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Phineas Gage: un caso de estudio

Lamentablemente, un error en el procedimiento hizo que, cuando este obrero intentaba compactar la
pólvora colocada en la cavidad utilizando una barra de metal, saltase una chispa. La explosión de la
mezcla se produjo a escasos centímetros de la cara del joven y, como resultado, la barra de metal de un
metro de longitud y unos tres centímetros de diámetro le atravesó el cráneo antes de aterrizar a más de
veinte metros de donde se encontraba inicialmente.

Phineas Gage, pues este era el nombre del obrero, recobró la consciencia unos minutos más tarde con
un agujero que trazaba una diagonal desde una de sus mejillas hasta la parte superior de la cabeza, justo
encima de la frente. Gran parte de sus lóbulos frontales del cerebro habían dejado de existir como tales.
Sin embargo, Phineas Gage no sólo sobrevivió a esta experiencia, sino que fue capaz de recobrar la
mayor parte de sus habilidades mentales y pasó a la historia como uno de los casos más estudiados en
los campos de la psicología, la medicina y las neurociencias.
El doctor Harlow y el milagro médico
Casi todo lo que sabemos sobre Phineas Gage es lo que dejó documentado sobre él el doctor Harlow, el
médico que lo trató. Este sanitario quedó fuertemente impresionado por el hecho de que Gage
estuviese consciente y fuese capaz de hablar en el momento en el que entró en su consulta, pero más le
extrañó que su paciente se recuperase a los pocos meses de haber llegado, tras haber pasado una etapa
de fiebres y delirios.
De este modo, tras escasas 10 semanas las funciones del cerebro de Gage parecían haberse recuperado
casi automáticamente, como si los tejidos celulares del cerebro hubiesen sabido reorganizarse para
compensar la ausencia de varios centímetros cúbicos de lóbulo frontal. Sin embargo, al doctor Harlow le
llamó la atención otra cosa: aunque objetivamente el capataz no parecía tener déficits intelectuales ni
de movimiento significativos, su personalidad parecía haber cambiado a raíz del accidente. Phineas Gage
ya no era exactamente el mismo.
El nuevo Phineas Gage
Cuando Gage volvió a trabajar en la obra, el obrero mesurado y cordial que todos conocían había
desaparecido para dar paso a una persona con mal genio, fácil de irritar, dado a los insultos, con
propensión al derroche y con una visión muy cortoplacista de la vida. Era, en general, una persona
impaciente e irreverente, que se dejaba llevar por deseos fruto de un capricho y que pensaba poco en
los demás.
Pronto dejó de trabajar para la obra y, pocos meses después, Phineas Gage pasó a trabajar en el museo
Barnum exhibiéndose junto a la barra de metal que le había atravesado la cabeza. En los años
posteriores estuvo viviendo en Chile, donde trabajó como conductor de carruajes de caballos, hasta que
regresó a los Estados Unidos sintiéndose deteriorado y algo enfermo. Allí le ocurrieron los primeros
ataques epilépticos, que lo acompañarían hasta su muerte en 1860.
¿Por qué es relevante el caso de Phineas Gage?
Este pequeño episodio histórico es parada obligatoria en muchas carreras universitarias relacionadas
con las neurociencias y la conducta porque, de hecho, fue uno de los primeros ejemplos bien
documentados en los que se vio cómo cambios materiales en el cerebro modificaban no sólo
capacidades cognitivas, sino aspectos de la psicología que tradicionalmente se han asociado al "alma",
es decir, a la manera de ser y la esencia de los seres humanos.
Existe la teoría de que Phineas Gage pasó a ser otra persona no ya a través de un proceso de aprendizaje
o la autorreflexión, sino por un accidente muy concreto que modificó físicamente su cerebro. Lo que se
comprobó después pudo haber sido un ejemplo de cómo el cerebro se reorganiza para suplir las
carencias materiales producidas por la explosión a partir de los recursos más limitados de los que
disponía, pero los efectos colaterales de esto se notaron en aspectos que se creía que no estaban tan
sujetos al mundo material como, por ejemplo, la memoria.
