza suave, una misericordia que sé que no
durará. Mi pecho se agita, tratando de acomodarse a la embestida, pero el oxígeno
parece trivial cuando cada terminación nerviosa de todo mi cuerpo está gritando por
liberación.
—Vamos a hacer que te corras de lo lindo —jura Hayden, y le creo porque sus
manos son hábiles y sus movimientos deliberados. Me escupe en el clítoris, un acto
crudo que me provoca una onda expansiva. La humedad permite que sus dedos se
deslicen con facilidad, avivando el fuego que amenaza con consumirme.
El ritmo de mis hermanos aumenta, se vuelve más rudo, más insistente. Cada
embestida me sacude como una descarga eléctrica. La palma de la mano de Hayden
golpea mi clítoris, y es el catalizador, el empujón final que me lleva al borde de un
orgasmo más fuerte que nunca.
—¡Hayden, Hudson!
—¡Joder! —rugen a la vez mientras me llenan al mismo tiempo con chorros
calientes que pintan mis entrañas, marcándome como suya.
El mundo se inclina, y la cama se desplaza, y gimo cuando siento su pérdida
retirándose de dentro de mi calor. El sudor me salpica la espalda cuando Hayden se
desliza detrás de mí, su pecho como una presencia sólida que ancla mi cuerpo aún
tembloroso. La mirada de Hudson, esos profundos estanques verdes, sostiene la mía
con una conexión inquebrantable que parece que pudiera llegarme hasta el alma.
—Nena —susurra Hudson, su voz es una vibración grave que resuena en mi
interior. La forma en que pronuncia mi nombre es posesiva, llena de una emoción
tan cruda y desprevenida que sé sin lugar a dudas que le pertenezco.
—Eres mi niña buena, relájate —me murmura Hayden al oído, con su aliento
caliente sobre mi piel, y es entonces cuando me doy cuenta de lo fuerte que respiro.
Sus brazos serpentean a mi alrededor, una mano descansa posesivamente sobre mi
abdomen, la otra dibuja perezosos círculos a lo largo de mi brazo.
Puedo sentir el latido del corazón de Hayden contra mi columna vertebral, el
ritmo sincronizado con el de Hudson, que late bajo mi palma donde descansa sobre
su pecho.
—¿Fue demasiado? —La voz de Hudson es apenas audible, y no estoy segura de
sí me lo pregunta a mí o a Hayden. Siguen teniendo esa curiosa costumbre de hablar
entre ellos de mí como si yo no estuviera allí escuchando, pendiente de cada una de
sus palabras.
—Nunca somos demasiado para Leila —le asegura Hayden a Hudson sin perder
un segundo. Me aparta un mechón de cabello de la frente—. Eres perfecta, Leila. Tan
jodidamente perfecta para nosotros.
Acurrucada entre ellos, debería sentirme atrapada, asfixiada, pero en lugar de eso,
hay una sensación de pertenencia que se filtra por mis poros, seductora y
embriagadora. Solía pensar que la forma en que querían poseerme era demasiado
oscura, demasiado intensa.
Pero la oscuridad no me da miedo con mis hermanos.
Estoy en casa.
Agradecimientos
Gracias a los Beta por aceptar siempre la mierda que les lanzamos al azar y
ayudarnos a que no sea un montón de mierda literal. Steph, Jaime y Shawna.
¡¡¡A todos los del grupo de lectores de Banned Baddies!!! ¡¡¡Los queremos y gracias
por dejarnos hacer de nuestro grupo nuestro espacio seguro!!!
A todos los que nos siguen etiquetando en las redes sociales: ¡los vemos y
queremos!
Sobre la Autora
Rory Ireland disfruta dando largos paseos por muelles cortos y escribiendo libros
tóxicos de novios que carecen de habilidades comunicativas y lo resuelven todo con
un bidón de gasolina y unas cerillas.

También podría gustarte