De algún modo, el accidente de la barra de metal sirvió para señalar las bases biológicas en las que se
sustentan procesos psicológicos más bien abstractos, como la gestión de las emociones y la toma de
decisiones. Además, el caso de Phineas Gage también sirvió para reforzar la hipótesis de que diferentes
áreas del cerebro se ocupan de diferentes aspectos de la conducta.
¿Posible Síndrome Prefrontal?
Hoy en día se cree que el cambio de personalidad de Phineas Gage puede ser, en realidad, un ejemplo
de Síndrome Prefrontal, originado por la alteración del funcionamiento de los lóbulos frontales. La zona
frontal del cerebro tiene un importante papel a la hora de vincular motivaciones presentes a objetivos
futuros, lo cual incluye la posibilidad de situar las metas a largo plazo, la capacidad para renunciar a
recompensas inmediatas en favor de proyectos más ambiciosos y la facultad de tener en cuenta las
consecuencias que los propios actos tienen sobre la gente que nos rodea y, en general, la sociedad.
Esto explicaría que el nuevo estilo de comportamiento del Phineas Cage que había sufrido el accidente
con la barra de metal se pareciera en algunos aspectos al repertorio de conductas esperables en alguien
con personalidad psicopática. Los psicópatas también parecen mostrar dinámicas de activación neuronal
en los lóbulos frontales distintas al resto de la población, pero en el caso de Gage esto estaría producido
por la reorganización de las neuronas tras haberse lesionado el encéfalo.
Otra probable explicación para el caso de Phineas Gage
La idea de que la lesión cerebral fue la causa fundamental del cambio de personalidad de Phineas Gage
está muy extendida, pero también hay otra explicación alternativa: que los cambios se debieran al
impacto social que suponía estar desfigurado.Tal y como señala Zbigniew Kotowicz, es muy probable
que al menos una parte de sus cambios de conducta se debieran al impacto social que conlleva ser visto
por los demás como alguien a quien le falta una parte del cerebro. Como siempre, es difícil desligar los
aspectos biológicos de los que son de naturaleza social y cultural, y pude que al fin y al cabo a Gage le
pasase lo mismo que le ocurrió al monstruo del Dr. Frankenstein en la novela de Mary Shelley: que fuese
la sociedad, más que su propia naturaleza, quien lo transformara en un cuerpo extraño.
Caso Elliot

Quienes padecen enfermedades cerebrales o sufren algún trauma que los priva de la amígdala cerebral,
dejando intacto el resto del cerebro, presentan un trastorno de motivación. Son incapaces de distinguir
entre lo que les interesa más y lo irrelevante, lo conmovedor y lo que los deja fríos. Todos los actos
tienen el mismo valor emocional; por ende, son neutrales. El resultado es una apatía paralizante o una
indiscriminada permisividad para los apetitos.
El Dr. Antonio Damasio investigó el caso de un paciente llamado Elliot, que resultó altamente revelador
para establecer la naturaleza de la conexión entre los centros cerebrales y el neocórtex. El tumor de
Elliot, situado exactamente detrás de su frente, tenía el tamaño de una naranja pequeña; la cirugía lo
eliminó por completo. Aunque la operación resultó un éxito, la gente que lo conocía bien decía que
Elliot ya no era el de antes, y que había sufrido un drástico cambio de personalidad. Había sido el
próspero abogado de una corporación y ahora le resultaba imposible conservar un empleo. Su esposa lo
abandonó. Después de despilfarrar sus ahorros en inversiones infructuosas, se vio obligado a vivir en la
habitación de huéspedes de la casa de su hermano.
El problema de Elliot mostraba una pauta desconcertante. Intelectualmente era tan brillante como
siempre, pero utilizaba muy mal su tiempo, se perdía en detalles sin importancia y parecía haber
perdido toda noción de las prioridades. Las reprimendas no lograban nada; fue apartado de una serie de
trabajos jurídicos. Aunque las exhaustivas pruebas intelectuales no detectaron ningún problema en las
facultades mentales de Elliot, decidió consultar a un neurólogo con la esperanza de que el
descubrimiento de un problema neurológico le proporcionara los beneficios de la incapacidad mental a
los que, en su opinión, tenía derecho. Por lo demás, la conclusión parecía ser que sólo se trataba de una
enfermedad fingida. Antonio Damasio, el neurólogo consultado, quedó sorprendido al notar que en el
repertorio mental de Elliot faltaba un elemento: aunque su lógica, su memoria, su atención y las demás
habilidades cognitivas no presentaban ningún problema, Elliot era prácticamente inconsciente de sus
sentimientos con respecto a lo que le había sucedido. Lo más sorprendente era que podía narrar los
trágicos acontecimientos de su vida con absoluta imparcialidad, como si fuera un observador de las
pérdidas y fracasos de su pasado, sin mostrar la más mínima nota de arrepentimiento o tristeza,
frustración o ira por la injusticia de la vida. Ni siquiera su propia tragedia le provocaba dolor; Damasio se
sentía más perturbado que el propio Elliot por la historia. 2 Damasio llegó a la conclusión de que la
fuente de la inconsciencia emocional de Elliot era la eliminación, junto con el tumor cerebral, de una
parte de sus lóbulos prefrontales. En efecto, la cirugía había cortado las conexiones entre los centros
inferiores del cerebro emocional -sobre todo la amígdala y los circuitos relacionados- y la capacidad
pensante de la neocorteza. El pensamiento de Elliot se había vuelto igual al de una computadora, capaz
de dar todos los pasos anteriores a la toma de decisión, pero incapaz de asignar valores a distintas
posibilidades. Cada opción era neutra. Y ese razonamiento excesivamente imparcial, supuso Damasio,
era el núcleo del problema de Elliot: una conciencia demasiado escasa de sus propios sentimientos con
respecto a las cosas hacía que el razonamiento de Elliot resultara defectuoso. La desventaja quedaba de
manifiesto incluso en las decisiones mundanas. Cuando Damasio intentó decidir el momento de la
siguiente cita con Elliot, el resultado fue un mar de indecisiones: Elliot logró encontrar argumentos a
favor y en contra de todas las fechas y las horas que Damasio propuso, pero no pudo elegir entre ellas.
En un nivel racional, existían razones perfectamente adecuadas para objetar o aceptar casi todos los
momentos posibles para la cita. Pero Elliot no tenía la menor idea de lo que sentía con respecto a
cualquiera de esas horas. Al no ser consciente de sus propios sentimientos, no tenía absolutamente
ninguna preferencia. Una lección que podemos extraer de la indecisión de Elliot es el papel fundamental
de los sentimientos al navegar en la interminable corriente de las decisiones de la vida personal.
Mientras los sentimientos fuertes pueden hacer estragos en el razonamiento, la falta de consciencia de
los sentimientos también puede ser ruinosa, sobre todo cuando se trata de sopesar las decisiones de las
que depende en gran medida nuestro destino: qué carrera seguir, si conservar un trabajo seguro o
cambiar a uno que supone más riesgo pero es más interesante, con quién salir o con quién casarse,
dónde vivir, qué apartamento alquilar o qué casa comprar, y así sucesivamente a lo largo de la vida.
Tales decisiones no pueden tomarse correctamente sólo gracias a la racionalidad; exigen sentimientos
viscerales, y la sabiduría emocional acumulada gracias a las experiencias pasadas. La lógica formal sola
nunca puede funcionar como la base para decidir con quién casarse, en quién confiar o incluso qué
trabajo aceptar; estas son esferas en las que la razón sin sentimiento es ciega. Las señales intuitivas que
nos guían en esos momentos surgen bajo la forma de arranques provocados por el sistema límbico,
desde las vísceras que Damasio llama ‘marcadores somáticos’, literalmente ‘sentimientos viscerales’. El
marcador somático es una especie de alarma automática que llama la atención con respecto a un
peligro potencial a partir de un determinado curso de acción. En la mayor parte de los casos, estos
marcadores nos apartan de alguna elección de la que la experiencia nos disuade, aunque también puede
alertarnos con respecto a una excelente oportunidad. Por lo general, en ese momento no 3 recordamos
qué experiencias específicas formaron ese sentimiento negativo. Lo único que necesitamos es la señal
que nos indique que determinado curso de acción podría resultar desastroso. Cada vez que surge ese
sentimiento visceral, podemos abandonar o perseguir inmediatamente esa vía de análisis con mayor
confianza, y así reducir nuestra serie de elecciones a una matriz de decisiones más manejable. La clave
para una toma de decisiones personales más acertadas es, en resumen, estar en sintonía con nuestros
sentimientos.

(Antonio Damasio, DESCARTES’ ERROR: EMOTION, REASON AND THE HUMAN BRAIN, Grosset/Putnam,
1994, Cit. en Emotional Intelligence).
Caso H.M
La historia de H.M., como era conocido cuando vivía para garantizar su anonimato, empieza a sus 9
años, cuando fue atropellado por un ciclista y empezó a sufrir convulsiones y crisis epilépticas que se
fueron agravando con el paso de los años, impidiendo que pudiera hacer una vida normal. A los 26 años
fue operado de forma experimental (actualmente se llamaría negligencia, por no decir algo peor). La
cirugía a la que fue sometido Molaison consistía en la extirpación de la amígdala, la mayor parte del
hipocampo y la corteza del parahipocampo, en ambos hemisferios cerebrales.
¿Cómo se traduce posteriormente esta operación? Pues el resultado fue una amnesia anterograda, es
decir, el paciente no podía formar nuevos recuerdos. Recordaba todo lo que le había pasado antes de la
operación, pero no retenía los recuerdos posteriores. La peor parte: esto fue irreversible.
De todas formas, gracias a esta operación se demostró que hay áreas cerebrales encargadas
específicamente de formar recuerdos (antes de esto se creía que todo el cerebro se encargaba de esto).
Este caso contribuyó al avance de la ciencia y, sobre todo, al avance del conocimiento del cerebro.
Por otra parte, en su vida del día a día, Henry Molaison se encontraba con la situación de despertarse
cada día y vivirlo como si fuera único. Podía contarle la misma historia a la misma persona varias veces,
sin recordar que ya lo había hecho anteriormente y sin entender porque le causaba aburrimiento a su
interlocutor. Cada día le visitaban los mismos profesionales médicos, los cuales tenían que volver a
presentarse una vez tras otra porque Henry no les conocía, no recordaba sus caras ni ningún otro dato
que le ayudara a relacionar a su pobre masa gris lo que estaba viendo.
Así, a partir del año 1953 en el que HM se sometió a esta operación experimental, se convirtió en el
paciente más famoso de la historia de la neurociencia.
En 1962, los médicos realizaron otro experimento con Henry: le colocaron delante, sobre una mesa, un
folio con una estrella dibujada y en vertical un espejo enfocando hacia él, en el que se veía reflejada la
estrella, pero no le dejaban mirar a la estrella del folio sino a su reflejo, y le dieron un lápiz para que
trazase su contorno en el propio folio. El experimento no era fácil, pero a fuerza de repetirlo muchas
veces, nuestro paciente acabó ejecutándolo con facilidad, de forma motora (igual que cuando una
persona no olvida como montar en bici aunque pase mucho tiempo).
Con la operación experimental se demostró que el hipocampo es esencial para poder generar recuerdos
a largo plazo, y con este segundo experimento se confirmó que, además, que hay diferentes tipos de
memoria: explicita (recordar datos, teléfonos, capilales), que es la que Molaison perdió y esta
controlada por el hipocampo; y la implícita o de procedimientos motores (montar en bici, cortar el
césped, tocar el piano) que reside en zonas cerebrales que nuestro paciente conservaba intactas
(cerebelo y ganglios basales).
Henry Molaison murió en el año 2008, con 82 años, a causa de complicaciones pulmonares. Un año
después se diseccionó su cerebro en la Universidad de California en San Diego, tras haberlo conservado
a -40 ºC y del cual se sacaron unas 2.500 muestras de tejido para su análisis. Esta disección podría
aclarar el misterio de como y donde se crean los recuerdos y como se recuperan.

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